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Todo comenzó la tarde del domingo.
Verito me miraba seria, tras decirle que me iba por un par de días, para comprarle su casita de muñecas. Ninguno de los 2 habíamos olvidado su berrinche del Día del Niño y cómo buscó mis maletas, para que yo le comprase el obsequio.
Sin embargo, noté un poco de tristeza en sus mejillas, ya que por lindo que fuese el juguete que ella deseaba, prefería más quedarse con su padre, por lo que me encantó su determinación.
Pamelita, en cambio, era más optimista. El juego de contar los días la motivaba un poco más y se “encargaría de recordarme que tengo que volver” cada vez que su madre me llamara por teléfono.
Al anochecer, Marisol estaba melosa. Me preguntaba constantemente si me acostaría al final con Gloria o no y aunque mi instinto me decía que sí, prefería no tentar mi suerte, por lo que para terminar de convencerme, me propuso que apagásemos la luz y que pretendiera que ella era mi secretaria.
Usó su boca, sus pechos y sus manos en peripecias increíbles, que me hicieron pensar que mi esposa es mucho más calentona y pervertida que su apariencia dulce y pura demuestra y que sin lugar a dudas, disfruta más ella que yo que me meta con otras mujeres.
A las 7 de la mañana, yo ya estaba en el aeropuerto. Nuestro vuelo salía a las 9 y media, pero por el embarque y la posibilidad que lo adelantaran, prefería estar preparado. Y a la media hora, llegó ella.
No sé si ya lo tenía planeado desde antes o qué, pero Gloria se veía sexy, segura y empoderada: Vestía unos jeans blancos, bastante ajustados, que dejaban ver sus redondeces con facilidad y acentuaban la elegancia de sus piernas; una blusa sin hombros y con vuelo (que por supuesto, dejaban ver su ombligo y parte de sus firmes pechos) y una chaqueta de mezclilla blanca, junto con un bolso de mano.
Y en efecto, para los varones no pasaba desapercibido ese movimiento de caderas, que más de uno se volteaba a mirar su retaguardia cuando pasaba o como lo hizo un hombre de unos 60 años, que interrumpió la lectura de su periódico, tras ver pasar mi secretaria y recorrer unos 15 metros, hasta que se perdió de su vista.
Al menos, estaba contento que no venía con el enorme bolso rojo del último viaje y que por lo visto, había seguido mi consejo.
Los preparativos nos tomaron 3 semanas. No solamente yo solicité que se quedara horas extras en la oficina, sino que también lo hizo Sonia (lo que nos valió algunos reclamos de parte de Maddie, la jefa de Recursos Humanos), puesto que en esta oportunidad (Y a diferencia del viaje a Perth), Gloria iba con toda la información que ella necesitaba saber.
Inclusive, los 3 días que me ausenté por el funeral de mi abuela, ella asumió mi puesto y defendió el fuerte sin muchas complicaciones.
Pero también le trajo sus consecuencias: para mediados de la segunda semana, paró detener sexo con Oscar.
No era que estuviese “más tonta” o “menos eficiente”. En realidad, trabajaba bien, salvo que más tensa, cansada y torpe para detalles pequeños, que ella exacerbaba a niveles ridículos, a diferencia de mi esposa, que teniendo relaciones constantemente en la semana, pocas veces pierde la cabeza o deja que el estrés la consuma.
Por lo que le dije este viernes que aprovechara de tener mucho sexo con Oscar (su pareja). Me miró con incertidumbre y avergonzada, porque en ningún momento me contó de su abstinencia sexual y seguramente, recordando lo que casi nos pasa en Perth.
Y mientras me acercaba hacia ella, divisé el odioso bolso rojo del viaje anterior, salvo que siendo tirado por un hombre de unos 28 o 30 años.
Era de pelo corto, negro, con barba frondosa y nariz aguileña, con atractivo medio; complexión fornida, de hombros amplios y de 1.70 aproximadamente.
A diferencia de Gloria, vestía pantalones grises de gimnasia y una amplia polera, dejando en incertidumbre su panza cervecera o músculos. Su rostro de bobalicón y por la manera que saboreaba sonriente el andar de mi secretaria, no me quedaban dudas que era Oscar.
En efecto, la primera reacción de Gloria al verme fue abrazar a su pareja, enterrando sus senos sobre este, como si demarcase su terreno. Él, bastante pánfilo y un poco sorprendido, me extendió la mano para saludar.
Aproveché de contarles la “mala noticia” a ambos: Gloria y yo tendríamos que hospedarnos en un Aparthotel, en el mismo departamento.
Le expliqué a Oscar que no fue decisión mía (Sonia se había encargado de lasreservaciones) y que la habitación en sí contaba con 2 dormitorios, un baño y un área común, por lo que tendríamos privacidad.
