Aburrimiento, demasiado diría yo, que miraba la lluvia caer desde el otro lado de la ventana. Me sentía como en una de esas películas de terror en la que la chica está sola en su casa y de repente recibe la llamada de un asesino preguntándole cuál era su película de terror favorita. Segundos después, la mencionada muchacha moría de la forma más espantosa posible.
Tenía planes para la tarde antes de que se arruinaran por culpa de la tormenta. Había decidido ir a ver a Mariana, la chica que me traía loca desde que la vi por primera vez en la clase de natación para principiantes. Vestía, en ese entonces, un bonito traje de baño que le quedaba algo más pequeño y le apretaba sus generosos pechos a tal grado que los pobres parecían a punto de salirse de él. Durante toda la clase me mantuve pegada a su silueta, a la tez blanca de sus piernas, a su cuello refinado y su pelo de color negro, que coronaba su pequeña cabeza ovalada. Un hermoso rostro tierno y virgen miraba con sonrojo a todas las otras chicas. Me pregunté si se sentiría menos que las demás.
Las clases de natación habían comenzado dos semanas atrás, así que algunas de nosotras ya nos conocíamos y como era habitual, había cierto rechazo hacia ella por ser la nueva. Eso sin contar la burla que le hicimos cuando se metió a la piscina, cuya agua estaba fría y provocó que las pequeñas puntitas de sus pechos se alzaran por encima del traje. Mientras la mayoría se burlaba, yo me quedé quieta, mirando con poco más que morbo lo bella que era. Lo tierna e inocente que se manejaba la hacía incluso más sexy, y fue gracias a eso, que yo siendo atraída como abeja al polen, me le acerqué y comencé con ella una amistad que se había vuelto algo más cercana gracias, sobre todo, a mi facilidad de palabra y mis bromas picantes, discretos intentos de coqueteo para hacerle ver que estaba ansiosa por tenerla en mi cama y nadar entre sus piernas. Y yo era muy buena nadadora.
Total que esos planes se había arruinado a causa de la lluvia, y como la luz iba y venía a cada rato, no me atrevía a prender el televisor. Una escasa luz del día se filtraba por la mañana y me hacía sentir triste, resentida con el clima.
Fue entonces, mientras jugaba con mi gato Pelusa, que escuché cómo sonaba el timbre de la puerta. Con ésta lluvia ¿quién se atrevería a venir? Fui a abrir y me encontré con la silueta de Mariana, totalmente empapada, con sus mechones de pelo negro cayéndole por sus mejillas, su delineador de ojos ahora corrido por el agua. Toda ella temblaba de frío y se abrazaba para darse calor.
—¿Qué haces aquí? Te dije que no podríamos salir por la lluvia —repliqué y la metí a la casa de un jalón.
—Cuando me llegó tu mensaje ya estaba en el autobús. Me bajé a tres cuadras de aquí y caminé. Pensé que me ahogaría.
—Ay, no digas tonterías. Ven, vamos a cambiarte la ropa.
La llevé de la mano hasta el segundo piso de la casa y la metí al baño. Como no había traído ella otra ropa, fui a mi armario y en ese momento se me ocurrió que podría darme un poco de gusto. Así pues, busqué unos pequeños shorts deportivos que no había usado en mucho tiempo, lo bastante cortos como para que las blancas piernas de Mariana se vieran reveladoras. Busqué una blusa sencilla, con una tela tan suavecita que le permitiera a sus nenas estar cómodas.
—Te dejo la ropa aquí en la meseta —le dije asomándome por el baño.
—Muchas gracias, amiga.
—Por nada —la miré un segundo. Su silueta se veía diáfana a través de la cortina. Estaba desnuda, de perfil a mí y vi cómo sus manos pasaban por encima de la curva de sus senos y se delineaba las caderas y las nalgas.
Suspiré, con el corazón latiendo a mil.
—¿Andrea?
—Estaré en mi habitación.
Aguardé nerviosa, fingiendo que miraba con mucho interés la lluvia. No tuve que esperar mucho cuando Mariana entró, secándose el pelo con una toalla y vistiendo la sexy ropa que le había dado. Como supuse, los shortctitos no era de su talla, por lo que se le pegaban a sus bien formadas piernas y su estrecha cintura. Además, por la forma en la que su busto se veía por debajo de la blusa, supuse que no traía ni sujetador. Tragué saliva.
