Lo que les voy a contar hoy me ocurrió hace unos cuatro meses durante una visita a la casa de mi hermana Cleotilde, en una pequeña ciudad llamada Jeronche que está a dos horas de la capital, donde yo vivo.
Mi nombre es Arturo; trabajo actualmente como asistente de diseño en una compañía de publicidad, enfocada principalmente a la promoción de productos de belleza. Me dedico básicamente a fotografiar empaques de cremas, maquillajes y otros en estudios en miniatura. Esas fotografías son posteriormente retocadas y utilizadas en la publicidad que vemos en comercios y revistas.
Mi hermana, la mayor de tres que somos, me pidió que cuidara de sus hijos mientras ella y su esposo acudían a Frondón, a tres horas y media de carretera al norte.
Según me explicó Cleotilde, la madre de Anselmo, su marido, estaba delicada tras sufrir un accidente en el transporte público, y temían que pudiera ocurrir lo peor.
De modo que, ya que era fin de semana, sólo yo estaba disponible para cuidar a su hijo Luis, y Jimena, la mayor.
Aunque era obvio que Luis era prioridad, mi hermana me advirtió que prestara atención particular a Jimena, de quien dijo:
- Ha estado muy rara, muy callada, casi no quiere hablar de nada y así como andan los adolescentes ahora me es difícil pensar que no sé qué cosas le pasan por la cabeza.
Aquello me dejó muy extrañado, pues aunque tenía seis meses de no verlos, yo recordaba a Jimena como una chica feliz y parlanchina.
Llegué a casa de mi cuñado y mi hermana el viernes por la tarde, justo cuando ambos estaban metiendo dos pequeñas maletas de viaje en la cajuela del coche.
Poco me dijeron sobre el asunto de la abuela de los chico, a excepción de una llamada de un hermano de él que había asegurado que la señora comenzaba a mejorarse en el hospital, aunque seguía bajo vigilancia.
A despedir a los dos sólo salió Luis, quien insistió hasta el último momento en acompañar a sus padres.
- ¿Y Jimena? - pregunté a Cleotilde, extrañado de que no estuviese despidiendo a sus padres.
Mi hermana giró los ojos y sólo dijo:
- Está insoportable y ni creo que salga, se la pasa en su celular y callada, así que lata no te dará, pero ya te digo que siento que algo anda mal con ella. Tengo miedo de que le hagan bullying en la escuela o esa clase de cosas.
Yo todavía creí que la chica saldría a despedirlos, pero no fue así; acompañado sólo por Luis, vi alejarse la camioneta de mi hermana y su esposo a través del camino de terracería que conectaba a la carretera.
Cuando giré la vista al muchacho, quien sólo sonrió y me preguntó sonriente:
- ¿Sabes jugar Play Station?
Yo sólo solté una risotada, y moví la cabeza afirmativamente.
De modo que entramos y él se dirigió directamente a la sala, donde se veía la TV encendida con la consola corriendo.
Y ahí fue donde vi a Jimena; en efecto, arrinconada en una esquina del sofá más grande y con las piernas encogidas, mientras no paraba de revisar su celular, la chica parecía seria y desconectada del mundo.
- ¡Hola Jime! ¿Cómo estás? - pregunté, tratando de sonar animado.
Ella apenas me respondió alzando la mano - más no la vista - y con un "Hola" apenas perceptible por su tenue timbre de voz.
Confirmé de inmediato que algo andaba mal en ella, pero deduje que, después de todo, no era más que una adolescente con la clase de preocupaciones de siempre.
En el breve vistazo en que la miré, esperando que al menos me dirigiera la mirada, pude ver que vestía una pijama gris - como si no se hubiera cambiado desde la mañana - y su cabello rizado y negro suelto y sin peinar.
De modo que la primer hora y media me la pasé jugando Gran Turismo con mi sobrino, quien me ganó las primeras carreras antes de que yo comenzara a entender los controles y poderle hacer competencia seria.
Justo cuando ya estaba por ganar mi primera carrera, ambos empezaron a intercambiarse palabras, sin mirarse, al parecer por un comentario de Luis que no gustó a su hermana.
Cuando noté que los tonos de voces se elevaban, y de que aquello era ya una discusión, dejé de atender el videojuego para ver de qué estaban peleando.
- ¡No es mi culpa que en tu escuela no te quieran! - lanzó el chico, quien seguía jugando mientras le hablaba dándole la espalda a su hermana.
- ¡Tú que sabes! - grito Jimena, quien acto seguido le lanzó una almohada a su hermano, haciendo que este dejara la partida, tomara el cojín y lo aventara de regreso a la chica, a quien no alcanzó porque esta ya subía por las escaleras.
Por algún motivo, me vi en la necesidad de seguirla para comprender que había sucedido.
- ¡Justo cuando te iba ganando! - refunfuñé, poniéndome de pie.
Luis sólo se rió burlón, y siguió con la partida mientras yo subía las escaleras, al tiempo que escuchaba una puerta azotar en el piso superior.
Llegué a dicha recámara, y ahí toqué la puerta, anunciando que era yo. Sin embargo, tuve que esperar casi cinco minutos - en los que no dejé de insistir tocando y llamando - para que la puerta se abriera.
Dentro de la recámara, estaba una Jimena con los ojos aún hinchados de haber llorado. Supe que mencionar aquello no sería buena idea, así que entré con naturalidad como si no hubiera notado su mirada enrojecida.
Noté que el cuarto era muy bonito, y fue así como inicié la conversación.
- Es la recámara de mis papás - dijo ella, con desdén - Vengo aquí porque en el de nosotros no hay seguro.
- ¿Y pensabas encerrarte aquí un rato? - pregunté, tratando de sonar asertivo.
Ella admitió que estaba enojada, y conforme íbamos hablando, yo me acercaba poco a poco a la cuestión que me había llamado la atención de lo ocurrido hacía rato.
- Y, dime - lancé - ¿A qué se refería Luis con lo de tu escuela? ¿Es cierto que te tratan mal allá?
Jimena descartó el tema, pero yo insistí, pues sabía que ahí se cocía algo importante.
De tanto insistirle, terminó confesando que las cosas iban mal con sus "amigas" del salón.
Según me dijo, ella y una de sus compañeras estaba encaprichadas con uno de los chicos de un grado mayor. Y, aunque Jimena comprendió que no tenía caso competir por un muchacho, su amiga se lo tomó más personal y decidió hacerle - junto con las otras chicas - la vida imposible a mi sobrina.
- Ahora no tengo ganas ni de ir a la escuela, las que eran mis amigas ni siquiera me dirigen la palabra y sólo hablan a mis espaldas - dijo, con una evidente tristeza.
La situación, francamente, me dio coraje; puesto que aunque Jimena era la que había actuado con más madurez, había terminado siendo el blanco de aquel grupillo de brujas.
Yo le seguí preguntando sobre su vida escolar, a fin de ayudarle a hallar alternativas para superar aquel lío, y me alegré de que poco a poco ella fuera confiando en mí para decirme todo aquello.
Después de todo, eran pocos los años que nos separaban; cuando ella nació, y mi hermana tenía unos 22 años, yo había cumplido apenas la edad que actualmente tiene Luis.
Le comenté que aunque hacía dos años que había dejado la Universidad, sabía de antemano cómo eran las trifulcas y escándalos típicos de un salón de clases.
Noté que ella ansiaba con que la tal amiguita la dejara en paz, por lo que fui concreto cuando le recomendé:
- Lo primero que tienes que hacer es olvidarte de ellas. Estas tipas saben que quieres que te perdonen, y por lo tanto nunca lo harán, por la sencilla razón de que disfrutan tener ese poder sobre ti. Deja de darles importancia y ellas no tendrán más armas. Decías que tienes otras compañeras, ¿porque no te llevas con ellas?
- ¡Ay no! - expresó - Son las nerds y las feas, ¿te imaginas?
Yo medité unos segundos y le dije:
- ¡Bueno, pues mucho mejor! Así serás la más bonita de ese grupo, y de paso te irá mejor en las clases, y dado que serás la más linda, además de muy madura y lista, no tardarás en liderarlas.
Noté cómo su rostro se enrojecía antes de decir:
- No soy tan bonita.
Yo no podía creer lo que decía, y así se lo hice saber. No le mentí cuando le dije que ella no sólo tenía una cara de ángel, sino un cuerpo que se estaba convirtiendo en el de una verdadera mujer.
Eso la hizo apenarse un poco, pero también se enganchó con la idea:
- ¿Lo dices en serio tío?
Yo lo juré, y me puse de pie para recorrer su cuerpo con mi mirada.
- No creo que sea bonita, y menos con esta ropa - dijo, con una risa reprimida.
Yo giré los ojos:
- Es obvio que con esa ropa no, es para dormir, pero te apuesto que con un vestido bonito, de fiesta, notarás la diferencia.
Ella me miró sonriente, y yo me alegré de poder ayudarle a superar su tristeza.
Aquella sonrisa en su rostro me dio entonces la idea de realizarle una sesión de fotos con la cámara del trabajo, que había traído en el coche. Yo no soy realmente un fotógrafo, o al menos no un retratista, pero supuse que aplicando las mismas reglas que usaba en el trabajo podía tomarle fotos excelentes a Jimena, que la hicieran sentir más bonita y con mayor confianza en sí misma.
Así se lo planteé, y ella aceptó encantada, diciendo que hacía tiempo que había pedido una cámara a sus papás, pues quería aprender fotografía.
Yo le presumí que la cámara del trabajo era muy buena, y bastante costosa, por lo que seguramente obtendríamos buenas fotografías.
De pronto, unos golpes a la puerta, seguidos de la voz chillona de Luis, nos interrumpieron.
- ¡¿Están ahí?! - preguntó mi sobrino - ¡Ya tengo hambre!
Era cierto, habíamos pasado casi una hora platicando, de modo que era ya la hora de comer. La charla me había abierto el apetito, así que ambos salimos de la recamara, mientras mi sobrina bajaba las escaleras delante de mí, no pude evitar notar las bonitas curvas que se formaban a través de la tela de su
Al llegar nos reunimos en la sala, donde tras un breve debate decidimos comprar pizza.
Mientras yo la ordenaba, escuché a Luis murmurar a su hermana:
- ¿Lloraste?
- Cállate - se limitó a decir ella.
Media hora después la pizza llegó, y comimos tranquilamente. Terminando, sonó el celular de Jimena, quien contestó:
- Hola mamá.
Mis dos sobrinos hablaron con sus padres, Luis me pasó el teléfono y escuché a mi hermana:
- ¿Cómo estás?¿Todo bien?
- Tranquilo todo, ¿Allá cómo está la situación?
Me explico que estaban ya en el hospital, y que a la madre de mi cuñado seguro la daban de alta mañana temprano.
- En cuanto la den de alta te llamamos, quizá la llevemos unas semanas con nosotros. Hoy haremos guardia aquí en el hospital.
Tras darme algunas indicaciones sobre el tanque de gas y un extintor que había en el armario de la sala, me agradeció infinitamente que cuidara de sus hijos. Yo le dije que no era ningún problema, y nos despedimos.
Terminada la llamada busqué a Jimena, pero no la vi, asi que salí al coche, de donde tomé dos cosas: la mochila con la cámara y el juego Destiny, que pensaba prestarle a Luis y que había olvidado por completo.
Entrando le entregué el juego, y esté sonrió de lado a lado.
- ¡Cuídalo que es mi favorito! - le advertí.
Busqué de nuevo a Jimena pero no la vi por ningún lado, así que me entretuve con Luis, quien comenzó a iniciar el modo historia del juego.
Le estaba explicando algunos detalles de los controles cuando escuché un "Psst! Psst!" desde el segundo piso.
Alcé la vista y miré a mi sobrina recargada sobre el barandal, haciéndome señas para que subiera.
Sin embargo, no pude evitar quedar boquiabierto un instante, cuando la vi vestida con un vestido negro de coctel y un elegante saco amarillo.
No era la primera vez que veía ese conjunto, y reconocí de inmediato que se trataba del mismo que había usado en su graduación de la escuela secundaria, hacía menos de dos años.
Recobré la razón, y subí las escaleras hasta llegar junto a ella.
- ¿Estará bien para la sesión? - preguntó sonriente.
Yo no pude más que llenarle de halagos, aunque no pude evitar notar lo apretado que aquel conjunto le lucía ahora que su cuerpo se había desarrollado más.
La parte inferior destacaba de sobremanera sus caderas más anchas, mientras que la superior dejaba entrever un par de tetas creciendo y que no estaban tan desarrolladas cuando el vestido fue diseñado.
Reorientando mi atención, entré con ella al cuarto, y noté cómo colocaba el seguro de la puerta.
- No quiero que Luis me vea - dijo, más apenada que molesta.
Yo no dije nada, y entonces comencé a preguntarle cómo quería sus fotos.
- En el patio quedarían mejor - sugerí - Por la luz solar.
Ella no respondió nada, pero mis palabras parecieron recordarle algo; se puso de pie sobre la cama y jaló una especie de palanca del techo, entonces la luz solar entró de lleno a través de un tragaluz que yo desconocía.
- ¡Listo! - dijo ella.
Y así inició nuestra sesión fotográfica. La luz realmente ayudaba mucho, y la excelente lente de la cámara permitían realizar enfoques que resaltaban su hermoso rostro del resto del cuarto.
Tomamos unas 20 fotografías, cuando de pronto ella alzó ligeramente la parte inferior de su vestido, mostrando dos centímetros de piel de sus piernitas.
Yo me limité a sonreír brevemente antes de tomar otro par de fotos, y enseguida ella volvió a elevar un poco más su vestido.
- ¿Un poquito atrevido no? - dije, con una sonrisa nerviosa.
Ella justificó afirmando que así aparecían sus compañeras del salón en sus fotos de perfil. Yo tenía de si aquello último era cierto, pero me limité a seguirla fotografiando.
Mientras continuaba fotografiándola, mi mente me traicionó, y comencé a saborear la idea de masturbarme con las fotografías que estaba tomándole a Jimena; sin embargo, un golpe de moral me regresó a la realidad: "Joder, ¡no!, es tu sobrina, idiota".
Traté de distraerme enfocándome en la labor de fotografiarla, pero ella no hacia la situación más fácil. No dejaba de ir subiendo su vestido más y más, además de que sus poses eran por demás sugerentes. Aquello comenzó a causarme excitación, y mi pene comenzó a reaccionar.
