Me llamo Alicia, tengo 31 años y soy la esposa ideal: joven, delicada, atractiva, elegante, de buen cuerpo y ardiente, y mi marido tiene 34 años y es el ideal también: guapo, fuerte, varonil y comprensivo. Comprende mis necesidades. Comprende que mi cuerpo necesita caricias, que mis senos necesitan ser apretados por manos varoniles, que mis piernas ansían rodear un torso varonil, que mi delicado bollito necesita su ración de carne.
No sólo comprende mis necesidades, sino que, con mucho amor, me ayuda a satisfacerlas. Sabe que necesito macho y está presto a complacerme. Yo lo adoro por todo eso y porque tengo su autorización para tener novio, el primero que tengo en mis ocho años de matrimonio.
Desde hace un año tengo autorización para tener novio y cuando estoy con él, no dejo de besarlo y acariciarlo mientras vamos al cine, comemos o paseamos por el malecón de un puerto cercano al lugar donde vivo.
A mi novio lo conocí por cuestiones laborales y al poco tiempo nació entre nosotros una “chispa”. Por las noches, en mi casa, jugaba cartas con mi marido y nos retábamos, hasta que me prometió dejarme tener novio “oficial” si le ganaba. Y gané, por lo que de inmediato exigí cumpliera y le dije que ya tenía un candidato que hacía se me mojara las panties. Ahora, gracias a la comprensión y apoyo de mi querido esposo, tengo un noviazgo con Jorge desde hace un año.
Los fines de semana, mi esposo me lleva a la ciudad donde vive mi novio, mientras él se dedica a su trabajo. Sin embargo, en una ocasión, mi Jorge tuvo que viajar por cuestiones de trabajo y durante dos o tres semanas no lo vería.
En el segundo fin de semana que no vi a Jorge, me sentía desesperada. Pasé el viernes haciendo el amor con mi marido en esa ciudad, pero me hacía falta el enorme miembro de Jorgito partiéndome en dos.
El sábado como a las 9 de la noche estaba en el hotel, esperando el regreso de mi esposo y pensando en Jorge, cuando me decidí. Si Jorge había tenido el valor de dejarme sola tanto tiempo, podría divertirme en la disco un poco.
Me bañe y me preparé: el vestido corto de lycra dejaba ver mis pequeños pero atractivos senos y mis delgadas piernas. Me vi en el espejo y me observé ¿cómo este cuerpo tan delgado y delicado se come el enorme miembro de Jorge? Me preguntaba mientras me acomodaba los ligueros y mis medias blancas. Con zapatillas altas, mi maquillaje, el vestido corto y mi figura, estaba segura que tendría varios hombres dispuestos a bailar conmigo.
Pedí un taxi y salí a la disco. Al entrar busqué sitio y encontré una mesa cerca de la pista, pues estaba medio solo aún. Bebí un poco de Amaretto y me invitaron a bailar. Bailé con tres hombres y estaba contenta, pero pasó lo inesperado.
Estaba bailando unas baladas con un hombre mayor que yo y mientras platicábamos sobre el lugar, el hotel donde me hospedaba y otras cosas, comenzó a manosearme el trasero. Desde luego que opuse resistencia, pero la debilidad femenina es nuestra perdición cuando se está en brazos de un portento de hombre como éste, que no podía yo contener.
“¡Basta!” Le dije de repente separándome de él. “¿Cuánto cobras por toda la noche?” me dijo así de repente y aunque me sentí ofendida, sentí como tenía la pantaletita empapándose por el agasajo que me dio.
“Cobro muy caro, pero ya tengo cliente”, le dije, armándome de valor y tratando de disuadirlo.
“Pago lo que me pidas y hasta te voy a hacer llorar”, me contestó al momento que me decía que me buscaría en el hotel al día siguiente.
Salí del lugar mareada y con la entrepierna ardiendo.
Cuando llegué al hotel, mi marido estaba acostado viendo la tele y casi lo violé. En poco tiempo estaba sobre su tranca brincando y viniéndome una vez tras otra.
