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Esas tardecitas tienen ese no se qué...

Solía suceder al anochecer. Ella terminaba su jornada laboral en el centro. Yo me hacía mi ratito para acariciarla. El bar de Entre Rios y San Lorenzo era nuestro punto de referencia. En tiempos de comunicación sin celular, todo había que hacerlo quedando por anticipado. Ambos sabíamos que el día prefijado a las 18.30 nos veríamos ahí, tomaríamos un cafecito apurado, nos pondríamos más o menos al día de nuestras cosas y a eso de las 19 estaríamos chupándonos los sexos con ganas de comernos en cada orgasmo. Su exhuberante delantera me volvía loco. Me quebraba de calentura cuando liberaba sus tetas de la prisión de esos enormes corpiños que usaba. Su enormes mamas carnosas, sus pezones grandes de areolas rosadas y jugosas. Me zambullía dentro de su escote y volaba de calentura nadando entre sus tetas. 
Maratones de sexo oral vivíamos en esas horas sin apuro. Le gustaba tirarse boca arriba y recibir agarrada de las sábanas mi mejor chupada. Esa que no se apura. Esa que busca con la punta de la lengua el lugar exacto de su extasis.
No solíamos hablar, eran cesiones de sexo en silencio. Sin música ni luces excentricas. Apenas el velador prendido y nuestros gemidos diciéndose y respondiéndose entre deseos.
A ella le gustaba juguetear con mis pezones. Chuparlos, acariciarlos, pellizcarlos. Decía que el verdadero hombre era el que sabía disfrutar de su cuerpo. Que estaba harta de los machos que solo se la metían y la bombeaban hasta llenarla de leche sin preguntarle ni siquiera sobre sus gustos. Normalmente decía ésto con dos de sus dedos dentro de mi ano y mientras descansaba para seguirmela chupando.
Yo me esforzaba en escucharla en silencio. Era mayor que yo. Bastante. Pero en la cama, nuestras pieles eran gemelas. Extraño enamoramiento carnal que vivíamos.
No hacía falta más que metérsela despacio en la concha toda mojada para que emprendiéramos ese vuelo celestial hacia el infierno de nuestro sentidos.
Llenos de flujos, sudores, y respiraciones acaloradas, solíamos quedar boca arriba retomando el aire hasta que solos nos dábamos cuenta que era tiempo de decirnos hasta luego.
Sus ojos entrecerrados al acabar, su lengua recorriéndome desde los huevos hasta la punta del glande, sus tetas apretándome la cara cuando me cabalgaba, su orto abierto lleno de mi leche, mi cara llena de sus flujos. Imágenes perdidas que se me cruzan a la distancia en el tiempo. Recuerdos de esos pequeños momentos de eternidad que compartíamos esas tardecitas, casi siempre los miércoles cuando nos solíamos encontrar en el bar de Entre Rios y San Lorenzo.

4 comentarios - Esas tardecitas tienen ese no se qué...

Pervberto +1
Otra delicia de tu magnífica pluma, que nos convence una vez más que la eternidad compartida cabe en tu instante.

Y las tetas grandes en tu boca...
paspadohastalos +1
Gracias! Justo para pensar en momentos y tetas es jque hice el relato!
Lady_GodivaII +1
Qué lindo relato-recuerdo de corte melancólico

Se extrañaban sus historias
paspadohastalos +1
Gracias Lady! Estoy medio perdido, pero siempre con ganas de encontrarme.
grancucon +1
¡¡¡¡ Bueniiiiiisimo... Excelente relato....Me transporto a pasadas andanzas....Casi lo vivi como mio, Me trajo grandes remembranzas........Felicitaciones y gracias por compartirlo...!!!!!
paspadohastalos +1
Gracias amigo!!!!! Me pego un poquito de melanco...
grancucon
........Siempre tan creativa " Ella"....Nuevamente ......Felicitaciones y gracias....