Esto paso la ultima de las tres noches que Lara se quedo en casa, en septiembre pasado, cuando paso por Buenos Aires para hacer unos trámites que necesitaba para poder casarse con Joao, un carioca profesor de capoeira que habíamos conocido juntas hacia cuatro años, cuando fuimos de vacaciones a Río de Janeiro y se enamoraron. Un bombón terrible, simpático, divino. Lara se lo merece.
Nos conocemos desde chicas, y siempre le deseo lo mejor, es mi gran amiga, mi hermana del corazón, en las buenas y en las malas. La amo, y sé que ella también a mí.
Aunque continuamente estamos en contacto por mail, chateamos y demás, desde que se fue a vivir definitivamente a Brasil, un mes después que aquellas vacaciones habían terminado, no nos veíamos personalmente.
Estos tres días que volvimos a estas juntas fueron fabulosos, salimos continuamente, charlamos y vivimos pegadas en todo momento. Se quedo en casa conviviendo conmigo y Manuel, mi pareja, con el cual planeamos casarnos el próximo año.
Yo también soy afortunada, ambas nos merecemos los hombres que nos ganamos!!
La última noche de Lara en Buenos Aires salimos a comer los tres, y después fuimos a bailar.
Bebimos abundantemente en la comida, y seguimos haciéndolo bailando.
-Un brindis por Lara que se casa – propuso Manuel y nos entregaba en mano sendos tragos que había traído de la barra.
-Esto es como una despedida de soltera, ¿no? – pregunté casi inocentemente, a lo que Lara respondió - Si me van a organizar una despedida de soltera, háganlo bien, guachos, no amenacen al cohete- y los tres rompimos en carcajadas.
En ese instante, a mi me sucedió algo, debo admitirlo. Los estantes de mi cabeza se desempolvaron de recuerdos, como con un soplido tibio. Hechos de un pasado en común se elevaron, y me vino a la memoria esa noche en Río donde ambas, de vacaciones, habíamos conocido a su futuro marido Joao. Me remonté a aquella noche con una claridad de imagen terrible, y comencé a sentir en el cuerpo una sensación extraña…
Esa noche habíamos ido a bailar, solas, en verdad así fue todo nuestro viaje, con ganas de pasarla bien, sin restricciones.
Nos la pasábamos tomando caipiriña desde el desayuno a la playa, de la playa a la cama, y los efluvios del alcohol, sumados a esa temperatura calida de la costa brasileña, nos trasportaba diariamente y a toda hora a una estado de alegre excitación. Pero aquella noche fue distinta, salimos vestidas como salen las cariocas, con tops y shorcitos diminutos. Ambas estábamos buenas, aun hoy sin falsa modestia sé que seguimos estándolo, y así vestidas dejábamos ver nuestras curvas con displicencia. Éramos devoradas ferozmente por las miradas de tipos sin importar si eran turistas o nativos de siglos.
Se nos insinuaron todos, con mayor o menor entusiasmo, pero ninguna de nosotras se obnubiló con alguno, y eso que teníamos para elegir…
Sabíamos que los brasileños se daban cuenta a la legua que éramos argentinas, no sé por qué, lo huelen, lo presienten. Seguíamos en ese plan de jolgorio femenino, hasta que frente a nuestros ojos apareció él, Joao.
Como dije, profesor de capoeira, un lomazo escultural, fibroso, marcado. Se acercó con una sonrisa blanca, completamente reluciente, y dos vasos le ocupaban las manos.
-¿Argentinas?- nos encaró y nos dio un beso a cada una como presentándose. Nosotras sonreímos porque estaba buenísimo, y le respondimos que sí.
Nos extendió los tragos, los aceptamos, y se quedó junto a nosotras. Un seductor de rasgos salvajes, se movía casi sin proponérselo, como si sus pies viajaran en un zamba sin detención. Nos sacó a bailar a las dos juntas, sacudiéndonos como muñecas que se dejaban llevar por ese tifón de sensualidad masculina. Nos tenía agarradas de la cintura, con sus manos fuertes, pesadas, grandes.
Nosotras nos mirábamos, entregadas a sus encantos de baile en trance, observadas repartidamente por sus pupilas oscuras y penetrantes, que adornaban muecas de sugestión indomable.
Nos movió como quiso toda la noche, entre danza y caipiriña, pero en ningún momento nos tiró los perros, aunque con el baile no paró un segundo de acariciarnos completamente. Acercaba su cara a las nuestras casi rozando los labios, pero no nos besaba. Nos apoyaba el bulto en sincronicidad danzante, pero como parte del baile sensual que remite a la tierra, no como pajero, o al menos no lo percibíamos desde ese lado.
