Ya lo teníamos todo organizado. Habíamos alquilado un apartamento en la costa con piscina propia pues a Alejandro, mi marido, no le gustaba demasiado la playa. En un par de semanas, en cuanto empezara las vacaciones de mi trabajo como responsable del departamento de Tesorería de una de las empresas más importantes del país, cogeríamos el coche para recorrer los aproximadamente 300 kilómetros que nos separaban de nuestro idílico lugar de veraneo.
Lamentablemente Alejandro acababa de cambiar de trabajo y aún no le pertenecían vacaciones con lo que únicamente podría hacerme compañía los fines de semana. El resto de días los pasaría sola, tomando el sol tranquilamente en la playa o disfrutando de alguno de los muchos libros que tenía pendientes. En definitiva, los festivos de verano me iban a servir para relajarme y desconectar por completo de mi estresante vida laboral.
Sin embargo, no esperaba para nada la llamada telefónica que acababa de recibir, trastocando nuestros planes por completo.
—Hija, ya sabes lo preocupada que está tu tía. ¿Qué te cuesta? —insistió mi madre a través del móvil que tenía pegado a la oreja.
—Pues me cuesta cambiar unas vacaciones para estar relajada y disfrutar de mi marido, que bastante poco podemos disfrutar el uno del otro normalmente, por tres semanas teniendo que hacer de niñera.
—Hablas como si fuera un bebé, que Dilan ya tiene 20 años.
—Sí, pero sabes perfectamente que no es ningún santo. Si la tía lo que quiere es apartarlo de su grupo de amistades es precisamente por algo.
—Mira, Verónica, tú verás lo que haces, pero el chico necesita alguien que le influya positivamente. Y él siempre te ha tenido mucho respeto. ¡Eres su prima mayor! —soltó como si eso lo resolviera todo.
Lo cierto es que a pesar de los más de 10 años que nos llevábamos, Dilan y yo siempre habíamos estado muy unidos. Él había sido el hermano pequeño que nunca tuve y, como tal, había cuidado de él, aconsejándole, haciéndole de confidente y ayudándole siempre que se metía en algún lío. Sin embargo, en los últimos años, desde que nuestra relación se había enfriado debido a mi matrimonio y a su acercamiento a la mayoría de edad, el más grande de los tres hijos de mi tía se había empezado a torcer.
El pequeño Dilan había crecido y ahora era un joven asiduo a salir de fiesta, que empezaba a andar con malas compañías, titubeando con las drogas, y a sentirse atraído por aficiones no demasiado recomendables. El chico se había convertido en un precoz delincuente y nos tenía a toda la familia preocupada.
Muy a mi pesar, cuando terminé la conversación telefónica ya tenía una decisión tomada. Pero lo peor aún estaba por llegar. Debía contárselo a Alejandro y procurar que no se lo tomara mal. Mi madre me había convencido y mi primo Dilan pasaría el verano con nosotros.
—Tú sabrás lo que haces —me dijo mi marido cuando le conté el cambio de planes.
—Alejandro, sabes perfectamente el problema que tenemos con Dilan. Si no lo sacamos de su círculo habitual durante estas vacaciones podemos arrepentirnos de por vida.
—Lo sé, cariño, soy perfectamente consciente de ello. Lo que te quiero decir es que yo solo voy a estar los fines de semana y eres tú la que vas a tener que estar sola lidiando con el problema.
—Ya…
Alejandro me hizo dudar. Tenía la esperanza de que las vacaciones sirvieran para recuperar al mejor Dilan, al chico afable que siempre había sido mi primo pequeño. Pero no sabía si sería capaz de contener al macarra en que se había convertido. En cualquier caso no tenía otra opción.
—Si tú estás segura de que es lo que quieres, a mí me parece bien —me sonrió, transmitiéndome su confianza.
Me alegró que mi esposo me comprendiera. Era un hombre maravilloso del que estaba completamente enamorada. Su bondad no tenía límites y a veces me enfadaba conmigo misma por olvidarlo, como era el caso, pensando que se podía llegar a disgustar porque mi madre nos hubiera encasquetado a Dilan. Sin embargo, a él lo único que le preocupaba era yo. Cosas como esa eran las que me volvían loca de Alejandro.