Cuando nos relajábamos, me preguntó si había visto a Jorge, porque me notó caliente, y sin pensarlo, empecé a platicarle la agasajada que le dieron a su mujercita en la disco.
“¿Así que quería bombearte?” me dijo. “Pues hasta dijo estar dispuesto a pagar lo que pidiera por pasar la noche con él”, le dije ya excitada otra vez, por lo que empezamos nuevamente a hacer el amor.
“¿Y si viene a cogerte?” decía mi marido mientras me bombeaba lentamente. “Que me coja” le decía yo, ya fuera de control.
No se tocó más el tema y dormimos abrazados.
Ese día pedimos el desayuno a la habitación y seguimos en cama, haciendo el amor y fantaseando sobre como sería mi “debut” como prostituta.
De repente me dijo que quería verme con la ropa que teníamos preparada para la ocasión: medias, ligueros, zapatillas y un camisón transparente. Me dio el labial y me pinté nuevamente la boca.
Estuvimos fantaseando sobre mi supuesto “cliente” y me pidió la tarjeta que me había dado por la noche, en la disco.
Tomó su celular y me dijo que mientras yo iba al sanitario, bromeó diciendo que él se pondría de acuerdo con mi “cliente”.
“No tarda en venir a cogerte, mi amor”, me dijo con una enorme y visible erección.
De inmediato tomé su miembro, que estaba durísimo y traté de sacárselo de la ropa, pero me dijo que no, que esperara por mi “cliente”.
Yo seguí el juego y le decía: “¿y si tiene el miembro muy grande? ¿y si quiere que le dé el trasero?”
En eso estábamos cuando tocaron a la puerta y mi esposo fue a abrir. ¡Era el presunto cliente y le dijo a mi marido que yo le esperaba!
De inmediato mi esposo, que ya estaba vestido, le dijo que enseguida salía y cerró la puerta.
“Cóbrale caro y disfruta mucho”, me dijo al autorizarme a debutar como una prostituta. Yo estaba sorprendida.
“Pues bien, si quieres que me prostituya, te complaceré”, pensé al tiempo que se me mojaba la entrepierna.
“Hola”, le dije al abrir la puerta y se quedó de una pieza cuando me vio así, vestida especialmente para “prostituirme”.
“Mi masajista ya se va”, dije al tiempo de despedir a mi marido, que con la mirada me rogaba le dejara ver la escena. Tuvo que salir ante la mirada lujuriosa del “cliente”. Ni modo, tendría que conformarse con imaginar lo que estarían haciendo con el cuerpo de su mujercita durante las siguientes horas.
Mi cliente estaba desesperado. De inmediato me abrazó y comenzó a besarme mientras, con rudeza, metía sus manos entre mis piernas. Comencé a desvestirlo y pude observar con satisfacción que se trataba de un hombre de cuerpo atlético. Se me hacía agua la boca al mirar su miembro queriendo salir de su ropa interior.
Se acostó y tomando con sus manos mi cabeza la acercó a su entrepierna, indicándome lo que quería. Posé mis labios pintados en su trusa, dejando una marca de labial y pegué mi nariz a sus partes, ¡qué delicioso olor a macho emanaba por entre la trusa!
No lo pude resistir, le quité su ropa interior y me abalancé hambrienta a besar, chupar y saborear ese hermoso y gordo miembro. Era más grande que el de mi esposo y para mis adentros me felicité por tener la suerte de tener mi primera experiencia como prostituta con verdadero macho.
Con mis manos acariciaba sus testículos y sus piernas mientras chupaba y chupaba. De repente sentí que terminaría y me detuve.
“Me debes setecientos pesos”, le dije de repente, añadiendo que serían mil doscientos pesos si deseaba enfundarme su miembro en mi nidito.
Creí que iba a protestar y no. Se levantó de la cama, sacó su cartera y me entregó billetes de cien pesos; “vaya negocio”, pensé.
Enseguida guardé el dinero y me tomó con violencia arrojándome a la cama boca arriba. Con rudeza metió su cabeza en mi entrepierna y comenzó a darme la mamada más violenta de mi vida. Sentía que quería meterse por mi nidito.