—Hace un poco de frío —le comenté —. Ven, te secaré el pelo.
—Ay, gracias.
Se sentó en la cama y yo tras ella moví la toalla rápidamente sobre su cabeza. Se quejó. Dijo que lo hacía muy fuerte. Yo me reí y seguí con mi tarea, sin perder de vista lo bien que se veía su cuello, cuya piel imploraba un tierno besito. Luego de que terminé de secarla, la rodeé con mis brazos justo por debajo de sus pechos y la atraje hacia mí.
—¡Jeje! ¿qué haces?
—Te estoy dando calorcito —le susurré a la oreja.
—Mm… sí, ya me estoy sintiendo mejor.
—Eres una niña mala, Mariana. Te dije que no vinieras y ahora estás muy mojada.
—Me acabo de duchar, por supuesto.
Me quedé así un buen rato. Si era incómodo para ella, no me importó, porque de cerca olía su shampoo y sentía cómo me embriagaba ese aroma dulzón a manzana verde.
—¡Ejem!
—Lo siento, sólo me dejé llevar.
Se giró hacia mí. Lucía tan linda con las piernas flexionadas y la mirada sonriente. Quizá estaba esperando a que yo actuara o sucediera algo más. Me pasé la lengua por los labios. Ella ladeó la cabecita.
—¿Qué pasa, Andrea? Te ves nerviosa.
—Sólo me asustan un poco los truenos —le mentí —. Me da que en cualquier momento caerá uno sobre mí.
—Ay, tonta. Eso no sucederá a menos que estés afuera. Te hace falta asistir a clases de física.
—Sí, eso supongo. ¿Quieres que hablemos de algo? Teníamos pensado ir al cine pero con ésta lluvia infernal…
—Mmm… ¿sabes? Mientras venía para acá, un chico se me quedó mirando y me estaba sonriendo. No era muy guapo, pero me gustó cómo me miraba.
—De seguro te estaba follando con los ojos —me burlé, fingiendo que me causaba gracia.
—¡Jaja! Ya me embarazó. Pues no se veía depravado. Era un poco tierno, o eso capté de él.
—Ajá, como si supieras distinguir una mirada tierna de una pervertida.
—Ah, y cómo es una mirada pervertida.
—Justo así —le mostré, bajando mis ojos hasta sus tetas. Mariana se las cubrió y rió.
—¡Jaja! Por cómo me las miras pareciera que te gustan los pechos de las chicas. ¿A caso eres de esas raritas?
—No somos raritas —espeté, y me di cuenta del error que había hecho. Sin querer me había confesado acerca de mis preferencias.
La sonrisa de Mariana se quedó congelada en una sonrisa incómoda.
—Emm… ¿Andrea? ¡Je! ¿Que acabas de decir?
—Bueno… nada. Olvídalo.
—No, dime.
—No, no es nada —repliqué. Me levanté y me fui a la cocina rápidamente para beber agua. Era una manía que empleaba cada vez que me ponía nerviosa, y de repente me dieron ganas de salir a mojarme con la lluvia para quitarme el calor de las mejillas.
Mariana entró a la cocina, y el hecho que me mirara de pies a cabeza, con una expresión un tanto confundida me sacó de onda.
—¿Qué?
—Es que me sorprendiste con esa confesión. No te sientas mal. No te juzgo por tus gustos.
—¿En serio?
Negó con un gesto. Yo suspiré y me acerqué cuidadosamente. Ella retrocedió asustada.
—Joder, niña, que no te voy a violar.
—Lo sé, sólo también me siento algo nerviosa. Es… como estar con un chico.
Puse los ojos en blanco. ¿Por qué siempre creían que nosotras éramos una predadoras sexuales? En fin. Le toqué el hombro y ella dio un respingo.
—Mira, si quieres dejar de ser mi amiga, lo comprendo.
—No dije eso, Andrea. Sólo me siento un poco incómoda. Mmm, ¿qué se siente que te gusten las chicas?
—Pues… nada del otro mundo, supongo.
Suspiró con resignación y subimos a mi habitación. Me sentía un poco más tranquila, aunque no tanto porque ahora que ella sabía de mis gustos, no podía dejar de pensar en si estaría de acuerdo en que le diera un beso. Nos sentamos en la cama. Afuera la lluvia repiqueteaba.
