Hola, me gustaría contarles lo que me pasó en el último mes. Soy una mujer casada, tengo un hijo y una hija (ambos estudian en la universidad) y tengo 45 años pero todos dicen que parezco más joven y la verdad es que no me faltan proposiciones ni admiradores en mi trabajo (soy arquitecta). Creo que tengo un buen cuerpo y mi orgullo son unas buenas tetas que todavía se mantienen firmes. Esto no quiere decir que sea bellísima ni irresistible, pero los hombres todavía me pretenden.Y aunque hacía tiempo que no tenía una aventura extra matrimonial, lo que me sucedió esta vez vale por todas las que no tuve. Mi historia comenzó hace exactamente un mes cuando tuve que ir a la facultad de arquitectura a escucharla conferencia de una amiga. Me tomé un radiotaxi (mi casa queda aproximadamente a media hora de ciudad universitaria) y apenas subí ya me quería bajar por la música que se escuchaba en la radio. Era una cumbia y la letra espantosa todavía me la acuerdo:
Estaba en baile,
Tomando fernet con coca
Sin darme cuenta unachica,
Le metió una pastilla
Color rosa
La jarra seguía pasando,
De boca en boca.
Mareados seguimostomando
De esta jarra loca.
Empezamos a ver,
Dibujitos animados.
Descontrolados.
Salten todos de lacabeza.
Salten todos, pintó eldescontrol.
¡Imaginense lo quepodía ser tener que escuchar esta música a todo volumen, para alguien que tieneabono al Colón y que se conoce de memoria la teratología de Wagner! Por suerte,durante el camino, el taxista recibió un mensaje de un cliente que quería serrecogido en Coronel Díaz y Güemes y por eso tuvo que bajar el volumen. Elconductor contestó el radiomensaje diciendo que tardaría aproximadamente unahora y desde la central le respondieron que no importaba, que el clienteesperaba.
-¡Qué paciencia tiene ese cliente! – le comenté, solo por iniciar una conversación ypara evitar que volviera a poner esa musiquita.
-Es una mujer – me dijo.
Y yo agregué, sin pensarlo:
- No importa, debe tener sus razones para esperar tanto.
- ¿Quiere saber? – me preguntó orgulloso, y antes que yo pudiera responderle, dijo, señalándose a sí mismo-¡Es porque tengo una linda verga!
La ocurrencia me molestó un poco y me dejó un poco aturdida. Miré por la ventanilla hacia ningún lado. El taxista,en cambio, no esperó mi comentario y dijo algo que todavía me avergonzó más:
- Disculpe que le hable así, doña,pero se nota a la legua que usted es una mujer liberal, moderna. Usted no parece de esas que se ofenden porque uno habla de lo que la naturaleza le dio,¿no?.
Todavía faltaba un buen trecho de viaje y traté de salir del paso de la mejor manera posible:
- Bueno, claro, no se preocupe que el mito del gran macho argentino no me mueve un pelo.
Ahí lo miré por el espejito ya quehasta ese entonces no le había prestado mucha atención. Era morocho (bienpodría pertenecer a la barra brava de Platense) pero pese a eso tenía rasgosbastante finos, sobre todo la nariz. Debía tener unos treinta y cinco años yparecía físicamente fuerte. No era feo pero, como se habrán dado cuenta, era unfanfarrón insoportable.
- Sí, yo apenas la vi me di cuentaque usted no era una copetuda (No me pregunten qué quiso decir con eso), y eneso del macho argentino usted tiene razón, pero las primeras en fomentar esemito son las mujeres. Esta señora que me espera de acá a una hora está comoloca. El otro día me sacó a pasear, se sentó acá adelante y estuvo jugando albalero durante todo el viaje. Se habrá dado cuenta que tengo los vidriospolarizados para preservar la privacidad de mis clientes.
- Qué atento… - fue lo único quealcancé a decir sin dar crédito a lo que estaba escuchando.
