Saludos. Hoy le traigo un relato más corto, pero muy candente. Si tienen un tema para contar otro relato, no duden en avisar. Ah, por cierto, estoy trabajando todavía en el desenlace del súper relato. Mientras disfruten estos encuentros sexuales.
La ciudad empezó a clausurar su día. Las tiendas cerraron, la gente llegaba de sus trabajos lista para emprender un fin de semana de reposo. Pero donde una historia termina, empieza otra.
Claudio se encontraba solo, sentado sobre un banco fabricado con madera de pino, pedía una ronda más de tequila al camarero de la barra. El bar era regular, poco conocido, donde acababan los borrachos despechados, ya sea por amor o simplemente porque su vida apesta. Ninguna mujer se apreciaba en el lugar. Todos eran hombres cantando rancheras del recuerdo; llorando por la traición de una hembra mal agradecida.
- Sírveme otra - ordenó Claudio, un joven de 26 años al que todo le salía mal en el amor.
- Aquí tienes, pero no olvides que tu cuenta crece más que tu despecho - Aclaró el camarero.
- ¡Puf! Dinero es lo que me sobra, lo que me falta es un buen pedazo de carne que me quite esta tristeza - Bromeó el joven despechado.
Entre copita y copita, pasaron tres horas. De repente, una mujer exuberante de 1.83 atravesó la puerta del local. Aparentaba no más de treinta, cuando en realidad le faltaba poco para llegar a los cincuenta. Lucía un vestido rojo carmesí con hombros descubiertos, escote pronunciado y lunares de terciopelo; zapatos negros con tacones de doce centímetros, donde se posaban unos pies bellísimos con uñas pintadas de color vino tinto. Llevaba alrededor de su cuello una hermosa cadena de oro blanco y unos aretes del mismo material que adornaban sus orejas perfiladas. Se sentó a lado de Claudio, cruzó la pierna izquierda y le dijo mientras lo miraba.
- ¿Siempre vienes solo a este antro? - Claudio la regresó a mirar y no pudo evitar cautivarse de ese bello rostro. Cabello negro suelto, ojos de un color café claro, labios pintados de rojo y nariz fina. Claudio sonrió y no pudo evitar el rubor.
- No siempre, a veces me acompaña una mujer casi tan guapa como tú - Ella sonríe amablemente.
- ¿Por qué estás aquí? - Le preguntó.
- Porque no creo en el amor - Respondió Claudio.
- Yo tampoco creo en esas cosas, por eso me escapé de lo tradicional - Afirmó la diosa vestida de rojo. Claudio pensaba que a esa mujer la ha visto antes, pero no recuerda dónde. Estaba un poco mareado, producto del licor que bebía.
- ¿Cuál es tu nombre? - Preguntó el joven.
- Daisy - Contestó ella.
- Mucho gusto Daisy, mi nombre es Claudio, para lo que se te ofrezca - Respondió mientras estiró su brazo para estrechar la mano de ella. Daisy accedió a tal gesto haciendo que se inaugure el pacto de una nueva amistad. Conversaron por un buen rato. Brindaron por los horrores que el amor representa y se rieron del futuro. Claudio no podía evitar la erección cada vez que Daisy se acercaba a susurrarle algo al oído. La deseaba, la quería para él solo. Hasta que ella propuso...
- ¿Quieres acompañarme a un lugar más íntimo? - Preguntó provocativa la dama. Claudio no lo pensó ni por un segundo y se dejó llevar por esa diabla sin cola. Se dirigieron a un auto espacioso que se encontraba en el parqueadero subterráneo.
- Iremos en la parte de atrás - Propuso. Abrió la puerta y le invitó a pasar, luego se acercó hasta su chofer para darle unas indicaciones. Terminó de darlas y entró al vehículo posándose al lado del joven. En un movimiento brusco, se sentó sobre Claudio. Dejó que los tirantes del vestido cayeran lentamente por sus hombros hasta quedar expuestos sus senos desnudos, tan grandes, que ni las manos de Claudio alcanzaban. Él se quedó paralizado mirando excitado ese par de melones, provocado por los grandes pezones de color claro que deseaban ser aspirados.
- Tu chofer nos está mirando - Dijo preocupado Claudio.
- No te preocupes, él es solo un espectador. Me excita hacer el amor con alguien mirando ¿Te molesta? - Preguntó la salvaje hembra.
- No… Bueno sí. Un poco. La verdad, nunca había hecho algo así - Respondió.
- Déjate llevar - Pidió la diabla.
