Hacía unos cuantos meses que mi esposa y yo habíamos decidido mantener encuentros sexuales al estilo swinger. Lo hacíamos unas dos veces por mes y durante ese período conocimos muchas parejas y hombres solos muy interesantes.
No fue nada sencillo ponernos de acuerdo ya que mientras yo deseaba casi con desesperación verla en brazos de otros hombres, mujeres o parejas, ella siempre sostuvo que no necesitaba nada de eso y que solo lo hacía por complacerme. La negociación nos llevó un buen tiempo luego del cual acordamos que ella tendría todo permitido y yo no. Quedó muy claro que ella nunca había pedido nada y que, según sus palabras, conmigo le alcanzaba y se sentía satisfecha.
La realidad me indicó que sus palabras fueron solo eso y le sirvieron para mantener el dominio de la situación y el control sobre mi persona que en muchas ocasiones me volví loco teniendo a verdaderas bellezas, desnudas, sobre mi cama, esperando, ellas y sus maridos, que las atendiera, pero sin poder tocarlas para ser fiel a nuestro acuerdo.
También me quedó muy claro que eso de que lo hacía por mí era una postura bien falsa e hipócrita; mi mujer era una auténtica puta, se cogía todo lo que tuviera a mano sin importar color, tamaño o género y disfrutaba como una loca, casi tanto como yo lo hacía al verla tan calentona y pervertida.
Los levantes los hacíamos de diferentes maneras: algunas veces por Internet a través de anuncios, en ocasiones era ella la encargada de seducir algún hombre joven en la calle, el trabajo o el metro, pero la manera más sencilla, cuando no teníamos a nadie previamente seleccionado, era concurriendo a locales swinger. Conocíamos unos cuantos y muchas veces visitábamos más de uno hasta encontrar lo que buscábamos.
Un jueves de junio, apenas pasada la medianoche, concurrimos a nuestro local preferido. Ese día estábamos más entusiasmados que de costumbre ya que ella me había confesado, vulnerando su discurso habitual, que estaba muy caliente y que tenía verdaderos deseos de conquistar un buen hombre de aspecto bien varonil, bien macho me dijo, para llevarlo a la cama y mostrarme de qué manera se hacía coger mientras yo la observaba. Conocedora de mis gustos no habló de otra cosa durante la cena y en el auto mientras nos lanzábamos a la aventura. Sabía muy bien que unas pocas palabras me encendían, ni qué hablar de una charla larga y detallada sobre el tema. Cuando llegamos yo ya estaba erecto, tenía necesidad de eyacular y ni siquiera habíamos comenzado.
Durante los días de semana en esta clase de locales nunca hay demasiada gente. No van muchos y los que lo hacen se ponen de acuerdo rápido y se retiran a sitios privados. Siempre hay hombres solos, habitues les dicen, y algunas parejas. En cuanto llegamos nos ubicaron en una pequeña mesa cercana a la pista de baile y nos sirvieron unas copas. Se respiraba un lindo ambiente, confortable y cálido sin las tensiones que se respiran los días que concurren principiantes. Este día era evidente que todos sabían de qué se trataba el negocio y cómo comportarse.
Mi mujer estaba adorable. Se había vestido con un conjunto que a mí me agradaba especialmente: una pollera pantalón en franjas verticales a tres colores, rojo, blanco y negro, muy corta, dejaba ver la iniciación de sus redondas nalgas, sandalias de tacos aguja muy altos remarcando muy bien sus desnudas piernas, un top blanco bien ajustado exponiendo especialmente los pezones de su más que apreciable busto y una chaqueta haciendo juego, en los mismos colores de la falda, para cubrirse en la calle y no matar de un infarto a algún desprevenido. Yo me puse un pantalón natural y una camisa celeste de mangas largas ligeramente remangada hasta la mitad del brazo. Estábamos bastante bronceados y se nos veía muy bien.
En una mesa próxima a la nuestra había una pareja muy joven y hermosa. Ella era una fantástica rubia de curvas perfectas y cabello muy suave y bien largo, con una cintura y un culo digno de la mejor narración. Los cuatro o cinco hombres que se hallaban recostados contra la barra no le quitaban los ojos de encima cargando el ambiente de sensualidad. Era evidente que esta niña apreciaba mucho esas miradas y las agradecía lo mejor que podía cruzando las piernas y agachándose para tomar su copa y dejar ver sus hermosas tetas. Su compañero la acariciaba, le decía cosas al oído y fingía no ver a los buitres que acechaban a su mujer.