Así estuvimos hasta que nos preguntó donde estábamos parando, y se ofreció a llevarnos. Estábamos algo descolocadas, no entendíamos que buscaba, aunque tácitamente, nosotras sabíamos que esto era para terminarlo juntas, compartirlo.
Decidimos ir al baño, sin hablar, para charlarlo más secretamente.
-Y boluda ¿Qué decís? dejamos que nos lleve… ¡está bárbaro!, pero a ver si nos lleva a cualquier lugar, nos afanan, nos cojen!!- dijo Lara.
-Ojala nos coja!!!- la interrumpí en su rally de tragedias y asesinatos noticiosos, y nos cagamos de la risa a los gritos.
-Tenes razón- reaccionó- estamos acá, de vacaciones, el tipo está para comérselo con papas… ¡y estamos juntas amiga, que nos puede pasar que no busquemos, arriesguemos!
-Sí, vamos con él y que sea lo que tenga que ser- le dije, y nos reímos mirándonos al espejo, mientras nos arreglábamos el pelo, las tetas y los shorts. Nos abrazamos fuerte, nos dimos un beso en la mejilla, y encaramos decididas a todo, a gozarlo. Nos íbamos a comer al morochote entre las dos y ya no había vuelta atrás.
Salimos del baño y fuimos hacia donde estaba él, de la mano, como un regalito mellizo que muestra los dientes al papel que lo envolverá. Lo encaramos de frente y le dijimos que aceptábamos que nos lleve. Esta vez parecía él el que se tildaba, nos miró unos segundos hasta que nos abrazó de una sola vez a las dos, con fuerza. Nosotras, instintivamente, también y nos acurrucamos sobre su piel que olía a fresco sudor de macho cabrío.
-Argentinas muito bunitas- nos dijo con su sonrisa de cristal, y recién ahí nos dio un piquito a cada una.
Fue el primer indicio directo que nos tiró en toda la noche, y lo aceptamos, devolviéndoselo juntas, cómplices, apretándolo, besándolo con lengua y haciéndole saber que esto ya lo habíamos decidido nosotras. Salimos del boliche y fuimos hasta su auto, un humilde Renault 18 que estaba impecable. Subimos y arrancó.
Una vez arriba del coche, nos preguntó si queríamos que nos dejase en el hotel, o si queríamos ir a su casa que quedaba a cinco calles de ahí.
Nosotras ya teníamos en claro que sería nuestro postre. Le dijimos que en nuestro hotel no se aceptan visitas pero queríamos tomar algo con él… así que tendríamos que ir a su casa, haciéndonos las tontas.
-Vamos a tu casa, pero tenés que prometernos que nos vas a tratar bien ,nada de querer abusarte de nosotras, más de lo que nosotras te permitamos- le dijo Lara, acariciándole la nuca y besándole el lóbulo de la oreja. Ella iba en el asiento del acompañante, y aprovechó para pasarle una mano por el bulto, dejando en claro que no éramos carmelitas descalzas.
- No hicimos nunca esto, así que nos vas a tener que tener paciencia… igualmente miedo no nos das – dije pícaramente para no quedarme callada, y también le acaricie la cabeza desde el asiento de atrás.
Joao reía y se hacía entender para decirnos que era inofensivo, mirándonos con ese brillo dulce en sus gestos, revoleando los ojos, jugando el juego que le proponíamos.
Sin darnos cuenta ya estábamos estacionando en la puerta de una casa coqueta.
Nos comentó que ahí vivía, e hizo hincapié en que no quedaba para nada lejos de nuestro hotel.
Bajamos, el nos abrió la puerta a cada una y nos ofreció la mano para que bajáramos del auto, y así nos llevó a las dos hacia la puerta de entrada de su casa. Entramos. Nos invitó a que nos pongamos cómodas, mientras el iba a buscar unas cervezas.
La casa era linda, decorada con motivos autóctonos, confortablemente pequeña.
Nos sentamos en unos sillones individuales que de tan mullidos eran atrapantes.
Llego Joao con unas latas frías, me tendió la mía, pero al momento de dármela me la negó, haciéndome una seña, llevándose dos dedos sobre trompa carnosa , como reclamando un beso en parte de pago por la bebida. Me estiré, agarre la lata, y le comí la boca con pasión. Me acarició la cara y repitió la escena con Lara.
-También te tengo que besar- le dijo con cara de despiadada.
-Y si, si quieres beber- le respondió en un castellano brasileroso .
-Vos te lo buscaste, nene- respondió Lara mientras se paraba frente a él. Le agarró la cara con las dos manos y sin pausa le ofreció su boca abierta furiosamente, atragantándolo a lengua limpia, poniendo de manifiesto que las vueltas ya habían sido dadas, y los boletos que quedaban eran para jugarlos a todo o nada...