- Ya con esas, ¿no? - sugerí.
Ella analizó la propuesta, pero después determinó:
- Unas cuantas más, ¡por favor! - dijo, con un tono juvenil que me hizo ceder.
Yo realmente me estaba calentando demasiado, así que comencé a tratar de acomodar discretamente la entrepierna de mi pantalón, para disimular la enorme erección que comenzaba a formarse.
Ella seguía posando, con aparente inocencia, mientras iba alzando más y más su apretado vestidito.
Aquello me iba haciendo perder los estribos, ya sólo me dedicaba a apretar el disparador de la cámara, sin prestar tiempo en los detalles de enfoque e iluminación. Había dejado de ver la pantalla del aparato y sólo me dedicaba a ver directamente el precioso cuerpo de mi sobrina.
Jimena no me veía siempre, sino que tenía los ojos fijos hacía otro lado, posando, por lo que no parecía darse cuenta de la manera tan lasciva con la que su propio tío comenzaba a mirarla.
La situación se tornó tan excitante que, cuando ella dejó de alzarse el vestido, justo cuando se comenzaba a ver las primeras costuras de sus braguitas, me atreví a decirle:
- Si quieres álzate un poco más el vestido - expresé, con la voz entrecortada por los nervios.
Me sentí estúpido y atrapado en cuanto terminé de decir aquello, pero mi sorpresa fue grande cuando ella rió divertida y me dijo:
- ¿En serio? ¡Ay, pero me daría pena subir esas a mi Facebook!
Yo tosí un par de veces, y me apuré a decir:
- Bueno, sí tienes raz...
- Pero igual puedes tomármelas y las guardo, nada más para tenerlas yo - me interrumpió - Serían...como...¿cómo se llaman esa clase de fotos?
- ¿De estudio? - sugerí.
- ¡No tío! - lanzó - Me refiero a que con poca ropa… o sin ropa - remató
Yo no supe que decir, y simulé pensar durante unos segundos antes de preguntar:
- ¿Desnudos?
- Exacto - dijo ella - Me daría pena - meditó - pero sí me gustaría ver cómo sería.
En mi mente, volteando hacia el piso, mi lado perverso discutía encarnizadamente con la poca decencia que me quedaba.
"Joder Arturo, para ya, ¡no puedes hacer esto! ¡Para ya!".
Pero la voz de Jimena desechó mis pensamientos, y alcé la vista cuando me dijo:
- ¿Así está bien?
Entonces quedé pasmado, mi sobrina se había alzado el vestido por completo, hasta enrollar toda la parte inferior hasta la altura de su cintura. Debajo, su precioso culito lucía sólo cubierto por sus bragas color azul celeste.
Tardé segundos en reaccionar, y entonces, para no parecer atrapado, tomé una fotografía, concentrándome en la cámara y dije:
- Ese color azul combina con el amarillo.
- ¿Verdad que sí? - dijo ella - Por eso me lo puse, aunque obvio no esperaba tener una sesión de desnudo.
- ¿Quieres continuar? - pregunté, pues aún trataba de ser prevenido con lo que estaba sucediendo.
- ¿Ya no quieres? - preguntó ella, en tono serio.
- Lo digo por ti - expliqué, tratando de tomar una actitud profesional - Porque los desnudos son difíciles.
Aquella charla basada en un tono más profesional me permitió comunicarme con ella sin causarme tantos remordimientos; pero, pese a ello, mi verga no paraba de endurecerse bajo mis pantalones, extasiada por el precioso cuerpo de mi sobrinita.
- ¡Estoy dispuesta! - dijo ella, en un tono resolutivo, tras discutirlo durante un minuto.
Yo le había advertido que quizás sería mejor dejarlo para otra fecha, pero ella insistió en continuar. En el fondo, pensé, no podía estar más agradecido.
Así continuó la sesión, y poco a poco - o, mejor dicho, foto a foto - Jimena continuó alzándose el vestido, hasta quitárselo por completo cuando este ya se hallaba por encima de sus tetitas, cubiertas por un sostén deportivo del mismo color que las bragas.
Mientras acomodaba su vestido a un costado de la cama, no pude evitar notar cómo sus pezones se habían endurecido, y sus formas traspasaban la telita de la prenda. Aquello me hizo aumentar mi curiosidad, y me fijé en sus bragas a la altura de donde debía hallarse su conchita: tal y como lo sospechaba, una mancha oscura de humedad se iba formando en ese punto.
"Está excitada", pensé.
Era obvio, por supuesto, pero entonces me pregunté porque estaba Jimena haciendo todo aquello realmente. "Quizás - medité - ella comenzó a excitarse durante la sesión, tal y como yo, y ahora no puede detenerse".
Se encontraba más nerviosa posando sólo en ropa intima, podía verlo a través del sudor en su piel y de su sonrisa cada vez más ansiosa.
En mi mente, por su parte, las barreras éticas iban derrumbándose una tras otra, como piezas de dominó, hasta que una idea fue tomando forma hasta concluir en un pensamiento final: "Me la follare, ¡joder que sí lo haré!".
De pronto dos golpes fuertísimos sonaron en la puerta, haciéndome abrir los ojos asustado y a Jimena saltar sobre la cama.
- ¡Tío! - gritó la voz de Luis afuera - ¿Puedes venir?
Yo me quedé en shock, y sólo reaccioné cuando vi a Jimena recoger la ropa y acomodar la cama.
- ¡Voy! - grité, y luego, entre murmullos, le dije a mi sobrina que se ocultara en el baño, que estaba dentro de la recamara sus padres.
Ella obedeció, y yo me acerqué a la puerta, mientras apretaba mi entrepierna para disimular mi erección.
Cuando abrí la puerta, de par en par, vi a mi sobrino recargado en el barandal, esperando.
- ¿Qué hacen? - preguntó curioso, y serio, mientras buscaba a su hermana dentro.
Yo traté de sonar normal:
- Ella, en el baño, estábamos hablando de algunos problemas en su escuela.
Él lanzó una risita, y dijo:
- Ella se preocupa por tonterías.
Yo le dije que no eran tonterías para ella, y después le pregunté qué necesitaba.
Él me explicó que había un problema que no podía superar en el juego, ya que estaba en idioma inglés; así que tuve que bajar a la sala y configuré el idioma. Me sorprendió que ya había avanzado buena parte del inicio del juego.
- Eres bueno - admití, pero él ya no me hacía mucho caso, atraído completamente por la pantalla.
Volví directo a la recamara, con Jimena; resuelto lo de Luis, mi sangre se había enfriado, y ahora pensaba con más claridad sobre la manera en que me la follaría. Apenas subía los escalones y mi verga ya iba endureciéndose. Sólo me temía que la interrupción de mi sobrino hubiera echado por la borda la excitación de la chica.
Pero no fue así, llegué a la recamara y cerré la puerta con seguro. Me dirigí a la puerta del baño, toqué un par de veces y escuché su voz:
- ¿Quién es?
No respondí, y abrí la puerta, que estaba sin seguro. Ella estaba sentada, aún en ropa interior, sobre la taza de baño, que tenía la tapa bajada.
- Ya está jugando de nuevo.
- Casi nos ve - dijo ella, y su rostro se enrojeció de inmediato.
Ocultó su rostro entre sus manos, dispuesta a llorar de la vergüenza.
Entonces yo me acerqué a ella, quien se puso de pie con la intención de salir del baño.
Yo la detuve rodeándole la cintura con mis manos; me senté en la taza, de donde ella se había parado, y la atraje delicadamente hacia mí.
Ella no opuso resistencia, ni siquiera cuando la hice sentarse sobre mi rodilla.
- No llores - le dije con ternura, aunque en realidad me calentaba tremendamente tener sus nalguitas casi desnudas sobre mi rodilla.
Le acaricié el vientre y la espalda suavemente, mientras le decía que nada malo había pasado y que, si así lo prefería, podíamos detener aquello.
Ella entonces se secó las lagrimas rápidamente, y dijo:
- No, hay que terminar tío, tómame esas fotos.
Apenas terminó la frase, comenzó a retirarse su sostén deportivo, aún sentada en mi rodilla.
Yo apenas podía dar crédito a lo que veía, pero reaccioné rápido y la hice ponerse de pie, frente a mí, y yo mismo deslicé sus braguitas hacia abajo.
- Alza los pies - le dije, para poder quitarle bien su trapito, y ella obedeció sin chistar.
Ella posó su vista en mi entrepierna, y sonrió aún con los ojos enrojecidos para decirme:
- ¿Te excita verme?
Yo, quien era consciente de la enorme erección que había bajo mis pantalones, decidí no ocultar más.
- Sí - respondí, sin pena alguna - Eres una chica muy guapa, estoy seguro de que eres la más linda de tu salón. Tienes un cuerpo precioso y una belleza natural, esa es la verdad.
Dije aquello de corrido, sin tropezar, y el rostro se le enrojeció como un tomate, así que giró de inmediato, mostrándome por un instante sus preciosas nalguitas, antes de dirigirse hacia la cabina de la regadera.
Apenas entró, abrió la llave, y el agua comenzó a recorrer su piel.
Me puse de pie y tomé la cámara; sabiendo que aquello era ya una farsa, pero que valía la pena mantener la tensión un poco más.
Tomé un par de fotografías, pero de pronto una idea cruzó mi mente.
Cerré la cortina de vidrio de la cabina de la ducha, lo que hizo que mi sobrina dejara de posar.
- ¿Qué te parece esto? - comencé a decir - Has como que bailas pegándote contra el vidrio, de manera que sólo se vean claras las partes que estén pegadas a la cortina. Además, el vapor del agua le dará un efecto más sensual.
Jimena lo pensó unos segundos, y yo me pregunté si la palabra "sensual" había sido adecuada.
Pero entonces ella comenzó a moverse, pegando primero la parte delantera de su cuerpo contra el vidrio, de manera que se resaltaban sus pezones oscuros que contrastaban bellamente con su piel morena clara.
Yo reanudé la toma de las fotos; estaba tan seguro que en unos segundos la haría mía, que hasta me di el lujo de tomar las fotografías con toda calma y técnica, de manera que - de hecho - excelentes tomas se lograron en aquel instante.
Segundos después ella cambió de posición y, meneando deliciosamente la cintura, comenzó a repegar su trasero contra el humedecido vidrio.
Yo no pude más que tomar todas las fotografías posibles, al tiempo que comprendía que mi sobrina Jimena era la criatura más hermosa sobre el planeta.
Ella frotaba una y otra vez su culo contra la cortina; era como una danza que me iba absorbiendo más y más, conforme las curvas de sus nalgas retozaban contra la superficie del vidrio.
De pronto, no pude más, y solté la cámara, colocándola sobre una mesita en donde había maquillajes de mi hermana; pero, sin embargo, Jimena siguió con su erótica danza.
No paró ni siquiera cuando me puse de pie a centímetros de ella, sólo separados por el delgado vidrio; dirigió su mirada contra la mía, como si estuviese retándome a dar el siguiente paso.
Tampoco paró de bailar cuando deslicé la cortina, abriéndola hasta que ya no hubo nada que nos separara...pero ella seguía moviendo su culito, golpeándolo contra una superficie imaginaria.
Entonces, llevé una mano a sus caderas, obligándola a parar aquel baile; sus ojos entonces cambiaron, y comenzaron a asustarse. Yo llevé mi otra mano a su mejilla, deteniéndola cuando vi que intentaba mirar hacia enfrente.
Completamente congelada, no movió ni un musculo cuando mi rostro se acercó al suyo y uní mis labios a los suyos.
Siempre recordaré aquel primer beso, la manera tan tímida en que Jimena recibió mi boca, sin atreverse a mover sus labios hasta que mi lengua los obligó a abrir camino.
Nunca olvidaré la sensación que fue introducir mi lengua en su boca, hasta encontrar la suya, al tiempo que mi otra mano comenzaba a dirigirse de su cintura a su nalga izquierda, apretujándola apenas pude.
Ella hizo ademán de girarse hacía mí, pero yo la detuve sosteniendo con fuerza sus caderas con ambas manos. Ella se mantuvo ahí, y me vio caer de rodillas sobre el tapete de baño que estaba justo fuera de la cabina de la regadera, de modo que mi rostro quedó a centímetros de su culo, el más precioso del mundo, y mi mayor adoración hasta la fecha.
Su cuerpo vibró de miedo cuando sintió el contacto de mis labios con la piel de sus nalgas. Pasé enseguida mi lengua sobre la superficie de su culo, y pude percibir en el agua que aún había sobre su piel el sabor de su esencia, de su juventud y belleza.
Estuve unos segundos tapizando su culo de besos, hasta que no pude resistir más y tomé sus nalgas con cada mano, y las separé para que el canal entre su culo diera paso libre a mi lengua, que deslicé de arriba a abajo, una y otra vez, hasta detenerme por varios segundos lengüeteando el cerrado ojete de su culo.
Ella lo aceptó los primeros segundos, pero pronto apretó sus nalgas para que yo parara.
Yo me disculpé dándole un par de besitos a su culito, y me puse de pie, hasta llegar de nuevo a su cuello y de ahí a su boca, cosa que al principio no le gustó del todo, pues mi lengua hacia segundos que se había deslizado sobre la entrada de su ano.
- ¿Quieres hacer algo más? - le pregunté.
Ella movió la cabeza afirmativamente, incapaz de articular palabra, pero enseguida se repuso y confirmó:
- Sí, sí quiero...pero está Luis.
- Lo haremos en silencio - resolví, y tomé una toalla de mano que estaba sobre el lavabo, y con ella sequé su cuerpo.
Jimena permanecía de pie, con una asombrosa serenidad, mientras mis manos la secaban, preparándola para lo que se convertiría en el mejor follón de mi vida.
Apenas terminé, me volví a sentar en la taza de baño, y de nuevo la hice posarse sobre mis rodillas. Me sorprendió cómo su culo parecía más voluminoso sobre mí que cuando aún vestía las bragas.
- Este es el mejor momento de mi vida - le dije, y no estaba mintiendo - Te agradezco.
Ella volvió a enrojecerse, lo cual me encantaba. Entonces pase una de mis manos bajo sus rodillas y la otra en su espalda, y me puse de pie, llevándola hacia la recamara como la doncella que era.
La coloqué de espaldas en el centro de la cama de sus padres; a lo lejos se escuchaban los disparos del juego, por lo que comprendí que Luis no sería mayor problema.
