Mi prominente glande distrajo la doctora, que repitió el proceso para ocultarlo bajo el prepucio. Subió su mano por mi tronco, esta vez mucho más delicadamente. Tal vez podía ocultar la cabeza de mi pene, pero no podía ocultar que la situación la estaba calentando.
Cuando mi madre se encapricha con algo puede convertirse en una persona muy pero muy insistente. Llevaba meses pidiéndome que vaya al doctor a hacerme revisar, pero yo no hacía otra cosa que prometerle: "esta semana no, la próxima vemos"
Un día se le agotó la paciencia y por la mañana me abordó diciendo:
-Está semana ya no me vas a engañar, ya te aparté un turno con la dermatóloga.
-Que me separaste un turno? Pero si estoy ocupado hoy.
-No me importa. Esta misma tarde tienes que ir. La dermatóloga es hija de una de mis amigas y no puedes hacerme quedar mal.
Finalmente tenía que darle el gusto a mi madre, no había otra opción. Todo el drama de su insistencia tenía que ver con que hace un par de semanas me había aparecido un granito en la espalda a la altura del hombro, para mi no era gran cosa, pero a veces las madres exageran un poco.
Yo le daba tan poca importancia al tema que cuando finalmente se me hizo tiempo de ir, seguía distraído en mis ocupaciones. Así que fugazmente tuve que dejar de hacer lo que hacía y salí volando para el consultorio de la dermatóloga, ya iba a llegar tarde, no quería llegar más tarde aún.
Cuando finalmente entre al consultorio me sorprendió que no había otros pacientes en la sala de espera, de hecho no estaba ni la secretaria o alguien que me diese razón de la doctora. Así que me acerqué al mostrador y toqué un pequeño timbre. De dentro del consultorio apareció una jovencita, de rasgos delicados, ojos achinados color miel, llevaba además unos bonitos lentes. Su cabello era castaño oscuro lo utilizaba recogido en una cola de caballo y con un colorido gorrito.
-Si?
-Esta la doctora?
Pregunte tímidamente.
-Yo soy la doctora.
Cuando mi madre dijo que me atendería la hija de una amiga, imagine a otro tipo de persona, la imagine mucho mayor, no la jovencita que me atendió, que aparte de bonita estaba bien buena, era de contextura normal sin embargo tenía unas lindas caderas y una fina cintura, coronada por dos pechos grandes y bien redondos, de hecho sus tetas parecían bastante apretadas debajo de su ropa de doctora y su mandil.
-Mi madre me reservo un turno.
-Ah, tu madre fue la que llamó. Tú debes ser el chico difícil.
-Jaja seguramente.
-Dale, pasa.
La doctora se portó muy servicial y buena onda, capaz no tenía el trato de una doctora toda señorial, más bien se comportaba como una joven y me gustaba esa facilidad para tratar, esto hizo que su consulta fuese bastante amena.
Una vez estábamos instalados en el consultorio y luego de una breve charla de nuestras vidas, estudios, edades, e intereses, empezó la consulta formal.
-Me comentaba tu mama que venias porque te salió un granito verdad?
-Si, Doctora, para mí no es gran cosa, pero ya sabes, las madres.
-Puedes llamarme Jennifer. Tampoco es tanta la diferencia de edad.
-Está bien doct.... Jennifer.
-A ver, vamos a ver lo que tienes. Te podrías quitar la camisa?
Empecé a desabotonar mi camisa y debo reconocer que me lleno de morbo la situación. Estábamos los dos a solas en el consultorio y yo estaba desnudando mi torso para ella. Seguramente la dermatóloga había demasías pieles como para que le calentase la situación pero para mí era una situación muy caliente.
Cuando me quite la camisa, la doctora se colocó detrás de mi. Y empezó a tocar la zona donde estaba mi granito. Sentir sus dedos en mi espalda me encendió un poco más, menos mal estaba sentado y no se me notaba el garrote que se empezaría a abultar entre las piernas de seguir con el toqueteo.
Me llamo la atención que no usase guantes, no se supone que podría ser algo infeccioso y contaminarse? Bah, importa poco. Sentir sus dedos sobre mi espalda desnuda me generaba un placer gigante y me gustaba que fuese así. Al cabo de un rato, Jennifer esgrimió un veredicto.
-Tenías razón, no es nada grave. Lo vamos a remover. Solo tengo que hacer un pequeño cortecito y listo, en unos minutos está todo arreglado.
-Esta bien doctora.
-Solo hay un inconveniente.
-Que pasó?
-Llegaste un poco tarde, y estaba por irme, tengo un compromiso, entonces quería saber si puedes venir mañana y terminamos, si?
-No hay problema. Vendré más temprano mañana.
