Hace banda no escribía por acá y borré los otros relatos que tenía. Pero aprovecho esta experiencia que tuve para volver...
El lunes arrancó por la siesta, encontrándome en una clase que se tornó más aburrida de lo habitual. Como todas las veces, llegué un poco tarde pero de igual manera vi que había un asiento libre con los compas con los que me suelo juntar. Al lado mío, una morocha, que en breve se va a convertir en la protagonista de este relato.
Debo confesar que Sol no es de las minas que mejor me caen; suele tener unos niveles de infumabilidad que escapan de mi paciencia; una voz estridente que mis oídos no conciben agradar y cierto aire de grandeza que se hace bosta contra mis cuotas de tolerancia. Sin embargo, tampoco voy a agudizar mi exquisitez y andarme con mariconadas. De hecho, en estos días vengo arrastrando una calentura feroz que no distingue sexo, color, ni raza: cada vez que tengo oportunidad y con quien sea, estoy dispuesto a saciar mis ansias de descarga seminal. No confundan, lejos estoy de ser un semental, sino que simplemente soy un pendejo con ganas de disfrutar todas las aristas de mi sexualidad. Pavadas, para cuando sea viejo.
Pero vamos al asunto que importa. Sol vestía una camisa a cuadros, un jean medio apretado que vislumbraba unas caderas peligrosas y unas zapas blancas deportivas. Y fue en medio de esa clase que estaba por demás aburrida, que empecé a molestarla diciéndole boludeces, que su pelo estaba un desastre por la humedad, que su voz de pito se escuchaba en todos los pasillos y etcéteras. Pensarán, ¡qué pibe más pelotudo! Y es cierto. Pero es mi forma de sacar un par de sonrisas, encontrando en el conflicto y la discusión un camino hacia las miradas cómplices y los cachetes colorados. Sol se puso así. De pronto se recostó sobre mi hombro diciéndome que estaba cansada y que tenía sueño, a lo que le dije que después de clase vayamos a su casa a tomar mates. Me dijo que sí. Es medio santurrona, por no decir que es la típica santurrona que solo te calienta la pija y después uno queda tirando leche a lo lobo malo y solitario. Pero estaba dispuesto a ver hasta dónde se podía llegar.
Sigo con la descripción de esta mujer. Tiene el pelo rizado y una tez blanca como el mismísimo río de alegría que expulsamos los hombres cada vez que llegamos al orgasmo. Una carita dulce con pecas, con unos labios que invitan a besarlos un buen rato y si la cosa llega más allá, imaginaba que se verían hermosos haciendo una linda mamada. Lo comprobé. La cuestión es que con la invitación aceptada, ya tenía un pie dentro de su casa, una mano metida en su tanga y yo metido en su cama. La sola idea de poder cogerme a una flaquita que parece toda una dama, pero que me la imaginaba bien putita, hacía que la entrepierna se me abultara un poco más y que mi verga quisiera gritar ¡libertad! escapando de los barrotes de mi cremallera. Traté de disimularlo, claro está. Que a uno se le pare la chota en público no es de las cosas más cómodas que pueden suceder. Hasta que la clase terminó.
En el camino hacia su departamento, íbamos abrazados para sopesar el frío que pintó en estos días. Cuando llegamos, fue directo hasta la cocina para empezar a preparar los verdes. “No hay yerba”, dijo desde la cocina. “No importa, compremos” le contesté. En eso caminó hacia su pieza para buscar algo de plata y la seguí, cuando se dio cuenta se volteó hacia mí y esbozó una sonrisa picarona que decantaba ganas de hacer un poquito de desastre. Lo supe, lo entendí y entonces la tiré en su cama abalanzándome sobre ella. ¿Qué hacés, Milo? me preguntó con una voz de putona que empezó a calentarme inmediatamente. Ahí nomás y sin mediar más palabras, comenzamos a besarnos intensamente: meneaba esa lengua como ninguna, sin exagerar fue ese el mejor beso que tuve jamás. Tenía unos labios finos pero muy, muy ricos y suaves. Besarla fue todo un disfrute aunque cada tanto bajaba un poco a darle besos en el cuello y detrás de la oreja. Ella hizo lo mismo: pero de nuevo su lengua hizo estallar mi mente y mis huevos cuando me empezó a chupar el lóbulo de la oreja. Creo que ahí mismo mi pija alcanzó su punto máximo.