Y siguió sin prestar atención a micomentario:
- Después me hizo parar allá por lacalle Giribone y ella se bajó y se subió una amiga. La amiga se subiódirectamente adelante y me puso la mano en la bragueta sin siquiera saludarme.“Buenas noches, no?”, le dije. Pero ella ni se dio por enterada. Para poner lascosas claras, entonces, le dije que el reloj corría y que ni se le ocurrieramancharme el tapizado porque me lo pagaba. Lo único que me dijo en todo elviaje, en el ùnico momento en que se la sacó de la boca, fue: “tenía razónLaurita, tenés una poronga perfecta”. Y no se le escapó ni una gota, así que mitapizado quedó a salvo. No sé qué se habrán pensado pero la cuestión es quedespués me tuve que ir a mi casa a dormir de lo molido que quedé. Así que usteddice lo del macho argentino y tiene toda la razón pero apenas se corre la bola,todas salen a pedir el chofer 112. Y eso que ésta es una señora casada y senota que es de familia bien. Y no hablemos de otras. Hay una piba, usted sabeque ahora los jóvenes no tienen límites, que tendrá veinte años o un poco más yusted no sabe lo que es. Tiene más experiencia que todas los trabas de la GodoyCruz juntos.
La verdad es que sus giros meestaban cansando y me parecían muy vulgares, pero la curiosidad por lo que mecontaba no me permitía interrumpirlo. De última, me decía para calmarme, essolo un viaje.
- Esa chica quiere llevarme a unadespedida de soltera que le están organizando a una amiga. Yo ahí le dije queno, porque yo trolo no soy. No me voy a poner a bailar con slips frente a cincoo seis minas canciones de ABBA o de Gloria Gaynor. Yo le dije: si queréstraerlas al taxi, todo bien. Hasta puedo llevarlas de trampa a un telo, peroponerme a bailar como un mariconazo no. La cuestión es que esta piba, la otrasemana, me llevó hasta el Rosedal y me hizo parar el vehículo. Sin darme tiempoa nada, se pasó acá adelante, se sacó la bombacha (llevaba pollera) y sinvaselina ni nada se sentó con su colita acá mismo. Se lo hizo por atrás y lapendeja no dijo ni ay. Y miré que hay que animarse con la mía, eh! La verdad esque yo no sé a dónde vamos con esta juventud.
- Sí, claro – atiné a decir, como silo que estuviera diciendo tuviera algún sentido. Parece que mis dos palabras loanimaron a seguir contándome sus confesiones.
- Pero siempre fue así. Usted diceeso y puede ser que a usted esas cosas no le importen tanto. Pero yo le aseguroque en algún lugar apenas se corría la bola de que yo era garañón, ya teníatodo un enjambre de hembras alrededor. Claro que no siempre tuve las de ganar.Cuando yo hice el secundario, un nocturno, había una profesora de literaturaque me encantaba y mis amigos que insistían en que le hiciéramos llegar elchisme. Y yo les decía: “no, con ella no me animo, ella es diferente”. Era comouna muñequita, con ojos verdes. Y finalmente no me animé. Mis compañeros medecían que ésta era como las otras, que hasta capaz que había soñado conmigo ytodo. Pero, en fin, me quedé con las ganas. Pero en esa época no era tanexperto.
- O tal vez –le respondí- usted notenía otros encantos que pudieran atraerla.
- Pero si yo soy simpático,cariñoso… feo no soy, ¿o le parezco feo? ¿Qué culpa tengo si la tengo grandecomo una morcilla?
Por suerte el taxi pasó las puertasde la ciudad universitaria y le indiqué a qué edificio iba. Cuando detuvo elauto me dijo:
- Son cinco pesos. Por ser usted lehago precio. No se ofenda pero usted es una de las clientas más guapas quetuve. Y ya sabe, si quiere viajar conmigo, sólo tiene que pedir el movil 112.
Y me dio una tarjeta.
