[Había sentido un dolor en el bajo vientre por un par de días, pero cuando se volvió más agudo, fuí a la guardia del hospital. Ya con bastante dolor, estacioné el auto en algún lugar entre el nuevo y el viejo edificio del hospital, que sólo se utiliza cuando se ven sobrepasados de pacientes. Me dirigí a la recepción y me dieron un montón de formularios para rellenar. Los completé lo más rápido que pude y volví a mi asiento. Después de estar sentado en la sala de espera por lo que pareció un tiempo interminable, me llevaron a un cubículo y me hicieron unos análisis. Finalmente una residente vino para decirme que aparentemente mi apéndice había reventado y que debía ser operado tan pronto llegue un cirujano. Me explicó que como tenían poco personal y mucho trabajo, las enfermeras me iban a ir preparando para la cirugía de emergencia. Un anestesista vino y me hizo preguntas para ver si tenía algún tipo de alergia y o si consumía drogas. Le dije que no, que de hecho era bastante resistente a las drogas. Pareció alegrarse y me dijo que se iba a asegurar que no me despertara durante la operación. Me pusieron una inyección que me calmó el dolor y me dijeron que me ponga una especie de bata. Quedé allí acostado en la camilla con un poco de frío. Después de unos minutos, apareció una enfermera morocha. Joven y muy linda. Me preguntó cómo estaba y si la inyección me había reducido el dolor. Le dije que sí y me quedé en la camilla mirando el techo. Noté que en el bolsillo de su ambo celeste tenía una tajeta que decía "Alexa".
- Bueno, tenemos que rasurarlo para la cirugía
Fué hasta el lavatorio y llenó un recipiente grande con agua tibia. Abrió un cajón y sacó una navaja y crema de afeitar.
- Levántese la bata así puedo empezar - me dijo con un aire autoritario mientras se ponía unos guantes de látex. Seguramente notó la reacción en mi cara, y me dijo que usualmente pondrían a un enfermero para rasurarme, pero que en ése momento no había ninguno.
Obedecí y me levanté la bata dejando mi abdomen y pubis expuesto. Primero me pasó una afeitadora eléctrica por la zona. A medida que se acercaba a mi pubis mi pene comenzaba a moverse. Ella lo ignoró y terminó el trabajo lo más rápido que pudo. Después humedeció el área con una toalla tibia y abrió la crema de afeitar. Cuando me pasó la toalla por mi pene, le puso más cuidado y atención.
- Disculpas - atiné a decir.
Desparramó la espuma y sentí su suave mano enguantada sobre mi estómago y mi pubis. La sangre fluía a mi pene y mi vergüenza me hizo sonrojar. Tomó la navaja de la mesa y empezó a cortar el restante de vello. A medida que se acercaba a mi pene erecto, creo que la ví negar con la cabeza y susurrar un "tsk". De pronto estuve completamente rasurado y me limpió de nuevo.
- En un segundo va a venir alguien a ponerte una vía - me dijo mientra se iba. Yo volví a cobrurme con la bata y me preguntaba cómo me había podido calentar tanto en el medio de lo que me estaba pasando. Me imaginé que habría sido por el calmante. Después de unos minutos otra enfermera de nombre Tara apareció y procedió a colocarme una aguja y un catéter en la vena. En cuanto comenzó a drenar ella inyectó unos cuantos centímetros cúbicos de un líquido transparente.
Le enfermera era rubia y muy linda y mirándome a los ojos me dijo que era un calmante, para ayudar a que me relaje antes de la anestesia. Me recosté sobre la almohada y cerré los ojos. La droga empezó a hacer efecto y me quedé dormido. Pensé en que la enfermera tenía una mirada rara, como si sintiera placer en el control que ejercía sobre mi y como si yo fuera su víctima indefensa. Esta idea quedó dando vueltas en mi cabeza. No estoy seguro si no fue mi imaginación, pero sentí como si me hubieran tocado el pene de nuevo y después me dormí.
Cuando me desperté, horas más tarde, estaba en una cama en una habitación. El catéter con la vía seguía en mi brazo y afuera pude sentir todo el murmullo del hospital. Un dolor fuerte en mi bajo abdomen me hizo notar que obviamente ya me habían operado. Estuve allí acostado, a medias despierto por un rato, escuchando lo que me había pasado. Descubrí a otro internado en mi habitación y después de unos minutos pude decirle "Hola". Conversamos un rato sobre las razones que nos habían llevado hasta este lugar, trabajos, actividades... Cuando nos escucharon hablar, una enfermera entró para preguntar cómo estaba. Le dije que me sentía bastante bien, pero agradecería algún calmante.
- Voy a ver qué ordenes dejó la doctora para usted - me contestó sonriendo mientras me tomaba el pulso. En ése momento me dí cuenta que tenía unos parches pegados por el pecho con cables conectados a un monitor. La expresión de la enfermera indicó que todo estaba bien cuando salío de la habitación. Unos minutos después volvió sonriendo para decirme que la doctora había autorizado darme morfina para el dolor.
- Con esto no va a tener más dolor. Pero antes necesito que orines - y me dio un "papagallo" - Tenés que vaciar la vejiga dentro de la próxima media hora, sabés? Te tuvimos que hidratar bastante y queremos estar seguras que la vejiga te está funcionando bien. Yo vuelvo en un ratito
Se fue a hacer sus cosas. Quedé en la cama, metí el "papagallo" bajo las sábanas, y mi pene dentro. Hice fuerza, pero no salió nada. De hecho, ni siquiera tenía ganas de orinar. Se me ocurrió descansar un rato y probar de nuevo en media hora. Prendí el tele y miré las noticias. Cuando terminó el noticiero, traté de orinar de nuevo sin mejores resultados. Diez minutos después la enfermera asomó la cabeza por la puerta de la habitación y me preguntó si había tenido suerte orinando.
- Disculpe... no... a lo mejor... no tengo ganas - le dije dudando.
- No creo - me contestó - Te vamos a dar otra oportunidad, pero si no meas en 20 minutos, vamos a tomar medidas más drásticas.
Salió y me dejó haciendo tremendas fuerzas para mear durante 20 minutos. Sin suerte. La enfermera volvió a la habitación y sin decir palabra miró el "papagallo" vacío.
- Te vamos a tener que poner un catéter. No te preocupes, tenemos a una experta. En cuanto pueda, viene para acá.
"Genial", pensé "Otra enfermera manoseándome". Esperaba que la morfina evitara que tuviera otra
erección. Mientras esperaba, cada vez más ansioso, se llevaron a mi compñero de habitación para hacerle unos exámenes. Un rato después una enfermera muy bonita vestida con un ambo blanco, entró con una mesita con ruedas. Cerró la puerta y se paró al lado mío, con las manos en los bolsillos de su ambo.
- Parace que tenemos un problemita, pero no te preocupes porque yo te lo voy a solucionar. Parece que estamos los dos solos, así que vamos a hacer esto a mi manera - anunció mientras sacaba un par de guantes de látex del bolsillo y se los colocaba lentamente - Esto es rápido y, si hacés lo que yo te digo, voy a hacer que te duela poquito... entendido?
Me miraba a los ojos y parecía que me penetraba. Era otra vez ésa mirada que me pareció ver en la enfermera antes de la operación. En un movimiento corrió las sábanas y mi bata y sujetó mi pene con su mano enguantada. Lo examinó, se dio vuelta y con una pinza tomó un trozo de algodón con agua y desinfectante, me retiró el prepucio y desinfectó todo el glande. De inmediato empecé a sentir que mi pene cobraba vida.
- Quietito... - me dijo mientras con una jeringa me lubricaba la uretra y después el catéter. Con una mano me sostenía firmemente el pene y con la otra el catéter de goma justo a milímetros de mi orificio uretral. Me miró a los ojos. Y lentamente empezó a penetrar mi uretra.
- Te guste o no te guste te voy a penetrar igual, está claro? - yo sólo atiné a asentir con la cabeza - Si te sometés es más facil.
Y mientras una mano me sostenía el pene completamente erecto la otra deslizaba el tubo de goma hacia abajo. Me sentí desamparado y muy excitado al mismo tiempo. Cada vez estaba más duro, y la enfermera parecía que tenía todo bajo control. El catéter llegó a mi próstata. Me dolió cuando entró en la vejiga. Ella sonrió, diría que con algo de maldad, pero pudo haber sido producto de mi imaginación. Miró como mi orina empezaba a fluir y estuvo satisfecha cuando drenó casi medio litro a la bolsa de recolección.
- Justo lo que nos imaginábamos.... Te vas a tener que quedar internado esta noche chiquito - me dijo la enfermera mientras me acariciaba el rostro casi con ternura - La doctora va a decidir a la mañana si te sacamos el catéter... Pero la verdad es que te portaste muy bien - se quitó los guantes y juntó sus cosas - Buenas noches chiquito.
Quedé en la cama, confundido. A éso de las 10 de la noche entró en la habitación una doctora con un guardapolvos blanco sobre el ambo de cirugía verde.
- Hola Miguel, soy la Dra. Schmidt. Yo te operé esta mañana. Cómo te sentís? - me dijo sonriendo, mientras se paraba a un costado de la cama.
- Tan bien como se puede esperar, pero siento que la morfina está dejando de hacer efecto y me parece que voy a necesitar más. Cómo salió la operación? - pregunté.
- Bueno, tuvimos que limpiarte bastante y nos tomó más tiempo del que esperábamos, pero diría que salió muy bien. Estás obedeciendo a las enfermeras?
- Sí, seguro... por qué? - mientras hablábamos la observé y me dí cuenta que era realmente hermosa. Sus ojos mostraban inteligencia y su rostro angelical combinaba perfectamente con su proporcionado cuerpo. Ni siquiera el ambo y el guardapolvos podían disimular su esbelta figura.
- Cuando los pacientes son obedientes todo sale bien. Los que no obedecen tienen que soportar consecuencias desagradables. Y con vos no queremos consecuencias desagradables, verdad? - parecía haber una velada amenaza en sus palabras, pero la sensación de excitación que me procaba era inconfundible. La doctora observaba mis reacciones como si pudiera leer mi mente.
- Vamos a revisarte - me dijo amablemente. Retiró las sábanas y la bata. Me observaba el pene mientras se calzaba un par de guantes de latex. Tomó mi pene en sus manos y examinó el catéter asomando desde mi uretra.
- No tenemos inflamación, así que vamos a dejarlo esta noche - su mano enguantada se deslizó por mi pene y volvió a mirarme a los ojos. Me retiró el prepucio y palpó mi glande mientras me preguntaba profesionalmente - Duele?
- No... - contesté mirándola a los ojos. Creí ver una chispa de lujuria.
- Sentís algo si te toco acá?
- Sí.... Doctora... - bajé la mirada, pero justo antes de hacerlo juro que estaba sonriendo.
- Bueno, entonces a lo mejor no hace falta que lo tengas mucho tiempo. Te vamos a controlar esta noche. Que duermas bien - Se quitó los guantes, los tiró al cesto y se retiró, dejándome tratando de entender todo lo que había sentido en las últimas horas. Había un subtexto en todo lo que estaba pasando. Las enfermeras y la Dra. Schmidt parecían tener una especie de naturaleza controladora. Siempre me parecieron seductoras las mujeres fuertes, y hasta tengo algunas revistas "femdom" entre mi material porno, pero nunca fui más allá de dejar que alguna novia me ate con un pañuelo. Lo que había descubierto a través de los años, era que mi gusto por el "femdom" se había desarrollado. Pero no más allá de alguna fantasía masturbatoria. Estas mujeres habían descubierto mis más profundas fantasías de alguna manera? Era un sueño hecho realidad, y me estaba invadiendo en mi estado de semi conciencia. También había notado que mi compañera de habitación no había regresado. A éso de las once, la Dra. Schmidt y dos de las enfermeras que me habían atendido más temprano entraron en la habitación. Pude reconocer a la enfermera que me había suministrado el calmante antes de la cirugía (Tara) y a la que me había puesto la sonda uretral.
- Ey... trabajan hasta muy tarde - les dije. La enfermera me sonrió y me explicó que en realidad recién acababa de llegar y que esta mañana sólo había estado haciendo un reemplazo.
- Yo te voy a atender esta noche - me dijo - Ahora te vamos a dar la morfina y después vas a tener la pieza para vos solito porque al otro paciente lo dimos de alta. Ahora dormite - y, en cuanto dijo éso, la otra enfermera cargó una jeringa con algún líquido y lo inyectó en el catéter. La droga fluyó hasta mis venas. Acostado, lo último que pensé antes de dormirme fue "por qué tres mujeres sólo para darme un tranquilizante?".
Me desperté a la mañana siguiente, sintiéndome mucho mejor. Todavía no me permitían comer, así que llamé para pedirle a la enfermera unos cubos de hielo para chupar. Karen, la enfermera de anoche, me trajo el hielo y se quedó conversando.
- Dormiste bien? Te duele algo?
- Todo está bien. Cómo estuvo anoche? - le pregunté.
- Tuvimos que atender a uno de los pacientes del piso. pero estuvo bastante tranquilo. Hablé con la doctora y me dijo que te quite la sonda apenas estés despierto. Dejame revisarte - y una vez más la enfermera se puso un par de guantes de látex y empezó a revisarme el pene. Acercó una bandeja de acero inoxidable tomó una jeringa. La insertó en el pico de la sonda y aspiró el aire que retenía la sonda dentro de mi vejiga. Sacó la jeringa y me sostuvo el pene muy firmemente.
- Relajate - me dijo mientras agarraba el catéter y empezaba a extraerlo. Me pareció que se tomo muchísimo tiempo tirando y aparentemente disfrutando de mi incomodidad. Después de unos 30 segundos la sonda estuvo afuera completamente y la enfermera enjuagó todo mi glande con alcohol. Me ardió un poco y me sacudí en la cama.
- No seas chiquilín! - me advirtió mientras volvió a cubrirme con las sábanas - Queremos que hoy te levantes y camines. Adriana viene a mediodía y te va a ayudar. Vos vas a estar a cargo de ella esta mañana - A mediodía, tal como lo prometieron, la enfermera Adriana entró en mi habitación y me dijo que me prepare para salir a caminar. Me senté en la cama y dejé las piernas a un costado. Desenredamos el catéter de la vía y me cubrí con la bata. La enfermera me ayudó a calzarme unas pantuflas y me puse de pié. Llevando el soporte del suero dí los primeros pasos dubitativos en el dormitorio rumbo al corredor. Adriana caminó al lado mío mientras recorrí el pasillo. Pasé por la oficina de enfermeras y creí haber visto algunas miradas pícaras entre ellas.
- Vamos a volver al dormitorio - dijo la enfermera y la seguí a través de un corredor desierto. Giramos en una esquina y me pegó un chirlo en la cola - Vamos caminá más rápido que no tengo todo el día para andar paseando con vos! - apuré mi marcha a la habitación - Te vamos a dar dieta líquida para almorzar a vamos a ver cómo la tolerás - me dijo Adriana antes de irse. Un rato después me trajeron un poco de gelatina, sopa y te. Aunque tenía hambre, la verdad era que nada de lo que había en la bandeja me gustaba. Tomé un par de sorbos y dejé la bandeja al costado. Unos veinte minutos después Adriana volvió y vió la comida casi sin tocar.
