Esa madrugada volvió tambaleante. Escuché cómo le costaba encontrar el agujero de la cerradura con la llave, cómo se tropezaba con la mesa ratona del living. Cómo hacía equilibrio entre las paredes del pasillo que lleva al baño. Dejó en el inodoro todo el exceso de alcohol que traía de la noche agitada que había vivido. Escuché la canilla del lavabo abierta larguísimos minutos. Supe que estaba intentando estar un poco más presentable para aparecer en nuestro cuarto. Supe que al otro día el baño sería una inundación llena de toallas y jabones tirados por el piso.
Finalmente apagó la luz del baño y a los tumbos apareció en el cuarto. Sentada en su lado de la cama luchó un rato contra los pantalones que no se dejaban sacar. Su remera tampoco ayudó. El corpiño se lo sacó por la cabeza como si fuese una remera también. La tanga a esa altura fue un juego de niños y finalmente cayó exhausta a mi lado desnuda y oliendo a jazmines tabaco y cerveza rancia.
Hacía calor. Era temporada de reuniones de fin de año y ella no se negaba a ninguna. Desde que la conocí supe que no sería fácil la convivencia. Ella es hermosa, brilla, pero no hay nada que la mantenga atada. Vuela por ahí con una libertad espesa, intrincada, difícil para el que no la entiende.
Convivimos de alguna manera en mi departamento, pero sé que quizás alguna vez desaparezca por varios días y que no hay nada que pueda hacer o decir que la retenga. Lo mejor de todo es la sonrisa que puede regalar cuando vuelve.
Así desnuda a mi lado se puso de espaldas de maniera que la abrazara. Acercó su culo a mi cuerpo, rozándolo en movimientos suavecitos. Encontré sus grandes y carnosas tetas entre mis manos. Los pezones duros y su respiración un poco agitada. En un estado un poco somnoliento me dijo:
- Me la pones en el culo?-
Saqué la verga de dentro del boxer y apoyé la cabeza entre sus nalgas. Ella abrió una de ellas con la mano para darle lugar y que llegue a rozar el agujero del orto. Así con la pija en la entrada del ojete fué pajeándose con ella como si fuese un juguete. Agarrándola con la mano izquierda la guiaba para acariciarse el culo. Se pajeaba analmente y gemía caliente. Ya apretaba sus tetas enormes entre mis manos y sentía cómo la verga se me ponía cada vez más dura entre sus nalgas.
Guié mi mano izquierda entre sus carnes hasta encontrar el clítoris, duro y húmedo saliendo como daga hacia el exterior de los labios exteriores de su concha. Depilada completamente, su concha era un fuente de flujos húmedos. Su aliento se agitaba cada vez más con la presión que ella misma iba ejerciendo sobre la cabeza de mi verga.
Intentó hacerla entrar empujando con fuerza, pero fue inútil ese intento por falta de lubricación. Creo que le dolió un poco porque paró sus movimientos calientes durante unos segundos.
Bajé por su espalda besándola hasta que pude meter mi lengua entre sus nalgas. Así de costado, se abría las nalgas brindándome su orto. Mi lengua se enterraba en ese secreto lugar de placeres metiéndose hasta donde podía y llevando mi saliva hasta la entrada misma de su esfinter que se abría y cerraba caliente. Ella mientras se agarraba el clítoris y se pajeaba jadeante.
- Metemela hasta el fondo.- Decía sobre mi lengua hurgando sus pliegues más profundos.
Yo sentía la rugosidad de su ano. El sabor amargo me inundaba y llenaba de calentura. Quería enterrar mi cara entera dentro de su ojete jugoso.
Seguí en esa tarea unos minutos eternos de goce hasta que ninguno de los dos pudimos aguantar mas las ganas de penetrarla. Volví a la posición original, los dos de costado. Ella con mi verga en su mano, me la guió hasta que encontró el lugar indicado para entrar. Su orto ensalivado y listo esperaba ansioso el embate de mi poronga y no se resistió en lo más mínimo ante el primer empuje. Al contrario. Se abrió como flor carnosa que recibe la visita tanto tiempo esperada y me hizo lugar para entrar sin oposición hasta la mitad del tronco. Ella gritó un gemido largo e intenso que llenó el cuarto hasta ese momento silencioso. Creí que algo andaba mal, pero en realidad todo estaba mejor que bien.
En el segundo empuje casi la abri por completo y al tercero ya sentí los huevos chocando contra su piel. Ella se revolvía de placer entre mis brazos. Sus manos agarraban bien fuerte las mías para que le amasara las tetas con todo mi esfuerzo. Yo también gritaba de placer a esa altura. Nuestros gemidos rebotaban contra las paredes y nuestros cuerpos llenos de electricidad del placer. Le dí bomba en el orto unos cuantos minutos. Largos e intensos minutos llenos de sudor, goce, puteadas y jadeos hasta que me derramé entero dentro de su ano llenándoselo de la gusca contenida durante todo el trayecto.
Pero ella seguí caliente y quería más. Me pidió que le chupe la concha. Se puso boca arriba y me ofreció su vulva depilada y húmeda. Le hice levantar las caderas y le metí dos dedos en el orto mientras le pasaba la lengua por el clítoris duro, tan duro que parecía que iba a explotar.
Hasta que después de unos segundos explotó finalmente acabándome en la cara y llenándome de flujos la barbilla. Saqué los dedos de su ano húmedos de una mezcla de flujos míos y suyos.