Dos semanas después, un sábado a primera hora, mi marido y yo estábamos en el interior del coche, aparcado en frente de casa de mi madre, conversando relajadamente mientras esperábamos, tal y como habíamos quedado, a que mi primo saliera del portal que teníamos justo delante.
Cuando se abrió la puerta vi salir disparado a Siscu, el más pequeño de mis primos, sorprendiéndome, pues no sabía que también estaba en casa de mi madre. Salí del coche para saludarle.
—¡Hola, peque! —usé el apelativo con el que toda la familia le llamábamos antes de que el niño, de 13 años recién cumplidos, me diera un afectuoso abrazo.
—¡Tata! —me recibió alegremente.
Mientras le daba el achuchón, vi aparecer a Fernando, mi otro primo, un introvertido adolescente de 15 años. Me extrañó ver que salía arrastrando una maleta.
—¿Qué tal, Fer? —le saludé haciéndole una simple carantoña. Sin duda era menos efusivo que su hermano pequeño.
—Ay, hija, ayúdame con esto —me soltó mi madre, saliendo del portal ataviada con una maleta pequeña y varios bultos más, haciendo que empezaran a saltar mis alarmas.
—¿Dónde está Dilan? —pregunté con el ceño fruncido.
—Ahora baja. Ayúdame —insistió.
—Déjeme a mí —se ofreció Alejandro, cogiendo los bártulos para meterlos en el coche.
—¿De quién son las maletas? —pregunté, temiéndome la encerrona.
—¡Nuestras! —respondió Siscu, que ya estaba correteando de un lado para otro, tan revoltoso como siempre.
—Peque, ten cuidado con los coches —le advirtió su tía.
—¿Cómo que de ellos? —bajé el tono de voz, agarrando a mi madre del brazo para que solo ella se percatara de que no me hacía ninguna gracia lo que estaba sucediendo.
—Ay, Vero, que los niños quieren ir con su hermano…
—¡Mama, no me jodas! —alcé la voz más de lo que pretendía, pero es que comenzaba a hervirme la sangre.
Había aceptado llevarme a Dilan por el evidente problema familiar, aún a riesgo de joder las vacaciones que había organizado con Alejandro. Pero llevarme a los otros dos mocosos sí que no entraba en mis planes y menos sabedora de que había sido vilmente manipulada por mi madre. Estaba a punto de estallar cuando el hermano que faltaba hizo acto de presencia.
—Hola —saludó con una voz firme.
Miré hacia Dilan, dejando por un momento la discusión a un lado y encontrándome con un pequeño hombre hecho y derecho. A pesar de su corta edad, la larga melena rubia, los aros que le agujereaban ambas orejas, el brazo completamente tatuado y la ropa juvenil, el rostro del veinteañero era el de un hombre maduro. Me gustó mucho volver a verlo después de unos cuantos meses. En el fondo seguía siendo el mismo niño que siempre había sido para mí.
—Hola, guapo —le sonreí como una tonta, incapaz de calcular cuánto podía querer a ese crío.
Mientras Dilan se acomodaba en el coche y sus dos hermanos jugaban a chincharse el uno al otro, continué la discusión que había dejado a medias. Aunque desde un principio no pretendía ceder, era inútil negarme. Mi madre había jugado demasiado bien las cartas y yo lo único que podía hacer era desilusionar a mis primos, cosa que no quería que pasara. Pero tampoco pretendía darle el gusto a la mujer que me había traído al mundo.
Por suerte intervino Alejandro, apaciguando la tensión que se había generado entre nosotras. Me escudé en él, quien hizo ver que me convencía para que finalmente accediera a que los tres pequeños se vinieran al apartamento. Sin duda me costaba mucho menos darle la razón a mi marido. Y así fue como unas vacaciones tranquilas y en pareja se convirtieron definitivamente en un verano con mis primos.