- Te dije que queríamos ver cómo telerabas la dieta líquida - sentenció - Y cuando te digo algo quiero que lo hagas! Comete tu almuerzo!
- Pero... la sopa... se enfrió...
- La hubieras tomado cuando te la dejaron... ahora te la tomás fría! - me ordenó. Así que comí la gelatina, la sopa y el te. Estaba horrible, pero por alguna razón no me atrevía a discutir con mi enfermera. Y mi estado de sumisión me resultaba particularmente atractivo. El resto del día pasó sin novedades, pero me encuentro con la enfermera Adriana me había dejado excitado. a ésas alturas el dolor en mi abdomen estaba cediendo y estaba siendo reemplazado por un dolor totalmente diferente en mis testículos. El constante ir y venir de las enfermeras no ayudaba. Todas en sus ambos celestes que en algunos casos resaltaban atractivos traseros o pechos seductores que se inclinaban ante mi cama. El encanto de ésas jóvenes sólo acrecentaba mi excitación. Por la noche llegué a un estado que me llevó a empezar a tocarme hasta ponerme totalmente erecto. Cuando llegó la hora de mi calmante, no estaba seguro de poder volver mi pene a su estado normal, cosa de no llamar la atención. De todos modos, la enfermera Karen no hizo ningún comentario cuando me dió mi dosis nocturna. Al día siguiente continuó la rutina. La Dra. Schmidt me revisó, me curó la herida, me hizo nuevos vendajes y me dijo que estaba muy bien. Estaba aburrido y sin nada que pensar, sólo las imágenes de las doctoras y enfermeras ocupaban mi cabeza. Ésa misma tarde una mucama particularmente atractiva estaba cambiando las sábanas de mi cama. Me senté en la silla para dejarla trabajar y admirar su maravilloso trasero. Empecé a tener una erección y me crucé de piernas para disimular. En cuanto se retiró de la habitación me metí en la cama, me tapé hasta el cuello y empecé a masturbarme. Sin ningún aviso, la puerta se abrió y la mucama volvió a entrar con una mesita con ruedas.
- Vamos a darte un baño - dijo mientras se ponía un delantal plástico transparente sobre su ambo azul y se calzaba un par de guantes de látex. Apenas alcancé a levantar las piernas, tratanto de ocultar mi erección, pero sabía que iba a necesitar más tiempo para lograr que cediera.
Me dijo que me sentara para lavarme la espalda. El agua tibia por mi espalda era agradable. Después de haber estado tres días en cama mi piel se había resecado. La fricción suave y húmeda era tan estimulante que, mientras mi mente me dictaba que bajara mi erección, mi cuerpo a merced de los guantes suaves y la espuma hacía mis esfuerzos inútiles.
- Ahora acostate que te voy a lavar el pecho - susuró Susana. Al darme vuelta leí su nombre en la tarjeta. Ella tomó mis hombros y gentilmente me ayudó a recostarme. Al hacerlo, se formó una "carpita" con mi bata. La mucama rápidamente corrió mi bata y dejó mi pene erecto a la vista.
- Miguel, qué asco! Bajá éso inmediatamente! Qué te creés?
Disparé millones de disculpas, pero su expresión de disgusto nunca se fue. Susana siguó trabajando y a medida que se acercaba a la zona de mi pene, me ponía cada vez más y más duro. Cuando se dedicó a limpiarme el pene empecé a sentir espasmos y creo que ella también lo notó porque apuró el trabajo. Si hubiera demorado un poco más hubiera eyaculado. En seguida la mucama se fue de la habitación. Pasó menos de un minuto para que apareciera Karen con mi calmante.
- Parece que necesitás un sedante - dijo. Tuve dudas sobre si lo había dicho con algún doble sentido, pero me resigné a ver cómo la droga entraba en mi cuerpo. Sabía que mi estado de frustración iba a continuar toda la noche, porque el calmante hacía efecto rápidamente.
Un día y medio más pasaron sin novedad. La Dra. Schmidt pasó en varias oportunidades a revisarme y parecía conforme con mi evolución. Mencionó que no había seguido sus instrucciones de obedecer siempre a mis enfermeras y me preguntó por qué. Le dije que había tratado de obedecer, pero algunas veces las cosas se habían salido de control.
- Te gustaría que le diga a la Psicóloga que pase a conversar con vos? A veces, después de una cirugía, los pacientes tienen secuelas ocultas, pero te podemos ayudar con éso.
- Si a usted le parece de ayuda Doctora... pero no creo que sea necesario - contesté.
- Mal no te va a hacer. Y a lo mejor te ayuda - dijo - Le voy a decir a la Dra. Negri que pase por acá antes que te vayas - La Dra. Schmidt se retiró y le murmuró algo a la enfermera que justo en ése momento entraba y se cruzaba con ella. Nada inusual pasó ése día, exeptuando que parecía que todas las enfermeras habían adoptado una actitud más autoritaria cuando se dirigían a mi.
Ésa misma tarde golpearon la puerta y entró una morocha de aspecto muy profesional. Un impecable guardapolvos blanco abierto dejaba ver una camisa de seda blanca y una falda de cuero negra. Botas negras y un par de anteojos completaban la imagen.
- Buenas tardes. Soy la Dra. Negri, Psocóloga. La Dra. Schmidt me sugirió que venga a visitarlo y veamos si puedo ayudarlo. Cuénteme Miguel, cómo se siente? - se paró frente a mi con las manos en los bolsillos de su guardapolvos.
- Bueno... la verdad es que... no sé por dónde empezar... pero... los otros días pasé por una.... cómo decirlo?... una situación... bastante... vergonzosa. Estoy seguro que por éso le pidieron que me visite - suspiré.
- Cuénteme - me ordenó - Con lujo de detalles. No omita nada.
Y le conté el episodio de la erección mientras me bañaban y la reacción de la mucama.
- Le parece una reacción justificada?
Yo me quería meter abajo de las sábanas cuando le contesté.
- Creo que sí.
- Y entonces, cómo cree que deberíamos proceder ahora? - la Dra. Negri se acercó como para no perder mi respuesta.
- No sé... no se me ocurre ningún castigo... - le dije.
- Un castigo? Éso le parece lo correcto si encontramos uno adecuado?
Yo me encogí de hombros y ella me tomó de las manos y me miró a los ojos.
- Miguel, me parece que hay algunas cuestiones en las que lo podemos ayudar. Me permite hipnotizarlo para llegar a la raíz del problema? Le prometo que esto quedaría entre usted y yo y el hospital.
Yo no estaba muy seguro, pero también sentía que las piernas se me aflojaban y tenía que aceptar cualquier cosa que esta mujer me sugiriera.
- No voy a ir a ninguna parte hasta mañana así que, por qué no? - contesté.
- Muy bien. En un momento estoy de vuelta y a lo mejor podemos resolver esto en una sola sesión esta noche - salió y un rato más tarde volvió con una lámpara, una bolsa de papel y un reproductor de CDs. Apretó "play" y empezaron a sonar algo parecido a cantos monacales.
- Necesitamos que estés concentrado y los ruidos externos pueden distraerte. Estos sonidos suaves ayudan al paciente. Considero que también es prudente sujetar al paciente. Nunca se sabe que vamos a encontrar en el subconsciente y si empezás a luchar podés dañarte a vos mismo. Especialmente después de una cirugía podés causarte mucho daño.
A pesar de tener dudas sobre todo esto, era difícil discutir sus argumentos. Así que la dejé que sujetara mis muñecas y tobillos al marco de la cama. Me dí cuenta que realmente no podía moverme y estaba en su poder. Ése pensamiento me provocó una inmediata erección. Ella no lo notó, o por lo menos no hizo ningún comentario mientras apuntaba a mis ojos con la lámpara. Apretó un botón y una imagen empezó a girar.
- Ahora escuchame - me ordenó - Solamente vas a escuchar mi voz, no vas a pensar en nada más. Vas a ignorar todo lo demás. Sólo vas a respirar y escuchar mi voz. Vas a sentir tus párpados cada vez más pesados, pero no vas a cerrar los ojos hasta que yo te lo ordene. Solamente escuchá mi voz - Su canto de sirena me hizo sucumbir a sus deseos. Sólo me concentré en su voz y la imagen giratoria. Parecía estar a la deriva. Sus órdenes eran constantes y persuasivas - Y ahora... te dormís!
Me desperté a la mañana siguiente. Miré a mi alrededor y encontré una nota de la Dra. Negri: "Anoche hicimos un gran progreso y creo que tus problemas están resueltos. Me alegra haber podido ser útil. Dra. Negri"
Yo no me acordaba de nada después de haberme quedado dormido, pero si ella pensaba que había resuelto un problema, mejor! Una residente se asomó a mi habitación y me dijo que me iban a dar el alta a mediodía. Junté mis cosas y esperé que terminaran con todo el papelerío. Salí sin problemas y me fui a casa a terminar mi recuperación. Hice reposo por tres o cuatro días y después me puse a trabajar. A una semana del día de mi alta volví al hospital para un control. La Dra. Schmidt me examinó la herida en su consultorio ordenó que me haga unas radiografías sólo para asegurarse que todo estaba bien. Me dijo que como la incisión había sido más grande de lo esperado quería hacer otro control la próxima semana. Un poco decepcionado de no poder terminar con este tema, saqué un nuevo turno. Una semana sin novedades pasó. Dos horas antes de mi turno, recibí un llamado telefónico del hospital diciéndome que la Dra. Schmidt no me iba a poder atender en su consultorio. Que me presentara directamente en la oficina de enfermeras del piso donde había estado internado.
Terminé con mi trabajo y fui al hospital.
Cuando llegué a la oficina de enfermeras me asignaron una habitación, me dijeron que me desnude y espere y me entregaron una bata. Me desnudé y esperé sentado al borde de la cama. Al rato entró la Dra. Schmidt.
- Recibí el informe de tus radiografías - me dijo.
- Qué pasa?
- Te voy a tener que hacer unos estudios para confirmar que todo está bien - afirmó.
- Va a ser... muy... largo?
- No. Si está todo bien. Quiero pasarte medicación así que lo mejor es que te hagan una vía. Voy a decirle a una enfermera que se ocupe de éso - Se fue de la habitación justo antes que entrara la enfermera Adriana con su equipo y me insertara una aguja en el brazo. La cama tenía ruedas y la enfermera levantó los laterales y me informó que me iba a llevar al área de análisis. En un segundo apareció la enfermera Karen y las dos comenzaron a llevarme a través del pasillo, En el camino se nos unió la Dra. Schmidt.
- El equipo que necesito está en el edificio viejo. Te vamos a llevar allá - me explicó la Dra. Schmidt - Vamos por el túnel subterráneo, así no salimos a la calle - Con un ascensor bajamos a un sótano y cruzamos una especie de túnel poco iluminado. Tomamos otro ascensor hasta un cuarto piso.
- Pensé que este edificio ya estaba clausurado, salvo los dos primeros pisos - comenté.
- Éso es lo que se planificó pero todavía no terminaron de mudar todos los equipos - contestó Karen, mientras salíamos del ascensor. Igual noté que casi todas las luces del hospital estaban apagadas. Adriana levantó un switch y las luces se encendieron. Realmente este piso estaba abandonado! Me llevaron hasta una habitación con un gran equipo y pude percibir actividad a mis espaldas. Los pasos de las enfermeras era todo lo que podía escuchar además del ruido de las ruedas desde mi cama. Me llevaron hasta una habitación y vi como la enfermera Adriana preparaba una inyección.
- Miguel, necesito aplicarte esto - dijo Adriana mientras inyectaba el líquido en la vía. Y allí quedé, con una fuerte luz iluminándome la cara. Empecé a sentirme mareado y a preguntarme qué era lo que estaba pasando.
- Te acabamos de dar una droga que nosotros llamamos "crepúsculo" - susuró Karen - Te va a permitir escuchar y entender todo lo que decimos, pero no vas a poder reaccionar.
La Dra. Schmidt empezó a ponerme cintas de sujección en las muñecas y los tobillos y arrancó su monólogo.
- A lo mejor te estás preguntando que fue lo que te pasó en estas últimas semanas y me parece que es tiempo de aclarártelo. Quizá te acuerdes del primer día que te internaste en el hospital. Cuando la enfermera Alexa te rasuró te excitaste sexualmente y tuviste una erección. Éso le molestó bastante y se lo reportó a la Jefa de Enfermeras, Tara. Cuando Tara fue a colocarte tu primera vía, observó que resultaste ser bastante sumiso. Esto pudo haber sido sólo una coincidencia como resultado de tu internación, o podría ser que ésa sea básicamente tu naturaleza. Había un sólo modo para saberlo. A lo mejor te preguntás por qué nos importaría semejante cosa. Bueno, algunas mujeres en esta institución somos claramente dominantes. Dominatrices. De hecho ya tenemos formado un lindo grupo y trabajamos en el mismo pabellón. Y el destino quiso que te hayas internado justamente en ése pabellón. No excita torturar hombres y usarlos para nuestro placer. Pero tratamos de encontrar hombres más complacientes que el promedio de los neanderthales que andan por la calle. Así que sometemos a nuestros candidatos a un proceso de observación. Vos fuiste sometido al proceso y resultaste ser perfecto para nuestras necesidades. Además contamos con la maravillosa oportunidad de disponer de tres pisos de este hospital para realizar nuestros "experimentos". Tenemos las llaves, los ambientes están insonorizados y todas las salidas están cubiertas; no hay chance de que nos interrumpan durante los "procedimientos" ni de que vos te escapes. Así que dejame que siga contándote tu historia. Te acordás de la segunda noche, cuando te dimos el "calmante"? - yo asentí con la cabeza - Bueno, en realidad te dimos pentotal sódico, la "droga de la verdad". Y después te hicimos todo tipo de preguntas sobre tus fantasías sexuales. Después de todo, queremos tener a nuestro "paciente perfecto". Y qué mejor que llegar a lo más profundo de tu mente? Nos contaste más de lo que te puedas imaginar. Después sólo tuvimos que empezar a programarte para que aceptes nuestras órdenes. El proceso empezó con algunas sugerencias. Y después te convencí de someterte a hipnosis. Esto resultó ser crucial, ya que implantamos una palabra en tu cerebro que tiene el efecto de que pierdas toda tu fuerza inmediatamente. Así vamos a prevenir cualquier tipo de resistencia cuando estemos tratando de sujetarte o te niegues a cooperar de alguna manera. Ahora llegó el momento de rasurarte de nuevo y prepararte para la diversión - dijo sonriendo.
Sentía que las piernas me pesaban una tonelada y realmente no podía moverlas. Esto no fue un problema para las enfermeras que levantaron los laterales de la cama y me ataron con las piernas abiertas. En mi estado de semi consciencia no tenía demasiada noción del tiempo, pero pude sentir como mi pubis se cubría con crema de afeitar. En una serie de toques suaves mi vello púbico desapareció y una toalla estaba quitando el exceso de crema.
-Limpien el área con alcohol y empecemos con los procedimientos.
Los testículos me ardieron bastante cuando pasaron el algodón con alcohol. Me sacudí un poco, pero realmente podía soportar un poco más.
