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Se me declaró la amiga de mi hija
La elección de la amiga de mi hija
Trío prohibido
(los nombres, oficios, y demás posibles datos de carácter personal han sido modificados para proteger la identidad de los implicados, empezando por yo mismo)
Después de aquel trío la situación en casa era… tensa. Lo que había ocurrido había trastocado la paz, la tranquilidad, y la naturalidad con la que había intentado forjar mi mundo.
Clara y yo apenas hablamos los días siguientes. Había vuelto a salir de casa, a socializar, pero no nos animabamos a cruzar muchas palabras seguidas. No me contaba las cosas, y con razón. No era natural lo que habíamos hecho.
Sonia se había distanciado un poco de mi. Emocionalmente. Seguía quedándose a dormir (y a follar), pero igualmente, hablábamos tan poco que parecía que teníamos una relación basada en el sexo. Yo por mi parte, me daba asco a mi mismo.
Estaba yo un sábado pasando calor en el salón, así que me dirigí al jardín. No era nada del otro mundo, pero me gustaba como lo tenía. Unos árboles daban sombra, y una piscina desmontable en medio. Aunque había comprado tumbonas, tenía el césped y el suelo bien cuidado para poder tumbarme sin hacerme daño en la espalda. Así que salí en bañador, con una toalla, la eché en el suelo a la sombra, y cerré los ojos.
Creo que no llegué a dormirme, y en unos minutos abrí los ojos. Me fijé en las tumbonas. Clara y Sonia estaban allí, tomando el sol. Espero que se hayan puesto crema, pensé, protector. Fui a cerrar los ojos de nuevo, pero no pude. Me había fijado en un detalle.
“¡Clara!”, dije, enfadado. Me puse en pie. Mi hija me miró con miedo. “¿Se puede saber qué haces?”
“T-tomando el sol”.
“¿Desnuda?”, pregunté entre dientes, intentando no levantar la voz.
“Si, bueno, es que… no quiero que se me quede la marca”, me dijo, apenada. “Tú también podrías quedarte así… total, ya… nos hemos visto”.
“No me lo recuerdes. Por favor, cuando estés delante de mi, te tapas.”
“Oye”, dijo Sonia, también desnuda, con indignación. “La culpa de aquello fue mía. Y Clara tiene todo el derecho a ir desnuda si le da la gana.”
La miré furioso. Pero tenía razón. Mis principios tolerantes se estaban desmoronando. Debía dejar que mi hija se expresara con normalidad. Tenía que controlarme. Pero me vi incapaz, y me largué de allí, hacia mi cuarto. Intenté relajarme, pero la imagen de mi hija desnuda me hacía recordar aquella tarde-noche.
No salí en toda la tarde. Oí llamar a la puerta, pero no dije nada. Se abrió igualmente. Era Sonia. Se había vestido.
“Yo me voy a ir a dormir a casa hoy. Siento haberte hablado así antes, pero… no te reconocía. Tú eras más comprensivo”.
“Me cuesta, después de lo que hicimos”.
“Lo sé. Y admito mi culpa. Pero tienes que hablar con Clara y dejar las cosas tranquilas. Es tu hija, y soy la segunda persona que mejor sabe lo mucho que te quiere”.
“¿La segunda?”
“La primera persona en saberlo deberías ser tú”, me dijo, y me besó suavemente en los labios. “Habla con ella hoy. Sé que quieres hacerlo. Y ella también quiere hablar”.
Se fue, y me dejó dándole vueltas a la cabeza. Tenía razón. Pero ¿cómo podía sincerarme? Iba a ser difícil. Miré la hora. Mejor si bajaba a cenar. Confié en que al menos se hubiera puesto algo de ropa. Yo me puse una camiseta de tirantes, y bajé al comedor.
Efectivamente, se había tapado. Bueno, más o menos. Solamente el bikini, y una toalla por encima de la cintura. Pero eso era mejor que nada, y si no la veía desnuda, me quedaba tranquilo. Le ofrecí que cenáramos con calma, y que luego hablásemos. Aceptó. Calenté una pizza en el horno, y nos sentamos a cenar.
