María Eliana (Maru) y Diego forman el matrimonio que habitaba la casa contigua a la nuestra, la de Mariel y yo (Juan). Los cuatro estábamos en la segunda mitad de los 30 años. Diego, en una empresa multinacional y Mariel en su consultorio de odontología, trabajaban fuera de casa, Maru (profesora y traductora de inglés) y yo (consultor independiente de IT) lo hacíamos mayoritariamente en casa, casi siempre en soledad por las tardes, ya que los hijos de ambas familias concurrían a la escuela después del medio día.
Las dos parejas teníamos una relación de cordial de buena vecindad, no de amigos y no nos frecuentábamos: ni ella era amiga de mi esposa ni yo amigo de su marido.
Bueno, a partir de la “intromisión” felina que relato a continuación, Maru y yo nos convertimos en amigos con derecho a roce.
El comienzo, de esta amistad, fue un día jueves, alrededor de la 15:00 hs, cuando ella, de unos 36 a 37 años, alta 1,75 metros o más de estatura, cara bonita, cabello suelto dorado natural y largo hasta donde la espalda cambia de nombre; del cuello hacia abajo, todo perfectamente proporcionado, cualquiera sea la posición del observador: de frente, de atrás o de costado, tocó el timbre de la puerta de mi casa.
De eso hace unos años.
- ¡Disculpá Juan! ¿Te puedo pedir una ayudita? –
- Si está a mi alcance, contá con ella –
- Estoy segura que podes. Más de una vez te vi subido a la escalera alta que tenes. Mirá sobre las ramas del “palo borracho” de nuestra vereda está una gatita, chiquitita, doradita, lindísima, que llora y me “parte el alma” pobrecita. Bueno podría ser un gatito, pero por la carita me parece que es hembrita. Mi marido no está. Por favor bajala y yo la voy a cuidar. ¿Dale? Está asustada y hambrienta. -
Juro que, en ese momento no hice ningún cálculo de “réditos futuros” Simplemente me “desarmó” su súplica, oral y gestual.
No diré que fue una epopeya el rescate. El animalito, por instinto, no quería dejarse atrapar y subió, a cada intento mío, más alto fuera de mi alcance. Necesité bajar, para corregir la altura de la escalera de aluminio de dos tramos, y volver a subir cuidándome de las espinas del árbol, 3 veces hasta que conseguí asirla del cuello y no soltarla, a pesar que hizo buen uso de sus uñas en mi mano y brazo.
Maru tenía razón: era gatita, la “bautizó” Popee (así lo lleva escrito en su collar) y, me apresuro a reconocer, (¿habrá sido de agradecida?) que nunca manifestó fastidio cuando la sacaba de la cama para coger con su protectora.
La aparición de Popee propició una mayor frecuencia de contactos con Maru. Pronto dejaron de ser casuales para pasar a provocados por mí: se soltó algún resorte en mi interior y el sexo pasó al primer plano.
De los raros encuentros en la calle, pasamos a dialogar, casi a diario, pared (tapial) divisoria de nuestros jardines posteriores, de por medio. Yo trepado en una pequeña escalera, ella apoyada la espalda en la columna de una luminaria ubicada a menos de 2 metros del tapial. Sin el temor “al qué dirán del vecindario”, las conversaciones, además de extenderse en el tiempo, fueron deslizando hacia nuestras zonas espirituales íntimas y reservadas. No tardó en desatarse en mí un apetito vehemente por esa hermosa hembra. Daba la impresión que algo simétrico sucedía en el jardín vecino. Decidí (no pude ya postergar) comenzar a averiguarlo.
Preparé dos tragos largos que había degustado en Mexico: bebida cola y Amaretto di Soronno, y los guardé en la heladera. Además cambié mi reloj pulsera de todos los días por otro (un Festina con “mil” funciones, que recibí de regalo) que uso poco por ostentoso.
Cuando escuché a Maru, hablándole a su gatita en el jardín, me asomé por sobre el tapial:
Como suponía, no pasó desapercibido para ella, el aparatoso cronómetro:
- ¡Qué reloj bárbaro “gastamos” hoy!!! – chicaneó
- ¡Perdón!!!! No es sólo un reloj –
- ¡Ahhhh noooo!!! ¿Y que más es?-
- Bola de cristal. Puedo ver, lo actual y lo que está por venir –
- ¡No me digas!! yyyy…¿Qué ves ahora? –
- ¡Que estas sin…bombachita!! –
Se ruborizó intensamente primero para soltar una sonora carcajada, después.