- Tiene menos sensibilidad que la deseada. Enfermeras, llévenlo a la sala de procedimientos y asegúrenlo. Después lo quiero plenamente consciente para que podamos disfrutarlo al máximo. Creo que vamos a empezar examinando su capacidad de retención - dijo la doctora sonriendo.
Las enfermeras llevaron mi cama hasta un lugar más amplio, con azulejos blancos de piso a techo y una gran camilla de acero inoxidable en el medio. Todo alrededor del lugar había pequeños armarios y mesas de acero inoxidable con todo tipo de instrumental médico. Karen me desató y me condujo sin problemas hasta la camilla, de inmediato me aseguraron nuevamente. Mis brazos a los costados en cruz, con la vía colocada y mis piernas en estribos como los que se usan en ginecología y atados a la altura de los tobillos, las pantorrillas y los muslos. Otra cinta a la altura del pecho me mantenía fijado a la camilla. Las enfermeras se colocaron unos delantales plásticos sobre sus ambos celestes y la Dra, Schmidt, en cuanto entró se quitó su guardapolvos blanco, hizo una "cola de caballo" con su cabello pelirrojo y se puso otro delantal de plástico sobre su ambo verde. Las enfermeras y la doctora me rodearon mientras se ataban las cintas de los delantales a sus espaldas y yo lentamente empezaba a sentir cómo se disipaban los efectos de la droga y podía empezar a ordenar mis pensamientos. Apenas intenté decir alguna palabra la enfermera Adriana dijo:
- Lo amordazo? Sería una pena que nos distraiga en medio de los procedimientos.
- Tiene razón enfermera. Pero empecemos con algo no muy grande, no quiero desgarrarle la boca... por ahora. Tengo pensado otros procedimientos para éso - dijo la doctora amenazante.
En seguida la enfermera Adriana apareció sobre mi rostro llevando en sus manos una mordaza con una bola de goma roja.
- Abrí grande grande la boca.... - me ordenó, como si fuera un chico. Y yo obedecí - Muy bien... te estás portando muy bien... Vas a ser obediente? - me decía mientras colocaba y ajustaba la mordaza y yo asentí con la cabeza dándome cuenta que cualquier posibilidad de quejarme había desaparecido.
Por unos segundos la enfermera Karen y la Dra, Schmidt salieron, pero en seguida Karen volvió trayendo un equipo de enema, del irrigador salía vapor. La enfermera Karen se puso unos guantes de goma y puso un dedo dentro del agua.
- Caliente... pero dudo que tanto como para quemarte los intestinos. No sé... a lo mejor me equivoco - se rió y empezó a lubricarse los dedos y pasármelos por el ano. Sentí como me penetraba con un dedo y lo metía y lo sacaba varias veces suavemente.
- Ahhh.... mmmm.... - no pude evitar tener una erección.
- Mirá esto! - dijo la enfermera Adriana mientras se ponía sus guantes de goma - Controlate ya mismo! - y me tomó el pene y le daba pequeños golpes. Sentí bastante dolor, pero no el suficiente para lograr que la erección cediera - Te estás portando mal y vamos a tener que darte un buen castigo para que no te olvides.
Y sentí como una cánula se deslizaba dentro de mi ano y, después de escuchar un "click", el agua fluyó a mis intestinos. Quedé acostado y cerré los ojos. Pude sentir como me tocaban suavemente en los testículos y en el pene y, de repente, algún pequeño golpe, suficiente para provocar dolor. Abrí los ojos y allí estaba la Dra. Schmidt, tocándome con sus guantes lubricados.
- Ven como responde al dolor? Obviamente está disfrutando... y nosotras también - todas se sonreían y comentaban. De repente sentí un golpe más fuerte en el pene. Más risas y otra vez las caricias suaves. Podía sentir como mis intestinos se iban llenando hasta el punto de estar totalmente completos. Pero entre el placer y el dolor mi cabeza iba de acá para allá todo el tiempo, Entonces dejé de sentir tanto placer en mi vientre y asumí que la enema había terminado. Ya nadie me tocaba y yo estaba acostado en la camilla sin tener idea de lo que estas tres mujeres hacían. Me atacaron los primeros calambres y no pude evitar la queja.
- Aagghhh....
- Enfermera, distraiga al paciente. Quiero que retenga la enema por diez minutos, no quiero que piense que se va a liberar tan rápido.
- Con gusto doctora
No tenía idea qué era lo que estaba pasando, pero de repente sentí pinchazos muy agudos en mis testículos. La enfermera me pasaba una rueda de agujas de Wartenberg por mis testículos. La tortura fue desde mis testículos hasta mi pene una docena de veces. Arriba y abajo y arriba y abajo mientras yo me revolvía en la camilla y las enfermeras y la doctora sonreían. Enseguida pude sentir cómo me agarraban el pene firmemente y la rueda de agujas empezó a deslizarse por mi glande. Pegué un salto, o para ser más preciso, intenté pegar un salto, mientras el "tratamiento" siguió media docena de veces atravesando ése punto tan vulnerable de mi anatomía. A través de mi mordaza pedí piedad, sin ningún resultado. De repente, se detuvieron.
- Vieron? Ni siquiera pensó en toda el agua que tiene en el abdomen. Suéltenlo y que vaya a defecar.
Mientras la enfermera Adriana me quitaba la mordaza, la enfermera Karen me soltaba las ataduras de piernas y brazos. Desconectaron el catéter de la vía y lo adhirieron a mi brazo con cinta. Las ví sonriendo y señalándome el camino al baño.
- Andá y expulsá toda la enema. Cuando termines, volvés - me dijo la enfermera Adriana. Corrí al baño y me senté en el inhodoro. El agua salía por chorros y sentí el primer alivio en horas. Estuve liberando oleadas de enema. Sentado, pensaba cómo escaparme. A lo mejor podía correr empujando a las tres mujeres, pero me sentía débil y desorientado. Estaba pensando en alguna otra estrategia, cuando me hablaron desde atrás de la puerta.
- Tomate tu tiempo, pero cuando termines volvés a la camilla. Si estás pensando en escaparte, yo en tu lugar lo reconsideraría. Tenemos un par de picanas y también la palabra mágica. La picana te va a dar una descarga y la palabra mágica te va a hacer caer donde sea que estés y te podés lastimar. Ninguna de las opciones es agradable.
No sabía si la dichosa palabra mágica realmente existía, pero la amenaza era de temer y ellas estaban alerta. Pese a que el futuro inmediato no parecía promisorio y yo no tenía intenciones de soportar más dolor, parecía tener sentido esperar por otra oportunidad menos obvia para intentar un escape. Terminé de expulsar lo que quedaba de enema y exprimí todo mi coraje, abrí la puerta y volví a la sala de procedimientos. Las dos enfermeras tenían las picanas y la doctora me agarró del brazo y me llevó hasta la camilla. Subí y volvieron a asegurarme.
- Hoy queremos convertirte en el perfecto receptor del dolor que nosotras administramos. Tenés que estar receptivo para el sufrimiento que te ofrecemos. Otra enema parece ser lo más adecuado. Qué les parece, señoritas?
- Absolutamente - contestaron en unísono.
- Qué preparo Doctora? - consultó Karen.
- Un litro de jabón mentolado me parece una buena opción.
- Una de mis preferidas! - y ví a la enfermera Karen salir llevándose el irrigador. Mientras tanto la enfermera Adriana y la Dra, Schmidt fueron a buscar otros instrumentos. Cuando volvieron, sentí como la doctora me enjuagaba el pene con un suave algodón y otra vez tenía una erección.
- Vé doctora? Parece que no puede evitar faltarnos el respeto. Puedo intentar algo para enseñarle a respetar al personal médico?
- Seguro enfermera, proceda.
Empecé a sentir un pinchazo tras otro en todo mi escroto.
- Me encantan las pinzas Backhaus doctora, provocan más dolor cuanto más tiempo permanecen colocadas. Si duele mucho, avisame, sabés Miguel?.... ah y justo llega Karen con tu enema - y volví a sentir cómo me lubricaban el ano y me metían una cánula de goma que se deslizaba dentro mío y cómo una especie de globo se inflaba en mi interior y después otro fuera de mi ano, presionando.
- Aaaggghhhh.....
- Calladito!.... Acá vá!!!
Y sentí como el chorro de líquido empezaba a llenar mis intestinos. Mientras tanto trajeron una bandeja con más pinzas Backhaus y se las alcazaban a la Dra, Schmidt que prolijamente las aplicaba a mi escroto. Grité, pero otra cosa no podía hacer. Durante cinco minutos sentí el agua jabonosa entrando en mi abdomen. Tres minutos después empezaron los calambres. Me quejé y retorcí en la camilla tratando de aliviar el dolor en vano. Después la doctora empezó a aplicar pinzas Backhaus en mi pene erecto. Golpeaba la camilla en agonía. Finalmete pude sentir cómo el flujo de agua se detuvo y la presión dentro de mi cuerpo no era tanta. Colocaron una par de pinzas más y las mujeres se detuvieron a contemplar su trabajo. Yo trataba de doblarme pero nada lograba calmar el dolor.
- No es hermoso verlo sufir? - dijo la Dra. Schmidt, y agregó - Te vas a quedar solito un rato, mientras vamos a discutir cómo seguimos con tu tratamiento.
Todas se quitaron los guantes y los delantales y se retiraron. Sufrí oleadas de calambres y el dolor en mi escroto y pene aumentaba a cada momento, tal como lo habían anticipado. Me estaba volviendo loco de dolor cuando la Dra. Schmidt volvió con sus enfermeras.
- Quítenle las pinzas y déjenlo expulsar la enema - dijo la doctora. La enfermeras se volvieron a poner sus guantes de látex y quitaron las pinzas una por una y el flujo de sangre volvió a mi pene y testículos. Las enfermeras se reían entre ellas a medida que me liberaban de mi tortura. Me quitaron las correas y corrí al baño. Me senté pero los globos en mi interior y exterior del ano no me dejaban liberar el líquido.
- Algún problema? - preguntó la enfermera Adriana desde la puerta del baño.
- Frente mío, De rodillas - ordenó la enfermera Karen y yo la obedecí. Quedé de rodillas frente a ella y me quitó la mordaza.
- Aaaahhhhh.... - suspiré aliviado y en seguida recibí una cachetada - Cómo te vas a dirigir a nosotras?
- Eh... Señora... Señora Enfermera...
- Muy bien paciente... Qué querés?
- Por... por favor... Señora Enfermera... puedo ir al... baño... por favor?
- Muy bien - dijo la enfermera Adriana sonriendo - codos y rodillas al suelo.... bajá la cabeza - y quedé en ésa humillante posición hasta que liberó las válvulas que mantenían la sonda Bardex inflada. De un tirón me quitaron la sonda.
- Ahora sí, expulsá toda la enema - me dijo Karen mientras yo ya corría al inhodoro.
Expulsé oleadas de enema. De tanto en tanto sentía algún calambre y, en seguida, expulsaba más enema.
- Quedate acá. Asegurate de expulsar todo. Tenemos todo el tiempo del mundo... y cuando terminás, date una ducha.
Me moví e hice flexiones para calmar los dolores una y otra vez. Después de unos veinte minutos, me limpié lo mejor que pude y dejé el inhodoro. Cuando salí, allí estaba la enfermera Adriana señalándome la ducha. Noté que tenía la picana y una vez más me dí cuenta que no era inteligente elegir este momento para escapar. Además, una ducha caliente era mi mejor opción en este momento. La enfermera me acompañó hasta la ducha y me dijo que me quede mirando la pared. Encendió el agua y con una ducha de mano me roció. Estaba helada! Me corrí para evitar el agua, pero la enfermera me ordenó que me exponga para mi limpieza. De mala gana lo hice y el agua se llevó mi transpiración y la porquería que cubría todo mi cuerpo. Me tiraron una toalla y rápidamente me sequé tratando de entrar en calor. Quedé tamblando.
- Sos muy friolento, vamos a tener que hacer algo para ayudarte - dijo Adriana - Vení, que te voy a dejar descansar en un lugar más cálido.
A esta altura yo sospechaba de todo, pero no tenía opciones y la seguí hasta una habitación con una cama y la obedecí cuando me ordenó acostarme. Me dió una almohada y varias mantas para taparme. El temblor desapareció y pude relajarme por primera vez después de muchas horas. Para entonces la enfermera Karen también había entrado en la habitación y empezó el proceso de asegurarme a la cama con varias cintas. Las cintas estaban muy ajustadas y mis muñecas y tobillos también atados a los marcos de la cama. Pese a todo estaba bastante cómodo.
- Tratá de descansar - Dijo Karen, y las dos enfermeras se dieron vuelta y cerraron la puerta al salir. No podía ir a ninguna parte, de modo que cerré mis ojos y dormí.
Creo que pasó una hora más o menos, cuando una débil luz se prendió en la habitación. Allí estaba la Dra. Schmidt con las manos en los bolsillos de su guardapolvos blanco y con otra enfermera que en seguida reconocí como la enfermera Alexa de mi primera noche en el hospital.
- Hola Miguel - dijo la doctora - Te acordás quién es esta señora?
- Sí doctora.
- Y te acordás qué fue lo que le hiciste?
- Sí doctora
- Qué le hiciste Miguel?
Me sonrojé y contesté.
- Le... falté el.... repeto.... Me puse.... duro...
- Sí, la trataste de muy mala manera Miguel, y ahora tenemos que mostrarle que te estás portando mejor, que te estamos enseñando buenos modales. Bien, buenos modales incluyen respetar a las mujeres y hacer cosas para las mujeres sin obtener nada a cambio. Me entendés Miguel?
- No... no... estoy seguro... Dra. Schmidt
- Darle placer a una mujer y no obtener nada a cambio. De hecho, éso es lo que te vamos a enseñar ahora. Enfermera Alexa, puede prepararse por favor?
- Con gusto, doctora - respondió la enfermera Alexa mientras se quitaba el pantalón del ambo y su ropa interior.
- En posición - ordenó la doctora, y la enfermera Alexa trepó a la cama. La Dra. Schmidt gentilmente la ayudó a colocar sus piernas a ambos lados de mi cabeza y llevar su vagina justo en frente de mi cara - Ahora Miguel la vas a hacer gozar de placer o vas a sufrir las consecuencias.
Yo empecé a besar y lamer la vagina y pronto sentía su flujo en mi boca. Al mismo tiempo sentí el clásico sonido del "snap" "snap" de la doctora poniéndose sus guantes y sus suaves manos tirando de mi prepucio para exponer mi glande. Me estremecí cuando la enfermera Alexa llegó a su orgasmo y cuando ella se relajó, yo también lo hice.
- Quién te dijo que dejes de chupar? Seguí trabajando! - me dijo la Dra. Schmidt enojada y dándole un fuerte tirón a mis testículos. Volví a lamer y al rato Alexa empezó a moverse sobre mi. Me empezaba a doler la mandíbula pero yo seguía tratando de complacerla. Mientras tanto, me seguían acariciando el pene y ya podía sentir la tensión en mis testículos. Si bien todavía no estaba al borde de la eyaculación, iba por ése camino. Traté de retirar mis caderas en un esfuerzo por liberarme, pero la Doctora me empujaba contra la cama y seguía estimulándome. Yo trataba de empujar mi lengua lo más profundo que podía en la vagina de Alexa y le lamía el clítoris. Ella gritó y tuvo otro orgasmo. Se dejó caer sobre mi cara y no me dejaba respirar. Moví la cabeza a un costado para atrapar algo de aire, pero no era suficiente.
