Pero el niño ya dormía.
Día 19. Miércoles.
—¿Qué haces, amor mío?
—Pues qué voy a hacer, trabajar —contestó Alejandro con claros signos de desgana.
—¿Y cuándo vas a venir?
—Ya lo sabes. El viernes, cuando salga de currar.
—¡Jo! ¿Y no puede ser antes? —me quejé, forzando un tono de pena.
—Ojalá pudiera —imitó mi entonación.
—Sabes lo mucho que te quiero, ¿verdad?
—Pues claro, cariño.
—Te echo de menos…
—Y yo a ti.
Aunque no le pude ver, me lo imaginé sonriendo. Eso me dio cierta paz interior. Aún no me creía que la noche anterior le hubiera hecho una paja al más pequeño de mis primos. Pero es que el chico se había puesto muy pesado. O al menos eso me repetía a mí misma una y otra vez.
La conversación telefónica a primera hora de la mañana mientras Fer ayudaba a Siscu con los deberes, me sentó bien. Necesitaba hablar con mi marido para decirle lo mucho que le quería. Evidentemente eso no había cambiado por más que hubiera disfrutado de varios tonteos con los chicos.
Por suerte para mí, a pesar de lo vivido, mis primos actuaban con naturalidad. Parecía que nunca nos hubiéramos visto desnudos y eso me reconfortaba. Tampoco habíamos perdido la complicidad y confianza que habíamos alcanzado. Todo eso ayudaba a considerar que lo ocurrido con el peque no había sido más que un descuido al que no debía darle mayor relevancia.
Decidí que era preciso volver a la normalidad, así que pasamos la mañana en la piscina y por la tarde fuimos a la playa. Sin embargo, aunque Dilan volvió a salir, esta vez no pensaba esperarlo despierta y, al igual que los últimos días, mi intención era no acostarme acompañada.
—Hoy me toca a mí dormir contigo —advirtió Fernando.
—Lo siento, pero hoy duermo sola, que anoche el peque ya se coló en mi cama a traición —sonreí, procurando no darle importancia.
—Pues no me parece justo —se quejó el quinceañero.
—Fer, cariño —intenté ser afectuosa para que no se enfadara—, no hay ninguna norma escrita que diga que debáis dormir conmigo —procuré regalarle mi mejor sonrisa.
—¡Pues yo quiero! —se enfurruñó, ruborizándose y consiguiendo que finalmente diera mi brazo a torcer.
Aunque tenía miedo de volver a acostarme con alguno de mis primos por lo que pudiera suceder, por suerte Fer era mucho más parado que el peque y, una vez en la cama, no abrió la boca ni se movió un milímetro hasta que se durmió. Me quedé tranquila.
Debía ser de madrugada cuando me desperté. Estaba de costado, de espaldas a mi primo, que tenía una mano apoyada sobre mi cadera. Sonreí, imaginando en lo que Fer podría estar soñando. Iba a apartarle cuando, de repente, el quinceañero se movió, rozándome sutilmente. El inesperado gesto me hizo dudar de si realmente estaba dormido.
La caricia no se detuvo y decidí esperar a ver lo que ocurría. La mano de mi primo subió muy lentamente por mi costado, hasta toparse con mi brazo, muy cerca de mi axila. El chico cambió la dirección y se dirigió hacia mi pecho. ¡No me lo podía creer! ¿Iba a meterme mano? Y vaya si lo hizo. El mocoso me sobó con delicadeza una de las tetas.
Me quedé en shock. Si bien es cierto que yo misma le había permitido hacerlo con la excusa de ponerme crema, para nada me esperaba que lo hiciera a traición mientras dormía. Las alarmas se encendieron en mi mente cuando pensé si lo habría hecho otras veces durante las dos semanas que llevábamos compartiendo lecho de forma intermitente. Me invadió la extraña sensación de no saber si el sentirme violada en la intimidad me disgustaba o todo lo contrario.
El chico coló la mano bajo mi camiseta, devolviéndome a la realidad de lo que estaba sucediendo y entrando en contacto directo con mis senos. Me rozó la sensible piel de las areolas, haciendo que las caricias comenzaran a surgir efecto. Sentí cómo los pezones se me endurecían.