—¿Qué tienes? Pareces curiosa.
—Sí —me respondió con una sonrisa —. ¿Y lo has hecho con una chica? Es decir, tener sexo…
Me sonrojé.
—Sí, una vez. Fue hace como un año con la que entonces era mi novia.
—¿Y qué tanto le hiciste? —había un resplandor coqueto en sus ojos y una sonrisa emocionada. Yo me recosté en la cama y ella se acomodó a mi lado —¿Te da pena contármelo?
—Pues… primero nos desnudamos la una a la otra. Nos acariciamos y todo lo que sucedió después fue inolvidable.
Se rió como si le hubiera contado un chiste.
—¿Qué más? ¿Cuánto duraron?
—Mucho. Toda la tarde. Éramos unas inexpertas todavía, así que jugamos con nuestros cuerpos por un buen rato. Ella era muy guapa y tenía unas tetas impresionantes.
—¿Te gustan grandes?
—Las adoro.
—¿Cómo las mías?
Le miré los senos con descaro.
—He visto mejores.
—¡Ash! Qué malvada. ¿hicieron todo lo que salen en los vídeos porno?
—Bueno… un momento —la miré con atención —¿cómo sabes eso? ¿A caso has visto algún triple x de chicas?
—Este… ¿Qué? No… te equivocas.
Pero su sonrojo me decía lo contrario.
—Mariana, no me digas que ya viste porno de lesbianas. ¡Jaja! ¿Tú?
—Bueno… una vez. Es decir, dos veces.
Me reí, incrédula. De repente le había volteado el juego.
—¿Y cómo es eso? ¿Tenías curiosidad? ¿Querías probar con una chica?
—Ay, ya me dio penita seguir hablando.
—Ah, no. Tú ya me preguntaste. Tienes que responderme ahora. ¿Te dio curiosidad?
—Este… ¡jeje! Sí, un poco. Es que mi hermana mayor tiene esos gustos y la verdad… me dio curiosidad. Una vez revisé el historial de su navegador y vi que ella visitaba páginas de ese tipo. Le di clic a una y pasó un vídeo muy… erótico, de dos chicas. Luego pasó otro donde había un trío y vi todas las cosas que se hacían y me dio algo de… curiosidad.
—¿Te tocaste? —le pregunté con mucho cuidado. Ella bajó la cabeza, azorada.
—Si.
Cuando lo dijo, mi mente se encendió con decenas de imágenes de ella metiéndose la mano por debajo de la ropa y masturbándose con tanta fuerza que sentí un cosquilleo en todo mi estómago.
—¡Ya! Deja de mirarme así. ¿Tú te tocas, Andrea?
—Casi a diario.
—¿Cómo lo haces?
Por el evidente sonrojo de su cara, pude ver que incluso a Mariana le estaba excitando nuestra conversación. Hicimos un corto silencio.
—¿Quieres ver?
—Sí.
—De acuerdo.
El corazón me latía tan de prisa que podría ser un zumbido. Tragué saliva y respiré hondo. Lentamente separé mis piernas y metí la mano por debajo del elástico de mis pantalones de pijama. Nada más tocarme, el escalofrío que me recorrió fue tan excitante que di un pequeño brinco. Cerré los ojos un momento y me froté con presión y fuerza. Oí que Mariana se reía.
—Vaya, sí que lo sabes hacer.
—¿Quieres verlo más de cerca? —le pregunté, pero era la lujuria que hablaba. No yo.
—¿Cómo de cerca?
Sin abrir los ojos, puse mis manos en las orillas de mi pantalón y lo deslicé hacia abajo. No traía ropa interior, así que quedé totalmente abierta ante ella. Abrí los ojos y vi que Mariana no me miraba a mí, sino que tenía la vista puesta justo a lo que había entre mis piernas.
—Wow… —susurró.
El calor comenzaba a caldear la habitación, y todo se estaba haciendo más rápido a la vista. Todo se estaba volviendo más relajado mientras le mostraba a Mariana cómo me masturbaba con una velocidad evidentemente placentera, y entonces el primer gemido de auténtico placer surgió de mí.
Ella se rió.
—¿Estas gimiendo de verdad?
—Se siente bien ¿quieres tocar?
—Ay, no.
—¿De verdad? —le pregunté con una coqueta sonrisa. Ella tapó su cara con las manos y luego sonrió y me miró con curiosidad.
