He contado esta historia a mucha gente. Cada vez que la cuento, se me desabotona la blusa de la excitación.
Yo era una chica más del montón: común y corriente, con amigas corrientes. Mis padres, adinerados, hacían todo para darme la mejor educación. Eran y siguen siendo los mejores.
Apenas tenía 17 años cuando cursaba el último año de bachillerato. Estaba a pocas semanas de graduarme y algo sublime pasó.
Entre tantas cosas regulares de mi persona había algo que me hacía sentir diferente y ese algo era mi precocidad sexual. Uf, la de historias que viví. Desde chiquita me atraían los hombres. Jugaba con el balón solo para estar a lado de ellos. Mucha de la gente del barrio creyó que crecería siendo lesbiana, pero cómo se equivocaron. Qué gente para más ciega. Yo aprovechaba esas acusaciones, en mi pequeña cabeza infantil, para hacer mis diabluras. Eran cosas de niños, nunca llegué, a esa edad, al rotundo sexo. Mis padres mientras tanto me permitían ser la niña que se juntaba con los niños. Probablemente se aferraron a la idea de que a mi edad adulta les presente una novia en lugar de un novio. Y así viví hasta mis 17, ocultándome de la moralidad; que la mujer debe ser esto, que debe ser aquello...
Mis calificaciones no eran excelente, pero tampoco mediocres. El único problema de mi agenda académica era la materia de Lenguaje y Literatura. Quizá la lengua no era lo mío, o tal vez necesitaba un empujón, algo que me atrajera para darle buen uso. Fue así que conocí a Richard, mi profesor de literatura.
Mi profesora de turno, en dicha materia, una mujer escuálida y poco agraciada, se enfermó. Como faltaban pocas semanas para la graduación, rápidamente encontraron un reemplazo. Mis notas, mientras tanto, eran bajas. Necesitaba un milagro y ese milagro apareció con cuerpo de hombre, un sujeto sumamente simpático de unos 31 años: alto, cabello castaño, ojos claros como la miel, fornido y muy respetuoso. Yo no le presté mucha atención, es más, estaba sufriendo por pasar en esa materia.
Richard se presentó como el reemplazo hasta que termine el año lectivo. Reforzaría el tema de los verbos transitivos - intransitivos, participio pasado y gerundio. Enviaría a leer dos novelas que ni recuerdo “El nombre de la Rosa”. Me asusté, porque el tiempo era corto y mis dotes de lingüista eran pésimos. Opté entonces por prestar atención al guapo profesor que atraía las miradas hipnotizadas de mis compañeras de clase, más no la mía (aún). Una de ellas dejó escapar una baba por la barbilla que rápidamente se limpió antes de que el joven profesor se dé cuenta.
La clase terminó, Richard se retiró despidiéndose de todos con una sonrisa mágica. Ni bien cruzó la puerta, las chicas empezaron a charlar sobre el nuevo profesor de literatura: que “yo sí le dara” - decía una - “yo me repitara”, decía la otra. Y no, no son faltas de ortografía, así hablaban ellas y luego se reían coquetas por las diabluras que expresaban sus bocas. Sentí un piquete entre mis piernas. No presté atención.
Pasaron como tres días de manera normal y sin darme cuenta, poco a poco iba tomándole cariño al profesor Richard. Un día, recibimos la noticia de que el profesor ya no regresaría por unos problemas familiares que urgían su máxima atención. Me sentí triste, porque nunca tuve la oportunidad de tratar directamente con él y, de alguna manera, era mi inspiración en esta materia que tanto odiaba. Mis compañeras y uno que otro compañero, estaban tristes. Así cada quien para su casa en un Viernes desolador. Pasé todo el fin de semana tratando de ubicarle por redes sociales, pero el esfuerzo fue en vano. Me desilusioné tanto que, sin darme cuenta, una lágrima brotó de mi ojo derecho. Le había tomado cariño, pero no como hombre, sino como profesor. Sus clases eran de un nivel tal que hicieron gustarme esa materia. Explicaba los derivados del verbo aprender que llegaron a mí en aprehensión. Su voz dulce, pero masculina, llegó a mis oídos con fines de enseñanza superior, algo que en ninguna materia, que ningún profesor o profesora habían logrado. Lentamente dejé que mis ojos, pesados y cansados, siguieran su rumbo en el sueño nocturno del día domingo.