De repente, Fer se apartó con cierta premura, no sé si alertado por algo. Lo cierto es que mi corazón palpitaba a tantas pulsaciones que fui incapaz de percatarme si había ocurrido alguna cosa más allá de las incestuosas sobadas. Pasaron un par de minutos de tranquilidad cuando pensé que todo había acabado.
—Vero… —cuchicheó de una forma casi imperceptible.
Sentí la mano que se asentó sobre mis nalgas, masajeándomelas. Al parecer la sesión aún no había concluido. Oí a mi primo farfullar, pero no entendí lo que decía. Y de repente, noté un dedo rozándome la entrepierna. Reprimí el repentino grito debido a la impresión, pues no me lo esperaba.
—Quiero verte el chochito otra vez…
Ahora sí le entendí y para nada me esperaba el inaudito comentario soez de mi tímido primo, pero lo cierto es que el tono grotesco me incendió. Recordé cómo me abrí de piernas para él en la cala y me imaginé a Fer con el rostro descompuesto como entonces. Gemí levemente, sin poder evitarlo. El chico se detuvo instantáneamente, intuí que asustado por mi sollozo.
—¿Te gusta lo que te hago, prima? —musitó tras unos largos segundos de silencio, introduciéndose a través de la pernera de mis pantalones—. Eres muy zorra.
No me dio tiempo a sentirme mal por cómo me había calificado cuando noté el dedo de Fer hurgando en mis partes íntimas, hasta que consiguió engancharme las braguitas, tirando de ellas sutilmente. Pensé que debía estar demasiado excitado, pues ya se estaba arriesgando más de la cuenta. Con tanto roce mis ganas de marcha tampoco se quedaban atrás, así que decidí ayudarle antes de que tirara excesivamente fuerte de mi ropa interior, haciendo imposible que pudiera seguir haciéndome la dormida. Moví ligeramente la pierna, permitiéndole al fin alcanzar el objetivo. El niño me había desplazado el pantaloncito y las bragas, dejando a la vista mi entrepierna. Oí cómo inspiraba.
—Joder… —balbuceó más fuerte de lo debido—. ¡Uhm… cómo te huele el coño!
Me ruboricé, sintiendo cómo mi raja hacía aguas. Mi primo se removió sospechosamente, así que, temerosa de lo que pensara hacer, decidí pararle definitivamente. Pero antes de hacerlo, noté que algo se restregaba contra mi culo. ¿Eso era el pollón de mi primo? Me acojoné, pues tenía mi lubricada vagina relativamente a tiro. Asustada y nerviosa, con el clítoris palpitando al ritmo de las sacudidas de mi corazón, dejé caer un brazo disimuladamente, interponiéndome en sus posibles intenciones y haciendo que mi mano entrara en contacto con la adolescente verga. Me quedé quieta, expectante, haciéndome aún la dormida.
Fer se quedó inmóvil, sospeché que nuevamente asustado por mi gesto, pero no tardó en aceptar mi sutil invitación. Me asió el brazo y, con suma delicadeza, me lo acercó a su entrepierna. Yo dejé la mano muerta, sintiendo cómo me la restregaba por su durísima verga. La tentación era tan grande como su polla así que, tras unos cuantos roces, no aguanté más. Se la agarré. Fer gimió.
—Ha… azme un pajote —me susurró al oído.
Dudé de si ya era consciente de que estaba despierta, así que me quedé nuevamente quieta, sin saber muy bien cómo actuar. Fue él quien comenzó a moverse, haciendo que su enorme falo se desplazara entre mis dedos, que poco a poco se iban acompasando a su ritmo, siguiéndole en las acometidas. No tardé en descubrirme, sobándole el pollón ya con total descaro.
Me giré, colocándome de cara a mi primo, que tenía una mueca desencajada. Casi daba miedo. Le sonreí, procurando transmitirle confianza, y comencé a masturbarlo. Sentí cómo las enormes venas del tronco se aplastaban debido a la presión de mis dedos. Estiré la piel, descubriéndole el glande. Fer comenzó a gemir demasiado fuerte y no tuve más remedio que taparle la boca mientras le chistaba.
—Si no te calmas no voy a poder seguir —le indiqué, deteniendo la paja.
El chico afirmó con la cabeza. Retiré la mano de su boca y proseguí la masturbación, haciendo que el niño volviera a sollozar efusivamente. Me detuve nuevamente, mirándole con cara de circunstancias.