Día 1. Sábado.
El recorrido en coche hacia el apartamento fue agradable, incluso divertido. Lo cierto es que yo siempre había tenido mucho feeling con los chicos y me alegraba descubrir que no lo había perdido. Alejandro también ponía de su parte, pues desde que había conocido a mis primos se había llevado bien con ellos. Siscu y Fer parecían contentos por pasar las vacaciones con nosotros y, aunque Dilan intentaba mostrarse más distante en ese sentido, estaba convencida de que en el fondo también le apetecía.
Tal y como se podía apreciar en las fotos de la web, el apartamento se trataba de una casa adosada de un único piso que, junto a las colindantes, formaban parte de todo un bloque de viviendas de alquiler. La entrada daba a un pasillo con dos puertas en la pared de la derecha. La primera era el cuarto de baño común y la otra una habitación doble con dos camas pequeñas que se agenciaron Siscu y Fernando. Al final del corredor estaba la estancia más grande del apartamento, un amplio salón separado de la cocina por una barra americana, justo al otro lado del acceso a la habitación de matrimonio, que tenía lavabo propio y usaríamos Alejandro y yo. Dilan tendría que dormir en el sofá cama del salón.
Pero lo que nos había hecho elegir ese apartamento era la parte de atrás. Al fondo de la vivienda había una enorme puerta corredera de cristal que daba a un patio para uso particular en el que había una piscina de 8 metros de largo por 3 de ancho. El pequeño terreno tenía un camino de piedra que cruzaba el césped, desde el adosado hasta la piscina, pasando junto a un frondoso pino. Estaba delimitado por unas vallas de brezo lo suficientemente altas como para que los vecinos no pudieran ver lo que pasaba en las parcelas colindantes con lo que la intimidad estaba asegurada.Tras descargar el coche y acomodarnos cada uno en sus respectivas estancias, nos dispusimos a preparar algo para comer pues ya se nos había hecho tarde. Mientras comíamos en el salón viendo algo en la única televisión que había en el apartamento, conversamos sobre cómo nos organizaríamos durante las vacaciones.
Yo no pensaba ser la chacha de nadie. Alejandro y yo solíamos compartir las tareas del hogar, pero después de estar toda la semana trabajando no iba a permitir que mi marido también tuviera que pringar durante los fines de semana así que exigí a los chicos que colaboraran. Mis primos aceptaron, pero con condiciones.
Dilan quería libertad para poder salir por las noches, mientras que Siscu pidió ir todos los días a la playa. Fernando, sin embargo, aceptó mis imposiciones sin rechistar.
—Bueno, Dilan, eso lo vamos viendo —le dije al mayor.
—A ver, Vero, es que si no me dejas salir, me iré igualmente —me desafió.
—Sabes perfectamente que por mí no hay ningún problema —aclaré—. Eres tú el que tiene que demostrar que podemos confiar en ti y que si te dejamos salir vas a ser responsable.
—Dilan, macho —intervino Alejandro—, es que tú te lo has buscado. Con nosotros sabes que vas a tener toda la libertad del mundo, pero…
—¡Que sí, pesados! —le cortó—. Prometo ser un niño bueno —rio abiertamente.
—Eso espero —le dediqué mi mejor sonrisa—. De todos modos, como te he dicho, lo vamos viendo.
Me giré hacia el más pequeño de mis primos y, sin perder el gesto alegre, procuré tranquilizarle sobre sus temores.
—Por supuesto que iremos a la playa. En cuanto te pongas con los deberes del cole iremos todos los días —bromeé, provocando la simpática mueca de protesta de Siscu y las risas de Fernando.
—¿Y tú de qué te ríes? —le preguntó Alejandro jocosamente.
—Del peque. Si se hubiera esforzado como yo durante el año ahora no tendría tareas de verano.
—¡Cállate, enano! —Dilan agarró a su hermano, restregándole los nudillos por la cabeza— ¡Empollón! —le chinchó.