Acabó la clase de Biología y era el turno de la de Literatura. La directora se presentó con la noticia de que el profesor Richard había regresado. Los aplausos no se hicieron esperar. Éste entró vestido de terno café. Su pantalón marcaba perfectamente el bulto de su trasero. Tal fue mi sorpresa cuando vi su bulto delantero que mis ojos se estiraron mientras que algo en mi comenzó a palpitar y no era el corazón. Sabía que no había marcha atrás y el recreo sería un pretexto para acercarme.
- Profe, buenos días. Me preguntaba si tiene un momento para charlar - pregunté. Saqué de mi mochila un chupete sabor a uva y se lo obsequié. Él accedió cortésmente y me invitó a sentarme a su lado, sobre las gradas de la cancha.
- Hola Kasandra, dime ¿En qué te puedo ayudar? - preguntó. Le expliqué que mis notas en su materia siempre han sido un talón de aquiles, que necesito reforzar aún más los estudios para sacar las mejores calificaciones de la clase. Él sonreía mientras le platicaba mi problema. Fue la mejor excusa que pude dar para acercarme a él y así mataría dos pájaros de un tiro.
- La materia que imparto a mis alumnos requiere el buen uso de la lengua. Para ello se necesita meses de pulir los conocimientos, pero como estamos a punto de terminar el año lectivo, necesitas un intensivo que te prepare para el examen de grado - Explicó. Lo que me propuso fue quedarme dos horas más después de las clases, él me ayudaría y me enseñaría todo lo que necesitaba saber para graduarme sin problemas. Pero con obvio consentimiento de mis padres y de la directora del colegio, cosa que no fue difícil, porque al fin y al cabo, todo era por mi bien. Y así quedamos. Empezaría desde el miércoles.
Me sentía feliz, pero confundida. Algo en mí empezaba a nacer, algo que nunca antes había sentido. Inconscientemente me gustaba el profesor, porque esta vez, lo que palpitaba, era mi corazón. Nunca antes me había enamorado y nunca antes había tenido penetración. Mis encuentros carnales anteriores fueron con chicos de mi edad. Entre besos y toqueteos, sacié mi sed de deseo carnal, no obstante, ésta vez, no solo quería recorrer mis manos en el delicioso cuerpo del profesor, sino que también quería tener sexo con él. No podía esperar, pero con ansias esperé el miércoles.
Ya todos los alumnos y el personal docente se alejaban del plantel. Mi papá apareció en el salón para ver que todo se encuentre en orden y proponer un precio a estas clases particulares, cosa que el profesor Richard negó rotundamente alegando que lo hace por el bien de la enseñanza. Mi papá abandonó la sala de clases y solo nos quedamos el profesor y yo. Antes de empezar las clases decidí hacerle unas preguntas, como para romper el hielo. Platicamos unos quince minutos y le pregunté.
- ¿Está casado? - Se quedó en silencio por un momento, me miró con tristeza. Una sonrisa fingida salió de sus labios. No comprendí su estado actual. Me dolió mucho, así que lo abracé. Le pedí disculpas y él respondió que no me preocupara, que es cosa del pasado. Se levantó y comenzó con la clase. Su temple cambió al hacer lo que tanto le gusta, enseñar. Bromeó algunas veces y reímos juntos. Supe en ese momento que me gustaba mucho y por mucho que me doliera admitirlo en ese momento, lo deseaba más que a ningún otro hombre. Mi mirada ya no se dirigían a sus ojos, mi objetivo eran su trasero y su gran bulto viril que dependía urgente de un agujero. Richard se percató de mi interés y pasó su mano disimuladamente por el bulto. Se bajó la cremallera y dejó que sus vellos se asomen por el agujero. Sus dedos jugaban con su ya erecto miembro. Masajeaba la cabeza y tocaba el contorno hasta llegar a los testículos. Me ruboricé por la escena, no por vergüenza, sino de deseo, dando lugar a una sonrisa traviesa del profesor. Éste se me acercó y me miró fijamente a los ojos. Pude notar que su mirada estaba llena de deseo.