- Bueno... hiciste un buen trabajo con Alexa Miguel, pero seguís sin entender qué significa no obtener ningún placer. Seguís ignorando mis ordenes.... mirá... hay secreción pre eyaculatoria en tu uretra. Enfermera Alexa, lleve al paciente de nuevo a la sala de procedimientos - y ambas salieron.
Quedé en la cama sin poder moverme, esperando que vuelva la enfermera. Cuando regresó, me quitó las cintas de sujección y al poco rato la Dra. Schmidt volvió a la habitación.
- Andá a buscar a la enfermera Karen, Alexa, sólo para asegurarnos que no intente nada raro.
Alexa salió y la doctora se paró a mi lado con sus manos en los bolsillos del guardapolvos y me habló suavemente.
- Miguel... sos muy desobediente.... te voy a tener que castigar. Te voy a hacer otra enema y te voy a poner un catéter. Parece que no podés evitar esas erecciones y tenemos que encontrar una manera de que aprendas a controlarte. Si los tratamientos habituales fracasan, a lo mejor voy a tener que operarte. Si estuviera en tu lugar, trataría de aprender rápido a controlarme - me dijo, con una sonrisa malvada - Estás a nuestra merced y no tenés elección sobre lo que decidamos hacerte, por lo menos hasta que aprendas a portarte como un buen paciente.
En ése momento Karen y Alexa entraron en la habitación. Yo todavía estaba desatado y pensé que podía ser mi única oportunidad de escapar. Me dí vuelta y me puse de pié para empezar a correr, Las dos enfermeras me agarraron de los brazos, y creo que me hubiera liberado, de no ser por la Dra. Schmidt que de repente gritó:
- "Sappho!"
Y de repente perdí todas mis fuerzas en mis extremidades. Pude haber caído de cara al piso, pero las enfermeras me sostuvieron. Me arrastraron hasta la sala de procedimientos y me tiraron sobre la camilla. Empecé a sentir nuevamente mis brazos y piernas pero ya era demasiado tarde. Estaba completamente desnudo y firmemente asegurado a la camilla y los estribos ginecológicos. Bien, ahora sabía cuál era la "palabra mágica" y que realmente funcionaba.
- Prepárenlo para tolere un plug de retención, Adriana por favor practicale el primer tacto - dijo la Dra. Schmidt. La enfermera Adriana se acercó poniéndose sus guantes de látex.
- Relajate - me dijo mientras se lubricaba los dedos.
Sentí su dedo hurgando dentro mío. Pronto se agregó otro dedo y después otro más. Lentamente los entraba y luego los retiraba sin sacarlos completamente. Cada vez los dedos se abrían un poco más.
- Ahhhh....
- Vamos... aceptalo... - me dijo Adriana mirándome a los ojos. Y metió cuatro dedos que se deslizaban suavemente, entrando y saliendo. Era demasiado para mi pene que empezó a despertar. En ése momento entraba la enfermera Karen, traía un par de guantes de latex y me golpeó el pene con ellos antes de ponérselos. Mi pene se sacudió en el aire.
- Doctora, el paciente no obedece... podemos ayudarlo a reflexionar?... Qué le parece dilatarlo antes de colocarle el catéter?
- Enfermera, tiene razón - empezó la Dra, Schmidt, mientras se quitaba el guardapolvos blanco y se colocaba una cofia verde, del mismo color que su ambo de cirugía - Una serie de sondas Van Buren, a lo mejor con alguna cobertura irritante para ayudar a lubricar. Prepárenlo.
- Nooo... por favor... - grité.
- Chst... vos calladito - me dijo la enfermera Karen.
- Ya tengo el ano bien dilatadito y lubricado Doctora... qué hacemos? - preguntó Adriana.
- Ah sí, no desperdiciemos un trabajo tan bien hecho. Colocale un plug mediano... por ahora.
La enfermera Adriana fue hasta un cajón y sacó un plug de goma negra y empezó a lubricarlo. Volvió y se paró entre mis piernas.
- Respirá profundo...
- Por favor... por favor señora enfermera... por favor...
- Respirá profundo!
Y sentí la punta redondeada presionando contra mi ano. La enfermera empujó suavemente y lo hacía entrar y salir.
- Aaagghhhh..... aaaggghhhhh....
El proceso se repitió por una docena de veces, cada vez un poco más profundo hasta que, con un empujón final, lo introdujo completamente dentro de mí.
- Aaaaoooohhhhh..... - me sacudí con una ola de dolor que me invadía, pero pronto el dolor cedió y quedé agitado sobre la camilla, a merced de las enfermeras y la Dra. Schmidt que ahora se habían colocado barbijos y guantes de cirugía y colocaban una gran luz sobre mi pene. Sobre mi rostro apareció la enfermera Karen con la mordaza con la bola de goma roja en sus manos.
- Miguel, ya sabés... grande grande la boquita....
Yo obedecí y abrí la boca para que me amordace. La doctora se paró entre mis piernas ajustándose sus guantes y las enfermeras a ambos lados.
- Desinfectante - pidió la Doctora, y le entregaron una especie de pinza con un algodón en la punta. La Doctora tomó firmemente mi pene y retrajo mi prepucio para poder trabajar sobre mi glande. Empezó a limpiar mi pene con el algodón, que en seguida me dí cuenta que estaba empapado de alcohol y el ardor comenzó. La Doctora devolvió la pinza y la enfermera Adriana le entregó una jeringa llena de lubricante quirúrgico. La Doctora me introdujo la punta de la jeringa en el pene y, cuando presionó el émbolo, sentí el frío gel inyectado dentro de mi uretra.
- Vamos a proceder lentamente señoras. Disfrutemos del procedimiento - fueron las palabras que salieron detrás del barbijo de la Doctora.
- Empezamos con la 24, Doctora? - preguntó la enfermera Adriana.
- Sí, por favor.
La enfermera levantó una delgada varilla de acero inoxidable de la bandeja de instrumental y se la entregó a la Dra. Schmidt. Llevó el extremo de la varilla hasta mi glande y la insertó. La sonda penetró a lo largo de mi pene y, una vez dentro, la giró. Pese a que era realmente sensible, no era doloroso.
- Veinte, por favor.
Una nueva sonda le fue entregada a la Doctora y debidamente insertada dentro de mi pene. Esta se deslizó bien profundo hasta casi desaparecer. La deslizó hacia arriba y hacia abajo no menos de una docena de veces antes de reemplazarla por otra sonda 18. El proceso con esta sonda fue idéntico a la anterior, pero el tamaño crecía y estiraba mi uretra en cada movimiento ascendente y descendente. Finalmente una sonda aún más grande fue puesta frente a mi orificio uretral. A medida que entraba pensé que me iba a desgarrar. Lentamente la Dra. Schmidt la introdujo dentro de mi pene.
- No es estimulante, Miguel? - me preguntó - Y lo mejor es que no hay nada que puedas hacer. Tenés que someterte a nosotras... y sufrir - jugaba con la enorme sonda acariciando mi pene. De repente, la exhibió frente a mis ojos - Demasiado grande?
Yo asentí con la cabeza, suplicando con la mirada.
- Enfermera, vamos a volver a la sonda 18. Pero aparentemente el paciente está perdiendo lubricación. Prepare otra jeringa de lubricante - dijo, guiñándole un ojo a la enfermera.
La enfermera captó de inmediato y preparó una nueva jeringa con una mezcla entre lubricante quirúrgico y una especie de aceite. La inyectaron en mi pene y de inmediato comenzó el ardor. Cuando insertaron la sonda y la empujaron hasta lo más profundo el ardor se incrementó. La Dra. Schmidt intencionalmente me penetraba y con las enfermeras me ridiculizaban.
- Parece que el paciente responde al tratamiento con aceite de menta y eucalipto.
- Sí, Doctora... responde claramente.
- Le parece que con esta dilatación va a ser suficiente?
Las tres quedaron observándome por unos segundos. Sus manos enguantadas, cubiertas de lubricante y algo de sangre, sostenidas por encima de sus cinturas como en un quirófano.
- Vamos a tener que darle un descanso a nuestro paciente. Enfermera Karen, prepare el catéter.
La enfermera abrió el catéter de goma color naranja y preparó todo lo necesario para insertarlo dentro mío. Ya me habían quitado la sonda, pero me volvieron a lubricar el conducto uretral un poco más, y el catéter se deslizó a través de mi pene. Cuando llegó a la próstata me sobresalté, pero la atravesó rápidamente y llegó hasta la vejiga. Inflaron el globo que obliga al catéter a quedar en su lugar y la orina fluyó hasta la bolsa colectora. La Doctora le murmuró algo a la enfermera Adriana y la enfermera se acercó y se ubicó entre mis piernas.
- Respirá profundo - me dijo, y me quitó el plug del ano. Levantó otro tubo de goma de la mesa de instrumental y me lo mostró - Si relajás la colita, ni lo vas a sentir - Y, dicho esto, empezó a meter la cánula bastante profundo dentro mío. Después levantó una jeringa muy grande, llena con un líquido oscuro. Conectó la jeringa a la cánula y sentí cómo me daba otra enema.
- Queremos ayudarte a que puedas descansar, así que esta enema tiene un componente "sedante" - me dijo la enfermera Karen, mientras cambiaba la jeringa que ya estaba vacía por otra llena y sigue inyectándola a mis intestinos. De repente empecé a sentir un sabor como a vino en la boca y al rato también percibía el aroma. Me estaba haciendo una enema de vino! Y las jeringas se sucedieron hasta que tuve cerca de un litro en el estómago. Estaba algo mareado, pero sentí cuando retiraron la cánula y me volvieron a colocar el plug en el ano.
- Vamos a la habitación, Miguel. Es la hora de la siesta - dijo la enfermera Adriana.
Las tres mujeres me desataron y me pasaron a otra camilla y hasta la habitación. Allí volvieron a asegurarme muñecas y tobillos a los bordes de la cama.
- Queremos que duermas una siesta, Miguel. Y nosotras también vamos a descansar - me explicó la Dra, Schmidt, que todavía llevaba el barbijo colgando de su delicado cuello.
- Doctora, todas necesitamos descansar. Qué va a pasar si de pronto nuestro paciente tiene sed? Quién lo va a ayudar?... pobrecito - dijo Karen, irónica.
- En qué estoy pensando...? - dijo la Dra. Schmidt con falsa vergüenza - No podemos permitir que éso suceda. Asegurémonos que Miguel no tenga sed durante su siestita.
Las tres entendían la broma, pero yo no. Se pusieron nuevos guantes de látex y empezaron a preparar no sé qué cosa. La enfermera Karen se paró al lado mío y me quitó la mordaza.
- Aaahhhhh.... mu... muchas gracias... señora enfermera... - apenas terminé la frase, ella levantó algo de la bandeja y me lo mostró. Era otra mordaza.
- No... por favor... - le pedí.
- Miguel... abrí grande grande la boquita - y me puso la nueva mordaza, que no era tan ajustada como la anterior, pero no había forma de sacarla de la boca. Tenía un orificio en el centro de la bola de goma.
- Vamos a darle algo que pueda tomar cuando tenga sed, Karen - y Karen desconectó el catéter de la bolsa de recolección y lo conectó a un tubo transparente. El otro extremo del tubo lo pasó por el orificio en la bola de goma de mi mordaza. Ningún líquido venía por el tubo, así que el fuerte sabor al plástico del tubo me invadió la boca.
- El vino va a llegar a tu vejiga, y seguro que te va a dar sed. Pero antes queremos que descanses. Esto te va a ayudar - me dijo la enfermera Karen. Me puso un antifaz ciego de goma negra cubriéndome los ojos y quedé en la más absoluta oscuridad. Me dí cuenta que, ahora que no podía ver, tampoco me podría preparar para ver la orina llegando a mi boca. El tubo estaba lo suficientemente profundo, casi en mi garganta, de modo que tampoco podría taparlo usando la lengua.
- Que duermas bien - me susurró al oído y oí la puerta cerrarse cuando dejó la habitación. El vino estaba haciendo efecto y yo me sentía cada vez más mareado. También estaba cansado y empecé a dormitar. Me despertó el sabor de la tibia orina cayendo por mi boca. Tragué, sabiendo que una vez que el flujo comenzara no iba a terminar. Traté de mover manos, muñecas y todo el cuerpo tratando de sacar el tubo de mi boca, pero no había forma de alcanzarlo, estaba demasiado lejos de mi alcance.
La orina caía en pequeñas dosis y continuó cayendo todo el tiempo mientras yo permanecí acostado en la oscura habitación. Después de una media hora desde que la primera gota de orina llegara a mi garganta, escuché que la puerta se habría y las luces se encendían.
- Mirá qué lindo que está! Enfermera, ya estuvo tomando bastante y tiene que dormir. Vuelva a conectar la bolsa colectora y dejémoslo dormir hasta mañana.
Escuché la voz y, después de un rato reconocí que se trataba de la Dra, Negri. Pude sentir cómo me quitaban el tubo de la boca. Escuchaba cosas moverse alrededor de mi cama y asumí que las enfermeras estaban siguiendo las instrucciones. Pensé lo bueno que sería dormir un poco y dejar de sentir la presión en la vejiga.
- Me parece que el pene del paciente está irritado. Coloquen crema en pene y escroto y luego una banda elástica para cubrir el área. Tápenlo bien, quítenle la mordaza y déjenlo descansar. Yo me voy a recostar un par de horas. El paciente queda a su cargo. Cuídelo. La Dra. Schmidt y las demás enfermeras tampoco vuelven hasta mañana. Si tiene alguna emergencia, me llama enfermera Tara.
Quitaron las mantas y quedé completamente expuesto. Me levantaron la cabeza y quitaron la mordaza y el antifaz ciego. Mi visión volvió a entrar en foco y vi la habitación con una luz tenue. La bella enfermera rubia se movía por la habitación profesionalmente y preparaba todo lo que iba a necesitar en una bandeja al lado de la cama.
- A lo mejor esto te arde un poco, pero la doctora quiere que esto cure cuanto antes y esta es la mejor manera - me dijo mientras levantaba las cejas en señal que la realidad era bastante diferente a lo que había expresado. La enfermera Tara se puso sus ajustados guantes de látex, abrió un recipiente puso bastante crema entre sus dedos. Agarró firmemente mi pene y empezó a esparcir la crema todo a lo largo y después sobre mis testículos. Estuvo como medio minuto pasándome la crema por mis testículos. Después agarró un rollo de banda elástica y me vendó alrededor de la base de mi pene. Aseguró la banda con un poco de cinta adhesiva y empezó a vendar mis testículos y, a partir de allí, subió a lo largo de mi pene. Toda el área estaba vendada y cubierta, y de las vendas emergía el catéter que tenía puesto. Desde el momento que comenzó a aplicar la crema empece a sentir un creciente ardor. Sentía olor a eucaliptus y, a medida que pasaba el tiempo, el ardor aumentaba. Me sacudía y retorcía en la cama, pero no encontraba alivio.