Le sonreí aunque me sentía un pocoofendida y hasta se me cruzó por la cabeza llamar al radio taxi para asentaruna queja. Pero apenas este pensamiento se me cruzó por la cabeza, me sentí unaidiota: ¿qué era lo que realmente me había ofendido? La verdad es que por lanoche, cuando llegué a casa, no pude dormir de lo caliente que había quedado.Pensé en tratar de conformarme con mi marido pero ya se había dormido porquehabía tenido mucho trabajo y al otro día se tenía que despertar temprano. Notuve más remedio que ir al baño y masturbarme, lo que hice tres veces. Lo peorfue que para llegar al baño hay que pasar por un pasillo que pasa por loscuartos de mis hijos y la tercera vez que fui escuché los gemidos que veníandel cuarto de mi hija que estaba con su novio y eso me calentó mucho más. Fueuna noche terrible.
Durante la semana más de una vez laimagen del taxista pasó por mi cabeza (esto que conté fue un lunes) yfinalmente el viernes, cuando tenía que ir a la casa de una amiga a eso de lasocho de la noche (nos reunimos todos los viernes), pensé que podía llamar alradio taxi con tiempo y pedir el 112. Finalmente, después de muchascavilaciones, así lo hice.
Cuando entré al taxi, la victoria sele notaba en la cara, sin embargo estuvo bastante discreto y me preguntó adónde íbamos. Le dije cualquier dirección y después de unos comentarios me preguntósi quería pasarme adelante. Entonces yo le tuve que poner las cosas claras:
- Mirá, vamos a hacer una cosa: ¿vosquerés estar conmigo?
Entonces me respondió:
- Si por “estar” queremos decircoger: sí.
- Bueno, entonces tenés que seguirmis indicaciones sin chistar.
- Usted ordena, doña.
- Y no me digas doña…
Entonces le hice seguir el camino eir por Córdoba hasta un albergue transitorio por el que había pasado muchasveces. Lo hice entrar, yo siempre sentada detrás y después hice que me siguiera.
Cuando entramos al cuarto, si bienestaba muy nerviosa, traté de manejarme como alguien con experiencia. Lo hicesentar en una especie de sillón rodeado de espejos que estaba frente a la camay puse la mejor iluminación posible. Puse unas luces tenues pero que dejabanver lo suficiente. Me senté en la cama y le pedí entonces que se parara. Lohice acercarse y le comencé a desabrochar la camisa, botón por botón. La verdades que al principio toda la situación me daba un poco de vergüenza y de impresión,pero me tranquilizaba el hecho de que yo llevara las riendas. La verdad es quetenía un pecho muy hermoso, musculoso y con pelos que comencé a seguir con mismanos mientras seguía sentada en la cama. Cuando llegué a los jeans comencé aacariciarlo por afuera, recorriendo la entrepierna y apreciando el bulto y sudureza. Nada que se saliera de lo habitual, pensé en ese momento. Después meanimé más y comencé a besarle el ombligo y así fui bajando, le abrí el pantalóny cuando quiso acariciarme las tetas, lo miré como recordándole el trato. Lebajé los pantalones y lo dejé en calzoncillos frente a mí. Su pija estaba a laaltura de mi cara y parecía querer salirse de sus slips negros y ahí realmentecomencé a calentarme. Fue entonces que le bajé los calzoncillos y dejé que supija saltara y me señalara. Les digo que no mentía. Era una hermosa verga, talcomo él me había dicho. Tenía pelos rojizos y parecía una columna. No solo eragrande y gruesa sino que tenía una forma muy armoniosa: sin muchas ni pocas venasque la recorrieran, con un glande redondo y de un rosado oscuro. ¿Y esto cómoentra? me pregunté a mí misma. Y antes de poder comprobarlo, la chupé conmuchísimas ganas como hace tiempo que no chupaba una pija. La recorrí y lasentí todavía más grande entre mis labios. Hice movimientos rítmicos y sentícomo crecía más y más, mientras él hacía exclamaciones de goce y de victoria.Les digo que la tomaba con mi mano y apenas me cabía de lo gruesa que era.