-Si gustas ven a la misma hora, mañana no tendré prisa de irme.
-Hecho.
Cada segundo hasta antes de irme del consultorio devore con la mirada a la dermatóloga. La llene de caricias con la vista. Y ni bien llegue a mi casa y tuve un segundo de privacidad en mi pieza, me empecé a clavar una paja monumental.
La privacidad me duró poco. Puesto que mi madre apareció preguntándome qué tal la consulta médica, allí le conté que todo estaba bien y debía volver al día siguiente. Una vez me quede solo, ya la calentura se me había pasado, así que decidí que para retomar el calor, mezclaría la paja con una ducha caliente.
Imaginarme a la doctora derivó en una paja preciosa. Después del placer de masturbarme empecé a dejar que el agua nutriese mi imaginación, pensé mil y un maneras de lograr que está calentura pudiese pasar de la fantasía a la realidad, la doctora estaba buena, pero era hija de una amiga de mi madre, pero eso a la larga importaba poco o nada, pensaba en más y más maneras de seducirla pero no se me ocurría absolutamente nada.
Una vez duchado aproveche la oportunidad para rasurarme un poco la tranca y las bolas. Del porno aprendí que el hombre no debe tener un solo pelo allí abajo. Y fue mientras me rasuraba que encontré la llave para abrir la puerta a mis fantasías.
La respuesta estuvo todo el tiempo en mí, literalmente. Junto a mis bolas tengo un lunar, lo tengo desde chico, desde siempre, es la cosa más normal del mundo. Sin embargo podía fingir que había aparecido de pronto y con esto conseguir que al menos la doctora me vea desnudo, ya era algo, una manifestación de cómo me ponía. Era generar una situación especial. De éxito o fracaso. El plan estaba armado y continúe rasurándome. Esa noche antes de irme a dormir, repase el plan y le dedique una paja de buena suerte.
Al día siguiente, la previa a la cita con Jennifer estuvo mucho más llena de ansiedad, ya no veía la hora en que por fin pudiese ir a ver a la doctora, ahora, a esto hay que sumarle el hecho de que debía llegar igual de tarde que el día anterior.
Después de una larga y tediosa espera, me preparé y fui a lo de la doctora. En el camino al consultorio repasé el plan y debo reconocer que me calentó un poco, sobre todo el hecho de recordar que había tomado una precaución desde el vestuario. No llevaba ropa interior.
Una vez llegue al consultorio, todo parecía calcado al día anterior, no había nadie en el mostrador, así que toque el timbre y un momento después apareció ella, Jennifer, con la jovial sonrisa de siempre.
-Pasa.
Una vez en el consultorio senté delante de su escritorio y repetimos la breve charla pre-consulta y finalmente la doctora recito nuevamente las palabras mágicas que lo empezaron todo.
-Vamos a empezar. Puedes quitarte la camisa?
Mi calentura empezó a aumentar y repetí el proceso muy despacio. Mirándola a los ojos. Sin despegarle la vista ni un segundo. A diferencia del día anterior la dermatóloga me pidió que me acerque a su camilla mientras se colocaba una mascarilla.
-Ubícate de este lado.
Me indicó donde y me acosté boca abajo. Me empezó a examinar y está vez el tacto me avisó que sí llevaba puestos sus guantes. Su mano recorrió más áreas de mi espalda, a la vez que me preparaba para removerme el granito. Mi cuerpo se iba llenando de placer. El dolor del corte fue nada comparado al dolor en mi verga, templada y clamando por el calor de la doctora, aprisionada por mi cuerpo contra el acolchado de la camilla.
-Listo
Dijo la doctora después de un momento. Me senté sobre la camilla mientras ella se volteaba y se deshacía de sus utensilios. Que cuerpazo que tenía Jennifer, su ajustada ropa blanca le resaltaba la silueta de forma infernal.
Yo estaba hecho fuego, así que me la jugué.
-Doctora quería consultarle algo.
-Doctora? Jennifer…
-Perdone, lo olvide.
-Jaja no hay lío, dime.
-Lo que pasa es que tengo un lunar y quería que lo revise.
-Si, dónde?
-Es una zona un poco delicada.
-En serio? Te podría revisar igual. No tengas vergüenza.
-Es que está ahí abajo...
-Descuida no pasa nada, te busco algo para que te cubras.
La doctora se acercó a su escritorio y fue mi momento. Casi de un tirón. Me baje el pantalón y como un resorte mi verga salió disparada, formando un ángulo recto con mi cuerpo. Apuntaba a la doctora que de espaldas buscaba algo para cubrirme.
Cuando se dio vuelta no pudo contener la sorpresa. Mi verga cómo si fuera un arma la apuntaba directamente. Sus ojos se habían clavado en mi grueso mástil.