—Es que… me gusta demasiado —me hizo sonreír.
Me invadió un sentimiento de ternura que, mezclado con el sucio olor a verga que comenzaba a llegarme a la nariz, me empujó a regalarle algo que nunca olvidaría.
—Pues si esto te ha gustado, ahora vas a flipar —le advertí.
Tapándole la boca nuevamente, me agaché en dirección a la entrepierna del menor de edad. El aroma a masculinidad de mi primo pequeño llegaba a mis fosas nasales con mayor intensidad a medida que me acercaba. Saqué la lengua y le di un primer lametón.
—¡Oh! —el descontrolado gemido de Fer se perdió entre mis dedos.
—Chis… —procuré calmarlo, antes de darle un segundo lengüetazo.
El falo sabía tan bien como olía. ¡Y era tan grande! Mi primo se retorcía de placer, babeándome la mano. Y a mí me encantaba que disfrutara tanto gracias a mi buen hacer. Sin duda, eso me animaba a continuar. Cerré los ojos, abrí la boca y se la comí.
Los centímetros de rabo iban pasando por mis labios hacia mi garganta. Nunca me había tragado una polla tan larga, así que busqué mi tope. Cuando el bálano me rozó la campanilla, provocándome una arcada, aún debía faltarme un cuarto de verga aproximadamente. Carraspeé. Aguanté en esa posición, paseando mi lengua a través del tronco para jugar con las enormes venas que se removían a un lado y a otro mientras algunos de los traviesos pelos púbicos del muchacho me cosquilleaban en la comisura de los labios.
Fer se retorció, golpeándome el fondo de la garganta con el falo y provocándome un colapso respiratorio. Abrí la boca, asfixiada, buscando un mínimo de resuello, cuando sentí el calor que comenzaba a inundarme la cavidad bucal. El copioso semen del menor de edad me hizo toser, haciendo que el lechoso líquido rebosara, saliendo de mi boca junto con mis babas, algunos pelos y la enorme verga que no dejaba de emanar esperma, salpicándome en la cara.
El estropicio no fue pequeño. Además del par de chorros de lefa deslizándose por mi rostro, manchamos la cama y el cuerpo de Fer quedó completamente pringado. El quinceañero se tuvo que dar una ducha. Mientras lo hacía, yo me encargué de cambiar las sábanas. También aproveché para ponerme unas bragas limpias, pues las que llevaba las había dejado empapadas.
Cuando mi primo salió del cuarto de baño yo ya estaba haciéndome la dormida. Sintiendo en mi boca el regusto agridulce de la corrida, se me caía la cara de vergüenza por lo que había hecho. De hecho, no sabía si podría volver a mirarme en el espejo. Sin embargo, al notar la presencia masculina acostándose a mi lado, las pulsaciones se me dispararon y volví a sentir los reclamos de mi clítoris. Quería follar. Me pregunté qué estaría haciendo Alejandro.
Día 20. Jueves.
Por suerte Fer ya se había levantado cuando me desperté. No había hablado con él sobre lo sucedido, así que me envolvía una tremenda desazón. Intenté convencerme de que el chico no diría nada, pues tampoco me veía con el valor de afrontar una nueva charla con el quinceañero. ¡Es que le había hecho una mamada! No me lo podía creer. Atormentada, dejé pasar el tiempo, levantándome más tarde que de costumbre.
Cuando salí al salón, me topé con Dilan, que estaba viendo la tele. Los dos pequeños jugaban en el agua de la piscina. Me dejé caer junto al veinteañero, derrumbada, en completo silencio.
—Buenos días —me saludó sin dejar de mirar el televisor.
—Buenos días —contesté con cierto desánimo.
—¿Qué le pasa a la reina de la casa?
Sonreí ligeramente, sin muchas ganas.
—Dilan… ¿crees que he obrado bien estos últimos días?
Ahora fue él quien sonrió, pero no dijo nada.
—Tengo que confesarte una cosa… —proseguí, necesitada de quitarme de encima el mal estar que me reconcomía por dentro.
—A ver si lo adivino…
Me quedé expectante, incapaz de creer que pudiera saber lo que me provocaba la pesadumbre.
—Le has hecho una paja al peque y una mamada a Fer.
Me quedé a cuadros. Mi rostro debía reflejar el asombro al descubrir que probablemente mis primos se lo habían explicado todo a su hermano mayor.