A un simple gesto, le di a entenderque el pacto había terminado, y así mi taxista se subió encima mío y me hizodos polvos que no olvidaré hasta el final de mis días. Me hizo gozar con todo yme dejó tan caliente que me costó sacármelo de la cabeza durante mucho tiempo.Una de las veces terminó masturbándose con mis tetas y me largó unos chorrosespesos en la cara que confirmaban la opinión de una amiga mía que dice quecuando más grande es la pija, más guasca saca. Y no solo me hizo el amor en lacama sino que en el baño. Yo estaba dispuesta para darme una ducha, y él en elcuarto puso música a todo volumen y apareció en el baño, con su verga al palo,y me dijo tomándome por atrás: Me imagino que no serás menos que una pendeja deveinte. Y les puedo decir que dolió un montón pero que valió la pena. Él se movíaal ritmo de la música y hasta debo decirles que le encontré hasta un poco degracia a esa música populachera.
Sabor sabroson pa´ gozar
sabor sabroson pa´ gozar
miren a la negra bailar
como se mueve sin parar.
Dale vida a este ritmo que no pare de sonar
esta base aquí comienza y esta piola pa´ bailar
ella mueve la colita yo la apoyo bien atrás
la joda recien comienza hoy no te vas a escapar.
Gocé no sólo con éllubricándome con saliva el culo y penetrándome sino con las transformaciones demi cara en el espejo, desde la desesperación hasta el goce absoluto. Me partióen dos pero después que mi cuerpo se acostumbró, tuve un placer que nunca habíasentido. Porque él no sólo tenía una verga hermosa (tal como me había dicho)sino que sabía acariciarme y abrazarme.
Después fui a la reunión con misamigas y debo decirles que preferí mantener todo en secreto porque quería altaxista sólo para mí. Sin embargo, al día siguiente, el sábado, en casa, pasóalgo que me dejó atónita. Como mi hija tenía que salir, le dije si quería quela acercara con el auto (mi marido me deja el auto los sábados). Ella me dijoque no, que se encontraba con una amiga antes para después ir todas a ladespedida de soltera que le hacían una amiga. Mejor me tomo un taxi, dijo. Entoncesmarcó el número del radio-taxi y pidió:
- Por favor, me pide el móvil 112.
Estaba en baile,
Tomando fernet con coca
Sin darme cuenta unachica,
Le metió una pastilla
Color rosa
La jarra seguía pasando,
De boca en boca.
Mareados seguimostomando
De esta jarra loca.
Empezamos a ver,
Dibujitos animados.
Descontrolados.
Salten todos de lacabeza.
Salten todos, pintó eldescontrol.
¡Imaginense lo quepodía ser tener que escuchar esta música a todo volumen, para alguien que tieneabono al Colón y que se conoce de memoria la teratología de Wagner! Por suerte,durante el camino, el taxista recibió un mensaje de un cliente que quería serrecogido en Coronel Díaz y Güemes y por eso tuvo que bajar el volumen. Elconductor contestó el radiomensaje diciendo que tardaría aproximadamente unahora y desde la central le respondieron que no importaba, que el clienteesperaba.
-¡Qué paciencia tiene ese cliente! – le comenté, solo por iniciar una conversación ypara evitar que volviera a poner esa musiquita.
-Es una mujer – me dijo.
Y yo agregué, sin pensarlo:
- No importa, debe tener sus razones para esperar tanto.
- ¿Quiere saber? – me preguntó orgulloso, y antes que yo pudiera responderle, dijo, señalándose a sí mismo-¡Es porque tengo una linda verga!