Con mucha fuerza sorbía mis jugos y sentía que se me salía hasta el alma por ahí. Creo que mis gemidos se escuchaban hasta afuera del cuarto.
No sé cuántas veces me vine, pero cuando se retiró de mi vagina estaba mareada y débil.
Se acostó y tomando su miembro con una mano me dijo que tenía que comérmelo.
Apenas pude incorporarme y meterme en la boca su fierro. Estaba grande, tieso y caliente. Mientras chupaba como desesperada me di cuenta de que sentía las piernas empapadas. Las medias estaban pegadas a mis piernas con mucho sudor. Nuestros cuerpos estaban empapados.
De repente su miembro empezó a crecer aún más y sentí que me ahogaba; me tomó de la cabeza con sus manos y aunque quise retirarme no me dejó. Empezó a vaciarse en mi boca, sentía el esperma muy adentro de mi garganta. Era la primera vez que comía macho así.
Parecía que nunca terminaría… pero al final, retiró un poco su miembro y pude tomarle sabor a su leche, ¡de lo que me estaba perdiendo! Ni siquiera a mi marido le había permitido terminar en mi boca.
Los dos desfallecidos quedamos acostados, uno al lado del otro. “Estuvo delicioso”, me atreví a decirle al levantarme para tomar mis ropas, pero no me dejó, me dijo que venía lo mejor, para lo que había pagado.
“¿No está satisfecho señor?” Le pregunté y sin responderme me cargó y me arrojó a la cama boca abajo. Me colocó en rodillas y manos y comenzó a acariciar bruscamente mi trasero.
“Por ahí no”, le dije cuando trató de meterme un dedo en el ano.
Pero me dijo que lo que más anhelaba era entallarme la vagina con su miembro.
Con rapidez sacó un preservativo y se lo colocó en el miembro mientras yo observaba y me preguntaba si después de tanta leche depositada en mi boca, tendría más para rellenar el preservativo.
Sin demora, me entalló toda su virilidad hasta el fondo. Mi apretado bollito tardó unos segundos en amoldarse al miembro. Se quedó así, sin moverse. Apenas unos segundos, y de repente comenzó a bombearme frenéticamente, como si nunca hubiera tenido una mujer.
De tan rápido que me bombeaba se llegó a salir varias veces. No pude resistir, me vine nuevamente y sentí morirme de excitación cuando con sus manos intentó tomar toda mi cintura.
Me tenía bien entallada y mi nidito, de tanta venida, ya no tenía fuerza para apretar su hombría.
Por un rato así estuvimos, luego me acostó boca arriba y se llevó mis piernas a sus hombros. Dice mi marido que en esa posición la penetración es total y le creo, porque hasta veía estrellitas. “Ya, ya”, le decía entre gemidos y grititos.
Él seguía embistiendo con una fuerza increíble. Me sentía morir de tanto orgasmo.
Bajó mis piernas y con ellas rodeé su cintura y a cada arremetida me arrancaba gemidos de placer y de dolor. En esa posición, de repente, me penetró hasta el fondo mientras su brazo izquierdo lo pasaba por debajo de mi cintura estrechando aún más el abrazo sexual, y con la otra mano se agarraba de la cama, gimiendo de placer.
Recuerdo que pegué un grito que seguramente se escuchó en todo el hotel. Se estaba viniendo. Le creció tanto el miembro que sentía que iba a reventarme. Comprendí lo que ocurría: el condón se había roto y sentía su leche inundando mi vagina.
¡No! ¡no!, le dije gritando pero al parecer se excitó más y siguió bombeando a fondo.
Por fin me dejó. Al sacar su pene se escuchó un sonido y empezó a salirme grandes cantidades de leche.
Se vistió rápidamente y me dijo que querría verme otra vez.
Al marcharse me dio un ligero beso en los labios y me dejó ahí, bien cogida y agotada.
Casi de inmediato, entró mi marido. Se le notaba una fuerte erección y una mirada lujuriosa. ¿Cuánto le cobraste? Me dijo, y le dije la cantidad.
Me sugirió que con ese dinero comprara más lencería, pues tenía hechas garras las medias. También me propuso comprar vestidos sexy.