-Perdone doctora es por el frío.
Dije inventando una excusa para justificar que mi mástil estuviera duro e imponente en medio de su consultorio.
-Me puedes indicar donde tienes el lunar?
-Señale con el dedo el área.
Debo aplaudir el profesionalismo de la dermatóloga, puesto que se acercó a mí con toda la seriedad el caso e intento observar donde estaba el mencionado lunar.
Todos ese profesionalismo y seriedad no sé si se desvaneció o se reafirmó apenas unos segundos después, cuando la doctora se puso de rodillas delante de mí. No sé si realmente la doctora no veía el lunar o si era mi tranca que lo eclipsaba todo. Lo que si estaba seguro era doctora quería una mejor vista de mi zona intima.
-Voy a chequearlo más de cerca.
Dijo ya de rodillas delante mío. La extensión y dureza de mi verga impedía que la doctora se acercara demasiado, mi tranca ya estaba tan tiesa que se podía chocar con su cara. Así que con mucha delicadeza la tomo con su mano derecha y la sostuvo en alto mientras revisaba el lado izquierdo de mi entrepierna.
Con su solo tacto una descarga eléctrica me recorrió todo el cuerpo. Mi verga se templó aún más. Sentía su mano envolviendo mi tranca, sentía el latir de mis venas sobre su cálida piel.
Con su mano libre Jennifer examinaba mi lunar. Mi tranca se tensó tanto que el rojizo glande afloró hinchado. Mi capuchón se había bajado por la humedad, la excitación y la mano de la doctora sosteniéndolo.
El brillo de la cabeza de mi pene atrajo la atención de la doctora que interrumpió su observación de mi zona intima para quedarse viendo el monumental mástil que sostenía en su mano. Jennifer intento remendar la situación poniendo el capuchón en su sitio así que sin soltar mi verga apretó levemente la piel hacia arriba. Otra descarga me impactó. Los dedos de la dermatóloga estaban sobre mi capuchón, que era lo único que los separaba de mi sensible glande. Al llevar toda mi piel hacia arriba el líquido lubricante de mi verga se agolpó y empezó a mojar sus dedos. Era una imagen demasiado placentera, ver cómo sus dedos se llenaban de mí.
Otra descarga me impactó el cuerpo, desde la punta de los pies hasta mi cabeza, pasando por el tronco de mi verga que de un respingo volvió a dejar escapar el glande por encima el capuchón. Mis líquidos seguían inundando los dedos de la doctora. En honor a la verdad, ya era tiempo de que la doctora hubiera determinado que era lo que representaba el lunar.
Mi potente glande recapturó su atención y la doctora repitió el proceso para ocultarlo, subió su mano por mi tronco, está vez mucho más despacio y delicadamente. Ahí note que ella tal vez podía ocultar la cabeza de mi pene pero no podía ocultar que la situación le generaba mucho morbo y la estaba calentando. Al punto que mientras agarraba mi verga para poder ver bien, su pulgar se deslizaba lentamente y en forma circular por mi pene, en el área del frenillo.
El placer era intenso y ya el líquido lubricante salía por borbotones, verga estaba muy mojada y sus dedos también. Entonces la doctora finalmente liberó a mi bestia de su agarre.
-No he visto nada raro. De hecho tu piel es muy suave.
Dijo Jennifer medio intentando armar una oración coherente para ocultar sus nervios.
-Y el lunar que tienes no es nada de preocuparse. Es un lunar común.
Me era imposible dar importancia a cualquier cosa que diga, mi atención se centraba únicamente en cómo mis líquidos llenaban sus deditos al punto que un hilo conectaba su dedo pulgar y la punta de mi verga.
Pensé que en ese momento la doctora se pondría de pie y todo quedaría allí. Sin embargo no parecía dispuesta a parar.
-Me gustaría revisarte del otro costado, puede ser?
Asentí con la cabeza mientras la doctora cambiaba de mano y ahora era su mano izquierda la que agarraba mi pene. Ya no había preocupación por disimular nada. Agarro mi tranca sin ningún remordimiento, no lo pego sobre mi abdomen, lo sostuvo, firme, tieso, levemente inclinado hacia arriba. Cada vez me era más difícil mantener la compostura. Las descargas de energía eran cada vez más fuertes. Mi verga brincaba ante su agarre. A Jennifer tampoco le importaba tener que ocultar mi glande, que por su orificio ya salía cada vez más y más líquido.
Empecé a soltar las riendas y me deje llevar, moví mi cuerpo un poco hacia delante, muy levemente, el agarre de la doctora y mi movimiento hizo que mi piel se pliegue dejando el capuchón completamente expuesto. Luego me retiré hacia atrás para que la base de mi glande se oculte bajo la piel. Dicho de otra manera empecé a usar el agarre de su mano y el canal entre sus dedos para hacerme una paja.