La ocurrencia me molestó un poco y me dejó un poco aturdida. Miré por la ventanilla hacia ningún lado. El taxista,en cambio, no esperó mi comentario y dijo algo que todavía me avergonzó más:
- Disculpe que le hable así, doña,pero se nota a la legua que usted es una mujer liberal, moderna. Usted no parece de esas que se ofenden porque uno habla de lo que la naturaleza le dio,¿no?.
Todavía faltaba un buen trecho de viaje y traté de salir del paso de la mejor manera posible:
- Bueno, claro, no se preocupe que el mito del gran macho argentino no me mueve un pelo.
Ahí lo miré por el espejito ya quehasta ese entonces no le había prestado mucha atención. Era morocho (bienpodría pertenecer a la barra brava de Platense) pero pese a eso tenía rasgosbastante finos, sobre todo la nariz. Debía tener unos treinta y cinco años yparecía físicamente fuerte. No era feo pero, como se habrán dado cuenta, era unfanfarrón insoportable.
- Sí, yo apenas la vi me di cuentaque usted no era una copetuda (No me pregunten qué quiso decir con eso), y eneso del macho argentino usted tiene razón, pero las primeras en fomentar esemito son las mujeres. Esta señora que me espera de acá a una hora está comoloca. El otro día me sacó a pasear, se sentó acá adelante y estuvo jugando albalero durante todo el viaje. Se habrá dado cuenta que tengo los vidriospolarizados para preservar la privacidad de mis clientes.
- Qué atento… - fue lo único quealcancé a decir sin dar crédito a lo que estaba escuchando.
Y siguió sin prestar atención a micomentario:
- Después me hizo parar allá por lacalle Giribone y ella se bajó y se subió una amiga. La amiga se subiódirectamente adelante y me puso la mano en la bragueta sin siquiera saludarme.“Buenas noches, no?”, le dije. Pero ella ni se dio por enterada. Para poner lascosas claras, entonces, le dije que el reloj corría y que ni se le ocurrieramancharme el tapizado porque me lo pagaba. Lo único que me dijo en todo elviaje, en el ùnico momento en que se la sacó de la boca, fue: “tenía razónLaurita, tenés una poronga perfecta”. Y no se le escapó ni una gota, así que mitapizado quedó a salvo. No sé qué se habrán pensado pero la cuestión es quedespués me tuve que ir a mi casa a dormir de lo molido que quedé. Así que usteddice lo del macho argentino y tiene toda la razón pero apenas se corre la bola,todas salen a pedir el chofer 112. Y eso que ésta es una señora casada y senota que es de familia bien. Y no hablemos de otras. Hay una piba, usted sabeque ahora los jóvenes no tienen límites, que tendrá veinte años o un poco más yusted no sabe lo que es. Tiene más experiencia que todas los trabas de la GodoyCruz juntos.
La verdad es que sus giros meestaban cansando y me parecían muy vulgares, pero la curiosidad por lo que mecontaba no me permitía interrumpirlo. De última, me decía para calmarme, essolo un viaje.
- Esa chica quiere llevarme a unadespedida de soltera que le están organizando a una amiga. Yo ahí le dije queno, porque yo trolo no soy. No me voy a poner a bailar con slips frente a cincoo seis minas canciones de ABBA o de Gloria Gaynor. Yo le dije: si queréstraerlas al taxi, todo bien. Hasta puedo llevarlas de trampa a un telo, peroponerme a bailar como un mariconazo no. La cuestión es que esta piba, la otrasemana, me llevó hasta el Rosedal y me hizo parar el vehículo. Sin darme tiempoa nada, se pasó acá adelante, se sacó la bombacha (llevaba pollera) y sinvaselina ni nada se sentó con su colita acá mismo. Se lo hizo por atrás y lapendeja no dijo ni ay. Y miré que hay que animarse con la mía, eh! La verdad esque yo no sé a dónde vamos con esta juventud.
- Sí, claro – atiné a decir, como silo que estuviera diciendo tuviera algún sentido. Parece que mis dos palabras loanimaron a seguir contándome sus confesiones.
