El avión había aterrizado en Heathrow hacía unos minutos, eran las 5 de la tarde y el vuelo había sido eterno. Tomaron el subte hasta la estación que les había recomendado el host del departamento que habían alquilado por Airbnb.
Caminaron cinco cuadras buscando la dirección por un barrio de la periferia de Londres, con sus casas idénticas de tres pisos cada una, angostas, prolijas.
Al final de la cuadra, en la esquina, el típico pub inglés que ya estaba empezando a encender las luces.
Tocaron el timbre de la dirección indicada, alguien contestó en español y ellos se miraron aliviados. Estaban demasiado cansados como para empezar a ejercitar su inglés.
A los pocos minutos abre la puerta el dueño de casa, un español un poco más grande que ellos, que estaban apenas estrenando los 30.
Los hizo pasar enseguida. "Yo subo tu valija", le dijo a ella, amable, simpático. Subieron dos pisos, les mostró el departamento. Un comedor, una cocina, dos habitaciones, un baño. "Siéntanse en su casa, yo estoy sólo por las noches así que pueden estar cómodos", les explicó. Y la miró a ella, a los ojos primero. Pero lentamente fue bajando la mirada.
Era pleno julio y en Londres hacía calor. Después de las horas de viaje, del subte y de cargar ls valijas por la calle, ella tenía la remera blanca pegada al cuerpo transpirado. Ella se sonrojó, bajó la mirada. Se hizo un silencio algo incómodo, que el dueño de casa rompió con un "bueno, yo me tengo que ir, vuelvo tarde. Bienvenidos y disfruten Londres". Y bajó la escalera.
Cuando se escuchó el ruido de la puerta, él le dijo "¿el gallego te miró las tetas o me pareció a mí?". "No, nada que ver", le mintió.
Se fueron a bañar, apenas les quedó fuerzas para decidir caminar hasta el pub de la esquina a tomar algo. Entraron, ella con el pelo mojado todavía, lo ven al español charlando con un grupo de gente. Los invita a sumarse, era un festejo de cumpleaños.
Empezaron a correr las pintas. En la pantalla empezó un partido de fútbol y el pibe se copó con la idea de estar en un bar londinense viendo la liga que más le gustaba.
Ella, aburrida, se quedó hablando con el español. Se ubicaron en una mesa en un rincón, le empezó a contar de su vida mientras tomaban otra cerveza.
No supo si estaba ya demasiado borracha, pero sintió un algo en su pierna. Tenía puesto un vestidito floreado, corto, suave. No supo bien qué fue, pero le gustó. Descruzó las piernas, apenas lo rozó por debajo de la mesa. Al instante sintió un dedo subir por el interior de su pierna, despacio, como midiendo hasta dónde podía llegar. Ella no lo frenó.
Sintió que levantaba el elástico de la bombacha. Un escalofrío le corrió por la espalda y le erizó la piel. Apenas le rozó el clítoris. Ella abrió más las piernas, mientras se mojó los labios con la punta de la lengua. El español se acercó y le dijo al oído: "sacate la bombacha, niña".
Ella asintió y le hizo caso, obediente. La enrolló y la guardó en el bolsillo del jean de él. "Te la regalo", le dijo.
Él se acercó más, con una mano sostenía el respaldo de su silla, la otra estaba entre sus piernas. Primero le metió un dedo en la concha, que ya estaba tan mojada que ella resbalaba un poco en la silla. Mientras empezó a acariciar el clítoris en forma de círculos, le empezó a pasar la lengua por el cuello. Llegó al lóbulo, lo lamió apenas. Ese era su punto débil, y ya no le importó nada más. Se recostó en la silla, abrió aún más las piernas, se levantó más la pollera. Quería ver cómo la mano se movía dándole placer, y no le importaba nada que la vieran. Todo alrededor era una nebulosa.
"Ven conmigo", escuchó. Y se levantó a los tumbos, mareada por el alcohol y por el placer. Le dio la mano al español, que la guió hasta un pasillo oscuro, un depósito abierto, al lado de los baños, apenas iluminado con una luz de neón de un cartel de cerveza. La sentó sobre un mueble arrumbado, le bajó los breteles del vestido y le agarró las tetas. Empezó a pasarle la lengua, a lamerle los dos pezones. Iba de uno a otro, con la lengua afuera como un animal, la mojaba, le mordía un pezón mientras le pellizcaba el otro. Ella gemía y le agarraba la cabeza. Le refregaba las tetas en la cara. "Chupámelas, mordeme", le pedía. Y él la complacía mientras la agarraba y con un dedo le acariciaba el culo. Ella se inclinó hacia adelante para que él pudiera meterle un dedo, después dos. Gritó de placer.