La llegada de mi esposa desvió la atención de los muchachos perdiendo la rubia la exclusividad de las miradas y ellos la seguridad de su elección ya que desde ese momento no sabrían muy bien con cuál de las dos quedarse. Los maridos, por supuesto, nos limitábamos a observar y a las chicas no les quedaba otra alternativa que competir. Pero ¡qué sabias son a veces las mujeres! casi simultáneamente se pusieron de pie, se dirigieron a la pista y, sin mirarse siquiera, se pusieron a bailar.
Ahora que recuerdo bien en el local había diez hombres y tres mujeres: los cinco jóvenes de la barra, el cajero, el mozo, el marido de la rubia, una pareja más, dedicada a su propia intimidad, y yo. Desde que las dos comenzaron a exhibirse, bailando, los diez centramos nuestra atención en ellas y muchos comenzaron a acariciar su paquete sobre la tela del pantalón con excepción del que estaba en pareja que no necesitó hacerlo ya que su compañera se encargó muy bien de esa tarea y yo que de haberme tocado hubiera acabado inmediatamente.
Es que las chicas se movían muy bien, con una cadencia muy sexual, ignorando las miradas, dejando que sus cabellos volaran libremente, tocando sus caderas, acariciándose el busto, lamiendo sus labios con lenguas muy húmedas. La rubia arrastraba sus manos por la superficie externa de los muslos elevando la tela del vestido que no se resistía y se dejaba envolver en su ruta ascendente. En cambio cuando las bajaba la prenda no obedecía la ley de gravedad y se quedaba en la última estación. En el tercer impulso quedó un triángulo blanquísimo a la vista de todos mostrando su tan pequeña como excitante tanga.
En ese sentido mi mujer corría con desventaja. Su pollera pantalón le impediría enseñar su prenda íntima por lo que dedicó toda su voluptuosidad a la exhibición de sus maravillosos senos pero lo más llamativo, tanto en ella como en la otra, eran sus movimientos eróticos capaces de volver loco a cualquiera. Luego de un buen rato de estar bailando la rubia regresó junto a su pareja. El ambiente estaba bastante sofocante así que al llegar a su butaca se dejó caer y comenzó a apantallarse con ambas manos dando visibles muestras de estar acalorada. Mi mujer siguió moviéndose al compás de la música una pieza más tras lo cuál en lugar de regresar a mi lado se dirigió hasta la barra y pidió una cerveza. También se la veía muy acalorada y su profusa transpiración había logrado adherir el top contra los senos transparentándolos ostensiblemente.
De inmediato fue rodeada por los hombres quienes la llenaron de atenciones, frases galantes y se disputaron su preferencia. Todo esto lo veía yo desde mi lugar volviéndome loco de placer y calentura. Mi mujer me estaba dando uno de los mejores espectáculos de nuestra vida ya que, debo aclarar, si bien me gusta verla en pleno acto sexual disfruto mucho más de estos momentos de seducción observando de qué manera lleva adelante su conquista calentando a jóvenes muy apuestos, volviéndolos locos, dominando sus voluntades. Uno de ellos posó sus manos sobre sus nalgas y comenzó a masajearlas pero ella sin enojarse ni ofenderse se corrió de lugar dándole a entender que solo le pondría las manos encima quien ella eligiera.
Mientras esto ocurría la rubia se dirigió al baño seguida por la otra mujer. Luego de unos diez minutos regresaron juntas, conversando muy amenamente, se instalaron en la mesa de la segunda y tras una señal nada disimulada el marido de la rubia se unió al grupo. Después de una breve charla resultó más que evidente que se pusieron de acuerdo, cambiaron parejas besándose y acariciándose sin pudor, llamaron al mozo, pagaron su consumición y se fueron, dejándome, por lo menos a mí, con ganas de ver un poco más. Como mi mujer seguía muy entretenida riéndose con los cinco hombres y con el cajero que estaba tan entusiasmado como los demás, por vaya uno a saber qué ocurrencia, me fui al baño. Para ese momento no tenía claro si quería orinar o masturbarme, tanta era mi calentura.
Mientras orinaba entró al baño uno de los hombres, se situó a mi lado, sacó su miembro que por estar casi erecto no obedecía las órdenes impidiéndole mear y mientras lo agitaba de arriba hacia abajo me dijo: está muy buena tu mujer. Te gusta, le pregunté. Mucho, que te parece si nos vamos los tres a otra parte, respondió. Por mí no hay problema, pero la que elige es ella, pregúntale y si acepta cuenta conmigo. Salimos del baño y los dos nos sorprendimos al ver que mi mujer había regresado a nuestro lugar acompañada por uno de los jóvenes y se estaban besando como si de ese beso dependiera el destino de la humanidad. El otro me miró y no hizo falta que le dijera nada, me palmeó el hombro comentando en voz baja: otra vez será.