- Pero siempre fue así. Usted diceeso y puede ser que a usted esas cosas no le importen tanto. Pero yo le aseguroque en algún lugar apenas se corría la bola de que yo era garañón, ya teníatodo un enjambre de hembras alrededor. Claro que no siempre tuve las de ganar.Cuando yo hice el secundario, un nocturno, había una profesora de literaturaque me encantaba y mis amigos que insistían en que le hiciéramos llegar elchisme. Y yo les decía: “no, con ella no me animo, ella es diferente”. Era comouna muñequita, con ojos verdes. Y finalmente no me animé. Mis compañeros medecían que ésta era como las otras, que hasta capaz que había soñado conmigo ytodo. Pero, en fin, me quedé con las ganas. Pero en esa época no era tanexperto.
- O tal vez –le respondí- usted notenía otros encantos que pudieran atraerla.
- Pero si yo soy simpático,cariñoso… feo no soy, ¿o le parezco feo? ¿Qué culpa tengo si la tengo grandecomo una morcilla?
Por suerte el taxi pasó las puertasde la ciudad universitaria y le indiqué a qué edificio iba. Cuando detuvo elauto me dijo:
- Son cinco pesos. Por ser usted lehago precio. No se ofenda pero usted es una de las clientas más guapas quetuve. Y ya sabe, si quiere viajar conmigo, sólo tiene que pedir el movil 112.
Y me dio una tarjeta.
Le sonreí aunque me sentía un pocoofendida y hasta se me cruzó por la cabeza llamar al radio taxi para asentaruna queja. Pero apenas este pensamiento se me cruzó por la cabeza, me sentí unaidiota: ¿qué era lo que realmente me había ofendido? La verdad es que por lanoche, cuando llegué a casa, no pude dormir de lo caliente que había quedado.Pensé en tratar de conformarme con mi marido pero ya se había dormido porquehabía tenido mucho trabajo y al otro día se tenía que despertar temprano. Notuve más remedio que ir al baño y masturbarme, lo que hice tres veces. Lo peorfue que para llegar al baño hay que pasar por un pasillo que pasa por loscuartos de mis hijos y la tercera vez que fui escuché los gemidos que veníandel cuarto de mi hija que estaba con su novio y eso me calentó mucho más. Fueuna noche terrible.
Durante la semana más de una vez laimagen del taxista pasó por mi cabeza (esto que conté fue un lunes) yfinalmente el viernes, cuando tenía que ir a la casa de una amiga a eso de lasocho de la noche (nos reunimos todos los viernes), pensé que podía llamar alradio taxi con tiempo y pedir el 112. Finalmente, después de muchascavilaciones, así lo hice.
Cuando entré al taxi, la victoria sele notaba en la cara, sin embargo estuvo bastante discreto y me preguntó adónde íbamos. Le dije cualquier dirección y después de unos comentarios me preguntósi quería pasarme adelante. Entonces yo le tuve que poner las cosas claras:
- Mirá, vamos a hacer una cosa: ¿vosquerés estar conmigo?
Entonces me respondió:
- Si por “estar” queremos decircoger: sí.
- Bueno, entonces tenés que seguirmis indicaciones sin chistar.
- Usted ordena, doña.
- Y no me digas doña…
Entonces le hice seguir el camino eir por Córdoba hasta un albergue transitorio por el que había pasado muchasveces. Lo hice entrar, yo siempre sentada detrás y después hice que me siguiera.