—Sólo un poquito.
—Dame tu mano.
La tomé con cuidado y la puse justo por encima de mi vagina. A Mariana se le colorearon las mejillas y su sonrisa desapareció, remplaza por una mirada de concentración, como si en su cabeza estuviera considerando si lo que hacía era lo correcto.
Luego empezó a mover sus dedos y sus ojos iban de mi cara a mi entrepierna, como si quisiera saber qué emociones estaba teniendo. Sonreí y actué un poco mi gemidos.
—Te estás mojando.
—Lo haces bien.
—¿Sigo?
—Si.
De repente un dedo se le deslizó dentro y yo di un salto. Ella sacó la mano.
—¡Perdón!
—No, descuida. Vuelve a hacerlo.
—¿Segura? Pensé que seguía siendo virgen.
—No. Perdí la virginidad con mi ex novia.
—Ah…
Con más calma, agarré su mano y la dirigí de nuevo a mi entrada. La frente de Mariana se perló de sudor y permití que ella se diera gusto, que explorara mi interior con mucho cuidado.
—¿Por qué no te quitas algo de ropa? —le sugerí. En ese momento había decidido dar rienda suelta a mi perversión.
—¿La blusa?
—Sí.
Sin tapujos ni pena se deshizo de su blusa. Nada más mirarle los pechos, firmes y grandecitos, con sus puntitas rosadas, me mojé todavía más. Ella se los tocó con las manos y se pellizcó los pezones.
—¿Te gustan? ¿Sigues diciendo que has visto mejores?
—Son perfectos. Quisiera… probarlos, si se puede, claro.
—Mmm… está bien. Pero sólo un….
Todavía no acababa de hablar cuando yo me incliné al frente como si tuviera un resorte en la espalda. La tomé de las cintura y pegué mi rostro justo al espacio que había entre sus tetas, que olían a jabón y estaban cálidas y tersas. Mariana se rió cuando mi pelo le hizo cosquillas. Le di un beso justo en el canalillo y después, aventurada todavía más, le empecé a recorrer con la lengua, humedeciendo un camino que iba de un seno al otro.
—Uhm…. Nunca… pensé que se sintiera tan bien —me confesó, y aquello me hizo querer hacerle algo más intenso, más excitante. Cuando envolví con mi boca uno de sus pezoncitos rosados y lo mordí, ella soltó el gritito más tierno del mundo. Hice presión con mis labios. Sentí sus manos posándose en mi espalda y tratando de arrancarme la blusa. La dejé hacerlo.
—Quiero… probar.
—¿Qué? —le pregunté con el pecho latiendo de prisa.
—Que… tengo curiosidad. Vamos a hacerlo bien ¿te parece, Andrea?
—¡Sí!
—¡Jé! Es como si lo estuvieras esperando. Pero… lo que hagamos no debe de salir de éste cuarto ¿de acuerdo? Será nuestro secreto.
Quizá, todavía en alguna parte de mi ser, no me acababa de creer lo que estaba sucediendo. Me sentía algo confusa, con ganas de decir que no porque me temía que Mariana sólo me estuviera tomando el pelo.
Yo ya estaba desnuda, y nerviosa. Me eché para atrás y le di espacio para que se quitara los shorts y al verla sin nada encima, supe que las cosas iban a ser reales y que esa tarde de lluvia me uniría a ella de un modo mucho más… profundo y erótico.
—¿Te gusta lo que ves? ¿Sí o no?
—Me parece fabuloso —le dije y me pasé la lengua por los labios.
Nerviosa y con vergüenza evidente, Mariana se inclinó hacia mí, colocó sus manos en mis hombros y con mucho cuidado se puso a horcajadas. Al sentir su vagina contra mi vientre, el calor y la humedad que ya derramaba, me recorrió un escalofrío y pensé que tendría un orgasmo sólo de la excitación por el momento. Pensé que si yo fuera un chico, de seguro sería un eyaculador precoz.
Durante unos segundos Mariana se la pasó mirando cómo sus manos jugaban con mis pechos, cómo los estrujaba, los juntaba y pellizcaba las puntitas con diversión. Tiraba de mis pezones y los soltaba.
—Tienes muchas energías, ¿verdad? —le pregunté.
—Estoy un poco cohibida.
