Esta historia me la envió en forma abreviada un amigo por correo electrónico, el cual me pidió que la relatara usando mis recursos literarios, para que la disfruten todos los amigos lectores de la red. Aunque no sé si es real, este amigo me aseguró que es cierta cien por cien, mandándome algunas fotos como pruebas, las cuales me las reservo para mi colección particular. Aquí les va el relato.
“Mi nombre es Iván y vivo en las afueras de la ciudad de Olavarría, provincia de Buenos Aires, en Argentina.
Tengo 19 años, soy alto (1,85 metros), cabello castaño y dicen mis amigas que estoy bien físicamente. Tengo dos hermanas mayores, mellizas de 21 años, las cuales ya se casaron y se fueron a vivir lejos, una en Buenos Aires, la otra al extranjero. Vivo en casa con mi mamá y mi abuela materna. Mi padre hace tres años que se fue de casa por una situación de infidelidad, y ahora está trabajando en Comodoro Rivadavia. Mis ocupaciones son: durante el día trabajo en un comercio de la ciudad, y por las noches hago un curso de mecánica práctica. Mi mamá es ama de casa y vivimos del dinero que manda papá (por orden judicial), la pensión de mi abuela y el sueldo mío. En este país, viendo como es la situación en general, puedo decir que estamos bien.
Paso a describir a mi mamá, tiene 41 años, es baja, rellenita y tiene algunas canas. Siempre fue muy buena con sus hijos, a los cuales crió con cariño y dedicación. Es tal vez que por este motivo descuidó un poquito su aspecto físico, engordó, dejó que se le vean las canas, y si le agrego que se trajo a vivir a mi abuela en estado de viudez, comprendo que haya motivado a mi padre a engañarla con una mujer más joven. Fue un divorcio traumático, ya que mi madre descubrió in fraganti a mi padre en un albergue transitorio, del cual le habían pasado datos. Mi mamá estuvo como un año de duelo, lloraba seguido, malhumor, dolores de cabeza, etc. Pero yendo al asunto que interesa, en el momento del divorcio yo contaba con 16 años. Desde los quince me había convertido en un fetichista, sin saberlo, propio de la edad de la pubertad. El hecho sucedió un día, sin quererlo, entré al baño a tomar una ducha, me desnudé y dejé mi ropa en un rincón del baño. Como siempre, mientras me metía bajo el agua, me gustaba hacerme una buena paja, ya que las hormonas me tenían como loco. Teniendo la pija bien erecta, atrapada en la palma de mi mano derecha, cerraba los ojos y me imaginaba cualquier situación erótica, con una rubia y una negra bien putas las dos, chupándome los huevos, la pija y cogiéndomelas hasta por el culo a ambas. En ese veo que en el rincón donde dejé mi ropa, había ropa interior sucia de mi madre.
Se pararon las rotativas, tomé la bombacha, era de color negro con algunos encajes. La observé con detenimiento, era lo más sensual que hubiera visto.
Automáticamente vi que entre los encajes delanteros de la braga había algunos pendejos negros enredados, seguro que de mamá. Tome alguno de ellos, los observé detenidamente, los olí, y los chupe. Después miré la parte reforzada de la braga, que es la tela que hace contacto con la concha propiamente dicha, o sea los labios vaginales y el clítoris, y divisé unas manchas amarillentas, pegajosas, eran de seguro restos de flujos vaginales, mocos o algo parecido. No pude evitarlo, acerqué el calzón a mi rostro, y aspiré como si fuera aire fresco los olores de esos restos de fluidos maternos. Con mi mano izquierda inspiraba ese olorcito agrio, sentí el verdadero olor a concha, bien puro. Y puedo decir que ahora comprendo a los animales cuando se excitan, porque mi verga iba a reventar, y sin soltar la bombacha, que permanecía bien pegada a mi nariz, sostenida con mi mano izquierda, con la derecha reanudé la paja, esta vez con un loco frenesí sexual. Mi cabeza se partía de erotismo, porque ya me imaginé que la mujer que me estaba cogiendo era mi propia madre. Aspiraba el olor de la braga usada de mamá, y con la lengua estirada, me animé a probar el sabor de esos restos pegajosos. Sabían saladitos y mi saliva los iba disolviendo poco a poco. Hasta que no aguanté mas, y presionando la bombacha contra mi nariz y boca, de la pija salían borbotones impresionantes de semen. E
ra sin duda la acabada mas grande que jamás hubiera tenido, el piso del baño estaba lleno de leche. Rendido, sin fuerzas, caí de rodillas, aún con las bragas de mamá en mi cara, aspirando pausadamente ese olorcito a hembra, y sabiendo que esa hembra era mi mamá. Minutos después, recuperado de esta paja apoteósica, dejé la braga en el rincón y me duché duramente, como tratando de sacarme este pecado. A partir de ahí me volvió loco las bombachas de mamá, siempre trataba de ver cual tenía puesta cada día, para luego ir al baño, agarrarla, chuparla, pajearme con ella, etc. Y cada día hacía cosa mas osadas, a veces me las ponía, y sacando la polla por entre las piernas me hacía una paja. Adoraba aquellas bragas que tenían hasta tres días de uso, ya que juntaba bastantes flujos y cremitas, a veces algo de suciedad de excremento. Otras veces me envolvía la verga en sus bragas, me masturbaba violentamente, acabando entre sus bragas, las cuales inmediatamente las limpiaba con papel higiénico, tratando de no dejar rastros de leche, y así no ser descubierto. Me gustaban mucho unas blancas, las cuales esas si se las dejaba llena de semen, las metía mi madre en el lavarropas y ni cuenta se daba que estaban sucias de esperma de su propio hijo. Llegué a extremos inimaginables, ya que un día le requisé una de las bragas, esas de alto corte, que se calzan en las caderas, bien sucia de flujos vaginales, y en un acto de locura me las puse y estuve todo el día con ellas puestas. Me mataba el morbo de saber que en la hora de el almuerzo, sentados en la mesa, mi madre no se imaginaba que tenía puesto en ese momento una de sus bragas, sintiendo el roce de mi escroto en el mismo lugar que ella había rozado sus labios vaginales, dejando flujos, restos de orina.
Incluso tuve hasta un catálogo privado de las bombachas que usaba mamá, las negras, las blancas, las de encaje, etc. Sabía que bombacha usaba cada día, desde cuando las tenía puesta, y por supuesto salía corriendo cada vez que ella se las cambiaba para olerlas y cascarme una paja. Descubrí que había días que aparecían unas mas sucias que otras, hasta sabía de aquellas que usaba cuando le bajaba la menstruación, porque se le notaba el resto de pegamento de la toalla higiénica en la bombacha.
Después supe que las mujeres que tuvieron familia usan toallas en vez de hisopos (como las jovencitas) en la menstruación ya que su cavidad vaginal se ha estirado producto de los partos, y se le salen todos los restos sanguinolentos de la regla. Y cada día era peor, ya que las situaciones eran más arriesgadas que nunca, empecé a tratar de espiar a mi madre en cualquier situación: cuando entraba a su cuarto por cualquier excusa y verle la ropa interior que llevaba puesta, si entraba al baño observar por el ojo de la cerradura y verla desnuda en la ducha o si se sentaba en el inodoro a hacer sus necesidades. Llegué incluso a oler sus toallas higiénicas usadas, y pajearme encima de ellas, mezclando mi leche con los restos sangrantes de su regla. Así estuve tres años, elevando mi morbo al máximo. Incluso cada vez que salía de putas, trataba de estar con aquellas prostitutas parecidas en edad y físico a mi mamá, y cuando me las cogía me imaginaba que lo hacía con ella. Era una fiera en celo permanente, cada vez me acercaba mas a mi madre, físicamente hablando, yo la tocaba, la besaba en sus mejillas mas seguido, olía su cuello. Mi madre siempre decía que me ponía mimoso producto del divorcio, como apoyándola en los momentos duros que estaba pasando.
Siempre pensé que mi madre era joven y que tal vez tendría algún macho por ahí, pero la verdad es que no tenía ninguno. Entonces por algún lado tenía que desahogar, y se me ocurrió con la masturbación, pero nunca pude averiguarlo, llegando incluso a tratar de espiarla y ver si se pajeaba, no obteniendo resultados positivos. Hasta que llegó el día en que me descubrieron, en forma inapelable. Ese día mi mamá tenía que ir a la ciudad a hacer unos mandados con mi abuela. Yo estaba en casa, era sábado por la tarde.