Con cada embestida mis tambaleo se volvía más torpe, para mi sorpresa la doctora ni se inmutaba. Ella seguía metida en personaje y me encantaba. Me calentaba poderosamente ver cómo ella seguía concentrada en examinar la piel de mi escroto y mi entrepierna. Se agachaba, se inclinaba, hacia todo el acting. Me excitaba también verla con sus gafas pretendiendo ser intelectual y no una jovencita calentona, desde ese instante se me instaló la idea que lo más correcto sería llenarle las gafas de leche. Me calentaba también el hecho de verla entallada en su uniforme, me generaba placer ver cómo las costuras de su ropa sufrían horrores por mantenerse juntas y no romperse, por resistir y no explotar para liberar el cuerpazo quede se ocultaba bajo la tela blanca.
Me complacía demasiado ver sus pechos, firmes y redondos, juro que incluso me parecía ver sus pezones erectos bajo tanta ropa. Mi calentura no daba más. Y esto en buena parte de debía a que ya no había necesidad de mover mi cuerpo. Ahora, como si de magia se tratase, la mano de la dermatóloga se movía por mi tranca. La lubricación hacia que se deslice con facilidad. El calor de su mano abrazaba todo mi tronco. Llenaba mis venas y quemaba mi glande. El placer era único.
Empezaba a entender porque puede ser tan placentera la desnudez del hombre versus una mujer completamente vestida. Nunca lo había experimentado hasta ese momento. Ya no había descargas eléctricas, ahora mi cuerpo era todo electricidad, todo morbo, todo calentura.
La paja que la doctora me hacía cada vez ganaba más ritmo. Ella se había dejado llevar por la situación. Ya no fingía examinarme. Ahora me miraba a los ojos, me miraba la verga, me miraba los ojos, se perdía el brillo de mi glande, me miraba a los ojos y miraba como sus manos estaban empapadas de mí.
Las rodillas empezaron a temblarme, pensé en parar, pensé en apartarme, pensé en tomar mi pene y apuntar a otro lado pero era tarde, ni bien empecé a decidirme, todo mi cuerpo se tensaba, la doctora gimió de sorpresa y un estallido de placer invadía cada parte de mi cuerpo. Mis ojos se cerraron con fuerza y al abrirlos un grueso chorro de semen llenaba el rostro de la doctora, la pincelada de leche iba desde su frente hasta sus mejillas cubiertas por la mascarilla, pasando por sus lentes. Mi sueño se había hecho realidad. Otra descarga explosión de placer derivó en otro chorro que salió con fuerza tal que ni siquiera llegó a impactar su rostro sino que quedo en su gorro para el cabello. Un chorro más cayó sobre la zona de su boca, a pesar de ir cubiertos por la mascarilla me encantaba pensar que sus labios tenían rastro de mí. Un último estertor cayó sobre su blanca bata.
Durante un instante, no hubo más que silencio.
La doctora se puso de pie con su carita maquillada de mí. Pensé que sentiría avergonzada o en el peor de los casos enojada. Pero me sorprendió ver unos ojos alegres y oír una leve risa.
-Estuvo bien la consulta?
-Excelente.
Dije recobrando la respiración.
-Tengo mis métodos, como habras visto.
-Lo disfruté mucho.
Jennifer volvio al personaje serio y profesional.
-Bueno, cómo te había dicho, no hay nada de qué preocuparse, gozas de buena salud.
Ambos reímos. Si bien mi verga estaba flácida luego de semejante paja. Me gustaba mucho como la doctora no parecía tener problemas con llevar mi semen en su rostro. Se bajó la mascarilla impregnada en semen. Y se dirigió a su escritorio.
Me vestí y me senté frente a ella, que estaba preparando la cuenta. Cancele los valores correspondientes a la remoción de mi granito y pregunté.
-Esto es todo?
Yo esperaba más. La paja estuvo bien. Pero si así me masturbaba no podía imaginar lo que sería culeando.
-Si, eso es todo... aunque me gustaría revisarte nuevamente.
-Si?
-Ajá. Pero la próxima vez te haré un chequeo más profundo, te parece?
Dijo mientras me miraba de forma coqueta.
-Si, si. Mejor prevenir que lamentar.
Respondí mientras la doctora buscaba algo en su escritorio. Tomó un trozo de papel y anotó algo.
-Te dejo mi número personal. Y la dirección de mi casa. El sábado te puedo chequear allí.
Dijo la dermatóloga ofreciéndome el papel con una sonrisa, y con mi líquido seminal ya seco en su rostro.