La recorrí completa, desde su cabello suelto, sus pechos, su vientre y su entrepierna. Acaricié sus muslos y rasgué con mis uñas su piel. Ella se rió, azorada y después se inclinó hacia el frente. Recibí su primer beso con los labios abiertos, y para mi sorpresa no fue nada tímido, sino salvaje, propio de aquella que ha descubierto algo nuevo y quiere hacerlo bien. Su lengua y la mía se unieron en una batalla campal. La humedad de su boca, el rose de nuestros dientes y las caricias que le hacía a mis hombros me estaban encendiendo, si es que podía más.
Jadeé. Moví una mano lentamente buscando el espacio entre su vagina y mi vientre. Acto seguido, encontré ese pequeño espacio y hundí un dedo en su interior. Como Mariana era virgen, la intromisión le causó dolor y se separó de mi boca.
—¿Te lastimé?
—Sí… hazlo despacio —rogó con una vocecita tierna y volvió a mis labios.
La seguí besando con más delicadeza y opté por no desvirgarla con mis dedos, sino que con mi pulgar busqué su clítoris y desde ahí comencé a frotarlo con nueva intensidad. De los labios de Mariana salió un “uuuuy” muy sexy.
—Sigue…
—Claro.
La besé con pasión, olvidándome del cariño y las delicadezas. Ella bajó por mi cuello hasta mis tetas, que no dudó un instante en metérselas a mi boca, en succionar mis pezones como si fuera una bebé. Los recorría con la lengua y les daba mordiscos que, aunque me dolían, me gustaban y la dejé ser, que se diera gusto conmigo. Yo quería, en ese momento, convertirme en su objeto para que ella probara todas las delicias del sexo.
—Móntate en mí.
—¿Cómo? —me preguntó. Sus labios estaban húmedos con la saliva de nuestros besos y brillaban como si tuviera labial.
—Que te sientes en mi cara.
—Este… ¿eso se puede hacer?
—¡Jajaja! Hazlo, no seas penosa.
—Bueno… está bien —rió al final.
Con cuidado se movió. Casi se cae de la cama cuando se levantó. Se agarró de la cabecera de la cama.
—¿Segura?
—Hazlo, vamos. Que no te dé pena.
—Bueno.
Se sentó con mucho cuidado. Yo la sostuve de las nalgas para cuidar su caída. La detuve cuando su vagina estuvo al alcance de mi boca, y entonces, comencé a brindarle mi máximo esfuerzo, con el sexo oral más perfecto que jamás hubiese hecho. Ojalá yo le pusiera a la escuela tanto empeño como se lo ponía a lamerle los labios inferiores, que manaban una película tan dulce que se me abrió el apetito.
Sonreí para mis adentros porque Mariana tenía pequeñas convulsiones y su cuerpo se estremecía, sobre todo cuando intentaba meter la punta de mi lengua hasta el último rincón de ella. Soltaba breves risas mezcladas con jadeos. Yo deslicé una mano hacia mis pechos y me dediqué a torturar mis puntas, aplastándolas, pellizcándolas tan deliciosamente que me producían un placer inimaginable.
—Cambiemos… por favor, Andrea.
—¿Qué quieres hacer?
Sólo se dio media vuelta. Yo calculé sus intenciones y me sentí incluso más excitada que antes. Separé las piernas un poco para darle espacio a su cabeza, que se estaba acomodando justo entre ellas y colocaba sus manos en mis muslos. De repente supe que el 69 iba a ser mi número favorito. Cerré los ojos y respiré despacio, porque cuando, avergonzada y temerosa, Mariana recogió con sus labios aquella fina capa de jugos que yo, en mi grata excitación, estaba manando desde mi interior.
Al inicio la noté muy poco segura de lo que estaba haciendo porque sus lamidas eran un tanto torpes, y más bien se dedicaba a tocar mi clítoris con la punta de su lengua. Decidí darle un pequeño empujo, terminar de encender la lujuria que le quedaba, y fue entonces que me tomé la libertad de separar sus labios con mis dedos y cubrir su coño con toda mi boca.
Mariana soltó un repentino gemido y no pudo continuar pegada a mí, sino que se dedicaba a jadear, a estremecer su cuerpo y a suplicar que no me detuviera. Yo no lo iba a hacer. Pensaba quedarme allí durante un buen rato, unida a ella y bebiendo de los jugos que fluían de ella, de mi adorada nadadora.