- Augh... - no pude evitar el quejido, pero sólo conseguí que Alexa apoyara uno de sus dedos enguantados sobre mis labios en clara señal de "silencio".
- Shhh... Esto es por tu bien... Y te voy a dar otro consejo. No grites, porque te vas a arrepentir. Probablemente yo sea tu única amiga acá, pero si despertás a la Dra. Negri me voy a enojar mucho. El dolor va a desaparecer en unos diez minutos y te sugiero que te duermas porque mañana vas a tener un día muy largo. Dormí.
El dolor en el pene era insoportable, pero recordé la advertencia y susurré una quejido. Tara tenía razón y después de un rato el dolor desapareció. Cerré los ojos y me dormí.
- Bueno, tenemos que rasurarlo para la cirugía
Fué hasta el lavatorio y llenó un recipiente grande con agua tibia. Abrió un cajón y sacó una navaja y crema de afeitar.
- Levántese la bata así puedo empezar - me dijo con un aire autoritario mientras se ponía unos guantes de látex. Seguramente notó la reacción en mi cara, y me dijo que usualmente pondrían a un enfermero para rasurarme, pero que en ése momento no había ninguno.
Obedecí y me levanté la bata dejando mi abdomen y pubis expuesto. Primero me pasó una afeitadora eléctrica por la zona. A medida que se acercaba a mi pubis mi pene comenzaba a moverse. Ella lo ignoró y terminó el trabajo lo más rápido que pudo. Después humedeció el área con una toalla tibia y abrió la crema de afeitar. Cuando me pasó la toalla por mi pene, le puso más cuidado y atención.
- Disculpas - atiné a decir.
Desparramó la espuma y sentí su suave mano enguantada sobre mi estómago y mi pubis. La sangre fluía a mi pene y mi vergüenza me hizo sonrojar. Tomó la navaja de la mesa y empezó a cortar el restante de vello. A medida que se acercaba a mi pene erecto, creo que la ví negar con la cabeza y susurrar un "tsk". De pronto estuve completamente rasurado y me limpió de nuevo.
- En un segundo va a venir alguien a ponerte una vía - me dijo mientra se iba. Yo volví a cobrurme con la bata y me preguntaba cómo me había podido calentar tanto en el medio de lo que me estaba pasando. Me imaginé que habría sido por el calmante. Después de unos minutos otra enfermera de nombre Tara apareció y procedió a colocarme una aguja y un catéter en la vena. En cuanto comenzó a drenar ella inyectó unos cuantos centímetros cúbicos de un líquido transparente.
Le enfermera era rubia y muy linda y mirándome a los ojos me dijo que era un calmante, para ayudar a que me relaje antes de la anestesia. Me recosté sobre la almohada y cerré los ojos. La droga empezó a hacer efecto y me quedé dormido. Pensé en que la enfermera tenía una mirada rara, como si sintiera placer en el control que ejercía sobre mi y como si yo fuera su víctima indefensa. Esta idea quedó dando vueltas en mi cabeza. No estoy seguro si no fue mi imaginación, pero sentí como si me hubieran tocado el pene de nuevo y después me dormí.
Cuando me desperté, horas más tarde, estaba en una cama en una habitación. El catéter con la vía seguía en mi brazo y afuera pude sentir todo el murmullo del hospital. Un dolor fuerte en mi bajo abdomen me hizo notar que obviamente ya me habían operado. Estuve allí acostado, a medias despierto por un rato, escuchando lo que me había pasado. Descubrí a otro internado en mi habitación y después de unos minutos pude decirle "Hola". Conversamos un rato sobre las razones que nos habían llevado hasta este lugar, trabajos, actividades... Cuando nos escucharon hablar, una enfermera entró para preguntar cómo estaba. Le dije que me sentía bastante bien, pero agradecería algún calmante.
- Voy a ver qué ordenes dejó la doctora para usted - me contestó sonriendo mientras me tomaba el pulso. En ése momento me dí cuenta que tenía unos parches pegados por el pecho con cables conectados a un monitor. La expresión de la enfermera indicó que todo estaba bien cuando salío de la habitación. Unos minutos después volvió sonriendo para decirme que la doctora había autorizado darme morfina para el dolor.
- Con esto no va a tener más dolor. Pero antes necesito que orines - y me dio un "papagallo" - Tenés que vaciar la vejiga dentro de la próxima media hora, sabés? Te tuvimos que hidratar bastante y queremos estar seguras que la vejiga te está funcionando bien. Yo vuelvo en un ratito
Se fue a hacer sus cosas. Quedé en la cama, metí el "papagallo" bajo las sábanas, y mi pene dentro. Hice fuerza, pero no salió nada. De hecho, ni siquiera tenía ganas de orinar. Se me ocurrió descansar un rato y probar de nuevo en media hora. Prendí el tele y miré las noticias. Cuando terminó el noticiero, traté de orinar de nuevo sin mejores resultados. Diez minutos después la enfermera asomó la cabeza por la puerta de la habitación y me preguntó si había tenido suerte orinando.
- Disculpe... no... a lo mejor... no tengo ganas - le dije dudando.
- No creo - me contestó - Te vamos a dar otra oportunidad, pero si no meas en 20 minutos, vamos a tomar medidas más drásticas.
Salió y me dejó haciendo tremendas fuerzas para mear durante 20 minutos. Sin suerte. La enfermera volvió a la habitación y sin decir palabra miró el "papagallo" vacío.
- Te vamos a tener que poner un catéter. No te preocupes, tenemos a una experta. En cuanto pueda, viene para acá.
"Genial", pensé "Otra enfermera manoseándome". Esperaba que la morfina evitara que tuviera otra
erección. Mientras esperaba, cada vez más ansioso, se llevaron a mi compñero de habitación para hacerle unos exámenes. Un rato después una enfermera muy bonita vestida con un ambo blanco, entró con una mesita con ruedas. Cerró la puerta y se paró al lado mío, con las manos en los bolsillos de su ambo.
- Parace que tenemos un problemita, pero no te preocupes porque yo te lo voy a solucionar. Parece que estamos los dos solos, así que vamos a hacer esto a mi manera - anunció mientras sacaba un par de guantes de látex del bolsillo y se los colocaba lentamente - Esto es rápido y, si hacés lo que yo te digo, voy a hacer que te duela poquito... entendido?
Me miraba a los ojos y parecía que me penetraba. Era otra vez ésa mirada que me pareció ver en la enfermera antes de la operación. En un movimiento corrió las sábanas y mi bata y sujetó mi pene con su mano enguantada. Lo examinó, se dio vuelta y con una pinza tomó un trozo de algodón con agua y desinfectante, me retiró el prepucio y desinfectó todo el glande. De inmediato empecé a sentir que mi pene cobraba vida.
- Quietito... - me dijo mientras con una jeringa me lubricaba la uretra y después el catéter. Con una mano me sostenía firmemente el pene y con la otra el catéter de goma justo a milímetros de mi orificio uretral. Me miró a los ojos. Y lentamente empezó a penetrar mi uretra.
- Te guste o no te guste te voy a penetrar igual, está claro? - yo sólo atiné a asentir con la cabeza - Si te sometés es más facil.
Y mientras una mano me sostenía el pene completamente erecto la otra deslizaba el tubo de goma hacia abajo. Me sentí desamparado y muy excitado al mismo tiempo. Cada vez estaba más duro, y la enfermera parecía que tenía todo bajo control. El catéter llegó a mi próstata. Me dolió cuando entró en la vejiga. Ella sonrió, diría que con algo de maldad, pero pudo haber sido producto de mi imaginación. Miró como mi orina empezaba a fluir y estuvo satisfecha cuando drenó casi medio litro a la bolsa de recolección.
- Justo lo que nos imaginábamos.... Te vas a tener que quedar internado esta noche chiquito - me dijo la enfermera mientras me acariciaba el rostro casi con ternura - La doctora va a decidir a la mañana si te sacamos el catéter... Pero la verdad es que te portaste muy bien - se quitó los guantes y juntó sus cosas - Buenas noches chiquito.
Quedé en la cama, confundido. A éso de las 10 de la noche entró en la habitación una doctora con un guardapolvos blanco sobre el ambo de cirugía verde.
- Hola Miguel, soy la Dra. Schmidt. Yo te operé esta mañana. Cómo te sentís? - me dijo sonriendo, mientras se paraba a un costado de la cama.
- Tan bien como se puede esperar, pero siento que la morfina está dejando de hacer efecto y me parece que voy a necesitar más. Cómo salió la operación? - pregunté.
- Bueno, tuvimos que limpiarte bastante y nos tomó más tiempo del que esperábamos, pero diría que salió muy bien. Estás obedeciendo a las enfermeras?
- Sí, seguro... por qué? - mientras hablábamos la observé y me dí cuenta que era realmente hermosa. Sus ojos mostraban inteligencia y su rostro angelical combinaba perfectamente con su proporcionado cuerpo. Ni siquiera el ambo y el guardapolvos podían disimular su esbelta figura.
- Cuando los pacientes son obedientes todo sale bien. Los que no obedecen tienen que soportar consecuencias desagradables. Y con vos no queremos consecuencias desagradables, verdad? - parecía haber una velada amenaza en sus palabras, pero la sensación de excitación que me procaba era inconfundible. La doctora observaba mis reacciones como si pudiera leer mi mente.
- Vamos a revisarte - me dijo amablemente. Retiró las sábanas y la bata. Me observaba el pene mientras se calzaba un par de guantes de latex. Tomó mi pene en sus manos y examinó el catéter asomando desde mi uretra.
- No tenemos inflamación, así que vamos a dejarlo esta noche - su mano enguantada se deslizó por mi pene y volvió a mirarme a los ojos. Me retiró el prepucio y palpó mi glande mientras me preguntaba profesionalmente - Duele?
- No... - contesté mirándola a los ojos. Creí ver una chispa de lujuria.
- Sentís algo si te toco acá?
- Sí.... Doctora... - bajé la mirada, pero justo antes de hacerlo juro que estaba sonriendo.
- Bueno, entonces a lo mejor no hace falta que lo tengas mucho tiempo. Te vamos a controlar esta noche. Que duermas bien - Se quitó los guantes, los tiró al cesto y se retiró, dejándome tratando de entender todo lo que había sentido en las últimas horas. Había un subtexto en todo lo que estaba pasando. Las enfermeras y la Dra. Schmidt parecían tener una especie de naturaleza controladora. Siempre me parecieron seductoras las mujeres fuertes, y hasta tengo algunas revistas "femdom" entre mi material porno, pero nunca fui más allá de dejar que alguna novia me ate con un pañuelo. Lo que había descubierto a través de los años, era que mi gusto por el "femdom" se había desarrollado. Pero no más allá de alguna fantasía masturbatoria. Estas mujeres habían descubierto mis más profundas fantasías de alguna manera? Era un sueño hecho realidad, y me estaba invadiendo en mi estado de semi conciencia. También había notado que mi compañera de habitación no había regresado. A éso de las once, la Dra. Schmidt y dos de las enfermeras que me habían atendido más temprano entraron en la habitación. Pude reconocer a la enfermera que me había suministrado el calmante antes de la cirugía (Tara) y a la que me había puesto la sonda uretral.
- Ey... trabajan hasta muy tarde - les dije. La enfermera me sonrió y me explicó que en realidad recién acababa de llegar y que esta mañana sólo había estado haciendo un reemplazo.
- Yo te voy a atender esta noche - me dijo - Ahora te vamos a dar la morfina y después vas a tener la pieza para vos solito porque al otro paciente lo dimos de alta. Ahora dormite - y, en cuanto dijo éso, la otra enfermera cargó una jeringa con algún líquido y lo inyectó en el catéter. La droga fluyó hasta mis venas. Acostado, lo último que pensé antes de dormirme fue "por qué tres mujeres sólo para darme un tranquilizante?".
Me desperté a la mañana siguiente, sintiéndome mucho mejor. Todavía no me permitían comer, así que llamé para pedirle a la enfermera unos cubos de hielo para chupar. Karen, la enfermera de anoche, me trajo el hielo y se quedó conversando.
- Dormiste bien? Te duele algo?
- Todo está bien. Cómo estuvo anoche? - le pregunté.
- Tuvimos que atender a uno de los pacientes del piso. pero estuvo bastante tranquilo. Hablé con la doctora y me dijo que te quite la sonda apenas estés despierto. Dejame revisarte - y una vez más la enfermera se puso un par de guantes de látex y empezó a revisarme el pene. Acercó una bandeja de acero inoxidable tomó una jeringa. La insertó en el pico de la sonda y aspiró el aire que retenía la sonda dentro de mi vejiga. Sacó la jeringa y me sostuvo el pene muy firmemente.
- Relajate - me dijo mientras agarraba el catéter y empezaba a extraerlo. Me pareció que se tomo muchísimo tiempo tirando y aparentemente disfrutando de mi incomodidad. Después de unos 30 segundos la sonda estuvo afuera completamente y la enfermera enjuagó todo mi glande con alcohol. Me ardió un poco y me sacudí en la cama.
- No seas chiquilín! - me advirtió mientras volvió a cubrirme con las sábanas - Queremos que hoy te levantes y camines. Adriana viene a mediodía y te va a ayudar. Vos vas a estar a cargo de ella esta mañana - A mediodía, tal como lo prometieron, la enfermera Adriana entró en mi habitación y me dijo que me prepare para salir a caminar. Me senté en la cama y dejé las piernas a un costado. Desenredamos el catéter de la vía y me cubrí con la bata. La enfermera me ayudó a calzarme unas pantuflas y me puse de pié. Llevando el soporte del suero dí los primeros pasos dubitativos en el dormitorio rumbo al corredor. Adriana caminó al lado mío mientras recorrí el pasillo. Pasé por la oficina de enfermeras y creí haber visto algunas miradas pícaras entre ellas.
- Vamos a volver al dormitorio - dijo la enfermera y la seguí a través de un corredor desierto. Giramos en una esquina y me pegó un chirlo en la cola - Vamos caminá más rápido que no tengo todo el día para andar paseando con vos! - apuré mi marcha a la habitación - Te vamos a dar dieta líquida para almorzar a vamos a ver cómo la tolerás - me dijo Adriana antes de irse. Un rato después me trajeron un poco de gelatina, sopa y te. Aunque tenía hambre, la verdad era que nada de lo que había en la bandeja me gustaba. Tomé un par de sorbos y dejé la bandeja al costado. Unos veinte minutos después Adriana volvió y vió la comida casi sin tocar.
- Te dije que queríamos ver cómo telerabas la dieta líquida - sentenció - Y cuando te digo algo quiero que lo hagas! Comete tu almuerzo!
- Pero... la sopa... se enfrió...