“Clara”, dije, una vez habíamos terminado, “lo que pasó el otro día… estuvo mal. Nos dejamos llevar por una idea loca, pero no podemos permitir que eso nos influya…”.
“¿Nos? ¿Cómo que “nos”?”, dijo Clara, que parecía herida por mis palabras. “Eres tú el que apenas me ha dirigido la palabra estos días. Yo quería decirte que todo estaba bien, que no pasaba nada, que voy a seguir siendo tu niña, pero estando tan serio y tajante…”
“... ¿En serio?”
“Por supuesto. Sigues siendo mi padre. Pero hoy me ha dado miedo verte así, tan enfadado. Nunca me has puesto la mano encima, y sin embargo, parecía que me ibas a golpe…”
“No digas eso. Ni de broma. Por favor”, me acerqué a ella y la rodeé con los brazos. “Nunca lo he hecho y nunca lo haré”.
“Pues dime por qué te has puesto así hoy. Por favor”.
Noté que dos lágrimas recorrían mis mejillas. Iba a tener que confesarme. Y lo peor era que aquello podría suponer que mi hija abandonara mi casa para no volver.
“Porque lo disfruté. Me siento como una mierda desde aquel día porque lo disfruté y no debí hacerlo. Porque aquello estuvo mal, sentí que te estaba utilizando, y quería que me detuvieras…”
“¿Sabes por qué no te detuve? Porque te conozco. Sabía que te ibas a portar bien. Que lo iba a disfrutar. Y tenía que sentirme deseada por alguien como tú aquel día”.
Sollocé un poco más.
“Pero no ha sido sólo eso. Clara, llevo desde ese día pensando en ti. En tu cuerpo. En repetirlo. Hoy, cuando te he visto desnuda, no he podido evitar irme… y he tenido que ir al baño para…”, me callé. No podía decirlo en voz alta. Me había masturbado pensando en ella.
“Ya veo… así que Sonia tenía razón”, dijo Clara, con su voz dulce. “Ella lo adivinó, aunque me sorprende que así sea”.
“Soy un cerdo. Por favor, perdóname. Odiame, insultame, pero no quiero que te vayas, por favor.”
“¿Por qué iba a irme? Ya te he dicho que estaba todo bien”.
Y no fui consciente en ese momento de que los labios de Clara estaban contra los míos hasta que sentí su lengua entrando en mi boca. Intenté resistirme, pero no podía usar mi fuerza para ello. Lo caliente del momento impedía mi resistencia.
“Yo también lo disfruté, papá. Y si sentiste que me habías utilizado, hoy voy a ser yo quien te utilice. ¿Te quedarías más tranquilo?”, me preguntó, mientras se subía a horcajadas sobre mí.
“Clara, por favor… esto está mal”.
“Sonia me dijo que podía por esta vez. Y creo que es lo que necesitas para tranquilizarte. Además, me encantaría pasarlo bien otra vez. Contigo.”
Y me volvió a besar. No pude detenerla. Mis manos fueron a sus caderas, disfrutando del delicado tacto del cuerpo de mi hija. Tan suave… la toalla había desaparecido, así que metí las manos bajo el tanga de su bikini, alcanzando su firme culo. Me gustaba el tacto.
Ella sonrió. Se llevó una mano a la nuca, y desató su bikini. La prenda cayó, y me quedé embobado. Sus pechos. Qué hermosura. No sabía si podía tocar. Pero me animé. Qué tacto. Qué suaves. Qué firmes. Aquellas tetas me estaban encantando. Mi hija gimió cuando probé a apretar suavemente su rosado pezón. La atraje hacia mi, y empecé a deleitarme con el sabor de su piel. Me sorprendió que mi voz interior no me ordenase detenerme en aquel momento. ¿Por qué? No lo entendí, mientras mi lengua recorría aquellos pechos.