Hasta que al fin, llevada por el mórbido deseo del placer, Mariana se aventuró a hundir sus dedos dentro de mí. Al inicio los movió con miedo por temor a lastimarme, pero luego aceleró todos sus movimientos, y yo podía sentirlos entrando y saliendo. Tenía las falanjes en forma de gancho, y provocaba graves estragos en mí mientras su lengua presionaba mi clítoris y masticaba todo lo que tenía a su alrededor.
En aquél instante las cosas se volvieron turbias, demasiado rápidas y supe, por los latidos de mi pecho y por la forma en la que mi cuerpo se estremecía, que estaba siendo yo víctima de un orgasmo. Apreté las piernas y prensé la cabeza de Mariana entre mis muslos. Me corrí con su boca pegada a mi vagina, con sus dientes mordiendo mi punto G, y ella se quedó allí incluso después de que la oleada de placer llegó a su máximo esplendor.
—¿Te gustó? —me preguntó la muy tonta, mirándome y limpiándose la boca. Su pecho sudaba y me pareció tan sexy, que lo más que pude hacer fue tomarla de las manos y atraerla hacia mí.
—Me encantó.
—Lo vi en el vídeo.
—Te has estado educando bien —bromeé y le di un beso en los labios. Luego otro. Ella me acarició las mejillas con sumo cariño, juntando su lengua y la mía con un beso campal, y permanecimos así durante un rato.
Yo le estaba acariciando la espalda, cuya piel estaba cálida como la lana, y suave como la seda. Entre mis piernas sentía mucho calor y las ganas de querer continuar con ella, de querer seguir follándola con tanta fuerza hasta arrancarle suspiros de placer.
—¿Qué quieres que te haga ahora? —le pregunté, acariciándole la cabeza.
Ella negó con la cabeza.
—Sólo quiero quedarme a tu lado y repetir esto otras veces.
—¿Quieres ser mi novia, entonces?
Asintió.
—No tu novia. Bueno, quizá sí, pero no ahora. Sólo quiero… seguir experimentando. Me dio curiosidad.
No supe si ofenderme o no. Yo de verdad quería algo serio. Sin embargo, cuando ella se incorporó quedando montada sobre mí, se veía tan hermosa con su cabello húmedo de sudor pegándose a sus mejillas, su cara ruborizada y sus pechos con las marcas de mis dientes, supe que aunque no fuera mi novia, podría ser feliz disfrutando de apasionadas tardes follando con ella, mi pequeña curiosa que quería adentrarse en el mundo del sexo entre chicas.
Me apresuré entonces a ponerme de rodillas. Ella se colocó detrás de mí… y lo que pasó después… bueno, creo que ya no tengo que contarlo ¿oh sí?
FIN.
Tenía planes para la tarde antes de que se arruinaran por culpa de la tormenta. Había decidido ir a ver a Mariana, la chica que me traía loca desde que la vi por primera vez en la clase de natación para principiantes. Vestía, en ese entonces, un bonito traje de baño que le quedaba algo más pequeño y le apretaba sus generosos pechos a tal grado que los pobres parecían a punto de salirse de él. Durante toda la clase me mantuve pegada a su silueta, a la tez blanca de sus piernas, a su cuello refinado y su pelo de color negro, que coronaba su pequeña cabeza ovalada. Un hermoso rostro tierno y virgen miraba con sonrojo a todas las otras chicas. Me pregunté si se sentiría menos que las demás.
Las clases de natación habían comenzado dos semanas atrás, así que algunas de nosotras ya nos conocíamos y como era habitual, había cierto rechazo hacia ella por ser la nueva. Eso sin contar la burla que le hicimos cuando se metió a la piscina, cuya agua estaba fría y provocó que las pequeñas puntitas de sus pechos se alzaran por encima del traje. Mientras la mayoría se burlaba, yo me quedé quieta, mirando con poco más que morbo lo bella que era. Lo tierna e inocente que se manejaba la hacía incluso más sexy, y fue gracias a eso, que yo siendo atraída como abeja al polen, me le acerqué y comencé con ella una amistad que se había vuelto algo más cercana gracias, sobre todo, a mi facilidad de palabra y mis bromas picantes, discretos intentos de coqueteo para hacerle ver que estaba ansiosa por tenerla en mi cama y nadar entre sus piernas. Y yo era muy buena nadadora.