No lo soltó, Joao desesperadamente quería apoyar las latas que tenía en las manos en algún lado sin que se cayeran. Me acerqué y se las agarré . Las apoyé en la mesa junto a la mía y por un instante quedé mirando ese espectáculo de pulpos ardientes que se arrebataban desde las bocas.
No perdí tiempo y me saqué el top por sobre la cabeza. Lo abracé desde atrás, apoyándole los pezones en la espalda, y agarrándole las nalgas con las dos manos, apretándole los cachetes como si fueran pelotas, recorriéndole los omoplatos con besos de pescado.
Lara le había abierto el cierre y estaba con el miembro en las manos. Él le arrancó el top. Mi amiga no dejaba de besarlo apasionadamente, ni de sacudírsela.
Yo empecé a tocarme, sintiendo la humedad de mi concha a través del short, apretándome sobre su espalda y su culo, al cual apoyaba como si yo fuese la que tuviese pija. Me saque el pantaloncito sin despegarme. Pasé mis brazos hacia delante a la altura de su cintura y terminé de bajarle los pantalones Se los llevé hasta los tobillos y le hice levantar los pies para sacárselos del todo. Al subir encontré las manos de Lara que seguían sosteniéndosela y la ayude desde atrás. Recuerdo la pija de Joao como tamaño normal, pero algo más gorda. Lara se la soltó y bajó a chupársela. Yo seguía en mi juego de apoyarlo, agarrándosela desde el otro lado, como dándosela en la boca a mi amiga, que se movía agarrada de las caderas del Negro, que giró su cabeza hacia mí y empezó a besarme.
Escuché la voz de Lara que me invitaba a comer y fui sin mas reclamos.
-Vení Anita, que le vamos a enseñar a este brasuca que la argentinas somos las mejores chupa pijas del mundo- y nos pusimos en campaña para revalidar el titilo de campeonas en la especialidad. Me arrodillé al lado de ella y nos turnamos para llevárnosla a la boca. Cada tanto también se cruzaban nuestros labios, sin llegar a besarnos, pero sintiendo el sabor común de lo que estábamos compartiendo.
Nos sentíamos niñas con un caramelo para dos. Él nos dejó hacer, hasta que nos hizo parar, nos besó con fuerza, acariciándonos la piel completamente desnuda, dedicándonos una mano para cada una, que se deslizaba firme sobre el sudor que abrillantaba nuestros cuerpos. Nos tuvo así, sobándonos apretadamente, hasta que nos hizo poner sobre el sillón, con los culos parados, a merced de su deseo. Nos asomábamos por sobre los hombros, y lo veíamos que se agarraba la pija y puteaba en portugués, con esa risa que jamás se le fue, con expresiones de felicidad sobrecogedora, tocándonos los culos al unísono. Nosotras se los movíamos para acrecentar su calentura animal.
Metió su nariz, su boca, su lengua con desesperación, en nuestras cavidades expuestas, trofeos de una guerra de ardor y placer. Sabiamente chupaba nuestros clítoris, arrancándonos gemidos y orgasmos reiteradas veces. También nosotros lo puteábamos, le suplicábamos que no parara, que siguiera, que hiciera todo lo que quisiera con nosotras. Le comíamos la cabeza con la dialéctica de la perversión, de la dominación absoluta.
Sabía lo que hacía, estaba claro. Se acercó a nuestros culos, y nos hizo sentir a cada una la bruta erección, pasándonos la pija recorriendo nuestras ensalivadas rayas, dibujándonos la separación de los glúteos. Estábamos que estallábamos. Le pedíamos a gritos que nos cogiera, que no sea hijo de puta, que nos penetrara con esa cosa gorda que paseaba por los contornos de nuestros agujeros. No importaba donde la pusiese, queríamos sentirlo dentro nuestro. Estábamos tan excitadas, que al mínimo apoyo se deslizaría hacia nuestro interior sin dificultad alguna. Pero Joao parecía disfrutar de ternos así, calientes, en celo, rogándole a dos voces, por todos los dioses, que nos coja de una vez.
Decidí tomar el toro por las astas, y cuando sentí que me pasaba la cabeza de la chota sobre la concha, me fui para atrás, enterrándomela yo. Sin darle oportunidad de que me la sacara, estiré los brazos hacia atrás y lo agarré del culo, clavándome con fuerza sobre su miembro, que entró en mi resbalando como en cera caliente.
Lo tuve adentro apretándosela hasta el fondo. Acabé a los gritos retorciéndome como una víbora, queriendo más, pidiendo más. Mi amiga le estaba metiendo la lengua en la boca con perversión. Le pidió que la cogiera, ofreciéndole el culo, abriéndoselo con las dos manos, mostrándole el agujero que reclamaba penetración. Parece que esto puso a Joao más caliente que una pava. En dos empujones, observé como el culo le Lara hacia desaparecer esa cosa gorda, como si fuera un tiburón hambriento.