- Tu sola presencia excita mis sentidos. Mira cómo me puse - Recitó. Me tomó de las manos y las besó con cariño. No sabía cómo interpretar su comportamiento. Yo me encontraba en un trance del que no quería salir. Nuestros rostros se acercaron para forjar el primer beso, que fue, sin duda, muy apasionado.
- Espera, oigo pasos - advirtió el profesor galán. La directora ingresó al salón e indicó que el tiempo se había terminado. Para mí, devastadora noticia. Los besos no fueron suficientes. Quería sentir todo de él.
Salimos del salón de clases y Richard aprovechó el momento en que nos quedamos solos a la entrada.
- ¿Qué sientes por mí? - Preguntó.
- No es por nada, pero me gusta mucho profesor. Al principio no fue así, pero poco a poco se ha ganado mi corazón - Respondí sin pensarlo dos veces.
- Pero nuestras edades difieren. La moral es una carga que debemos y no queremos respetar. Si alguien se llegara a enterar, me vería en serios problemas, pues sé que no llegas a la mayoría de edad - Indicó Richard.
- Lo sé profe, pero no me interesa y ¿Sabe por qué? Porque usted despierta en mí sensaciones que nunca antes había tenido por nadie en absoluto. Quiero llegar más lejos - Propuse. Richard pensó por un momento para decirme que soy muy joven. Que esas cosas toman tiempo. Mi respuesta fue tajante insistiendo en que lo quiero todo para mí.
- Te propongo algo ¿Qué te parece si este fin de semana te invito a mi casa? Irás para estudiar, claro, pero si se te ofrece algo más… - preguntó. Accedí de inmediato. Le di un abrazo de despedida. Mi papá me llamó a lo lejos para llevarme a la casa en el auto.
Los dos días siguientes los pasé ansiosa de que llegara el sábado. Las clases particulares con Richard fueron una tortura que solo se despejaban con sus locos besos, eso sí, cuidándonos de que la directora no nos sorprenda. Eternos para mí, sin embargo, fueron esos días.
El sábado llegó y mis padres ya me habían dado permiso de ir a la casa del profesor. Mi papá se ofreció a llevarme y a recogerme. La cita iniciaría a eso de las diez de la mañana hasta las seis de la tarde. No me aguantaba las ganas de aprovechar a mi primer hombre de verdad. Lo que en distancia serían unos veinte kilómetros, para mí se hizo el quíntuple. Fui precavida en mis sentimientos, para que mi padre no sospechara nada de que la cita de estudios sería mi primera vez en el sexo. Llegamos fácilmente a la casa de Richard gracias a la tecnología del GPS. Él nos esperaba en la acera junto a una casa modesta de dos pisos, con tejado color café oscuro, pintada de crema, con ventanas transparentes que permitían admirar unas cortinas elegantes, un jardín provisto de las más lindas flores y una casucha para perros a la entrada de la casa.
- Pasen por favor - dijo Richard.
- No, no. No se preocupe, sólo vengo a dejar a “Kasi” (así me decía mi papá) para que me le enseñe un poco más de literatura - Indicó mi padre.
- Por supuesto, para mi es un gran placer enseñar. No se preocupe, su hija queda en buenas manos - Indicó el profe. Mi padre se retiraba en el carro y Richard me pidió entrar a la casa, siempre con su simpática sonrisa. El interior de su casa era limpio. Todo estaba ordenado. Me brindó un batido de helado sabor a chocolate con leche y nos sentamos a conversar en la sala.
- Me gusta su casa profe - Adulé.