En seguida Siscu se apuntó a la gresca y volvió la algarabía típica y habitual que normalmente rodeaba a mis primos. Alejandro y yo nos miramos y nos entendimos sin hablar. Iban a ser unas vacaciones muy diferentes a las que habíamos imaginado.
Aprovechamos la tarde del sábado para ir a comprar todo lo necesario puesto que Alejandro se llevaría el coche para ir a trabajar y durante la semana únicamente podríamos desplazarnos a pie. El apartamento estaba en segunda línea de mar y el pueblo era lo suficientemente pequeño como para que la zona más céntrica y la estación de tren no quedaran demasiado lejos. Así que estar sin vehículo propio no debía suponer ningún problema.
Tras guardar la compra en el apartamento, dejándolo todo completamente organizado, nos dispusimos a preparar la cena. Ese día habíamos madrugado y estábamos cansados del viaje así que no tardamos demasiado en irnos a dormir.
—Siento mucho que estas no sean las vacaciones que habíamos soñado —me disculpé ante Alejandro, una vez a solas en la habitación.
—No digas tonterías. Las que habíamos planificado tampoco eran las mejores que podíamos tener. Ya tendremos ocasión el año que viene… —me sonrió.
—Tienes razón.
—Tendrías que tomártelo de forma positiva. Aburrirte no te vas a aburrir —me hizo reír.
—Es cierto. Pero tampoco tendré la libertad para irme a la playa a buscarme un chulazo con el que entretenerme —le chinché.
—Pues una de las compañeras del nuevo curro dice que se alegra de que este año no tenga vacaciones —contraatacó, consiguiendo divertirme.
—Serás idiota…
Me abalancé sobre mi marido, besándolo con pasión. Quién sabe si esa primera noche habríamos acabado haciendo el amor de haber estado los dos solos. Probablemente sí, pero no era el caso. La presencia de mis primos me cortó y no pasamos de unos cuantos morreos y arrumacos.
Continuara!!!!
ESTE ES UN RELATO QUE EXTRAJE DE UN BLOG ESPAÑOL, QUE ME CALENTO MUCHO, Y QUERIA COMPARTIRLO. GRACIAS POR LA ESPERA, , ES SOLO PARA ENTRETENERLOS, YA QUE ANDO A MIL Y CON POCO TIEMPO DE SEGUIR MI HISTORIA.
Lamentablemente Alejandro acababa de cambiar de trabajo y aún no le pertenecían vacaciones con lo que únicamente podría hacerme compañía los fines de semana. El resto de días los pasaría sola, tomando el sol tranquilamente en la playa o disfrutando de alguno de los muchos libros que tenía pendientes. En definitiva, los festivos de verano me iban a servir para relajarme y desconectar por completo de mi estresante vida laboral.
Sin embargo, no esperaba para nada la llamada telefónica que acababa de recibir, trastocando nuestros planes por completo.
—Hija, ya sabes lo preocupada que está tu tía. ¿Qué te cuesta? —insistió mi madre a través del móvil que tenía pegado a la oreja.
—Pues me cuesta cambiar unas vacaciones para estar relajada y disfrutar de mi marido, que bastante poco podemos disfrutar el uno del otro normalmente, por tres semanas teniendo que hacer de niñera.
—Hablas como si fuera un bebé, que Dilan ya tiene 20 años.
—Sí, pero sabes perfectamente que no es ningún santo. Si la tía lo que quiere es apartarlo de su grupo de amistades es precisamente por algo.
—Mira, Verónica, tú verás lo que haces, pero el chico necesita alguien que le influya positivamente. Y él siempre te ha tenido mucho respeto. ¡Eres su prima mayor! —soltó como si eso lo resolviera todo.
Lo cierto es que a pesar de los más de 10 años que nos llevábamos, Dilan y yo siempre habíamos estado muy unidos. Él había sido el hermano pequeño que nunca tuve y, como tal, había cuidado de él, aconsejándole, haciéndole de confidente y ayudándole siempre que se metía en algún lío. Sin embargo, en los últimos años, desde que nuestra relación se había enfriado debido a mi matrimonio y a su acercamiento a la mayoría de edad, el más grande de los tres hijos de mi tía se había empezado a torcer.
