Aunque la experiencia compartida con Benito en el camión fue de esas que merecen ponerse en un cuadrito y conservarse para la posteridad, sentía que no era suficiente, que nos debíamos más. Los casi veinte años que fueron necesarios para que al fin pudiéramos concretar aquello que ambos deseábamos no podían compensarse con un polvo.
Intenso, brutal, maravilloso sí, pero un polvo al fin. Uno solo. Una única muestra de aquella atracción, de aquel magnetismo casi animal que ese hombre supo despertar en mí.
Como ya conté en el relato del camión, Benito fue el protagonista de mis primeras pajas, porque sí, a los 16 mis fantasías sexuales no eran con galanes de cine ni con estrellas de rock, sino con un camionero de 45 años, putañero, bebedor de ginebra y fumador empedernido de cigarrillos negros. Y aún hoy, incluso después de haber estado con el Khal Drogo del gimnasio, que me hizo ver las estrellas del cielo dothraki, no sentía deseo alguno de volver a estar con él, pero sí con el camionero...
Me imagino que no muchas mujeres estarían de acuerdo conmigo, pero claro, ninguna de ellas estuvo con Benito ni sintió lo que yo de pendeja, cuando me mojaba de solo imaginarlo sobre mí..., o detrás.
Por eso me decidí a hacerle una visita. No tenía su dirección pero la conseguí fácilmente llamando a mi mamá y pidiéndosela con la excusa de que le tenía que hacer firmar unos formularios por el seguro del camión.
Ese día justamente tenía que realizar algunas inspecciones a domicilio, la última en Mataderos, así que de ahí me fui a San Justo, sin almorzar ni nada. Aunque no me iba a privar de comer algo bien rico y nutritivo, jajaja...
Benito vive a unas pocas cuadras de la rotonda, en una casa de dos plantas, herencia familiar.
Cuando llegué aún faltaban unos minutos para el mediodía, supuestamente las inspecciones me llevarían hasta las cuatro o cinco, por lo que disponía de toda la tarde para estar con Benito y recuperar todo aquello que pudo ser.
Por supuesto que se muestra sorprendido al abrir la puerta y encontrarme ahí parada, con cara de feliz cumpleaños. Solo yo y mis ganas de coger.
-¡Marita! Dichosos los ojos que te ven- exclama, mirándome de arriba abajo con esa intensidad suya que podría derretir hasta a un iceberg.
-Espero no molestar- me disculpo por llegar de improviso.
-Siempre sos bienvenida en mi humilde hogar- me dice invitándome a pasar.
Entro moviéndome de esa forma que sé a él le gusta, como una puta ofreciendo su mercancía. Los ojos se le salen de las órbitas tratando de abarcar todo mi cuerpo.
-¿Que te gustaría tomar?- me pregunta cerrando la puerta y viniendo hacia mí.
-¡A vos...!- le digo colgándome de su cuello y besándolo con encendido entusiasmo.
Como si aquella fuera la señal que estaba esperando, sus manos me agarran de la cola y levantándome en vilo, me refriega contra su cuerpo, haciéndome sentir en pleno la dureza de su entrepierna.
¡Mmmhhh...! Ni siquiera empezamos y ya la tiene parada..., parada por mí.
Enlazo mis piernas en torno a su cintura, apretándome aún más contra él, dejándome llevar así en upa hasta su dormitorio.
Empuja la puerta de una patada, entra y en un par de zancadas me recuesta de espalda sobre la cama, tumbándose sobre mí, aplastándome con su excitada humanidad.
Nos seguimos besando, furiosa, ávidamente, tanto que la parte sobre los labios y alrededor me arde por el frotamiento de su bigotazo. Pero no me importa, quiero comérselo, al igual que su lengua, la cual chupo y mastico con frenesí.
Totalmente fuera de sí, con el rostro congestionado por la calentura, se levanta, y se lleva las manos a la cintura, dispuesto ya a bajarse el pantalón. Me siento en el borde de la cama y en estado similar al suyo, le saco las manos, continuando yo con tan plácida tarea.
El cinturón, el cierre, todo va cediendo ante mis ansiosas manos.
Cuando ya está todo desabrochado, tiro de su pantalón hacia abajo, dejándolo solo con un slip que parece escaso para contener todo eso que palpita y se inflama ahí debajo.