Antes de salir mi mamá se dio un baño. Sabía que ella estaba usando unos sostenes rosados y una braga del mismo color, un poco más chica que las otras, sin llegar a ser una tanga Apenas se fue, corrí como loco al baño, producto de la excitación, a oler y degustar las recién usadas bragas de mam&aacut
e;. Cuando las tomé y acerqué mi nariz, se podía sentir aún el calor de su piel, algunos pendejos enredados, incluso uno canoso, sus olores al máximo, llena de flujos amarillentos, pegajosos. Pasé la lengua y saboreé esa cremita, bien saladita, mezcla de flujos y orina. Había un poquito de suciedad de excremento, seco, pero sin olor a mierda. No pudo resistirme y me desvestí, quedando en pelotas total dentro del baño, tomé el soutien rosado y me lo puse. Me quedaba flojo, ya que mi mamá esta bien tetuda y yo tengo algo pero músculo nada más.
Después, con mi pija bien dura, con el glande asomado en su esplendor, calce mi pie derecho en el correspondiente al de la braga, y luego el izquierdo.
Comencé a subir despacito esa bombachita rosada, sintiendo como me recorría los muslos hasta que su parte sucia hizo contacto con mi escroto. Seguí subiéndola un poco más, hasta que me calzara en la cadera, pero no mucho más, ya que era una tanga. Ni hablar que mi polla, parecía un mástil, y sobresalía por la parte delantera de la braga, por lo menos la mitad de su tamaño. Mis pendejos se salían por los bordes del calzón, y mis huevos los sentía bien apretaditos como si fuera un suspensor deportivo.
Liberé un poco más mi verga y comencé a pajearme, despacio, disfrutando de la bombacha de mamá, imaginándome a ella cogiendo conmigo, hasta sentir que la leche me recorría el tronco de la pija, vaciando mis henchidos huevos, alcanzando el clímax y en el medio del orgasmo, al tiempo que emitía gritos y gemidos de placer, gozo y satisfacción, escupiendo mi pija torrentes de esperma caliente a borbotones sobre el lavabo, en el piso y cualquier otro lado, cuando de repente ¡zas! Se abre la puerta del baño de improviso: quedé petrificado, y en la misma puerta, sosteniendo aún en su mano derecha el picaporte, mi mamá con los ojos bien abiertos, helada con la imagen que estaba viendo: su hijo vestido con ropa interior femenina, teniendo un orgasmo infernal, llenando de leche el baño, gozando imaginariamente con ella. Fueron los segundos más largos de la historia, atiné a sacarme las bragas a toda velocidad, dándole la espalda a mi madre, incluso en el apuro las rompí, ya que me quedaban un poco chicas. Sólo recuerdo que oí que la puerta se cerró fuertemente. Imaginé que mamá había salido disparada de allí, pero me equivoqué, porque cuando me di vuelta para ver, estaba del lado interior del baño, recostada contra la puerta, como impidiendo que alguien mas entrara, tal vez mi abuela vendría tras ella. Seguía observándome, sin emitir palabras.
Continué desvistiéndome, hasta quedar desnudo. Yo tampoco podía pronunciar palabra alguna. ¡Qué iba a decir! Sentía que me desmayaba de la vergüenza. Mi madre rompió repentinamente el hielo: ¿qué estas haciendo Ivan? – me preguntó pausadamente. La miré a los ojos, y solo alcance a decir: ¡Lo siento mamá! ¡Es qué no se que me pasó! – agregué de inmediato.
¡Vístete de inmediato! – me ordenó calmadamente.
Tomé mi ropa, amontonada sobre el rincón y me vestí rápidamente. Mi mamá mientras tanto, bajó la tapa del inodoro y se sentó en el a modo de asiento. Pude adivinar que mi madre sabía de mi secreto desde hace un tiempo, no sé, era una intuición que percibía.
¡Estas en problemas jovencito! – dijo mamá, ¡hace tiempo que noté una conducta extraña en ti! – agregó de inmediato.
Yo no abría la boca, solo escuchaba y bajaba avergonzado la cabeza.
¿Qué te sucede Ivan? ¡Confía en tu madre hijo! – dijo en un tono mas alto.
Levanté mi cabeza, debía confiar en ella, ¡es mi madre carajo! ¡Es que desde hace años que me gustas mamá! – respondí Mamá se reincorporó, me tomo de los hombros, me abrazo y comenzó a llorar.
¡Te ayudaré mi niño, mi chiquito! ¡Mamá te quiere, iremos al médico, o donde sea! – sollozaba mi mami.
La abrace en respuesta a su abrazo, y así me mantuve por unos minutos.
Salimos del baño, ella conduciéndome a la sala con su mano tomada de la mía. Pregunté por la abuela y me dijo que fue sola a la ciudad, era una excusa pensada de mamá. Supe ahí que todo era una emboscada de ella para descubrirme en mi acto fetichista.
¡Desde hace unos meses he notado que te estas masturbando con mi ropa
interior! – dijo mamá ¡Te equivocas mami, hace tres años que lo vengo haciendo! – repliqué de inmediato Mamá abrió la boca, la sorpresa fue grande. Había consultado con psiquiatras, y estos sin ella darles detalles, le respondieron que en un gran porcentaje sucede el fetichismo de los hijos con las ropas interiores de madres y hermanas”. Pero lo que le pasaba a Ivan superaba los límites, hasta entrar en una psicosis sexual. El complejo de Edipo era superior a lo que cualquier especialista hubiera imaginado. Lo que Ivan no sabía que este era mutuo y correspondido, pues su madre estaba pasando por una circunstancia similar.
¡Tengo que confesarte algo! – dijo la madre, ¡yo también desde hace unos meses me pasan ideas horrendas por la cabeza! – agregó al instante.
Ivan sospecho por donde venía la cosa. ¿Acaso su mamá estaba viéndolo a él como el sustituto de su padre? Esta pregunta le rondó en la mente: ¿qué quieres decirme mami? – preguntó mansamente Ivan.
¡Es que me excita saber que te masturbas con mis bombachas! – respondió la mamá.
Su madre le abrió el corazón y le dijo que un día mientras ponía ropa a lavar en la máquina, una de sus bragas, cuando las tocó sintió humedad en sus manos.
Se detuvo a mirarlas detenidamente, y noto que estaban sucias de algo pegajoso y blanquecino. Supo al instante, por su experiencia matrimonial que era semen, y como su marido no estaba, sin dudas eran del único macho de la casa: su hijo. Una sensación de miedo y morbo le recorrió, y lo que Ivan insistía en espiar surgió una especie de contraespionaje de su madre, ya que a propósito dejaba sus bombachas bien sucias para que Ivan las disfrutara. Y para confirmar su tesis, Ivan fue sorprendido cuando su madre sacó de la cartera, el catálogo privado del que hablo anteriormente. El día D había llegado, porque todo lo que pasó hoy fue orquestado por su mamá, la excusa de ir a la ciudad, la ausencia programada de la abuela, y la entrada intempestiva al baño para hallar in fraganti a su hijo, como prueba irrefutable de lo que era una realidad. Pero lo que Ivan no sospechaba era que su madre venía por más.
¡Mira Ivan, he estado pensando que te tengo que ayudar! – dijo la mamá ¿Cómo mamá, a qué te refieres? – inquirió Ivan ¡Pienso que si tu deseo es de alguna manera poseerme, debería acceder a que observaras mi cuerpo, tal como soy! – respondió su madre La táctica de la madre era que tal vez viendo su “afeado” cuerpo, se le iban a ir las ganas o lo que sea. Ivan no podía creer lo que escuchaba de boca de su madre. Y se apresuró a decirle: ¡no mamá! ¡No sería correcto! ¡Insisto hijo, es una forma de curarte! – ordenó su madre, al tiempo que lo tomaba de la mano y lo conducía al dormitorio de ella. Cuando hubieron entrado, cerró la puerta con llave.
¡La abuela no vendrá en toda la tarde, es más, tengo que ir a buscarla! – dijo su madre mientras corría las cortinas de la ventana del dormitorio. Ivan se encontraba sentado en el borde la cama de dos plazas.
Presentía lo que se venía. Su madre, encendió la portátil de la mesa de luz.
¡Ponéte cómodo, que mami te va a curar! – dijo la mujer.