Comencé a desnudarme, primero con la camisa, después los zapatos y el pantalón; me quedé sólo en calzoncillos, y sonreí satisfecho cuando observé como la mirada de mi sobrina se mantenía expectante en el bulto que se formaba entre mis piernas.
"Te vas a llevar una buena follada Jimenita", pensé, justo antes de bajarme aquella última prenda.
Con mi verga endurecida y altiva, me acerqué lentamente a la chiquilla, quien permanecía inmóvil, pero con un nerviosismo evidente.
Caí en la cuenta de lo delicada e inocente que era, virgen sin duda alguna, y me pregunté si no era acaso lo mejor parar aquello, disculparme con ella y decirle que todo aquello estaba mal. Pero no, sus piernas torneadas por su juventud, su vientre limpio y sus pechos inmaculados eran ahora mi obsesión. Era yo un lobo hambriento ante la más tierna de los corderos.
Consciente de esa ventaja, me lancé sobre ella.
Sus manos apenas alcanzaron a levantarse y a posarse en mi pecho cuando me deslicé sobre ella, hasta que mis labios encontraron los suyos.
Con mis pies, hice que los suyos se abrieran, quedando la parte baja de mi cuerpo acomodada entre sus piernas.
Mientras la besaba, pensaba en mi siguiente movida; prácticamente, por la inexperiencia de mi sobrina, corría por mi cuenta de que aquello fuera realmente una buena experiencia para ella.
Así que, con la mayor de las ternuras, besé sus mejillas, de ahí su cuello durante varios segundos, bajando después a sus pechos, donde mis labios saludaron suavemente a sus pezones.
Aquella sensación en sus tetas fue más que suficiente para que ella comenzara a suspirar de placer, por lo que comprendí que aquel era el camino adecuado.
Seguí entonces mi recorrido hacia abajo; mis labios besaron su vientre y de ahí la parte frontal de sus caderas, antes de llegar y aspirar el olor de sus delgados y aún juveniles vellos vaginales.
Desde ahí, ya se podía oler la sensación dulzona proveniente de su conchita, que hacía casi media hora que estaba más que excitada.
Por lo tanto, decidí pasar a la acción y, tomando con firmeza sus piernas, las abrí para que mi cabeza pudiera escurrirse entre ellas. Y así, con decisión pero también mucho cuidado, besé su coño.
De inmediato, una de sus manos apretó mis cabellos, pidiéndome parar, pero yo continué, y comencé a deslizar mi lengua entre los labios vaginales de su deliciosa conchita.
Era increíble la sensibilidad del sexo de Jimena a cada contacto con mi boca; la pobre se retorcía de excesivo placer con cada uno de mis movimientos de mi más experimentadas lengua y boca.
- ¡Tío, despacito! - rogó.
Yo le besé su conchita con más suavidad, pero ni siquiera eso fue suficiente para que ella dejara de golpear suavemente mi espalda con sus piecitos, tratando de alejar mi rostro de su coño.
Y yo, además, me rehusaba completamente a parar aquel delicioso banquete; no tengo palabra siquiera para explicar el exquisito sabor de sus jugos virginales, una autentica miel de doncella.
Pero hacer aquello, me llevó pronto a que mi verga se endureciera hasta sus últimos límites; parecía que la vena más exterior de mi tronco estaba a punto de estallar del nivel de presión al que se hallaba.
Deseé entonces con locura penetrarla, convertirme en su primera vez y hacerla mía.
Así que subí mi rostro de nuevo al suyo; ella volvió a dudar en besarme, al notar el aroma de su coño en mi boca, por lo que tuve que presionar mis labios contra los suyos y abrir sus dientes con mi lengua para encontrarme con la suya.
Pronto se acostumbró al sabor de su sexo, rendida en parte por las caricias que con mis manos lanzaba sobre sus sensibles tetas.
Entonces tomé con firmeza mi tronco, y apunté la cabeza de mi verga contra la entrada de su coño. Ella me miró fijamente, temerosa pero decidida, y susurró:
- ¡Despacito tío, que no me duela!
Yo le besé la frente y después la boca, y le prometí que tendría cuidado.
Entonces comencé a meterse la suavemente, despacito y con sumo cuidado; era una delicia sentir su estrecha conchita dilatándose con resistencia ante mi endurecida verga.
- ¡Aaaghhh! - gritó ella, y yo la tranquilicé con un poco de caricias.
Pero ella siguió lanzando quejidos.
- Tú puedes, Jime - la animé - Ya casi, tranquila.
- ¡Duele! - protestó - ¡Despacito por favor!
Pero en realidad mi sobrina estaba siendo muy valiente, sus quejas no eran tantas aún, y su coño ya se había tragado más de la mitad de mi verga.
No voy a mentir, ni siquiera sentí el momento en que le rompí el himen con la punta de mi tronco, a pesar de que un hilillo de sangre surgió de entre los límites de su invadida concha.
- Lo estás haciendo muy bien - dije - Ya casi terminamos.
Acerque mi mano a su rostro y le acaricié la frente haciendo a un lado los cabellos sudorosos. Después coloqué mis manos sobre sus pechitos, y me dediqué a comenzar el bombeo.
Fue lento durante los primeros dos minutos, por supuesto, y de vez en cuando tenía que detenerme para que ella se acomodara de la mejor manera, para que el grosor de mi verga no le lastimara tanto.
Pero, poco a poco, mis embestidas fueron aumentando su fuerza y velocidad, y sus quejidos pasaron a ser auténticos gemidos de placer.
Ella parecía esforzarse en no alzar tanto el volumen de sus gritos, pero yo no se lo hacía fácil, pues no me atrevía a dejar de taladrarle el coñito.
Yo estaba realmente en el cielo; coloqué mis manos bajo ella, extendiéndolos en su espalda, haciéndola alzar sus pechos contra mi boca, que comenzó a deleitarse con sus endurecidos pezones.
Estos eran tan deliciosos que pasaba mis labios de una teta a otra, enloquecido como perro hambriento, sin dejar en ningún momento de lanzar mi tronco contra su concha.
Aquello, por supuesto, extralimitó sus sensaciones, y de pronto sentí su cuerpo vibrar hasta que el interior de su coño palpitó un par de veces.
Me detuve un momento, sosteniéndola aún por la espalda, y disfrutando verla al tiempo que ella gozaba el primer orgasmo de su vida.
Unos veinte segundos después, cuando el placer comenzaba a diluirse, ella me miró; de forma hermosa, ambos intercambiamos una mirada cómplice. Tío y sobrina, follando en la recamara de sus padres, éramos la pareja más feliz en aquel instante.
Reinicié mis movimientos, ante su sorpresa, pues al parecer creía que aquello estaba finalizando. Pero de ninguna manera sería así, y yo no estaba dispuesto a parar sin correrme en ella.
Tras unos minutos más en aquella posición, la hice colocarse en cuatro, y me instalé detrás de su precioso culo, cuyas nalguitas parecían un tributo en aquella posición tan sugerente.
Ya ni siquiera costó mucho trabajo enterrarle mi falo; y segundos después de la primera penetración, ya mantenía un buen ritmo.
No obstante, la manera en como mi verga penetraba su estrecho coño hizo que ni siquiera pudiera sostenerse más de un minuto, antes de que sus piernas perdieran fuerza.
- ¡Tío, ya, se siente, se siente muuuchoo! - se quejó.
Entonces, cayó completamente sobre la cama, y su cara desfigurada por el placer se intentó enterrar entre las sabanas.
Pese a aquello, no dejé de bombearla, e incluso resultaba más placentero ahora, pues mi verga se abría paso ahora entre sus nalgas, rozando con aquella piel tan tersa y suave cada vez que salía y volvía a penetrarla.
- ¡Tienes un culo precioso! ¡Se siente tan rico meterte mi verga, Jimenita, quisiera tenerla ahí dentro toda la vida! - le decía yo, embriagado por aquel placer físico y mental.
Ella sólo se limitaba a mantener la cara contra la cama, tratando de reducir el ruido de sus gemidos con las sabanas.
Yo aprovechaba en cambió para mirar hacia su culo, pues me fascinaba ver desaparecer y aparecer mi verga entre sus nalguitas una y otra vez.
Aquello me motivo a aumentar la velocidad de mis embestidas, lo que se tradujo en gritos y suspiros más intensos de parte de ella.
Cansado de no poder ver su rostro mientras la follaba, la tomé de sus cabellos y los jalé hacía mi, obligándole a alzar el rostro.
- ¡Aaaayy, aaaayyy, arrggghhttt! - gritaba ella, quien tardó en reaccionar que sus gemidos ahora invadían toda la habitación.
Me miró asustada, y apenas logró contener sus gritos dijo:
- ¡Tío, nos va a escuchar!
Pero a mí me encantó la forma en que ella gritaba con el rostro enrojecido de excitación, mirándome con ojos que rogaban parar aquel placer; así que volví a acelerar mis embestidas, obligándole a soltar nuevos sollozos.
- ¡Aaayy yaaa! ¡Aaaayyyy yaaaa, tíooo! - decía.
Yo solté entonces sus cabellos, y ella volvió a hundirlos entre las sábanas.
Coloqué entonces mis manos sobre sus nalgas, y las estrujé de manera que se separaran y abrieran más paso libre a mi tronco que le taladraba el coño.
"Qué nalgona está la putita esta - pensé - Ni siquiera puedo clavársela toda".
Comencé a cansarme un poco, así que sin dejar de moverme me recosté un poco más sobre su espalda, de forma que mis labios besaron su nuca para después trasladarse a sus orejas.
- ¡Qué ricas nalgas tienes! - le dije entonces, completamente enloquecido - Cómo me gusta la forma en que se siente follarte.
Ella no dijo nada, y sólo se escuchaban sus gemidos cada vez más espaciados y tranquilos.
Buscando una respuesta de ella, le comencé a preguntar majaderías al oído:
- ¿Te gusta? ¿Te gusta cómo te estoy follando? ¿Te gusta cómo se siente tu conchita con la verga de tu tío?
Ella sólo se limitó a mover afirmativamente su cabeza, sin despegar el rostro de la cama. Entonces, sin dejar de enterrarle mi verga una y otra vez, yo seguí preguntándole:
- Hace rato te vi muy seriecita en el sofá, y ni me saludaste, y no han pasado ni cinco horas y ya te estoy culeando. ¿Eso querías? ¿Por eso te ibas quitando tu ropita?
Ella no respondió, y de pronto giró su vista hacia mí, deslizó una de sus manos hasta mi cabeza y me empujó por la nuca contra ella.
Me besó, como intentando acallarme, y yo le respondí aumentando las embestidas contra su deliciosa conchita.
Aquella situación me hizo excitarme tanto que la hice volver a ponerse sobre sus rodillas, en posición de perrito.
Esta vez ella lo soportó perfectamente, y hasta se recostó sobre sus brazos recogidos para ofrecerme aún más abiertamente su culo.
Mi verga, con todo su vigor, se introdujo hasta el fondo por su concha, causándole un estremecimiento que, sin embargo, supo soportar.
Yo estaba ya a punto de correrme; ella mantenía su cuello girado, mirándome de forma retadora mientras trataba de soportar inútilmente los gemidos que se le escapaban en forma de gritos por su boquita abierta completamente por tanto placer.
La sostuve fuerte por las caderas, apretujándole bien las nalgas para que no se escapara.
Entonces, el clímax cruzó como un disparo a través de mi cuerpo y un chorro abundante y caliente de esperma salió disparado contra el interior de su coño.
Ambos gemimos al mismo tiempo; fue de lejos la mejor corrida que había tenido en mi vida. Era increíble lo bien que se sentía soltar mi leche en el interior de mi sobrinita.
Ella alejó su rostro del mío, y miró al frente, desde donde soltó un gemido que sonó como música para mí. El calor de mis fluidos había abarcado todo su interior.
Satisfecho, saqué mi verga de su coño, pero aún brotaron un par de chorritos de esperma que cayeron sobre su nalga derecha y sobre el canal superior de su culo, por donde se deslizó un arroyo de liquido seminal hasta el ojete de su culo.
Habíamos terminado; y ambos permanecimos unos segundos en total silencio, sin movernos, seguramente meditando que, desde aquel instante, habíamos cruzado un límite, un tabú, del que no habría vuelta atrás.
Entonces me puse de pie, y busqué en el piso algo con qué limpiarme; tomé entonces las bragas azules de Jimena y con ellas me limpié el tronco y el glande de mi verga.
Después me puse rápidamente mis calzoncillos y pantalones.
Ella comenzó a bajar de la cama, confundida y callada, y hasta se asustó como un corderito cuando mi voz rompió el silencio, ordenándole:
- Metete a bañar, yo iré abajo. Allá nos vemos.
Jimena obedeció, y comenzó a levantar su ropa evitando a toda costa cruzar su mirada con la mía, hasta que buscando sus bragas miró cómo yo me las guardaba en el bolsillo del pantalón.
Me miró, cuestionándome, pero yo no dije nada y ella siguió su camino hacia el baño de la recamara de sus papás.
Segundos después, salí con la mayor tranquilidad posible de la recamara, y bajé lentamente las escaleras.
Vi que Luis seguía completamente absorto ante el videojuego y el televisor, por lo que salí de la casa, directo a mi automóvil.
Ahí, en la guantera, oculté bien las braguitas de Jimena, y encendí el aire acondicionado para que mi cuerpo se aclimatara.
También tomé mi control para Play Station con patrones de uniforme militar, que pensaba prestarle a Luis para que centrara su atención en el aparato y no en el tiempo que su hermana y yo dilatamos en la recamara de sus padres.
Minutos después regresé a la casa, y el control de videojuegos cumplió perfectamente su objetivo. Luis ni siquiera preguntó por Jimena, quien bajó veinte minutos después, bañada y como si nada hubiese ocurrido.
Tomó un vaso de leche y galletas, mientras yo la ignoraba centrando mi atención en el videojuego, dándole consejos a mi sobrino.
Después, Jimena se despidió, y subió directamente a su recamara, donde entré silenciosamente a las tres de la madrugada, mientras Luis estaba completamente perdido en sueños.
Ahí, bajo las sabanas de mi sobrina, volví a cogerla, sólo que más lento y más suave, sin que nuestros labios se despegarán más que para tomar aliento.
No duró mucho, y ni siquiera me corrí; pero quedé satisfecho por haberle provocado el segundo orgasmo del día, y seguramente de su vida.