Pero Clara había decidido estar juguetona. Retrocedió un poco hasta que quedó en el sofá, y me quitó la camiseta. Sentí sus manos recorriendo todo mi torso, y luego se detuvieron en mi bañador. Me dio un poco de vergüenza, pues yo ya estaba empalmado, y como me viera así… aunque no fuera la primera vez.
Me dejó completamente desnudo. Mi polla erecta apuntaba hacia ella. Me la miró sonriendo, traviesa. Pensé que se quedaría ahí la cosa, y ya habíamos sido lo bastante traviesos como para que así fuera. Pero no. Empezó a acariciarmela, con mucho cuidado. Casi diría con mimo. Acarició mis testículos con el pulgar, y sonrió al ver cómo me tensaba. La verdad, era muy agradable.
Posó la lengua en la base de mi pene, y lo lamió hacia arriba. Una calidez me atrapó cuando su lengua tocó mi glande. Aquella sensación era maravillosa. Tuve que mirarla, y mis ojos se encontraron con los suyos. Me sonrió sin sacarse mi pene de la boca. Aquella imagen me despertó una extraña mezcla de ternura y deseo. Acaricié su cabeza mientras distribuía besos por mi polla, antes de engullirla de nuevo.
El tabú de la situación me ponía más cachondo. Me la quería volver a follar. El calor de su lengua jugando con mi pene no hacía sino aumentar el deseo. Me tentó la idea de sujetarle la cabeza cuando me fuera a correr, pero me contuve. Aquello no estaría bien… y de todas formas no me hizo falta.
“Me voy a correr, Clara”, avisé, en un tono de voz muy agudo.
Y no se detuvo. Eyaculé como un bendito. Tuve que soltar una buena carga de semen en su boquita, pues no se me escapó que se le escurría un poco de mi blanca sustancia por entre sus labios, mientras que mi segundo “disparo” acabó sobre su cara. Y ella sola se ocupó de limpiarse para mi deleite, provocando que mi erección se recuperase rápidamente.
Se subió sobre mi, y se quedó un rato abrazada. Me pregunté si acaso querría parar. Por un lado debía ser lo correcto. Por el otro, tampoco me gustaría haber eyaculado y dejarla a medias. Mi pene estaba en peligroso contacto con su coño, y en cualquier momento podría resbalarse dentro de ella.
“Sigamos… por favor… estoy muy cachonda”.
“¿Aunque esto esté mal?”
“Tú me lo enseñaste. Si es consentido y puedes hacerlo, hazlo. Y por supuesto que quiero hacerlo”.
“Como quieras”.
Pero no se la metí. Aguanté un poco más mis ganas, aunque sus palabras estuvieron a punto de hacerme perder la razón. La empujé hacia atrás con suavidad, y cayó sobre la cama con las piernas abiertas. Me zambullí entre ellas, y muy pronto tenía su coñito enfrente mía. No podía pensar de otra forma, era hermoso. Separé sus labios vaginales con mimo, y empecé a lamerlo.
Mi hija gritaba como una actriz porno mientras me comía su sexo. Su sabor era… indescriptible. Pero delicioso. Y por supuesto, verla retorcerse de placer gracias a mi era mejor todavía. Me pregunté si acaso sus simples actos (gemidos, movimientos…) lograrían que me corriese sin necesidad de tocarme.
Pero no lo pude comprobar, pues no tardó en tener su orgasmo. Noté que su cuerpo se contraía, y que unos jugos más abundantes tocaban mis labios. Mi hija era squirter. Poco me importó y continué jugando con mi lengua un poco más, despacio, hasta que se estabilizó de nuevo.
“Muchas gracias”, me dijo tiernamente, subida de nuevo sobre mi. Mi erección estaba perfectamente alineada con su coño, y en cualquier momento podríamos tener un disgusto si no nos protegíamos. Y en ese momento me acordé. La noche debía parar ahí.