- ¡Que boludez!!! ¡Claro que no!!! ¡Estoy, completamente, vestida!!! –
Simulé darle unos golpecitos al reloj, después me golpee la frente con la palma abierta:
- ¡Ciertooo!!! Olvidé que el reloj lo tengo adelantado. -
Es una mujer muy inteligente, además de linda. La expresión de su cara no dejaba dudas que había captado la insinuación y no la escandalizaba.
En la continuidad de mi “esquema” de asalto a la “virtud” de mi vecina, hice un aparente cambio de tema:
- Tenes que probar algo que preparé para vos –
- ¿Ahh si? ¿Qué es? –
- Algo dulce, bueno…..no tanto como vos, pero…..te va a gustar. Esperame ya vuelvo. -
Fijó sus ojos en mis ojos. La dejé sopesando lo que le había agregado entre líneas y fui a retirar de la heladera los refrescos. De regreso al tapial, subí la apuesta:
- Dale, agarrá los vasos así puedo pasar para tu lado y los saboreamos juntos. –
Adquirió una expresión perpleja.
- ¿No sé si es prudente? – murmuró, consciente de que, yo no pretendía “saltar la valla” sólo para refrescarme en compañía.
- ¡Dale!!! ¿No te parece que ya es tiempo que dejemos de hablarnos a distancia. –
Tuvo unos segundos de indecisión, antes de aceptar y hacerse cargo de los tragos. Me senté en el tapial, pasé la escalerita al otro lado y bajé. La saludé con el primer beso en la mejilla y el primer, tímido, abrazo. Nos sentamos en una reposera al lado de la piscina y apoyamos los vasos en una mesita ratona. La gatita se acostó en el piso, al lado de su pié derecho.
- Vamos a brindar por Popee, que hizo posible este momento estupendo – le propuse, mientras le ofrecía una de las bebidas.
Tomamos un par de sorbos:
- Tenés razón, ¡es rico y refrescante!! ¡es dulce!! – comentó sonriente.
- Hablando de dulzura ¿Qué tal si me das un beso? – le pasé mi mano libre detrás de la cabeza y comencé a atraerla hacia mi.
- ...pero...pero….¿qué me estás diciendo?...¡que zafado!..– hizo el ademán de incorporarse, fastidiada.
La retuve y seguí traccionando su cabeza hacia mí. Opuso resistencia, no sé si toda la que podía, a que le besara los labios. Ese primer boca a boca no fue muy prolongado, eso sí, mutuamente magnético. Ella intentó disimular:
-...esto es una barbaridad....por favor volvé a tu casa...- se separó empujándome con ambos brazos.
-¡Nada de eso!!!...me voy a quedar...por otro beso…por acariciarte…por lo que estás pensando…mejor te lo digo con todas las letras: ¡por estar dentro tuyo!!! -
-...no sigas...no tenes derecho...¿te olvidas que no somos solteros?…eso está muy mal… –
- Seguro es ilegal, inmoral, una canallada si queres….pero…..yo la…los dos la necesitamos ¡y a gritos!!!! –
- ¡No…no podemos!..¡No debemos!!!...-
Volvió a amagar incorporarse. No dejé que lo hiciera, todo lo contrario, la atraje nuevamente junto a mí, esquivó dos o tres veces mis intentos de volver a besarla en la boca, entonces pasé al cuello y simultáneamente, con una mano, comencé a masajearle una teta, por encima de la blusa. Fue todo un acierto. Fue ella que buscó mis labios tirando por la borda, reservas, prejuicios heredados, roles sociales, etc…Segundos después éramos dos cuerpos en llamas, reconociéndonos mutuamente. Obvio que su entrepierna era lo que recibía mayor atención de mi parte.
Comencé a desabrochar su blusa. Maru intentó oponerse a que siguiéramos al aire libre:
- ¡No Juan! ¡Acá noooo!…..-
Seguí despojándola de la blusa. Quedaron a la vista las dos tetas turgentes, aun protegidas por el corpiño. Eso pareció lo máximo a que estaba dispuesta bajo el sol:
- ¡No puedo!¡No puedo acá….! –
- ¿Vamos adentro, si queres? –
- ¡Dale! -
En instantes estuvimos en el dormitorio matrimonial (creo que la apuré a los empujones). Enseguida, Maru, dio cuenta de mi camisa. Yo, febrilmente, me concentré en despojarla del pantalón que quedó caído a sus pies. Con el “embale” que tenía, apenas demoré una fracción de segundo en contemplar el soberbio cuerpo, semidesnudo, de mi vecina. Me abalancé sobre ella, caímos juntos sobre la cama, terminé de desnudarla con precipitación, me deshice de cada una de mis prendas, junté mis labios a los suyos, subí entre sus piernas y, sin otro prolegómeno, le entré mi vara insignia en la concha. Maru, gimió y su lengua buscó la mía en señal de “aprobación”. Con un bombeo suave, mis ojos clavados en los suyos, comencé a cogerla invadido por un placer desconocido, ella fue subrayando con suspiros y gemidos el goce que le provocaba mi entrar y salir y mis caricias ¡¡siiii!!....¡¡uhiii!! ¡¡asiiii!......¡¡ahhh!!..