Total que esos planes se había arruinado a causa de la lluvia, y como la luz iba y venía a cada rato, no me atrevía a prender el televisor. Una escasa luz del día se filtraba por la mañana y me hacía sentir triste, resentida con el clima.
Fue entonces, mientras jugaba con mi gato Pelusa, que escuché cómo sonaba el timbre de la puerta. Con ésta lluvia ¿quién se atrevería a venir? Fui a abrir y me encontré con la silueta de Mariana, totalmente empapada, con sus mechones de pelo negro cayéndole por sus mejillas, su delineador de ojos ahora corrido por el agua. Toda ella temblaba de frío y se abrazaba para darse calor.
—¿Qué haces aquí? Te dije que no podríamos salir por la lluvia —repliqué y la metí a la casa de un jalón.
—Cuando me llegó tu mensaje ya estaba en el autobús. Me bajé a tres cuadras de aquí y caminé. Pensé que me ahogaría.
—Ay, no digas tonterías. Ven, vamos a cambiarte la ropa.
La llevé de la mano hasta el segundo piso de la casa y la metí al baño. Como no había traído ella otra ropa, fui a mi armario y en ese momento se me ocurrió que podría darme un poco de gusto. Así pues, busqué unos pequeños shorts deportivos que no había usado en mucho tiempo, lo bastante cortos como para que las blancas piernas de Mariana se vieran reveladoras. Busqué una blusa sencilla, con una tela tan suavecita que le permitiera a sus nenas estar cómodas.
—Te dejo la ropa aquí en la meseta —le dije asomándome por el baño.
—Muchas gracias, amiga.
—Por nada —la miré un segundo. Su silueta se veía diáfana a través de la cortina. Estaba desnuda, de perfil a mí y vi cómo sus manos pasaban por encima de la curva de sus senos y se delineaba las caderas y las nalgas.
Suspiré, con el corazón latiendo a mil.
—¿Andrea?
—Estaré en mi habitación.
Aguardé nerviosa, fingiendo que miraba con mucho interés la lluvia. No tuve que esperar mucho cuando Mariana entró, secándose el pelo con una toalla y vistiendo la sexy ropa que le había dado. Como supuse, los shortctitos no era de su talla, por lo que se le pegaban a sus bien formadas piernas y su estrecha cintura. Además, por la forma en la que su busto se veía por debajo de la blusa, supuse que no traía ni sujetador. Tragué saliva.
—Hace un poco de frío —le comenté —. Ven, te secaré el pelo.
—Ay, gracias.
Se sentó en la cama y yo tras ella moví la toalla rápidamente sobre su cabeza. Se quejó. Dijo que lo hacía muy fuerte. Yo me reí y seguí con mi tarea, sin perder de vista lo bien que se veía su cuello, cuya piel imploraba un tierno besito. Luego de que terminé de secarla, la rodeé con mis brazos justo por debajo de sus pechos y la atraje hacia mí.
—¡Jeje! ¿qué haces?
—Te estoy dando calorcito —le susurré a la oreja.
—Mm… sí, ya me estoy sintiendo mejor.
—Eres una niña mala, Mariana. Te dije que no vinieras y ahora estás muy mojada.
—Me acabo de duchar, por supuesto.
Me quedé así un buen rato. Si era incómodo para ella, no me importó, porque de cerca olía su shampoo y sentía cómo me embriagaba ese aroma dulzón a manzana verde.
—¡Ejem!
—Lo siento, sólo me dejé llevar.
Se giró hacia mí. Lucía tan linda con las piernas flexionadas y la mirada sonriente. Quizá estaba esperando a que yo actuara o sucediera algo más. Me pasé la lengua por los labios. Ella ladeó la cabecita.
—¿Qué pasa, Andrea? Te ves nerviosa.
—Sólo me asustan un poco los truenos —le mentí —. Me da que en cualquier momento caerá uno sobre mí.
—Ay, tonta. Eso no sucederá a menos que estés afuera. Te hace falta asistir a clases de física.
—Sí, eso supongo. ¿Quieres que hablemos de algo? Teníamos pensado ir al cine pero con ésta lluvia infernal…
—Mmm… ¿sabes? Mientras venía para acá, un chico se me quedó mirando y me estaba sonriendo. No era muy guapo, pero me gustó cómo me miraba.