“Clara, no podemos continuar”. Me miró con una expresión de verdadero disgusto. “Se me han terminado los condones… no puedo arriesgarme a que te quedes embarazada”.
“Qué susto me has dado… eso no va a ser un problema”.
Fuimos hasta su dormitorio, donde ella guardaba su propio arsenal de profilácticos. Me lo puso mientras sus labios se entretenían con los míos, en un beso tan inocente que parecía mentira que realmente estuvieramos haciendo algo tan prohibido. Noté sus expertas manos cubriendo mi polla con la goma, y jugueteó un poco con mis testículos.
Se volvió a tender en la cama para recibirme. Me quería. Nos miramos a los ojos, y a continuación miramos ambos hacia abajo, para contemplar el momento en que mi polla se abría paso dentro de ella. Pude sentir que sus paredes vaginales se separaban al paso de mi erección. No pude retratarlo, pero aquella imagen vivirá eternamente en mi cabeza.
Empecé a penetrarla. Intenté no darme demasiada prisa. Quería disfrutarlo de verdad, a pesar de que mi cuerpo me exigía a gritos volverme loco y follármela salvajemente de lo cachondo que estaba. Pero me contuve. Así estaba mejor. Perfectamente complacidos mientras se la metía y se la sacaba, acompañados de gemidos, jadeos, y susurros pidiéndome más. Se aferró a mi y volvió a besarme cuando llegamos juntos al orgasmo.
Me quité el condón y lo aparté. Estaba satisfecho. Habíamos podido cumplir la fantasía prohibida…
Y su mano empezó a pajearme de nuevo. No pude ni quise detenerla. En cuanto volví a tenerla erecta, me puso un segundo condón. Esta vez le apetecía quedar encima. Sensualmente se me subió a horcajadas y se aseguró de que mi pene quedaba bien dentro de ella. Empezó a cabalgarme, permitiéndome ver como sus bonitas tetas subían y bajaban al tiempo que ella. Tan firmes… tan niña buena que me parecía. Y ahí la tenía, llevandome a otro orgasmo. Estaba tan excitado que me deshice al correrme nuevamente. Ella sonrió, completamente satisfecha por el efecto logrado.
“Te voy a confiar un secreto… nunca lo he hecho por detrás”, me susurró al oído.
Unos momentos después, mis dedos humedecidos por saliva estaban dilatando su delicado culito. Resbalaban suavemente dentro de ella. Estaba bocarriba, separando las piernas, con la cabeza apoyada sobre las mías. Hubiera jurado que se estaba planteando chupármela de nuevo, pero logré contenerla hasta el momento en que estuvo lista. Se puso al estilo perrito, totalmente ofrecida. Apoyé mi erección en su ano, y muy lentamente, se la introduje.
La escuché gemir, y me detuve. Muy poco a poco seguí, deteniéndome cuando me lo pedía, hasta que estuve por completo dentro de su culo. Me moví con extrema lentitud, y parecía que empezaba a gustarle. Estuvimos por un largo rato disfrutando la experiencia. No me podía creer que le hubiera tomado su virginidad anal. Me corrí nuevamente dentro de ella, y en ese momento caímos en que esa vez no me había puesto preservativo. Hilillos de mi esperma resbalaban por entre sus piernas, emanando de su culo.
“Sabes que después de lo de hoy no podremos volver a hacer esto, ¿verdad?”, le dije.
“Lo sé. Por eso quería asegurarme de no quedarme con ganas de nada. Creo que te pediría salir si no fueras mi padre”, su respuesta me hizo enrojecer. “Por cierto… ya que no podremos hacer esto nunca más… y que mañana me van a caducar cinco condones… sería una pena que se desperdiciaran”.
Tuve que negarme. Ya habíamos hecho demasiado.
Pero finalmente logramos usarlos todos antes de que fueran inutilizables.
...¿Continuará?