Cuando entramos al cuarto, si bienestaba muy nerviosa, traté de manejarme como alguien con experiencia. Lo hicesentar en una especie de sillón rodeado de espejos que estaba frente a la camay puse la mejor iluminación posible. Puse unas luces tenues pero que dejabanver lo suficiente. Me senté en la cama y le pedí entonces que se parara. Lohice acercarse y le comencé a desabrochar la camisa, botón por botón. La verdades que al principio toda la situación me daba un poco de vergüenza y de impresión,pero me tranquilizaba el hecho de que yo llevara las riendas. La verdad es quetenía un pecho muy hermoso, musculoso y con pelos que comencé a seguir con mismanos mientras seguía sentada en la cama. Cuando llegué a los jeans comencé aacariciarlo por afuera, recorriendo la entrepierna y apreciando el bulto y sudureza. Nada que se saliera de lo habitual, pensé en ese momento. Después meanimé más y comencé a besarle el ombligo y así fui bajando, le abrí el pantalóny cuando quiso acariciarme las tetas, lo miré como recordándole el trato. Lebajé los pantalones y lo dejé en calzoncillos frente a mí. Su pija estaba a laaltura de mi cara y parecía querer salirse de sus slips negros y ahí realmentecomencé a calentarme. Fue entonces que le bajé los calzoncillos y dejé que supija saltara y me señalara. Les digo que no mentía. Era una hermosa verga, talcomo él me había dicho. Tenía pelos rojizos y parecía una columna. No solo eragrande y gruesa sino que tenía una forma muy armoniosa: sin muchas ni pocas venasque la recorrieran, con un glande redondo y de un rosado oscuro. ¿Y esto cómoentra? me pregunté a mí misma. Y antes de poder comprobarlo, la chupé conmuchísimas ganas como hace tiempo que no chupaba una pija. La recorrí y lasentí todavía más grande entre mis labios. Hice movimientos rítmicos y sentícomo crecía más y más, mientras él hacía exclamaciones de goce y de victoria.Les digo que la tomaba con mi mano y apenas me cabía de lo gruesa que era.
A un simple gesto, le di a entenderque el pacto había terminado, y así mi taxista se subió encima mío y me hizodos polvos que no olvidaré hasta el final de mis días. Me hizo gozar con todo yme dejó tan caliente que me costó sacármelo de la cabeza durante mucho tiempo.Una de las veces terminó masturbándose con mis tetas y me largó unos chorrosespesos en la cara que confirmaban la opinión de una amiga mía que dice quecuando más grande es la pija, más guasca saca. Y no solo me hizo el amor en lacama sino que en el baño. Yo estaba dispuesta para darme una ducha, y él en elcuarto puso música a todo volumen y apareció en el baño, con su verga al palo,y me dijo tomándome por atrás: Me imagino que no serás menos que una pendeja deveinte. Y les puedo decir que dolió un montón pero que valió la pena. Él se movíaal ritmo de la música y hasta debo decirles que le encontré hasta un poco degracia a esa música populachera.
Sabor sabroson pa´ gozar
sabor sabroson pa´ gozar
miren a la negra bailar
como se mueve sin parar.
Dale vida a este ritmo que no pare de sonar
esta base aquí comienza y esta piola pa´ bailar
ella mueve la colita yo la apoyo bien atrás
la joda recien comienza hoy no te vas a escapar.
Gocé no sólo con éllubricándome con saliva el culo y penetrándome sino con las transformaciones demi cara en el espejo, desde la desesperación hasta el goce absoluto. Me partióen dos pero después que mi cuerpo se acostumbró, tuve un placer que nunca habíasentido. Porque él no sólo tenía una verga hermosa (tal como me había dicho)sino que sabía acariciarme y abrazarme.
Después fui a la reunión con misamigas y debo decirles que preferí mantener todo en secreto porque quería altaxista sólo para mí. Sin embargo, al día siguiente, el sábado, en casa, pasóalgo que me dejó atónita. Como mi hija tenía que salir, le dije si quería quela acercara con el auto (mi marido me deja el auto los sábados). Ella me dijoque no, que se encontraba con una amiga antes para después ir todas a ladespedida de soltera que le hacían una amiga. Mejor me tomo un taxi, dijo. Entoncesmarcó el número del radio-taxi y pidió:
- Por favor, me pide el móvil 112.
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