Cuando salgo del trabajo al mediodía hago lo mismo todos los días: voy hacia el andén de la estación Uruguay de la Línea B, subo y me bajo recién en Tronador. Ese día, sin embargo, algo me cambió la rutina. Una chica de unos venti pocos, pelo castaño ondulado y labial rojo que contrastaba con su palidez, me sedujo inmediatamente, aunque mis miradas siempre fueron disimuladas.
Cuando llegó el subte no pensé en otra cosa que subir al mismo vagón que ella, pero mi sorpresa fue mucha al ver que esta chica no subía a ninguna formación. Se quedaba parada, como esperando la llegada de un tren especial al que finalmente sí subiría. Me quedé sentado, mirándola, esperando a que se decida a viajar. Durante ese tiempo, cruzamos alguna mirada, y ella señaló con su mano, en una forma apenas perceptible para mí, la salida hacia la Avenida Corrientes.
Era pleno mediodía, había movimiento y el sol aumentaba varios grados la temperatura. Ella se metió a un bar no sin antes voltear la cabeza y mirarme, como insistiendo en que la siga, lo que en efecto hice. Entró al baño haciendo el mismo gesto, y yo esperé a que todos se distraigan para no llamar la atención.
Al entrar al baño ella me estaba mirando fijamente. Yo la miré, notando su camisa que se extendía como vestido corto de color verde suave, como un ambo en mixtura con camisa. Sus piernas blancas y unas zapatillas de tela. Se dio vuelta, llevaba una mochila de cuero negra y algo caída hacia la cintura, y levanto la parte de atrás de su pollera. Me estaba mostrando su cola, apenas vestida con una bombacha blanca con puntos negros y bordes también negros. Una cola para mí perfecta, cuya bombacha insinuaba, dando una mixtura entre realidad e imaginación que era imponente.
Me acerqué a ella, no me animé a tocarla, y me puse de cuclillas delante de su cola. Ella tomó mi cabeza y la hundió en sí, haciéndome sentir la tela y los olores sexuales que en ese momento no recordaba haber sentido nunca con tanto placer. Movía mi cabeza refregándose en ella y yo sentía cada vez más fuerte ese olor que instintivamente me provocaba, sentía cada vez más la humedad y el deseo.
Me paré, ella no se movió en ningún momento, y saqué mi pene que ya estaba rogando por placer. Apenas toqué con mi pene su piel que lo hundí en su cola, como apoyando la cabeza en el ano con la bombacha de por medio, y empecé a masturbarme. Cada vez y con el movimiento que yo hacía mi pene se presionaba más en ella, que ya estaba con las mejillas rojas y un fino brillo de transpiración que se le veía en la cara entre el pelo ahora desprolijo.
Entonces acabé, y lo hice como pocas veces lo había hecho, disfrutando cada vez que un chorro de semen salía de mí y quedaba en ella, en su cola, en su bombacha.
Me temblaban las piernas y no pude reaccionar mucho más cuando vi que se acomodó la ropa, sin limpiarse, y se fue.
Cuando llegó el subte no pensé en otra cosa que subir al mismo vagón que ella, pero mi sorpresa fue mucha al ver que esta chica no subía a ninguna formación. Se quedaba parada, como esperando la llegada de un tren especial al que finalmente sí subiría. Me quedé sentado, mirándola, esperando a que se decida a viajar. Durante ese tiempo, cruzamos alguna mirada, y ella señaló con su mano, en una forma apenas perceptible para mí, la salida hacia la Avenida Corrientes.
Era pleno mediodía, había movimiento y el sol aumentaba varios grados la temperatura. Ella se metió a un bar no sin antes voltear la cabeza y mirarme, como insistiendo en que la siga, lo que en efecto hice. Entró al baño haciendo el mismo gesto, y yo esperé a que todos se distraigan para no llamar la atención.
Al entrar al baño ella me estaba mirando fijamente. Yo la miré, notando su camisa que se extendía como vestido corto de color verde suave, como un ambo en mixtura con camisa. Sus piernas blancas y unas zapatillas de tela. Se dio vuelta, llevaba una mochila de cuero negra y algo caída hacia la cintura, y levanto la parte de atrás de su pollera. Me estaba mostrando su cola, apenas vestida con una bombacha blanca con puntos negros y bordes también negros. Una cola para mí perfecta, cuya bombacha insinuaba, dando una mixtura entre realidad e imaginación que era imponente.
Me acerqué a ella, no me animé a tocarla, y me puse de cuclillas delante de su cola. Ella tomó mi cabeza y la hundió en sí, haciéndome sentir la tela y los olores sexuales que en ese momento no recordaba haber sentido nunca con tanto placer. Movía mi cabeza refregándose en ella y yo sentía cada vez más fuerte ese olor que instintivamente me provocaba, sentía cada vez más la humedad y el deseo.
Me paré, ella no se movió en ningún momento, y saqué mi pene que ya estaba rogando por placer. Apenas toqué con mi pene su piel que lo hundí en su cola, como apoyando la cabeza en el ano con la bombacha de por medio, y empecé a masturbarme. Cada vez y con el movimiento que yo hacía mi pene se presionaba más en ella, que ya estaba con las mejillas rojas y un fino brillo de transpiración que se le veía en la cara entre el pelo ahora desprolijo.
Entonces acabé, y lo hice como pocas veces lo había hecho, disfrutando cada vez que un chorro de semen salía de mí y quedaba en ella, en su cola, en su bombacha.
Me temblaban las piernas y no pude reaccionar mucho más cuando vi que se acomodó la ropa, sin limpiarse, y se fue.
3 comentarios - En el subterráneo