Las caricias entre estos dos amantes propiciaban una tormenta eléctrica que estaba por llegar. Claudio besaba violento los pechos de Daisy. Su miembro estaba por romper el pantalón, así que la mujer se colocó en posición para sacar esa cosa de su prisión. Veinte centímetros de una carnosidad que ella deseó tener en su interior. Grueso y un poco venoso dejaba caer trazos de una sustancia transparente a través del pequeño agujero. Daisy tomó ese falo con las dos manos y empezó a masturbar. Escupió tres veces para lubricar y enseguida llenarse la boca con ese pepino color piel. Claudio se quejaba excitado por el gran trabajo que ella hacía. Mientras tanto, el chofer, un hombre de unos treinta años, muy atractivo, empezó a tocarse sus partes íntimas. El sonido que sale de la garganta cuando un objeto extraño entra y sale, hacía arder el sexo del chofer. Éste se sacó el miembro de unos 18 centímetros junto con su saco de esperma completamente lleno y empezó a masturbarse. Se lamía la palma de la mano para pasarla por su miembro ya lubricada. Claudio no se percataba aún de eso, él seguía embelesado con la ardiente mujer que, desde hace un momento, había sometido para invadir con su lengua los labios de tan cuidada vajina. Daisy gemía desesperada por maravilloso trabajo, pues Claudio era un experto para el sexo oral, encontraba el punto G en menos tiempo de lo común. El chofer estaba sumamente extasiado por la escena que veía gracias al espejo retrovisor. Se tocaba todo el cuerpo y cuando podía, pasaba su mano por el cuerpo de Daisy.
Claudio estaba listo para pulsar dentro de la mujer. Su paquete estaba bien hinchado y sus testículos a reventar de esperma, cuando de pronto, sintió el roce una mano sobre su pantorrilla. Claudio se dio la vuelta y miró al chofer desnudo de la cintura para abajo sujetándose el miembro erecto.
- ¿Qué pasa aquí? ¿Nos estabas mirando pervertido? - Preguntó furioso Claudio. El chofer seguía tocándose, pero su mirada estaba hacia el frente.
- Tranquilo Claudio, yo sí te dije que no tendríamos privacidad, que eso me excita - Afirmó Daisy.
- Sí, pero el cochino se está masturbando mientras nos ve, además, sentí su mano sobre mi pierna - Aseguró contrariado el muchacho.
- ¿Qué te parece si hacemos un trío? - Preguntó emocionada Daisy.
- No creo que sea una buena idea, nunca he hecho esas cosas con otro hombre cerca - Respondió enojado. Daisy lo miró con sospecha y lo obligó a que dijera la verdad.
- ¿Estás completamente seguro? Mira de lo que te pierdes - Dijo Daisy mientras se ponía en posición de perrito y abría sus nalgas dejando escapar el borde de su vajina y dilatando el ano. Claudio, hipnotizado, confesó.
- Bueno, sí. Una vez en el colegio. Estábamos jugando con compañeras y compañeros de clase en el paseo de fin de año y en esos juegos, me obligaron a penetrar a uno de mis compañeros en un rincón oscuro del hotel. Pero solo fue una vez y no me gustó ¡No soy gay! - Gruñó Claudio.
- Nadie está diciendo que lo seas, lo que yo propongo es que ambos me penetren - Expuso la sedienta mujer.
- Está bien, pero que tu chofer no se atreva a tocarme, sino…
Daisy se arrodilló para seguir chupando el falo de Claudio, mientras tanto el chofer se colocó de rodillas entre los dos asientos delanteros, ofreciendo su miembro a la boca de Daisy. Ella succionaba ambas vergas de manera alternada y al mismo tiempo. Junto los dos penes entre sus manos para lamerlos por igual, pero Claudio estaba tenso y retiró su paquete del del chofer. El joven conductor sonrió y siguió disfrutando de las lamidas de la dama. Claudio estaba contrariado y su orgullo de macho no permitiría que le ganara la partida, así que retiró a Daisy hasta el asiento para abrirla de piernas y penetrarla. Ella dio un pequeño grito de placer y con su mano derecha pedía la presencia del chofer. Éste se pasó a lado de atrás para llevar la jugosa golosina hasta la boca de la voraz mujer. Claudio penetraba con fuerza a Daisy y en ese acto, forcejeó con el chofer para alejarlo de Daisy. El chofer sonrió nuevamente, sabía lo que Claudio estaba pensando. Daisy se dio cuenta de la mala vibra que Claudio tenía con el chofer, así que obligó a que el miembro de Claudio saliera de ella. Hizo que se sentara y ella se colocó en posición de vaquera. Insertó lentamente el miembro hinchado de Claudio hasta dejar al descubierto solamente las bolas. Saltaba como poseída. Sus largos cabellos negros, como látigos, castigaban la piel de Claudio. El chofer no perdió tiempo, con sus dedos lubricados por sáliva, empezó a abrirse paso a través del ano de Daisy. Poco a poco hizo que éste se abriera. Se puso en posición y dejó que Daisy, mientras cabalgaba, se sentará en la verga del chofer. La mujer se quejaba por el placer que esas dos vergas provocaban en ella. Las piernas de Claudio y del chofer se estaban rozando, así que