- Gracias, a mí también me gusta y para serte sincero me gustaría más si no viviera aquí solo. - Respondió.
- ¿Y su familia? - Pregunté.
- Viven en el extranjero - Respondió. Sabía que no debía preguntar nada sobre su esposa así que fui al grano.
- ¿Sobre lo que hablamos ese día…? - Pregunté aireada, pero Richard me interrumpió.
- Lo sé, yo también he pensado mucho en eso. Pero más he pensado en ti - Explicó Richard. Su brazo derecho me rodeó, se acercó a mi rostro y antes de besarme me dijo - Perdóname.
Mientras me besaba se puso de rodillas frente mio. Me quitó el abrigo y se apresuró en retirarme la blusa, ya solo quedaba el sostén.
- Qué grandes las tienes para tu edad - dijo. Su lengua se deslizaba por mi tórax y su barba de dos días raspaba mi piel. En vez de quitarme el sostén, lo retiró hacia abajo dejando mis pechos desnudos. Empezó a succionar mis pezones que permitieron la salida de un alarido cubierto de deseo. No dejaba de chupar mis tiernos senos mientras me levantaba en peso y me llevaba en sus brazos hasta el dormitorio. Me dejó caer con delicadeza para continuar con los cerrojos del pantalón. Lentamente dejó que éste se retirara de mis piernas y como fiera hambrienta empezar a lamer mi sexo sobre la ropa interior. Su lengua pasaba entre los bordes de esta prenda para llegar con esfuerzo hasta mi clítoris. Sentía júbilo. Lo agarré de los cabellos para indicar que no se detenga y presionarle la cabeza con fuerza sobre mi vajina. Sus dientes retiraron la última prenda sobre mi cuerpo, estaba completamente desnuda.
Se puso de pie frente a mí y lentamente dejó caer su ropa al piso. Sus músculos eran deliciosos, su pecho cubierto de escaso pelo que cubría la zona del vientre (el ombligo) hasta llegar al pene y sus testículos. El resto de su cuerpo tenía vello, pero escaso. Caminó hasta el clóset para sacar lubricante y lo regó lentamente por mi pubis. Con sus dedos lubricó las zonas secas para, con delizadeza, meterme dos dedos por la vajina. Su dedo pulgar que estaba libre, masajeaba mi clítoris. Mis gemidos de excitación hacían que su miembro se hinchara cada vez más. Acercó su cuerpo sin retirar sus juguetones dedos para posar su miembro grueso de 25 centímetros sobre mi ingle. Se colocó lubricante para su placer. Se meneaba fuera de mi hasta que mi hoyo esté listo para la acción de verdad. Poco a poco sus dedos cedían entre tanta virginidad.
- Me vuelve loco tu pequeña vajina. Quiero meterte la vega hasta el fondo - Dijo excitado. Abrí aún más las piernas y coloque su miembro en posición.
- ¿Esto me va a doler? - Pregunté.
- Sí, pero de placer - Respondió. Introdujo el glande que desapareció en mi vajina. Se movía lentamente. Lo sacaba y lo rozaba por fuera. Nuevamente lo metía. Colocó más lubricante y despacio me penetró toda su verga rompiendo el himen que prohibía el paso. Tenía razón, me dolió, pero más fue el placer. Se movía lento hasta que mi cuerpo se acostumbre al hecho, mientras tanto se acercó para besarme y juguetear con mi lengua. Su desesperación empezó a notarse cuando aceleró el paso de la penetración y no paraba de decir “me vuelves loco”. Sin retirar su miembro dentro mí, se arrodilló y me levantó (sencillo para él pues era una chica de baja estatura) para meterme su miembro con más fuerza y moverme con sus fuertes brazos hacia él. Yo era como un juguete de plástico el cual no ponía resistencia, solo gemía de placer pidiendo más y más. Pero sentía partirme en dos. Sentí un corte sobre los labios de mi sexo, miré, pero no era nada
Empezaron a salir de mi vagina unas hilachas de un líquido transparente. Richard sacó su miembro de mí para poner su boca sobre toda mi cavidad vaginal, succionando las hilachas con placer que hasta producían gemidos en él. Su hambre no era saciada, no era suficiente para él. Me recogió entre sus brazos y me levanto estando de pie. Con maña metió su pene y empezó a penetrarme con más fuerza. El sonido que producía el choque de nuestra piel retumbaba en toda la casa, sumado a mis casi gritos y a los gemidos de Richard, era la escena porno más excitante que pueda haber. Su rostro lleno de placer me conmovió mucho. Sin duda, estaba enamorada.