Nos despedimos y al llegar a casa, no hice otra cosa que pensar en ella, lo que había sucedido y lo que estaba por suceder. Ese día me declaré enfermo, solo la dermatóloga podía curarme y el tratamiento apenas estaba por empezar.
Un día se le agotó la paciencia y por la mañana me abordó diciendo:
-Está semana ya no me vas a engañar, ya te aparté un turno con la dermatóloga.
-Que me separaste un turno? Pero si estoy ocupado hoy.
-No me importa. Esta misma tarde tienes que ir. La dermatóloga es hija de una de mis amigas y no puedes hacerme quedar mal.
Finalmente tenía que darle el gusto a mi madre, no había otra opción. Todo el drama de su insistencia tenía que ver con que hace un par de semanas me había aparecido un granito en la espalda a la altura del hombro, para mi no era gran cosa, pero a veces las madres exageran un poco.
Yo le daba tan poca importancia al tema que cuando finalmente se me hizo tiempo de ir, seguía distraído en mis ocupaciones. Así que fugazmente tuve que dejar de hacer lo que hacía y salí volando para el consultorio de la dermatóloga, ya iba a llegar tarde, no quería llegar más tarde aún.
Cuando finalmente entre al consultorio me sorprendió que no había otros pacientes en la sala de espera, de hecho no estaba ni la secretaria o alguien que me diese razón de la doctora. Así que me acerqué al mostrador y toqué un pequeño timbre. De dentro del consultorio apareció una jovencita, de rasgos delicados, ojos achinados color miel, llevaba además unos bonitos lentes. Su cabello era castaño oscuro lo utilizaba recogido en una cola de caballo y con un colorido gorrito.
-Si?
-Esta la doctora?
Pregunte tímidamente.
-Yo soy la doctora.
Cuando mi madre dijo que me atendería la hija de una amiga, imagine a otro tipo de persona, la imagine mucho mayor, no la jovencita que me atendió, que aparte de bonita estaba bien buena, era de contextura normal sin embargo tenía unas lindas caderas y una fina cintura, coronada por dos pechos grandes y bien redondos, de hecho sus tetas parecían bastante apretadas debajo de su ropa de doctora y su mandil.
-Mi madre me reservo un turno.
-Ah, tu madre fue la que llamó. Tú debes ser el chico difícil.
-Jaja seguramente.
-Dale, pasa.
La doctora se portó muy servicial y buena onda, capaz no tenía el trato de una doctora toda señorial, más bien se comportaba como una joven y me gustaba esa facilidad para tratar, esto hizo que su consulta fuese bastante amena.
Una vez estábamos instalados en el consultorio y luego de una breve charla de nuestras vidas, estudios, edades, e intereses, empezó la consulta formal.
-Me comentaba tu mama que venias porque te salió un granito verdad?
-Si, Doctora, para mí no es gran cosa, pero ya sabes, las madres.
-Puedes llamarme Jennifer. Tampoco es tanta la diferencia de edad.
-Está bien doct.... Jennifer.
-A ver, vamos a ver lo que tienes. Te podrías quitar la camisa?
Empecé a desabotonar mi camisa y debo reconocer que me lleno de morbo la situación. Estábamos los dos a solas en el consultorio y yo estaba desnudando mi torso para ella. Seguramente la dermatóloga había demasías pieles como para que le calentase la situación pero para mí era una situación muy caliente.
Cuando me quite la camisa, la doctora se colocó detrás de mi. Y empezó a tocar la zona donde estaba mi granito. Sentir sus dedos en mi espalda me encendió un poco más, menos mal estaba sentado y no se me notaba el garrote que se empezaría a abultar entre las piernas de seguir con el toqueteo.
Me llamo la atención que no usase guantes, no se supone que podría ser algo infeccioso y contaminarse? Bah, importa poco. Sentir sus dedos sobre mi espalda desnuda me generaba un placer gigante y me gustaba que fuese así. Al cabo de un rato, Jennifer esgrimió un veredicto.
-Tenías razón, no es nada grave. Lo vamos a remover. Solo tengo que hacer un pequeño cortecito y listo, en unos minutos está todo arreglado.
-Esta bien doctora.
-Solo hay un inconveniente.
-Que pasó?
-Llegaste un poco tarde, y estaba por irme, tengo un compromiso, entonces quería saber si puedes venir mañana y terminamos, si?
-No hay problema. Vendré más temprano mañana.
-Si gustas ven a la misma hora, mañana no tendré prisa de irme.
-Hecho.
Cada segundo hasta antes de irme del consultorio devore con la mirada a la dermatóloga. La llene de caricias con la vista. Y ni bien llegue a mi casa y tuve un segundo de privacidad en mi pieza, me empecé a clavar una paja monumental.