Un manojo de pelos se le escapa por encima del elástico y hasta un poco de huevo se asoma por un costado.
Sin bajarle todavía el calzoncillo, le agarro y aprieto el bulto, mordiéndoselo a través de la tela ya humedecida de excitación.
Benito está desesperado, ya quiere pelar y meterme hasta el último pedazo de verga, pero lo detengo, sonriéndole traviesa mientras le sigo dando suaves mordiditas por encima del cada vez más ceñido slip. Entonces se lo bajo de un repentino tirón, haciendo que su erección salte y se quede oscilando tentadora frente a mi cara.
Es una pija hermosa, no tendrá los 18 o más de mi Khal argento pero me puede.
Se la agarro con las dos manos, una para envolverle los huevos y se la chupo lo más fuerte que puedo. Benito gruñe del placer, me agarra de los pelos tratando de controlar el ritmo que le imprimo a la mamada, pero no lo dejo, hundo la boca hasta el fondo, y sigo chupando como si quisiera devorársela.
La siento dura, cálida, contundente, estremeciéndose ya de ese modo que me resulta tan adictivo.
-¡Mary..., si seguís..., así..., me vas a..., hacer..., acabar...!- intenta advertirme entre roncos jadeos, pero no le hago caso, porque eso es lo que quiero, que acabe.
Aumento la intensidad del pete, sintiendo ya ese temblor tan anhelado, la fuerza a punto de estallar, esa energía vital en torno a la cuál se cimentó el Universo.
-¡Mari..., Marita..., ahhhhhhh...!- exclama Benito y ya sin poder contenerse eyacula como si se hubiera estado guardando solo para mí.
No la suelto, por el contrario me aferro con más fuerza a esa pulsante y jugosa carne que parece no vaciarse nunca.
Leche, leche y más leche se derrama en mi garganta, y me la tomo toda, voraz y golosa, disfrutando como tan cálida emulsión me quema por dentro.
Cuando me la saco de la boca, un par de chorritos más, rezagados, me salpican en la cara.
-¡Marielita, esto fue..., increíble! No imaginé jamás a mis años disfrutar de algo así- me confiesa mientras le paso la lengua a todo lo largo, como si estuviera saboreando un helado derretido.
-Me alegro que te guste, con tu experiencia no sabía si iba a estar a la altura- le digo haciéndome la humilde.
-Mariela, el del otro día y éste fueron los mejores "petisos" que me hicieron en toda la vida- me asegura.
-Seguro que se lo decís a todas- le protesto mientras me tiendo y me acomodo en su cama.
-¡Jaja! Eso sí que no- replica tendiéndose a mi lado.
Luego de ese primer disfrute, pedimos una pizza, cerveza y comemos en la cama, los dos en ropa interior, rememorando aquellos tiempos en los que mi mundo todavía se parecía al de cualquier otra adolescente.
Tal como suponía, me confiesa que ya desde los 16 tenía ganas de "pasarme por las armas".
-Es que te pusiste como una vedette, ¡el culo que sacaste! ¡¡Y las tetas!!- me recuerda a modo de explicación, y tocándomelas por encima del corpiño, agrega: -Nunca creí que llegaría a disfrutarlas-
Dejo la porción de pizza que estoy comiendo sobre la caja, y quitándome lo único que se interpone entre mi piel y su tacto, se las ofrezco en toda su altiva desnudez.
Deja también su porción y se abalanza sobre mis pechos ávidos de hombre. Me chupa y muerde con suma delectación, dejando sobre mi carne un reguero de baba.
Sube con la lengua y buscando mi boca me besa en una forma que provoca un pequeño cataclismo en todo mi cuerpo.
Su mano desciende por mi vientre, y filtrándose por el borde de mi tanga, encuentra rápidamente el camino a la Gloria. Ya estoy mojada, pero sus caricias hacen que me moje todavía más.
Dispuesto entonces a no desaprovechar esa mielcita que me brota desde lo más íntimo, me saca la tanga y acomodándose entre mis piernas, me pega una soberbia chupada de concha.
Resulta evidente que ese hombre sabe lo que hace. La forma en que me devora, como succiona y paladea, dónde tiene que lamer y dónde chupar, cuando debe darme un respiro y cuando intensificar, todas son muestras de un verdadero maestro en el arte de la chupada, un artesano oral que hace y deshace al gusto de la receptora.