Llevaba puesto un vestido de media estación floreado, unas medias calzas y unas sandalias muy sugestivas. Su cabello castaño, semilacio, estaba anudado en la parte posterior de la cabeza con un broche de carey. Se quitó eróticamente su vestido, y se lo sacó por los pies. Su mamá quedó en ropa interior frente a sus ojos. Pudo observar que llevaba una de sus bragas favoritas, las negras de encaje, además de un soutien semitransparente, que permitía vislumbrar unos pezones muy bonitos. Se quitó las sandalias. Luego vino el tiempo de sacarse las medias calzas. Lo hizo despacito y provocativamente. Se sonreía, y estiraba sus labios como enviando besos a distancia. El silencio era cortado por los ruidos de los roces de las prendas.
Ivan notaba como su polla comenzaba a crecer. ¡Qué se iba a curar! Su madre de pie frente a él, se pavoneaba, acercando su pelvis al rostro de su hijo.
Acercó su monte de Venus cubierto por la bombachas, al rostro del joven. Se notaba claramente a través del encaje de la prenda los pendejos de la concha. Algunos se salían, asomando fuera de su encierro. Era bien peluda, y eso ya lo sabía Ivan, gracias a su espionaje cuando se duchaba la mamá. Estiró su nariz, quería sentir el olor de su madre. Su madre
se retiró unos metros hacia atrás, como provocándolo en deseo desenfrenado.
¡Desvístete! – dijo secamente su mamá.
Ivan obedeció y rápidamente quedó totalmente desnudo frente a su progenitora. Sus músculos eran exultantes, y su pija mostraba todo el esplendor de su erección.
El glande parecía uno capullo de rosa morada, a punto de explotar. Su madre abrió levemente la boca, Era la pija más grande que había visto, ya que la de su esposo no se acercaba siquiera a ese tamaño. Ivan tomó con la palma de su mano derecha, esos dieciocho centímetros de largo por cuatro de diámetro, de pura carne excitada, para empezar lentamente a cascarse una paja.
¡Veo que te excito! – dijo su mamá. ¡Mira tengo estas bragas de encaje, las favoritas tuyas y las mías también! – agregó de inmediato. ¡Lástima que no tienen “cremita”, porque recién me las puse! ¡Quítatelas mamá, quiero verte desnuda! – pidió Ivan.
Su mamá como gata en celo obedeció, y comenzó con su sostén. Quebró sus brazos tras su espalda y desenganchó el broche, dejando caer la prenda a sus pies. Las tetas eran bien gordas, con unas aréolas café oscuro que cubría una buena parte de la teta, y unos pezones gordos y en erección, producto de la excitación que tenía su mamá en ese momento. Ivan seguía pajeándose en cámara lenta, gozando de tan maravillosa exposición. Se puso de pie, caminó acercándose a su madre, y el rostro de ella le llegaba a su pecha. Sintió en su alto vientre los “globos” maternos, y notó como los pezones acariciaban su piel.
Se agachó y tuvo necesidad de degustar estos pechos, y con su lengua ensalivó el pezón de la teta izquierda de su madre, al tiempo que masajeaba la derecha. Metió en su boca esa delicia, que supo saborear cuando era crío, y chupo como queriendo que su madre lo volviera a amamantar. Su pija emanaba jugos preseminales, los cuales en el roce su trayectoria había marcado un camino que nacía en el ombligo escondido de su madre, pasaba por encima del encaje de la bombacha, y terminada entre los muslos de tan adorable hembra. Su mamá levantaba la cabeza al cielo, gozando de tan hermosas caricias, devolviendo mimos sobre la nuca de su hijo, presionando a éste para que nunca dejara de chupar sus tetas. Ivan cambiaba de una para otra, como si se le fuera la vida en ello. Con sus manos las juntó, y trató inútilmente que ambos pezones le entraran en su boca. Perdido entre las tetas de su mamá, bajos los brazos y calzando sus dedos pulgares a los lados de la cadera de su mamá, comenzó a bajarle las bombachas, las cuales se arrollaban en su elástico, dejando paso al esplendor de la negra pelambrera que poseía su vigorosa madre. No llegó a las rodillas, por lo que tuvo que desatender las tetas, para dirigirse a través de las estrías del vientre de su madre (producto de sus embarazos), hasta alcanzar los negros pendejos, con algunos canos entreverados, anunciando la madurez de la mujer.
Enterró repentinamente su nariz y boca en este bosque prohibido, olfateando la concha y supo reconocer ese olor que tenía grabado en su mente. También reconoció el sabor, ya que estiró su lengua y entre pendejos entreverados en su boca descubrió su prominente y gordo clítoris, logrando que su mamá se arqueara de placer al simple contacto.
¡Espera hijo, déjame quitarme la bombacha! – pidió su madre, al tiempo que se retiraba un poco.
Se terminó de quitar la braga, dejando todo su cuerpo en esplendor. Estaba pasada un poquito de peso, su vientre un poquito abultado, sus piernas rollizas con un poco de celulitis, sus brazos con cierta flacidez, propias de la edad. Se quitó el broche de carey que sostenía su cabello, dejando ver una hermosa cabellera que caía sobre sus hombres. Era una mujer madura pero bonita. Ivan se dijo que su padre era un verdadero idiota al dejarla por otra. Desnudos como animales en celo se abrazaron madre e hijo, a punto de cometer incesto. Las manos de Ivan recorrieron cada centímetro de la superficie del cuerpo de su madre, como queriendo apoderarse de ella para siempre. Había pasado del infierno de ser descubierto pajeándose con las bragas de su madre, al paraíso de cogérsela.
Porque era seguro que lo iba a hacer, era su máximo deseo. Y era el mismo deseo de su madre, alimentada por años de abstinencia, masturbaciones y el morbo del fetichismo de su hijo. Se dejaron caer desnudos sobr
e la cama, abrazados, besándose ya en los labios, intercambiando fluidos a través de la lucha titánica de sus lenguas. La madre estaba dispuesta a todo, porque amaba a su hijo con todo su ser, y meses de morbo explotaron en un intenso paroxismo sexual. Ivan quería disfrutar al máximo, y en un instante de reflexión, colocó a su madre boca arriba, con la cabeza sobre la almohada, e instintivamente se dirigió a su concha, para saborear directamente de ese surtidor las cremas y jugos vaginales de su mamá. Ella se abrió de piernas, permitiendo que su hijo le lamiera su peluda vagina. Con los dedos hurgó, hasta exponer su clítoris y parte de sus gordos labios vaginales, y los labios y lengua de Ivan se incrustaron en su sexo como si se fuera a meter de nuevo dentro de su útero. Ya desde varios minutos destilaba jugos deliciosos como el néctar de las flores, e Ivan lamía con fruición, degustando tan delicioso manjar. Sentía que la boca se le llenaba de esos jugos, el mismo olor y color que acostumbraba a saborear en las bragas usadas, pero ahora eran directamente de “fábrica”. Saladito, con olor agrio, incluso trató de saborear la salida del meato, por donde su mamá orina, sentir el gustito del “pipi” de su mami. La habitación era una mezcla de gemidos y resoplidos sexuales. La madre estiró sus brazos hacia el respaldo de la cama, permitiendo que su hijo la hiciera suya a su placer. De vez en cuando bajaba alguna mano, presionando la cabeza de su hijo para que chupara bien profundamente su concha peluda. Para Ivan estas actividades sexuales eran conocidas, ya que con alguna mujer las había hecho, pero para su mamá, una mujer clásica y sencilla era la primera vez que entraba en este tipo de ejercicios, propios de estás épocas liberales y permisivas. Siempre había sido una mujer sencilla, coger a lo simple y gracias. Tal vez era una de las causas que su marido la abandonara: su tradicionalismo a ultranza. Su hijo le chupaba la concha con fruición, y ella paulatinamente iba entrando en un orgasmo bestial. Los líquidos salían de su cavidad como agua de manantial, e Ivan los sorbía como si fuera elixir de la vida. Incluso hasta un poquito de orina se le escapó, pero su hijo no hizo caso de ello, al contrario hurgaba por más. Hasta que lo inevitable llegó, y atrapando con sus piernas la cabeza de su hijo, se acabó como una yegua alzada, gozando como nunca lo había sentido.
¡Me acabo, me acabo, me acabo, me acaboooooooooooooo!
– grito sin prejuicios la incestuosa mamá. ¡Chupa, chupa, chupa, chupaaaaaaaaaa, lame mi coño mi niñoooooooooo! – volvió a gritar desaforadamente. Ivan tenía la cara empapada en los jugos maternos, nunca una mujer había acabado de esa forma. Su mamá respirada agitadamente, y con los ojos cerrados, acarició la nuca de Ivan. Este quiso compartir con su madre los jugos que tenía mojado en sus labios, así que acerco los suyos a los labios de ella, y permitió que los saboreara bien despacio. Abrió su boca y la lengua materna degustó sus jugos vaginales y el producto de su corrida de la propia boca de su hijo.