La privacidad me duró poco. Puesto que mi madre apareció preguntándome qué tal la consulta médica, allí le conté que todo estaba bien y debía volver al día siguiente. Una vez me quede solo, ya la calentura se me había pasado, así que decidí que para retomar el calor, mezclaría la paja con una ducha caliente.
Imaginarme a la doctora derivó en una paja preciosa. Después del placer de masturbarme empecé a dejar que el agua nutriese mi imaginación, pensé mil y un maneras de lograr que está calentura pudiese pasar de la fantasía a la realidad, la doctora estaba buena, pero era hija de una amiga de mi madre, pero eso a la larga importaba poco o nada, pensaba en más y más maneras de seducirla pero no se me ocurría absolutamente nada.
Una vez duchado aproveche la oportunidad para rasurarme un poco la tranca y las bolas. Del porno aprendí que el hombre no debe tener un solo pelo allí abajo. Y fue mientras me rasuraba que encontré la llave para abrir la puerta a mis fantasías.
La respuesta estuvo todo el tiempo en mí, literalmente. Junto a mis bolas tengo un lunar, lo tengo desde chico, desde siempre, es la cosa más normal del mundo. Sin embargo podía fingir que había aparecido de pronto y con esto conseguir que al menos la doctora me vea desnudo, ya era algo, una manifestación de cómo me ponía. Era generar una situación especial. De éxito o fracaso. El plan estaba armado y continúe rasurándome. Esa noche antes de irme a dormir, repase el plan y le dedique una paja de buena suerte.
Al día siguiente, la previa a la cita con Jennifer estuvo mucho más llena de ansiedad, ya no veía la hora en que por fin pudiese ir a ver a la doctora, ahora, a esto hay que sumarle el hecho de que debía llegar igual de tarde que el día anterior.
Después de una larga y tediosa espera, me preparé y fui a lo de la doctora. En el camino al consultorio repasé el plan y debo reconocer que me calentó un poco, sobre todo el hecho de recordar que había tomado una precaución desde el vestuario. No llevaba ropa interior.
Una vez llegue al consultorio, todo parecía calcado al día anterior, no había nadie en el mostrador, así que toque el timbre y un momento después apareció ella, Jennifer, con la jovial sonrisa de siempre.
-Pasa.
Una vez en el consultorio senté delante de su escritorio y repetimos la breve charla pre-consulta y finalmente la doctora recito nuevamente las palabras mágicas que lo empezaron todo.
-Vamos a empezar. Puedes quitarte la camisa?
Mi calentura empezó a aumentar y repetí el proceso muy despacio. Mirándola a los ojos. Sin despegarle la vista ni un segundo. A diferencia del día anterior la dermatóloga me pidió que me acerque a su camilla mientras se colocaba una mascarilla.
-Ubícate de este lado.
Me indicó donde y me acosté boca abajo. Me empezó a examinar y está vez el tacto me avisó que sí llevaba puestos sus guantes. Su mano recorrió más áreas de mi espalda, a la vez que me preparaba para removerme el granito. Mi cuerpo se iba llenando de placer. El dolor del corte fue nada comparado al dolor en mi verga, templada y clamando por el calor de la doctora, aprisionada por mi cuerpo contra el acolchado de la camilla.
-Listo
Dijo la doctora después de un momento. Me senté sobre la camilla mientras ella se volteaba y se deshacía de sus utensilios. Que cuerpazo que tenía Jennifer, su ajustada ropa blanca le resaltaba la silueta de forma infernal.
Yo estaba hecho fuego, así que me la jugué.
-Doctora quería consultarle algo.
-Doctora? Jennifer…
-Perdone, lo olvide.
-Jaja no hay lío, dime.
-Lo que pasa es que tengo un lunar y quería que lo revise.
-Si, dónde?
-Es una zona un poco delicada.
-En serio? Te podría revisar igual. No tengas vergüenza.
-Es que está ahí abajo...
-Descuida no pasa nada, te busco algo para que te cubras.
La doctora se acercó a su escritorio y fue mi momento. Casi de un tirón. Me baje el pantalón y como un resorte mi verga salió disparada, formando un ángulo recto con mi cuerpo. Apuntaba a la doctora que de espaldas buscaba algo para cubrirme.
Cuando se dio vuelta no pudo contener la sorpresa. Mi verga cómo si fuera un arma la apuntaba directamente. Sus ojos se habían clavado en mi grueso mástil.
-Perdone doctora es por el frío.
Dije inventando una excusa para justificar que mi mástil estuviera duro e imponente en medio de su consultorio.
-Me puedes indicar donde tienes el lunar?
-Señale con el dedo el área.
