"Ya publicado, por mi, en otro sitio web"
¡Qué pena que dan las hormigas y las abejas obreras. (¡Nacen sin órganos reproductivos!, ¡Su existencia está enteramente dedicada al bien de la comunidad!)
Yo, Romina, con los míos, soy altruista, con frecuencia, procuro el bien de alguien de mi comunidad. Claro que, a la vez, gozo, siento placer, disfruto, múltiples y variadas (desde suaves a intensas) pero todas gratas, emociones.
Estoy persuadida: no existe mayor deleite que el que se disfruta al hacer el amor – con el varón, tiempo, lugar y modo adecuados.-
El varón adecuado es, mayoritariamente, mi marido aunque no con exclusividad. En ocasiones profeso el altruismo genital con otro.
El lugar suele ser mi dormitorio pero, en ocasiones, bueno es un hotel, una vivienda ajena, el césped, la arena de una playa o, una butaca posterior de un automóvil.
Este último fue el espacio compartido por mi cuerpo con el de Horacio, el dueño del taller mecánico que está en la vereda opuesta a la de mi casa.
Mi marido, Martín, por su trabajo, se ausenta con frecuencia. Debido a eso, muchas veces me veo obligada a participar de diligencias o actividades que, normalmente, las asume él.
Una de ellas, recurrente en los últimos tiempos, fueron reuniones con vecinos por temas de inseguridad y de un sistema de alarma comunitaria que se instaló en el barrio.
Horacio, desde un tiempo atrás, con las precauciones del caso, delicadeza, pero perseverancia y desenfado, en esos encuentros venía insinuándose conmigo. A mí no me molestaba, más bien me halagaba su interés y notaba una cierta inclinación de ánimo hacia él (es un hombre atractivo), sin embargo nunca le di a entender que tenía chances. En el barrio se complica mantener la privacidad.
Un día, de esto hace un buen tiempo, al salir con el automóvil del garaje de mi casa, dio la casualidad, que Horacio se encontraba en la puerta cuando, lentamente, pasé delante del taller y me detuve, por el semáforo en rojo, pocos metros más adelante. Me alcanzó corriendo e hizo señas para que bajase el vidrio de la ventanilla:
-Buen día, Romina, su motor tiene un feo ruido, creo que “sopla un inyector”. No le conviene usarlo mucho tiempo con ese problema. –
Recordé que Martín me había mencionado que, a su regreso, llevaría el auto a revisión a la concesionaria por “un ruido raro”.
-Gracias Horacio, no voy lejos. Mi marido ya me dijo que lo va a llevar a la Citroën –
El semáforo cambió a verde, tocaron bocina detrás de mí, saludé con un gesto y arranqué.
De regreso, bajé a la vereda para abrir el portón de la cochera. No llegué a introducir la llave, que llegó Horacio que había cruzado la calle corriendo.
-Me quedé pensando ¿Su auto está en garantía? – me preguntó.
-No. No creo,…..seguro que no, tiene más de un año. – respondí
-¿Por qué no me deja que confirme cual es la falla. Creo que es sencilla y en la concesionaria los van a “matar” con lo que cobran?-
-Gracias, pero hoy a la tarde lo necesito, tengo que salir si o si.-
-No hay problema, venga a última hora, le damos una mirada. No es prudente seguir usándolo más tiempo-
-Creo que sólo puedo volver cerca, o pasadas, las seis.-
-Cero dramas. La espero. Entre vecinos tenemos que darnos una mano. –
De regreso a mi casa tuve la clara percepción de que si iba al taller a la tarde avanzada estaría, por primera vez a solas con Horacio y a reparo de miradas y oídos indiscretos. Él, seguramente, volvería a la carga. La perspectiva causó turbación en mi cabeza y ardor –y, al rato, humedad- en mi entrepiernas.
Al prepararme para salir me sorprendí dudando más sobre que ropa interior elegir que sobre los ítems importantes para una imagen cuidada: peinado, maquillaje, ropa exterior, zapatos, perfume. Me decidí por la que considero la más sensual que tengo: corpiño negro diminuto, bombachita también negra de encaje que es el mejor último obstáculo que reservo para quien va disfrutar de mi entrega total en los casos de atrevimientos, de pasiones, de amores furtivos.
No estaba errada. Al llegar a eso de las seis y veinte de la tarde, en el taller no se encontraba ninguno de los empleados/ayudantes, sólo Horacio.
Me hizo señas que entrara el coche y, ni bien lo hice, mientras la cortina metálica del portón, descendía lentamente, se acercó y abrió la puerta de mi lado. Estaba impecable (se había bañado, cambiado la ropa y perfumado) con pantalón de jeans y polera ajustados, para resaltar cada curva y prominencia de su anatomía ante mis ojos.
-¿Cerró el taller? ¿Tengo que dejar el auto? Creí que no iba a ser para tanto tiempo. - le dije al bajar y dirigir mis labios a su mejilla, a modo de saludo como de costumbre.
-No, tenés que dejar que te bese y dejarte llevar. Veremos cuanto tiempo necesitamos…- él llevó los suyos a mis labios, fue un beso fugaz, tierno. Con una mirada de deseo dibujada en sus pupilas, me tomó, con una mano, de la cintura y juntó mi cuerpo con el suyo.
Me tomó por sorpresa. Venía preparada para sugerencias o, a lo sumo, propuestas indecentes, no a un ataque directo, frontal sin rodeo o digresión antes de entrar en materia.
Cuando me rehíce de lo imprevisto tenía su otra mano justo al final de mi vestido, por sobre la rodilla pero no lo bastante para que sea de mal gusto, vulgar.