De repente paró y me dijo que le sacara sus zapatillas y el pantalón. Para mi suerte no traía puestas medias, y me dejó ver sus piecitos blancos y finos que inmediatamente comencé a besar y chupar. Me deleité con sus dedos pintados de rojo y las plantas de sus pies, pues también debía satisfacer mi fetichismo. Nuevamente para mi suerte, ella parecía disfrutarlo y a diferencia de lo que me pasó con otras minas, me dejó que los chupara un ratito mientras que con uno de sus pies me frotaba el bulto. No me demoré mucho y luego de eso le saqué su pantalón. No miento si digo que esa tanguita negra le quedaba brutal y que hasta al Papa se le pararía la pija si la viera. Otra vez fui directo a su boca para darnos otro beso bien mojado y apasionado, mientras que le desabrochaba su camisa. Se la saqué y también le arranqué el corpiño. Tenía unas tetitas chicas pero hermosas, bien blanquitas y unos pezones rosaditos. Me sacó la remera y seguimos besándonos.
Ahora ella me tiró hacia atrás y me sacó el pantalón, después el bóxer. Ahí estaba mi pija al desnudo, venosa y hecha una piedra. Había unas gotitas de líquido pre-seminal que se encargó de retirar con una lamida en la cabeza de la verga. No pasaron ni dos segundos de eso y ya la tenía ahí tragándose toda mi pija: ¡qué delicia, por Dios! Me pajeaba con su mano mientras me la chupaba todo, yo le apretaba un poco la cabeza para que se la trague entera y ella ni un problema. Esos labios envolvían mi verga de una manera inigualable y su lengua seguía causándome unos espasmos increíbles. ¡Qué putita tragapija que resultaste ser, compa! Le dije, y sin dejar de chupármela me contestó, ¡sí, me encanta ser tu putita, Milo! Yo estaba que no daba más pero quería seguir disfrutando de esa mamada. Hasta que en un momento la corrí porque si no le iba a enlechar toda la cara. Quería hacerlo, sí, pero todavía no era el momento. Todavía quedaba más por disfrutar.
Me senté en el borde de la cama y ella se puso frente a mí para cabalgarme la verga. Se corrió la tanguita y empezamos a coger con furia. La mina sabía mover demasiado bien esas caderas, y mientras me abrazaba y me besaba, yo le apretaba esas nalguitas suaves y lindas que tiene. La putita se retorcía sobre mi pija y yo sentía cómo su conchita se empapaba cada vez más al mismo tiempo que gemía sin gritar, pero igualmente era muy excitante. Hasta que soltó un “¡cogeme en cuatro, por favor!”. Obviamente que sus deseos fueron órdenes y ahí nomás la di vuelta y le empecé a garchar tirándole un poco del pelo. Eso parecía excitarla bastante y cada vez empezaba a gemir más fuerte, lo que a mí me calentaba y cada tanto me daba unas ganas terribles de acabar pero con todas mis fuerzas traté de contenerme. Así estuvimos por unos cuantos minutos.
Después, ya en la posición del misionero aproveché para chuparle sus tetas hermosas y también seguir disfrutando de su lengua que en mi boca se movía descontrolada. Me pedía que la coja fuerte y duro, a lo que yo por supuesto accedía con gusto pero ya no daba más. La pija me estaba por estallar y en cualquier momento le estaba por acabar directo en su conchita. Hasta que por fin, entre gemidos y una respiración que se hizo cada vez más pesada, Sol llegó al orgasmo retorciendo su cuerpo y contrayendo sus músculos. Mi leche salió disparada y empezó a brotar de su conchita a montones, mientras que abatidos y cansados, nos besamos otra vez.
-No me chupaste la conchita. Eso no se hace.- Me dijo haciendo pucherito y nuevamente con voz de putona.
-¿Querés que te la chupe ya?
-No, dejá, ya fue.- Pensé que se enojó.- Pero la próxima ya sabés, no me cogés hasta que me mojes bien la conchita con tu lengua.
Ahí nomás le di un beso primero en el hombro, luego en la comisura de los labios. Y nos quedamos, así, un rato. Desnudos. Abrazados.