Me levanté para ir al baño a lavarme las manos y la pija. Cuando volví estaba dormida completamente. Me acomodé a su lado y no abrí los ojos hasta el mediodía siguiente. Ella se había ido.
Finalmente apagó la luz del baño y a los tumbos apareció en el cuarto. Sentada en su lado de la cama luchó un rato contra los pantalones que no se dejaban sacar. Su remera tampoco ayudó. El corpiño se lo sacó por la cabeza como si fuese una remera también. La tanga a esa altura fue un juego de niños y finalmente cayó exhausta a mi lado desnuda y oliendo a jazmines tabaco y cerveza rancia.
Hacía calor. Era temporada de reuniones de fin de año y ella no se negaba a ninguna. Desde que la conocí supe que no sería fácil la convivencia. Ella es hermosa, brilla, pero no hay nada que la mantenga atada. Vuela por ahí con una libertad espesa, intrincada, difícil para el que no la entiende.
Convivimos de alguna manera en mi departamento, pero sé que quizás alguna vez desaparezca por varios días y que no hay nada que pueda hacer o decir que la retenga. Lo mejor de todo es la sonrisa que puede regalar cuando vuelve.
Así desnuda a mi lado se puso de espaldas de maniera que la abrazara. Acercó su culo a mi cuerpo, rozándolo en movimientos suavecitos. Encontré sus grandes y carnosas tetas entre mis manos. Los pezones duros y su respiración un poco agitada. En un estado un poco somnoliento me dijo:
- Me la pones en el culo?-
Saqué la verga de dentro del boxer y apoyé la cabeza entre sus nalgas. Ella abrió una de ellas con la mano para darle lugar y que llegue a rozar el agujero del orto. Así con la pija en la entrada del ojete fué pajeándose con ella como si fuese un juguete. Agarrándola con la mano izquierda la guiaba para acariciarse el culo. Se pajeaba analmente y gemía caliente. Ya apretaba sus tetas enormes entre mis manos y sentía cómo la verga se me ponía cada vez más dura entre sus nalgas.
Guié mi mano izquierda entre sus carnes hasta encontrar el clítoris, duro y húmedo saliendo como daga hacia el exterior de los labios exteriores de su concha. Depilada completamente, su concha era un fuente de flujos húmedos. Su aliento se agitaba cada vez más con la presión que ella misma iba ejerciendo sobre la cabeza de mi verga.
Intentó hacerla entrar empujando con fuerza, pero fue inútil ese intento por falta de lubricación. Creo que le dolió un poco porque paró sus movimientos calientes durante unos segundos.
Bajé por su espalda besándola hasta que pude meter mi lengua entre sus nalgas. Así de costado, se abría las nalgas brindándome su orto. Mi lengua se enterraba en ese secreto lugar de placeres metiéndose hasta donde podía y llevando mi saliva hasta la entrada misma de su esfinter que se abría y cerraba caliente. Ella mientras se agarraba el clítoris y se pajeaba jadeante.
- Metemela hasta el fondo.- Decía sobre mi lengua hurgando sus pliegues más profundos.
Yo sentía la rugosidad de su ano. El sabor amargo me inundaba y llenaba de calentura. Quería enterrar mi cara entera dentro de su ojete jugoso.
Seguí en esa tarea unos minutos eternos de goce hasta que ninguno de los dos pudimos aguantar mas las ganas de penetrarla. Volví a la posición original, los dos de costado. Ella con mi verga en su mano, me la guió hasta que encontró el lugar indicado para entrar. Su orto ensalivado y listo esperaba ansioso el embate de mi poronga y no se resistió en lo más mínimo ante el primer empuje. Al contrario. Se abrió como flor carnosa que recibe la visita tanto tiempo esperada y me hizo lugar para entrar sin oposición hasta la mitad del tronco. Ella gritó un gemido largo e intenso que llenó el cuarto hasta ese momento silencioso. Creí que algo andaba mal, pero en realidad todo estaba mejor que bien.
En el segundo empuje casi la abri por completo y al tercero ya sentí los huevos chocando contra su piel. Ella se revolvía de placer entre mis brazos. Sus manos agarraban bien fuerte las mías para que le amasara las tetas con todo mi esfuerzo. Yo también gritaba de placer a esa altura. Nuestros gemidos rebotaban contra las paredes y nuestros cuerpos llenos de electricidad del placer. Le dí bomba en el orto unos cuantos minutos. Largos e intensos minutos llenos de sudor, goce, puteadas y jadeos hasta que me derramé entero dentro de su ano llenándoselo de la gusca contenida durante todo el trayecto.
Pero ella seguí caliente y quería más. Me pidió que le chupe la concha. Se puso boca arriba y me ofreció su vulva depilada y húmeda. Le hice levantar las caderas y le metí dos dedos en el orto mientras le pasaba la lengua por el clítoris duro, tan duro que parecía que iba a explotar.
Hasta que después de unos segundos explotó finalmente acabándome en la cara y llenándome de flujos la barbilla. Saqué los dedos de su ano húmedos de una mezcla de flujos míos y suyos.
Me levanté para ir al baño a lavarme las manos y la pija. Cuando volví estaba dormida completamente. Me acomodé a su lado y no abrí los ojos hasta el mediodía siguiente. Ella se había ido.
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