Oscar tomó la noticia con bastante calma, en vista que era yo el más tenso por tener que compartir un cuarto con su pareja. Pero Gloria estaba pálida: el carmesí de sus lujuriosos labios acentuaba la blancura de su piel y la dilatación de sus ojos. Por fortuna, Oscar no lo notó y dejé a la pareja de tortolos, mientras ingresaba mi equipaje.
En la terminal, antes de abordar, Oscar le dio un apretón discreto a las nalgas de su pareja y le dijo que “le trajera algo lindo”, lo que hizo a Gloria avergonzar, puesto que se refería a lencería como la que le regalé el viaje anterior.
Durante el vuelo de hora y media, aproveché de dormir y almorzar, mientras que Gloria seguía repasando los apuntes de su portátil.
Llegamos al hotel alrededor del mediodía. Para la 1, ya tenía todo desempacado y estaba ansioso, por lo que le avisé a Gloria que visitaría nuestra sucursal hermana, pero que ella quedaba en libertad de hacer lo que quisiese.
Tal vez, no me creyó, pero terminó acompañándome, arreglándose rápidamente para ir conmigo.
Llegamos a la sucursal alrededor de las 2. Nadie nos esperaba ese día (la reunión empezaba el martes), por lo que ocasioné una gran algarabía. Sin embargo, Soniay yo sabíamos que la oficina de Sydney era la más pretenciosa y complicada, por lo que no era malo que yo llegase de improvisto y los desestabilizara.
Gloria contemplaba en silencio el caos que se estaba desencadenando, pero yo permanecía inamovible: aunque ninguno de los gerentes estuviese presente ese día, no me iba a ir de ahí sin unas respuestas.
Por supuesto que me “parcharon” unas llamadas con los tipos que debía conocer al día siguiente, excusándose de su ausencia (algo que para Sonia y para mí nosparecía una falta de respeto, en vista que trabajamos en cargos similares, pero aun así nos aparecemos de lunes a viernes y a la misma hora de ingreso, como el resto del personal) y se las acepté, pero les dije que no iba a perder un día de mi trabajo solamente porque ellos no estuvieran presentes.
Otra media hora más de llamadas a internos y finalmente, nos hicieron pasar a la sala de conferencia.
20 minutos más que nos dejaron a solas, llamadas iban y venían, hasta que finalmente apareció un tipo a darnos cara.
Debía tener unos 30 años, delgado, ojos verdes y rubio con tintes negros, un poco desaliñado, que se llamaba Alan. Se excusó por las demoras (eran ya las 4 de la tarde) y que trataría de responder mis consultas lo mejor que pudiese.
Más calmado y satisfecho, le expliqué a Alan que estaba interesado por 3 reportes de incidentes graves que ocurrieron en sus yacimientos y que me gustaría ver los registros. Gloria me miraba sorprendida, puesto que el motivo de nuestra reunión con la administración eran otros y Alan se notaba reticente a darme esa información.
Con mucha calma, le expliqué que desempeñé mi cargo como Jefe de Faena de Extracción durante 2 años y que esos reportes me interesaban, puesto que podían suponer problemas de mantención que no estaban siendo abordados de forma correcta. Nuevamente, se excusó, inseguro que pudiese tener acceso a aquella información, pero que trataría en lo mejor de complacerme.
Finalmente, alrededor de las 5 apareció con los reportes. Revisé uno a uno cada caso, anotando un par de observaciones en el celular y le devolví los reportes, agradeciéndole su buena atención y esperándole ver al día siguiente, en la reunión.
Mi petición le resultó una sorpresa, en vista que él solo es un intermediario y realmente para mí, es un nexo de interés, en vista que odio lidiar con administrativos (aunque irónicamente, desempeñe el cargo de uno).
Para las 7, estábamos de vuelta en el hotel y contemplábamos desde el balcón elreflejo de la casa de Opera sobre el rio.
*Aun no puedo creer que tengas una amante…- empezó ella, de la nada.
-¿Por qué?
*¡Estás recién casado, tienes hijas y una hermosa mujer! ¿No puedes contener tus impulsos chauvinistas?
Era la voz del feminismo de la oficina. Gloria es la menos feminista (aparte de Sonia) de mi trabajo, pero de vez en cuando, tiene sus arrebatos.
Me reí suavemente, aumentando más sus disgustos. Me parecía increíble su descaro de olvidarse “olímpicamente” que fue ella la que me lanzó indirectas el viaje anterior.
-Disculpa, ¿Estás diciendo que solo yo tengo la culpa? ¿Las mujeres no?
La puse en una encrucijada difícil. Sabía que en todo lo que llevo del año, he tenido un excelente trato con el amplio personal femenino de mi oficina y en ningún momento, les he faltado el respeto u ofendido de alguna manera. Es más: hasta ella misma ha presenciado cómo ellas invaden mi espacio personal, posando sus manos en mi hombro, pero prefiere mirar a otro lado cuando soy yo la victima del acoso sexual.