Al llegar a la mesa mi mujer se separó un instante de su nuevo compañero y dijo: amor, te presento a Gustavo. Un gusto, dije y le extendí la mano. Él se levantó y me besó la mejilla. Luego de charlar un rato los tres nos fuimos en busca de un hotel.
El viaje hasta la habitación fue de lo más entretenido. Yo estaba tan caliente que apenas si me podía contener. Era tanto lo que me había imaginado mientras estábamos en el local que me dolían mucho los testículos. Durante esa escasa hora "vi" a mi mujer con la rubia, con la otra pareja, con el mozo, el cajero y con cada uno de los muchachos, juntos o por separado. En mi mente se chupó todas las vergas, entregó su ardiente concha y abrió su culo cada vez que se lo pidieron. Los invité a que se sentaran en el asiento trasero para poder observarlos mientras les hacía de chofer, ya era hora de dejar de imaginar, ahora quería ver la acción de frente, en el mismo momento que ocurría. Y no me defraudaron, mientras manejaba el automóvil pude apreciar de qué manera mi mujer se metió una pija que se veía de muy buen tamaño en la boca y la lamió con deleite, casi con desesperación. La verdad es que ninguno de los tres podíamos más.
Gustavo era un hombre muy varonil, tal como lo había deseado mi esposa. Su aspecto de macho latino imponía respeto, cualquier hembra se hubiera entusiasmado ante su imponente presencia. Tenía un cuerpo muy trabajado en el gimnasio, era alto, delgado de cabellos negros, ojos grises y piel morena, según mi mujer un verdadero bombón. Su simpatía era arrolladora, sostenía una sonrisa angelical y sus conocimientos y clase lo convertían en una persona muy atractiva. Sexualmente era muy deseable tanto para mi mujer que lo iba a degustar de todas las maneras imaginables como para mí que me limitaría a observarlo mientras disfrutaba de lo que era mío.
En cuanto entramos a la habitación se trenzaron en un beso muy apasionado, cargado de caricias y arrumacos dándome la sensación de que se trataba de viejos amantes unidos por una gran pasión. Ambos eran muy habilidosos con las manos y sabían muy bien en qué parte del otro colocarlas. Tardaron muy poco tiempo en quedar desnudos y yo estaba fascinado con el espectáculo que me ofrecían. Sujetada de su miembro, como si temiera caerse, mi mujer no lo quería soltar y él, a su vez, metía la mano entre sus piernas, humedecía sus dedos y se los daba a lamer cosa que ella hacía con descaro y deleite. Sus caras irradiaban vicio y desenfreno ante y para mí, el cornudo, el más perverso, el depravado inductor y complaciente.
Luego de una gran apretada que habrá durado fácilmente veinte minutos él se disculpó y nos pidió que lo esperáramos mientras iba al baño a ducharse. Mi esposa y yo aprovechamos su ausencia para comentar la suerte que habíamos tenido al conquistar semejante ejemplar. Recuerdo que le dije: querías un macho, pues ahí lo tienes. Ella se acurrucó contra mi hombro, besó suavemente una de mis mejillas y respondió: ya verás como lo disfruto. Me desnudé y me tiré sobre la cama al lado de mi mujer y esperamos a que regresara.
Gustavo salió del baño desnudo con la ropa en su mano. Se dirigió a una silla, dejó la ropa prolijamente y vino hacia nosotros. Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando no se tendió sobre mi mujer sino que lo hizo sobre mí. Y no se conformó con colocarse desnudo encima mío, que también lo estaba, y abrazarme sino que además unió su boca a la mía y metiéndose con lengua y todo me besó apasionadamente dejándome absolutamente confundido y por qué no decirlo asqueado ya que jamás en mi vida ni se me había ocurrido besar o ser besado por un hombre. Me separé instantáneamente procurando no ofenderlo ni romper el clima, me alejé de la cama dejando claramente establecido que su única opción era mi mujer. Y a ella se dedicó como si no hubiera sucedido nada.
Mi mujer había quedado tan confundida como yo pero en cuanto Gustavo la empezó a manosear y besar, cuando pudo palpar su deliciosa piel, comprobar la firmeza de sus músculos, la humedad de su boca y la dureza de su verga rápidamente se olvidó del episodio y se dedicó a disfrutarlo colocándose, a su pedido, a horcajadas sobre su cara para permitirle lamer su concha profundamente.