Espero que les haya gustado!
El lunes arrancó por la siesta, encontrándome en una clase que se tornó más aburrida de lo habitual. Como todas las veces, llegué un poco tarde pero de igual manera vi que había un asiento libre con los compas con los que me suelo juntar. Al lado mío, una morocha, que en breve se va a convertir en la protagonista de este relato.
Debo confesar que Sol no es de las minas que mejor me caen; suele tener unos niveles de infumabilidad que escapan de mi paciencia; una voz estridente que mis oídos no conciben agradar y cierto aire de grandeza que se hace bosta contra mis cuotas de tolerancia. Sin embargo, tampoco voy a agudizar mi exquisitez y andarme con mariconadas. De hecho, en estos días vengo arrastrando una calentura feroz que no distingue sexo, color, ni raza: cada vez que tengo oportunidad y con quien sea, estoy dispuesto a saciar mis ansias de descarga seminal. No confundan, lejos estoy de ser un semental, sino que simplemente soy un pendejo con ganas de disfrutar todas las aristas de mi sexualidad. Pavadas, para cuando sea viejo.
Pero vamos al asunto que importa. Sol vestía una camisa a cuadros, un jean medio apretado que vislumbraba unas caderas peligrosas y unas zapas blancas deportivas. Y fue en medio de esa clase que estaba por demás aburrida, que empecé a molestarla diciéndole boludeces, que su pelo estaba un desastre por la humedad, que su voz de pito se escuchaba en todos los pasillos y etcéteras. Pensarán, ¡qué pibe más pelotudo! Y es cierto. Pero es mi forma de sacar un par de sonrisas, encontrando en el conflicto y la discusión un camino hacia las miradas cómplices y los cachetes colorados. Sol se puso así. De pronto se recostó sobre mi hombro diciéndome que estaba cansada y que tenía sueño, a lo que le dije que después de clase vayamos a su casa a tomar mates. Me dijo que sí. Es medio santurrona, por no decir que es la típica santurrona que solo te calienta la pija y después uno queda tirando leche a lo lobo malo y solitario. Pero estaba dispuesto a ver hasta dónde se podía llegar.
Sigo con la descripción de esta mujer. Tiene el pelo rizado y una tez blanca como el mismísimo río de alegría que expulsamos los hombres cada vez que llegamos al orgasmo. Una carita dulce con pecas, con unos labios que invitan a besarlos un buen rato y si la cosa llega más allá, imaginaba que se verían hermosos haciendo una linda mamada. Lo comprobé. La cuestión es que con la invitación aceptada, ya tenía un pie dentro de su casa, una mano metida en su tanga y yo metido en su cama. La sola idea de poder cogerme a una flaquita que parece toda una dama, pero que me la imaginaba bien putita, hacía que la entrepierna se me abultara un poco más y que mi verga quisiera gritar ¡libertad! escapando de los barrotes de mi cremallera. Traté de disimularlo, claro está. Que a uno se le pare la chota en público no es de las cosas más cómodas que pueden suceder. Hasta que la clase terminó.
En el camino hacia su departamento, íbamos abrazados para sopesar el frío que pintó en estos días. Cuando llegamos, fue directo hasta la cocina para empezar a preparar los verdes. “No hay yerba”, dijo desde la cocina. “No importa, compremos” le contesté. En eso caminó hacia su pieza para buscar algo de plata y la seguí, cuando se dio cuenta se volteó hacia mí y esbozó una sonrisa picarona que decantaba ganas de hacer un poquito de desastre. Lo supe, lo entendí y entonces la tiré en su cama abalanzándome sobre ella. ¿Qué hacés, Milo? me preguntó con una voz de putona que empezó a calentarme inmediatamente. Ahí nomás y sin mediar más palabras, comenzamos a besarnos intensamente: meneaba esa lengua como ninguna, sin exagerar fue ese el mejor beso que tuve jamás. Tenía unos labios finos pero muy, muy ricos y suaves. Besarla fue todo un disfrute aunque cada tanto bajaba un poco a darle besos en el cuello y detrás de la oreja. Ella hizo lo mismo: pero de nuevo su lengua hizo estallar mi mente y mis huevos cuando me empezó a chupar el lóbulo de la oreja. Creo que ahí mismo mi pija alcanzó su punto máximo.