Se me declaró la amiga de mi hija
La elección de la amiga de mi hija
Trío prohibido
(los nombres, oficios, y demás posibles datos de carácter personal han sido modificados para proteger la identidad de los implicados, empezando por yo mismo)
Después de aquel trío la situación en casa era… tensa. Lo que había ocurrido había trastocado la paz, la tranquilidad, y la naturalidad con la que había intentado forjar mi mundo.
Clara y yo apenas hablamos los días siguientes. Había vuelto a salir de casa, a socializar, pero no nos animabamos a cruzar muchas palabras seguidas. No me contaba las cosas, y con razón. No era natural lo que habíamos hecho.
Sonia se había distanciado un poco de mi. Emocionalmente. Seguía quedándose a dormir (y a follar), pero igualmente, hablábamos tan poco que parecía que teníamos una relación basada en el sexo. Yo por mi parte, me daba asco a mi mismo.
Estaba yo un sábado pasando calor en el salón, así que me dirigí al jardín. No era nada del otro mundo, pero me gustaba como lo tenía. Unos árboles daban sombra, y una piscina desmontable en medio. Aunque había comprado tumbonas, tenía el césped y el suelo bien cuidado para poder tumbarme sin hacerme daño en la espalda. Así que salí en bañador, con una toalla, la eché en el suelo a la sombra, y cerré los ojos.
Creo que no llegué a dormirme, y en unos minutos abrí los ojos. Me fijé en las tumbonas. Clara y Sonia estaban allí, tomando el sol. Espero que se hayan puesto crema, pensé, protector. Fui a cerrar los ojos de nuevo, pero no pude. Me había fijado en un detalle.
“¡Clara!”, dije, enfadado. Me puse en pie. Mi hija me miró con miedo. “¿Se puede saber qué haces?”
“T-tomando el sol”.
“¿Desnuda?”, pregunté entre dientes, intentando no levantar la voz.
“Si, bueno, es que… no quiero que se me quede la marca”, me dijo, apenada. “Tú también podrías quedarte así… total, ya… nos hemos visto”.
“No me lo recuerdes. Por favor, cuando estés delante de mi, te tapas.”
“Oye”, dijo Sonia, también desnuda, con indignación. “La culpa de aquello fue mía. Y Clara tiene todo el derecho a ir desnuda si le da la gana.”
La miré furioso. Pero tenía razón. Mis principios tolerantes se estaban desmoronando. Debía dejar que mi hija se expresara con normalidad. Tenía que controlarme. Pero me vi incapaz, y me largué de allí, hacia mi cuarto. Intenté relajarme, pero la imagen de mi hija desnuda me hacía recordar aquella tarde-noche.
No salí en toda la tarde. Oí llamar a la puerta, pero no dije nada. Se abrió igualmente. Era Sonia. Se había vestido.
“Yo me voy a ir a dormir a casa hoy. Siento haberte hablado así antes, pero… no te reconocía. Tú eras más comprensivo”.
“Me cuesta, después de lo que hicimos”.
“Lo sé. Y admito mi culpa. Pero tienes que hablar con Clara y dejar las cosas tranquilas. Es tu hija, y soy la segunda persona que mejor sabe lo mucho que te quiere”.
“¿La segunda?”
“La primera persona en saberlo deberías ser tú”, me dijo, y me besó suavemente en los labios. “Habla con ella hoy. Sé que quieres hacerlo. Y ella también quiere hablar”.
Se fue, y me dejó dándole vueltas a la cabeza. Tenía razón. Pero ¿cómo podía sincerarme? Iba a ser difícil. Miré la hora. Mejor si bajaba a cenar. Confié en que al menos se hubiera puesto algo de ropa. Yo me puse una camiseta de tirantes, y bajé al comedor.
Efectivamente, se había tapado. Bueno, más o menos. Solamente el bikini, y una toalla por encima de la cintura. Pero eso era mejor que nada, y si no la veía desnuda, me quedaba tranquilo. Le ofrecí que cenáramos con calma, y que luego hablásemos. Aceptó. Calenté una pizza en el horno, y nos sentamos a cenar.