Una hora había pasado y seguíamos haciendo el amor. Hicimos muchas poses raras, pero exquisitas, pues Richard, como profesor de literatura, se sabía al derecho y al revés el Kamasutra y como buen profesor que le gusta enseñar, repasaba conmigo las poses y las lecciones de su materia mientras me metía su riquísima verga sin parar. Por fin, una descarga de sémen abrigó mi interior. Richard, sin perder tiempo, empezó por lamerme el clítoria, luego chupaba toda la zona de donde salía su propia esperma. Esto me excitó muchísimo que reventé de placer sobre su lengua, él saboreaba todo el líquido que había salido y me besó con su boca llena. El agotamiento vino acompañado de sueño. Abrazados y desnudos, dormimos unas dos horas.
Sentí un beso sobre mi frente y me desperté confundida del sueño profundo. Me invitó a que tomáramos una ducha juntos. El agua estaba tibia, primero entré yo. Richard se puso a mi espalda y empezó a enjabonarme esa zona. Lentamente bajó hasta mis nalgas donde sus dedos se encontraron con mi ano. El hombre sufría nuevamente una erección. Se agachó, me abrió las nalgas con sus manos y empezó a lamer ese rincón mientras se masturbaba. El agua seguía brotando y resbalaba por mi espalda. Me dí la vuelta y empecé a besar sus varoniles labios. Lo levanté para que su miembro quede a la altura de mi cara y empecé a saborear ese pedazo de carne. Recorrí cada punto del tronco, cada punto de la cabeza y cada punto de los testículos con mi lengua, no obstante, la lengua me quemaba como fuego. Mis dedos, mientras tanto, estaban masajeando en círculos mi zona sexual. Me senté sobre el piso y apoyé mi espalda a la pared, Richard colocó su verga en medio de mis senos para hacer la que comúnmente llaman “paja china” o “paja cubana”. No comprendí, pero su miembro parecía una navaja que se afilaba sobre piedra volcánica. Su esmero me llevó al orgasmo antes que él, pero no tardó mucho. Su abundante leche blanca brotó de la punta de su pene, se regaba por mi cuello que yo rescataba con mis dedos para introducirlos en mi boca. Era mi turno de saborear su líquido y besarnos con éste de por medio. Richard no se resistió. Saboreamos juntos ese delicioso néctar, me abrió las piernas para penetrarme una vez más. Parecía un sanguinario gladiador que buscaba la victoria en cada metida de verga. Me la metía con fuerza. Un suspiro se escapó de su pecho y nuevamente me llenó de líquido toda la vajina. Se levantó y me ayudó a hacerlo también. Me besó y nos comenzamos a bañar. El agua se tiñó de rojo, era mi sangre, fruto de la primera vez. Richard me consoló deduciendo que eso es normal.
Faltaban dos horas para regresar a la casa, así que nos apresuramos a comer y enseguida hacer lo que supuestamente llegué a hacer, estudiar. Richard me explicó muy paciente mis fallas en la materia. Yo estaba aprendiendo de la mano de un hombre extremadamente delicioso.
- Y así es cómo se conjugan los verbos en transitivos. Ahora revisaremos la lectura que envíe ¿Sí leíste la novela? - Preguntó.
- Claro que sí profe - Respondí emocionada.
- Cuando estemos sólos, llámame por mi nombre . Sugirió.