Debo aplaudir el profesionalismo de la dermatóloga, puesto que se acercó a mí con toda la seriedad el caso e intento observar donde estaba el mencionado lunar.
Todos ese profesionalismo y seriedad no sé si se desvaneció o se reafirmó apenas unos segundos después, cuando la doctora se puso de rodillas delante de mí. No sé si realmente la doctora no veía el lunar o si era mi tranca que lo eclipsaba todo. Lo que si estaba seguro era doctora quería una mejor vista de mi zona intima.
-Voy a chequearlo más de cerca.
Dijo ya de rodillas delante mío. La extensión y dureza de mi verga impedía que la doctora se acercara demasiado, mi tranca ya estaba tan tiesa que se podía chocar con su cara. Así que con mucha delicadeza la tomo con su mano derecha y la sostuvo en alto mientras revisaba el lado izquierdo de mi entrepierna.
Con su solo tacto una descarga eléctrica me recorrió todo el cuerpo. Mi verga se templó aún más. Sentía su mano envolviendo mi tranca, sentía el latir de mis venas sobre su cálida piel.
Con su mano libre Jennifer examinaba mi lunar. Mi tranca se tensó tanto que el rojizo glande afloró hinchado. Mi capuchón se había bajado por la humedad, la excitación y la mano de la doctora sosteniéndolo.
El brillo de la cabeza de mi pene atrajo la atención de la doctora que interrumpió su observación de mi zona intima para quedarse viendo el monumental mástil que sostenía en su mano. Jennifer intento remendar la situación poniendo el capuchón en su sitio así que sin soltar mi verga apretó levemente la piel hacia arriba. Otra descarga me impactó. Los dedos de la dermatóloga estaban sobre mi capuchón, que era lo único que los separaba de mi sensible glande. Al llevar toda mi piel hacia arriba el líquido lubricante de mi verga se agolpó y empezó a mojar sus dedos. Era una imagen demasiado placentera, ver cómo sus dedos se llenaban de mí.
Otra descarga me impactó el cuerpo, desde la punta de los pies hasta mi cabeza, pasando por el tronco de mi verga que de un respingo volvió a dejar escapar el glande por encima el capuchón. Mis líquidos seguían inundando los dedos de la doctora. En honor a la verdad, ya era tiempo de que la doctora hubiera determinado que era lo que representaba el lunar.
Mi potente glande recapturó su atención y la doctora repitió el proceso para ocultarlo, subió su mano por mi tronco, está vez mucho más despacio y delicadamente. Ahí note que ella tal vez podía ocultar la cabeza de mi pene pero no podía ocultar que la situación le generaba mucho morbo y la estaba calentando. Al punto que mientras agarraba mi verga para poder ver bien, su pulgar se deslizaba lentamente y en forma circular por mi pene, en el área del frenillo.
El placer era intenso y ya el líquido lubricante salía por borbotones, verga estaba muy mojada y sus dedos también. Entonces la doctora finalmente liberó a mi bestia de su agarre.
-No he visto nada raro. De hecho tu piel es muy suave.
Dijo Jennifer medio intentando armar una oración coherente para ocultar sus nervios.
-Y el lunar que tienes no es nada de preocuparse. Es un lunar común.
Me era imposible dar importancia a cualquier cosa que diga, mi atención se centraba únicamente en cómo mis líquidos llenaban sus deditos al punto que un hilo conectaba su dedo pulgar y la punta de mi verga.
Pensé que en ese momento la doctora se pondría de pie y todo quedaría allí. Sin embargo no parecía dispuesta a parar.
-Me gustaría revisarte del otro costado, puede ser?
Asentí con la cabeza mientras la doctora cambiaba de mano y ahora era su mano izquierda la que agarraba mi pene. Ya no había preocupación por disimular nada. Agarro mi tranca sin ningún remordimiento, no lo pego sobre mi abdomen, lo sostuvo, firme, tieso, levemente inclinado hacia arriba. Cada vez me era más difícil mantener la compostura. Las descargas de energía eran cada vez más fuertes. Mi verga brincaba ante su agarre. A Jennifer tampoco le importaba tener que ocultar mi glande, que por su orificio ya salía cada vez más y más líquido.
Empecé a soltar las riendas y me deje llevar, moví mi cuerpo un poco hacia delante, muy levemente, el agarre de la doctora y mi movimiento hizo que mi piel se pliegue dejando el capuchón completamente expuesto. Luego me retiré hacia atrás para que la base de mi glande se oculte bajo la piel. Dicho de otra manera empecé a usar el agarre de su mano y el canal entre sus dedos para hacerme una paja.