El pequeño Dilan había crecido y ahora era un joven asiduo a salir de fiesta, que empezaba a andar con malas compañías, titubeando con las drogas, y a sentirse atraído por aficiones no demasiado recomendables. El chico se había convertido en un precoz delincuente y nos tenía a toda la familia preocupada.
Muy a mi pesar, cuando terminé la conversación telefónica ya tenía una decisión tomada. Pero lo peor aún estaba por llegar. Debía contárselo a Alejandro y procurar que no se lo tomara mal. Mi madre me había convencido y mi primo Dilan pasaría el verano con nosotros.
—Tú sabrás lo que haces —me dijo mi marido cuando le conté el cambio de planes.
—Alejandro, sabes perfectamente el problema que tenemos con Dilan. Si no lo sacamos de su círculo habitual durante estas vacaciones podemos arrepentirnos de por vida.
—Lo sé, cariño, soy perfectamente consciente de ello. Lo que te quiero decir es que yo solo voy a estar los fines de semana y eres tú la que vas a tener que estar sola lidiando con el problema.
—Ya…
Alejandro me hizo dudar. Tenía la esperanza de que las vacaciones sirvieran para recuperar al mejor Dilan, al chico afable que siempre había sido mi primo pequeño. Pero no sabía si sería capaz de contener al macarra en que se había convertido. En cualquier caso no tenía otra opción.
—Si tú estás segura de que es lo que quieres, a mí me parece bien —me sonrió, transmitiéndome su confianza.
Me alegró que mi esposo me comprendiera. Era un hombre maravilloso del que estaba completamente enamorada. Su bondad no tenía límites y a veces me enfadaba conmigo misma por olvidarlo, como era el caso, pensando que se podía llegar a disgustar porque mi madre nos hubiera encasquetado a Dilan. Sin embargo, a él lo único que le preocupaba era yo. Cosas como esa eran las que me volvían loca de Alejandro.
Dos semanas después, un sábado a primera hora, mi marido y yo estábamos en el interior del coche, aparcado en frente de casa de mi madre, conversando relajadamente mientras esperábamos, tal y como habíamos quedado, a que mi primo saliera del portal que teníamos justo delante.
Cuando se abrió la puerta vi salir disparado a Siscu, el más pequeño de mis primos, sorprendiéndome, pues no sabía que también estaba en casa de mi madre. Salí del coche para saludarle.
—¡Hola, peque! —usé el apelativo con el que toda la familia le llamábamos antes de que el niño, de 13 años recién cumplidos, me diera un afectuoso abrazo.
—¡Tata! —me recibió alegremente.
Mientras le daba el achuchón, vi aparecer a Fernando, mi otro primo, un introvertido adolescente de 15 años. Me extrañó ver que salía arrastrando una maleta.
—¿Qué tal, Fer? —le saludé haciéndole una simple carantoña. Sin duda era menos efusivo que su hermano pequeño.
—Ay, hija, ayúdame con esto —me soltó mi madre, saliendo del portal ataviada con una maleta pequeña y varios bultos más, haciendo que empezaran a saltar mis alarmas.
—¿Dónde está Dilan? —pregunté con el ceño fruncido.
—Ahora baja. Ayúdame —insistió.
—Déjeme a mí —se ofreció Alejandro, cogiendo los bártulos para meterlos en el coche.
—¿De quién son las maletas? —pregunté, temiéndome la encerrona.
—¡Nuestras! —respondió Siscu, que ya estaba correteando de un lado para otro, tan revoltoso como siempre.
—Peque, ten cuidado con los coches —le advirtió su tía.
—¿Cómo que de ellos? —bajé el tono de voz, agarrando a mi madre del brazo para que solo ella se percatara de que no me hacía ninguna gracia lo que estaba sucediendo.
—Ay, Vero, que los niños quieren ir con su hermano…
—¡Mama, no me jodas! —alcé la voz más de lo que pretendía, pero es que comenzaba a hervirme la sangre.