La bajó del mueble, mientras ella le desabrochaba el jean. Le agarró la pija dura, grande, venosa. Era ancha, tenía la cabeza mojada, estaba caliente. Ella tenía mano chica, se la agarró con fuerza mientras se arrodillaba. Le pasó la lengua, tenía ya gusto a leche y eso la volvió loca. Se la metió toda en la boca. Empezó a moverse mientras con una mano abajo del vestido empezó a pajearse, tenía el clítoris duro, grande, estaba empapada.
No veía nada a su alrededor, sólo sentía la pija cogiéndole la boca y su mano haciéndose una paja.
Se paró y le dijo "cogeme ya". Él la agarró de cola y la levantó, ella le rodeó la cintura con las piernas. Así hicieron unos pasos hasta que la apoyó contra una pared. Ella buscó la pija con la mano y se la metió. Estaba tan mojada que empezó a resbalar, sentía que le llenaba toda la concha, que la cabeza cada vez que entraba le rozaba el punto g. Tuvo uno, dos orgasmos. No podía parar de acabar. Hasta que sintió el gemido de él en su oído. Y un calor entre sus piernas que la desbordaba. Se siguieron moviendo, más despacio. Hasta que una voz desde atrás les dijo: "¿puedo yo ahora?".
El partido había terminado hacía un rato, el novio la había buscado hasta que los encontró. Tuvo el impulso de separarlos, pero sintió que la pija se le paraba cuando la vio meterse la de de otro en la boca. Decidió quedarse en la oscuridad del pasillo. Se empezó a tocar sobre el pantalón, hasta que sintió que ya tenía el boxer húmedo.
Apenas si podía aguantar, sentía que cada vez que el español empujaba la pija adentro de su novia iba a acabar. En cuanto los vio terminar, se abrió el jean, y le dijo a la novia "date vuelta". Ella sacó un poco la cola, apoyó la cara contra la pared. Apenas el novio empezó a cogerla ella le agarró la mano para que le acariciara el clítoris mojado con la leche del otro.
En unos minutos, habían acabado los dos. El español seguía al lado de ellos.
Como pudieron, los tres borrachos caminaron hasta el departamento.
Ellos dos en silencio, agotados. Y ella sintiendo, a cada paso, que iba chorreando semen por toda la vereda.
Caminaron cinco cuadras buscando la dirección por un barrio de la periferia de Londres, con sus casas idénticas de tres pisos cada una, angostas, prolijas.
Al final de la cuadra, en la esquina, el típico pub inglés que ya estaba empezando a encender las luces.
Tocaron el timbre de la dirección indicada, alguien contestó en español y ellos se miraron aliviados. Estaban demasiado cansados como para empezar a ejercitar su inglés.
A los pocos minutos abre la puerta el dueño de casa, un español un poco más grande que ellos, que estaban apenas estrenando los 30.
Los hizo pasar enseguida. "Yo subo tu valija", le dijo a ella, amable, simpático. Subieron dos pisos, les mostró el departamento. Un comedor, una cocina, dos habitaciones, un baño. "Siéntanse en su casa, yo estoy sólo por las noches así que pueden estar cómodos", les explicó. Y la miró a ella, a los ojos primero. Pero lentamente fue bajando la mirada.
Era pleno julio y en Londres hacía calor. Después de las horas de viaje, del subte y de cargar ls valijas por la calle, ella tenía la remera blanca pegada al cuerpo transpirado. Ella se sonrojó, bajó la mirada. Se hizo un silencio algo incómodo, que el dueño de casa rompió con un "bueno, yo me tengo que ir, vuelvo tarde. Bienvenidos y disfruten Londres". Y bajó la escalera.
Cuando se escuchó el ruido de la puerta, él le dijo "¿el gallego te miró las tetas o me pareció a mí?". "No, nada que ver", le mintió.
Se fueron a bañar, apenas les quedó fuerzas para decidir caminar hasta el pub de la esquina a tomar algo. Entraron, ella con el pelo mojado todavía, lo ven al español charlando con un grupo de gente. Los invita a sumarse, era un festejo de cumpleaños.
Empezaron a correr las pintas. En la pantalla empezó un partido de fútbol y el pibe se copó con la idea de estar en un bar londinense viendo la liga que más le gustaba.
Ella, aburrida, se quedó hablando con el español. Se ubicaron en una mesa en un rincón, le empezó a contar de su vida mientras tomaban otra cerveza.