Así estaban, él lamiendo y ella jadeando de espaldas a mí, cuando Gustavo tomó una de mis manos y la acercó a su erecto pene. No sabría explicar por qué pero no me resistí. Dejé que mi mano fuera transportada mansamente a ese miembro descomunal, lo agarré y quedé muy sorprendido por su delicadeza, comprobando que no es lo mismo agarrar la propia pija que sostener en la mano una ajena. Todo se siente diferente: la textura, la dureza, el hirviente palpitar, su resistencia esponjosa. Para facilitar mi tarea mientras masturbaba suavemente ese falo que tanto me empezaba a gustar acerqué mi cara a una nalga de mi mujer y la lamí con delicadeza mientras con mi otra mano le acariciaba un pecho. Esta posición me impedía ver lo que mi otra mano, la homosexual, estaba haciendo, permitiéndome dar rienda suelta a un coraje y un deseo que hasta ese día desconocía tener.
Al darse cuenta de que lo que yo hacía era la exploración de un inexperto principiante con gran maestría supo colocarse de tal manera que, sin presionarme y sin dejar de chupar a mi mujer, su verga terminara dentro de mi boca. Y si bien a mí me gustó tanto que al cabo de pocos minutos ya chupaba la pija como si no hubiera hecho otra cosa en la vida, a la que volvió loca la situación fue a mi mujer que jamás me hubiera imaginado en esa situación. Por primera vez comprendió por qué yo me calentaba tanto al verla con otros. Viéndome en esta, hasta ahora, insospechada situación enloqueció con una excitación tan incontrolable que dio inicio a nuestra noche más caliente.
Efectivamente, a partir de ese momento quiso tener a los dos hombres juntos y a la vez, situación que nunca antes habíamos experimentado. Yo siempre había mantenido mi lugar de discreto observador y ella a lo más que había llegado era a compartir nuestra cama con un matrimonio quedando atrapada entre el marido y la mujer. Esta sería la primera ocasión que compartiría dos machos pero, además, estaba dispuesta a que ellos se tuvieran entre sí.
Se colocó entre medio de ambos, tomó con cada mano una pija y las lamió alternativamente, incluyendo en su accionar las bolas y el orificio anal. Ninguno de los dos se resistió. Cuando lo creyó conveniente se tendió en el medio de la cama, nos pidió que nos colocáramos cada uno a su lado y de a uno por vez, de costado como estaba, se hizo penetrar vaginalmente manteniendo al otro bien cerca de su espalda con la intención de sentirse bien aprisionada. Dijo, o gritó, todo lo que quiso. Jamás la había escuchado tan agresiva y boca sucia. Con cada movimiento pedía más y más hasta que logró que ambos la penetráramos simultáneamente, uno por delante y otro por detrás, llenando completamente sus cavidades. Si dijera que demoramos mucho en este frenesí mentiría, estábamos demasiado calientes y ninguno de los tres pudo contenerse, pero creo, sin temor a equivocarme, que fue el polvo, hasta ese momento, más intenso de nuestras vidas.
Descansamos un buen rato, bebimos unos tragos, nos relajamos, conversamos y nos reímos de nosotros mismos. Yo creí que todo había terminado pero faltaba lo mejor. En cuanto mi mujer se fue al baño y nos dejó solos Gustavo se acercó, me agarró la pija, me besó en el cuello y yo, que ya estaba entregado y deseoso de vivir esta nueva experiencia lo dejé hacer. Dejé que me sedujera sin oponer resistencia y disfruté apasionadamente. Me halagó de mil maneras diciéndome que le gustaba mucho, que estaba rebueno y que me deseaba. Me acarició y masajeó todo el cuerpo, especialmente las nalgas y las tetillas, lamió mi cuello y orejas y me volvió a besar con cierto temor pero esta vez no me resistí, abrí mi boca como si fuera para besar a mi mujer y recibí su cálida lengua comprobando que se trataba de un delicioso manjar.
Cuando mi mujer nos encontró se acercó y suavemente me hizo tender boca abajo, tomó la pija de Gustavo con una de sus manos y la dirigió a mi esfínter dejándola presentada a la entrada. Me dijo: es tú decisión y fue como si dijera "te autorizo". Desde ese momento lo único que recuerdo es que me relajé y empuje hacia atrás mientras Gustavo lo hacía hacia delante. Y lo hicimos una vez, dos, cien, mil veces hasta que él no pudo más y descargó su hirviente manantial dentro de mí mientras apoyaba su pecho contra mi espalda, acariciaba mi cabeza y besaba mi hombro derecho. Con él dentro de mí no pude eyacular pero de eso se encargó mi esposa que unos minutos después bebió toda mi leche dejándome vacío y más satisfecho y confundido que nunca.
No sé si la repetiría pero mentiría si no aceptase que hoy, unos años después, me caliento como un loco cada vez que recuerdo esta experiencia en la que me sentí mucho más deseado por otro hombre que mi hermosa mujer.