Había aceptado llevarme a Dilan por el evidente problema familiar, aún a riesgo de joder las vacaciones que había organizado con Alejandro. Pero llevarme a los otros dos mocosos sí que no entraba en mis planes y menos sabedora de que había sido vilmente manipulada por mi madre. Estaba a punto de estallar cuando el hermano que faltaba hizo acto de presencia.
—Hola —saludó con una voz firme.
Miré hacia Dilan, dejando por un momento la discusión a un lado y encontrándome con un pequeño hombre hecho y derecho. A pesar de su corta edad, la larga melena rubia, los aros que le agujereaban ambas orejas, el brazo completamente tatuado y la ropa juvenil, el rostro del veinteañero era el de un hombre maduro. Me gustó mucho volver a verlo después de unos cuantos meses. En el fondo seguía siendo el mismo niño que siempre había sido para mí.
—Hola, guapo —le sonreí como una tonta, incapaz de calcular cuánto podía querer a ese crío.
Mientras Dilan se acomodaba en el coche y sus dos hermanos jugaban a chincharse el uno al otro, continué la discusión que había dejado a medias. Aunque desde un principio no pretendía ceder, era inútil negarme. Mi madre había jugado demasiado bien las cartas y yo lo único que podía hacer era desilusionar a mis primos, cosa que no quería que pasara. Pero tampoco pretendía darle el gusto a la mujer que me había traído al mundo.
Por suerte intervino Alejandro, apaciguando la tensión que se había generado entre nosotras. Me escudé en él, quien hizo ver que me convencía para que finalmente accediera a que los tres pequeños se vinieran al apartamento. Sin duda me costaba mucho menos darle la razón a mi marido. Y así fue como unas vacaciones tranquilas y en pareja se convirtieron definitivamente en un verano con mis primos.
Día 1. Sábado.
El recorrido en coche hacia el apartamento fue agradable, incluso divertido. Lo cierto es que yo siempre había tenido mucho feeling con los chicos y me alegraba descubrir que no lo había perdido. Alejandro también ponía de su parte, pues desde que había conocido a mis primos se había llevado bien con ellos. Siscu y Fer parecían contentos por pasar las vacaciones con nosotros y, aunque Dilan intentaba mostrarse más distante en ese sentido, estaba convencida de que en el fondo también le apetecía.
Tal y como se podía apreciar en las fotos de la web, el apartamento se trataba de una casa adosada de un único piso que, junto a las colindantes, formaban parte de todo un bloque de viviendas de alquiler. La entrada daba a un pasillo con dos puertas en la pared de la derecha. La primera era el cuarto de baño común y la otra una habitación doble con dos camas pequeñas que se agenciaron Siscu y Fernando. Al final del corredor estaba la estancia más grande del apartamento, un amplio salón separado de la cocina por una barra americana, justo al otro lado del acceso a la habitación de matrimonio, que tenía lavabo propio y usaríamos Alejandro y yo. Dilan tendría que dormir en el sofá cama del salón.
Pero lo que nos había hecho elegir ese apartamento era la parte de atrás. Al fondo de la vivienda había una enorme puerta corredera de cristal que daba a un patio para uso particular en el que había una piscina de 8 metros de largo por 3 de ancho. El pequeño terreno tenía un camino de piedra que cruzaba el césped, desde el adosado hasta la piscina, pasando junto a un frondoso pino. Estaba delimitado por unas vallas de brezo lo suficientemente altas como para que los vecinos no pudieran ver lo que pasaba en las parcelas colindantes con lo que la intimidad estaba asegurada.Tras descargar el coche y acomodarnos cada uno en sus respectivas estancias, nos dispusimos a preparar algo para comer pues ya se nos había hecho tarde. Mientras comíamos en el salón viendo algo en la única televisión que había en el apartamento, conversamos sobre cómo nos organizaríamos durante las vacaciones.
Yo no pensaba ser la chacha de nadie. Alejandro y yo solíamos compartir las tareas del hogar, pero después de estar toda la semana trabajando no iba a permitir que mi marido también tuviera que pringar durante los fines de semana así que exigí a los chicos que colaboraran. Mis primos aceptaron, pero con condiciones.