Se acercó y al desnudarse le vi su tremenda erección. Se acostó a mi lado y empezó a acariciarme con ternura. Me quejé de que me dolía la vagina y todo el cuerpo.
“Ya pasó, mi vida”, me dijo al tiempo que con su mano sobaba mi entrepierna, embarrándose del semen de mi cliente. Aunque le dije que esperara a que me bañara, no quiso, me dijo que si llevaba ya dentro el semen de otro hombre, no tenía remedio.
Me besó en la boca y me puso el pene en la cara. Estaba tan cansada que no podía chupárselo; pero él se puso en posición del 69 y empezó a besar mi vagina, sorbiendo el esperma que tenía ahí.
No podía más y creo que me desmayé de tanta excitación. Su lengua limpiaba mi interior con cariño, con ternura. No culpo a mi marido por beber golosamente la leche que ahí tenía, ¡es tan deliciosa!
Me quedé dormida y al rato, cuando desperté, se estaba masturbando furiosamente con una mano. Lo vi eyacular y me abracé a él. Nos besamos y me dijo que estuvo muy bien mi debut.
¿No te importa que me hayan dejado agotada? “No importa, porque yo gocé escuchando al otro lado de la puerta la cogida que te dieron”, aunque, me dijo, personal del hotel pasaba por el pasillo cuando él estaba atento a mis gemidos, y alcanzaron a escuchar uno de los gritos que me arrancó aquel desconocido.
Platicamos y acordamos no mencionarle nada a mi novio Jorge, porque mi esposo se había comprometido con él, cuando formalizamos mi noviazgo Jorge y yo, que solamente él, mi marido, podría follarme, siempre y cuando me cuidara para que Jorge pudiera entallarme su virilidad por lo menos cada semana.
“No te apures, mi amor, si me dejas trabajar de vez en cuando, con clientes así de potentes y bien dotados como éste, diré a mi Jorge que me cuidas mucho y que sólo tú me haces el amor, además, podría ayudarte a comprar el otro carro que quieres ¿no?”
Luego nos dormimos abrazados, al fin y al cabo somos una pareja muy feliz. Yo tengo mi novio y la comprensión de mi marido, el mejor esposo que cualquier hembra pueda desear.
No sólo comprende mis necesidades, sino que, con mucho amor, me ayuda a satisfacerlas. Sabe que necesito macho y está presto a complacerme. Yo lo adoro por todo eso y porque tengo su autorización para tener novio, el primero que tengo en mis ocho años de matrimonio.
Desde hace un año tengo autorización para tener novio y cuando estoy con él, no dejo de besarlo y acariciarlo mientras vamos al cine, comemos o paseamos por el malecón de un puerto cercano al lugar donde vivo.
A mi novio lo conocí por cuestiones laborales y al poco tiempo nació entre nosotros una “chispa”. Por las noches, en mi casa, jugaba cartas con mi marido y nos retábamos, hasta que me prometió dejarme tener novio “oficial” si le ganaba. Y gané, por lo que de inmediato exigí cumpliera y le dije que ya tenía un candidato que hacía se me mojara las panties. Ahora, gracias a la comprensión y apoyo de mi querido esposo, tengo un noviazgo con Jorge desde hace un año.
Los fines de semana, mi esposo me lleva a la ciudad donde vive mi novio, mientras él se dedica a su trabajo. Sin embargo, en una ocasión, mi Jorge tuvo que viajar por cuestiones de trabajo y durante dos o tres semanas no lo vería.
En el segundo fin de semana que no vi a Jorge, me sentía desesperada. Pasé el viernes haciendo el amor con mi marido en esa ciudad, pero me hacía falta el enorme miembro de Jorgito partiéndome en dos.
El sábado como a las 9 de la noche estaba en el hotel, esperando el regreso de mi esposo y pensando en Jorge, cuando me decidí. Si Jorge había tenido el valor de dejarme sola tanto tiempo, podría divertirme en la disco un poco.