Me calentó verla. y tuve que meterme los dedos en la concha, y hasta el meñique en mi cerrado culo. Nunca disfruté del sexo anal, pero necesitaba alimentarlo también, a esta altura todo valía.
Lara se veía hermosa montándose ese macho que le propinaba estocadas profundas, mezcladas con suaves movimientos circulares. La agarraba del pelo, como a un alazán por domar que se deshacía en relinchos. No podía dejar de masturbarme. No sé cuántas veces acabé. Estaba caliente de ver, me parecía mentira que hacia segundos nomás, la que estaba recibiendo esas estocadas era yo, parecía irreal, una película.
Joao estaba como loco, excitadísimo con Lara, pero no dejó de preocuparse por mi. Yo seguía en cuatro. Él se chupaba los dedos y me cojia con ellos, al ritmo que lo hacia con Lara.
Yo ya había tenido lo mío. Ahora estaba teniendo con el espectáculo , sus manos y las mías, algo aún más íntimo y egoísta.
Así nos dió un rato inmedible, en donde ambas acabamos varias veces, sin salir de la posición de perrito. Cada tanto nos mirábamos, pero no podíamos hacer otra cosa que sonreír poseídas, gemir y mordernos sin parar los labios.
Estábamos siendo garchadas en estereo como jamás nos lo habíamos imaginado, hasta que en un momento, un gruñido seco anticipó la acabada de Joao, que nos hizo dar vuelta, quedamos sentadas a la altura de su pedazo, el cual estaba sacudiendo con una velocidad inusitada, hasta que explotó, derramando sobre nuestras caras su abundante tibieza orgásmica. Mientras nos acababa en la cara, no sé por qué, pero nos atacó un ataque de risa, viéndonos manchadas chorreantes.
Cuando dejó de gritar, se acercó a nosotras y nos besó sobre su esperma.
Fui a baño a lavarme la cara, ellos se habían abrazado y no se soltaban. Aproveché y me duché.
Cuando volví, habían empezado, quien sabe cuando, a cogerse de nuevo, matándose en el piso.
Era notorio que entre ellos algo más había prendido la hoguera, había algo especial, una onda mas allá del sexo que habíamos compartido.
Decidí dejarlos y me fui sin hacer ruido al hotel que, por suerte, quedaba a unas cuadras.
Así fue como conocimos a Joao, y así fue como empezaron esa historia de amor que ahora iban a coronar casándose.
Técnicamente me había acostado con el esposo…no, el futuro esposo de mi mejor amiga… y eso fue lo que se me vino a la cabeza en este instante, en este boliche, donde después de algunos años las cosquillas aparecieron sin avisar.
¡Me cogí al marido de mi amiga! Tal vez el alcohol y el delirio me hicieron sentir que estaba en falta con Lara, sin culpa, pero debiéndole algo…
Esta noche, acá en Buenos Aires, podía ser verdaderamente la despedida de soltera, como amiga debí habérsela preparado, pero la lejanía, tal vez el despiste me lo habían hecho pasar por alto. Pero aun no era tarde, estábamos acá, despidiéndola, y algo internamente me pedía a gritos que accionara.
La agarré de la mano y la arrastre hacia el baño, para hablar tranquilas como aquella noche en Río.
-¿Querés una despedida de soltera, si o no?- la encaré divertidamente, jocosa, apurándola para ver que opinaba. Ambas nos empezamos a reír, cómplices
-Recién cuando entramos por esa puerta tuve un deja vú, o un recuerdo, no sé- me dijo, y las risas se multiplicaron.
-¿Cuál?- le pregunté, casi sabiendo la respuesta de antemano.
-Se me vino patente la conversación del baño esa noche de vacaciones, cuando conocimos a Joao, y decidimos compartirlo, ¿te acordás?
-Sabés, justo estaba pensando en eso…- le respondí con gesto de intriga
-¿En qué? Me dice siguiendo ese jueguito, con carita de indefensa, actuando una inocencia que, como aquella vez, ya estaba tirada como naipes sobre la mesa.
-Cuando lleguemos a casa, te vas a enterar…-solté, y la abracé con todo el amor que nos une desde chicas.
-Ok, acepto tu decisión, amiga mía, sorprendéme, o mejor dicho, sorpréndanme.
Salimos del baño, de la mano, y le dije a Manuel que ya era hora de irnos a casa. Él no entendía nada, pero no protestó.
Nuevamente ambas ya habíamos decidido, tácitamente, cuales eran los pasos a seguir. Nuestros rostros no podían ocultar la picardía.