Volví a mi cama satisfecho, sabiendo que aquella preciosa chiquilla había pasado - de un día para otro - de ser mi simple sobrina a convertirse en mi mujer, en mi putita.
No pude, desde luego, conciliar el sueño, hasta que no me masturbé sobre la cama y eyaculé pensando en ella.
"Es una diosa" , pensé, romántico, "y es mía".
A la mañana siguiente bajé con la sensación de que todo lo ocurrido el día anterior había sido un sueño.
Salí de la recamara directo al baño, donde me di una ducha rápida que me dejó como nuevo. Me vestí con los mismos pants de dormir, sin calzoncillos, y una playera sin mangas blanca.
No me sorprendí cuando, bajando las escaleras, comencé a escuchar los efectos de disparos y explosiones del videojuego que le había prestado a Luis.
En efecto, frente al televisor, como si el tiempo no hubiera pasado, mi sobrino seguía jugando las últimas misiones ya de Destiny, esta vez con mi control remoto que le había prestado la tarde de ayer, justo después de haberle quitado la virginidad a su hermana, en la recamara de sus padres.
- Buenos días - dije - ¿No has parado?
Él sólo me sonrió, apenado, y me preguntó acerca de algunas dudas sobre la historia del juego.
Mientras hablaba con él, busqué a Jimena con la mirada, pero parecía como si ella no hubiese despertado aún.
Entonces, unos pasos en el piso superior llamaron mi atención, y cuando volteé vi su figura entrando al cuarto de baño.
"¡Joder! - pensé - La hubiera esperado allá".
Pasado un tiempo, pregunté a Luis si ya había desayunado, y me señaló una caja de cereales que estaban sobre la barra.
Me senté ahí, y me serví dichos cereales con leche; desde la barra se podía ver cómodamente la pantalla, a unos tres metros de distancia, y Luis podía mirar mi rostro y la parte superior de mi cuerpo.
Me dispuse a desayunar, y así estuve comiendo lentamente - interrumpido constantemente por Luis - durante unos cinco minutos cuando de pronto apareció Jimena bajando de las escaleras, silenciosamente, por lo ligero de su cuerpo. Se acercó a mí, y me preguntó cómo había amanecido, con la normalidad con la que una sobrina se lo preguntaría a su tío.
Yo le respondí con una sonrisa, y ella me devolvió la suya; ahí comprendí que nada de lo de ayer había sido un sueño, y que una nueva complicidad existía entre ambos.
Ella miró hacia su hermano, y yo noté que Luis ni siquiera se había percatado de la presencia de su hermana, quién vestía un conjunto de pijama similar al del día anterior pero color rosado en lugar de gris.
Entonces, una idea apareció en mi mente, y tomé a Jimena por el brazo, alejé mi asiento, creando un espacio libre, y la obligué a ponerse de rodillas frente a mí, debajo de la barra.
- ¡Tío no! - protestó en voz baja.
Yo le hice callar llevando mi dedo índice a los labios, y comencé a descender un poco mis pants de dormir, de manera que mi verga apareció ante su rostro.
"Hora de mamarme la verga, Jimenita", pensé, mientras mi polla iba endureciéndose rápidamente, ante sus sorprendidos ojos que se abrían como platos.
Ella seguía protestando, por lo que pasaron casi un minuto y medio hasta que la convencí, o más bien la hice quedar sin remedio, al demostrarle que no iba a detenerme hasta que ella cediera.
Un verdadero placer fue sentir por primera vez su boquita y sus labios alrededor del grosor de mi verga; era una boca virgen, fresca y limpia.
Al principio, naturalmente, mamó de forma pésima, por lo que tuve que darle algunas indicaciones básicas.
Ella pronto pareció ganar interés, y comenzó a concentrarse y a mover su cabecita contra mi verga cada vez con mayor soltura.
Como su boquita era inexperta, apenas podía tragarse la mitad de mi tronco, pero yo no tenía ningún motivo de queja, pues aquello era un verdadero delirio.
Yo regresé mis manos sobre la barra, pues vi cómo Luis giraba su vista hacia mí y me preguntaba, señalando al televisor:
- ¿Crees que es buena idea utilizar esa arma en lugar del rifle de siempre?
Aquello hizo que Jimena se detuviera, seguramente muerta de miedo, pero yo respondí con naturalidad, afirmativamente. Eso la tranquilizó, y sentí sobre mi falo el ir y venir de sus labios.
Así, yo simulaba desayunar mientras Luis volteaba de vez en cuando para consultarme sobre el juego, sin imaginar que debajo de la barra su hermanita aprendía a chuparme la verga.
Yo sabía que aquello iba a durar mucho así que, después de unos tres minutos, ayudé a Jimena y me comencé a masturbar, pues sabía que debíamos terminar pronto antes de que su hermano nos descubriera.
Mientras yo masajeaba mi verga, ella seguía lamiendo y chupando tímidamente mi glande.
A mí me encantaba echar un vistazo de vez en cuando a mi entrepierna, donde la preciosa cara de Jimena aguardaba paciente a que yo me corriera.
En determinado momento, y evitando a toda costa armar jaleo con mis gemidos, me corrí dentro de la boca de la chiquilla, quien acertadamente limpió la cabeza aún chorreante de mi falo para que mi pene quedara perfectamente limpio.
Cuando aquello terminó, y yo recuperé el aliento, cubrí de nuevo mi verga bajo los pants y acaricié el rostro de Jimena.
- Buena chica - susurré, sin que Luis no escuchara.
La idea de que mi leche había sido lo primero que mi querida sobrina se había llevado al estomago aquella mañana me llenó de una extraña satisfacción.
Sin embargo, en realidad me equivoqué.
Cuando le hice señal de que podía pararse, pues Luis no miraba hacia nosotros en aquel momento, ella se dirigió directamente al fregadero de la cocina, donde escupió mi semen y se enjuago discretamente la boca.
Yo sólo sonreí ligeramente, y regresé a mi desayuno, pensando en que sería en otra ocasión en que le enseñaría que debía tragarse mi leche.
El resto del día fue más o menos similar; yo aprovechaba cualquier momento para manosearla, especialmente su rico culo que se había convertido en mi obsesión.
De pronto sonó el celular de Jimena, quien me pasó el celular de inmediato.
- Hermanito no te pude marcar de inmediato pero ya vamos en camino, calculo que dos horas más de viaje y llegamos - me explicó Cleotilde.
Aquello me hizo alarmarme, pues yo moría por follar de nuevo con Jimena, quien debía desear lo mismo pues constantemente me rondaba e intercambiaba miradas conmigo.
Sin embargo, a pesar de que queríamos estar a solas, a Luis se le ocurrió que volviéramos a jugar el videojuego de carreras.
Yo no tuve más remedio que aceptar, pero opté por chocar y jugar mal a propósito con tal de aburrirlo.
- No sé qué me pasa - me excuse - Debe ser que dormí mal anoche.
Sólo cuando faltaba menos de una hora, el chico se cansó y decidió que quería ver una serie a la que le estaba dando seguimiento en Netflix.
Jimena y yo aprovechamos aquello para escabullirnos, esta vez en su recámara, que al menos tenía una cadena para asegurar un poco la puerta en caso de que alguien la abriera.
Antes de que subiéramos, me ofreció en voz alta escuchar un nuevo artista musical que le gustaba; yo comprendí que aquello era sólo para despistar a su hermano, y acepté gustoso la invitación.
Ella se adelantó y, apenas llegué, cerró la puerta y colocó la cadena; para entonces ya había puesto música, por lo que podíamos hacer el ruido que quisiéramos.
La lancé sobre su cama, entre montones de ropa, y me saqué los pantalones en segundos.
Ella iba bajándose poco a poco su pantalones de la pijama, pero yo llegué, tomé las orillas de estos, y se los deslice completamente con todo y bragas, quedando ante mí su coño desnudo contra el que abalancé mi boca.
¡Joder! Cuánto extrañaba tenerla de nuevo, y eso que apenas hacia unas horas que me había deslizado sobre esa cama.
No tardé mucho y enseguida, con mi verga bien erecta, me acomodé y le enterré todo mi tronco.
Ella alzó su espalda y lanzó un grito quedito al sentir invadida de lleno la cuenca entre sus piernas.
Tenía ya rato embistiéndola cuando una llamada entró al teléfono celular de Jimena.
Se asustó, pero yo la tranquilicé y le dije que contestará sin temor. Ella lo hizo, y comenzó a hablar con su madre mientras yo seguía machacando su coño, aunque de forma más pausada.
Era una ternura ver sus ojos temerosos al ver que yo no me detenía ni siquiera en aquel momento. Ella no podía evitar soltar respiraciones profundas durante la llamada, que afortunadamente no hicieron sospechar a mi hermana.
Cuando colgó, Jimena dijo que sería mejor parar pues sus padres ya estaban a menos de cinco minutos de la casa.
Por toda respuesta, me incorporé y la hice levantarse de la cama jalándola bruscamente del brazo. Avancé arrastrándola hacia la ventana, y la lancé de frente contra la pared, rodeándola de inmediato con mis brazos.
Desde aquella posición, a través de los espacios de las persianas, podía verse la llegada del auto de sus padres.
Le quité la blusa de la pijama, y le alcé su sostén deportivo, de modo que sus tetitas quedaron libres bajo la tela enrollada. Apreté suavemente sus pezones con cada mano, y con total habilidad la penetré avanzando con mi verga entre sus nalguitas.
¡Qué buena follada le di ahí! La pobre estaba enloquecida de tanto placer, y ni siquiera dijo nada cuando vimos la camioneta de sus padres entrar al enorme patio frontal.
Con la luz del sol afuera en todo su esplendor, nadie hubiera podido ni siquiera sospechar que a un costado de la ventana me encontraba yo taladrándole el coño a mi sobrinita con embestidas que rayaban en lo brutal.
- ¡Tío! ¡Aaaay tíoooo! ¡Ayayayaaaayyyyy! ¡Tíiiiioooo! - eran las únicas palabras que Jimena podía articular.
Yo estaba implacable, como si quisiera destrozarle el culo a vergazos, aunque guardando aún la consideración de que apenas ayer aún era virgen.
- ¡Ya llegaron! - gritó mi sobrino de pronto.
Yo me detuve, y saqué mi falo de Jimena unos instantes, temiendo que su hermano tuviera la ocurrencia de subir a buscarnos.
Pero entonces escuchamos la puerta principal cerrándose de golpe y en seguida lo vimos aparecer a través de la ventana en dirección al coche de sus padres.
- Terminemos esto de una vez - dije, y al instante la tomé por las caderas y volví a enterrarle mi verga hasta el fondo.
Decidido a correrme pronto, la embestía con toda fuerza, importándome poco sus gritos, gemidos y ruegos de que me detuviera.
- ¡Ya tío por favor! ¡Ya porrrrr….faavooor!
- Chilla todo lo que quieras - dije, violento - tus papitos no van a escuchar cómo me estoy cogiendo a su hijita querida.
Ella en efecto se sintió libre de gemir más fuerte, al saber que ya no había nadie en casa y su familia, a unos 15 metros de distancia, no escucharía.
Me encantaba escucharla gemir, y ella parecía disfrutar también la libertad de lanzar aquellos apasionados gritos.
Fue un alivio ver como Luis había salido al patio a ayudar a sus padres con la abuela, a quien le preparaban una silla de ruedas que mi cuñado no lograba armar.
Yo seguía castigando el sapito de Jime, pero no aguanté más semejante situación y pronto sentí mi leche fluir desde mis testículos.
Y así, mientras el resto de la familia ayudaba a la dulce viejecita, yo descargaba una nueva dosis de leche en el mojadísimo coño de mi sobrina, cuyos gemidos iban cesando conforme mis embestidas pararon.
Aquel último polvo lo sellamos con un beso.
Para cuando los otros cuatro entraron a la casa, encontraron a Jimena lavando tranquilamente los trastes, sin sospechar en lo más mínimo lo manchadas que debían estar sus braguitas, por el semen aún caliente que fluía desde su coño.
Me fui aquella misma tarde tras comer con todos y conocer a la madre de mi cuñado, que sobra decir que es una mujer bastante respetable y amena.
Ante mi auto, con el motor ya encendido, mi hermana y su marido no paraban de agradecerme el haber cuidado a sus hijos.
Yo no mentí para nada cuando les dije que aquello había sido un verdadero placer.
Desde entonces no he vuelto a aquella casa, pero sí que me he encontrado con Jimena, pues en cuatro - casi una vez cada dos semanas - ocasiones hemos planeado vernos a escondidas.
Yo pido permiso en mi trabajo y conduzco hasta su ciudad, mientras que ella simula hacer trabajos en equipo en casa de alguna de sus compañeras para la escuela.
Oculta en los asientos traseros de mi coche, visitamos moteles en donde tenemos privacidad absoluta.
Una vez que terminamos, la paso a dejar sobre la carretera, de modo que ella camina el último tramo hasta su casa.
Ha sido arriesgado, por supuesto, pero es así como hemos podido vernos para follar.
Sólo puedo comentar que ella está aprendiendo muchas cosas, y que se está volviendo una verdadera experta en el extenso arte de follar.
Además, es verdaderamente excitante hacerle el amor con su uniforme escolar puesto, especialmente cuando sólo le bajo sus braguitas y me la culeo con la falda a cuadros alzada.
En cuanto a sus relaciones en clase, me ha contado que las cosas marchan mucho mejor, pues ha hecho amistad con sus otras compañeras, mientras que a las que antes se burlaban de ella apenas las toma en cuenta, lo que ha hecho que a la larga las cosas terminaran volteándose gracias a la renovada confianza de Jimena en ella misma.
Siempre me gusta recordar lo tímida que era al inicio, especialmente ahora que me sorprende la gran habilidad con la que salta sobre mi verga y abre las piernas para recibirme completamente, y la manera tan perfecta en que me mama el falo desde la punta hasta la base, incluyendo mis huevos con los que la última vez jugueteó metiéndoselos en la boca y masajeándolos con su lengua.
Por supuesto, ahora ya sabe que cada gota de mi leche debe terminar en su estomago, incluso la que le lancé en una ocasión sobre su precioso rostro.
Han sido más de cien días de locura, y hemos prometido no dejarnos de ver nunca, aunque claro, nadie puede saber qué depara el futuro.
En mi buró, guardadas en un cajón, aún permanecen las bragas azules de Jimena, recordándome que ella, mi sobrina, es ahora mi putita.
Gracias por leer mi historia.