Claudio, con habilidad, hizo que el joven conductor descuadre su arremetida y sacara su chorizo de Daisy. Él no permitiría tal abuso, así que sin pensarlo ensartó su venosa anguila en el chocho de la mujer. Daisy dejó escapar un gemido largo y seco. Las dos vergas se rozaban una a la otra dentro de Daisy. Claudio no puso resistencia, le gustaba, le excitó la idea de penetrar a una mujer con otro hombre al mismo tiempo. Éste dejó de lado las atrocidades culturales de una sociedad mojigata. La estaba pasando muy bien, como nunca antes. El chofer retiró la verga. Daisy se acostó boca arriba para que Claudio se la meta en caliente. Sus cuerpos chocaban violentamente haciendo que las tetas de Daisy se movieran al son del sexo. El chofer se inclinó para degustar el marisco de Daisy mientras Claudio atravesaba ese hoyo. En una de esas, el mástil de Claudio se salió accidentalmente golpeando el cachete del chofer, él, sin dudarlo, lo sujetó con fuerza para que no se escapara y enseguida lo hundió dentro de su boca. El joven mamaba desesperado. Se la metía toda hasta tocar con su nariz el abundante vello de Claudio. Daisy sabía lo que tenía que hacer. Colocó su mano sobre las nalgas del chofer y con el dedo índice empezó a relajar el agujero de ese joven. Claudio estaba feliz con las succionadas de ese hombre, pero se asustó cuando él se puso de espaldas frente suyo y se alivió al saber que éste empezó a meterle el miembro a Daisy, sin embargo, veía de primera mano, cómo el sujeto fornicaba la concha de su amante. Al mismo tiempo, observaba ganoso el ano del chofer. Dejó caer saliva sobre su boa y lentamente dejaba que ésta ingresara al interior de esa cueva. Sintió en su verga un abrigo que hacía tiempo no sentía. No era necesario moverse, el chofer hacía todo el trabajo en ambas partes. Claudio azotaba excitado las nalgas del sujeto. Lo sujetó de la cintura y comenzó a empujar con fuerza. El chofer gemía de gusto y Daisy le acompañaba con el mismo cántico. Claudio sacó su banana para derramar abundante esperma sobre la espalda del chofer. Él recogió con sus dedos el semen de Claudio y se lo llevó a la boca, con la que besó ferozmente a Daisy. El joven Claudio respiraba cansado, pero aún así pasaba sus manos por el cuerpo del chofer. Tocó el coito que se estaba llevando a cabo. Presionaba con delicadeza el botón de Daisy haciendo que ella se viniera en orgasmo. El chofer advirtió estar listo para expulsar el chorro, sacó su virilidad de Daisy que Claudio empezó a masturbar ayudando que éste se corriera encima de la mujer. Ocho hileras de semen bañaron el cuerpo de Daisy que Claudio esparcía con sus manos las partes secas. Uno encima del otro, se rindieron ante el cansancio.
El abrazo no duró mucho. Claudio se sentó, sacó de su chaqueta un cigarrillo y empezó a fumar. Daisy y el chofer le acompañaron. Estaban completamente desnudos. El conductor del auto aprovechaba para tocar las partes íntimas de Daisy y Claudio.
- ¿No que no eras gay? - Preguntó Daisy.
- No lo soy, tal vez sea bisexual - Respondió Claudio.
- Pero sospecho que te gustó - Dijo el chofer.
- Sí me gustó, pero dudo que vuelva a repetirlo - Expresó Claudio.
- Aún así lo hiciste muy bien - Aclaró Daisy. La conversación se fue poniendo más amena y más caliente. Protagonizaron nuevamente una escena pasional, donde Claudio probó por vez primera una verga dentro de su boca y unos dedos dentro de su ano y así pasaron hasta que llegó la luz del día.
Daisy llevó a Claudio hasta su casa. Se despidieron formalmente e intercambiaron números de teléfono. Claudio estaba emocionado por tener otro encuentro con esa pareja.
A la semana siguiente, el joven marcó el número de Daisy. Necesitaba expulsar todo el deseo guardado por una semana, pero lamentablemente se llevó una sorpresa cuando la operadora indicó que el número marcado no existe. Lo mismo hizo con el número del chofer y obtuvo el mismo resultado. Claudio se desilusionó por completo. Encendió la computadora para hacer justicia por mano propia. Visitó una de las tantas páginas pornográficas de internet. Abrió el link y se desplegaron las imágenes en miniatura de un sinnúmero de videos. Abrió el video de un trío y para su gran sorpresa los protagonistas eran Daisy y el chofer haciendo el papel de náufragos en una isla, junto a otro sujeto muy simpático. Se trataba de una estrella porno que muchos hombres conocían y deseaban, pero no la pudo reconocer por las copas que llevaba encima y por las pocas luces que la noche brinda. Claudio se quedó anonadado, pero también excitado con el desarrollo del film. Se masturbó viendo el video y dejó expulsar gran cantidad de lefa sobre su cuerpo. El teléfono comenzó a sonar, Claudio contestó y se puso feliz de escuchar a Daisy, su nombre falso, que le propuso un nuevo encuentro junto a su esposo, el chofer.
2 comentarios - El bar de la estrella