No fue nada sencillo ponernos de acuerdo ya que mientras yo deseaba casi con desesperación verla en brazos de otros hombres, mujeres o parejas, ella siempre sostuvo que no necesitaba nada de eso y que solo lo hacía por complacerme. La negociación nos llevó un buen tiempo luego del cual acordamos que ella tendría todo permitido y yo no. Quedó muy claro que ella nunca había pedido nada y que, según sus palabras, conmigo le alcanzaba y se sentía satisfecha.
La realidad me indicó que sus palabras fueron solo eso y le sirvieron para mantener el dominio de la situación y el control sobre mi persona que en muchas ocasiones me volví loco teniendo a verdaderas bellezas, desnudas, sobre mi cama, esperando, ellas y sus maridos, que las atendiera, pero sin poder tocarlas para ser fiel a nuestro acuerdo.
También me quedó muy claro que eso de que lo hacía por mí era una postura bien falsa e hipócrita; mi mujer era una auténtica puta, se cogía todo lo que tuviera a mano sin importar color, tamaño o género y disfrutaba como una loca, casi tanto como yo lo hacía al verla tan calentona y pervertida.
Los levantes los hacíamos de diferentes maneras: algunas veces por Internet a través de anuncios, en ocasiones era ella la encargada de seducir algún hombre joven en la calle, el trabajo o el metro, pero la manera más sencilla, cuando no teníamos a nadie previamente seleccionado, era concurriendo a locales swinger. Conocíamos unos cuantos y muchas veces visitábamos más de uno hasta encontrar lo que buscábamos.
Un jueves de junio, apenas pasada la medianoche, concurrimos a nuestro local preferido. Ese día estábamos más entusiasmados que de costumbre ya que ella me había confesado, vulnerando su discurso habitual, que estaba muy caliente y que tenía verdaderos deseos de conquistar un buen hombre de aspecto bien varonil, bien macho me dijo, para llevarlo a la cama y mostrarme de qué manera se hacía coger mientras yo la observaba. Conocedora de mis gustos no habló de otra cosa durante la cena y en el auto mientras nos lanzábamos a la aventura. Sabía muy bien que unas pocas palabras me encendían, ni qué hablar de una charla larga y detallada sobre el tema. Cuando llegamos yo ya estaba erecto, tenía necesidad de eyacular y ni siquiera habíamos comenzado.
Durante los días de semana en esta clase de locales nunca hay demasiada gente. No van muchos y los que lo hacen se ponen de acuerdo rápido y se retiran a sitios privados. Siempre hay hombres solos, habitues les dicen, y algunas parejas. En cuanto llegamos nos ubicaron en una pequeña mesa cercana a la pista de baile y nos sirvieron unas copas. Se respiraba un lindo ambiente, confortable y cálido sin las tensiones que se respiran los días que concurren principiantes. Este día era evidente que todos sabían de qué se trataba el negocio y cómo comportarse.
Mi mujer estaba adorable. Se había vestido con un conjunto que a mí me agradaba especialmente: una pollera pantalón en franjas verticales a tres colores, rojo, blanco y negro, muy corta, dejaba ver la iniciación de sus redondas nalgas, sandalias de tacos aguja muy altos remarcando muy bien sus desnudas piernas, un top blanco bien ajustado exponiendo especialmente los pezones de su más que apreciable busto y una chaqueta haciendo juego, en los mismos colores de la falda, para cubrirse en la calle y no matar de un infarto a algún desprevenido. Yo me puse un pantalón natural y una camisa celeste de mangas largas ligeramente remangada hasta la mitad del brazo. Estábamos bastante bronceados y se nos veía muy bien.
En una mesa próxima a la nuestra había una pareja muy joven y hermosa. Ella era una fantástica rubia de curvas perfectas y cabello muy suave y bien largo, con una cintura y un culo digno de la mejor narración. Los cuatro o cinco hombres que se hallaban recostados contra la barra no le quitaban los ojos de encima cargando el ambiente de sensualidad. Era evidente que esta niña apreciaba mucho esas miradas y las agradecía lo mejor que podía cruzando las piernas y agachándose para tomar su copa y dejar ver sus hermosas tetas. Su compañero la acariciaba, le decía cosas al oído y fingía no ver a los buitres que acechaban a su mujer.
La llegada de mi esposa desvió la atención de los muchachos perdiendo la rubia la exclusividad de las miradas y ellos la seguridad de su elección ya que desde ese momento no sabrían muy bien con cuál de las dos quedarse. Los maridos, por supuesto, nos limitábamos a observar y a las chicas no les quedaba otra alternativa que competir. Pero ¡qué sabias son a veces las mujeres! casi simultáneamente se pusieron de pie, se dirigieron a la pista y, sin mirarse siquiera, se pusieron a bailar.