“Clara”, dije, una vez habíamos terminado, “lo que pasó el otro día… estuvo mal. Nos dejamos llevar por una idea loca, pero no podemos permitir que eso nos influya…”.
“¿Nos? ¿Cómo que “nos”?”, dijo Clara, que parecía herida por mis palabras. “Eres tú el que apenas me ha dirigido la palabra estos días. Yo quería decirte que todo estaba bien, que no pasaba nada, que voy a seguir siendo tu niña, pero estando tan serio y tajante…”
“... ¿En serio?”
“Por supuesto. Sigues siendo mi padre. Pero hoy me ha dado miedo verte así, tan enfadado. Nunca me has puesto la mano encima, y sin embargo, parecía que me ibas a golpe…”
“No digas eso. Ni de broma. Por favor”, me acerqué a ella y la rodeé con los brazos. “Nunca lo he hecho y nunca lo haré”.
“Pues dime por qué te has puesto así hoy. Por favor”.
Noté que dos lágrimas recorrían mis mejillas. Iba a tener que confesarme. Y lo peor era que aquello podría suponer que mi hija abandonara mi casa para no volver.
“Porque lo disfruté. Me siento como una mierda desde aquel día porque lo disfruté y no debí hacerlo. Porque aquello estuvo mal, sentí que te estaba utilizando, y quería que me detuvieras…”
“¿Sabes por qué no te detuve? Porque te conozco. Sabía que te ibas a portar bien. Que lo iba a disfrutar. Y tenía que sentirme deseada por alguien como tú aquel día”.
Sollocé un poco más.
“Pero no ha sido sólo eso. Clara, llevo desde ese día pensando en ti. En tu cuerpo. En repetirlo. Hoy, cuando te he visto desnuda, no he podido evitar irme… y he tenido que ir al baño para…”, me callé. No podía decirlo en voz alta. Me había masturbado pensando en ella.
“Ya veo… así que Sonia tenía razón”, dijo Clara, con su voz dulce. “Ella lo adivinó, aunque me sorprende que así sea”.
“Soy un cerdo. Por favor, perdóname. Odiame, insultame, pero no quiero que te vayas, por favor.”
“¿Por qué iba a irme? Ya te he dicho que estaba todo bien”.
Y no fui consciente en ese momento de que los labios de Clara estaban contra los míos hasta que sentí su lengua entrando en mi boca. Intenté resistirme, pero no podía usar mi fuerza para ello. Lo caliente del momento impedía mi resistencia.
“Yo también lo disfruté, papá. Y si sentiste que me habías utilizado, hoy voy a ser yo quien te utilice. ¿Te quedarías más tranquilo?”, me preguntó, mientras se subía a horcajadas sobre mí.
“Clara, por favor… esto está mal”.
“Sonia me dijo que podía por esta vez. Y creo que es lo que necesitas para tranquilizarte. Además, me encantaría pasarlo bien otra vez. Contigo.”
Y me volvió a besar. No pude detenerla. Mis manos fueron a sus caderas, disfrutando del delicado tacto del cuerpo de mi hija. Tan suave… la toalla había desaparecido, así que metí las manos bajo el tanga de su bikini, alcanzando su firme culo. Me gustaba el tacto.
Ella sonrió. Se llevó una mano a la nuca, y desató su bikini. La prenda cayó, y me quedé embobado. Sus pechos. Qué hermosura. No sabía si podía tocar. Pero me animé. Qué tacto. Qué suaves. Qué firmes. Aquellas tetas me estaban encantando. Mi hija gimió cuando probé a apretar suavemente su rosado pezón. La atraje hacia mi, y empecé a deleitarme con el sabor de su piel. Me sorprendió que mi voz interior no me ordenase detenerme en aquel momento. ¿Por qué? No lo entendí, mientras mi lengua recorría aquellos pechos.