- Está bien… Richard - Accedí y él se acercó para besarme. Su mano derecha se deslizó hasta mi zona íntima, que la masajeó con deseo. Sin demora, sacó su falo viril del pantalón, me desnudó y empezó a empujar con fuerza. Sus gemidos eran agonizantes. En cada arremetida, sus músculos perfilaban una hombría sexualizada que solo cabe en la imaginación de la gente. Sus pezones lucían hinchados a través de la camiseta blanca que llevaba. Su mirada, que en ese momento no dejé de mirarla ni un segundo, me describía los tabúes de la carne con lujo de detalle. Aprecié también, de esos ojos como el sol, la dulzura de un niño que desea escapar de las reglas y la moral. Su expresión de angustia y de deseo por dejarse llevar hasta el clímax, provocaron en él un gemido largo y seco que se desvanecía con la llegada de su cabeza sobre mis pechos. Rió y dijo.
- Tenemos que estudiar. Aún nos falta la novela - Indicó.
- ¿Qué nos está pasando? - Pregunté un poco preocupada.
- No lo sé, nunca antes había deseado tanto a nadie - Respondió, me abrazó con fuerza y continuó - ¿Si te dijera que te amo, me creerías? - Esa pregunta, formulada por los labios de mi profesor, me electrocutó todo el sistema nervioso, pero sin pensarlo respondí que sí. Todo se reducía al hecho de un amor no planeado que apenas iba a comenzar.
El resto de la tarde la pasamos platicando, el tiempo fue nuestro enemigo, porque las horas que pasaron sin sentirse fueron un error para mis estudios. Mi padre llamó al teléfono indicando que estaba por llegar a la casa de Richard.
- Nunca te separes de mi lado. Eres la única luz que me guía en estos días de oscuridad absoluta - Pedí. Las lágrimas de mis ojos brotaban cual chorros de manguera.
- No digas eso, que me rompes el corazón - Afirmó Richard.
- Es que… Es solo que… - Mis palabras no podían salir. Comencé a temblar. Un escalofrío espectral subía por mi cuerpo desde la planta de los pies. Mi padre tocó la bocina del auto una vez. Crucé el umbral de la puerta.
- ¡Espera! - Gritó Richard. Me rodeó entre sus brazos y prosiguió - No des un paso más, no me dejes sólo - Pidió, pero no pude detenerme. Richard lloraba desconsolado mientras yo daba un paso más hacia adelante. De repente, la realidad comenzó a resquebrajarse. Surcos de humo blanco, como telón, abrían el escenario. Miré alrededor y me encontraba a lado de una casa vieja, abandonada, corroída por los años de soledad. Su color gris pálido denotaba lo realmente lúgubre. Una bandada de cuervos alzó el vuelo desde el tejado de la casa, se dirigían en sentido contrario al mío. Me desplomé sobre el suelo y no supe más nunca más.
Kassandra yacía sin vida sobre un charco de sangre a la entrada de una casa olvidada por el tiempo. La mano izquierda sostenía con fuerza la novela de Umberto Eco “El nombre de la Rosa”, de la cual había arrancado algunas páginas. Todo lo que vivió no era real. A sus 78 años, padecía una enfermedad mental conocida como “delirium”, que produce alucinaciones, entre tantas otras cosas, a quien la padece. Los resultados post mortem revelaron que la anciana había practicado masturbación con objetos oxidados dentro de la casa, objetos cortopunzantes que desgarraron sus genitales; cortes en su lengua, labios y senos provocaron una lenta hemorragia. Si la pérdida de sangre no sería la fatalidad, el tétanos hubiera sido su fin. El resto del diagnóstico es difuso y poco descriptible. Mientras tanto, en el asilo para ancianos “San Judas”, las madres religiosas no podían comprender cómo una interna se escapó. Las investigaciones no se hicieron esperar, pues hace pocas horas, un hombre anciano que padece el mismo problema mental que Kassandra, ha desaparecido. Las autoridades estiman lo peor.
4 comentarios - Richard, el profesor de Literatura