- La hubieras tomado cuando te la dejaron... ahora te la tomás fría! - me ordenó. Así que comí la gelatina, la sopa y el te. Estaba horrible, pero por alguna razón no me atrevía a discutir con mi enfermera. Y mi estado de sumisión me resultaba particularmente atractivo. El resto del día pasó sin novedades, pero me encuentro con la enfermera Adriana me había dejado excitado. a ésas alturas el dolor en mi abdomen estaba cediendo y estaba siendo reemplazado por un dolor totalmente diferente en mis testículos. El constante ir y venir de las enfermeras no ayudaba. Todas en sus ambos celestes que en algunos casos resaltaban atractivos traseros o pechos seductores que se inclinaban ante mi cama. El encanto de ésas jóvenes sólo acrecentaba mi excitación. Por la noche llegué a un estado que me llevó a empezar a tocarme hasta ponerme totalmente erecto. Cuando llegó la hora de mi calmante, no estaba seguro de poder volver mi pene a su estado normal, cosa de no llamar la atención. De todos modos, la enfermera Karen no hizo ningún comentario cuando me dió mi dosis nocturna. Al día siguiente continuó la rutina. La Dra. Schmidt me revisó, me curó la herida, me hizo nuevos vendajes y me dijo que estaba muy bien. Estaba aburrido y sin nada que pensar, sólo las imágenes de las doctoras y enfermeras ocupaban mi cabeza. Ésa misma tarde una mucama particularmente atractiva estaba cambiando las sábanas de mi cama. Me senté en la silla para dejarla trabajar y admirar su maravilloso trasero. Empecé a tener una erección y me crucé de piernas para disimular. En cuanto se retiró de la habitación me metí en la cama, me tapé hasta el cuello y empecé a masturbarme. Sin ningún aviso, la puerta se abrió y la mucama volvió a entrar con una mesita con ruedas.
- Vamos a darte un baño - dijo mientras se ponía un delantal plástico transparente sobre su ambo azul y se calzaba un par de guantes de látex. Apenas alcancé a levantar las piernas, tratanto de ocultar mi erección, pero sabía que iba a necesitar más tiempo para lograr que cediera.
Me dijo que me sentara para lavarme la espalda. El agua tibia por mi espalda era agradable. Después de haber estado tres días en cama mi piel se había resecado. La fricción suave y húmeda era tan estimulante que, mientras mi mente me dictaba que bajara mi erección, mi cuerpo a merced de los guantes suaves y la espuma hacía mis esfuerzos inútiles.
- Ahora acostate que te voy a lavar el pecho - susuró Susana. Al darme vuelta leí su nombre en la tarjeta. Ella tomó mis hombros y gentilmente me ayudó a recostarme. Al hacerlo, se formó una "carpita" con mi bata. La mucama rápidamente corrió mi bata y dejó mi pene erecto a la vista.
- Miguel, qué asco! Bajá éso inmediatamente! Qué te creés?
Disparé millones de disculpas, pero su expresión de disgusto nunca se fue. Susana siguó trabajando y a medida que se acercaba a la zona de mi pene, me ponía cada vez más y más duro. Cuando se dedicó a limpiarme el pene empecé a sentir espasmos y creo que ella también lo notó porque apuró el trabajo. Si hubiera demorado un poco más hubiera eyaculado. En seguida la mucama se fue de la habitación. Pasó menos de un minuto para que apareciera Karen con mi calmante.
- Parece que necesitás un sedante - dijo. Tuve dudas sobre si lo había dicho con algún doble sentido, pero me resigné a ver cómo la droga entraba en mi cuerpo. Sabía que mi estado de frustración iba a continuar toda la noche, porque el calmante hacía efecto rápidamente.
Un día y medio más pasaron sin novedad. La Dra. Schmidt pasó en varias oportunidades a revisarme y parecía conforme con mi evolución. Mencionó que no había seguido sus instrucciones de obedecer siempre a mis enfermeras y me preguntó por qué. Le dije que había tratado de obedecer, pero algunas veces las cosas se habían salido de control.
- Te gustaría que le diga a la Psicóloga que pase a conversar con vos? A veces, después de una cirugía, los pacientes tienen secuelas ocultas, pero te podemos ayudar con éso.
- Si a usted le parece de ayuda Doctora... pero no creo que sea necesario - contesté.
- Mal no te va a hacer. Y a lo mejor te ayuda - dijo - Le voy a decir a la Dra. Negri que pase por acá antes que te vayas - La Dra. Schmidt se retiró y le murmuró algo a la enfermera que justo en ése momento entraba y se cruzaba con ella. Nada inusual pasó ése día, exeptuando que parecía que todas las enfermeras habían adoptado una actitud más autoritaria cuando se dirigían a mi.
Ésa misma tarde golpearon la puerta y entró una morocha de aspecto muy profesional. Un impecable guardapolvos blanco abierto dejaba ver una camisa de seda blanca y una falda de cuero negra. Botas negras y un par de anteojos completaban la imagen.
- Buenas tardes. Soy la Dra. Negri, Psocóloga. La Dra. Schmidt me sugirió que venga a visitarlo y veamos si puedo ayudarlo. Cuénteme Miguel, cómo se siente? - se paró frente a mi con las manos en los bolsillos de su guardapolvos.
- Bueno... la verdad es que... no sé por dónde empezar... pero... los otros días pasé por una.... cómo decirlo?... una situación... bastante... vergonzosa. Estoy seguro que por éso le pidieron que me visite - suspiré.
- Cuénteme - me ordenó - Con lujo de detalles. No omita nada.
Y le conté el episodio de la erección mientras me bañaban y la reacción de la mucama.
- Le parece una reacción justificada?
Yo me quería meter abajo de las sábanas cuando le contesté.
- Creo que sí.
- Y entonces, cómo cree que deberíamos proceder ahora? - la Dra. Negri se acercó como para no perder mi respuesta.
- No sé... no se me ocurre ningún castigo... - le dije.
- Un castigo? Éso le parece lo correcto si encontramos uno adecuado?
Yo me encogí de hombros y ella me tomó de las manos y me miró a los ojos.
- Miguel, me parece que hay algunas cuestiones en las que lo podemos ayudar. Me permite hipnotizarlo para llegar a la raíz del problema? Le prometo que esto quedaría entre usted y yo y el hospital.
Yo no estaba muy seguro, pero también sentía que las piernas se me aflojaban y tenía que aceptar cualquier cosa que esta mujer me sugiriera.
- No voy a ir a ninguna parte hasta mañana así que, por qué no? - contesté.
- Muy bien. En un momento estoy de vuelta y a lo mejor podemos resolver esto en una sola sesión esta noche - salió y un rato más tarde volvió con una lámpara, una bolsa de papel y un reproductor de CDs. Apretó "play" y empezaron a sonar algo parecido a cantos monacales.
- Necesitamos que estés concentrado y los ruidos externos pueden distraerte. Estos sonidos suaves ayudan al paciente. Considero que también es prudente sujetar al paciente. Nunca se sabe que vamos a encontrar en el subconsciente y si empezás a luchar podés dañarte a vos mismo. Especialmente después de una cirugía podés causarte mucho daño.
A pesar de tener dudas sobre todo esto, era difícil discutir sus argumentos. Así que la dejé que sujetara mis muñecas y tobillos al marco de la cama. Me dí cuenta que realmente no podía moverme y estaba en su poder. Ése pensamiento me provocó una inmediata erección. Ella no lo notó, o por lo menos no hizo ningún comentario mientras apuntaba a mis ojos con la lámpara. Apretó un botón y una imagen empezó a girar.
- Ahora escuchame - me ordenó - Solamente vas a escuchar mi voz, no vas a pensar en nada más. Vas a ignorar todo lo demás. Sólo vas a respirar y escuchar mi voz. Vas a sentir tus párpados cada vez más pesados, pero no vas a cerrar los ojos hasta que yo te lo ordene. Solamente escuchá mi voz - Su canto de sirena me hizo sucumbir a sus deseos. Sólo me concentré en su voz y la imagen giratoria. Parecía estar a la deriva. Sus órdenes eran constantes y persuasivas - Y ahora... te dormís!
Me desperté a la mañana siguiente. Miré a mi alrededor y encontré una nota de la Dra. Negri: "Anoche hicimos un gran progreso y creo que tus problemas están resueltos. Me alegra haber podido ser útil. Dra. Negri"
Yo no me acordaba de nada después de haberme quedado dormido, pero si ella pensaba que había resuelto un problema, mejor! Una residente se asomó a mi habitación y me dijo que me iban a dar el alta a mediodía. Junté mis cosas y esperé que terminaran con todo el papelerío. Salí sin problemas y me fui a casa a terminar mi recuperación. Hice reposo por tres o cuatro días y después me puse a trabajar. A una semana del día de mi alta volví al hospital para un control. La Dra. Schmidt me examinó la herida en su consultorio ordenó que me haga unas radiografías sólo para asegurarse que todo estaba bien. Me dijo que como la incisión había sido más grande de lo esperado quería hacer otro control la próxima semana. Un poco decepcionado de no poder terminar con este tema, saqué un nuevo turno. Una semana sin novedades pasó. Dos horas antes de mi turno, recibí un llamado telefónico del hospital diciéndome que la Dra. Schmidt no me iba a poder atender en su consultorio. Que me presentara directamente en la oficina de enfermeras del piso donde había estado internado.
Terminé con mi trabajo y fui al hospital.
Cuando llegué a la oficina de enfermeras me asignaron una habitación, me dijeron que me desnude y espere y me entregaron una bata. Me desnudé y esperé sentado al borde de la cama. Al rato entró la Dra. Schmidt.
- Recibí el informe de tus radiografías - me dijo.
- Qué pasa?
- Te voy a tener que hacer unos estudios para confirmar que todo está bien - afirmó.
- Va a ser... muy... largo?
- No. Si está todo bien. Quiero pasarte medicación así que lo mejor es que te hagan una vía. Voy a decirle a una enfermera que se ocupe de éso - Se fue de la habitación justo antes que entrara la enfermera Adriana con su equipo y me insertara una aguja en el brazo. La cama tenía ruedas y la enfermera levantó los laterales y me informó que me iba a llevar al área de análisis. En un segundo apareció la enfermera Karen y las dos comenzaron a llevarme a través del pasillo, En el camino se nos unió la Dra. Schmidt.
- El equipo que necesito está en el edificio viejo. Te vamos a llevar allá - me explicó la Dra. Schmidt - Vamos por el túnel subterráneo, así no salimos a la calle - Con un ascensor bajamos a un sótano y cruzamos una especie de túnel poco iluminado. Tomamos otro ascensor hasta un cuarto piso.
- Pensé que este edificio ya estaba clausurado, salvo los dos primeros pisos - comenté.
- Éso es lo que se planificó pero todavía no terminaron de mudar todos los equipos - contestó Karen, mientras salíamos del ascensor. Igual noté que casi todas las luces del hospital estaban apagadas. Adriana levantó un switch y las luces se encendieron. Realmente este piso estaba abandonado! Me llevaron hasta una habitación con un gran equipo y pude percibir actividad a mis espaldas. Los pasos de las enfermeras era todo lo que podía escuchar además del ruido de las ruedas desde mi cama. Me llevaron hasta una habitación y vi como la enfermera Adriana preparaba una inyección.
- Miguel, necesito aplicarte esto - dijo Adriana mientras inyectaba el líquido en la vía. Y allí quedé, con una fuerte luz iluminándome la cara. Empecé a sentirme mareado y a preguntarme qué era lo que estaba pasando.
- Te acabamos de dar una droga que nosotros llamamos "crepúsculo" - susuró Karen - Te va a permitir escuchar y entender todo lo que decimos, pero no vas a poder reaccionar.
La Dra. Schmidt empezó a ponerme cintas de sujección en las muñecas y los tobillos y arrancó su monólogo.
- A lo mejor te estás preguntando que fue lo que te pasó en estas últimas semanas y me parece que es tiempo de aclarártelo. Quizá te acuerdes del primer día que te internaste en el hospital. Cuando la enfermera Alexa te rasuró te excitaste sexualmente y tuviste una erección. Éso le molestó bastante y se lo reportó a la Jefa de Enfermeras, Tara. Cuando Tara fue a colocarte tu primera vía, observó que resultaste ser bastante sumiso. Esto pudo haber sido sólo una coincidencia como resultado de tu internación, o podría ser que ésa sea básicamente tu naturaleza. Había un sólo modo para saberlo. A lo mejor te preguntás por qué nos importaría semejante cosa. Bueno, algunas mujeres en esta institución somos claramente dominantes. Dominatrices. De hecho ya tenemos formado un lindo grupo y trabajamos en el mismo pabellón. Y el destino quiso que te hayas internado justamente en ése pabellón. No excita torturar hombres y usarlos para nuestro placer. Pero tratamos de encontrar hombres más complacientes que el promedio de los neanderthales que andan por la calle. Así que sometemos a nuestros candidatos a un proceso de observación. Vos fuiste sometido al proceso y resultaste ser perfecto para nuestras necesidades. Además contamos con la maravillosa oportunidad de disponer de tres pisos de este hospital para realizar nuestros "experimentos". Tenemos las llaves, los ambientes están insonorizados y todas las salidas están cubiertas; no hay chance de que nos interrumpan durante los "procedimientos" ni de que vos te escapes. Así que dejame que siga contándote tu historia. Te acordás de la segunda noche, cuando te dimos el "calmante"? - yo asentí con la cabeza - Bueno, en realidad te dimos pentotal sódico, la "droga de la verdad". Y después te hicimos todo tipo de preguntas sobre tus fantasías sexuales. Después de todo, queremos tener a nuestro "paciente perfecto". Y qué mejor que llegar a lo más profundo de tu mente? Nos contaste más de lo que te puedas imaginar. Después sólo tuvimos que empezar a programarte para que aceptes nuestras órdenes. El proceso empezó con algunas sugerencias. Y después te convencí de someterte a hipnosis. Esto resultó ser crucial, ya que implantamos una palabra en tu cerebro que tiene el efecto de que pierdas toda tu fuerza inmediatamente. Así vamos a prevenir cualquier tipo de resistencia cuando estemos tratando de sujetarte o te niegues a cooperar de alguna manera. Ahora llegó el momento de rasurarte de nuevo y prepararte para la diversión - dijo sonriendo.
Sentía que las piernas me pesaban una tonelada y realmente no podía moverlas. Esto no fue un problema para las enfermeras que levantaron los laterales de la cama y me ataron con las piernas abiertas. En mi estado de semi consciencia no tenía demasiada noción del tiempo, pero pude sentir como mi pubis se cubría con crema de afeitar. En una serie de toques suaves mi vello púbico desapareció y una toalla estaba quitando el exceso de crema.
-Limpien el área con alcohol y empecemos con los procedimientos.
Los testículos me ardieron bastante cuando pasaron el algodón con alcohol. Me sacudí un poco, pero realmente podía soportar un poco más.
- Tiene menos sensibilidad que la deseada. Enfermeras, llévenlo a la sala de procedimientos y asegúrenlo. Después lo quiero plenamente consciente para que podamos disfrutarlo al máximo. Creo que vamos a empezar examinando su capacidad de retención - dijo la doctora sonriendo.
