Pensamos en pasar unos dìas en familia por las sierras de Còrdoba. Generalmente nos gusta viajar fuera de temporada, esa tendencia a la soledad que nos caracteriza. Los nenes se divierten entre la naturaleza y nosotros hacemos que descansamos en medio del trabajo enorme que significa salir de vacaciones para una pareja de 35 con dos chicos de menos de cinco años.
El sexo era un lindo recuerdo en esa época. Cambios de pañal, escolarización del otro niño. Trabajo a destajo en nuestras propias tareas, con lo que el lecho conyugal conservaba solo su función de sueño en esos días.
Conseguimos una cabaña en un pueblito alejado del mundo. Ya dije que viajamos fuera de temporada, con lo que tenìamos la sensación de ser los únicos habitantes del lugar ese fin de semana.
Ni bien llegamos fuimos a ver el pintoresco arroyito. Pasamos la tarde corriendo y tirando piedras al agua. Al anochecer conseguimos una linda tira de asado e hicimos una buena carne a la parrilla regada con un rico vinito que traía en la mochila. Esos gustos que uno se da a en medio de llantos, gritos, peleas, pañales, juegos, risas de niños y grandes y esas pequeñas delicias de la vida conyugal.
A eso de las diez estaban los dos pequeños dormidos como marmotas.
Destrozados del cansancio, con ojeras prominentes y los mùsculos fatigados nos sentamos en el sillòn a terminar el vino antes de tirarnos a dormir.
Como hacia bastante nos pusimos a charlar. De cosas importantes como pelìculas, libros y flores. Conectamos nuevamente como cuando pasaba casi todo el tiempo.
Y de repente nos besamos. Sentì su lengua ansiosa buscarme con ansias. No era uno de esos besos cariñosos e inofensivos. Esta vez era una declaración de guerra y yo estaba dispuesto a luchar, como siempre.
Busque instintivamente sus tetas. Sentì sus pezones duros debajo de la remera y el corpiño. Su respiración se fué haciendo más entrecortada con el roce de mis manos. Yo sentía la verga endurecerse dentro del pantalón. Ella fué pegándose cada vez mas a mi cuerpo, deseosa, con ganas. Disfrutaba sus labios carnosos, su aliento conocido. Esa lengua que siempre se metía dentro mío. Sus tetas grandes y un poco flácidas con esos hermosos pezones grandes y oscuros. Le levanté la remera y el corpiño dejándolas libres para mi lengua. Las chupé con ansias, con calentura, con ganas de comérmelas enteras. Sus gemidos iban en aumento. Me agarraba la nuca y me empujaba contra sus carnosas mamas para que siguiera en mi tarea.
Después me hizo levantar y sacar el pantalón. Se metió la verga en la boca acariciando los huevos con la mano derecha. sentí que la poronga me estallaba con el roce de su lengua. De a poco me fuí acomodando en el sillón hasta que quedé a tiro de su concha. Hicimos una 69 como hacía años no podíamos. Logramos ese círculo de placer que empieza en la lengua, recorre todo el cuerpo y llega a la entrepierna, donde se engancha con la lengua del otro y así en un vaivén interminable de gozo. Sentía lsu pelvis moviéndose y apretándose contra mi cara. Los flujos corriendo por mis mejillas, su respiración agitada con la pija en la boca y la saliva que me iba humedeciendo los huevos.
- Quiero acabarte en la cara.- le dije respirando fuerte.
- Yo tambièn dijo.- y ambos apuramos el ritmo de las chupadas. La sentí acabarme en la cara estrujándose contra mi lengua en el mismo momento que le llenaba la boca de mi guasca.
Se dió vuelta y apoyó su cabeza en mi hombro.. Hablamos un rato mas de las circunstancias del viaje y una tos que no terminaba de írsele al mayor. Afuera todo era quietud y silencio. Pájaros nocturnos cantaban y un cielo estrellado como hacía mucho no veía resplandecía a través de la ventana.
Parecía otro polvo tristón y cortito de pareja aburguesada, tan igual a todos los últimos.
Pero ve que la brisa de las sierras traía otra cosa.