La cogida cobró, al cabo de unos minutos, velocidad hasta que llegó el momento y ya no pude dilatar más el epílogo: nos dimos un beso profundo y abrí la compuerta. Ella aprovechó la rigidez remanente de mi miembro y, moviéndose con frenesí, hasta alcanzar su propio climax gritándolo, en un tono tal que parecía que no sólo yo, sino también el vecindario, tomase nota de su satisfacción.
Permanecimos ella acostada, yo arriba, abrazados intercambiando halagos por las delicias mutuas y besos cariñosos. Recobrado el ritmo normal de respiración me ubiqué a su lado, ambas cabezas en la misma almohada:
- ¡Qué locura! Mirá adonde fuimos a parar por rescatar a Popee –murmuró, en primer lugar ella.
- ¡Sos divina! De ahora en más me voy a ser adorador de los gatos, como los antiguos egipcios. ¡De no creer el regalo que me hizo Popee!!! - le respondí.
- ¡Callate loco!¡Mirá lo que decis! Lo cierto es que somos dos impresentables……-
Si, la verdad es que nuestra relación distó, años luz, de ser irreprochable, pero con cada nueva trampa, fue mejorando. De la primer cogida, casi cavernaria (¡fuera la ropa y adentrooo!!!!) pasamos a disfrutar de encuentros mucho más elaborados: preliminares rebuscados, sexo oral, variedad de posiciones y, de tanto en tanto, sexo anal. También cambiamos de escenario: en ocasiones, en lugar de su dormitorio, (donde, previo desalojo pacífico de Popee que solía dormir en la cama, más polvos acumulamos), fuimos a algunos hoteles, retirados de nuestras viviendas, por precaución.
Trampeamos por mucho tiempo y guardo un lindo recuerdo de esas “correrías”.
Las dos parejas teníamos una relación de cordial de buena vecindad, no de amigos y no nos frecuentábamos: ni ella era amiga de mi esposa ni yo amigo de su marido.
Bueno, a partir de la “intromisión” felina que relato a continuación, Maru y yo nos convertimos en amigos con derecho a roce.
El comienzo, de esta amistad, fue un día jueves, alrededor de la 15:00 hs, cuando ella, de unos 36 a 37 años, alta 1,75 metros o más de estatura, cara bonita, cabello suelto dorado natural y largo hasta donde la espalda cambia de nombre; del cuello hacia abajo, todo perfectamente proporcionado, cualquiera sea la posición del observador: de frente, de atrás o de costado, tocó el timbre de la puerta de mi casa.
De eso hace unos años.
- ¡Disculpá Juan! ¿Te puedo pedir una ayudita? –
- Si está a mi alcance, contá con ella –
- Estoy segura que podes. Más de una vez te vi subido a la escalera alta que tenes. Mirá sobre las ramas del “palo borracho” de nuestra vereda está una gatita, chiquitita, doradita, lindísima, que llora y me “parte el alma” pobrecita. Bueno podría ser un gatito, pero por la carita me parece que es hembrita. Mi marido no está. Por favor bajala y yo la voy a cuidar. ¿Dale? Está asustada y hambrienta. -
Juro que, en ese momento no hice ningún cálculo de “réditos futuros” Simplemente me “desarmó” su súplica, oral y gestual.
No diré que fue una epopeya el rescate. El animalito, por instinto, no quería dejarse atrapar y subió, a cada intento mío, más alto fuera de mi alcance. Necesité bajar, para corregir la altura de la escalera de aluminio de dos tramos, y volver a subir cuidándome de las espinas del árbol, 3 veces hasta que conseguí asirla del cuello y no soltarla, a pesar que hizo buen uso de sus uñas en mi mano y brazo.