FUENTE: http://relatos.gratis/2017/05/138
Mi nombre es Arturo; trabajo actualmente como asistente de diseño en una compañía de publicidad, enfocada principalmente a la promoción de productos de belleza. Me dedico básicamente a fotografiar empaques de cremas, maquillajes y otros en estudios en miniatura. Esas fotografías son posteriormente retocadas y utilizadas en la publicidad que vemos en comercios y revistas.
Mi hermana, la mayor de tres que somos, me pidió que cuidara de sus hijos mientras ella y su esposo acudían a Frondón, a tres horas y media de carretera al norte.
Según me explicó Cleotilde, la madre de Anselmo, su marido, estaba delicada tras sufrir un accidente en el transporte público, y temían que pudiera ocurrir lo peor.
De modo que, ya que era fin de semana, sólo yo estaba disponible para cuidar a su hijo Luis, y Jimena, la mayor.
Aunque era obvio que Luis era prioridad, mi hermana me advirtió que prestara atención particular a Jimena, de quien dijo:
- Ha estado muy rara, muy callada, casi no quiere hablar de nada y así como andan los adolescentes ahora me es difícil pensar que no sé qué cosas le pasan por la cabeza.
Aquello me dejó muy extrañado, pues aunque tenía seis meses de no verlos, yo recordaba a Jimena como una chica feliz y parlanchina.
Llegué a casa de mi cuñado y mi hermana el viernes por la tarde, justo cuando ambos estaban metiendo dos pequeñas maletas de viaje en la cajuela del coche.
Poco me dijeron sobre el asunto de la abuela de los chico, a excepción de una llamada de un hermano de él que había asegurado que la señora comenzaba a mejorarse en el hospital, aunque seguía bajo vigilancia.
A despedir a los dos sólo salió Luis, quien insistió hasta el último momento en acompañar a sus padres.
- ¿Y Jimena? - pregunté a Cleotilde, extrañado de que no estuviese despidiendo a sus padres.
Mi hermana giró los ojos y sólo dijo:
- Está insoportable y ni creo que salga, se la pasa en su celular y callada, así que lata no te dará, pero ya te digo que siento que algo anda mal con ella. Tengo miedo de que le hagan bullying en la escuela o esa clase de cosas.
Yo todavía creí que la chica saldría a despedirlos, pero no fue así; acompañado sólo por Luis, vi alejarse la camioneta de mi hermana y su esposo a través del camino de terracería que conectaba a la carretera.
Cuando giré la vista al muchacho, quien sólo sonrió y me preguntó sonriente:
- ¿Sabes jugar Play Station?
Yo sólo solté una risotada, y moví la cabeza afirmativamente.
De modo que entramos y él se dirigió directamente a la sala, donde se veía la TV encendida con la consola corriendo.
Y ahí fue donde vi a Jimena; en efecto, arrinconada en una esquina del sofá más grande y con las piernas encogidas, mientras no paraba de revisar su celular, la chica parecía seria y desconectada del mundo.
- ¡Hola Jime! ¿Cómo estás? - pregunté, tratando de sonar animado.
Ella apenas me respondió alzando la mano - más no la vista - y con un "Hola" apenas perceptible por su tenue timbre de voz.
Confirmé de inmediato que algo andaba mal en ella, pero deduje que, después de todo, no era más que una adolescente con la clase de preocupaciones de siempre.
En el breve vistazo en que la miré, esperando que al menos me dirigiera la mirada, pude ver que vestía una pijama gris - como si no se hubiera cambiado desde la mañana - y su cabello rizado y negro suelto y sin peinar.
De modo que la primer hora y media me la pasé jugando Gran Turismo con mi sobrino, quien me ganó las primeras carreras antes de que yo comenzara a entender los controles y poderle hacer competencia seria.
Justo cuando ya estaba por ganar mi primera carrera, ambos empezaron a intercambiarse palabras, sin mirarse, al parecer por un comentario de Luis que no gustó a su hermana.
Cuando noté que los tonos de voces se elevaban, y de que aquello era ya una discusión, dejé de atender el videojuego para ver de qué estaban peleando.
- ¡No es mi culpa que en tu escuela no te quieran! - lanzó el chico, quien seguía jugando mientras le hablaba dándole la espalda a su hermana.
- ¡Tú que sabes! - grito Jimena, quien acto seguido le lanzó una almohada a su hermano, haciendo que este dejara la partida, tomara el cojín y lo aventara de regreso a la chica, a quien no alcanzó porque esta ya subía por las escaleras.
Por algún motivo, me vi en la necesidad de seguirla para comprender que había sucedido.
- ¡Justo cuando te iba ganando! - refunfuñé, poniéndome de pie.
Luis sólo se rió burlón, y siguió con la partida mientras yo subía las escaleras, al tiempo que escuchaba una puerta azotar en el piso superior.
Llegué a dicha recámara, y ahí toqué la puerta, anunciando que era yo. Sin embargo, tuve que esperar casi cinco minutos - en los que no dejé de insistir tocando y llamando - para que la puerta se abriera.
Dentro de la recámara, estaba una Jimena con los ojos aún hinchados de haber llorado. Supe que mencionar aquello no sería buena idea, así que entré con naturalidad como si no hubiera notado su mirada enrojecida.
Noté que el cuarto era muy bonito, y fue así como inicié la conversación.
- Es la recámara de mis papás - dijo ella, con desdén - Vengo aquí porque en el de nosotros no hay seguro.
- ¿Y pensabas encerrarte aquí un rato? - pregunté, tratando de sonar asertivo.
Ella admitió que estaba enojada, y conforme íbamos hablando, yo me acercaba poco a poco a la cuestión que me había llamado la atención de lo ocurrido hacía rato.
- Y, dime - lancé - ¿A qué se refería Luis con lo de tu escuela? ¿Es cierto que te tratan mal allá?
Jimena descartó el tema, pero yo insistí, pues sabía que ahí se cocía algo importante.
De tanto insistirle, terminó confesando que las cosas iban mal con sus "amigas" del salón.
Según me dijo, ella y una de sus compañeras estaba encaprichadas con uno de los chicos de un grado mayor. Y, aunque Jimena comprendió que no tenía caso competir por un muchacho, su amiga se lo tomó más personal y decidió hacerle - junto con las otras chicas - la vida imposible a mi sobrina.
- Ahora no tengo ganas ni de ir a la escuela, las que eran mis amigas ni siquiera me dirigen la palabra y sólo hablan a mis espaldas - dijo, con una evidente tristeza.
La situación, francamente, me dio coraje; puesto que aunque Jimena era la que había actuado con más madurez, había terminado siendo el blanco de aquel grupillo de brujas.
Yo le seguí preguntando sobre su vida escolar, a fin de ayudarle a hallar alternativas para superar aquel lío, y me alegré de que poco a poco ella fuera confiando en mí para decirme todo aquello.
Después de todo, eran pocos los años que nos separaban; cuando ella nació, y mi hermana tenía unos 22 años, yo había cumplido apenas la edad que actualmente tiene Luis.
Le comenté que aunque hacía dos años que había dejado la Universidad, sabía de antemano cómo eran las trifulcas y escándalos típicos de un salón de clases.
Noté que ella ansiaba con que la tal amiguita la dejara en paz, por lo que fui concreto cuando le recomendé:
- Lo primero que tienes que hacer es olvidarte de ellas. Estas tipas saben que quieres que te perdonen, y por lo tanto nunca lo harán, por la sencilla razón de que disfrutan tener ese poder sobre ti. Deja de darles importancia y ellas no tendrán más armas. Decías que tienes otras compañeras, ¿porque no te llevas con ellas?
- ¡Ay no! - expresó - Son las nerds y las feas, ¿te imaginas?
Yo medité unos segundos y le dije:
- ¡Bueno, pues mucho mejor! Así serás la más bonita de ese grupo, y de paso te irá mejor en las clases, y dado que serás la más linda, además de muy madura y lista, no tardarás en liderarlas.
Noté cómo su rostro se enrojecía antes de decir:
- No soy tan bonita.
Yo no podía creer lo que decía, y así se lo hice saber. No le mentí cuando le dije que ella no sólo tenía una cara de ángel, sino un cuerpo que se estaba convirtiendo en el de una verdadera mujer.
Eso la hizo apenarse un poco, pero también se enganchó con la idea:
- ¿Lo dices en serio tío?
Yo lo juré, y me puse de pie para recorrer su cuerpo con mi mirada.
- No creo que sea bonita, y menos con esta ropa - dijo, con una risa reprimida.
Yo giré los ojos:
- Es obvio que con esa ropa no, es para dormir, pero te apuesto que con un vestido bonito, de fiesta, notarás la diferencia.
Ella me miró sonriente, y yo me alegré de poder ayudarle a superar su tristeza.
Aquella sonrisa en su rostro me dio entonces la idea de realizarle una sesión de fotos con la cámara del trabajo, que había traído en el coche. Yo no soy realmente un fotógrafo, o al menos no un retratista, pero supuse que aplicando las mismas reglas que usaba en el trabajo podía tomarle fotos excelentes a Jimena, que la hicieran sentir más bonita y con mayor confianza en sí misma.
Así se lo planteé, y ella aceptó encantada, diciendo que hacía tiempo que había pedido una cámara a sus papás, pues quería aprender fotografía.
Yo le presumí que la cámara del trabajo era muy buena, y bastante costosa, por lo que seguramente obtendríamos buenas fotografías.
De pronto, unos golpes a la puerta, seguidos de la voz chillona de Luis, nos interrumpieron.
- ¡¿Están ahí?! - preguntó mi sobrino - ¡Ya tengo hambre!
Era cierto, habíamos pasado casi una hora platicando, de modo que era ya la hora de comer. La charla me había abierto el apetito, así que ambos salimos de la recamara, mientras mi sobrina bajaba las escaleras delante de mí, no pude evitar notar las bonitas curvas que se formaban a través de la tela de su
Al llegar nos reunimos en la sala, donde tras un breve debate decidimos comprar pizza.
Mientras yo la ordenaba, escuché a Luis murmurar a su hermana:
- ¿Lloraste?
- Cállate - se limitó a decir ella.
Media hora después la pizza llegó, y comimos tranquilamente. Terminando, sonó el celular de Jimena, quien contestó:
- Hola mamá.
Mis dos sobrinos hablaron con sus padres, Luis me pasó el teléfono y escuché a mi hermana:
- ¿Cómo estás?¿Todo bien?
- Tranquilo todo, ¿Allá cómo está la situación?
Me explico que estaban ya en el hospital, y que a la madre de mi cuñado seguro la daban de alta mañana temprano.
- En cuanto la den de alta te llamamos, quizá la llevemos unas semanas con nosotros. Hoy haremos guardia aquí en el hospital.
Tras darme algunas indicaciones sobre el tanque de gas y un extintor que había en el armario de la sala, me agradeció infinitamente que cuidara de sus hijos. Yo le dije que no era ningún problema, y nos despedimos.
Terminada la llamada busqué a Jimena, pero no la vi, asi que salí al coche, de donde tomé dos cosas: la mochila con la cámara y el juego Destiny, que pensaba prestarle a Luis y que había olvidado por completo.
Entrando le entregué el juego, y esté sonrió de lado a lado.
- ¡Cuídalo que es mi favorito! - le advertí.
Busqué de nuevo a Jimena pero no la vi por ningún lado, así que me entretuve con Luis, quien comenzó a iniciar el modo historia del juego.
Le estaba explicando algunos detalles de los controles cuando escuché un "Psst! Psst!" desde el segundo piso.
Alcé la vista y miré a mi sobrina recargada sobre el barandal, haciéndome señas para que subiera.
Sin embargo, no pude evitar quedar boquiabierto un instante, cuando la vi vestida con un vestido negro de coctel y un elegante saco amarillo.
No era la primera vez que veía ese conjunto, y reconocí de inmediato que se trataba del mismo que había usado en su graduación de la escuela secundaria, hacía menos de dos años.
Recobré la razón, y subí las escaleras hasta llegar junto a ella.
- ¿Estará bien para la sesión? - preguntó sonriente.
Yo no pude más que llenarle de halagos, aunque no pude evitar notar lo apretado que aquel conjunto le lucía ahora que su cuerpo se había desarrollado más.
La parte inferior destacaba de sobremanera sus caderas más anchas, mientras que la superior dejaba entrever un par de tetas creciendo y que no estaban tan desarrolladas cuando el vestido fue diseñado.
Reorientando mi atención, entré con ella al cuarto, y noté cómo colocaba el seguro de la puerta.
- No quiero que Luis me vea - dijo, más apenada que molesta.
Yo no dije nada, y entonces comencé a preguntarle cómo quería sus fotos.
- En el patio quedarían mejor - sugerí - Por la luz solar.
Ella no respondió nada, pero mis palabras parecieron recordarle algo; se puso de pie sobre la cama y jaló una especie de palanca del techo, entonces la luz solar entró de lleno a través de un tragaluz que yo desconocía.
- ¡Listo! - dijo ella.
Y así inició nuestra sesión fotográfica. La luz realmente ayudaba mucho, y la excelente lente de la cámara permitían realizar enfoques que resaltaban su hermoso rostro del resto del cuarto.
Tomamos unas 20 fotografías, cuando de pronto ella alzó ligeramente la parte inferior de su vestido, mostrando dos centímetros de piel de sus piernitas.
Yo me limité a sonreír brevemente antes de tomar otro par de fotos, y enseguida ella volvió a elevar un poco más su vestido.
- ¿Un poquito atrevido no? - dije, con una sonrisa nerviosa.
Ella justificó afirmando que así aparecían sus compañeras del salón en sus fotos de perfil. Yo tenía de si aquello último era cierto, pero me limité a seguirla fotografiando.
Mientras continuaba fotografiándola, mi mente me traicionó, y comencé a saborear la idea de masturbarme con las fotografías que estaba tomándole a Jimena; sin embargo, un golpe de moral me regresó a la realidad: "Joder, ¡no!, es tu sobrina, idiota".
Traté de distraerme enfocándome en la labor de fotografiarla, pero ella no hacia la situación más fácil. No dejaba de ir subiendo su vestido más y más, además de que sus poses eran por demás sugerentes. Aquello comenzó a causarme excitación, y mi pene comenzó a reaccionar.
- Ya con esas, ¿no? - sugerí.
Ella analizó la propuesta, pero después determinó:
- Unas cuantas más, ¡por favor! - dijo, con un tono juvenil que me hizo ceder.