Cuando me mete los dedos me siento desfallecer, arqueo la espalda, dejando que me los hunda hasta los nudillos, sintiendo como una descarga eléctrica me recorre desde el mismo punto dónde él me está tocando, hasta la coronilla.
Utiliza el índice y el medio de su mano derecha, empujando lo más profundo posible, realizando unos movimientos que me ponen al borde mismo del colapso.
Todo el vientre se me contrae, como una sensación de vértigo que me levanta y me sacude por los aires. Siento que me hago encima, que estoy a punto de mearme y aunque trate de controlarme, no voy a poder evitar que me explote eso que se inflama dentro de mí.
Y entonces, cuando saca los dedos, llega el alivio en forma de unos chorritos que salen expulsados como si de una fuente se tratara, la fuente de la vida, cargados, violentos, salpicando todo por doquier.
-¡Que manera de mojarte, Marielita!- me dice Benito con un vozarrón cargado de morbo y lujuria.
Me vuelve a meter los dedos, y los sacude dentro, renovando esa sensación de ahogo y urgencia que me deja por completo a su merced.
No sé que punto toca, que interruptor acciona, pero me sigo meando del gusto, eyaculando chorritos y chorritos de flujo mientras me sacudo como si me estuviera electrocutando. Creo que hasta me hace llorar de placer.
-¡Cogeme Benito, quiero que me cojas!- le pido con lógica desesperación, abierta y mojada, ofreciéndome a él en forma plena y absoluta.
Del cajoncito de la mesa de noche saca un sobre plateado, pero antes de que lo abra se lo saco y lo arrojo a un costado.
-¡Quiero sentirte...!- le digo mordiéndome excitada el labio inferior.
Benito sonríe lascivo, con la pija echándole chispas, y poniéndomela entre los labios, los de la concha, me penetra con un solo y preciso empujón.
Estallo en plácidos jadeos al tenerlo adentro, en carne viva, llenándome con su vigor. Se acomoda encima mío y entre encendidos besos empieza a cogerme, deslizándose en toda su extensión, la que parece alargarse todavía más cuándo la tengo toda adentro.
¡Que rico me coge, por Dios! Me imagino lo afortunadas que deben haber sido esas mujeres que se levantaba en la ruta, cuándo joven, porque si ahora a los 64 coge así, no me quiero imaginar lo que debe haber sido veinte o treinta años atrás.
Lo rodeo con brazos, piernas y hasta con el alma, moviéndome con él, sintiendo ese empuje vibrar y estremecer cada fibra de mi ser.
La cama rechina al compás de nuestro garche, confundiéndose con los gemidos y jadeos con que ambos expresamos la intensidad de ese momento, entregándonos el uno al otro, sin guardarnos nada.
Y ahí estamos, amándonos a través del tiempo, como si todos los hombres que estuvieron antes me hubiesen preparado para ese momento, para ser suya por completo, en cuerpo, alma y espíritu...
Dicen que el primer amor nunca se olvida, y ahora, después de tantos años, finalmente entendía que él fue mi primer amor. Más intenso y pleno que cualquier otro porque no fue un amor físico, sexual, aunque nos deseáramos de esa forma. Al no haber existido ningún contacto entre nosotros, lo nuestro había involucrado no solo todos los sentidos, sino también la imaginación. Y aunque no lo haya entendido en su momento, creo que rendirme a los designios de mi tío Carlos, fue de alguna manera entregarme también a él.
Pero ahora, veinte años después, necesitaba concretar aquello que pudo haber sido, volver a verlo hizo darme cuenta de lo mucho que me urgía tenerlo dentro de mí, amarlo, sentirlo, expresarle todos esos sentimientos que pese al tiempo y la distancia seguían ahí, ocultos, escondidos, pero aún latentes.
Mis piernas lo reciben como a aquel que siempre debió haber estado entre ellas, aprisionándolo, reteniéndolo mientras lo siento palpitar en mi interior, contagiándome ese calor y esa voluptuosidad que me hace hervir la sangre.
Levanto los pies y colocando las pantorrillas sobre sus hombros, a ambos lados de su cabeza, me abro toda, disfrutando de las punzantes y encendidas clavadas con que me retumba en mi interior. Yo también empujo y me ensartó, restregándome cuando la tengo toda adentro, contra su frondosa y oscura pelambre y esos huevos que cada vez parecen estar más llenos.