Era el tiempo que le devolviera el favor a Ivan: tenía que chuparle la pija. Era la primera vez que hacía una cosa así. E Ivan lo adivinó, por lo que aún con su madre boca arriba, se colocó encima de ella con sus piernas a ambos lados del cuerpo materno, permitiendo que su verga se instalara entre las tetas. Apretó estas y comenzó a follarlas, haciendo lo que aquí se le llama cubana o paja rusa. Su mamá acomodó el cuello, y con su lengua apenas tocaba la cabeza del glande. Estuvieron así unos minutos, hasta que su madre imploró para poder chupar la pija como se debe.
¡Quiero chuparte hijo, quiero hacerlo, quiero sentir el sabor de tu verga cariño! – dijo en éxtasis su mamá ¿Es tu primera vez mami? – inquirió Ivan.
Sintiéndose de alguna manera descubierta, su madre contestó afirmativamente con un movimiento de la cabeza. La verga se puso más erecta aún, como si tuviera vida propia, queriendo meterse en esa boquita virgen, sentir el paladar de la madura madre.
Sentándose, recostada su espalda al respaldo de la cama, esperó con la boca abierta que la verga de Ivan se metiera dentro de ella. Este se paró sobre la cama y colocó el enorme cipote de carne entre los labios de su mamá. Esta con los ojos cerrados, abrió la boca, permitiendo que entrara en su cavidad. Al mismo tiempo extendió su mano izquierda atrapando el tronco de la verga, mient
ras que con la derecha acariciaba los huevos peludos de su niño-hombre. La polla se incrustó en el fondo de la garganta, hasta tocar la úvula, provocándole una pequeña arcada. Empezó a chupar como si fuera un helado, e Ivan acompañaba ese movimiento con el de su pelvis, cogiéndose tácitamente la boca de su madre. Esta chupaba la pija como una diabla, parecía que tuviera experiencia, pero realmente era su primera vez. Se podía sentir el chapoteo de la lengua materna en el glande y tronco de la verga de su hijo.
Cada tanto sacaba esa verga fuera y ella jugueteaba con su lengua en el glande, lo que provocaba que Ivan se arqueara y sus rodillas se aflojaran del placer que alcanzaba.
¡Asiiiiii, mami, así, ahhhhh, que me acabo puta madre!
– gritó gustoso Ivan.
Su mamá sonreía, sabiendo que su hijo estaba disfrutando algo nunca soñado. Siguió con su faena hasta que el pobre muchacho se iba a ir en leche, pero se demoró porque estaba recién acabado cuando lo descubrió intencionadamente en el baño. La madura mujer quería sentir esa pija en la concha, anhelaba sentir la verga de su propio hijo en lo profundo de su ser. Lo deseaba desde que el morbo la corrompió, necesitaba una polla que se la cogiera como nunca su marido lo hubiera hecho. Sentir el semen caliente dentro suyo, hacerla acabar como una mujer que era.
Terminó la faena de chupar la polla de su hijo, y con una sonrisa maliciosa fue indicándole que era hora del placer supremo. Apretando la base de la verga, impidió y retuvo que no se fuera a acabar. Resbalando, se volvió a acostar, quedando boca arriba, al tiempo que paulatinamente iba abriendo sus piernas, logrando que sus labios vaginales se fueran desplegando, permitiendo ver a pesar de la espesa pelambrera, el orificio vaginal, el lugar por donde hace años salieron sus hijos, el mismo por donde volvía a entrar su más pequeño. Ivan fue tomando posición, mientras la besaba, masajeaba sus tetas, haciendo que su falo erecto rozara con los pendejos del pubis de su madre.
Intentó penetrarla sin ayuda, pero no le fue posible, por lo que su diligente mamá, con la mano izquierda sujetó esa barra de carne entre sus dedos, y lo fue dirigiendo hasta que un pedacito de la cabeza de la verga entro en el orificio.
¡Métemela ahora mi niño, coge a tu madre de una puta vez! – ordenó su mamá.
La pija entró centímetro a centímetro, en cámara lenta, fue resbalando hasta que sus huevos hicieron tope con los labios de la concha. ¡Tenía ensartada a su mamá! Su madre gimió como una cerda, gustosa de sentir después de unos años una verga en su chocho.
¡Ahhhh, así papi, así mi niño, cógete a la guarra de tu mamá, ahhhhh, uhhhh, qué bueno! – gemía la perra de su mamá.
Al sentir este tipo de frases obscenas, Ivan comenzó un mete saca como si se fuera a ir la vida en ello.
¡Plop, plop, plop, chaf, chaf! era el ruido que emitía la zona genital, producto del encharcado coño de la mamá y los líquidos preseminales del hijo. Ivan se alzó y sosteniendo su cuerpo sobre sus estirados brazos, observó como su verga entraba y salía de la concha de su mamá, viendo también como sus pendejos juveniles, se entrelazaban con los de su madura madre.
Frotaba con su pelvis el clítoris de la hembra, lo que motivó que esta aullara de placer. Era sin dudas un punto G. Pero tanto dale que te dale, le llegó la hora de acabar a ambos, y por cosas del destino lo harían simultáneamente.
¡Ahhhh, ahhhhh, ahhhhh, me viene mami, me viene la leche, me corro, me acabbooooooooooo! – gritó en éxtasis Ivan.
¡Si mi amor, si mi amor, dame la leche, me corrooooo, me corrooo, me acaboooooooo! – contestó fuera de sí su madre.
Parecía que una lluvia de fuegos artificiales hubieran lanzado en el dormitorio, por que acabaron al unísono.
Al instante una descarga de leche seminal, caliente, espesa y llena de vida inundó el aún fértil útero de su mamá. Ella nada dijo, permitió e incluso aseguro, apretando con sus piernas en la espalda de Ivan, que ese elixir se derramara en su interior. Fueron largos segundos de orgasmo filial, Ivan cayó rendido sobre el cuerpo flojo de su madre, lleno ambos de sudores y otros humores, aún con su verga erecta palpitante en el coño de su madre. Respiraban agitadamente, su madre en un esfuerzo levantó un brazo y acarició agradecida la nuca de su niño-hombre. Era el mejor or
gasmo que hubiera tenido, y el de Ivan también. Levantó el macho su cabeza, sonrió agradecido y besó a su mamá como ella se lo merecía. Estuvieron así largos minutos, no tuvieron remordimiento ni vergüenza, era un secreto que sin prepararlo lo mantendrían para siempre.
¡Te amo mamita! ¡Te quiero mucho, gracias por este regalo! – dijo Ivan.
¡Te adoro mi niño, eres mi bebé, siempre soñé con hacerlo, pero es mejor aún que en mis sueños! – le contestó llena de felicidad su madre.
Se besaron, y al instante volvieron a hacerlo nuevamente, y esa tarde estuvieron horas cogiendo, llenándose ambos de felicidad. A partir de ese día la relación de Ivan y su mamá fue de madre e hijo en la vida diaria, pero de macho y hembra entre las paredes del dormitorio. De su fetichismo se curó Ivan, ya que ahora tiene a su mamá a disposición. Aunque de vez en cuando, su madre le regala una de sus bombachas usadas, y ambos se masturban intercambiando ropa interior. También dentro del secreto entraron en algunas perversidades de pareja, muy íntimas, como el sexo anal, ya que la mamá se hizo adicta a él. Le gusta como su madre grita mientras le coge el culo, y sobre todo cuando saca su verga llena de esperma y con suciedad de caca. Otra perversidad es cogerla cuando su madre está menstruando, adora ver como la sangre de la regla se mezcla con los jugos y el semen. Quedan ambos sucios, sudorosos y olorosos. Y para disfrutar ambos de esta última depravación, se rasuran los vellos púbicos, para gozar al máximo de los líquidos de sus sexos. La mamá durante un tiempo tuvo cuidado de no dejarse preñar, no quería quedar embarazada, aunque Ivan si lo deseaba. Hasta que llegó el día en que ella aceptó, aun sabiendo que le sería difícil explicar el producto de ello, cumplió el deseo de su niño. Su abuela nunca sospechó nada, y nadie si los viera por fuera se daría cuenta del tremendo incesto de Ivan y su mamá. Al momento de relatarles esta mórbida historia, la mamá de Ivan tiene siete meses de embarazo, y son gemelas, igual que sus hermanas. Según Ivan, fue de darle mucha bomba, pero eso es genético.