—¿Te lo han contado ellos? —me quise asegurar.
—Los tienes impresionados —rio—. Cuentan maravillas de ti.
—¡Ay, madre mía, Dilan, pero qué he hecho! —Mis lamentos provocaron las carcajadas del veinteañero.
—Pues pasarlo bien. Y, sobre todo, hacerles pasar un buen rato a ellos.
Esa era la única idea a la que podía aferrarme para aceptar lo que había pasado. Me reconfortaba hablar con el mayor de mis primos, así que aproveché para explicarle los motivos que me habían llevado a hacer lo que había hecho. Ya le había confesado a Dilan que mi marido no me colmaba las expectativas sexuales, así que no le extrañó que le dijera que llevaba varios días más salida que de costumbre. Entre eso y la briosa testosterona de la que estaba todo el día rodeada me había dejado llevar, cometiendo las locuras de las que claramente me arrepentía.
—Y, dime, ¿cómo vas del calentón? —me preguntó sin rubor alguno.
—¡Dilan! —me quejé, golpeándole jocosamente en el hombro, pues ya me sentía mucho más animada.
—A ver, ellos se han desfogado, pero tú…
—Yo no —suspiré—. Aún espero a que Alejandro me deba lo que es mío —sonreí, empezando a comportarme con cierta picardía.
—¿Y qué pasa si no cumple?
—¡Uf! —resoplé—. Creo que me daría un ataque —puse una divertida mueca, procurando quitarle hierro.
—Bueno, si eso pasa igual podemos hacer algo.
¡¿Cómo?! ¿Mi primo acababa de insinuarse descaradamente? No supe reaccionar y, simplemente, sonreí como una tonta. Reflexioné unos instantes y… sí, la idea me calentaba. Así que procuré borrar esos alocados pensamientos y deseé que al día siguiente mi marido estuviera a la altura.
—Cumplirá —concluí finalmente, intentando aparentar una seguridad que no era tal.
Dilan rio.
—Si ves que se te hace larga la espera, lo vamos hablando —me guiñó un ojo antes de levantarse y salir a fuera con los dos menores.
Me dejó de piedra. Una roca por la que corría un riachuelo que me humedecía las bragas. Las insinuaciones de Dilan me habían puesto a tope una vez más, y no sé cuántas iban ya durante el verano. Resoplé y me alcé, poniéndome a hacer tareas del hogar para entretenerme. No quería salir a la piscina.
Por la tarde volvimos a ir a la playa. Allí estaba el cuarentón con el que coincidimos el lunes por la mañana. El muy adorable había cambiado el horario solo para volver a verme. Tras rogarle a Dilan que se comportara, disuadiéndole de su idea de mandarlo a casa a base de hostias, aproveché la presencia del desconocido para evitar meterme al agua con mis primos, quedándome en la arena charlando con él. El hombre me habló de varios temas, pero puso énfasis en dejarme claro lo arruinado que estaba su matrimonio. Yo no quise entrar en detalles sobre mi vida personal.
No sé por qué motivo había intuido que Dilan no saldría esa noche, pero me equivoqué. Me sentí ligeramente decepcionada. Tal vez había dado por hecho que, a falta de un día para la llegada de Alejandro, el chico pondría algo más de empeño en seducirme. No es que quisiera que lo hiciera, pero por algún extraño motivo me había hecho a la idea.
Lo bueno es que aproveché la ausencia del mayor de edad para tener una charla con los dos pequeños. Sin entrar en muchos detalles, intenté explicarles las razones por los que había ocurrido lo de las dos últimas noches. Centré mi argumentación en sus necesidades y en mi buena fe para hacerles un favor. Lógicamente obvié todo lo referente a mi disfrute personal. Los chicos parecieron entenderlo, así que solo me faltaba una cosa, la más importante tal vez. Nadie, absolutamente nadie más debía saber lo que había sucedido. El peque replicó, pero le convencí argumentando que en caso de que Alejandro se enterara, no podríamos volver a hacer nada parecido. No es que pensara hacerlo, por supuesto, pero me valía para mantenerlos con la boca cerrada.