Las enfermeras llevaron mi cama hasta un lugar más amplio, con azulejos blancos de piso a techo y una gran camilla de acero inoxidable en el medio. Todo alrededor del lugar había pequeños armarios y mesas de acero inoxidable con todo tipo de instrumental médico. Karen me desató y me condujo sin problemas hasta la camilla, de inmediato me aseguraron nuevamente. Mis brazos a los costados en cruz, con la vía colocada y mis piernas en estribos como los que se usan en ginecología y atados a la altura de los tobillos, las pantorrillas y los muslos. Otra cinta a la altura del pecho me mantenía fijado a la camilla. Las enfermeras se colocaron unos delantales plásticos sobre sus ambos celestes y la Dra, Schmidt, en cuanto entró se quitó su guardapolvos blanco, hizo una "cola de caballo" con su cabello pelirrojo y se puso otro delantal de plástico sobre su ambo verde. Las enfermeras y la doctora me rodearon mientras se ataban las cintas de los delantales a sus espaldas y yo lentamente empezaba a sentir cómo se disipaban los efectos de la droga y podía empezar a ordenar mis pensamientos. Apenas intenté decir alguna palabra la enfermera Adriana dijo:
- Lo amordazo? Sería una pena que nos distraiga en medio de los procedimientos.
- Tiene razón enfermera. Pero empecemos con algo no muy grande, no quiero desgarrarle la boca... por ahora. Tengo pensado otros procedimientos para éso - dijo la doctora amenazante.
En seguida la enfermera Adriana apareció sobre mi rostro llevando en sus manos una mordaza con una bola de goma roja.
- Abrí grande grande la boca.... - me ordenó, como si fuera un chico. Y yo obedecí - Muy bien... te estás portando muy bien... Vas a ser obediente? - me decía mientras colocaba y ajustaba la mordaza y yo asentí con la cabeza dándome cuenta que cualquier posibilidad de quejarme había desaparecido.
Por unos segundos la enfermera Karen y la Dra, Schmidt salieron, pero en seguida Karen volvió trayendo un equipo de enema, del irrigador salía vapor. La enfermera Karen se puso unos guantes de goma y puso un dedo dentro del agua.
- Caliente... pero dudo que tanto como para quemarte los intestinos. No sé... a lo mejor me equivoco - se rió y empezó a lubricarse los dedos y pasármelos por el ano. Sentí como me penetraba con un dedo y lo metía y lo sacaba varias veces suavemente.
- Ahhh.... mmmm.... - no pude evitar tener una erección.
- Mirá esto! - dijo la enfermera Adriana mientras se ponía sus guantes de goma - Controlate ya mismo! - y me tomó el pene y le daba pequeños golpes. Sentí bastante dolor, pero no el suficiente para lograr que la erección cediera - Te estás portando mal y vamos a tener que darte un buen castigo para que no te olvides.
Y sentí como una cánula se deslizaba dentro de mi ano y, después de escuchar un "click", el agua fluyó a mis intestinos. Quedé acostado y cerré los ojos. Pude sentir como me tocaban suavemente en los testículos y en el pene y, de repente, algún pequeño golpe, suficiente para provocar dolor. Abrí los ojos y allí estaba la Dra. Schmidt, tocándome con sus guantes lubricados.
- Ven como responde al dolor? Obviamente está disfrutando... y nosotras también - todas se sonreían y comentaban. De repente sentí un golpe más fuerte en el pene. Más risas y otra vez las caricias suaves. Podía sentir como mis intestinos se iban llenando hasta el punto de estar totalmente completos. Pero entre el placer y el dolor mi cabeza iba de acá para allá todo el tiempo, Entonces dejé de sentir tanto placer en mi vientre y asumí que la enema había terminado. Ya nadie me tocaba y yo estaba acostado en la camilla sin tener idea de lo que estas tres mujeres hacían. Me atacaron los primeros calambres y no pude evitar la queja.
- Aagghhh....
- Enfermera, distraiga al paciente. Quiero que retenga la enema por diez minutos, no quiero que piense que se va a liberar tan rápido.
- Con gusto doctora
No tenía idea qué era lo que estaba pasando, pero de repente sentí pinchazos muy agudos en mis testículos. La enfermera me pasaba una rueda de agujas de Wartenberg por mis testículos. La tortura fue desde mis testículos hasta mi pene una docena de veces. Arriba y abajo y arriba y abajo mientras yo me revolvía en la camilla y las enfermeras y la doctora sonreían. Enseguida pude sentir cómo me agarraban el pene firmemente y la rueda de agujas empezó a deslizarse por mi glande. Pegué un salto, o para ser más preciso, intenté pegar un salto, mientras el "tratamiento" siguió media docena de veces atravesando ése punto tan vulnerable de mi anatomía. A través de mi mordaza pedí piedad, sin ningún resultado. De repente, se detuvieron.
- Vieron? Ni siquiera pensó en toda el agua que tiene en el abdomen. Suéltenlo y que vaya a defecar.
Mientras la enfermera Adriana me quitaba la mordaza, la enfermera Karen me soltaba las ataduras de piernas y brazos. Desconectaron el catéter de la vía y lo adhirieron a mi brazo con cinta. Las ví sonriendo y señalándome el camino al baño.
- Andá y expulsá toda la enema. Cuando termines, volvés - me dijo la enfermera Adriana. Corrí al baño y me senté en el inhodoro. El agua salía por chorros y sentí el primer alivio en horas. Estuve liberando oleadas de enema. Sentado, pensaba cómo escaparme. A lo mejor podía correr empujando a las tres mujeres, pero me sentía débil y desorientado. Estaba pensando en alguna otra estrategia, cuando me hablaron desde atrás de la puerta.
- Tomate tu tiempo, pero cuando termines volvés a la camilla. Si estás pensando en escaparte, yo en tu lugar lo reconsideraría. Tenemos un par de picanas y también la palabra mágica. La picana te va a dar una descarga y la palabra mágica te va a hacer caer donde sea que estés y te podés lastimar. Ninguna de las opciones es agradable.
No sabía si la dichosa palabra mágica realmente existía, pero la amenaza era de temer y ellas estaban alerta. Pese a que el futuro inmediato no parecía promisorio y yo no tenía intenciones de soportar más dolor, parecía tener sentido esperar por otra oportunidad menos obvia para intentar un escape. Terminé de expulsar lo que quedaba de enema y exprimí todo mi coraje, abrí la puerta y volví a la sala de procedimientos. Las dos enfermeras tenían las picanas y la doctora me agarró del brazo y me llevó hasta la camilla. Subí y volvieron a asegurarme.
- Hoy queremos convertirte en el perfecto receptor del dolor que nosotras administramos. Tenés que estar receptivo para el sufrimiento que te ofrecemos. Otra enema parece ser lo más adecuado. Qué les parece, señoritas?
- Absolutamente - contestaron en unísono.
- Qué preparo Doctora? - consultó Karen.
- Un litro de jabón mentolado me parece una buena opción.
- Una de mis preferidas! - y ví a la enfermera Karen salir llevándose el irrigador. Mientras tanto la enfermera Adriana y la Dra, Schmidt fueron a buscar otros instrumentos. Cuando volvieron, sentí como la doctora me enjuagaba el pene con un suave algodón y otra vez tenía una erección.
- Vé doctora? Parece que no puede evitar faltarnos el respeto. Puedo intentar algo para enseñarle a respetar al personal médico?
- Seguro enfermera, proceda.
Empecé a sentir un pinchazo tras otro en todo mi escroto.
- Me encantan las pinzas Backhaus doctora, provocan más dolor cuanto más tiempo permanecen colocadas. Si duele mucho, avisame, sabés Miguel?.... ah y justo llega Karen con tu enema - y volví a sentir cómo me lubricaban el ano y me metían una cánula de goma que se deslizaba dentro mío y cómo una especie de globo se inflaba en mi interior y después otro fuera de mi ano, presionando.
- Aaaggghhhh.....
- Calladito!.... Acá vá!!!
Y sentí como el chorro de líquido empezaba a llenar mis intestinos. Mientras tanto trajeron una bandeja con más pinzas Backhaus y se las alcazaban a la Dra, Schmidt que prolijamente las aplicaba a mi escroto. Grité, pero otra cosa no podía hacer. Durante cinco minutos sentí el agua jabonosa entrando en mi abdomen. Tres minutos después empezaron los calambres. Me quejé y retorcí en la camilla tratando de aliviar el dolor en vano. Después la doctora empezó a aplicar pinzas Backhaus en mi pene erecto. Golpeaba la camilla en agonía. Finalmete pude sentir cómo el flujo de agua se detuvo y la presión dentro de mi cuerpo no era tanta. Colocaron una par de pinzas más y las mujeres se detuvieron a contemplar su trabajo. Yo trataba de doblarme pero nada lograba calmar el dolor.
- No es hermoso verlo sufir? - dijo la Dra. Schmidt, y agregó - Te vas a quedar solito un rato, mientras vamos a discutir cómo seguimos con tu tratamiento.
Todas se quitaron los guantes y los delantales y se retiraron. Sufrí oleadas de calambres y el dolor en mi escroto y pene aumentaba a cada momento, tal como lo habían anticipado. Me estaba volviendo loco de dolor cuando la Dra. Schmidt volvió con sus enfermeras.
- Quítenle las pinzas y déjenlo expulsar la enema - dijo la doctora. La enfermeras se volvieron a poner sus guantes de látex y quitaron las pinzas una por una y el flujo de sangre volvió a mi pene y testículos. Las enfermeras se reían entre ellas a medida que me liberaban de mi tortura. Me quitaron las correas y corrí al baño. Me senté pero los globos en mi interior y exterior del ano no me dejaban liberar el líquido.
- Algún problema? - preguntó la enfermera Adriana desde la puerta del baño.
- Frente mío, De rodillas - ordenó la enfermera Karen y yo la obedecí. Quedé de rodillas frente a ella y me quitó la mordaza.
- Aaaahhhhh.... - suspiré aliviado y en seguida recibí una cachetada - Cómo te vas a dirigir a nosotras?
- Eh... Señora... Señora Enfermera...
- Muy bien paciente... Qué querés?
- Por... por favor... Señora Enfermera... puedo ir al... baño... por favor?
- Muy bien - dijo la enfermera Adriana sonriendo - codos y rodillas al suelo.... bajá la cabeza - y quedé en ésa humillante posición hasta que liberó las válvulas que mantenían la sonda Bardex inflada. De un tirón me quitaron la sonda.
- Ahora sí, expulsá toda la enema - me dijo Karen mientras yo ya corría al inhodoro.
Expulsé oleadas de enema. De tanto en tanto sentía algún calambre y, en seguida, expulsaba más enema.
- Quedate acá. Asegurate de expulsar todo. Tenemos todo el tiempo del mundo... y cuando terminás, date una ducha.
Me moví e hice flexiones para calmar los dolores una y otra vez. Después de unos veinte minutos, me limpié lo mejor que pude y dejé el inhodoro. Cuando salí, allí estaba la enfermera Adriana señalándome la ducha. Noté que tenía la picana y una vez más me dí cuenta que no era inteligente elegir este momento para escapar. Además, una ducha caliente era mi mejor opción en este momento. La enfermera me acompañó hasta la ducha y me dijo que me quede mirando la pared. Encendió el agua y con una ducha de mano me roció. Estaba helada! Me corrí para evitar el agua, pero la enfermera me ordenó que me exponga para mi limpieza. De mala gana lo hice y el agua se llevó mi transpiración y la porquería que cubría todo mi cuerpo. Me tiraron una toalla y rápidamente me sequé tratando de entrar en calor. Quedé tamblando.
- Sos muy friolento, vamos a tener que hacer algo para ayudarte - dijo Adriana - Vení, que te voy a dejar descansar en un lugar más cálido.
A esta altura yo sospechaba de todo, pero no tenía opciones y la seguí hasta una habitación con una cama y la obedecí cuando me ordenó acostarme. Me dió una almohada y varias mantas para taparme. El temblor desapareció y pude relajarme por primera vez después de muchas horas. Para entonces la enfermera Karen también había entrado en la habitación y empezó el proceso de asegurarme a la cama con varias cintas. Las cintas estaban muy ajustadas y mis muñecas y tobillos también atados a los marcos de la cama. Pese a todo estaba bastante cómodo.
- Tratá de descansar - Dijo Karen, y las dos enfermeras se dieron vuelta y cerraron la puerta al salir. No podía ir a ninguna parte, de modo que cerré mis ojos y dormí.
Creo que pasó una hora más o menos, cuando una débil luz se prendió en la habitación. Allí estaba la Dra. Schmidt con las manos en los bolsillos de su guardapolvos blanco y con otra enfermera que en seguida reconocí como la enfermera Alexa de mi primera noche en el hospital.
- Hola Miguel - dijo la doctora - Te acordás quién es esta señora?
- Sí doctora.
- Y te acordás qué fue lo que le hiciste?
- Sí doctora
- Qué le hiciste Miguel?
Me sonrojé y contesté.
- Le... falté el.... repeto.... Me puse.... duro...
- Sí, la trataste de muy mala manera Miguel, y ahora tenemos que mostrarle que te estás portando mejor, que te estamos enseñando buenos modales. Bien, buenos modales incluyen respetar a las mujeres y hacer cosas para las mujeres sin obtener nada a cambio. Me entendés Miguel?
- No... no... estoy seguro... Dra. Schmidt
- Darle placer a una mujer y no obtener nada a cambio. De hecho, éso es lo que te vamos a enseñar ahora. Enfermera Alexa, puede prepararse por favor?
- Con gusto, doctora - respondió la enfermera Alexa mientras se quitaba el pantalón del ambo y su ropa interior.
- En posición - ordenó la doctora, y la enfermera Alexa trepó a la cama. La Dra. Schmidt gentilmente la ayudó a colocar sus piernas a ambos lados de mi cabeza y llevar su vagina justo en frente de mi cara - Ahora Miguel la vas a hacer gozar de placer o vas a sufrir las consecuencias.
Yo empecé a besar y lamer la vagina y pronto sentía su flujo en mi boca. Al mismo tiempo sentí el clásico sonido del "snap" "snap" de la doctora poniéndose sus guantes y sus suaves manos tirando de mi prepucio para exponer mi glande. Me estremecí cuando la enfermera Alexa llegó a su orgasmo y cuando ella se relajó, yo también lo hice.
- Quién te dijo que dejes de chupar? Seguí trabajando! - me dijo la Dra. Schmidt enojada y dándole un fuerte tirón a mis testículos. Volví a lamer y al rato Alexa empezó a moverse sobre mi. Me empezaba a doler la mandíbula pero yo seguía tratando de complacerla. Mientras tanto, me seguían acariciando el pene y ya podía sentir la tensión en mis testículos. Si bien todavía no estaba al borde de la eyaculación, iba por ése camino. Traté de retirar mis caderas en un esfuerzo por liberarme, pero la Doctora me empujaba contra la cama y seguía estimulándome. Yo trataba de empujar mi lengua lo más profundo que podía en la vagina de Alexa y le lamía el clítoris. Ella gritó y tuvo otro orgasmo. Se dejó caer sobre mi cara y no me dejaba respirar. Moví la cabeza a un costado para atrapar algo de aire, pero no era suficiente.
- Bueno... hiciste un buen trabajo con Alexa Miguel, pero seguís sin entender qué significa no obtener ningún placer. Seguís ignorando mis ordenes.... mirá... hay secreción pre eyaculatoria en tu uretra. Enfermera Alexa, lleve al paciente de nuevo a la sala de procedimientos - y ambas salieron.
Quedé en la cama sin poder moverme, esperando que vuelva la enfermera. Cuando regresó, me quitó las cintas de sujección y al poco rato la Dra. Schmidt volvió a la habitación.