A pesar de estar preñada, la mamá de Ivan aún quería seguir cogiendo, pero Ivan accedió a hacerlo solo por el culo, no quería dañar a sus críos. A veces piensa que idiota fue su padre al abandonar a su mamá. ¡Él se lo perdió!
“Mi nombre es Iván y vivo en las afueras de la ciudad de Olavarría, provincia de Buenos Aires, en Argentina.
Tengo 19 años, soy alto (1,85 metros), cabello castaño y dicen mis amigas que estoy bien físicamente. Tengo dos hermanas mayores, mellizas de 21 años, las cuales ya se casaron y se fueron a vivir lejos, una en Buenos Aires, la otra al extranjero. Vivo en casa con mi mamá y mi abuela materna. Mi padre hace tres años que se fue de casa por una situación de infidelidad, y ahora está trabajando en Comodoro Rivadavia. Mis ocupaciones son: durante el día trabajo en un comercio de la ciudad, y por las noches hago un curso de mecánica práctica. Mi mamá es ama de casa y vivimos del dinero que manda papá (por orden judicial), la pensión de mi abuela y el sueldo mío. En este país, viendo como es la situación en general, puedo decir que estamos bien.
Paso a describir a mi mamá, tiene 41 años, es baja, rellenita y tiene algunas canas. Siempre fue muy buena con sus hijos, a los cuales crió con cariño y dedicación. Es tal vez que por este motivo descuidó un poquito su aspecto físico, engordó, dejó que se le vean las canas, y si le agrego que se trajo a vivir a mi abuela en estado de viudez, comprendo que haya motivado a mi padre a engañarla con una mujer más joven. Fue un divorcio traumático, ya que mi madre descubrió in fraganti a mi padre en un albergue transitorio, del cual le habían pasado datos. Mi mamá estuvo como un año de duelo, lloraba seguido, malhumor, dolores de cabeza, etc. Pero yendo al asunto que interesa, en el momento del divorcio yo contaba con 16 años. Desde los quince me había convertido en un fetichista, sin saberlo, propio de la edad de la pubertad. El hecho sucedió un día, sin quererlo, entré al baño a tomar una ducha, me desnudé y dejé mi ropa en un rincón del baño. Como siempre, mientras me metía bajo el agua, me gustaba hacerme una buena paja, ya que las hormonas me tenían como loco. Teniendo la pija bien erecta, atrapada en la palma de mi mano derecha, cerraba los ojos y me imaginaba cualquier situación erótica, con una rubia y una negra bien putas las dos, chupándome los huevos, la pija y cogiéndomelas hasta por el culo a ambas. En ese veo que en el rincón donde dejé mi ropa, había ropa interior sucia de mi madre.
Se pararon las rotativas, tomé la bombacha, era de color negro con algunos encajes. La observé con detenimiento, era lo más sensual que hubiera visto.
Automáticamente vi que entre los encajes delanteros de la braga había algunos pendejos negros enredados, seguro que de mamá. Tome alguno de ellos, los observé detenidamente, los olí, y los chupe. Después miré la parte reforzada de la braga, que es la tela que hace contacto con la concha propiamente dicha, o sea los labios vaginales y el clítoris, y divisé unas manchas amarillentas, pegajosas, eran de seguro restos de flujos vaginales, mocos o algo parecido. No pude evitarlo, acerqué el calzón a mi rostro, y aspiré como si fuera aire fresco los olores de esos restos de fluidos maternos. Con mi mano izquierda inspiraba ese olorcito agrio, sentí el verdadero olor a concha, bien puro. Y puedo decir que ahora comprendo a los animales cuando se excitan, porque mi verga iba a reventar, y sin soltar la bombacha, que permanecía bien pegada a mi nariz, sostenida con mi mano izquierda, con la derecha reanudé la paja, esta vez con un loco frenesí sexual. Mi cabeza se partía de erotismo, porque ya me imaginé que la mujer que me estaba cogiendo era mi propia madre. Aspiraba el olor de la braga usada de mamá, y con la lengua estirada, me animé a probar el sabor de esos restos pegajosos. Sabían saladitos y mi saliva los iba disolviendo poco a poco. Hasta que no aguanté mas, y presionando la bombacha contra mi nariz y boca, de la pija salían borbotones impresionantes de semen. E
ra sin duda la acabada mas grande que jamás hubiera tenido, el piso del baño estaba lleno de leche. Rendido, sin fuerzas, caí de rodillas, aún con las bragas de mamá en mi cara, aspirando pausadamente ese olorcito a hembra, y sabiendo que esa hembra era mi mamá. Minutos después, recuperado de esta paja apoteósica, dejé la braga en el rincón y me duché duramente, como tratando de sacarme este pecado. A partir de ahí me volvió loco las bombachas de mamá, siempre trataba de ver cual tenía puesta cada día, para luego ir al baño, agarrarla, chuparla, pajearme con ella, etc. Y cada día hacía cosa mas osadas, a veces me las ponía, y sacando la polla por entre las piernas me hacía una paja. Adoraba aquellas bragas que tenían hasta tres días de uso, ya que juntaba bastantes flujos y cremitas, a veces algo de suciedad de excremento. Otras veces me envolvía la verga en sus bragas, me masturbaba violentamente, acabando entre sus bragas, las cuales inmediatamente las limpiaba con papel higiénico, tratando de no dejar rastros de leche, y así no ser descubierto. Me gustaban mucho unas blancas, las cuales esas si se las dejaba llena de semen, las metía mi madre en el lavarropas y ni cuenta se daba que estaban sucias de esperma de su propio hijo. Llegué a extremos inimaginables, ya que un día le requisé una de las bragas, esas de alto corte, que se calzan en las caderas, bien sucia de flujos vaginales, y en un acto de locura me las puse y estuve todo el día con ellas puestas. Me mataba el morbo de saber que en la hora de el almuerzo, sentados en la mesa, mi madre no se imaginaba que tenía puesto en ese momento una de sus bragas, sintiendo el roce de mi escroto en el mismo lugar que ella había rozado sus labios vaginales, dejando flujos, restos de orina.
Incluso tuve hasta un catálogo privado de las bombachas que usaba mamá, las negras, las blancas, las de encaje, etc. Sabía que bombacha usaba cada día, desde cuando las tenía puesta, y por supuesto salía corriendo cada vez que ella se las cambiaba para olerlas y cascarme una paja. Descubrí que había días que aparecían unas mas sucias que otras, hasta sabía de aquellas que usaba cuando le bajaba la menstruación, porque se le notaba el resto de pegamento de la toalla higiénica en la bombacha.
Después supe que las mujeres que tuvieron familia usan toallas en vez de hisopos (como las jovencitas) en la menstruación ya que su cavidad vaginal se ha estirado producto de los partos, y se le salen todos los restos sanguinolentos de la regla. Y cada día era peor, ya que las situaciones eran más arriesgadas que nunca, empecé a tratar de espiar a mi madre en cualquier situación: cuando entraba a su cuarto por cualquier excusa y verle la ropa interior que llevaba puesta, si entraba al baño observar por el ojo de la cerradura y verla desnuda en la ducha o si se sentaba en el inodoro a hacer sus necesidades. Llegué incluso a oler sus toallas higiénicas usadas, y pajearme encima de ellas, mezclando mi leche con los restos sangrantes de su regla. Así estuve tres años, elevando mi morbo al máximo. Incluso cada vez que salía de putas, trataba de estar con aquellas prostitutas parecidas en edad y físico a mi mamá, y cuando me las cogía me imaginaba que lo hacía con ella. Era una fiera en celo permanente, cada vez me acercaba mas a mi madre, físicamente hablando, yo la tocaba, la besaba en sus mejillas mas seguido, olía su cuello. Mi madre siempre decía que me ponía mimoso producto del divorcio, como apoyándola en los momentos duros que estaba pasando.
Siempre pensé que mi madre era joven y que tal vez tendría algún macho por ahí, pero la verdad es que no tenía ninguno. Entonces por algún lado tenía que desahogar, y se me ocurrió con la masturbación, pero nunca pude averiguarlo, llegando incluso a tratar de espiarla y ver si se pajeaba, no obteniendo resultados positivos. Hasta que llegó el día en que me descubrieron, en forma inapelable. Ese día mi mamá tenía que ir a la ciudad a hacer unos mandados con mi abuela. Yo estaba en casa, era sábado por la tarde.