De repente paró y me dijo que le sacara sus zapatillas y el pantalón. Para mi suerte no traía puestas medias, y me dejó ver sus piecitos blancos y finos que inmediatamente comencé a besar y chupar. Me deleité con sus dedos pintados de rojo y las plantas de sus pies, pues también debía satisfacer mi fetichismo. Nuevamente para mi suerte, ella parecía disfrutarlo y a diferencia de lo que me pasó con otras minas, me dejó que los chupara un ratito mientras que con uno de sus pies me frotaba el bulto. No me demoré mucho y luego de eso le saqué su pantalón. No miento si digo que esa tanguita negra le quedaba brutal y que hasta al Papa se le pararía la pija si la viera. Otra vez fui directo a su boca para darnos otro beso bien mojado y apasionado, mientras que le desabrochaba su camisa. Se la saqué y también le arranqué el corpiño. Tenía unas tetitas chicas pero hermosas, bien blanquitas y unos pezones rosaditos. Me sacó la remera y seguimos besándonos.
Ahora ella me tiró hacia atrás y me sacó el pantalón, después el bóxer. Ahí estaba mi pija al desnudo, venosa y hecha una piedra. Había unas gotitas de líquido pre-seminal que se encargó de retirar con una lamida en la cabeza de la verga. No pasaron ni dos segundos de eso y ya la tenía ahí tragándose toda mi pija: ¡qué delicia, por Dios! Me pajeaba con su mano mientras me la chupaba todo, yo le apretaba un poco la cabeza para que se la trague entera y ella ni un problema. Esos labios envolvían mi verga de una manera inigualable y su lengua seguía causándome unos espasmos increíbles. ¡Qué putita tragapija que resultaste ser, compa! Le dije, y sin dejar de chupármela me contestó, ¡sí, me encanta ser tu putita, Milo! Yo estaba que no daba más pero quería seguir disfrutando de esa mamada. Hasta que en un momento la corrí porque si no le iba a enlechar toda la cara. Quería hacerlo, sí, pero todavía no era el momento. Todavía quedaba más por disfrutar.
Me senté en el borde de la cama y ella se puso frente a mí para cabalgarme la verga. Se corrió la tanguita y empezamos a coger con furia. La mina sabía mover demasiado bien esas caderas, y mientras me abrazaba y me besaba, yo le apretaba esas nalguitas suaves y lindas que tiene. La putita se retorcía sobre mi pija y yo sentía cómo su conchita se empapaba cada vez más al mismo tiempo que gemía sin gritar, pero igualmente era muy excitante. Hasta que soltó un “¡cogeme en cuatro, por favor!”. Obviamente que sus deseos fueron órdenes y ahí nomás la di vuelta y le empecé a garchar tirándole un poco del pelo. Eso parecía excitarla bastante y cada vez empezaba a gemir más fuerte, lo que a mí me calentaba y cada tanto me daba unas ganas terribles de acabar pero con todas mis fuerzas traté de contenerme. Así estuvimos por unos cuantos minutos.
Después, ya en la posición del misionero aproveché para chuparle sus tetas hermosas y también seguir disfrutando de su lengua que en mi boca se movía descontrolada. Me pedía que la coja fuerte y duro, a lo que yo por supuesto accedía con gusto pero ya no daba más. La pija me estaba por estallar y en cualquier momento le estaba por acabar directo en su conchita. Hasta que por fin, entre gemidos y una respiración que se hizo cada vez más pesada, Sol llegó al orgasmo retorciendo su cuerpo y contrayendo sus músculos. Mi leche salió disparada y empezó a brotar de su conchita a montones, mientras que abatidos y cansados, nos besamos otra vez.
-No me chupaste la conchita. Eso no se hace.- Me dijo haciendo pucherito y nuevamente con voz de putona.
-¿Querés que te la chupe ya?
-No, dejá, ya fue.- Pensé que se enojó.- Pero la próxima ya sabés, no me cogés hasta que me mojes bien la conchita con tu lengua.
Ahí nomás le di un beso primero en el hombro, luego en la comisura de los labios. Y nos quedamos, así, un rato. Desnudos. Abrazados.
Espero que les haya gustado!
5 comentarios - Compañerita de la facu