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El porrón de mi vecino - Parte II

El porrón de mi vecino - Parte II


Los rayos del sol entrando por las grietas de la persiana golpearon mis ojos y lograron despertarme. Miré el reloj. Eran las once menos cuarto de la mañana del sábado.
Una profunda y punzante puntada, proveniente de mi ano, terminó de despertarme. Como pude me senté en el borde de la cama, estaba desnuda, y sobre las sábanas observé la mancha todavía fresca que había dejado impresa mi culo fruto de la noche anterior. Una aceitosa mezcla entre morada y blanco amarronada marcaba una aureola de color en mis sábanas blancas.
El esfínter lastimado y dilatado de mi culo era como un estigma en mi cuerpo, reflejándose en el algodón de la tela bajo la forma de una mácula que misturaba sangre, restos de semen y excremento.
Me levanté y recogí las sábanas rápidamente. Estaba dolorida, pero todavía una sonrisa se dibujaba en mi rostro reflejándose en el espejo colgado en la pared.
Salí del dormitorio y un camino de manchas de idéntico tenor y consistencia recorría el sendero que dieron mis pasos la noche previa. Desde allí hasta la cocina, y de ahí hasta la puerta de ingreso.
Después de limpiar aquel desastre, me metí en el baño. El agua tibia, cayendo en mi espalda, y el jabón, recorriendo mi cuerpo, eran algo relajante. Dejé que la lluvia cayera sobre mi cabeza con los párpados cerrados. La imagen de mi vecino apareció en ellos y el recuerdo de su cuerpo pegado a mi espalda cogiéndome por el culo era arrebatador.
Salí del baño y me vestí. Era casi mediodía y el calor empezaba a sentirse. Me puse una blusa de seda blanca bastante holgada y un jean liviano.
El timbre sonó y corrí a abrir. Vi a Mati sonriente.
- Hola, mami, la pasé genial. Desayunamos con Franco hace un rato y el papá me trajo – dijo mi hijo
Lo abracé. Un paso más atrás estaba Raúl con su brillante sonrisa.
- Hola, cómo estás? Dormiste bien? – dijo
- Bárbaro – dije sonriendo y ocultando el dolor de mi culo.
- Mamá, podemos invitar a Franco a dormir esta noche? Dale!– dijo Mati casi gritando y dando brincos a mi alrededor.
- Dale, mamá, total es sábado, mañana no trabajás.
- Bueno, después vemos, estoy algo cansada pero vemos… -dije girando hacia Raúl que me observaba con una mirada cómplice.
- Después te aviso – le dije, devolviéndole la misma mirada inconscientemente.
- Tomá, para que no subás, te dejo mi número de celular y me llamás – respondió Raúl dejándome una tarjeta.
Almorzamos con Mati. Una ensalada y una fruta para mí, una hamburguesa para él, que en ningún momento dejó de pedirme que invitara a su amigo a dormir.
Finalmente le dije que sí, él siempre me saca lo que se propone, pero siempre y cuando  me dejara descansar un rato. Fue a su dormitorio y yo al mío. Tendí la cama, me recosté y caí rendida. Escuché jugar a Mati hasta que el sueño me venció.
Cuando desperté eran casi las siete de la tarde. Mati también se había dormido.
- Mati, levantate, dale que es tarde – le dije y pegó un brinco
- Voy a llamar al papá de Franco para que lo traiga esta noche.
Tomé el teléfono y marqué. Del otro lado, la voz de mi vecino me sonó sensual y provocativa. Quedamos de acuerdo. El traía a Franquito a las ocho y media; quería que no se durmieran muy tarde, argumenté.
- No hay problema. A esa hora te lo llevo. Nos vemos – dijo Raúl y nos despedimos.
Con puntualidad cronométrica el papá de Franco lo dejó en casa. Ya me había ocupado de prepararles una suculenta cena. Comieron con voracidad y después, mientras lavaba los platos sucios, los escuché reír y jugar en la habitación de Mati.
Casi a medianoche, después de algunos mates y un café, me acerqué a  los chicos para decirles que era hora de dormir. Cambiados y acostados, ambos no tardaron demasiado en caer agotados. Dormían placenteramente.
Fui a mi dormitorio y me descambié. Dejé la blusa y el jean sobre una silla, pero también desabroché mi corpiño, me gustaba dormir despojada de ese cruel sujetador y me puse una remera suelta que siempre uso para esos menesteres.
Antes de dormir volví a la cocina en busca de un vaso de agua fría. Siempre llevaba uno y lo dejaba sobre la mesa de luz. Al abrir la heladera, ahí estaba ella, casi como dándome una señal sobre los acontecimientos que estaban por venir.
La cerveza de mi vecino todavía descansaba en el estante. Tremendamente fría. Absolutamente insinuadora. 
Que loca idea pasó por mi cabeza en ese momento no lo sé, pero busqué el teléfono y marqué el número de mi vecino.
Sonó dos o tres veces y escuché la voz de Raúl:
- Hola?
- Si… hola…  soy Mariana… disculpa la hora pero…
- Hay algún problema?
- No… no… no sé cómo decirte… acabo de sacar algo de la heladera y…  la cerveza que trajiste está acá todavía… y… - mi voz tartamudeaba. Concentrate Mariana, por favor, me decía a mí misma – y… como es un buen somnífero para vos, pensé que la necesitarías.
- Ahhh… bueno…si querés, voy a buscarla – contestó.
Solo unos minutos tardó en tocar el timbre. Estaba en piyama y ojotas.
- Pasá… ahora te la traigo… – dije, pero no me dejó decir otra palabra y agregó.
- Te parece mal si la compartimos, la verdad es que sin Franco en casa no sé qué hacer… me siento raro… si querés tomamos un poco y hablamos.
No me negué. Lo invité a sentarse en el sillón del living, mientras me dirigía a la cocina a buscar aquél porrón bien helado y dos vasos.