Pero Clara había decidido estar juguetona. Retrocedió un poco hasta que quedó en el sofá, y me quitó la camiseta. Sentí sus manos recorriendo todo mi torso, y luego se detuvieron en mi bañador. Me dio un poco de vergüenza, pues yo ya estaba empalmado, y como me viera así… aunque no fuera la primera vez.
Me dejó completamente desnudo. Mi polla erecta apuntaba hacia ella. Me la miró sonriendo, traviesa. Pensé que se quedaría ahí la cosa, y ya habíamos sido lo bastante traviesos como para que así fuera. Pero no. Empezó a acariciarmela, con mucho cuidado. Casi diría con mimo. Acarició mis testículos con el pulgar, y sonrió al ver cómo me tensaba. La verdad, era muy agradable.
Posó la lengua en la base de mi pene, y lo lamió hacia arriba. Una calidez me atrapó cuando su lengua tocó mi glande. Aquella sensación era maravillosa. Tuve que mirarla, y mis ojos se encontraron con los suyos. Me sonrió sin sacarse mi pene de la boca. Aquella imagen me despertó una extraña mezcla de ternura y deseo. Acaricié su cabeza mientras distribuía besos por mi polla, antes de engullirla de nuevo.
El tabú de la situación me ponía más cachondo. Me la quería volver a follar. El calor de su lengua jugando con mi pene no hacía sino aumentar el deseo. Me tentó la idea de sujetarle la cabeza cuando me fuera a correr, pero me contuve. Aquello no estaría bien… y de todas formas no me hizo falta.
“Me voy a correr, Clara”, avisé, en un tono de voz muy agudo.
Y no se detuvo. Eyaculé como un bendito. Tuve que soltar una buena carga de semen en su boquita, pues no se me escapó que se le escurría un poco de mi blanca sustancia por entre sus labios, mientras que mi segundo “disparo” acabó sobre su cara. Y ella sola se ocupó de limpiarse para mi deleite, provocando que mi erección se recuperase rápidamente.
Se subió sobre mi, y se quedó un rato abrazada. Me pregunté si acaso querría parar. Por un lado debía ser lo correcto. Por el otro, tampoco me gustaría haber eyaculado y dejarla a medias. Mi pene estaba en peligroso contacto con su coño, y en cualquier momento podría resbalarse dentro de ella.
“Sigamos… por favor… estoy muy cachonda”.
“¿Aunque esto esté mal?”
“Tú me lo enseñaste. Si es consentido y puedes hacerlo, hazlo. Y por supuesto que quiero hacerlo”.
“Como quieras”.
Pero no se la metí. Aguanté un poco más mis ganas, aunque sus palabras estuvieron a punto de hacerme perder la razón. La empujé hacia atrás con suavidad, y cayó sobre la cama con las piernas abiertas. Me zambullí entre ellas, y muy pronto tenía su coñito enfrente mía. No podía pensar de otra forma, era hermoso. Separé sus labios vaginales con mimo, y empecé a lamerlo.
Mi hija gritaba como una actriz porno mientras me comía su sexo. Su sabor era… indescriptible. Pero delicioso. Y por supuesto, verla retorcerse de placer gracias a mi era mejor todavía. Me pregunté si acaso sus simples actos (gemidos, movimientos…) lograrían que me corriese sin necesidad de tocarme.
Pero no lo pude comprobar, pues no tardó en tener su orgasmo. Noté que su cuerpo se contraía, y que unos jugos más abundantes tocaban mis labios. Mi hija era squirter. Poco me importó y continué jugando con mi lengua un poco más, despacio, hasta que se estabilizó de nuevo.
“Muchas gracias”, me dijo tiernamente, subida de nuevo sobre mi. Mi erección estaba perfectamente alineada con su coño, y en cualquier momento podríamos tener un disgusto si no nos protegíamos. Y en ese momento me acordé. La noche debía parar ahí.
“Clara, no podemos continuar”. Me miró con una expresión de verdadero disgusto. “Se me han terminado los condones… no puedo arriesgarme a que te quedes embarazada”.