- En mi tierra, se dice que “Los hombres lo hacen cuando pueden. Las mujeres lo hacen cuando quieren”…- sentencié, zanjando el debate.
*Pero entonces, ¿Por qué te casaste? ¿Por qué armaste una familia?- preguntó afligida.
-Una cosa no tiene nada que ver con la otra.
*¿Cómo que no? ¡Tienes familia! ¡Estás casado!
-Estoy casado porque amo a mi mujer. Porque me imagino llegar a viejo a su lado y porque ella es una dulce compañía.-respondí, en un tono pausado.- Además, Hannah tiene a su esposo.
*¡Pero de eso te estoy hablando!… ¿Por qué te entremetiste en esa relación?
La miré extrañado, pero comprendía su punto de vista. Unos años atrás, yo también era así de moralista…
-Gloria, ya te expliqué que Hannah y yo éramos amantes desde antes que estuviesen casados…
*¡Pero tú lo estabas, jefe! ¡Tú lo estabas!-Sentenció, enardecida.
-Sí, Gloria, te entiendo. Pero debes ponerte en mi lugar: Yo pasaba una semana sin sexo con mi mujer… ¿Puedes tú aguantarlo?
Su silencio y vergüenza me asombró, porque al parecer, para ella así era…
-Marisol es una mujer fogosa y son pocos los días que no tenemos relaciones…
*¡Por favor, jefe!-rechistó. -¿Cómo puedes decirme que tienen relaciones todos los días?
-Pues… sí…
*¿Y qué hay de los días que se siente cansada? ¿O cuando tiene su periodo?
Me sentí un poco avergonzado…
-Bueno… cuando el sexo entre una pareja es bastante bueno, es difícil que te canses…y sobre tu otro punto…- me pausé unos segundos, con inseguridad.- Marisol tiene preferencias que nos permiten seguir disfrutando…
Sus ojos se pusieron enormes, entre sorpresa e indignación. En cambio, yo recordaba cuánto le gusta a Marisol recibirme por detrás…
Pasamos otro tiempo en silencio, contemplando la vista del paisaje. Algunas ráfagas heladas de viento nos producían escalofríos, pero todavía no eran tan frescaspara hacernos entrar.
*¿Y qué tal si tu esposa te hace lo mismo?-preguntó, con una sonrisa más maliciosa.
-¿Qué?
*¿Qué tal si tu esposa también tiene un amante?¿Qué piensas de eso?
Le brindaba satisfacción verme “acorralado”, aunque yo mismo me había planteado esa duda muchos meses atrás…
-Sería mi culpa.-respondí seco y parco.
Y debo admitir que no hay nada más atractivo para una feminista que un hombre reconozca una culpa, porque hasta noté un brillo en sus ojos, cuando se lo mencioné.
-Si ella busca un amante, es porque yo no la puedo complacer en todo lo que ella necesita… pero hasta el momento, ese no es el caso.
*¿Cómo puedes saberlo?- preguntó con ansiedad, ante la posibilidad que una victoria contra el género masculino se le escapara de las manos.
-Porque conozco bien a Marisol, sé de sus gustos, conozco su personalidad y puedo cumplir sus fantasías y gustos.
*¡El dinero no lo es todo!...-Sentenció, picada.
- Y a mi esposa, es lo que menos le interesa.-Repliqué.- ¿Sabes tú cuál es el mayor enemigo de la fidelidad de una mujer?
Me miró confundida y sin palabras.
-La curiosidad.- Respondí, seca y llanamente.- Si un hombre logra despertar la curiosidad de una mujer, su fidelidad está en problemas.
*¡Vamos, jefe! ¡No exageres!- dijo ella, mirando de nuevo hacia la ciudad.
Tomé su mano y la obligué a encararme.
-¡Es cierto! ¡Fue así que Hannah y yo nos volvimos amantes!
Gloria no se daba cuenta, pero sus mejillas estaban levemente sonrosadas y sin siquiera darse cuenta, estaba cayendo en la curiosidad también…
-Al principio, Hannah era una compañera más, al igual que tú.- le demarqué, volviendo a mirar el paisaje.- También tenía una pareja, se llevaba bien con sus compañeros de trabajo… pero se dio cuenta que yo era distinto: no bebía, no salía por las noches a ver putas y me quedaba en el computador escribiendo hasta tarde… empezamos a conversar y compartir más y más, hasta que eventualmente, nos enamoramos.
*¿Y qué escribías?- preguntó, luego de un breve silencio.