Al volver lo vi desparramado en el sillón, cómoda y placenteramente. Sus ojos guardaban algo de la lujuria de la noche anterior, cuando los vi posarse en mis pezones que se habían estirado con el contacto de mis manos con la cerveza helada.
Lo miré detenidamente, la parte superior de su piyama dejaba ver un rincón de su pecho velludo y la inferior daba a entender que bajo esa tela se ocultaba un importante bulto.
Seguramente se dio cuenta que lo miraba tan minuciosamente porque cruzó un poco sus piernas.
- Sabés… quería decirte que lo de anoche… perdoname… pero no pude contenerme – dijo
- No digas nada, te entiendo, a mí también me pasó lo mismo.
- Es qué sabés… la verdad es, que hacía mucho que no tenía sexo de esa manera con una mujer… como vos…
- Yo también hacía mucho que no estaba con un hombre, para ser sincera … cinco años… y encima nunca lo había hecho por el culo – dije notando en sus ojos un brillo de sorpresa y excitación – pero también tengo que decirte que… que me gustó.
Tomé la botella de cerveza por el cuello y la destapé. Un chorro de espuma salió de su boca y con rapidez lo metí en la mía.
- Jaja…no hay que desperdiciar nada, verdad… - dijo sonriendo
- Hmmm… no… nada – respondí mientras servía la cerveza en un vaso.
Se lo acerqué, pero al hacerlo el vaso se inclinó. El amarillento y espumoso contenido cayó sobre el piyama de mi vecino.
- Qué boluda! Disculpame – dije intentando vanamente disimular mi torpeza.  – Sacate el piyama que lo pongo a lavar. No podés estar así todo empapado.
- Pero… no es nada… casi no se mojó…
- Por favor, soy una estúpida. Dale, sacatelo que lo lavo en dos minutos – repetí
- Es que… - murmuró
- Qué?
- Es que… no tengo nada abajo y…
- Por favor, Raúl, ya estuviste semidesnudo anoche, no creo que pueda sorprenderme – respondí.
- Como quieras. – dijo, quitándose la parte superior para dejar al descubierto por completo su torso velludo y su incipiente pancita.
Después se levantó del sillón y dejó caer la parte inferior.
Tragué saliva. En ese momento recordé que no había visto nunca su pija.
Por debajo de una frondosa mata de pelo oscuro, caía hacia el piso un tremendo rollo de carne fláccida acabando en un largo pellejo de piel que ocultaba una gruesa cabeza.
Que adjetivos podía ponerle a una cosa así!
- Eso me metiste anoche!? No te la había visto! – dije en un murmullo casi inentendible
- Pero te gusto, me dijiste eso antes. O no? – respondió
- Si… claro… pero no sabía… además… me rompiste el culo! –agregué tontamente
- Pero entonces… te gustó o no te gustó? – me apuró.
- Si… - dije dubitativa.
- Entonces… por qué dudas? Acercate y mirala mejor  - me volvió a apurar y agregó – Terminás de decirme que hace cinco años que no tenías sexo y ahora…
No pudo terminar. Me puse de rodillas y tomé ese pedazo de tripa entre mis manos. Era una morcilla tibia que se escurría como una serpiente entre los dedos. A pesar de su blandura, apenas si mis manos podían rodearla.
- Querés chuparla? – me dijo
Levanté la vista mirándolo casi con enojo. Cinco años de abstinencia no podían hacerme flaquear. Sin decir palabra, asentí con un gesto. Sentía mi boca hambrienta y llena de deseo.
- Entonces esperá – me dijo mientras tomaba la botella de cerveza por el cuello y servía un vaso. – Me dijiste que viniera para compartirla, verdad? – me susurró,  al tiempo que metía la cabeza de su pija hasta el fondo del vaso bañándola en el frío líquido.
Chorreante de espuma, la acercó a mis labios. Como una yegua hambrienta agarré su verga con mis manos y la metí en mi boca. Mis labios fueron descorriendo el pellejo de piel que la cubría. La cabeza de ese monstruo entró con esfuerzo ayudada por los fluidos que salían de su grieta y la rica cerveza que la bañaba.
La rodeé con la lengua y la lamí alocadamente. La mezcla de sabores me excitaba, quería tragarme esa morcilla hasta el fondo, hasta que liberara su rico contenido.
Solo pensar que la noche anterior había llenado mi intestino de leche me enloquecía.
Solté una de mis manos y esta vez fui yo quien agarró la botella. Dejando de chuparla, pero sujetándola con firmeza, esparcí ese líquido en toda su extensión. Estaba fría, pero Raúl no se inmutó.
La cerveza corrió por su pija hasta mojarle los huevos. La levanté hasta apoyarla en su vientre y empecé a succionarle las pelotas. Sus bolas embebidas en espuma me fascinaron. Chupé uno de sus huevos con fuerza hasta metérmelo en la boca. Su piel estaba helada pero de su interior salía un calor incontenible.
El gimió y la dejé salir.
- Te gusta eso? – le pregunté.
Bajó la mirada y con dulzura acarició mi cabeza.
- Claro que me gusta. Me excita muchísimo. Hacé lo que quieras.
Aquel permiso terminó de liberar mis ataduras prejuiciosas contenidas.
Volví a tomar la botella y, sorbiendo un trago, deposité mi boca llena sobre la punta de su verga. Lentamente dejé salir ese fluido helado entre mis labios dejándola caer por su tronco venoso. Sentí su pija temblar en mis manos.
Una vez más, me comí su cabeza inyectada en sangre. La sostuve firmemente entre mis labios y soltándola bajé mis manos hasta mi concha.
Corrí mi bombacha y rocé mis dedos contra el clítoris. Eso me llevó al extremo. Estaba inflamado y mi concha absolutamente mojada, como pidiendo a gritos que se la metieran.
 