Ahora que recuerdo bien en el local había diez hombres y tres mujeres: los cinco jóvenes de la barra, el cajero, el mozo, el marido de la rubia, una pareja más, dedicada a su propia intimidad, y yo. Desde que las dos comenzaron a exhibirse, bailando, los diez centramos nuestra atención en ellas y muchos comenzaron a acariciar su paquete sobre la tela del pantalón con excepción del que estaba en pareja que no necesitó hacerlo ya que su compañera se encargó muy bien de esa tarea y yo que de haberme tocado hubiera acabado inmediatamente.
Es que las chicas se movían muy bien, con una cadencia muy sexual, ignorando las miradas, dejando que sus cabellos volaran libremente, tocando sus caderas, acariciándose el busto, lamiendo sus labios con lenguas muy húmedas. La rubia arrastraba sus manos por la superficie externa de los muslos elevando la tela del vestido que no se resistía y se dejaba envolver en su ruta ascendente. En cambio cuando las bajaba la prenda no obedecía la ley de gravedad y se quedaba en la última estación. En el tercer impulso quedó un triángulo blanquísimo a la vista de todos mostrando su tan pequeña como excitante tanga.
En ese sentido mi mujer corría con desventaja. Su pollera pantalón le impediría enseñar su prenda íntima por lo que dedicó toda su voluptuosidad a la exhibición de sus maravillosos senos pero lo más llamativo, tanto en ella como en la otra, eran sus movimientos eróticos capaces de volver loco a cualquiera. Luego de un buen rato de estar bailando la rubia regresó junto a su pareja. El ambiente estaba bastante sofocante así que al llegar a su butaca se dejó caer y comenzó a apantallarse con ambas manos dando visibles muestras de estar acalorada. Mi mujer siguió moviéndose al compás de la música una pieza más tras lo cuál en lugar de regresar a mi lado se dirigió hasta la barra y pidió una cerveza. También se la veía muy acalorada y su profusa transpiración había logrado adherir el top contra los senos transparentándolos ostensiblemente.
De inmediato fue rodeada por los hombres quienes la llenaron de atenciones, frases galantes y se disputaron su preferencia. Todo esto lo veía yo desde mi lugar volviéndome loco de placer y calentura. Mi mujer me estaba dando uno de los mejores espectáculos de nuestra vida ya que, debo aclarar, si bien me gusta verla en pleno acto sexual disfruto mucho más de estos momentos de seducción observando de qué manera lleva adelante su conquista calentando a jóvenes muy apuestos, volviéndolos locos, dominando sus voluntades. Uno de ellos posó sus manos sobre sus nalgas y comenzó a masajearlas pero ella sin enojarse ni ofenderse se corrió de lugar dándole a entender que solo le pondría las manos encima quien ella eligiera.
Mientras esto ocurría la rubia se dirigió al baño seguida por la otra mujer. Luego de unos diez minutos regresaron juntas, conversando muy amenamente, se instalaron en la mesa de la segunda y tras una señal nada disimulada el marido de la rubia se unió al grupo. Después de una breve charla resultó más que evidente que se pusieron de acuerdo, cambiaron parejas besándose y acariciándose sin pudor, llamaron al mozo, pagaron su consumición y se fueron, dejándome, por lo menos a mí, con ganas de ver un poco más. Como mi mujer seguía muy entretenida riéndose con los cinco hombres y con el cajero que estaba tan entusiasmado como los demás, por vaya uno a saber qué ocurrencia, me fui al baño. Para ese momento no tenía claro si quería orinar o masturbarme, tanta era mi calentura.
Mientras orinaba entró al baño uno de los hombres, se situó a mi lado, sacó su miembro que por estar casi erecto no obedecía las órdenes impidiéndole mear y mientras lo agitaba de arriba hacia abajo me dijo: está muy buena tu mujer. Te gusta, le pregunté. Mucho, que te parece si nos vamos los tres a otra parte, respondió. Por mí no hay problema, pero la que elige es ella, pregúntale y si acepta cuenta conmigo. Salimos del baño y los dos nos sorprendimos al ver que mi mujer había regresado a nuestro lugar acompañada por uno de los jóvenes y se estaban besando como si de ese beso dependiera el destino de la humanidad. El otro me miró y no hizo falta que le dijera nada, me palmeó el hombro comentando en voz baja: otra vez será.