Durante el trayecto a casa, no pude sacarme de la cabeza la imagen de la cara que pondría Manuel cuando, sin esperárselo, Lara y yo compartamos, nuevamente, el sabor de las delicias del placer a dos bocas…a tres pieles.
Nos conocemos desde chicas, y siempre le deseo lo mejor, es mi gran amiga, mi hermana del corazón, en las buenas y en las malas. La amo, y sé que ella también a mí.
Aunque continuamente estamos en contacto por mail, chateamos y demás, desde que se fue a vivir definitivamente a Brasil, un mes después que aquellas vacaciones habían terminado, no nos veíamos personalmente.
Estos tres días que volvimos a estas juntas fueron fabulosos, salimos continuamente, charlamos y vivimos pegadas en todo momento. Se quedo en casa conviviendo conmigo y Manuel, mi pareja, con el cual planeamos casarnos el próximo año.
Yo también soy afortunada, ambas nos merecemos los hombres que nos ganamos!!
La última noche de Lara en Buenos Aires salimos a comer los tres, y después fuimos a bailar.
Bebimos abundantemente en la comida, y seguimos haciéndolo bailando.
-Un brindis por Lara que se casa – propuso Manuel y nos entregaba en mano sendos tragos que había traído de la barra.
-Esto es como una despedida de soltera, ¿no? – pregunté casi inocentemente, a lo que Lara respondió - Si me van a organizar una despedida de soltera, háganlo bien, guachos, no amenacen al cohete- y los tres rompimos en carcajadas.
En ese instante, a mi me sucedió algo, debo admitirlo. Los estantes de mi cabeza se desempolvaron de recuerdos, como con un soplido tibio. Hechos de un pasado en común se elevaron, y me vino a la memoria esa noche en Río donde ambas, de vacaciones, habíamos conocido a su futuro marido Joao. Me remonté a aquella noche con una claridad de imagen terrible, y comencé a sentir en el cuerpo una sensación extraña…
Esa noche habíamos ido a bailar, solas, en verdad así fue todo nuestro viaje, con ganas de pasarla bien, sin restricciones.
Nos la pasábamos tomando caipiriña desde el desayuno a la playa, de la playa a la cama, y los efluvios del alcohol, sumados a esa temperatura calida de la costa brasileña, nos trasportaba diariamente y a toda hora a una estado de alegre excitación. Pero aquella noche fue distinta, salimos vestidas como salen las cariocas, con tops y shorcitos diminutos. Ambas estábamos buenas, aun hoy sin falsa modestia sé que seguimos estándolo, y así vestidas dejábamos ver nuestras curvas con displicencia. Éramos devoradas ferozmente por las miradas de tipos sin importar si eran turistas o nativos de siglos.
Se nos insinuaron todos, con mayor o menor entusiasmo, pero ninguna de nosotras se obnubiló con alguno, y eso que teníamos para elegir…
Sabíamos que los brasileños se daban cuenta a la legua que éramos argentinas, no sé por qué, lo huelen, lo presienten. Seguíamos en ese plan de jolgorio femenino, hasta que frente a nuestros ojos apareció él, Joao.
Como dije, profesor de capoeira, un lomazo escultural, fibroso, marcado. Se acercó con una sonrisa blanca, completamente reluciente, y dos vasos le ocupaban las manos.
-¿Argentinas?- nos encaró y nos dio un beso a cada una como presentándose. Nosotras sonreímos porque estaba buenísimo, y le respondimos que sí.
Nos extendió los tragos, los aceptamos, y se quedó junto a nosotras. Un seductor de rasgos salvajes, se movía casi sin proponérselo, como si sus pies viajaran en un zamba sin detención. Nos sacó a bailar a las dos juntas, sacudiéndonos como muñecas que se dejaban llevar por ese tifón de sensualidad masculina. Nos tenía agarradas de la cintura, con sus manos fuertes, pesadas, grandes.
Nosotras nos mirábamos, entregadas a sus encantos de baile en trance, observadas repartidamente por sus pupilas oscuras y penetrantes, que adornaban muecas de sugestión indomable.
Nos movió como quiso toda la noche, entre danza y caipiriña, pero en ningún momento nos tiró los perros, aunque con el baile no paró un segundo de acariciarnos completamente. Acercaba su cara a las nuestras casi rozando los labios, pero no nos besaba. Nos apoyaba el bulto en sincronicidad danzante, pero como parte del baile sensual que remite a la tierra, no como pajero, o al menos no lo percibíamos desde ese lado.
Así estuvimos hasta que nos preguntó donde estábamos parando, y se ofreció a llevarnos. Estábamos algo descolocadas, no entendíamos que buscaba, aunque tácitamente, nosotras sabíamos que esto era para terminarlo juntas, compartirlo.
Decidimos ir al baño, sin hablar, para charlarlo más secretamente.