Yo realmente me estaba calentando demasiado, así que comencé a tratar de acomodar discretamente la entrepierna de mi pantalón, para disimular la enorme erección que comenzaba a formarse.
Ella seguía posando, con aparente inocencia, mientras iba alzando más y más su apretado vestidito.
Aquello me iba haciendo perder los estribos, ya sólo me dedicaba a apretar el disparador de la cámara, sin prestar tiempo en los detalles de enfoque e iluminación. Había dejado de ver la pantalla del aparato y sólo me dedicaba a ver directamente el precioso cuerpo de mi sobrina.
Jimena no me veía siempre, sino que tenía los ojos fijos hacía otro lado, posando, por lo que no parecía darse cuenta de la manera tan lasciva con la que su propio tío comenzaba a mirarla.
La situación se tornó tan excitante que, cuando ella dejó de alzarse el vestido, justo cuando se comenzaba a ver las primeras costuras de sus braguitas, me atreví a decirle:
- Si quieres álzate un poco más el vestido - expresé, con la voz entrecortada por los nervios.
Me sentí estúpido y atrapado en cuanto terminé de decir aquello, pero mi sorpresa fue grande cuando ella rió divertida y me dijo:
- ¿En serio? ¡Ay, pero me daría pena subir esas a mi Facebook!
Yo tosí un par de veces, y me apuré a decir:
- Bueno, sí tienes raz...
- Pero igual puedes tomármelas y las guardo, nada más para tenerlas yo - me interrumpió - Serían...como...¿cómo se llaman esa clase de fotos?
- ¿De estudio? - sugerí.
- ¡No tío! - lanzó - Me refiero a que con poca ropa… o sin ropa - remató
Yo no supe que decir, y simulé pensar durante unos segundos antes de preguntar:
- ¿Desnudos?
- Exacto - dijo ella - Me daría pena - meditó - pero sí me gustaría ver cómo sería.
En mi mente, volteando hacia el piso, mi lado perverso discutía encarnizadamente con la poca decencia que me quedaba.
"Joder Arturo, para ya, ¡no puedes hacer esto! ¡Para ya!".
Pero la voz de Jimena desechó mis pensamientos, y alcé la vista cuando me dijo:
- ¿Así está bien?
Entonces quedé pasmado, mi sobrina se había alzado el vestido por completo, hasta enrollar toda la parte inferior hasta la altura de su cintura. Debajo, su precioso culito lucía sólo cubierto por sus bragas color azul celeste.
Tardé segundos en reaccionar, y entonces, para no parecer atrapado, tomé una fotografía, concentrándome en la cámara y dije:
- Ese color azul combina con el amarillo.
- ¿Verdad que sí? - dijo ella - Por eso me lo puse, aunque obvio no esperaba tener una sesión de desnudo.
- ¿Quieres continuar? - pregunté, pues aún trataba de ser prevenido con lo que estaba sucediendo.
- ¿Ya no quieres? - preguntó ella, en tono serio.
- Lo digo por ti - expliqué, tratando de tomar una actitud profesional - Porque los desnudos son difíciles.
Aquella charla basada en un tono más profesional me permitió comunicarme con ella sin causarme tantos remordimientos; pero, pese a ello, mi verga no paraba de endurecerse bajo mis pantalones, extasiada por el precioso cuerpo de mi sobrinita.
- ¡Estoy dispuesta! - dijo ella, en un tono resolutivo, tras discutirlo durante un minuto.
Yo le había advertido que quizás sería mejor dejarlo para otra fecha, pero ella insistió en continuar. En el fondo, pensé, no podía estar más agradecido.
Así continuó la sesión, y poco a poco - o, mejor dicho, foto a foto - Jimena continuó alzándose el vestido, hasta quitárselo por completo cuando este ya se hallaba por encima de sus tetitas, cubiertas por un sostén deportivo del mismo color que las bragas.
Mientras acomodaba su vestido a un costado de la cama, no pude evitar notar cómo sus pezones se habían endurecido, y sus formas traspasaban la telita de la prenda. Aquello me hizo aumentar mi curiosidad, y me fijé en sus bragas a la altura de donde debía hallarse su conchita: tal y como lo sospechaba, una mancha oscura de humedad se iba formando en ese punto.
"Está excitada", pensé.
Era obvio, por supuesto, pero entonces me pregunté porque estaba Jimena haciendo todo aquello realmente. "Quizás - medité - ella comenzó a excitarse durante la sesión, tal y como yo, y ahora no puede detenerse".
Se encontraba más nerviosa posando sólo en ropa intima, podía verlo a través del sudor en su piel y de su sonrisa cada vez más ansiosa.
En mi mente, por su parte, las barreras éticas iban derrumbándose una tras otra, como piezas de dominó, hasta que una idea fue tomando forma hasta concluir en un pensamiento final: "Me la follare, ¡joder que sí lo haré!".
De pronto dos golpes fuertísimos sonaron en la puerta, haciéndome abrir los ojos asustado y a Jimena saltar sobre la cama.
- ¡Tío! - gritó la voz de Luis afuera - ¿Puedes venir?
Yo me quedé en shock, y sólo reaccioné cuando vi a Jimena recoger la ropa y acomodar la cama.
- ¡Voy! - grité, y luego, entre murmullos, le dije a mi sobrina que se ocultara en el baño, que estaba dentro de la recamara sus padres.
Ella obedeció, y yo me acerqué a la puerta, mientras apretaba mi entrepierna para disimular mi erección.
Cuando abrí la puerta, de par en par, vi a mi sobrino recargado en el barandal, esperando.
- ¿Qué hacen? - preguntó curioso, y serio, mientras buscaba a su hermana dentro.
Yo traté de sonar normal:
- Ella, en el baño, estábamos hablando de algunos problemas en su escuela.
Él lanzó una risita, y dijo:
- Ella se preocupa por tonterías.
Yo le dije que no eran tonterías para ella, y después le pregunté qué necesitaba.
Él me explicó que había un problema que no podía superar en el juego, ya que estaba en idioma inglés; así que tuve que bajar a la sala y configuré el idioma. Me sorprendió que ya había avanzado buena parte del inicio del juego.
- Eres bueno - admití, pero él ya no me hacía mucho caso, atraído completamente por la pantalla.
Volví directo a la recamara, con Jimena; resuelto lo de Luis, mi sangre se había enfriado, y ahora pensaba con más claridad sobre la manera en que me la follaría. Apenas subía los escalones y mi verga ya iba endureciéndose. Sólo me temía que la interrupción de mi sobrino hubiera echado por la borda la excitación de la chica.
Pero no fue así, llegué a la recamara y cerré la puerta con seguro. Me dirigí a la puerta del baño, toqué un par de veces y escuché su voz:
- ¿Quién es?
No respondí, y abrí la puerta, que estaba sin seguro. Ella estaba sentada, aún en ropa interior, sobre la taza de baño, que tenía la tapa bajada.
- Ya está jugando de nuevo.
- Casi nos ve - dijo ella, y su rostro se enrojeció de inmediato.
Ocultó su rostro entre sus manos, dispuesta a llorar de la vergüenza.
Entonces yo me acerqué a ella, quien se puso de pie con la intención de salir del baño.
Yo la detuve rodeándole la cintura con mis manos; me senté en la taza, de donde ella se había parado, y la atraje delicadamente hacia mí.
Ella no opuso resistencia, ni siquiera cuando la hice sentarse sobre mi rodilla.
- No llores - le dije con ternura, aunque en realidad me calentaba tremendamente tener sus nalguitas casi desnudas sobre mi rodilla.
Le acaricié el vientre y la espalda suavemente, mientras le decía que nada malo había pasado y que, si así lo prefería, podíamos detener aquello.
Ella entonces se secó las lagrimas rápidamente, y dijo:
- No, hay que terminar tío, tómame esas fotos.
Apenas terminó la frase, comenzó a retirarse su sostén deportivo, aún sentada en mi rodilla.
Yo apenas podía dar crédito a lo que veía, pero reaccioné rápido y la hice ponerse de pie, frente a mí, y yo mismo deslicé sus braguitas hacia abajo.
- Alza los pies - le dije, para poder quitarle bien su trapito, y ella obedeció sin chistar.
Ella posó su vista en mi entrepierna, y sonrió aún con los ojos enrojecidos para decirme:
- ¿Te excita verme?
Yo, quien era consciente de la enorme erección que había bajo mis pantalones, decidí no ocultar más.
- Sí - respondí, sin pena alguna - Eres una chica muy guapa, estoy seguro de que eres la más linda de tu salón. Tienes un cuerpo precioso y una belleza natural, esa es la verdad.
Dije aquello de corrido, sin tropezar, y el rostro se le enrojeció como un tomate, así que giró de inmediato, mostrándome por un instante sus preciosas nalguitas, antes de dirigirse hacia la cabina de la regadera.
Apenas entró, abrió la llave, y el agua comenzó a recorrer su piel.
Me puse de pie y tomé la cámara; sabiendo que aquello era ya una farsa, pero que valía la pena mantener la tensión un poco más.
Tomé un par de fotografías, pero de pronto una idea cruzó mi mente.
Cerré la cortina de vidrio de la cabina de la ducha, lo que hizo que mi sobrina dejara de posar.
- ¿Qué te parece esto? - comencé a decir - Has como que bailas pegándote contra el vidrio, de manera que sólo se vean claras las partes que estén pegadas a la cortina. Además, el vapor del agua le dará un efecto más sensual.
Jimena lo pensó unos segundos, y yo me pregunté si la palabra "sensual" había sido adecuada.
Pero entonces ella comenzó a moverse, pegando primero la parte delantera de su cuerpo contra el vidrio, de manera que se resaltaban sus pezones oscuros que contrastaban bellamente con su piel morena clara.
Yo reanudé la toma de las fotos; estaba tan seguro que en unos segundos la haría mía, que hasta me di el lujo de tomar las fotografías con toda calma y técnica, de manera que - de hecho - excelentes tomas se lograron en aquel instante.
Segundos después ella cambió de posición y, meneando deliciosamente la cintura, comenzó a repegar su trasero contra el humedecido vidrio.
Yo no pude más que tomar todas las fotografías posibles, al tiempo que comprendía que mi sobrina Jimena era la criatura más hermosa sobre el planeta.
Ella frotaba una y otra vez su culo contra la cortina; era como una danza que me iba absorbiendo más y más, conforme las curvas de sus nalgas retozaban contra la superficie del vidrio.
De pronto, no pude más, y solté la cámara, colocándola sobre una mesita en donde había maquillajes de mi hermana; pero, sin embargo, Jimena siguió con su erótica danza.
No paró ni siquiera cuando me puse de pie a centímetros de ella, sólo separados por el delgado vidrio; dirigió su mirada contra la mía, como si estuviese retándome a dar el siguiente paso.
Tampoco paró de bailar cuando deslicé la cortina, abriéndola hasta que ya no hubo nada que nos separara...pero ella seguía moviendo su culito, golpeándolo contra una superficie imaginaria.
Entonces, llevé una mano a sus caderas, obligándola a parar aquel baile; sus ojos entonces cambiaron, y comenzaron a asustarse. Yo llevé mi otra mano a su mejilla, deteniéndola cuando vi que intentaba mirar hacia enfrente.
Completamente congelada, no movió ni un musculo cuando mi rostro se acercó al suyo y uní mis labios a los suyos.
Siempre recordaré aquel primer beso, la manera tan tímida en que Jimena recibió mi boca, sin atreverse a mover sus labios hasta que mi lengua los obligó a abrir camino.
Nunca olvidaré la sensación que fue introducir mi lengua en su boca, hasta encontrar la suya, al tiempo que mi otra mano comenzaba a dirigirse de su cintura a su nalga izquierda, apretujándola apenas pude.
Ella hizo ademán de girarse hacía mí, pero yo la detuve sosteniendo con fuerza sus caderas con ambas manos. Ella se mantuvo ahí, y me vio caer de rodillas sobre el tapete de baño que estaba justo fuera de la cabina de la regadera, de modo que mi rostro quedó a centímetros de su culo, el más precioso del mundo, y mi mayor adoración hasta la fecha.
Su cuerpo vibró de miedo cuando sintió el contacto de mis labios con la piel de sus nalgas. Pasé enseguida mi lengua sobre la superficie de su culo, y pude percibir en el agua que aún había sobre su piel el sabor de su esencia, de su juventud y belleza.
Estuve unos segundos tapizando su culo de besos, hasta que no pude resistir más y tomé sus nalgas con cada mano, y las separé para que el canal entre su culo diera paso libre a mi lengua, que deslicé de arriba a abajo, una y otra vez, hasta detenerme por varios segundos lengüeteando el cerrado ojete de su culo.
Ella lo aceptó los primeros segundos, pero pronto apretó sus nalgas para que yo parara.
Yo me disculpé dándole un par de besitos a su culito, y me puse de pie, hasta llegar de nuevo a su cuello y de ahí a su boca, cosa que al principio no le gustó del todo, pues mi lengua hacia segundos que se había deslizado sobre la entrada de su ano.
- ¿Quieres hacer algo más? - le pregunté.
Ella movió la cabeza afirmativamente, incapaz de articular palabra, pero enseguida se repuso y confirmó:
- Sí, sí quiero...pero está Luis.
- Lo haremos en silencio - resolví, y tomé una toalla de mano que estaba sobre el lavabo, y con ella sequé su cuerpo.
Jimena permanecía de pie, con una asombrosa serenidad, mientras mis manos la secaban, preparándola para lo que se convertiría en el mejor follón de mi vida.
Apenas terminé, me volví a sentar en la taza de baño, y de nuevo la hice posarse sobre mis rodillas. Me sorprendió cómo su culo parecía más voluminoso sobre mí que cuando aún vestía las bragas.
- Este es el mejor momento de mi vida - le dije, y no estaba mintiendo - Te agradezco.
Ella volvió a enrojecerse, lo cual me encantaba. Entonces pase una de mis manos bajo sus rodillas y la otra en su espalda, y me puse de pie, llevándola hacia la recamara como la doncella que era.
La coloqué de espaldas en el centro de la cama de sus padres; a lo lejos se escuchaban los disparos del juego, por lo que comprendí que Luis no sería mayor problema.
Comencé a desnudarme, primero con la camisa, después los zapatos y el pantalón; me quedé sólo en calzoncillos, y sonreí satisfecho cuando observé como la mirada de mi sobrina se mantenía expectante en el bulto que se formaba entre mis piernas.