No supo si estaba ya demasiado borracha, pero sintió un algo en su pierna. Tenía puesto un vestidito floreado, corto, suave. No supo bien qué fue, pero le gustó. Descruzó las piernas, apenas lo rozó por debajo de la mesa. Al instante sintió un dedo subir por el interior de su pierna, despacio, como midiendo hasta dónde podía llegar. Ella no lo frenó.
Sintió que levantaba el elástico de la bombacha. Un escalofrío le corrió por la espalda y le erizó la piel. Apenas le rozó el clítoris. Ella abrió más las piernas, mientras se mojó los labios con la punta de la lengua. El español se acercó y le dijo al oído: "sacate la bombacha, niña".
Ella asintió y le hizo caso, obediente. La enrolló y la guardó en el bolsillo del jean de él. "Te la regalo", le dijo.
Él se acercó más, con una mano sostenía el respaldo de su silla, la otra estaba entre sus piernas. Primero le metió un dedo en la concha, que ya estaba tan mojada que ella resbalaba un poco en la silla. Mientras empezó a acariciar el clítoris en forma de círculos, le empezó a pasar la lengua por el cuello. Llegó al lóbulo, lo lamió apenas. Ese era su punto débil, y ya no le importó nada más. Se recostó en la silla, abrió aún más las piernas, se levantó más la pollera. Quería ver cómo la mano se movía dándole placer, y no le importaba nada que la vieran. Todo alrededor era una nebulosa.
"Ven conmigo", escuchó. Y se levantó a los tumbos, mareada por el alcohol y por el placer. Le dio la mano al español, que la guió hasta un pasillo oscuro, un depósito abierto, al lado de los baños, apenas iluminado con una luz de neón de un cartel de cerveza. La sentó sobre un mueble arrumbado, le bajó los breteles del vestido y le agarró las tetas. Empezó a pasarle la lengua, a lamerle los dos pezones. Iba de uno a otro, con la lengua afuera como un animal, la mojaba, le mordía un pezón mientras le pellizcaba el otro. Ella gemía y le agarraba la cabeza. Le refregaba las tetas en la cara. "Chupámelas, mordeme", le pedía. Y él la complacía mientras la agarraba y con un dedo le acariciaba el culo. Ella se inclinó hacia adelante para que él pudiera meterle un dedo, después dos. Gritó de placer.
La bajó del mueble, mientras ella le desabrochaba el jean. Le agarró la pija dura, grande, venosa. Era ancha, tenía la cabeza mojada, estaba caliente. Ella tenía mano chica, se la agarró con fuerza mientras se arrodillaba. Le pasó la lengua, tenía ya gusto a leche y eso la volvió loca. Se la metió toda en la boca. Empezó a moverse mientras con una mano abajo del vestido empezó a pajearse, tenía el clítoris duro, grande, estaba empapada.
No veía nada a su alrededor, sólo sentía la pija cogiéndole la boca y su mano haciéndose una paja.
Se paró y le dijo "cogeme ya". Él la agarró de cola y la levantó, ella le rodeó la cintura con las piernas. Así hicieron unos pasos hasta que la apoyó contra una pared. Ella buscó la pija con la mano y se la metió. Estaba tan mojada que empezó a resbalar, sentía que le llenaba toda la concha, que la cabeza cada vez que entraba le rozaba el punto g. Tuvo uno, dos orgasmos. No podía parar de acabar. Hasta que sintió el gemido de él en su oído. Y un calor entre sus piernas que la desbordaba. Se siguieron moviendo, más despacio. Hasta que una voz desde atrás les dijo: "¿puedo yo ahora?".
El partido había terminado hacía un rato, el novio la había buscado hasta que los encontró. Tuvo el impulso de separarlos, pero sintió que la pija se le paraba cuando la vio meterse la de de otro en la boca. Decidió quedarse en la oscuridad del pasillo. Se empezó a tocar sobre el pantalón, hasta que sintió que ya tenía el boxer húmedo.
Apenas si podía aguantar, sentía que cada vez que el español empujaba la pija adentro de su novia iba a acabar. En cuanto los vio terminar, se abrió el jean, y le dijo a la novia "date vuelta". Ella sacó un poco la cola, apoyó la cara contra la pared. Apenas el novio empezó a cogerla ella le agarró la mano para que le acariciara el clítoris mojado con la leche del otro.
En unos minutos, habían acabado los dos. El español seguía al lado de ellos.
Como pudieron, los tres borrachos caminaron hasta el departamento.
Ellos dos en silencio, agotados. Y ella sintiendo, a cada paso, que iba chorreando semen por toda la vereda.
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