El roce de su piel conocida fué reanimándome y la verga se me empezó a endurecer de a poco. Ella a su vez pasaba su entrepierna contra mi muslo.
- Me quedé con un poco de ganitas.- me dijo besánddome el lóbulo de la oreja
La volví a a besar. Volvía a manosear sus tetas. De nuevo calientes, nos arrancamos la poca ropa que nos quedaba puesta. Desnudos después de tanto tiempo nos comimos la boca y la penetré sin esperar nada. Ella gemía y me abrazaba. Abría las piernas y las juntaba detrás de mi para empujarme más adentro todavía.
- Dale, dale, dame toda la pija.- me decía despacio al oído entre jadeos calientes.
Yo la embestía con fuerza mientras le amasaba las tetas con una mano. Las veía bambolearse delante de mis ojos a la luz de la luna. Su rostro caliente con los ojos cerrados y la lengua saliendo apenas de entre sus labios carnosos. Su pelo revuelto. La volvía a besar profundamente.
Me levanté después apoyándole los tobillos en mis hombros. Ella se pellizcaba los pezones y yo le masajeaba el clítoris con el pulgar de la mano derecha. Ya no nos importaba nada, eramos los dos y nuestros cuerpos gozando. Me metí el dedo gordo de su pie en la boca y la cogí así un rato largo. Ella acabó, pero quería más.
Me pidió cabalgarme y yo no puedo negarme a su cuerpo sobre el mío, a sus tetas bamboleantes delante de mi cabeza. A meterle un dedo en el orto mientras me coge y sentir como ese dedo le va agregando calentura a sus movimientos. Como me entragaba los pezones para que se piedan entre mis labios. Como iba saliendo sus flujos de sus entrañas para embadurnarme los huevos en cada arremetida.
Ya con dos dedos adentro de su ojete, le pedí que me lo entregara.
- Cogeme un poco en cuatro primero.- me dijo y se puso de espaldas ofreciéndome el divino espectáculo de su sexo hambriento. No me pude contener y hundí la cabeza entre sus nalgas, chupando orto y concha indistintamente, llenándome de sus flujos y olores. De su cadera moviéndose al contacto con mi lengua. De su vos pidiéndome más en medio de nuestra calentura.
Entonces me incorporé y la volvía a penetrar. Ella pedía que me enterrara adentro suyo.
- Haceme de todo, dale. - repetía sin cesar.
Volvía a meterle dedo en el ojete, que iba cediendo de a poco a mi presión. Verlo abrirse mientras se la ponía por la concha me volvía loco. Sus nalgas gruesas chocando contra mis muslos haciendo un ruido como de aplauso cada vez más rápido.
Hasta que la saqué y la empecé a pasar por la entrada del culo. Ella un poco se resistió, más porque quería seguir gozando por la concha que porque no le gustara, pero ante mi insistencia se abrió las nalgas y me dió vía libre para meterme en el ojete.
De a poco la fuí penetrando, sintiendo el canal apretado de su ano. Los musculos de su esfinter relajándose y dejándome pasar, como comiéndose la verga de a poco hasta que estuvo toda entera dentro suyo hasta los huevos. Ahí empezo a mover las caderas en círculos cada vez más rápidos hasta que en pocos minutos le estuve dando con todas mis fuerzas. La sentía retorcerce de placer con la cara aplastada entre dos almohadones y el ojete abierto lleno de mi pija. Pasé una mano por delante de su panza y empecè a pajearla mientras la cogía. Volvió a acabar y me pidió por favor que se la sacara que le dolía el orto.
Le pedí que me la chupara para acabar. Aparte de caliente, estaba cansado de tanto ajetreo. Me extrañaba haber durado tanto sin acabar. Mejor. Pero ahora no daba más y me vino bien que ella no quisiese más verga.
Me la chupó como sólo ella sabe hacerlo y acabé profusamente sobre sus tetas.
- No tengo más ganas de tomar la leche.- me dijo después de que acabara. Nos reímos.