Me agarro de sus brazos y me impulso brutal, violentamente contra él, golpeando su cuerpo con mi cuerpo, sintiendo que nada ni nadie puede hacerme más feliz que ser poseída por ese hombre 30 años mayor con el cuál me siento unida en una forma que trasciende lo sexual.
Recojo entonces mis piernas y apretándolas contra mi pecho, le ofrezco el otro acceso a mi cuerpo, esa entrada alternativa que puede ser tan o más golosa que la principal. Yo se la entrego, no me la pide él. Con las piernas recogidas, pongo ambas manos sobre mis nalgas y me las separo, haciendo que el agujero de mi culo se abra y dilate con asombrosa facilidad.
-¡Marielita, estás llena de sorpresas!- exclama con ese dejo morboso que me hace estremecer.
Entusiasmado por la singular invitación, Benito empuña su verga y la conduce ahora hacia su nuevo destino.
Después de todos los hombres que pasaron por allí, nadie más indicado que él para cogerme bien el orto.
Suelta una larga escupida justo en el centro y apoyando la gruesa e hinchada cabeza, presiona hacia adentro, abriéndome pausada y controladamente, adecuando mi esfínter a su tamaño. Es como si mi culito se fuera amoldando al volumen de su invasor, abriéndose y cerrándose en torno a él.
Cuando ya parece haber alcanzado el rincón más profundo, me sujeta bien de los muslos y empieza a culearme, entrando y saliendo de mi ojetito en toda su gorda, jugosa y caliente magnitud.
Entre grotescos bufidos me atraviesa hasta dónde le cabe, estremeciéndome con esos golpes que reafirman y consolidan cada uno de sus ensartes, los cuales acompaño tocándome justo ahí, en dónde el placer parece ramificarse hacia todas las extremidades de mi cuerpo.
Acabo no una, sino dos y hasta tres veces, bien empalada, sintiendo que me parte el culo al medio, gozando una sensación única e incomparable, de esas que vivimos solo en contadas oportunidades.
A punto de acabar también, Benito acelera el trámite, entrando y saliendo cada vez con más facilidad, hasta que en medio de emotivos jadeos, me saca la pija del culo y meneándosela con fuerza, me baña con una efusiva y gratificante lluvia de leche. Me salpica hasta la cara con su polvo, mucho más cargado y violento que el primero.
En pleno goce extiendo su esperma por todo mi cuerpo, por las tetas, la concha y el culo, esparciéndola con mis propias manos, como si fuera una crema. Me gusta sentir su esencia en mi piel, absorberla por los poros, saborearla plenamente.
-¡Por Dios Mariela, creí que lo del camión sería insuperable, pero esto..., esto fue de puta madre!- exclama Benito arrojándose a un costado, respirando agitadamente.
No puedo hablar, todavía estoy impactada, pero coincido plenamente con su apreciación de ese momento.
Empapada como estoy de su semen, me levanto y voy al baño a darme una ducha. Benito viene tras de mí, primero a echarse una meada y luego a meterse conmigo.
El resto de la tarde la pasamos tomando mate y charlando, felices de compartir ese instante de nuestras vidas.
-Después de lo del camión, estuve todos estos días pensando en que aquello había sido un error- me confiesa en algún momento.
-Si lo es entonces es un error hermoso- le aseguro, acercándome y besándolo, como para darle mayor entidad a mis palabras.
Pero entiendo a lo que se refiere. No se trata solo de que yo esté casada y sea treinta años menor que él. Sino de la posición que ocupa en el seno de mi familia. Su amistad con mi viejo y mis hermanos, el respeto para con mi madre. Una cosa hubiera sido cogerme allá lejos y hace tiempo, a mis dulces 16, cuando aún era un simple amigo de la familia, pero ahora..., ahora era un miembro más, y uno muy querido. La única familia que tenía, y si alguien se llegaba a enterar de lo nuestro, la perdería de la peor forma posible.
Por supuesto no le conté de mis otras infidelidades, de mis otros amores, para él aquella fue la primera vez que engañaba a mi marido. Y mejor que lo siga creyendo.
18 comentarios - Benito...
Me llama la atención la cantidad de relatos argentinos en los que el prota se escapa del trabajo para follar. ¿Nadie controla quien trabaja? jajajajaja
Van 10, beso