Con cada embestida mis tambaleo se volvía más torpe, para mi sorpresa la doctora ni se inmutaba. Ella seguía metida en personaje y me encantaba. Me calentaba poderosamente ver cómo ella seguía concentrada en examinar la piel de mi escroto y mi entrepierna. Se agachaba, se inclinaba, hacia todo el acting. Me excitaba también verla con sus gafas pretendiendo ser intelectual y no una jovencita calentona, desde ese instante se me instaló la idea que lo más correcto sería llenarle las gafas de leche. Me calentaba también el hecho de verla entallada en su uniforme, me generaba placer ver cómo las costuras de su ropa sufrían horrores por mantenerse juntas y no romperse, por resistir y no explotar para liberar el cuerpazo quede se ocultaba bajo la tela blanca.
Me complacía demasiado ver sus pechos, firmes y redondos, juro que incluso me parecía ver sus pezones erectos bajo tanta ropa. Mi calentura no daba más. Y esto en buena parte de debía a que ya no había necesidad de mover mi cuerpo. Ahora, como si de magia se tratase, la mano de la dermatóloga se movía por mi tranca. La lubricación hacia que se deslice con facilidad. El calor de su mano abrazaba todo mi tronco. Llenaba mis venas y quemaba mi glande. El placer era único.
Empezaba a entender porque puede ser tan placentera la desnudez del hombre versus una mujer completamente vestida. Nunca lo había experimentado hasta ese momento. Ya no había descargas eléctricas, ahora mi cuerpo era todo electricidad, todo morbo, todo calentura.
La paja que la doctora me hacía cada vez ganaba más ritmo. Ella se había dejado llevar por la situación. Ya no fingía examinarme. Ahora me miraba a los ojos, me miraba la verga, me miraba los ojos, se perdía el brillo de mi glande, me miraba a los ojos y miraba como sus manos estaban empapadas de mí.
Las rodillas empezaron a temblarme, pensé en parar, pensé en apartarme, pensé en tomar mi pene y apuntar a otro lado pero era tarde, ni bien empecé a decidirme, todo mi cuerpo se tensaba, la doctora gimió de sorpresa y un estallido de placer invadía cada parte de mi cuerpo. Mis ojos se cerraron con fuerza y al abrirlos un grueso chorro de semen llenaba el rostro de la doctora, la pincelada de leche iba desde su frente hasta sus mejillas cubiertas por la mascarilla, pasando por sus lentes. Mi sueño se había hecho realidad. Otra descarga explosión de placer derivó en otro chorro que salió con fuerza tal que ni siquiera llegó a impactar su rostro sino que quedo en su gorro para el cabello. Un chorro más cayó sobre la zona de su boca, a pesar de ir cubiertos por la mascarilla me encantaba pensar que sus labios tenían rastro de mí. Un último estertor cayó sobre su blanca bata.
Durante un instante, no hubo más que silencio.
La doctora se puso de pie con su carita maquillada de mí. Pensé que sentiría avergonzada o en el peor de los casos enojada. Pero me sorprendió ver unos ojos alegres y oír una leve risa.
-Estuvo bien la consulta?
-Excelente.
Dije recobrando la respiración.
-Tengo mis métodos, como habras visto.
-Lo disfruté mucho.
Jennifer volvio al personaje serio y profesional.
-Bueno, cómo te había dicho, no hay nada de qué preocuparse, gozas de buena salud.
Ambos reímos. Si bien mi verga estaba flácida luego de semejante paja. Me gustaba mucho como la doctora no parecía tener problemas con llevar mi semen en su rostro. Se bajó la mascarilla impregnada en semen. Y se dirigió a su escritorio.
Me vestí y me senté frente a ella, que estaba preparando la cuenta. Cancele los valores correspondientes a la remoción de mi granito y pregunté.
-Esto es todo?
Yo esperaba más. La paja estuvo bien. Pero si así me masturbaba no podía imaginar lo que sería culeando.
-Si, eso es todo... aunque me gustaría revisarte nuevamente.
-Si?
-Ajá. Pero la próxima vez te haré un chequeo más profundo, te parece?
Dijo mientras me miraba de forma coqueta.
-Si, si. Mejor prevenir que lamentar.
Respondí mientras la doctora buscaba algo en su escritorio. Tomó un trozo de papel y anotó algo.
-Te dejo mi número personal. Y la dirección de mi casa. El sábado te puedo chequear allí.
Dijo la dermatóloga ofreciéndome el papel con una sonrisa, y con mi líquido seminal ya seco en su rostro.
Nos despedimos y al llegar a casa, no hice otra cosa que pensar en ella, lo que había sucedido y lo que estaba por suceder. Ese día me declaré enfermo, solo la dermatóloga podía curarme y el tratamiento apenas estaba por empezar.
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17 comentarios - Los métodos de la doctora Jennifer