- Andá a buscar a la enfermera Karen, Alexa, sólo para asegurarnos que no intente nada raro.
Alexa salió y la doctora se paró a mi lado con sus manos en los bolsillos del guardapolvos y me habló suavemente.
- Miguel... sos muy desobediente.... te voy a tener que castigar. Te voy a hacer otra enema y te voy a poner un catéter. Parece que no podés evitar esas erecciones y tenemos que encontrar una manera de que aprendas a controlarte. Si los tratamientos habituales fracasan, a lo mejor voy a tener que operarte. Si estuviera en tu lugar, trataría de aprender rápido a controlarme - me dijo, con una sonrisa malvada - Estás a nuestra merced y no tenés elección sobre lo que decidamos hacerte, por lo menos hasta que aprendas a portarte como un buen paciente.
En ése momento Karen y Alexa entraron en la habitación. Yo todavía estaba desatado y pensé que podía ser mi única oportunidad de escapar. Me dí vuelta y me puse de pié para empezar a correr, Las dos enfermeras me agarraron de los brazos, y creo que me hubiera liberado, de no ser por la Dra. Schmidt que de repente gritó:
- "Sappho!"
Y de repente perdí todas mis fuerzas en mis extremidades. Pude haber caído de cara al piso, pero las enfermeras me sostuvieron. Me arrastraron hasta la sala de procedimientos y me tiraron sobre la camilla. Empecé a sentir nuevamente mis brazos y piernas pero ya era demasiado tarde. Estaba completamente desnudo y firmemente asegurado a la camilla y los estribos ginecológicos. Bien, ahora sabía cuál era la "palabra mágica" y que realmente funcionaba.
- Prepárenlo para tolere un plug de retención, Adriana por favor practicale el primer tacto - dijo la Dra. Schmidt. La enfermera Adriana se acercó poniéndose sus guantes de látex.
- Relajate - me dijo mientras se lubricaba los dedos.
Sentí su dedo hurgando dentro mío. Pronto se agregó otro dedo y después otro más. Lentamente los entraba y luego los retiraba sin sacarlos completamente. Cada vez los dedos se abrían un poco más.
- Ahhhh....
- Vamos... aceptalo... - me dijo Adriana mirándome a los ojos. Y metió cuatro dedos que se deslizaban suavemente, entrando y saliendo. Era demasiado para mi pene que empezó a despertar. En ése momento entraba la enfermera Karen, traía un par de guantes de latex y me golpeó el pene con ellos antes de ponérselos. Mi pene se sacudió en el aire.
- Doctora, el paciente no obedece... podemos ayudarlo a reflexionar?... Qué le parece dilatarlo antes de colocarle el catéter?
- Enfermera, tiene razón - empezó la Dra, Schmidt, mientras se quitaba el guardapolvos blanco y se colocaba una cofia verde, del mismo color que su ambo de cirugía - Una serie de sondas Van Buren, a lo mejor con alguna cobertura irritante para ayudar a lubricar. Prepárenlo.
- Nooo... por favor... - grité.
- Chst... vos calladito - me dijo la enfermera Karen.
- Ya tengo el ano bien dilatadito y lubricado Doctora... qué hacemos? - preguntó Adriana.
- Ah sí, no desperdiciemos un trabajo tan bien hecho. Colocale un plug mediano... por ahora.
La enfermera Adriana fue hasta un cajón y sacó un plug de goma negra y empezó a lubricarlo. Volvió y se paró entre mis piernas.
- Respirá profundo...
- Por favor... por favor señora enfermera... por favor...
- Respirá profundo!
Y sentí la punta redondeada presionando contra mi ano. La enfermera empujó suavemente y lo hacía entrar y salir.
- Aaagghhhh..... aaaggghhhhh....
El proceso se repitió por una docena de veces, cada vez un poco más profundo hasta que, con un empujón final, lo introdujo completamente dentro de mí.
- Aaaaoooohhhhh..... - me sacudí con una ola de dolor que me invadía, pero pronto el dolor cedió y quedé agitado sobre la camilla, a merced de las enfermeras y la Dra. Schmidt que ahora se habían colocado barbijos y guantes de cirugía y colocaban una gran luz sobre mi pene. Sobre mi rostro apareció la enfermera Karen con la mordaza con la bola de goma roja en sus manos.
- Miguel, ya sabés... grande grande la boquita....
Yo obedecí y abrí la boca para que me amordace. La doctora se paró entre mis piernas ajustándose sus guantes y las enfermeras a ambos lados.
- Desinfectante - pidió la Doctora, y le entregaron una especie de pinza con un algodón en la punta. La Doctora tomó firmemente mi pene y retrajo mi prepucio para poder trabajar sobre mi glande. Empezó a limpiar mi pene con el algodón, que en seguida me dí cuenta que estaba empapado de alcohol y el ardor comenzó. La Doctora devolvió la pinza y la enfermera Adriana le entregó una jeringa llena de lubricante quirúrgico. La Doctora me introdujo la punta de la jeringa en el pene y, cuando presionó el émbolo, sentí el frío gel inyectado dentro de mi uretra.
- Vamos a proceder lentamente señoras. Disfrutemos del procedimiento - fueron las palabras que salieron detrás del barbijo de la Doctora.
- Empezamos con la 24, Doctora? - preguntó la enfermera Adriana.
- Sí, por favor.
La enfermera levantó una delgada varilla de acero inoxidable de la bandeja de instrumental y se la entregó a la Dra. Schmidt. Llevó el extremo de la varilla hasta mi glande y la insertó. La sonda penetró a lo largo de mi pene y, una vez dentro, la giró. Pese a que era realmente sensible, no era doloroso.
- Veinte, por favor.
Una nueva sonda le fue entregada a la Doctora y debidamente insertada dentro de mi pene. Esta se deslizó bien profundo hasta casi desaparecer. La deslizó hacia arriba y hacia abajo no menos de una docena de veces antes de reemplazarla por otra sonda 18. El proceso con esta sonda fue idéntico a la anterior, pero el tamaño crecía y estiraba mi uretra en cada movimiento ascendente y descendente. Finalmente una sonda aún más grande fue puesta frente a mi orificio uretral. A medida que entraba pensé que me iba a desgarrar. Lentamente la Dra. Schmidt la introdujo dentro de mi pene.
- No es estimulante, Miguel? - me preguntó - Y lo mejor es que no hay nada que puedas hacer. Tenés que someterte a nosotras... y sufrir - jugaba con la enorme sonda acariciando mi pene. De repente, la exhibió frente a mis ojos - Demasiado grande?
Yo asentí con la cabeza, suplicando con la mirada.
- Enfermera, vamos a volver a la sonda 18. Pero aparentemente el paciente está perdiendo lubricación. Prepare otra jeringa de lubricante - dijo, guiñándole un ojo a la enfermera.
La enfermera captó de inmediato y preparó una nueva jeringa con una mezcla entre lubricante quirúrgico y una especie de aceite. La inyectaron en mi pene y de inmediato comenzó el ardor. Cuando insertaron la sonda y la empujaron hasta lo más profundo el ardor se incrementó. La Dra. Schmidt intencionalmente me penetraba y con las enfermeras me ridiculizaban.
- Parece que el paciente responde al tratamiento con aceite de menta y eucalipto.
- Sí, Doctora... responde claramente.
- Le parece que con esta dilatación va a ser suficiente?
Las tres quedaron observándome por unos segundos. Sus manos enguantadas, cubiertas de lubricante y algo de sangre, sostenidas por encima de sus cinturas como en un quirófano.
- Vamos a tener que darle un descanso a nuestro paciente. Enfermera Karen, prepare el catéter.
La enfermera abrió el catéter de goma color naranja y preparó todo lo necesario para insertarlo dentro mío. Ya me habían quitado la sonda, pero me volvieron a lubricar el conducto uretral un poco más, y el catéter se deslizó a través de mi pene. Cuando llegó a la próstata me sobresalté, pero la atravesó rápidamente y llegó hasta la vejiga. Inflaron el globo que obliga al catéter a quedar en su lugar y la orina fluyó hasta la bolsa colectora. La Doctora le murmuró algo a la enfermera Adriana y la enfermera se acercó y se ubicó entre mis piernas.
- Respirá profundo - me dijo, y me quitó el plug del ano. Levantó otro tubo de goma de la mesa de instrumental y me lo mostró - Si relajás la colita, ni lo vas a sentir - Y, dicho esto, empezó a meter la cánula bastante profundo dentro mío. Después levantó una jeringa muy grande, llena con un líquido oscuro. Conectó la jeringa a la cánula y sentí cómo me daba otra enema.
- Queremos ayudarte a que puedas descansar, así que esta enema tiene un componente "sedante" - me dijo la enfermera Karen, mientras cambiaba la jeringa que ya estaba vacía por otra llena y sigue inyectándola a mis intestinos. De repente empecé a sentir un sabor como a vino en la boca y al rato también percibía el aroma. Me estaba haciendo una enema de vino! Y las jeringas se sucedieron hasta que tuve cerca de un litro en el estómago. Estaba algo mareado, pero sentí cuando retiraron la cánula y me volvieron a colocar el plug en el ano.
- Vamos a la habitación, Miguel. Es la hora de la siesta - dijo la enfermera Adriana.
Las tres mujeres me desataron y me pasaron a otra camilla y hasta la habitación. Allí volvieron a asegurarme muñecas y tobillos a los bordes de la cama.
- Queremos que duermas una siesta, Miguel. Y nosotras también vamos a descansar - me explicó la Dra, Schmidt, que todavía llevaba el barbijo colgando de su delicado cuello.
- Doctora, todas necesitamos descansar. Qué va a pasar si de pronto nuestro paciente tiene sed? Quién lo va a ayudar?... pobrecito - dijo Karen, irónica.
- En qué estoy pensando...? - dijo la Dra. Schmidt con falsa vergüenza - No podemos permitir que éso suceda. Asegurémonos que Miguel no tenga sed durante su siestita.
Las tres entendían la broma, pero yo no. Se pusieron nuevos guantes de látex y empezaron a preparar no sé qué cosa. La enfermera Karen se paró al lado mío y me quitó la mordaza.
- Aaahhhhh.... mu... muchas gracias... señora enfermera... - apenas terminé la frase, ella levantó algo de la bandeja y me lo mostró. Era otra mordaza.
- No... por favor... - le pedí.
- Miguel... abrí grande grande la boquita - y me puso la nueva mordaza, que no era tan ajustada como la anterior, pero no había forma de sacarla de la boca. Tenía un orificio en el centro de la bola de goma.
- Vamos a darle algo que pueda tomar cuando tenga sed, Karen - y Karen desconectó el catéter de la bolsa de recolección y lo conectó a un tubo transparente. El otro extremo del tubo lo pasó por el orificio en la bola de goma de mi mordaza. Ningún líquido venía por el tubo, así que el fuerte sabor al plástico del tubo me invadió la boca.
- El vino va a llegar a tu vejiga, y seguro que te va a dar sed. Pero antes queremos que descanses. Esto te va a ayudar - me dijo la enfermera Karen. Me puso un antifaz ciego de goma negra cubriéndome los ojos y quedé en la más absoluta oscuridad. Me dí cuenta que, ahora que no podía ver, tampoco me podría preparar para ver la orina llegando a mi boca. El tubo estaba lo suficientemente profundo, casi en mi garganta, de modo que tampoco podría taparlo usando la lengua.
- Que duermas bien - me susurró al oído y oí la puerta cerrarse cuando dejó la habitación. El vino estaba haciendo efecto y yo me sentía cada vez más mareado. También estaba cansado y empecé a dormitar. Me despertó el sabor de la tibia orina cayendo por mi boca. Tragué, sabiendo que una vez que el flujo comenzara no iba a terminar. Traté de mover manos, muñecas y todo el cuerpo tratando de sacar el tubo de mi boca, pero no había forma de alcanzarlo, estaba demasiado lejos de mi alcance.
La orina caía en pequeñas dosis y continuó cayendo todo el tiempo mientras yo permanecí acostado en la oscura habitación. Después de una media hora desde que la primera gota de orina llegara a mi garganta, escuché que la puerta se habría y las luces se encendían.
- Mirá qué lindo que está! Enfermera, ya estuvo tomando bastante y tiene que dormir. Vuelva a conectar la bolsa colectora y dejémoslo dormir hasta mañana.
Escuché la voz y, después de un rato reconocí que se trataba de la Dra, Negri. Pude sentir cómo me quitaban el tubo de la boca. Escuchaba cosas moverse alrededor de mi cama y asumí que las enfermeras estaban siguiendo las instrucciones. Pensé lo bueno que sería dormir un poco y dejar de sentir la presión en la vejiga.
- Me parece que el pene del paciente está irritado. Coloquen crema en pene y escroto y luego una banda elástica para cubrir el área. Tápenlo bien, quítenle la mordaza y déjenlo descansar. Yo me voy a recostar un par de horas. El paciente queda a su cargo. Cuídelo. La Dra. Schmidt y las demás enfermeras tampoco vuelven hasta mañana. Si tiene alguna emergencia, me llama enfermera Tara.
Quitaron las mantas y quedé completamente expuesto. Me levantaron la cabeza y quitaron la mordaza y el antifaz ciego. Mi visión volvió a entrar en foco y vi la habitación con una luz tenue. La bella enfermera rubia se movía por la habitación profesionalmente y preparaba todo lo que iba a necesitar en una bandeja al lado de la cama.
- A lo mejor esto te arde un poco, pero la doctora quiere que esto cure cuanto antes y esta es la mejor manera - me dijo mientras levantaba las cejas en señal que la realidad era bastante diferente a lo que había expresado. La enfermera Tara se puso sus ajustados guantes de látex, abrió un recipiente puso bastante crema entre sus dedos. Agarró firmemente mi pene y empezó a esparcir la crema todo a lo largo y después sobre mis testículos. Estuvo como medio minuto pasándome la crema por mis testículos. Después agarró un rollo de banda elástica y me vendó alrededor de la base de mi pene. Aseguró la banda con un poco de cinta adhesiva y empezó a vendar mis testículos y, a partir de allí, subió a lo largo de mi pene. Toda el área estaba vendada y cubierta, y de las vendas emergía el catéter que tenía puesto. Desde el momento que comenzó a aplicar la crema empece a sentir un creciente ardor. Sentía olor a eucaliptus y, a medida que pasaba el tiempo, el ardor aumentaba. Me sacudía y retorcía en la cama, pero no encontraba alivio.
- Augh... - no pude evitar el quejido, pero sólo conseguí que Alexa apoyara uno de sus dedos enguantados sobre mis labios en clara señal de "silencio".
- Shhh... Esto es por tu bien... Y te voy a dar otro consejo. No grites, porque te vas a arrepentir. Probablemente yo sea tu única amiga acá, pero si despertás a la Dra. Negri me voy a enojar mucho. El dolor va a desaparecer en unos diez minutos y te sugiero que te duermas porque mañana vas a tener un día muy largo. Dormí.
El dolor en el pene era insoportable, pero recordé la advertencia y susurré una quejido. Tara tenía razón y después de un rato el dolor desapareció. Cerré los ojos y me dormí.
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