Sonreí, viendo que mis conclusiones eran correctas…
-Pensamientos… historias para que Marisol no me extrañara cuando no estaba con ella.- proseguí, recordando esos viejos tiempos.- El punto fue que Hannah se empezó a preguntar si el sujeto que hoy es su marido era mejor que yo… y como puedes darte cuenta, hubo una forma de averiguarlo.
Durante unos minutos, Gloria permaneció callada. Eran alrededor de las 8 y aproveché de llamar a Marisol. Me miraba impresionada, viéndome hablar tan cariñoso a mi esposa y a mis hijas, siendo que minutos antes, le hablaba con la misma normalidad de una charla de oficina sobre cómo le había sido infiel.
Por supuesto, ella no se dio cuenta que cuando mi esposa me preguntó cómo iban las cosas con mi secretaria, le respondí que en esos momentos, las estaba negociando.
Luego de despedirme de mi cónyuge, invité a Gloria a pasar a la sala de estar, en vista que se estaba poniendo más helado.
Se sentó en el sofá, con las piernas tensas, mirándome con un poco de espanto.
-¿No vas a llamar a Oscar?- pregunté, mientras me servía un vaso de jugo.
*No, prefiero hablar con él más tarde…- respondió todavía perturbada, recibiendo el otro vaso.
-Como quieras… ¿En qué estaba?... ¡Ah, sí! No es del todo malo tener un amante.
No le agradó que dijese eso, ya que cada mujer es pura, derecha y casta…
Pero le fui explicando que para las mujeres, tener un amante se volvía adictivo. Que les servía de vehículo para satisfacer ese lado pervertido (cosa que tampoco le agradó) que no podían complacer con su pareja.
Que en algunos casos, necesitaban que alguien las sometiera, humillara o tratara como putas, contrarrestando a la pareja que las mimaba y las amaba como corresponde…(Como pasaba con mi vecina Fio).
Que en otros, necesitaban de alguien que las estimase como corresponde, las escuchase y las tratara con cariño… (Como es el caso de mi mujer).
Para otras, la adrenalina de la aventura, de ser sorprendido en el acto ilícito y arriesgar lo que se tiene… (Como sucedía con mi suegra).
-Inclusive, un amante puede beneficiar una relación, porque te permite tener una comparación con lo que ya tienes y apreciarlo de otra manera.
*¡Pfff!- rechistó ella, incrédula.- Eso lo dices, porque tú disfrutabas de ello.
-¡No! Eso te digo como alguien que ya ha sido engañado…
Su soberbia cayó rápidamente, cuando le mencioné de Marisol y el affaire que tuvo con mi vecino Kevin.
Le expliqué que mi esposa quería probar estar con otra persona aparte de mí (aunque en realidad, fue algo que le propuse yo) y que si bien, al principio le gustaba, empezó a tornarse molesto e insistente, sin importar que estuviese más dotado que yo.
Eso último le hizo enrojecer, pero arremetí diciéndole que es cierto: que el tamaño sí importa al momento del placer, pero que también va de la mano con qué tan ocurrente es en la cama y qué tan bien la ocupa.
Que a pesar de lo que dice el común de las mujeres, “no todos los hombres somos iguales” y hay hombres que duran más tiempo que otros, picando así su interés.
Creo que ahí me fijé que sus defensas estaban bajas: sus piernas estaban abiertas, sus hombros relajados y sus ojos celestes expectantes, siguiendo cada palabra que le decía.
Ante su sorpresa, le conté cómo le compré los 2 consoladores que mi esposa tiene, para satisfacerse los días que no estaba a su lado…
De la forma en que la masturbaba, de cómo le hago el sexo oral, de los lugares inusuales donde las calentura nos ha invadido y donde hemos terminado haciendo el amor…
Para cuando empecé a explicarle de los juegos previos que Marisol y yo tenemos en la cama, era una marioneta en mis manos: Sin que ella protestase, le tomé la mano de la misma manera que lo hago con mi esposa cuando vemos películas a solas y le comentaba, sobando con descaro su suave muslo, cómo nuestras manos terminaban explorando nuestros cuerpos, guiados por la lujuria y el placer.
Y mientras le explicaba de lo importante que son para mí los perfumes y le demostraba, con mi mano en la cintura y susurrándole en el oído, con su respiración agitada, sobre la manera que Marisol se deshace cuando lamo su cuello, tuve que terminar mis avances...
Esa mirada alterada, cachonda y a la vez, furiosa, era clara señal que ella quería seguir. Que en esos momentos, Oscar era un nombre entre muchos otros y que su dueño, en esos momentos, era otro…
Pero lamentablemente, eran la 1 y media de la madrugada. Quedaban 5 horas para dormir (o tal vez para ella, intentar dormir…) y levantarnos para ir a trabajar.
Y definitivamente,bastante tarde para llamar a Oscar y contarle cómo estaba.
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1 comentarios - Tocando la Gloria en Sydney… (I)