Maru tenía razón: era gatita, la “bautizó” Popee (así lo lleva escrito en su collar) y, me apresuro a reconocer, (¿habrá sido de agradecida?) que nunca manifestó fastidio cuando la sacaba de la cama para coger con su protectora.
La aparición de Popee propició una mayor frecuencia de contactos con Maru. Pronto dejaron de ser casuales para pasar a provocados por mí: se soltó algún resorte en mi interior y el sexo pasó al primer plano.
De los raros encuentros en la calle, pasamos a dialogar, casi a diario, pared (tapial) divisoria de nuestros jardines posteriores, de por medio. Yo trepado en una pequeña escalera, ella apoyada la espalda en la columna de una luminaria ubicada a menos de 2 metros del tapial. Sin el temor “al qué dirán del vecindario”, las conversaciones, además de extenderse en el tiempo, fueron deslizando hacia nuestras zonas espirituales íntimas y reservadas. No tardó en desatarse en mí un apetito vehemente por esa hermosa hembra. Daba la impresión que algo simétrico sucedía en el jardín vecino. Decidí (no pude ya postergar) comenzar a averiguarlo.
Preparé dos tragos largos que había degustado en Mexico: bebida cola y Amaretto di Soronno, y los guardé en la heladera. Además cambié mi reloj pulsera de todos los días por otro (un Festina con “mil” funciones, que recibí de regalo) que uso poco por ostentoso.
Cuando escuché a Maru, hablándole a su gatita en el jardín, me asomé por sobre el tapial:
Como suponía, no pasó desapercibido para ella, el aparatoso cronómetro:
- ¡Qué reloj bárbaro “gastamos” hoy!!! – chicaneó
- ¡Perdón!!!! No es sólo un reloj –
- ¡Ahhhh noooo!!! ¿Y que más es?-
- Bola de cristal. Puedo ver, lo actual y lo que está por venir –
- ¡No me digas!! yyyy…¿Qué ves ahora? –
- ¡Que estas sin…bombachita!! –
Se ruborizó intensamente primero para soltar una sonora carcajada, después.
- ¡Que boludez!!! ¡Claro que no!!! ¡Estoy, completamente, vestida!!! –
Simulé darle unos golpecitos al reloj, después me golpee la frente con la palma abierta:
- ¡Ciertooo!!! Olvidé que el reloj lo tengo adelantado. -
Es una mujer muy inteligente, además de linda. La expresión de su cara no dejaba dudas que había captado la insinuación y no la escandalizaba.
En la continuidad de mi “esquema” de asalto a la “virtud” de mi vecina, hice un aparente cambio de tema:
- Tenes que probar algo que preparé para vos –
- ¿Ahh si? ¿Qué es? –
- Algo dulce, bueno…..no tanto como vos, pero…..te va a gustar. Esperame ya vuelvo. -
Fijó sus ojos en mis ojos. La dejé sopesando lo que le había agregado entre líneas y fui a retirar de la heladera los refrescos. De regreso al tapial, subí la apuesta:
- Dale, agarrá los vasos así puedo pasar para tu lado y los saboreamos juntos. –
Adquirió una expresión perpleja.
- ¿No sé si es prudente? – murmuró, consciente de que, yo no pretendía “saltar la valla” sólo para refrescarme en compañía.
- ¡Dale!!! ¿No te parece que ya es tiempo que dejemos de hablarnos a distancia. –
Tuvo unos segundos de indecisión, antes de aceptar y hacerse cargo de los tragos. Me senté en el tapial, pasé la escalerita al otro lado y bajé. La saludé con el primer beso en la mejilla y el primer, tímido, abrazo. Nos sentamos en una reposera al lado de la piscina y apoyamos los vasos en una mesita ratona. La gatita se acostó en el piso, al lado de su pié derecho.
- Vamos a brindar por Popee, que hizo posible este momento estupendo – le propuse, mientras le ofrecía una de las bebidas.
Tomamos un par de sorbos:
- Tenés razón, ¡es rico y refrescante!! ¡es dulce!! – comentó sonriente.
- Hablando de dulzura ¿Qué tal si me das un beso? – le pasé mi mano libre detrás de la cabeza y comencé a atraerla hacia mi.
- ...pero...pero….¿qué me estás diciendo?...¡que zafado!..– hizo el ademán de incorporarse, fastidiada.
La retuve y seguí traccionando su cabeza hacia mí. Opuso resistencia, no sé si toda la que podía, a que le besara los labios. Ese primer boca a boca no fue muy prolongado, eso sí, mutuamente magnético. Ella intentó disimular:
-...esto es una barbaridad....por favor volvé a tu casa...- se separó empujándome con ambos brazos.