Antes de salir mi mamá se dio un baño. Sabía que ella estaba usando unos sostenes rosados y una braga del mismo color, un poco más chica que las otras, sin llegar a ser una tanga Apenas se fue, corrí como loco al baño, producto de la excitación, a oler y degustar las recién usadas bragas de mam&aacut
e;. Cuando las tomé y acerqué mi nariz, se podía sentir aún el calor de su piel, algunos pendejos enredados, incluso uno canoso, sus olores al máximo, llena de flujos amarillentos, pegajosos. Pasé la lengua y saboreé esa cremita, bien saladita, mezcla de flujos y orina. Había un poquito de suciedad de excremento, seco, pero sin olor a mierda. No pudo resistirme y me desvestí, quedando en pelotas total dentro del baño, tomé el soutien rosado y me lo puse. Me quedaba flojo, ya que mi mamá esta bien tetuda y yo tengo algo pero músculo nada más.
Después, con mi pija bien dura, con el glande asomado en su esplendor, calce mi pie derecho en el correspondiente al de la braga, y luego el izquierdo.
Comencé a subir despacito esa bombachita rosada, sintiendo como me recorría los muslos hasta que su parte sucia hizo contacto con mi escroto. Seguí subiéndola un poco más, hasta que me calzara en la cadera, pero no mucho más, ya que era una tanga. Ni hablar que mi polla, parecía un mástil, y sobresalía por la parte delantera de la braga, por lo menos la mitad de su tamaño. Mis pendejos se salían por los bordes del calzón, y mis huevos los sentía bien apretaditos como si fuera un suspensor deportivo.
Liberé un poco más mi verga y comencé a pajearme, despacio, disfrutando de la bombacha de mamá, imaginándome a ella cogiendo conmigo, hasta sentir que la leche me recorría el tronco de la pija, vaciando mis henchidos huevos, alcanzando el clímax y en el medio del orgasmo, al tiempo que emitía gritos y gemidos de placer, gozo y satisfacción, escupiendo mi pija torrentes de esperma caliente a borbotones sobre el lavabo, en el piso y cualquier otro lado, cuando de repente ¡zas! Se abre la puerta del baño de improviso: quedé petrificado, y en la misma puerta, sosteniendo aún en su mano derecha el picaporte, mi mamá con los ojos bien abiertos, helada con la imagen que estaba viendo: su hijo vestido con ropa interior femenina, teniendo un orgasmo infernal, llenando de leche el baño, gozando imaginariamente con ella. Fueron los segundos más largos de la historia, atiné a sacarme las bragas a toda velocidad, dándole la espalda a mi madre, incluso en el apuro las rompí, ya que me quedaban un poco chicas. Sólo recuerdo que oí que la puerta se cerró fuertemente. Imaginé que mamá había salido disparada de allí, pero me equivoqué, porque cuando me di vuelta para ver, estaba del lado interior del baño, recostada contra la puerta, como impidiendo que alguien mas entrara, tal vez mi abuela vendría tras ella. Seguía observándome, sin emitir palabras.
Continué desvistiéndome, hasta quedar desnudo. Yo tampoco podía pronunciar palabra alguna. ¡Qué iba a decir! Sentía que me desmayaba de la vergüenza. Mi madre rompió repentinamente el hielo: ¿qué estas haciendo Ivan? – me preguntó pausadamente. La miré a los ojos, y solo alcance a decir: ¡Lo siento mamá! ¡Es qué no se que me pasó! – agregué de inmediato.
¡Vístete de inmediato! – me ordenó calmadamente.
Tomé mi ropa, amontonada sobre el rincón y me vestí rápidamente. Mi mamá mientras tanto, bajó la tapa del inodoro y se sentó en el a modo de asiento. Pude adivinar que mi madre sabía de mi secreto desde hace un tiempo, no sé, era una intuición que percibía.
¡Estas en problemas jovencito! – dijo mamá, ¡hace tiempo que noté una conducta extraña en ti! – agregó de inmediato.
Yo no abría la boca, solo escuchaba y bajaba avergonzado la cabeza.
¿Qué te sucede Ivan? ¡Confía en tu madre hijo! – dijo en un tono mas alto.
Levanté mi cabeza, debía confiar en ella, ¡es mi madre carajo! ¡Es que desde hace años que me gustas mamá! – respondí Mamá se reincorporó, me tomo de los hombros, me abrazo y comenzó a llorar.
¡Te ayudaré mi niño, mi chiquito! ¡Mamá te quiere, iremos al médico, o donde sea! – sollozaba mi mami.
La abrace en respuesta a su abrazo, y así me mantuve por unos minutos.
Salimos del baño, ella conduciéndome a la sala con su mano tomada de la mía. Pregunté por la abuela y me dijo que fue sola a la ciudad, era una excusa pensada de mamá. Supe ahí que todo era una emboscada de ella para descubrirme en mi acto fetichista.
¡Desde hace unos meses he notado que te estas masturbando con mi ropa
interior! – dijo mamá ¡Te equivocas mami, hace tres años que lo vengo haciendo! – repliqué de inmediato Mamá abrió la boca, la sorpresa fue grande. Había consultado con psiquiatras, y estos sin ella darles detalles, le respondieron que en un gran porcentaje sucede el fetichismo de los hijos con las ropas interiores de madres y hermanas”. Pero lo que le pasaba a Ivan superaba los límites, hasta entrar en una psicosis sexual. El complejo de Edipo era superior a lo que cualquier especialista hubiera imaginado. Lo que Ivan no sabía que este era mutuo y correspondido, pues su madre estaba pasando por una circunstancia similar.
¡Tengo que confesarte algo! – dijo la madre, ¡yo también desde hace unos meses me pasan ideas horrendas por la cabeza! – agregó al instante.
Ivan sospecho por donde venía la cosa. ¿Acaso su mamá estaba viéndolo a él como el sustituto de su padre? Esta pregunta le rondó en la mente: ¿qué quieres decirme mami? – preguntó mansamente Ivan.
¡Es que me excita saber que te masturbas con mis bombachas! – respondió la mamá.
Su madre le abrió el corazón y le dijo que un día mientras ponía ropa a lavar en la máquina, una de sus bragas, cuando las tocó sintió humedad en sus manos.
Se detuvo a mirarlas detenidamente, y noto que estaban sucias de algo pegajoso y blanquecino. Supo al instante, por su experiencia matrimonial que era semen, y como su marido no estaba, sin dudas eran del único macho de la casa: su hijo. Una sensación de miedo y morbo le recorrió, y lo que Ivan insistía en espiar surgió una especie de contraespionaje de su madre, ya que a propósito dejaba sus bombachas bien sucias para que Ivan las disfrutara. Y para confirmar su tesis, Ivan fue sorprendido cuando su madre sacó de la cartera, el catálogo privado del que hablo anteriormente. El día D había llegado, porque todo lo que pasó hoy fue orquestado por su mamá, la excusa de ir a la ciudad, la ausencia programada de la abuela, y la entrada intempestiva al baño para hallar in fraganti a su hijo, como prueba irrefutable de lo que era una realidad. Pero lo que Ivan no sospechaba era que su madre venía por más.
¡Mira Ivan, he estado pensando que te tengo que ayudar! – dijo la mamá ¿Cómo mamá, a qué te refieres? – inquirió Ivan ¡Pienso que si tu deseo es de alguna manera poseerme, debería acceder a que observaras mi cuerpo, tal como soy! – respondió su madre La táctica de la madre era que tal vez viendo su “afeado” cuerpo, se le iban a ir las ganas o lo que sea. Ivan no podía creer lo que escuchaba de boca de su madre. Y se apresuró a decirle: ¡no mamá! ¡No sería correcto! ¡Insisto hijo, es una forma de curarte! – ordenó su madre, al tiempo que lo tomaba de la mano y lo conducía al dormitorio de ella. Cuando hubieron entrado, cerró la puerta con llave.
¡La abuela no vendrá en toda la tarde, es más, tengo que ir a buscarla! – dijo su madre mientras corría las cortinas de la ventana del dormitorio. Ivan se encontraba sentado en el borde la cama de dos plazas.
Presentía lo que se venía. Su madre, encendió la portátil de la mesa de luz.
¡Ponéte cómodo, que mami te va a curar! – dijo la mujer.
Llevaba puesto un vestido de media estación floreado, unas medias calzas y unas sandalias muy sugestivas. Su cabello castaño, semilacio, estaba anudado en la parte posterior de la cabeza con un broche de carey. Se quitó eróticamente su vestido, y se lo sacó por los pies. Su mamá quedó en ropa interior frente a sus ojos. Pudo observar que llevaba una de sus bragas favoritas, las negras de encaje, además de un soutien semitransparente, que permitía vislumbrar unos pezones muy bonitos. Se quitó las sandalias. Luego vino el tiempo de sacarse las medias calzas. Lo hizo despacito y provocativamente. Se sonreía, y estiraba sus labios como enviando besos a distancia. El silencio era cortado por los ruidos de los roces de las prendas.