Al llegar a la mesa mi mujer se separó un instante de su nuevo compañero y dijo: amor, te presento a Gustavo. Un gusto, dije y le extendí la mano. Él se levantó y me besó la mejilla. Luego de charlar un rato los tres nos fuimos en busca de un hotel.
El viaje hasta la habitación fue de lo más entretenido. Yo estaba tan caliente que apenas si me podía contener. Era tanto lo que me había imaginado mientras estábamos en el local que me dolían mucho los testículos. Durante esa escasa hora "vi" a mi mujer con la rubia, con la otra pareja, con el mozo, el cajero y con cada uno de los muchachos, juntos o por separado. En mi mente se chupó todas las vergas, entregó su ardiente concha y abrió su culo cada vez que se lo pidieron. Los invité a que se sentaran en el asiento trasero para poder observarlos mientras les hacía de chofer, ya era hora de dejar de imaginar, ahora quería ver la acción de frente, en el mismo momento que ocurría. Y no me defraudaron, mientras manejaba el automóvil pude apreciar de qué manera mi mujer se metió una pija que se veía de muy buen tamaño en la boca y la lamió con deleite, casi con desesperación. La verdad es que ninguno de los tres podíamos más.
Gustavo era un hombre muy varonil, tal como lo había deseado mi esposa. Su aspecto de macho latino imponía respeto, cualquier hembra se hubiera entusiasmado ante su imponente presencia. Tenía un cuerpo muy trabajado en el gimnasio, era alto, delgado de cabellos negros, ojos grises y piel morena, según mi mujer un verdadero bombón. Su simpatía era arrolladora, sostenía una sonrisa angelical y sus conocimientos y clase lo convertían en una persona muy atractiva. Sexualmente era muy deseable tanto para mi mujer que lo iba a degustar de todas las maneras imaginables como para mí que me limitaría a observarlo mientras disfrutaba de lo que era mío.
En cuanto entramos a la habitación se trenzaron en un beso muy apasionado, cargado de caricias y arrumacos dándome la sensación de que se trataba de viejos amantes unidos por una gran pasión. Ambos eran muy habilidosos con las manos y sabían muy bien en qué parte del otro colocarlas. Tardaron muy poco tiempo en quedar desnudos y yo estaba fascinado con el espectáculo que me ofrecían. Sujetada de su miembro, como si temiera caerse, mi mujer no lo quería soltar y él, a su vez, metía la mano entre sus piernas, humedecía sus dedos y se los daba a lamer cosa que ella hacía con descaro y deleite. Sus caras irradiaban vicio y desenfreno ante y para mí, el cornudo, el más perverso, el depravado inductor y complaciente.
Luego de una gran apretada que habrá durado fácilmente veinte minutos él se disculpó y nos pidió que lo esperáramos mientras iba al baño a ducharse. Mi esposa y yo aprovechamos su ausencia para comentar la suerte que habíamos tenido al conquistar semejante ejemplar. Recuerdo que le dije: querías un macho, pues ahí lo tienes. Ella se acurrucó contra mi hombro, besó suavemente una de mis mejillas y respondió: ya verás como lo disfruto. Me desnudé y me tiré sobre la cama al lado de mi mujer y esperamos a que regresara.
Gustavo salió del baño desnudo con la ropa en su mano. Se dirigió a una silla, dejó la ropa prolijamente y vino hacia nosotros. Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando no se tendió sobre mi mujer sino que lo hizo sobre mí. Y no se conformó con colocarse desnudo encima mío, que también lo estaba, y abrazarme sino que además unió su boca a la mía y metiéndose con lengua y todo me besó apasionadamente dejándome absolutamente confundido y por qué no decirlo asqueado ya que jamás en mi vida ni se me había ocurrido besar o ser besado por un hombre. Me separé instantáneamente procurando no ofenderlo ni romper el clima, me alejé de la cama dejando claramente establecido que su única opción era mi mujer. Y a ella se dedicó como si no hubiera sucedido nada.
Mi mujer había quedado tan confundida como yo pero en cuanto Gustavo la empezó a manosear y besar, cuando pudo palpar su deliciosa piel, comprobar la firmeza de sus músculos, la humedad de su boca y la dureza de su verga rápidamente se olvidó del episodio y se dedicó a disfrutarlo colocándose, a su pedido, a horcajadas sobre su cara para permitirle lamer su concha profundamente.