Me bañe y me preparé: el vestido corto de lycra dejaba ver mis pequeños pero atractivos senos y mis delgadas piernas. Me vi en el espejo y me observé ¿cómo este cuerpo tan delgado y delicado se come el enorme miembro de Jorge? Me preguntaba mientras me acomodaba los ligueros y mis medias blancas. Con zapatillas altas, mi maquillaje, el vestido corto y mi figura, estaba segura que tendría varios hombres dispuestos a bailar conmigo.
Pedí un taxi y salí a la disco. Al entrar busqué sitio y encontré una mesa cerca de la pista, pues estaba medio solo aún. Bebí un poco de Amaretto y me invitaron a bailar. Bailé con tres hombres y estaba contenta, pero pasó lo inesperado.
Estaba bailando unas baladas con un hombre mayor que yo y mientras platicábamos sobre el lugar, el hotel donde me hospedaba y otras cosas, comenzó a manosearme el trasero. Desde luego que opuse resistencia, pero la debilidad femenina es nuestra perdición cuando se está en brazos de un portento de hombre como éste, que no podía yo contener.
“¡Basta!” Le dije de repente separándome de él. “¿Cuánto cobras por toda la noche?” me dijo así de repente y aunque me sentí ofendida, sentí como tenía la pantaletita empapándose por el agasajo que me dio.
“Cobro muy caro, pero ya tengo cliente”, le dije, armándome de valor y tratando de disuadirlo.
“Pago lo que me pidas y hasta te voy a hacer llorar”, me contestó al momento que me decía que me buscaría en el hotel al día siguiente.
Salí del lugar mareada y con la entrepierna ardiendo.
Cuando llegué al hotel, mi marido estaba acostado viendo la tele y casi lo violé. En poco tiempo estaba sobre su tranca brincando y viniéndome una vez tras otra.
Cuando nos relajábamos, me preguntó si había visto a Jorge, porque me notó caliente, y sin pensarlo, empecé a platicarle la agasajada que le dieron a su mujercita en la disco.
“¿Así que quería bombearte?” me dijo. “Pues hasta dijo estar dispuesto a pagar lo que pidiera por pasar la noche con él”, le dije ya excitada otra vez, por lo que empezamos nuevamente a hacer el amor.
“¿Y si viene a cogerte?” decía mi marido mientras me bombeaba lentamente. “Que me coja” le decía yo, ya fuera de control.
No se tocó más el tema y dormimos abrazados.
Ese día pedimos el desayuno a la habitación y seguimos en cama, haciendo el amor y fantaseando sobre como sería mi “debut” como prostituta.
De repente me dijo que quería verme con la ropa que teníamos preparada para la ocasión: medias, ligueros, zapatillas y un camisón transparente. Me dio el labial y me pinté nuevamente la boca.
Estuvimos fantaseando sobre mi supuesto “cliente” y me pidió la tarjeta que me había dado por la noche, en la disco.
Tomó su celular y me dijo que mientras yo iba al sanitario, bromeó diciendo que él se pondría de acuerdo con mi “cliente”.
“No tarda en venir a cogerte, mi amor”, me dijo con una enorme y visible erección.
De inmediato tomé su miembro, que estaba durísimo y traté de sacárselo de la ropa, pero me dijo que no, que esperara por mi “cliente”.
Yo seguí el juego y le decía: “¿y si tiene el miembro muy grande? ¿y si quiere que le dé el trasero?”
En eso estábamos cuando tocaron a la puerta y mi esposo fue a abrir. ¡Era el presunto cliente y le dijo a mi marido que yo le esperaba!
De inmediato mi esposo, que ya estaba vestido, le dijo que enseguida salía y cerró la puerta.
“Cóbrale caro y disfruta mucho”, me dijo al autorizarme a debutar como una prostituta. Yo estaba sorprendida.
“Pues bien, si quieres que me prostituya, te complaceré”, pensé al tiempo que se me mojaba la entrepierna.
“Hola”, le dije al abrir la puerta y se quedó de una pieza cuando me vio así, vestida especialmente para “prostituirme”.