-¡Nada de eso!!!...me voy a quedar...por otro beso…por acariciarte…por lo que estás pensando…mejor te lo digo con todas las letras: ¡por estar dentro tuyo!!! -
-...no sigas...no tenes derecho...¿te olvidas que no somos solteros?…eso está muy mal… –
- Seguro es ilegal, inmoral, una canallada si queres….pero…..yo la…los dos la necesitamos ¡y a gritos!!!! –
- ¡No…no podemos!..¡No debemos!!!...-
Volvió a amagar incorporarse. No dejé que lo hiciera, todo lo contrario, la atraje nuevamente junto a mí, esquivó dos o tres veces mis intentos de volver a besarla en la boca, entonces pasé al cuello y simultáneamente, con una mano, comencé a masajearle una teta, por encima de la blusa. Fue todo un acierto. Fue ella que buscó mis labios tirando por la borda, reservas, prejuicios heredados, roles sociales, etc…Segundos después éramos dos cuerpos en llamas, reconociéndonos mutuamente. Obvio que su entrepierna era lo que recibía mayor atención de mi parte.
Comencé a desabrochar su blusa. Maru intentó oponerse a que siguiéramos al aire libre:
- ¡No Juan! ¡Acá noooo!…..-
Seguí despojándola de la blusa. Quedaron a la vista las dos tetas turgentes, aun protegidas por el corpiño. Eso pareció lo máximo a que estaba dispuesta bajo el sol:
- ¡No puedo!¡No puedo acá….! –
- ¿Vamos adentro, si queres? –
- ¡Dale! -
En instantes estuvimos en el dormitorio matrimonial (creo que la apuré a los empujones). Enseguida, Maru, dio cuenta de mi camisa. Yo, febrilmente, me concentré en despojarla del pantalón que quedó caído a sus pies. Con el “embale” que tenía, apenas demoré una fracción de segundo en contemplar el soberbio cuerpo, semidesnudo, de mi vecina. Me abalancé sobre ella, caímos juntos sobre la cama, terminé de desnudarla con precipitación, me deshice de cada una de mis prendas, junté mis labios a los suyos, subí entre sus piernas y, sin otro prolegómeno, le entré mi vara insignia en la concha. Maru, gimió y su lengua buscó la mía en señal de “aprobación”. Con un bombeo suave, mis ojos clavados en los suyos, comencé a cogerla invadido por un placer desconocido, ella fue subrayando con suspiros y gemidos el goce que le provocaba mi entrar y salir y mis caricias ¡¡siiii!!....¡¡uhiii!! ¡¡asiiii!......¡¡ahhh!!..
La cogida cobró, al cabo de unos minutos, velocidad hasta que llegó el momento y ya no pude dilatar más el epílogo: nos dimos un beso profundo y abrí la compuerta. Ella aprovechó la rigidez remanente de mi miembro y, moviéndose con frenesí, hasta alcanzar su propio climax gritándolo, en un tono tal que parecía que no sólo yo, sino también el vecindario, tomase nota de su satisfacción.
Permanecimos ella acostada, yo arriba, abrazados intercambiando halagos por las delicias mutuas y besos cariñosos. Recobrado el ritmo normal de respiración me ubiqué a su lado, ambas cabezas en la misma almohada:
- ¡Qué locura! Mirá adonde fuimos a parar por rescatar a Popee –murmuró, en primer lugar ella.
- ¡Sos divina! De ahora en más me voy a ser adorador de los gatos, como los antiguos egipcios. ¡De no creer el regalo que me hizo Popee!!! - le respondí.
- ¡Callate loco!¡Mirá lo que decis! Lo cierto es que somos dos impresentables……-
Si, la verdad es que nuestra relación distó, años luz, de ser irreprochable, pero con cada nueva trampa, fue mejorando. De la primer cogida, casi cavernaria (¡fuera la ropa y adentrooo!!!!) pasamos a disfrutar de encuentros mucho más elaborados: preliminares rebuscados, sexo oral, variedad de posiciones y, de tanto en tanto, sexo anal. También cambiamos de escenario: en ocasiones, en lugar de su dormitorio, (donde, previo desalojo pacífico de Popee que solía dormir en la cama, más polvos acumulamos), fuimos a algunos hoteles, retirados de nuestras viviendas, por precaución.
Trampeamos por mucho tiempo y guardo un lindo recuerdo de esas “correrías”.
4 comentarios - Gatita extraviada, vecina empomada.