Así estaban, él lamiendo y ella jadeando de espaldas a mí, cuando Gustavo tomó una de mis manos y la acercó a su erecto pene. No sabría explicar por qué pero no me resistí. Dejé que mi mano fuera transportada mansamente a ese miembro descomunal, lo agarré y quedé muy sorprendido por su delicadeza, comprobando que no es lo mismo agarrar la propia pija que sostener en la mano una ajena. Todo se siente diferente: la textura, la dureza, el hirviente palpitar, su resistencia esponjosa. Para facilitar mi tarea mientras masturbaba suavemente ese falo que tanto me empezaba a gustar acerqué mi cara a una nalga de mi mujer y la lamí con delicadeza mientras con mi otra mano le acariciaba un pecho. Esta posición me impedía ver lo que mi otra mano, la homosexual, estaba haciendo, permitiéndome dar rienda suelta a un coraje y un deseo que hasta ese día desconocía tener.
Al darse cuenta de que lo que yo hacía era la exploración de un inexperto principiante con gran maestría supo colocarse de tal manera que, sin presionarme y sin dejar de chupar a mi mujer, su verga terminara dentro de mi boca. Y si bien a mí me gustó tanto que al cabo de pocos minutos ya chupaba la pija como si no hubiera hecho otra cosa en la vida, a la que volvió loca la situación fue a mi mujer que jamás me hubiera imaginado en esa situación. Por primera vez comprendió por qué yo me calentaba tanto al verla con otros. Viéndome en esta, hasta ahora, insospechada situación enloqueció con una excitación tan incontrolable que dio inicio a nuestra noche más caliente.
Efectivamente, a partir de ese momento quiso tener a los dos hombres juntos y a la vez, situación que nunca antes habíamos experimentado. Yo siempre había mantenido mi lugar de discreto observador y ella a lo más que había llegado era a compartir nuestra cama con un matrimonio quedando atrapada entre el marido y la mujer. Esta sería la primera ocasión que compartiría dos machos pero, además, estaba dispuesta a que ellos se tuvieran entre sí.
Se colocó entre medio de ambos, tomó con cada mano una pija y las lamió alternativamente, incluyendo en su accionar las bolas y el orificio anal. Ninguno de los dos se resistió. Cuando lo creyó conveniente se tendió en el medio de la cama, nos pidió que nos colocáramos cada uno a su lado y de a uno por vez, de costado como estaba, se hizo penetrar vaginalmente manteniendo al otro bien cerca de su espalda con la intención de sentirse bien aprisionada. Dijo, o gritó, todo lo que quiso. Jamás la había escuchado tan agresiva y boca sucia. Con cada movimiento pedía más y más hasta que logró que ambos la penetráramos simultáneamente, uno por delante y otro por detrás, llenando completamente sus cavidades. Si dijera que demoramos mucho en este frenesí mentiría, estábamos demasiado calientes y ninguno de los tres pudo contenerse, pero creo, sin temor a equivocarme, que fue el polvo, hasta ese momento, más intenso de nuestras vidas.
Descansamos un buen rato, bebimos unos tragos, nos relajamos, conversamos y nos reímos de nosotros mismos. Yo creí que todo había terminado pero faltaba lo mejor. En cuanto mi mujer se fue al baño y nos dejó solos Gustavo se acercó, me agarró la pija, me besó en el cuello y yo, que ya estaba entregado y deseoso de vivir esta nueva experiencia lo dejé hacer. Dejé que me sedujera sin oponer resistencia y disfruté apasionadamente. Me halagó de mil maneras diciéndome que le gustaba mucho, que estaba rebueno y que me deseaba. Me acarició y masajeó todo el cuerpo, especialmente las nalgas y las tetillas, lamió mi cuello y orejas y me volvió a besar con cierto temor pero esta vez no me resistí, abrí mi boca como si fuera para besar a mi mujer y recibí su cálida lengua comprobando que se trataba de un delicioso manjar.
Cuando mi mujer nos encontró se acercó y suavemente me hizo tender boca abajo, tomó la pija de Gustavo con una de sus manos y la dirigió a mi esfínter dejándola presentada a la entrada. Me dijo: es tú decisión y fue como si dijera "te autorizo". Desde ese momento lo único que recuerdo es que me relajé y empuje hacia atrás mientras Gustavo lo hacía hacia delante. Y lo hicimos una vez, dos, cien, mil veces hasta que él no pudo más y descargó su hirviente manantial dentro de mí mientras apoyaba su pecho contra mi espalda, acariciaba mi cabeza y besaba mi hombro derecho. Con él dentro de mí no pude eyacular pero de eso se encargó mi esposa que unos minutos después bebió toda mi leche dejándome vacío y más satisfecho y confundido que nunca.
No sé si la repetiría pero mentiría si no aceptase que hoy, unos años después, me caliento como un loco cada vez que recuerdo esta experiencia en la que me sentí mucho más deseado por otro hombre que mi hermosa mujer.
2 comentarios - Me toco a mi.....