Ivan notaba como su polla comenzaba a crecer. ¡Qué se iba a curar! Su madre de pie frente a él, se pavoneaba, acercando su pelvis al rostro de su hijo.
Acercó su monte de Venus cubierto por la bombachas, al rostro del joven. Se notaba claramente a través del encaje de la prenda los pendejos de la concha. Algunos se salían, asomando fuera de su encierro. Era bien peluda, y eso ya lo sabía Ivan, gracias a su espionaje cuando se duchaba la mamá. Estiró su nariz, quería sentir el olor de su madre. Su madre
se retiró unos metros hacia atrás, como provocándolo en deseo desenfrenado.
¡Desvístete! – dijo secamente su mamá.
Ivan obedeció y rápidamente quedó totalmente desnudo frente a su progenitora. Sus músculos eran exultantes, y su pija mostraba todo el esplendor de su erección.
El glande parecía uno capullo de rosa morada, a punto de explotar. Su madre abrió levemente la boca, Era la pija más grande que había visto, ya que la de su esposo no se acercaba siquiera a ese tamaño. Ivan tomó con la palma de su mano derecha, esos dieciocho centímetros de largo por cuatro de diámetro, de pura carne excitada, para empezar lentamente a cascarse una paja.
¡Veo que te excito! – dijo su mamá. ¡Mira tengo estas bragas de encaje, las favoritas tuyas y las mías también! – agregó de inmediato. ¡Lástima que no tienen “cremita”, porque recién me las puse! ¡Quítatelas mamá, quiero verte desnuda! – pidió Ivan.
Su mamá como gata en celo obedeció, y comenzó con su sostén. Quebró sus brazos tras su espalda y desenganchó el broche, dejando caer la prenda a sus pies. Las tetas eran bien gordas, con unas aréolas café oscuro que cubría una buena parte de la teta, y unos pezones gordos y en erección, producto de la excitación que tenía su mamá en ese momento. Ivan seguía pajeándose en cámara lenta, gozando de tan maravillosa exposición. Se puso de pie, caminó acercándose a su madre, y el rostro de ella le llegaba a su pecha. Sintió en su alto vientre los “globos” maternos, y notó como los pezones acariciaban su piel.
Se agachó y tuvo necesidad de degustar estos pechos, y con su lengua ensalivó el pezón de la teta izquierda de su madre, al tiempo que masajeaba la derecha. Metió en su boca esa delicia, que supo saborear cuando era crío, y chupo como queriendo que su madre lo volviera a amamantar. Su pija emanaba jugos preseminales, los cuales en el roce su trayectoria había marcado un camino que nacía en el ombligo escondido de su madre, pasaba por encima del encaje de la bombacha, y terminada entre los muslos de tan adorable hembra. Su mamá levantaba la cabeza al cielo, gozando de tan hermosas caricias, devolviendo mimos sobre la nuca de su hijo, presionando a éste para que nunca dejara de chupar sus tetas. Ivan cambiaba de una para otra, como si se le fuera la vida en ello. Con sus manos las juntó, y trató inútilmente que ambos pezones le entraran en su boca. Perdido entre las tetas de su mamá, bajos los brazos y calzando sus dedos pulgares a los lados de la cadera de su mamá, comenzó a bajarle las bombachas, las cuales se arrollaban en su elástico, dejando paso al esplendor de la negra pelambrera que poseía su vigorosa madre. No llegó a las rodillas, por lo que tuvo que desatender las tetas, para dirigirse a través de las estrías del vientre de su madre (producto de sus embarazos), hasta alcanzar los negros pendejos, con algunos canos entreverados, anunciando la madurez de la mujer.
Enterró repentinamente su nariz y boca en este bosque prohibido, olfateando la concha y supo reconocer ese olor que tenía grabado en su mente. También reconoció el sabor, ya que estiró su lengua y entre pendejos entreverados en su boca descubrió su prominente y gordo clítoris, logrando que su mamá se arqueara de placer al simple contacto.
¡Espera hijo, déjame quitarme la bombacha! – pidió su madre, al tiempo que se retiraba un poco.
Se terminó de quitar la braga, dejando todo su cuerpo en esplendor. Estaba pasada un poquito de peso, su vientre un poquito abultado, sus piernas rollizas con un poco de celulitis, sus brazos con cierta flacidez, propias de la edad. Se quitó el broche de carey que sostenía su cabello, dejando ver una hermosa cabellera que caía sobre sus hombres. Era una mujer madura pero bonita. Ivan se dijo que su padre era un verdadero idiota al dejarla por otra. Desnudos como animales en celo se abrazaron madre e hijo, a punto de cometer incesto. Las manos de Ivan recorrieron cada centímetro de la superficie del cuerpo de su madre, como queriendo apoderarse de ella para siempre. Había pasado del infierno de ser descubierto pajeándose con las bragas de su madre, al paraíso de cogérsela.
Porque era seguro que lo iba a hacer, era su máximo deseo. Y era el mismo deseo de su madre, alimentada por años de abstinencia, masturbaciones y el morbo del fetichismo de su hijo. Se dejaron caer desnudos sobr
e la cama, abrazados, besándose ya en los labios, intercambiando fluidos a través de la lucha titánica de sus lenguas. La madre estaba dispuesta a todo, porque amaba a su hijo con todo su ser, y meses de morbo explotaron en un intenso paroxismo sexual. Ivan quería disfrutar al máximo, y en un instante de reflexión, colocó a su madre boca arriba, con la cabeza sobre la almohada, e instintivamente se dirigió a su concha, para saborear directamente de ese surtidor las cremas y jugos vaginales de su mamá. Ella se abrió de piernas, permitiendo que su hijo le lamiera su peluda vagina. Con los dedos hurgó, hasta exponer su clítoris y parte de sus gordos labios vaginales, y los labios y lengua de Ivan se incrustaron en su sexo como si se fuera a meter de nuevo dentro de su útero. Ya desde varios minutos destilaba jugos deliciosos como el néctar de las flores, e Ivan lamía con fruición, degustando tan delicioso manjar. Sentía que la boca se le llenaba de esos jugos, el mismo olor y color que acostumbraba a saborear en las bragas usadas, pero ahora eran directamente de “fábrica”. Saladito, con olor agrio, incluso trató de saborear la salida del meato, por donde su mamá orina, sentir el gustito del “pipi” de su mami. La habitación era una mezcla de gemidos y resoplidos sexuales. La madre estiró sus brazos hacia el respaldo de la cama, permitiendo que su hijo la hiciera suya a su placer. De vez en cuando bajaba alguna mano, presionando la cabeza de su hijo para que chupara bien profundamente su concha peluda. Para Ivan estas actividades sexuales eran conocidas, ya que con alguna mujer las había hecho, pero para su mamá, una mujer clásica y sencilla era la primera vez que entraba en este tipo de ejercicios, propios de estás épocas liberales y permisivas. Siempre había sido una mujer sencilla, coger a lo simple y gracias. Tal vez era una de las causas que su marido la abandonara: su tradicionalismo a ultranza. Su hijo le chupaba la concha con fruición, y ella paulatinamente iba entrando en un orgasmo bestial. Los líquidos salían de su cavidad como agua de manantial, e Ivan los sorbía como si fuera elixir de la vida. Incluso hasta un poquito de orina se le escapó, pero su hijo no hizo caso de ello, al contrario hurgaba por más. Hasta que lo inevitable llegó, y atrapando con sus piernas la cabeza de su hijo, se acabó como una yegua alzada, gozando como nunca lo había sentido.
¡Me acabo, me acabo, me acabo, me acaboooooooooooooo!
– grito sin prejuicios la incestuosa mamá. ¡Chupa, chupa, chupa, chupaaaaaaaaaa, lame mi coño mi niñoooooooooo! – volvió a gritar desaforadamente. Ivan tenía la cara empapada en los jugos maternos, nunca una mujer había acabado de esa forma. Su mamá respirada agitadamente, y con los ojos cerrados, acarició la nuca de Ivan. Este quiso compartir con su madre los jugos que tenía mojado en sus labios, así que acerco los suyos a los labios de ella, y permitió que los saboreara bien despacio. Abrió su boca y la lengua materna degustó sus jugos vaginales y el producto de su corrida de la propia boca de su hijo.