Cansados y desnudos, nos dormimos haciendo cucharita en el sillón hasta que a las 3.20 de la madrugada nos despertamos para vestirnos y vover a nuestro lecho conyugal, de nuevo a los pañales, las corridas y la rutina.
El sexo era un lindo recuerdo en esa época. Cambios de pañal, escolarización del otro niño. Trabajo a destajo en nuestras propias tareas, con lo que el lecho conyugal conservaba solo su función de sueño en esos días.
Conseguimos una cabaña en un pueblito alejado del mundo. Ya dije que viajamos fuera de temporada, con lo que tenìamos la sensación de ser los únicos habitantes del lugar ese fin de semana.
Ni bien llegamos fuimos a ver el pintoresco arroyito. Pasamos la tarde corriendo y tirando piedras al agua. Al anochecer conseguimos una linda tira de asado e hicimos una buena carne a la parrilla regada con un rico vinito que traía en la mochila. Esos gustos que uno se da a en medio de llantos, gritos, peleas, pañales, juegos, risas de niños y grandes y esas pequeñas delicias de la vida conyugal.
A eso de las diez estaban los dos pequeños dormidos como marmotas.
Destrozados del cansancio, con ojeras prominentes y los mùsculos fatigados nos sentamos en el sillòn a terminar el vino antes de tirarnos a dormir.
Como hacia bastante nos pusimos a charlar. De cosas importantes como pelìculas, libros y flores. Conectamos nuevamente como cuando pasaba casi todo el tiempo.
Y de repente nos besamos. Sentì su lengua ansiosa buscarme con ansias. No era uno de esos besos cariñosos e inofensivos. Esta vez era una declaración de guerra y yo estaba dispuesto a luchar, como siempre.
Busque instintivamente sus tetas. Sentì sus pezones duros debajo de la remera y el corpiño. Su respiración se fué haciendo más entrecortada con el roce de mis manos. Yo sentía la verga endurecerse dentro del pantalón. Ella fué pegándose cada vez mas a mi cuerpo, deseosa, con ganas. Disfrutaba sus labios carnosos, su aliento conocido. Esa lengua que siempre se metía dentro mío. Sus tetas grandes y un poco flácidas con esos hermosos pezones grandes y oscuros. Le levanté la remera y el corpiño dejándolas libres para mi lengua. Las chupé con ansias, con calentura, con ganas de comérmelas enteras. Sus gemidos iban en aumento. Me agarraba la nuca y me empujaba contra sus carnosas mamas para que siguiera en mi tarea.
Después me hizo levantar y sacar el pantalón. Se metió la verga en la boca acariciando los huevos con la mano derecha. sentí que la poronga me estallaba con el roce de su lengua. De a poco me fuí acomodando en el sillón hasta que quedé a tiro de su concha. Hicimos una 69 como hacía años no podíamos. Logramos ese círculo de placer que empieza en la lengua, recorre todo el cuerpo y llega a la entrepierna, donde se engancha con la lengua del otro y así en un vaivén interminable de gozo. Sentía lsu pelvis moviéndose y apretándose contra mi cara. Los flujos corriendo por mis mejillas, su respiración agitada con la pija en la boca y la saliva que me iba humedeciendo los huevos.
- Quiero acabarte en la cara.- le dije respirando fuerte.
- Yo tambièn dijo.- y ambos apuramos el ritmo de las chupadas. La sentí acabarme en la cara estrujándose contra mi lengua en el mismo momento que le llenaba la boca de mi guasca.
Se dió vuelta y apoyó su cabeza en mi hombro.. Hablamos un rato mas de las circunstancias del viaje y una tos que no terminaba de írsele al mayor. Afuera todo era quietud y silencio. Pájaros nocturnos cantaban y un cielo estrellado como hacía mucho no veía resplandecía a través de la ventana.
Parecía otro polvo tristón y cortito de pareja aburguesada, tan igual a todos los últimos.
Pero ve que la brisa de las sierras traía otra cosa.
El roce de su piel conocida fué reanimándome y la verga se me empezó a endurecer de a poco. Ella a su vez pasaba su entrepierna contra mi muslo.