Al parecer, había resuelto una crisis. Mis dos primos dormían en la habitación doble y Dilan aún tardaría en llegar. Estaba fatigada, más mentalmente que otra cosa, así que me fui a la cama. Pensé que era mejor evitar cualquier tipo de tentación con el veinteañero.
—Vero…
Estaba medio dormida cuando oí la voz del mayor de mis primos mientras entraba a la habitación.
—Vero, ¿estás despierta?
—No… bueno… ahora ya sí…
El chico se tumbó a mi lado.
—¿Sabes que…? Vengo con el calentón…
Sentí cómo se arrimaba a mi cuerpo.
—Dilan… —me quejé, apartándolo de mí sin demasiado esmero.
—Vamos, Vero, si estamos los dos necesitados…
No supe si bromeaba, pero me hizo reír. El chico comenzó a acariciarme la cadera, al parecer, sin mayores pretensiones.
—¿Pero no ves que no puede ser?
—Déjate llevar… tú no tienes que hacer nada —me sonrió, mostrándome un rostro tremendamente seductor.
—¿Y qué pretendes? —sonreí.
—Esta noche te hago yo el favor a ti, para que te desfogues de una vez.
Me hizo reír.
—Estás loco.
—Tú no tienes ni que tocarme.
Me estaba convenciendo. Con mis otros dos primos había sido demasiado proactiva y eso me había atormentado, sintiéndome completamente culpable de lo ocurrido. Pero Dilan me proponía otra cosa. Yo podía hacerme la muerta mientras él…
—¿Pero qué quieres hacerme?
—Quiero comerte el coño —soltó mientras pasaba a acariciarme la parte interna de los muslos.
¡Uhm! Ahogué el gemido. Solo escuchar la lujuriosa propuesta de mi primo hizo que comenzara a lubricar. Dudé un instante y mi momentáneo silencio debió tomárselo como un sí, pues Dilan me agarró los pantalones y tiró de ellos, dejándome en bragas.
—¡¿Qué haces?! —me quejé.
Era el momento clave. O le paraba ahora o no habría marcha atrás. Lógicamente iba a detenerle cuando de repente me agarró de la cintura, volteándome. Sin posibilidad de reacción, me quedé boca abajo, completamente despatarrada, con mi primo entre mis piernas. El chico me bajó la ropa interior, dejando la prenda a la altura de mis rodillas y metió la cabeza entre mis nalgas.
¡Oh, dios! ¿Cuánto hacía que no me hacían un cunnilingus? Alejandro lo había hecho en contadas ocasiones y únicamente en nuestros inicios. Sentí la lengua de mi primo adentrándose entre los pliegues de mi vagina y provocándome una placentera sensación de sometimiento. El ritmo de las lamidas era bueno. Incluso tal vez demasiado. En tan solo unos segundos me tenía al borde del orgasmo y creí que lo iba a alcanzar cuando me comió el ano. ¡Pero qué hijo de puta! Me tenía a su merced. En ese momento habría hecho cualquier cosa que me pidiera. Y él lo sabía. Por eso se detuvo.
—¿Por qué paras ahora…? —sollocé, ligeramente atormentada.
—La noche es larga.
Giré el rostro para ver cómo se relamía, sonriendo.
—No seas gilipollas…
Metí un brazo bajo mi cuerpo, buscando mi entrepierna para darme el empujoncito que me faltaba.
—Estate quieta —me detuvo, agarrándome la mano.
—¡Dilan, joder!
—Tranquila, que no te voy a dejar así…
Los ojos se me desencajaron al ver cómo se desabrochaba la bragueta.
—No, cariño, eso no…
Pero no me hizo caso. Se sacó la verga, completamente erecta, y volvió a voltearme. Esta vez me quedé sentada, completamente abierta de piernas. No me dio tiempo a recomponerme cuando Dilan me aferró de los muslos, atrayéndome hacia él. No tenía claro lo que iba a suceder ni si quería que pasara. Pero tampoco tuve oportunidad de pensarlo demasiado.
Mi coño, totalmente encharcado, estaba a escasos milímetros del sexo adolescente. El muchacho se agarró la polla y me dio unos golpecitos con el glande en la parte superior de la vulva, haciéndome vibrar y gemir. Me mordí el labio inferior, procurando no volver a soltar un suspiro que pudieran escuchar los dos pequeños.