- Por favor, Mariana, si seguís voy a eyacularte en la boca– me dijo Raúl, entre gemidos.
No cedí. Tomé otra vez la botella y sin dudarlo la introduje en mi vagina ardiente. El frío de su boca y su cuello entrando en mi concha me alucinó.
Raúl me miró boquiabierto. Volví a tomar el tronco de su pija en mis manos. Lo sentía latir. Estaba a punto de estallar pero no quería que lo hiciera aún.
Retiré mi boca otra vez, llevando en mi lengua el sabor amargo de la cerveza o quizás otra sustancia, mientras en cuclillas seguía gozando del porrón de mi vecino entrando y saliendo de mi vagina.
- No aguanto más, Mariana – dijo Raúl ahogadamente
- Dale… dame tu leche… la quiero toda… damelá – dije apretando su verga con mis manos.
Un violento chorro salió eyectado cayendo en mi mejilla, un segundo sobre mi nariz y mi frente y otro más sobre mis labios.
El resto se fue derramando por el tronco de su hermosa verga hasta mis manos. Sentía el contacto cremoso y caliente de su semen en mi rostro. Saqué la lengua lo más que pude y haciendo círculos sorbí todo lo que pude alcanzar. Abrí la boca y le mostré a Raúl el fruto de su esfuerzo sobre mi lengua, jugué con ella saboreándola, cerré la boca y me tragué esa crema ácida y maravillosa.
Sentí en mis manos su palo desfallecer, pero antes quería sacar de él su último regalo. Tomé con mi mano el vaso de cerveza medio vacío que yacía en el piso y estrujé su verga.
Vi con delicia brotar el último chorro de esperma que le quedaba y lo dejé caer en su interior.
Me miré la entrepierna. Con tanta excitación no había notado la dilatación de mi concha. El porrón de mi vecino se hundía profundamente en mi vagina hasta su diámetro más ancho.
Me despegué de ella entre jadeos y sin soltar el vaso lo miré a Raúl. Estaba sudoroso, agotado, vaciado por completo, pero feliz. Me miró y sonrió mientras yo levantaba la copa para tragarme los restos de su cerveza mezclados con su cremosa leche.
Nos duchamos juntos. Nos vestimos y tomamos un café. Los chicos dormían como ángeles así que nos despedimos hasta el día siguiente. Aunque hubiese deseado que durmiera a mi lado.
- Mañana te alcanzo a Franquito – le dije dándole un beso en la boca.
Al volver sobre mis pasos, fui recogiendo los restos de tan tremenda y deliciosa batalla.
Mi ropa interior sobre el sillón, los vasos en el piso y el porrón de mi vecino que todavía conservo. Aunque, para ser sincera, prefiero ese que cuelga entre sus piernas y que cada tanto me visita – con la excusa de siempre – para partirme el culo de placer, abrirme la concha con dulzura, llenar mi boca golosa y, sobre todo, inundar de suculento e inagotable semen todos mis agujeros.
 
FIN

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