“Mi masajista ya se va”, dije al tiempo de despedir a mi marido, que con la mirada me rogaba le dejara ver la escena. Tuvo que salir ante la mirada lujuriosa del “cliente”. Ni modo, tendría que conformarse con imaginar lo que estarían haciendo con el cuerpo de su mujercita durante las siguientes horas.
Mi cliente estaba desesperado. De inmediato me abrazó y comenzó a besarme mientras, con rudeza, metía sus manos entre mis piernas. Comencé a desvestirlo y pude observar con satisfacción que se trataba de un hombre de cuerpo atlético. Se me hacía agua la boca al mirar su miembro queriendo salir de su ropa interior.
Se acostó y tomando con sus manos mi cabeza la acercó a su entrepierna, indicándome lo que quería. Posé mis labios pintados en su trusa, dejando una marca de labial y pegué mi nariz a sus partes, ¡qué delicioso olor a macho emanaba por entre la trusa!
No lo pude resistir, le quité su ropa interior y me abalancé hambrienta a besar, chupar y saborear ese hermoso y gordo miembro. Era más grande que el de mi esposo y para mis adentros me felicité por tener la suerte de tener mi primera experiencia como prostituta con verdadero macho.
Con mis manos acariciaba sus testículos y sus piernas mientras chupaba y chupaba. De repente sentí que terminaría y me detuve.
“Me debes setecientos pesos”, le dije de repente, añadiendo que serían mil doscientos pesos si deseaba enfundarme su miembro en mi nidito.
Creí que iba a protestar y no. Se levantó de la cama, sacó su cartera y me entregó billetes de cien pesos; “vaya negocio”, pensé.
Enseguida guardé el dinero y me tomó con violencia arrojándome a la cama boca arriba. Con rudeza metió su cabeza en mi entrepierna y comenzó a darme la mamada más violenta de mi vida. Sentía que quería meterse por mi nidito.
Con mucha fuerza sorbía mis jugos y sentía que se me salía hasta el alma por ahí. Creo que mis gemidos se escuchaban hasta afuera del cuarto.
No sé cuántas veces me vine, pero cuando se retiró de mi vagina estaba mareada y débil.
Se acostó y tomando su miembro con una mano me dijo que tenía que comérmelo.
Apenas pude incorporarme y meterme en la boca su fierro. Estaba grande, tieso y caliente. Mientras chupaba como desesperada me di cuenta de que sentía las piernas empapadas. Las medias estaban pegadas a mis piernas con mucho sudor. Nuestros cuerpos estaban empapados.
De repente su miembro empezó a crecer aún más y sentí que me ahogaba; me tomó de la cabeza con sus manos y aunque quise retirarme no me dejó. Empezó a vaciarse en mi boca, sentía el esperma muy adentro de mi garganta. Era la primera vez que comía macho así.
Parecía que nunca terminaría… pero al final, retiró un poco su miembro y pude tomarle sabor a su leche, ¡de lo que me estaba perdiendo! Ni siquiera a mi marido le había permitido terminar en mi boca.
Los dos desfallecidos quedamos acostados, uno al lado del otro. “Estuvo delicioso”, me atreví a decirle al levantarme para tomar mis ropas, pero no me dejó, me dijo que venía lo mejor, para lo que había pagado.
“¿No está satisfecho señor?” Le pregunté y sin responderme me cargó y me arrojó a la cama boca abajo. Me colocó en rodillas y manos y comenzó a acariciar bruscamente mi trasero.
“Por ahí no”, le dije cuando trató de meterme un dedo en el ano.
Pero me dijo que lo que más anhelaba era entallarme la vagina con su miembro.
Con rapidez sacó un preservativo y se lo colocó en el miembro mientras yo observaba y me preguntaba si después de tanta leche depositada en mi boca, tendría más para rellenar el preservativo.
Sin demora, me entalló toda su virilidad hasta el fondo. Mi apretado bollito tardó unos segundos en amoldarse al miembro. Se quedó así, sin moverse. Apenas unos segundos, y de repente comenzó a bombearme frenéticamente, como si nunca hubiera tenido una mujer.
De tan rápido que me bombeaba se llegó a salir varias veces. No pude resistir, me vine nuevamente y sentí morirme de excitación cuando con sus manos intentó tomar toda mi cintura.