Acto seguido, me restregó el cipote, haciendo que mis labios vaginales le lamieran el tronco. En un gesto acompasado, volvió a golpearme el clítoris con la polla. Ese fue el empujón que me faltaba. Me corrí. Comencé a gemir sutilmente durante unos cuantos segundos, lo que me duró el espectacular orgasmo que vino acompañado de un squirting. Sin dejar de darme golpecitos, cada vez que mi experimentado primo pequeño me rozaba con su falo, no podía evitar soltar un acuoso chorro debido al placer que me estaba provocando.
Aún jadeaba cuando comencé a recomponerme. Lo primero que pensé fue en apartarme del mocoso, pero debió intuir mis intenciones y me sorprendió con un morreo. Me cautivó la pasión con la que me besó y, desarbolada, poco a poco me dejé llevar por el gusto de sentir cómo me comía la boca y me saboreaba la lengua. ¡Qué bien besaba el niñato!
Dilan aprovechó el desconcierto para metérmela a traición. Estaba completamente absorta con el morreo con lo que no me esperaba ser penetrada. En seguida me sobresalté al notar cómo mi coño se adaptaba al enorme tamaño del inesperado invasor. Sin embargo, para lo que no estaba preparada era para sentir el ampallang rasgándome las paredes internas de mi vagina. Me volví a correr.
Pero esta nueva corrida fue más visceral, más salvaje. Se acumulaba el placer físico y el mental. Saberme dominada por mi primo pequeño al que le sacaba más de 10 años y al que siempre había tratado como un hermano me hizo explotar. Ahora sí me dejé llevar, regocijándome en el espectacular goce del orgasmo. Un orgasmo subrepticio. Y así debía ser a pesar de mis chillidos.
Asustada, en mitad del éxtasis, mordí a mi primo para aplacar mis descontrolados alaridos. Lo que tenía más a mano era su muñeca y ahí clavé mis dientes, tan fuerte que comencé a saborear la sangre de la herida que le hice. Mi primo aguantó estoicamente. A pesar de su juventud, su actitud varonil me ponía aún más cachonda. No había terminado de correrme cuando sentí las acometidas del chiquillo. Me estaba follando. Y lo hacía muy, muy bien.
Día 21. Viernes.
Me desperté ligeramente aturdida. A mi mente comenzaron a llegar imágenes de sexo. De sexo con Dilan. Por un momento pensé que lo había soñado, pero pronto comencé a recordar. Mi primo pequeño me había regalado un polvo como ninguno de los que había echado con Alejandro. No solo era su juvenil fogosidad, también era su espectacular miembro viril y su tremenda experiencia a pesar de sus escasos 20 años. No pude evitar sonreír rememorando alguno de los pasajes del maravilloso encuentro de la pasada noche.
Pero poco me duró la alegría. En seguida fui consciente de que en tan solo unas horas llegaría mi marido, el hombre al que amaba y al que, por primera vez, le había sido infiel. Además, le había puesto los cuernos con un niñato, que encima era mi primo. De repente me invadió un tremendo malestar y deseé dar por concluidas las vacaciones que comenzaban a convertirse en una auténtica pesadilla. Y eso pensaba hacer en cuanto llegara Alejandro. Lo peor era que aún debía pasar casi todo el viernes.
Tal y como solía hacer el peque cuando quería escaquearse del colegio, fingí encontrarme mal como excusa para no salir de mi habitación en todo el día. Esa misma mentira me serviría para convencer a mi esposo de que nos fuéramos del apartamento antes de tiempo. Me sentí orgullosa de mi estratagema.
Mis primos me atendieron como a una reina. No era para menos, pues gracias a mí se iban a llevar un inolvidable recuerdo de sin duda las mejores vacaciones de sus cortas vidas. Al mediodía, Dilan me trajo la comida a la cama y me hizo gracia ver que, para disimular la mordedura, llevaba puesta la muñequera que le compramos a Siscu en el mercadillo.
—Se la he pedido al peque —confesó al ver que me fijaba.
—Supongo que eso significa pacto de silencio —le interrogué con total seriedad.
—Siempre le puedo decir que ha sido una que me follé anoche y que disfrutó más de lo que la muy puta se podía imaginar —me vaciló.
Guardé silencio, avergonzada.