"Te vas a llevar una buena follada Jimenita", pensé, justo antes de bajarme aquella última prenda.
Con mi verga endurecida y altiva, me acerqué lentamente a la chiquilla, quien permanecía inmóvil, pero con un nerviosismo evidente.
Caí en la cuenta de lo delicada e inocente que era, virgen sin duda alguna, y me pregunté si no era acaso lo mejor parar aquello, disculparme con ella y decirle que todo aquello estaba mal. Pero no, sus piernas torneadas por su juventud, su vientre limpio y sus pechos inmaculados eran ahora mi obsesión. Era yo un lobo hambriento ante la más tierna de los corderos.
Consciente de esa ventaja, me lancé sobre ella.
Sus manos apenas alcanzaron a levantarse y a posarse en mi pecho cuando me deslicé sobre ella, hasta que mis labios encontraron los suyos.
Con mis pies, hice que los suyos se abrieran, quedando la parte baja de mi cuerpo acomodada entre sus piernas.
Mientras la besaba, pensaba en mi siguiente movida; prácticamente, por la inexperiencia de mi sobrina, corría por mi cuenta de que aquello fuera realmente una buena experiencia para ella.
Así que, con la mayor de las ternuras, besé sus mejillas, de ahí su cuello durante varios segundos, bajando después a sus pechos, donde mis labios saludaron suavemente a sus pezones.
Aquella sensación en sus tetas fue más que suficiente para que ella comenzara a suspirar de placer, por lo que comprendí que aquel era el camino adecuado.
Seguí entonces mi recorrido hacia abajo; mis labios besaron su vientre y de ahí la parte frontal de sus caderas, antes de llegar y aspirar el olor de sus delgados y aún juveniles vellos vaginales.
Desde ahí, ya se podía oler la sensación dulzona proveniente de su conchita, que hacía casi media hora que estaba más que excitada.
Por lo tanto, decidí pasar a la acción y, tomando con firmeza sus piernas, las abrí para que mi cabeza pudiera escurrirse entre ellas. Y así, con decisión pero también mucho cuidado, besé su coño.
De inmediato, una de sus manos apretó mis cabellos, pidiéndome parar, pero yo continué, y comencé a deslizar mi lengua entre los labios vaginales de su deliciosa conchita.
Era increíble la sensibilidad del sexo de Jimena a cada contacto con mi boca; la pobre se retorcía de excesivo placer con cada uno de mis movimientos de mi más experimentadas lengua y boca.
- ¡Tío, despacito! - rogó.
Yo le besé su conchita con más suavidad, pero ni siquiera eso fue suficiente para que ella dejara de golpear suavemente mi espalda con sus piecitos, tratando de alejar mi rostro de su coño.
Y yo, además, me rehusaba completamente a parar aquel delicioso banquete; no tengo palabra siquiera para explicar el exquisito sabor de sus jugos virginales, una autentica miel de doncella.
Pero hacer aquello, me llevó pronto a que mi verga se endureciera hasta sus últimos límites; parecía que la vena más exterior de mi tronco estaba a punto de estallar del nivel de presión al que se hallaba.
Deseé entonces con locura penetrarla, convertirme en su primera vez y hacerla mía.
Así que subí mi rostro de nuevo al suyo; ella volvió a dudar en besarme, al notar el aroma de su coño en mi boca, por lo que tuve que presionar mis labios contra los suyos y abrir sus dientes con mi lengua para encontrarme con la suya.
Pronto se acostumbró al sabor de su sexo, rendida en parte por las caricias que con mis manos lanzaba sobre sus sensibles tetas.
Entonces tomé con firmeza mi tronco, y apunté la cabeza de mi verga contra la entrada de su coño. Ella me miró fijamente, temerosa pero decidida, y susurró:
- ¡Despacito tío, que no me duela!
Yo le besé la frente y después la boca, y le prometí que tendría cuidado.
Entonces comencé a meterse la suavemente, despacito y con sumo cuidado; era una delicia sentir su estrecha conchita dilatándose con resistencia ante mi endurecida verga.
- ¡Aaaghhh! - gritó ella, y yo la tranquilicé con un poco de caricias.
Pero ella siguió lanzando quejidos.
- Tú puedes, Jime - la animé - Ya casi, tranquila.
- ¡Duele! - protestó - ¡Despacito por favor!
Pero en realidad mi sobrina estaba siendo muy valiente, sus quejas no eran tantas aún, y su coño ya se había tragado más de la mitad de mi verga.
No voy a mentir, ni siquiera sentí el momento en que le rompí el himen con la punta de mi tronco, a pesar de que un hilillo de sangre surgió de entre los límites de su invadida concha.
- Lo estás haciendo muy bien - dije - Ya casi terminamos.
Acerque mi mano a su rostro y le acaricié la frente haciendo a un lado los cabellos sudorosos. Después coloqué mis manos sobre sus pechitos, y me dediqué a comenzar el bombeo.
Fue lento durante los primeros dos minutos, por supuesto, y de vez en cuando tenía que detenerme para que ella se acomodara de la mejor manera, para que el grosor de mi verga no le lastimara tanto.
Pero, poco a poco, mis embestidas fueron aumentando su fuerza y velocidad, y sus quejidos pasaron a ser auténticos gemidos de placer.
Ella parecía esforzarse en no alzar tanto el volumen de sus gritos, pero yo no se lo hacía fácil, pues no me atrevía a dejar de taladrarle el coñito.
Yo estaba realmente en el cielo; coloqué mis manos bajo ella, extendiéndolos en su espalda, haciéndola alzar sus pechos contra mi boca, que comenzó a deleitarse con sus endurecidos pezones.
Estos eran tan deliciosos que pasaba mis labios de una teta a otra, enloquecido como perro hambriento, sin dejar en ningún momento de lanzar mi tronco contra su concha.
Aquello, por supuesto, extralimitó sus sensaciones, y de pronto sentí su cuerpo vibrar hasta que el interior de su coño palpitó un par de veces.
Me detuve un momento, sosteniéndola aún por la espalda, y disfrutando verla al tiempo que ella gozaba el primer orgasmo de su vida.
Unos veinte segundos después, cuando el placer comenzaba a diluirse, ella me miró; de forma hermosa, ambos intercambiamos una mirada cómplice. Tío y sobrina, follando en la recamara de sus padres, éramos la pareja más feliz en aquel instante.
Reinicié mis movimientos, ante su sorpresa, pues al parecer creía que aquello estaba finalizando. Pero de ninguna manera sería así, y yo no estaba dispuesto a parar sin correrme en ella.
Tras unos minutos más en aquella posición, la hice colocarse en cuatro, y me instalé detrás de su precioso culo, cuyas nalguitas parecían un tributo en aquella posición tan sugerente.
Ya ni siquiera costó mucho trabajo enterrarle mi falo; y segundos después de la primera penetración, ya mantenía un buen ritmo.
No obstante, la manera en como mi verga penetraba su estrecho coño hizo que ni siquiera pudiera sostenerse más de un minuto, antes de que sus piernas perdieran fuerza.
- ¡Tío, ya, se siente, se siente muuuchoo! - se quejó.
Entonces, cayó completamente sobre la cama, y su cara desfigurada por el placer se intentó enterrar entre las sabanas.
Pese a aquello, no dejé de bombearla, e incluso resultaba más placentero ahora, pues mi verga se abría paso ahora entre sus nalgas, rozando con aquella piel tan tersa y suave cada vez que salía y volvía a penetrarla.
- ¡Tienes un culo precioso! ¡Se siente tan rico meterte mi verga, Jimenita, quisiera tenerla ahí dentro toda la vida! - le decía yo, embriagado por aquel placer físico y mental.
Ella sólo se limitaba a mantener la cara contra la cama, tratando de reducir el ruido de sus gemidos con las sabanas.
Yo aprovechaba en cambió para mirar hacia su culo, pues me fascinaba ver desaparecer y aparecer mi verga entre sus nalguitas una y otra vez.
Aquello me motivo a aumentar la velocidad de mis embestidas, lo que se tradujo en gritos y suspiros más intensos de parte de ella.
Cansado de no poder ver su rostro mientras la follaba, la tomé de sus cabellos y los jalé hacía mi, obligándole a alzar el rostro.
- ¡Aaaayy, aaaayyy, arrggghhttt! - gritaba ella, quien tardó en reaccionar que sus gemidos ahora invadían toda la habitación.
Me miró asustada, y apenas logró contener sus gritos dijo:
- ¡Tío, nos va a escuchar!
Pero a mí me encantó la forma en que ella gritaba con el rostro enrojecido de excitación, mirándome con ojos que rogaban parar aquel placer; así que volví a acelerar mis embestidas, obligándole a soltar nuevos sollozos.
- ¡Aaayy yaaa! ¡Aaaayyyy yaaaa, tíooo! - decía.
Yo solté entonces sus cabellos, y ella volvió a hundirlos entre las sábanas.
Coloqué entonces mis manos sobre sus nalgas, y las estrujé de manera que se separaran y abrieran más paso libre a mi tronco que le taladraba el coño.
"Qué nalgona está la putita esta - pensé - Ni siquiera puedo clavársela toda".
Comencé a cansarme un poco, así que sin dejar de moverme me recosté un poco más sobre su espalda, de forma que mis labios besaron su nuca para después trasladarse a sus orejas.
- ¡Qué ricas nalgas tienes! - le dije entonces, completamente enloquecido - Cómo me gusta la forma en que se siente follarte.
Ella no dijo nada, y sólo se escuchaban sus gemidos cada vez más espaciados y tranquilos.
Buscando una respuesta de ella, le comencé a preguntar majaderías al oído:
- ¿Te gusta? ¿Te gusta cómo te estoy follando? ¿Te gusta cómo se siente tu conchita con la verga de tu tío?
Ella sólo se limitó a mover afirmativamente su cabeza, sin despegar el rostro de la cama. Entonces, sin dejar de enterrarle mi verga una y otra vez, yo seguí preguntándole:
- Hace rato te vi muy seriecita en el sofá, y ni me saludaste, y no han pasado ni cinco horas y ya te estoy culeando. ¿Eso querías? ¿Por eso te ibas quitando tu ropita?
Ella no respondió, y de pronto giró su vista hacia mí, deslizó una de sus manos hasta mi cabeza y me empujó por la nuca contra ella.
Me besó, como intentando acallarme, y yo le respondí aumentando las embestidas contra su deliciosa conchita.
Aquella situación me hizo excitarme tanto que la hice volver a ponerse sobre sus rodillas, en posición de perrito.
Esta vez ella lo soportó perfectamente, y hasta se recostó sobre sus brazos recogidos para ofrecerme aún más abiertamente su culo.
Mi verga, con todo su vigor, se introdujo hasta el fondo por su concha, causándole un estremecimiento que, sin embargo, supo soportar.
Yo estaba ya a punto de correrme; ella mantenía su cuello girado, mirándome de forma retadora mientras trataba de soportar inútilmente los gemidos que se le escapaban en forma de gritos por su boquita abierta completamente por tanto placer.
La sostuve fuerte por las caderas, apretujándole bien las nalgas para que no se escapara.
Entonces, el clímax cruzó como un disparo a través de mi cuerpo y un chorro abundante y caliente de esperma salió disparado contra el interior de su coño.
Ambos gemimos al mismo tiempo; fue de lejos la mejor corrida que había tenido en mi vida. Era increíble lo bien que se sentía soltar mi leche en el interior de mi sobrinita.
Ella alejó su rostro del mío, y miró al frente, desde donde soltó un gemido que sonó como música para mí. El calor de mis fluidos había abarcado todo su interior.
Satisfecho, saqué mi verga de su coño, pero aún brotaron un par de chorritos de esperma que cayeron sobre su nalga derecha y sobre el canal superior de su culo, por donde se deslizó un arroyo de liquido seminal hasta el ojete de su culo.
Habíamos terminado; y ambos permanecimos unos segundos en total silencio, sin movernos, seguramente meditando que, desde aquel instante, habíamos cruzado un límite, un tabú, del que no habría vuelta atrás.
Entonces me puse de pie, y busqué en el piso algo con qué limpiarme; tomé entonces las bragas azules de Jimena y con ellas me limpié el tronco y el glande de mi verga.
Después me puse rápidamente mis calzoncillos y pantalones.
Ella comenzó a bajar de la cama, confundida y callada, y hasta se asustó como un corderito cuando mi voz rompió el silencio, ordenándole:
- Metete a bañar, yo iré abajo. Allá nos vemos.
Jimena obedeció, y comenzó a levantar su ropa evitando a toda costa cruzar su mirada con la mía, hasta que buscando sus bragas miró cómo yo me las guardaba en el bolsillo del pantalón.
Me miró, cuestionándome, pero yo no dije nada y ella siguió su camino hacia el baño de la recamara de sus papás.
Segundos después, salí con la mayor tranquilidad posible de la recamara, y bajé lentamente las escaleras.
Vi que Luis seguía completamente absorto ante el videojuego y el televisor, por lo que salí de la casa, directo a mi automóvil.
Ahí, en la guantera, oculté bien las braguitas de Jimena, y encendí el aire acondicionado para que mi cuerpo se aclimatara.
También tomé mi control para Play Station con patrones de uniforme militar, que pensaba prestarle a Luis para que centrara su atención en el aparato y no en el tiempo que su hermana y yo dilatamos en la recamara de sus padres.
Minutos después regresé a la casa, y el control de videojuegos cumplió perfectamente su objetivo. Luis ni siquiera preguntó por Jimena, quien bajó veinte minutos después, bañada y como si nada hubiese ocurrido.
Tomó un vaso de leche y galletas, mientras yo la ignoraba centrando mi atención en el videojuego, dándole consejos a mi sobrino.
Después, Jimena se despidió, y subió directamente a su recamara, donde entré silenciosamente a las tres de la madrugada, mientras Luis estaba completamente perdido en sueños.
Ahí, bajo las sabanas de mi sobrina, volví a cogerla, sólo que más lento y más suave, sin que nuestros labios se despegarán más que para tomar aliento.
No duró mucho, y ni siquiera me corrí; pero quedé satisfecho por haberle provocado el segundo orgasmo del día, y seguramente de su vida.
Volví a mi cama satisfecho, sabiendo que aquella preciosa chiquilla había pasado - de un día para otro - de ser mi simple sobrina a convertirse en mi mujer, en mi putita.
No pude, desde luego, conciliar el sueño, hasta que no me masturbé sobre la cama y eyaculé pensando en ella.