Me tenía bien entallada y mi nidito, de tanta venida, ya no tenía fuerza para apretar su hombría.
Por un rato así estuvimos, luego me acostó boca arriba y se llevó mis piernas a sus hombros. Dice mi marido que en esa posición la penetración es total y le creo, porque hasta veía estrellitas. “Ya, ya”, le decía entre gemidos y grititos.
Él seguía embistiendo con una fuerza increíble. Me sentía morir de tanto orgasmo.
Bajó mis piernas y con ellas rodeé su cintura y a cada arremetida me arrancaba gemidos de placer y de dolor. En esa posición, de repente, me penetró hasta el fondo mientras su brazo izquierdo lo pasaba por debajo de mi cintura estrechando aún más el abrazo sexual, y con la otra mano se agarraba de la cama, gimiendo de placer.
Recuerdo que pegué un grito que seguramente se escuchó en todo el hotel. Se estaba viniendo. Le creció tanto el miembro que sentía que iba a reventarme. Comprendí lo que ocurría: el condón se había roto y sentía su leche inundando mi vagina.
¡No! ¡no!, le dije gritando pero al parecer se excitó más y siguió bombeando a fondo.
Por fin me dejó. Al sacar su pene se escuchó un sonido y empezó a salirme grandes cantidades de leche.
Se vistió rápidamente y me dijo que querría verme otra vez.
Al marcharse me dio un ligero beso en los labios y me dejó ahí, bien cogida y agotada.
Casi de inmediato, entró mi marido. Se le notaba una fuerte erección y una mirada lujuriosa. ¿Cuánto le cobraste? Me dijo, y le dije la cantidad.
Me sugirió que con ese dinero comprara más lencería, pues tenía hechas garras las medias. También me propuso comprar vestidos sexy.
Se acercó y al desnudarse le vi su tremenda erección. Se acostó a mi lado y empezó a acariciarme con ternura. Me quejé de que me dolía la vagina y todo el cuerpo.
“Ya pasó, mi vida”, me dijo al tiempo que con su mano sobaba mi entrepierna, embarrándose del semen de mi cliente. Aunque le dije que esperara a que me bañara, no quiso, me dijo que si llevaba ya dentro el semen de otro hombre, no tenía remedio.
Me besó en la boca y me puso el pene en la cara. Estaba tan cansada que no podía chupárselo; pero él se puso en posición del 69 y empezó a besar mi vagina, sorbiendo el esperma que tenía ahí.
No podía más y creo que me desmayé de tanta excitación. Su lengua limpiaba mi interior con cariño, con ternura. No culpo a mi marido por beber golosamente la leche que ahí tenía, ¡es tan deliciosa!
Me quedé dormida y al rato, cuando desperté, se estaba masturbando furiosamente con una mano. Lo vi eyacular y me abracé a él. Nos besamos y me dijo que estuvo muy bien mi debut.
¿No te importa que me hayan dejado agotada? “No importa, porque yo gocé escuchando al otro lado de la puerta la cogida que te dieron”, aunque, me dijo, personal del hotel pasaba por el pasillo cuando él estaba atento a mis gemidos, y alcanzaron a escuchar uno de los gritos que me arrancó aquel desconocido.
Platicamos y acordamos no mencionarle nada a mi novio Jorge, porque mi esposo se había comprometido con él, cuando formalizamos mi noviazgo Jorge y yo, que solamente él, mi marido, podría follarme, siempre y cuando me cuidara para que Jorge pudiera entallarme su virilidad por lo menos cada semana.
“No te apures, mi amor, si me dejas trabajar de vez en cuando, con clientes así de potentes y bien dotados como éste, diré a mi Jorge que me cuidas mucho y que sólo tú me haces el amor, además, podría ayudarte a comprar el otro carro que quieres ¿no?”
Luego nos dormimos abrazados, al fin y al cabo somos una pareja muy feliz. Yo tengo mi novio y la comprensión de mi marido, el mejor esposo que cualquier hembra pueda desear.
3 comentarios - Me dejan prostituirme.......