-Y boluda ¿Qué decís? dejamos que nos lleve… ¡está bárbaro!, pero a ver si nos lleva a cualquier lugar, nos afanan, nos cojen!!- dijo Lara.
-Ojala nos coja!!!- la interrumpí en su rally de tragedias y asesinatos noticiosos, y nos cagamos de la risa a los gritos.
-Tenes razón- reaccionó- estamos acá, de vacaciones, el tipo está para comérselo con papas… ¡y estamos juntas amiga, que nos puede pasar que no busquemos, arriesguemos!
-Sí, vamos con él y que sea lo que tenga que ser- le dije, y nos reímos mirándonos al espejo, mientras nos arreglábamos el pelo, las tetas y los shorts. Nos abrazamos fuerte, nos dimos un beso en la mejilla, y encaramos decididas a todo, a gozarlo. Nos íbamos a comer al morochote entre las dos y ya no había vuelta atrás.
Salimos del baño y fuimos hacia donde estaba él, de la mano, como un regalito mellizo que muestra los dientes al papel que lo envolverá. Lo encaramos de frente y le dijimos que aceptábamos que nos lleve. Esta vez parecía él el que se tildaba, nos miró unos segundos hasta que nos abrazó de una sola vez a las dos, con fuerza. Nosotras, instintivamente, también y nos acurrucamos sobre su piel que olía a fresco sudor de macho cabrío.
-Argentinas muito bunitas- nos dijo con su sonrisa de cristal, y recién ahí nos dio un piquito a cada una.
Fue el primer indicio directo que nos tiró en toda la noche, y lo aceptamos, devolviéndoselo juntas, cómplices, apretándolo, besándolo con lengua y haciéndole saber que esto ya lo habíamos decidido nosotras. Salimos del boliche y fuimos hasta su auto, un humilde Renault 18 que estaba impecable. Subimos y arrancó.
Una vez arriba del coche, nos preguntó si queríamos que nos dejase en el hotel, o si queríamos ir a su casa que quedaba a cinco calles de ahí.
Nosotras ya teníamos en claro que sería nuestro postre. Le dijimos que en nuestro hotel no se aceptan visitas pero queríamos tomar algo con él… así que tendríamos que ir a su casa, haciéndonos las tontas.
-Vamos a tu casa, pero tenés que prometernos que nos vas a tratar bien ,nada de querer abusarte de nosotras, más de lo que nosotras te permitamos- le dijo Lara, acariciándole la nuca y besándole el lóbulo de la oreja. Ella iba en el asiento del acompañante, y aprovechó para pasarle una mano por el bulto, dejando en claro que no éramos carmelitas descalzas.
- No hicimos nunca esto, así que nos vas a tener que tener paciencia… igualmente miedo no nos das – dije pícaramente para no quedarme callada, y también le acaricie la cabeza desde el asiento de atrás.
Joao reía y se hacía entender para decirnos que era inofensivo, mirándonos con ese brillo dulce en sus gestos, revoleando los ojos, jugando el juego que le proponíamos.
Sin darnos cuenta ya estábamos estacionando en la puerta de una casa coqueta.
Nos comentó que ahí vivía, e hizo hincapié en que no quedaba para nada lejos de nuestro hotel.
Bajamos, el nos abrió la puerta a cada una y nos ofreció la mano para que bajáramos del auto, y así nos llevó a las dos hacia la puerta de entrada de su casa. Entramos. Nos invitó a que nos pongamos cómodas, mientras el iba a buscar unas cervezas.
La casa era linda, decorada con motivos autóctonos, confortablemente pequeña.
Nos sentamos en unos sillones individuales que de tan mullidos eran atrapantes.
Llego Joao con unas latas frías, me tendió la mía, pero al momento de dármela me la negó, haciéndome una seña, llevándose dos dedos sobre trompa carnosa , como reclamando un beso en parte de pago por la bebida. Me estiré, agarre la lata, y le comí la boca con pasión. Me acarició la cara y repitió la escena con Lara.
-También te tengo que besar- le dijo con cara de despiadada.
-Y si, si quieres beber- le respondió en un castellano brasileroso .
-Vos te lo buscaste, nene- respondió Lara mientras se paraba frente a él. Le agarró la cara con las dos manos y sin pausa le ofreció su boca abierta furiosamente, atragantándolo a lengua limpia, poniendo de manifiesto que las vueltas ya habían sido dadas, y los boletos que quedaban eran para jugarlos a todo o nada...
No lo soltó, Joao desesperadamente quería apoyar las latas que tenía en las manos en algún lado sin que se cayeran. Me acerqué y se las agarré . Las apoyé en la mesa junto a la mía y por un instante quedé mirando ese espectáculo de pulpos ardientes que se arrebataban desde las bocas.