"Es una diosa" , pensé, romántico, "y es mía".
A la mañana siguiente bajé con la sensación de que todo lo ocurrido el día anterior había sido un sueño.
Salí de la recamara directo al baño, donde me di una ducha rápida que me dejó como nuevo. Me vestí con los mismos pants de dormir, sin calzoncillos, y una playera sin mangas blanca.
No me sorprendí cuando, bajando las escaleras, comencé a escuchar los efectos de disparos y explosiones del videojuego que le había prestado a Luis.
En efecto, frente al televisor, como si el tiempo no hubiera pasado, mi sobrino seguía jugando las últimas misiones ya de Destiny, esta vez con mi control remoto que le había prestado la tarde de ayer, justo después de haberle quitado la virginidad a su hermana, en la recamara de sus padres.
- Buenos días - dije - ¿No has parado?
Él sólo me sonrió, apenado, y me preguntó acerca de algunas dudas sobre la historia del juego.
Mientras hablaba con él, busqué a Jimena con la mirada, pero parecía como si ella no hubiese despertado aún.
Entonces, unos pasos en el piso superior llamaron mi atención, y cuando volteé vi su figura entrando al cuarto de baño.
"¡Joder! - pensé - La hubiera esperado allá".
Pasado un tiempo, pregunté a Luis si ya había desayunado, y me señaló una caja de cereales que estaban sobre la barra.
Me senté ahí, y me serví dichos cereales con leche; desde la barra se podía ver cómodamente la pantalla, a unos tres metros de distancia, y Luis podía mirar mi rostro y la parte superior de mi cuerpo.
Me dispuse a desayunar, y así estuve comiendo lentamente - interrumpido constantemente por Luis - durante unos cinco minutos cuando de pronto apareció Jimena bajando de las escaleras, silenciosamente, por lo ligero de su cuerpo. Se acercó a mí, y me preguntó cómo había amanecido, con la normalidad con la que una sobrina se lo preguntaría a su tío.
Yo le respondí con una sonrisa, y ella me devolvió la suya; ahí comprendí que nada de lo de ayer había sido un sueño, y que una nueva complicidad existía entre ambos.
Ella miró hacia su hermano, y yo noté que Luis ni siquiera se había percatado de la presencia de su hermana, quién vestía un conjunto de pijama similar al del día anterior pero color rosado en lugar de gris.
Entonces, una idea apareció en mi mente, y tomé a Jimena por el brazo, alejé mi asiento, creando un espacio libre, y la obligué a ponerse de rodillas frente a mí, debajo de la barra.
- ¡Tío no! - protestó en voz baja.
Yo le hice callar llevando mi dedo índice a los labios, y comencé a descender un poco mis pants de dormir, de manera que mi verga apareció ante su rostro.
"Hora de mamarme la verga, Jimenita", pensé, mientras mi polla iba endureciéndose rápidamente, ante sus sorprendidos ojos que se abrían como platos.
Ella seguía protestando, por lo que pasaron casi un minuto y medio hasta que la convencí, o más bien la hice quedar sin remedio, al demostrarle que no iba a detenerme hasta que ella cediera.
Un verdadero placer fue sentir por primera vez su boquita y sus labios alrededor del grosor de mi verga; era una boca virgen, fresca y limpia.
Al principio, naturalmente, mamó de forma pésima, por lo que tuve que darle algunas indicaciones básicas.
Ella pronto pareció ganar interés, y comenzó a concentrarse y a mover su cabecita contra mi verga cada vez con mayor soltura.
Como su boquita era inexperta, apenas podía tragarse la mitad de mi tronco, pero yo no tenía ningún motivo de queja, pues aquello era un verdadero delirio.
Yo regresé mis manos sobre la barra, pues vi cómo Luis giraba su vista hacia mí y me preguntaba, señalando al televisor:
- ¿Crees que es buena idea utilizar esa arma en lugar del rifle de siempre?
Aquello hizo que Jimena se detuviera, seguramente muerta de miedo, pero yo respondí con naturalidad, afirmativamente. Eso la tranquilizó, y sentí sobre mi falo el ir y venir de sus labios.
Así, yo simulaba desayunar mientras Luis volteaba de vez en cuando para consultarme sobre el juego, sin imaginar que debajo de la barra su hermanita aprendía a chuparme la verga.
Yo sabía que aquello iba a durar mucho así que, después de unos tres minutos, ayudé a Jimena y me comencé a masturbar, pues sabía que debíamos terminar pronto antes de que su hermano nos descubriera.
Mientras yo masajeaba mi verga, ella seguía lamiendo y chupando tímidamente mi glande.
A mí me encantaba echar un vistazo de vez en cuando a mi entrepierna, donde la preciosa cara de Jimena aguardaba paciente a que yo me corriera.
En determinado momento, y evitando a toda costa armar jaleo con mis gemidos, me corrí dentro de la boca de la chiquilla, quien acertadamente limpió la cabeza aún chorreante de mi falo para que mi pene quedara perfectamente limpio.
Cuando aquello terminó, y yo recuperé el aliento, cubrí de nuevo mi verga bajo los pants y acaricié el rostro de Jimena.
- Buena chica - susurré, sin que Luis no escuchara.
La idea de que mi leche había sido lo primero que mi querida sobrina se había llevado al estomago aquella mañana me llenó de una extraña satisfacción.
Sin embargo, en realidad me equivoqué.
Cuando le hice señal de que podía pararse, pues Luis no miraba hacia nosotros en aquel momento, ella se dirigió directamente al fregadero de la cocina, donde escupió mi semen y se enjuago discretamente la boca.
Yo sólo sonreí ligeramente, y regresé a mi desayuno, pensando en que sería en otra ocasión en que le enseñaría que debía tragarse mi leche.
El resto del día fue más o menos similar; yo aprovechaba cualquier momento para manosearla, especialmente su rico culo que se había convertido en mi obsesión.
De pronto sonó el celular de Jimena, quien me pasó el celular de inmediato.
- Hermanito no te pude marcar de inmediato pero ya vamos en camino, calculo que dos horas más de viaje y llegamos - me explicó Cleotilde.
Aquello me hizo alarmarme, pues yo moría por follar de nuevo con Jimena, quien debía desear lo mismo pues constantemente me rondaba e intercambiaba miradas conmigo.
Sin embargo, a pesar de que queríamos estar a solas, a Luis se le ocurrió que volviéramos a jugar el videojuego de carreras.
Yo no tuve más remedio que aceptar, pero opté por chocar y jugar mal a propósito con tal de aburrirlo.
- No sé qué me pasa - me excuse - Debe ser que dormí mal anoche.
Sólo cuando faltaba menos de una hora, el chico se cansó y decidió que quería ver una serie a la que le estaba dando seguimiento en Netflix.
Jimena y yo aprovechamos aquello para escabullirnos, esta vez en su recámara, que al menos tenía una cadena para asegurar un poco la puerta en caso de que alguien la abriera.
Antes de que subiéramos, me ofreció en voz alta escuchar un nuevo artista musical que le gustaba; yo comprendí que aquello era sólo para despistar a su hermano, y acepté gustoso la invitación.
Ella se adelantó y, apenas llegué, cerró la puerta y colocó la cadena; para entonces ya había puesto música, por lo que podíamos hacer el ruido que quisiéramos.
La lancé sobre su cama, entre montones de ropa, y me saqué los pantalones en segundos.
Ella iba bajándose poco a poco su pantalones de la pijama, pero yo llegué, tomé las orillas de estos, y se los deslice completamente con todo y bragas, quedando ante mí su coño desnudo contra el que abalancé mi boca.
¡Joder! Cuánto extrañaba tenerla de nuevo, y eso que apenas hacia unas horas que me había deslizado sobre esa cama.
No tardé mucho y enseguida, con mi verga bien erecta, me acomodé y le enterré todo mi tronco.
Ella alzó su espalda y lanzó un grito quedito al sentir invadida de lleno la cuenca entre sus piernas.
Tenía ya rato embistiéndola cuando una llamada entró al teléfono celular de Jimena.
Se asustó, pero yo la tranquilicé y le dije que contestará sin temor. Ella lo hizo, y comenzó a hablar con su madre mientras yo seguía machacando su coño, aunque de forma más pausada.
Era una ternura ver sus ojos temerosos al ver que yo no me detenía ni siquiera en aquel momento. Ella no podía evitar soltar respiraciones profundas durante la llamada, que afortunadamente no hicieron sospechar a mi hermana.
Cuando colgó, Jimena dijo que sería mejor parar pues sus padres ya estaban a menos de cinco minutos de la casa.
Por toda respuesta, me incorporé y la hice levantarse de la cama jalándola bruscamente del brazo. Avancé arrastrándola hacia la ventana, y la lancé de frente contra la pared, rodeándola de inmediato con mis brazos.
Desde aquella posición, a través de los espacios de las persianas, podía verse la llegada del auto de sus padres.
Le quité la blusa de la pijama, y le alcé su sostén deportivo, de modo que sus tetitas quedaron libres bajo la tela enrollada. Apreté suavemente sus pezones con cada mano, y con total habilidad la penetré avanzando con mi verga entre sus nalguitas.
¡Qué buena follada le di ahí! La pobre estaba enloquecida de tanto placer, y ni siquiera dijo nada cuando vimos la camioneta de sus padres entrar al enorme patio frontal.
Con la luz del sol afuera en todo su esplendor, nadie hubiera podido ni siquiera sospechar que a un costado de la ventana me encontraba yo taladrándole el coño a mi sobrinita con embestidas que rayaban en lo brutal.
- ¡Tío! ¡Aaaay tíoooo! ¡Ayayayaaaayyyyy! ¡Tíiiiioooo! - eran las únicas palabras que Jimena podía articular.
Yo estaba implacable, como si quisiera destrozarle el culo a vergazos, aunque guardando aún la consideración de que apenas ayer aún era virgen.
- ¡Ya llegaron! - gritó mi sobrino de pronto.
Yo me detuve, y saqué mi falo de Jimena unos instantes, temiendo que su hermano tuviera la ocurrencia de subir a buscarnos.
Pero entonces escuchamos la puerta principal cerrándose de golpe y en seguida lo vimos aparecer a través de la ventana en dirección al coche de sus padres.
- Terminemos esto de una vez - dije, y al instante la tomé por las caderas y volví a enterrarle mi verga hasta el fondo.
Decidido a correrme pronto, la embestía con toda fuerza, importándome poco sus gritos, gemidos y ruegos de que me detuviera.
- ¡Ya tío por favor! ¡Ya porrrrr….faavooor!
- Chilla todo lo que quieras - dije, violento - tus papitos no van a escuchar cómo me estoy cogiendo a su hijita querida.
Ella en efecto se sintió libre de gemir más fuerte, al saber que ya no había nadie en casa y su familia, a unos 15 metros de distancia, no escucharía.
Me encantaba escucharla gemir, y ella parecía disfrutar también la libertad de lanzar aquellos apasionados gritos.
Fue un alivio ver como Luis había salido al patio a ayudar a sus padres con la abuela, a quien le preparaban una silla de ruedas que mi cuñado no lograba armar.
Yo seguía castigando el sapito de Jime, pero no aguanté más semejante situación y pronto sentí mi leche fluir desde mis testículos.
Y así, mientras el resto de la familia ayudaba a la dulce viejecita, yo descargaba una nueva dosis de leche en el mojadísimo coño de mi sobrina, cuyos gemidos iban cesando conforme mis embestidas pararon.
Aquel último polvo lo sellamos con un beso.
Para cuando los otros cuatro entraron a la casa, encontraron a Jimena lavando tranquilamente los trastes, sin sospechar en lo más mínimo lo manchadas que debían estar sus braguitas, por el semen aún caliente que fluía desde su coño.
Me fui aquella misma tarde tras comer con todos y conocer a la madre de mi cuñado, que sobra decir que es una mujer bastante respetable y amena.
Ante mi auto, con el motor ya encendido, mi hermana y su marido no paraban de agradecerme el haber cuidado a sus hijos.
Yo no mentí para nada cuando les dije que aquello había sido un verdadero placer.
Desde entonces no he vuelto a aquella casa, pero sí que me he encontrado con Jimena, pues en cuatro - casi una vez cada dos semanas - ocasiones hemos planeado vernos a escondidas.
Yo pido permiso en mi trabajo y conduzco hasta su ciudad, mientras que ella simula hacer trabajos en equipo en casa de alguna de sus compañeras para la escuela.
Oculta en los asientos traseros de mi coche, visitamos moteles en donde tenemos privacidad absoluta.
Una vez que terminamos, la paso a dejar sobre la carretera, de modo que ella camina el último tramo hasta su casa.
Ha sido arriesgado, por supuesto, pero es así como hemos podido vernos para follar.
Sólo puedo comentar que ella está aprendiendo muchas cosas, y que se está volviendo una verdadera experta en el extenso arte de follar.
Además, es verdaderamente excitante hacerle el amor con su uniforme escolar puesto, especialmente cuando sólo le bajo sus braguitas y me la culeo con la falda a cuadros alzada.
En cuanto a sus relaciones en clase, me ha contado que las cosas marchan mucho mejor, pues ha hecho amistad con sus otras compañeras, mientras que a las que antes se burlaban de ella apenas las toma en cuenta, lo que ha hecho que a la larga las cosas terminaran volteándose gracias a la renovada confianza de Jimena en ella misma.
Siempre me gusta recordar lo tímida que era al inicio, especialmente ahora que me sorprende la gran habilidad con la que salta sobre mi verga y abre las piernas para recibirme completamente, y la manera tan perfecta en que me mama el falo desde la punta hasta la base, incluyendo mis huevos con los que la última vez jugueteó metiéndoselos en la boca y masajeándolos con su lengua.
Por supuesto, ahora ya sabe que cada gota de mi leche debe terminar en su estomago, incluso la que le lancé en una ocasión sobre su precioso rostro.
Han sido más de cien días de locura, y hemos prometido no dejarnos de ver nunca, aunque claro, nadie puede saber qué depara el futuro.
En mi buró, guardadas en un cajón, aún permanecen las bragas azules de Jimena, recordándome que ella, mi sobrina, es ahora mi putita.
Gracias por leer mi historia.
FUENTE: http://relatos.gratis/2017/05/138
9 comentarios - Subiéndole el autoestima a mi sobrina
Solo una pregunta. Es un relato original tuyo y solo lo has copiado de esa web