- Me quedé con un poco de ganitas.- me dijo besánddome el lóbulo de la oreja
La volví a a besar. Volvía a manosear sus tetas. De nuevo calientes, nos arrancamos la poca ropa que nos quedaba puesta. Desnudos después de tanto tiempo nos comimos la boca y la penetré sin esperar nada. Ella gemía y me abrazaba. Abría las piernas y las juntaba detrás de mi para empujarme más adentro todavía.
- Dale, dale, dame toda la pija.- me decía despacio al oído entre jadeos calientes.
Yo la embestía con fuerza mientras le amasaba las tetas con una mano. Las veía bambolearse delante de mis ojos a la luz de la luna. Su rostro caliente con los ojos cerrados y la lengua saliendo apenas de entre sus labios carnosos. Su pelo revuelto. La volvía a besar profundamente.
Me levanté después apoyándole los tobillos en mis hombros. Ella se pellizcaba los pezones y yo le masajeaba el clítoris con el pulgar de la mano derecha. Ya no nos importaba nada, eramos los dos y nuestros cuerpos gozando. Me metí el dedo gordo de su pie en la boca y la cogí así un rato largo. Ella acabó, pero quería más.
Me pidió cabalgarme y yo no puedo negarme a su cuerpo sobre el mío, a sus tetas bamboleantes delante de mi cabeza. A meterle un dedo en el orto mientras me coge y sentir como ese dedo le va agregando calentura a sus movimientos. Como me entragaba los pezones para que se piedan entre mis labios. Como iba saliendo sus flujos de sus entrañas para embadurnarme los huevos en cada arremetida.
Ya con dos dedos adentro de su ojete, le pedí que me lo entregara.
- Cogeme un poco en cuatro primero.- me dijo y se puso de espaldas ofreciéndome el divino espectáculo de su sexo hambriento. No me pude contener y hundí la cabeza entre sus nalgas, chupando orto y concha indistintamente, llenándome de sus flujos y olores. De su cadera moviéndose al contacto con mi lengua. De su vos pidiéndome más en medio de nuestra calentura.
Entonces me incorporé y la volvía a penetrar. Ella pedía que me enterrara adentro suyo.
- Haceme de todo, dale. - repetía sin cesar.
Volvía a meterle dedo en el ojete, que iba cediendo de a poco a mi presión. Verlo abrirse mientras se la ponía por la concha me volvía loco. Sus nalgas gruesas chocando contra mis muslos haciendo un ruido como de aplauso cada vez más rápido.
Hasta que la saqué y la empecé a pasar por la entrada del culo. Ella un poco se resistió, más porque quería seguir gozando por la concha que porque no le gustara, pero ante mi insistencia se abrió las nalgas y me dió vía libre para meterme en el ojete.
De a poco la fuí penetrando, sintiendo el canal apretado de su ano. Los musculos de su esfinter relajándose y dejándome pasar, como comiéndose la verga de a poco hasta que estuvo toda entera dentro suyo hasta los huevos. Ahí empezo a mover las caderas en círculos cada vez más rápidos hasta que en pocos minutos le estuve dando con todas mis fuerzas. La sentía retorcerce de placer con la cara aplastada entre dos almohadones y el ojete abierto lleno de mi pija. Pasé una mano por delante de su panza y empecè a pajearla mientras la cogía. Volvió a acabar y me pidió por favor que se la sacara que le dolía el orto.
Le pedí que me la chupara para acabar. Aparte de caliente, estaba cansado de tanto ajetreo. Me extrañaba haber durado tanto sin acabar. Mejor. Pero ahora no daba más y me vino bien que ella no quisiese más verga.
Me la chupó como sólo ella sabe hacerlo y acabé profusamente sobre sus tetas.
- No tengo más ganas de tomar la leche.- me dijo después de que acabara. Nos reímos.
Cansados y desnudos, nos dormimos haciendo cucharita en el sillón hasta que a las 3.20 de la madrugada nos despertamos para vestirnos y vover a nuestro lecho conyugal, de nuevo a los pañales, las corridas y la rutina.
9 comentarios - Una noche.
Gracias