“Qué susto me has dado… eso no va a ser un problema”.
Fuimos hasta su dormitorio, donde ella guardaba su propio arsenal de profilácticos. Me lo puso mientras sus labios se entretenían con los míos, en un beso tan inocente que parecía mentira que realmente estuvieramos haciendo algo tan prohibido. Noté sus expertas manos cubriendo mi polla con la goma, y jugueteó un poco con mis testículos.
Se volvió a tender en la cama para recibirme. Me quería. Nos miramos a los ojos, y a continuación miramos ambos hacia abajo, para contemplar el momento en que mi polla se abría paso dentro de ella. Pude sentir que sus paredes vaginales se separaban al paso de mi erección. No pude retratarlo, pero aquella imagen vivirá eternamente en mi cabeza.
Empecé a penetrarla. Intenté no darme demasiada prisa. Quería disfrutarlo de verdad, a pesar de que mi cuerpo me exigía a gritos volverme loco y follármela salvajemente de lo cachondo que estaba. Pero me contuve. Así estaba mejor. Perfectamente complacidos mientras se la metía y se la sacaba, acompañados de gemidos, jadeos, y susurros pidiéndome más. Se aferró a mi y volvió a besarme cuando llegamos juntos al orgasmo.
Me quité el condón y lo aparté. Estaba satisfecho. Habíamos podido cumplir la fantasía prohibida…
Y su mano empezó a pajearme de nuevo. No pude ni quise detenerla. En cuanto volví a tenerla erecta, me puso un segundo condón. Esta vez le apetecía quedar encima. Sensualmente se me subió a horcajadas y se aseguró de que mi pene quedaba bien dentro de ella. Empezó a cabalgarme, permitiéndome ver como sus bonitas tetas subían y bajaban al tiempo que ella. Tan firmes… tan niña buena que me parecía. Y ahí la tenía, llevandome a otro orgasmo. Estaba tan excitado que me deshice al correrme nuevamente. Ella sonrió, completamente satisfecha por el efecto logrado.
“Te voy a confiar un secreto… nunca lo he hecho por detrás”, me susurró al oído.
Unos momentos después, mis dedos humedecidos por saliva estaban dilatando su delicado culito. Resbalaban suavemente dentro de ella. Estaba bocarriba, separando las piernas, con la cabeza apoyada sobre las mías. Hubiera jurado que se estaba planteando chupármela de nuevo, pero logré contenerla hasta el momento en que estuvo lista. Se puso al estilo perrito, totalmente ofrecida. Apoyé mi erección en su ano, y muy lentamente, se la introduje.
La escuché gemir, y me detuve. Muy poco a poco seguí, deteniéndome cuando me lo pedía, hasta que estuve por completo dentro de su culo. Me moví con extrema lentitud, y parecía que empezaba a gustarle. Estuvimos por un largo rato disfrutando la experiencia. No me podía creer que le hubiera tomado su virginidad anal. Me corrí nuevamente dentro de ella, y en ese momento caímos en que esa vez no me había puesto preservativo. Hilillos de mi esperma resbalaban por entre sus piernas, emanando de su culo.
“Sabes que después de lo de hoy no podremos volver a hacer esto, ¿verdad?”, le dije.
“Lo sé. Por eso quería asegurarme de no quedarme con ganas de nada. Creo que te pediría salir si no fueras mi padre”, su respuesta me hizo enrojecer. “Por cierto… ya que no podremos hacer esto nunca más… y que mañana me van a caducar cinco condones… sería una pena que se desperdiciaran”.
Tuve que negarme. Ya habíamos hecho demasiado.
Pero finalmente logramos usarlos todos antes de que fueran inutilizables.
...¿Continuará?
3 comentarios - Reconciliación tabú
La pregunta de que si va a continuar....? es para nosotros los lectores...? jeje!! si es asi...Siiii....!! que continúe...ja! saludos.