Era el tiempo que le devolviera el favor a Ivan: tenía que chuparle la pija. Era la primera vez que hacía una cosa así. E Ivan lo adivinó, por lo que aún con su madre boca arriba, se colocó encima de ella con sus piernas a ambos lados del cuerpo materno, permitiendo que su verga se instalara entre las tetas. Apretó estas y comenzó a follarlas, haciendo lo que aquí se le llama cubana o paja rusa. Su mamá acomodó el cuello, y con su lengua apenas tocaba la cabeza del glande. Estuvieron así unos minutos, hasta que su madre imploró para poder chupar la pija como se debe.
¡Quiero chuparte hijo, quiero hacerlo, quiero sentir el sabor de tu verga cariño! – dijo en éxtasis su mamá ¿Es tu primera vez mami? – inquirió Ivan.
Sintiéndose de alguna manera descubierta, su madre contestó afirmativamente con un movimiento de la cabeza. La verga se puso más erecta aún, como si tuviera vida propia, queriendo meterse en esa boquita virgen, sentir el paladar de la madura madre.
Sentándose, recostada su espalda al respaldo de la cama, esperó con la boca abierta que la verga de Ivan se metiera dentro de ella. Este se paró sobre la cama y colocó el enorme cipote de carne entre los labios de su mamá. Esta con los ojos cerrados, abrió la boca, permitiendo que entrara en su cavidad. Al mismo tiempo extendió su mano izquierda atrapando el tronco de la verga, mient
ras que con la derecha acariciaba los huevos peludos de su niño-hombre. La polla se incrustó en el fondo de la garganta, hasta tocar la úvula, provocándole una pequeña arcada. Empezó a chupar como si fuera un helado, e Ivan acompañaba ese movimiento con el de su pelvis, cogiéndose tácitamente la boca de su madre. Esta chupaba la pija como una diabla, parecía que tuviera experiencia, pero realmente era su primera vez. Se podía sentir el chapoteo de la lengua materna en el glande y tronco de la verga de su hijo.
Cada tanto sacaba esa verga fuera y ella jugueteaba con su lengua en el glande, lo que provocaba que Ivan se arqueara y sus rodillas se aflojaran del placer que alcanzaba.
¡Asiiiiii, mami, así, ahhhhh, que me acabo puta madre!
– gritó gustoso Ivan.
Su mamá sonreía, sabiendo que su hijo estaba disfrutando algo nunca soñado. Siguió con su faena hasta que el pobre muchacho se iba a ir en leche, pero se demoró porque estaba recién acabado cuando lo descubrió intencionadamente en el baño. La madura mujer quería sentir esa pija en la concha, anhelaba sentir la verga de su propio hijo en lo profundo de su ser. Lo deseaba desde que el morbo la corrompió, necesitaba una polla que se la cogiera como nunca su marido lo hubiera hecho. Sentir el semen caliente dentro suyo, hacerla acabar como una mujer que era.
Terminó la faena de chupar la polla de su hijo, y con una sonrisa maliciosa fue indicándole que era hora del placer supremo. Apretando la base de la verga, impidió y retuvo que no se fuera a acabar. Resbalando, se volvió a acostar, quedando boca arriba, al tiempo que paulatinamente iba abriendo sus piernas, logrando que sus labios vaginales se fueran desplegando, permitiendo ver a pesar de la espesa pelambrera, el orificio vaginal, el lugar por donde hace años salieron sus hijos, el mismo por donde volvía a entrar su más pequeño. Ivan fue tomando posición, mientras la besaba, masajeaba sus tetas, haciendo que su falo erecto rozara con los pendejos del pubis de su madre.
Intentó penetrarla sin ayuda, pero no le fue posible, por lo que su diligente mamá, con la mano izquierda sujetó esa barra de carne entre sus dedos, y lo fue dirigiendo hasta que un pedacito de la cabeza de la verga entro en el orificio.
¡Métemela ahora mi niño, coge a tu madre de una puta vez! – ordenó su mamá.
La pija entró centímetro a centímetro, en cámara lenta, fue resbalando hasta que sus huevos hicieron tope con los labios de la concha. ¡Tenía ensartada a su mamá! Su madre gimió como una cerda, gustosa de sentir después de unos años una verga en su chocho.
¡Ahhhh, así papi, así mi niño, cógete a la guarra de tu mamá, ahhhhh, uhhhh, qué bueno! – gemía la perra de su mamá.
Al sentir este tipo de frases obscenas, Ivan comenzó un mete saca como si se fuera a ir la vida en ello.
¡Plop, plop, plop, chaf, chaf! era el ruido que emitía la zona genital, producto del encharcado coño de la mamá y los líquidos preseminales del hijo. Ivan se alzó y sosteniendo su cuerpo sobre sus estirados brazos, observó como su verga entraba y salía de la concha de su mamá, viendo también como sus pendejos juveniles, se entrelazaban con los de su madura madre.
Frotaba con su pelvis el clítoris de la hembra, lo que motivó que esta aullara de placer. Era sin dudas un punto G. Pero tanto dale que te dale, le llegó la hora de acabar a ambos, y por cosas del destino lo harían simultáneamente.
¡Ahhhh, ahhhhh, ahhhhh, me viene mami, me viene la leche, me corro, me acabbooooooooooo! – gritó en éxtasis Ivan.
¡Si mi amor, si mi amor, dame la leche, me corrooooo, me corrooo, me acaboooooooo! – contestó fuera de sí su madre.
Parecía que una lluvia de fuegos artificiales hubieran lanzado en el dormitorio, por que acabaron al unísono.
Al instante una descarga de leche seminal, caliente, espesa y llena de vida inundó el aún fértil útero de su mamá. Ella nada dijo, permitió e incluso aseguro, apretando con sus piernas en la espalda de Ivan, que ese elixir se derramara en su interior. Fueron largos segundos de orgasmo filial, Ivan cayó rendido sobre el cuerpo flojo de su madre, lleno ambos de sudores y otros humores, aún con su verga erecta palpitante en el coño de su madre. Respiraban agitadamente, su madre en un esfuerzo levantó un brazo y acarició agradecida la nuca de su niño-hombre. Era el mejor or
gasmo que hubiera tenido, y el de Ivan también. Levantó el macho su cabeza, sonrió agradecido y besó a su mamá como ella se lo merecía. Estuvieron así largos minutos, no tuvieron remordimiento ni vergüenza, era un secreto que sin prepararlo lo mantendrían para siempre.
¡Te amo mamita! ¡Te quiero mucho, gracias por este regalo! – dijo Ivan.
¡Te adoro mi niño, eres mi bebé, siempre soñé con hacerlo, pero es mejor aún que en mis sueños! – le contestó llena de felicidad su madre.
Se besaron, y al instante volvieron a hacerlo nuevamente, y esa tarde estuvieron horas cogiendo, llenándose ambos de felicidad. A partir de ese día la relación de Ivan y su mamá fue de madre e hijo en la vida diaria, pero de macho y hembra entre las paredes del dormitorio. De su fetichismo se curó Ivan, ya que ahora tiene a su mamá a disposición. Aunque de vez en cuando, su madre le regala una de sus bombachas usadas, y ambos se masturban intercambiando ropa interior. También dentro del secreto entraron en algunas perversidades de pareja, muy íntimas, como el sexo anal, ya que la mamá se hizo adicta a él. Le gusta como su madre grita mientras le coge el culo, y sobre todo cuando saca su verga llena de esperma y con suciedad de caca. Otra perversidad es cogerla cuando su madre está menstruando, adora ver como la sangre de la regla se mezcla con los jugos y el semen. Quedan ambos sucios, sudorosos y olorosos. Y para disfrutar ambos de esta última depravación, se rasuran los vellos púbicos, para gozar al máximo de los líquidos de sus sexos. La mamá durante un tiempo tuvo cuidado de no dejarse preñar, no quería quedar embarazada, aunque Ivan si lo deseaba. Hasta que llegó el día en que ella aceptó, aun sabiendo que le sería difícil explicar el producto de ello, cumplió el deseo de su niño. Su abuela nunca sospechó nada, y nadie si los viera por fuera se daría cuenta del tremendo incesto de Ivan y su mamá. Al momento de relatarles esta mórbida historia, la mamá de Ivan tiene siete meses de embarazo, y son gemelas, igual que sus hermanas. Según Ivan, fue de darle mucha bomba, pero eso es genético.
A pesar de estar preñada, la mamá de Ivan aún quería seguir cogiendo, pero Ivan accedió a hacerlo solo por el culo, no quería dañar a sus críos. A veces piensa que idiota fue su padre al abandonar a su mamá. ¡Él se lo perdió!
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