Lo peor de estar en la habitación sin hacer nada es que no paraba de pensar. Intenté leer, pero no me concentraba y acabé practicando en mi cabeza todas las posibles conversaciones con Alejandro que se me ocurrían. Tras pasar por multitud de estados de ánimo, mi marido llegó al fin.
—¿Cómo estás? Ya me han dicho los chicos que llevas todo el día en la cama.
—Mejor —forcé una sonrisa—. Pero aún no me encuentro muy bien.
Procuré hacerle ver que estaba lo suficientemente mal como para querer irme, pero sin pasarme demasiado pues no tenía nada y tampoco podía acabar alarmándole como para que decidiera ir de urgencias al hospital.
—Esto no tendrá nada que ver con tus primos, ¿no? —me sorprendió.
—¿Por? —pregunté cautelosamente.
—Por lo que me contaste la semana pasada. ¿Han estado muy pesados esta semana o qué?
—La verdad es que un poco sí —afirmé sin querer dar muchas más explicaciones, pensando que podía ser una buena excusa para que Alejandro aceptara que nos marcháramos.
—Vaya… ¿qué ha ocurrido?
Mi marido parecía más que interesado, lo que hizo que me arrepintiera aún más de todo lo que había pasado.
—Nada. Tampoco tiene mayor importancia —mentí.
—Vamos, cariño, ¿por qué no me lo cuentas? —insistió, descolocándome ligeramente.
—Pero ¿por qué tanto interés?
—Te lo digo, pero…
—Pero, ¿qué? —me estaba poniendo de los nervios.
—Pues… me pone un poco la situación —sonrió con cierto rubor.
—Que te pone… ¿el qué, que los niños se me insinúen? —me extrañé.
—Sí. No sé… imaginarme que los tienes todo el día detrás de ti, cachondos perdidos…
No me lo podía creer. Por un lado esa confesión me quitó parte del peso que tenía encima por lo ocurrido, pero por otro lado no me gustó que a mi pareja le diera morbo ese tipo de cosas. Era como descubrir una parte desconocida del hombre con el que llevaba años compartiendo mi vida.
—Oye —prosiguió—, ¿a ti te importaría…? —Le miré con el ceño fruncido—. ¿Qué te parece si fuerzas un poco la situación con los chicos? —me propuso con un entusiasmo más desmedido del que me habría esperado.
No supe cómo reaccionar. Si mi marido supiera todo lo que había pasado con mis primos…
—¿Pero qué dices, Alejandro? —me hice finalmente la ofendida.
—No te digo que los vayas a desvirgar, mujer —sonrió nerviosamente—, pero un poco de tonteo, insinuarte un poquito… ¡No sabes lo que me pone!
—Estás fatal…
—Vero, creo que esto le puede venir muy bien a nuestra vida sexual…
A la mía sobre todo, pensé con cierta malicia. Decidí no darle más vueltas. A pesar de que mi libido había desaparecido completamente después de la sesión multiorgásmica que me regaló Dilan la noche anterior, mi marido me estaba poniendo en bandeja la posibilidad de seguir divirtiéndome con mis primos, así que no me hice más la estrecha. Acepté.
—Pero que conste que esto lo hago por ti —me puse digna.
—Muchas gracias, cariño. Y, por favor, procura que no se enteren de que está todo premeditado —sonrió—. Me gusta la idea de que los mocosos se piensen que pueden ser capaces de llegar a atraer a toda una mujer como tú —concluyó, sonriente, antes de besarme y dirigirse al cuarto de baño—. Ingenuos…
—Son capaces, lo son —afirmé por lo bajo, cuando ya no podía escucharme.
Esa noche me costó conciliar el sueño. Estaba intranquila por el acuerdo al que había llegado con Alejandro y todo lo que le rodeaba. En primer lugar me desconcertaba descubrir a estas alturas ciertos gustos de mi pareja, sobre todo si era algo tan significante como para provocarle morbo. Aunque, por otro lado, me reconfortaba la remota posibilidad de que tal vez no le molestara tanto si alguna vez llegaba a enterarse de lo que había hecho con mis primos. Por último, me preocupaba si realmente iba a disfrutar tonteando con los chicos. No solo ya no me sentía necesitada sexualmente hablando, sino que además una cosa era lo que había pasado los días anteriores de forma natural y otra muy distinta el forzar la situación haciendo ver que mi marido no era consciente de nada. No tenía del todo claro si me gustaba lo que había aceptado.
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