Dilan quería libertad para poder salir por las noches, mientras que Siscu pidió ir todos los días a la playa. Fernando, sin embargo, aceptó mis imposiciones sin rechistar.
—Bueno, Dilan, eso lo vamos viendo —le dije al mayor.
—A ver, Vero, es que si no me dejas salir, me iré igualmente —me desafió.
—Sabes perfectamente que por mí no hay ningún problema —aclaré—. Eres tú el que tiene que demostrar que podemos confiar en ti y que si te dejamos salir vas a ser responsable.
—Dilan, macho —intervino Alejandro—, es que tú te lo has buscado. Con nosotros sabes que vas a tener toda la libertad del mundo, pero…
—¡Que sí, pesados! —le cortó—. Prometo ser un niño bueno —rio abiertamente.
—Eso espero —le dediqué mi mejor sonrisa—. De todos modos, como te he dicho, lo vamos viendo.
Me giré hacia el más pequeño de mis primos y, sin perder el gesto alegre, procuré tranquilizarle sobre sus temores.
—Por supuesto que iremos a la playa. En cuanto te pongas con los deberes del cole iremos todos los días —bromeé, provocando la simpática mueca de protesta de Siscu y las risas de Fernando.
—¿Y tú de qué te ríes? —le preguntó Alejandro jocosamente.
—Del peque. Si se hubiera esforzado como yo durante el año ahora no tendría tareas de verano.
—¡Cállate, enano! —Dilan agarró a su hermano, restregándole los nudillos por la cabeza— ¡Empollón! —le chinchó.
En seguida Siscu se apuntó a la gresca y volvió la algarabía típica y habitual que normalmente rodeaba a mis primos. Alejandro y yo nos miramos y nos entendimos sin hablar. Iban a ser unas vacaciones muy diferentes a las que habíamos imaginado.
Aprovechamos la tarde del sábado para ir a comprar todo lo necesario puesto que Alejandro se llevaría el coche para ir a trabajar y durante la semana únicamente podríamos desplazarnos a pie. El apartamento estaba en segunda línea de mar y el pueblo era lo suficientemente pequeño como para que la zona más céntrica y la estación de tren no quedaran demasiado lejos. Así que estar sin vehículo propio no debía suponer ningún problema.
Tras guardar la compra en el apartamento, dejándolo todo completamente organizado, nos dispusimos a preparar la cena. Ese día habíamos madrugado y estábamos cansados del viaje así que no tardamos demasiado en irnos a dormir.
—Siento mucho que estas no sean las vacaciones que habíamos soñado —me disculpé ante Alejandro, una vez a solas en la habitación.
—No digas tonterías. Las que habíamos planificado tampoco eran las mejores que podíamos tener. Ya tendremos ocasión el año que viene… —me sonrió.
—Tienes razón.
—Tendrías que tomártelo de forma positiva. Aburrirte no te vas a aburrir —me hizo reír.
—Es cierto. Pero tampoco tendré la libertad para irme a la playa a buscarme un chulazo con el que entretenerme —le chinché.
—Pues una de las compañeras del nuevo curro dice que se alegra de que este año no tenga vacaciones —contraatacó, consiguiendo divertirme.
—Serás idiota…
Me abalancé sobre mi marido, besándolo con pasión. Quién sabe si esa primera noche habríamos acabado haciendo el amor de haber estado los dos solos. Probablemente sí, pero no era el caso. La presencia de mis primos me cortó y no pasamos de unos cuantos morreos y arrumacos.
Continuara!!!!
ESTE ES UN RELATO QUE EXTRAJE DE UN BLOG ESPAÑOL, QUE ME CALENTO MUCHO, Y QUERIA COMPARTIRLO. GRACIAS POR LA ESPERA, , ES SOLO PARA ENTRETENERLOS, YA QUE ANDO A MIL Y CON POCO TIEMPO DE SEGUIR MI HISTORIA.
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