No perdí tiempo y me saqué el top por sobre la cabeza. Lo abracé desde atrás, apoyándole los pezones en la espalda, y agarrándole las nalgas con las dos manos, apretándole los cachetes como si fueran pelotas, recorriéndole los omoplatos con besos de pescado.
Lara le había abierto el cierre y estaba con el miembro en las manos. Él le arrancó el top. Mi amiga no dejaba de besarlo apasionadamente, ni de sacudírsela.
Yo empecé a tocarme, sintiendo la humedad de mi concha a través del short, apretándome sobre su espalda y su culo, al cual apoyaba como si yo fuese la que tuviese pija. Me saque el pantaloncito sin despegarme. Pasé mis brazos hacia delante a la altura de su cintura y terminé de bajarle los pantalones Se los llevé hasta los tobillos y le hice levantar los pies para sacárselos del todo. Al subir encontré las manos de Lara que seguían sosteniéndosela y la ayude desde atrás. Recuerdo la pija de Joao como tamaño normal, pero algo más gorda. Lara se la soltó y bajó a chupársela. Yo seguía en mi juego de apoyarlo, agarrándosela desde el otro lado, como dándosela en la boca a mi amiga, que se movía agarrada de las caderas del Negro, que giró su cabeza hacia mí y empezó a besarme.
Escuché la voz de Lara que me invitaba a comer y fui sin mas reclamos.
-Vení Anita, que le vamos a enseñar a este brasuca que la argentinas somos las mejores chupa pijas del mundo- y nos pusimos en campaña para revalidar el titilo de campeonas en la especialidad. Me arrodillé al lado de ella y nos turnamos para llevárnosla a la boca. Cada tanto también se cruzaban nuestros labios, sin llegar a besarnos, pero sintiendo el sabor común de lo que estábamos compartiendo.
Nos sentíamos niñas con un caramelo para dos. Él nos dejó hacer, hasta que nos hizo parar, nos besó con fuerza, acariciándonos la piel completamente desnuda, dedicándonos una mano para cada una, que se deslizaba firme sobre el sudor que abrillantaba nuestros cuerpos. Nos tuvo así, sobándonos apretadamente, hasta que nos hizo poner sobre el sillón, con los culos parados, a merced de su deseo. Nos asomábamos por sobre los hombros, y lo veíamos que se agarraba la pija y puteaba en portugués, con esa risa que jamás se le fue, con expresiones de felicidad sobrecogedora, tocándonos los culos al unísono. Nosotras se los movíamos para acrecentar su calentura animal.
Metió su nariz, su boca, su lengua con desesperación, en nuestras cavidades expuestas, trofeos de una guerra de ardor y placer. Sabiamente chupaba nuestros clítoris, arrancándonos gemidos y orgasmos reiteradas veces. También nosotros lo puteábamos, le suplicábamos que no parara, que siguiera, que hiciera todo lo que quisiera con nosotras. Le comíamos la cabeza con la dialéctica de la perversión, de la dominación absoluta.
Sabía lo que hacía, estaba claro. Se acercó a nuestros culos, y nos hizo sentir a cada una la bruta erección, pasándonos la pija recorriendo nuestras ensalivadas rayas, dibujándonos la separación de los glúteos. Estábamos que estallábamos. Le pedíamos a gritos que nos cogiera, que no sea hijo de puta, que nos penetrara con esa cosa gorda que paseaba por los contornos de nuestros agujeros. No importaba donde la pusiese, queríamos sentirlo dentro nuestro. Estábamos tan excitadas, que al mínimo apoyo se deslizaría hacia nuestro interior sin dificultad alguna. Pero Joao parecía disfrutar de ternos así, calientes, en celo, rogándole a dos voces, por todos los dioses, que nos coja de una vez.
Decidí tomar el toro por las astas, y cuando sentí que me pasaba la cabeza de la chota sobre la concha, me fui para atrás, enterrándomela yo. Sin darle oportunidad de que me la sacara, estiré los brazos hacia atrás y lo agarré del culo, clavándome con fuerza sobre su miembro, que entró en mi resbalando como en cera caliente.
Lo tuve adentro apretándosela hasta el fondo. Acabé a los gritos retorciéndome como una víbora, queriendo más, pidiendo más. Mi amiga le estaba metiendo la lengua en la boca con perversión. Le pidió que la cogiera, ofreciéndole el culo, abriéndoselo con las dos manos, mostrándole el agujero que reclamaba penetración. Parece que esto puso a Joao más caliente que una pava. En dos empujones, observé como el culo le Lara hacia desaparecer esa cosa gorda, como si fuera un tiburón hambriento.