-¿Qué hace?.....¿Qué hacés? Soltame – dije mientras hacía el ademán de separarme. Su mano en la cintura me lo impidió. Mi reacción se agotó en ese amague.
El segundo beso ya no fue tierno, fue intenso, prepotente, como para que yo no dudase de quien tenía el control. Siguió explorando mis muslos, fue liberando mi excitación con sus caricias:
-¡Uhiiiii!!! ¿Qué tenemos aquí, Nena? – Había avanzado raudamente hasta manosear mi concha, sin llegar a apartar la bombacha.
En lugar de quejarme y reanudar la protesta, solté un fuerte y prolongado suspiro acompañado por un sonoro gemido, expresión oral del gusto que me daba el toqueteo indecente.
Terminó de levantar mi vestido, con las dos manos en mis nalgas me levantó y depositó con mi culo sobre el capot de un auto y mis piernas abiertas a más no poder. Ahora soy yo que lo beso apasionadamente. Disfruto de sus labios, de su lengua. Sus manos juegan con mis pezones por sobre el vestido, su manoseo, su calor, avivan más aún mi deseo.
Me baja los breteles del vestido. Ahora juega con la lengua, en mis pezones, mientras las manos exploran entre mis muslos. Para corresponder, en parte, la atención, manoteo la protuberancia de su pantalón.
-¿Estuviste alguna vez en el asiento trasero de una Chevrolet Blazer?- me susurró al oído.
Negué con la cabeza.
-Vamos, el espacio interior es “de locos”, la comodidad está garantizada. –
Volvió a levantarme por mis nalgas y, en andas, me depositó al costado de una camioneta gris imponente, abrió la puerta posterior, me quitó el vestido, se desembarazó de sus prendas (se quedó sólo con el slip) Me dio unos instantes para que reconozca su cuerpo con la mirada: antebrazos, brazos, pectorales, muslos y el bulto entre sus piernas, que evidenciaba su verga pronta para lo que era inminente y deseado.
Me colocó, de espaldas, sobre el tapizado de cuero de la butaca posterior, me despojó de mi última prenda de encaje y se ubicó de rodillas entre mis piernas. Sentí dos dedos intrusos, dentro de mí, explorando suavemente, cada milímetro, cada poro de mi piel interior, el pulgar rozando mi clítoris e incendiando mi sangre y mi cabeza:
-Cogeme…..por favor cogeme ya…..quiero sentirte adentro….- le rogué, casi a los gritos.
No se lo hizo repetir. La cabeza de la verga, rozó los labios de mi cueva, el contacto hizo que mi deseo “se vaya a las nubes”, lo debe haber visto dibujado en mis pupilas: entró de una sola vez y comenzó un entra y sale autoritario y delicioso. Mis piernas se enroscaron alrededor de su cintura, como queriendo engrosar la fuerza que hacía al penetrarme, para sentirlo hasta en lo más profundo de mis entrañas, como para no dejarlo escapar.
Empezamos, entre besos, a gemir, a suspirar, a bufar, a gritarnos, el uno al otro el placer que nos dábamos.
Cogimos al límite, desaforados, hasta que estalló su placer dentro de mí. Con mis manos aferradas a su espalda, me abandoné al, vaya a saber que número de orgasmo, de esa tarde noche, sólo puedo asegurar que fue el último.
Nos besamos esperando que el ritmo de las respiraciones y los latidos de los corazones descendiesen, de 1000 por minuto, al de calma. Sólo ahí retiró su miembro encogido y bañado por mi humor acuoso, se bajó del asiento, para vestirse.
Fue mi turno de erguirme, recuperar mis prendas y recomponerme.
-¡Que barbaridad! No sé qué me pasó contigo. – mentí. Era sencillo: me calenté de a poco con sus lances en los encuentros precedentes y ni bien estuve a solas con él, me abandoné a la “calentura”.
-¡Estuvo glorioso!!! Confío que se repita. –
-No te hagas ilusiones. Todo muy lindo pero ¿y la falla del coche?-
Amagó cerrar la puerta de la camioneta, giró la cabeza hacia mí y:
-¡De no creer el delicioso olor a hembra y el enchastre que dejaste en el asiento!
-¿Podes ser menos guarango?-
-Vení a ver.-
Fui y, sí, en el cuero se veía el charco de jugos vaginales – mezclados con semen - en el lugar que había estado apoyado mi culo.
Me ruboricé a pesar de que no esta relación tramposa era una más de las varias que tenía en mi haber.
Horacio se rió y, en son de burla, agregó:
-Decile a tu marido que yo te ofrecí solucionar el problema del motor a buen precio, convencelo que me lo traiga así, aun cobrándole barato, le incluyo en la factura el costo del lavado y limpieza de tapizado de la Blazer.-
Nos reímos los dos por la ocurrencia.
Nos besamos, yo subí a mi Citroën, él fue a accionar el mecanismo que levanta la cortina metálica.
Volví a mi casa. Mi perra Laika (setter irlandés), me ladró y se quedó mirándome fijo, pero moviendo más lentamente que de costumbre, la cola. Se me ocurrió que había olfateado el olor a sexo de hombre de furra de casa y me estaba censurando por mi comportamiento.
-Tenés razón, mi amor, aún me arde la cachucha, pero no te das una idea de lo buena que estuvo la movida.-
Mientras le servía su ración de alimento balanceado, le acaricié la cabeza y le susurré:
-Qué lástima que Horacio no tiene un “perruco”, la próxima vez te hubiese llevado conmigo.-
8 comentarios - El vecino mecánico.
Van los puntos