Me calentó verla. y tuve que meterme los dedos en la concha, y hasta el meñique en mi cerrado culo. Nunca disfruté del sexo anal, pero necesitaba alimentarlo también, a esta altura todo valía.
Lara se veía hermosa montándose ese macho que le propinaba estocadas profundas, mezcladas con suaves movimientos circulares. La agarraba del pelo, como a un alazán por domar que se deshacía en relinchos. No podía dejar de masturbarme. No sé cuántas veces acabé. Estaba caliente de ver, me parecía mentira que hacia segundos nomás, la que estaba recibiendo esas estocadas era yo, parecía irreal, una película.
Joao estaba como loco, excitadísimo con Lara, pero no dejó de preocuparse por mi. Yo seguía en cuatro. Él se chupaba los dedos y me cojia con ellos, al ritmo que lo hacia con Lara.
Yo ya había tenido lo mío. Ahora estaba teniendo con el espectáculo , sus manos y las mías, algo aún más íntimo y egoísta.
Así nos dió un rato inmedible, en donde ambas acabamos varias veces, sin salir de la posición de perrito. Cada tanto nos mirábamos, pero no podíamos hacer otra cosa que sonreír poseídas, gemir y mordernos sin parar los labios.
Estábamos siendo garchadas en estereo como jamás nos lo habíamos imaginado, hasta que en un momento, un gruñido seco anticipó la acabada de Joao, que nos hizo dar vuelta, quedamos sentadas a la altura de su pedazo, el cual estaba sacudiendo con una velocidad inusitada, hasta que explotó, derramando sobre nuestras caras su abundante tibieza orgásmica. Mientras nos acababa en la cara, no sé por qué, pero nos atacó un ataque de risa, viéndonos manchadas chorreantes.
Cuando dejó de gritar, se acercó a nosotras y nos besó sobre su esperma.
Fui a baño a lavarme la cara, ellos se habían abrazado y no se soltaban. Aproveché y me duché.
Cuando volví, habían empezado, quien sabe cuando, a cogerse de nuevo, matándose en el piso.
Era notorio que entre ellos algo más había prendido la hoguera, había algo especial, una onda mas allá del sexo que habíamos compartido.
Decidí dejarlos y me fui sin hacer ruido al hotel que, por suerte, quedaba a unas cuadras.
Así fue como conocimos a Joao, y así fue como empezaron esa historia de amor que ahora iban a coronar casándose.
Técnicamente me había acostado con el esposo…no, el futuro esposo de mi mejor amiga… y eso fue lo que se me vino a la cabeza en este instante, en este boliche, donde después de algunos años las cosquillas aparecieron sin avisar.
¡Me cogí al marido de mi amiga! Tal vez el alcohol y el delirio me hicieron sentir que estaba en falta con Lara, sin culpa, pero debiéndole algo…
Esta noche, acá en Buenos Aires, podía ser verdaderamente la despedida de soltera, como amiga debí habérsela preparado, pero la lejanía, tal vez el despiste me lo habían hecho pasar por alto. Pero aun no era tarde, estábamos acá, despidiéndola, y algo internamente me pedía a gritos que accionara.
La agarré de la mano y la arrastre hacia el baño, para hablar tranquilas como aquella noche en Río.
-¿Querés una despedida de soltera, si o no?- la encaré divertidamente, jocosa, apurándola para ver que opinaba. Ambas nos empezamos a reír, cómplices
-Recién cuando entramos por esa puerta tuve un deja vú, o un recuerdo, no sé- me dijo, y las risas se multiplicaron.
-¿Cuál?- le pregunté, casi sabiendo la respuesta de antemano.
-Se me vino patente la conversación del baño esa noche de vacaciones, cuando conocimos a Joao, y decidimos compartirlo, ¿te acordás?
-Sabés, justo estaba pensando en eso…- le respondí con gesto de intriga
-¿En qué? Me dice siguiendo ese jueguito, con carita de indefensa, actuando una inocencia que, como aquella vez, ya estaba tirada como naipes sobre la mesa.
-Cuando lleguemos a casa, te vas a enterar…-solté, y la abracé con todo el amor que nos une desde chicas.
-Ok, acepto tu decisión, amiga mía, sorprendéme, o mejor dicho, sorpréndanme.
Salimos del baño, de la mano, y le dije a Manuel que ya era hora de irnos a casa. Él no entendía nada, pero no protestó.
Nuevamente ambas ya habíamos decidido, tácitamente, cuales eran los pasos a seguir. Nuestros rostros no podían ocultar la picardía.
Durante el trayecto a casa, no pude sacarme de la cabeza la imagen de la cara que pondría Manuel cuando, sin esperárselo, Lara y yo compartamos, nuevamente, el sabor de las delicias del placer a dos bocas…a tres pieles.
10 comentarios - Vamos a casarnos