—De seguro te estaba follando con los ojos —me burlé, fingiendo que me causaba gracia.
—¡Jaja! Ya me embarazó. Pues no se veía depravado. Era un poco tierno, o eso capté de él.
—Ajá, como si supieras distinguir una mirada tierna de una pervertida.
—Ah, y cómo es una mirada pervertida.
—Justo así —le mostré, bajando mis ojos hasta sus tetas. Mariana se las cubrió y rió.
—¡Jaja! Por cómo me las miras pareciera que te gustan los pechos de las chicas. ¿A caso eres de esas raritas?
—No somos raritas —espeté, y me di cuenta del error que había hecho. Sin querer me había confesado acerca de mis preferencias.
La sonrisa de Mariana se quedó congelada en una sonrisa incómoda.
—Emm… ¿Andrea? ¡Je! ¿Que acabas de decir?
—Bueno… nada. Olvídalo.
—No, dime.
—No, no es nada —repliqué. Me levanté y me fui a la cocina rápidamente para beber agua. Era una manía que empleaba cada vez que me ponía nerviosa, y de repente me dieron ganas de salir a mojarme con la lluvia para quitarme el calor de las mejillas.
Mariana entró a la cocina, y el hecho que me mirara de pies a cabeza, con una expresión un tanto confundida me sacó de onda.
—¿Qué?
—Es que me sorprendiste con esa confesión. No te sientas mal. No te juzgo por tus gustos.
—¿En serio?
Negó con un gesto. Yo suspiré y me acerqué cuidadosamente. Ella retrocedió asustada.
—Joder, niña, que no te voy a violar.
—Lo sé, sólo también me siento algo nerviosa. Es… como estar con un chico.
Puse los ojos en blanco. ¿Por qué siempre creían que nosotras éramos una predadoras sexuales? En fin. Le toqué el hombro y ella dio un respingo.
—Mira, si quieres dejar de ser mi amiga, lo comprendo.
—No dije eso, Andrea. Sólo me siento un poco incómoda. Mmm, ¿qué se siente que te gusten las chicas?
—Pues… nada del otro mundo, supongo.
Suspiró con resignación y subimos a mi habitación. Me sentía un poco más tranquila, aunque no tanto porque ahora que ella sabía de mis gustos, no podía dejar de pensar en si estaría de acuerdo en que le diera un beso. Nos sentamos en la cama. Afuera la lluvia repiqueteaba.
—¿Qué tienes? Pareces curiosa.
—Sí —me respondió con una sonrisa —. ¿Y lo has hecho con una chica? Es decir, tener sexo…
Me sonrojé.
—Sí, una vez. Fue hace como un año con la que entonces era mi novia.
—¿Y qué tanto le hiciste? —había un resplandor coqueto en sus ojos y una sonrisa emocionada. Yo me recosté en la cama y ella se acomodó a mi lado —¿Te da pena contármelo?
—Pues… primero nos desnudamos la una a la otra. Nos acariciamos y todo lo que sucedió después fue inolvidable.
Se rió como si le hubiera contado un chiste.
—¿Qué más? ¿Cuánto duraron?
—Mucho. Toda la tarde. Éramos unas inexpertas todavía, así que jugamos con nuestros cuerpos por un buen rato. Ella era muy guapa y tenía unas tetas impresionantes.
—¿Te gustan grandes?
—Las adoro.
—¿Cómo las mías?
Le miré los senos con descaro.
—He visto mejores.
—¡Ash! Qué malvada. ¿hicieron todo lo que salen en los vídeos porno?
—Bueno… un momento —la miré con atención —¿cómo sabes eso? ¿A caso has visto algún triple x de chicas?
—Este… ¿Qué? No… te equivocas.
Pero su sonrojo me decía lo contrario.
—Mariana, no me digas que ya viste porno de lesbianas. ¡Jaja! ¿Tú?
—Bueno… una vez. Es decir, dos veces.
Me reí, incrédula. De repente le había volteado el juego.
—¿Y cómo es eso? ¿Tenías curiosidad? ¿Querías probar con una chica?
—Ay, ya me dio penita seguir hablando.
—Ah, no. Tú ya me preguntaste. Tienes que responderme ahora. ¿Te dio curiosidad?
—Este… ¡jeje! Sí, un poco. Es que mi hermana mayor tiene esos gustos y la verdad… me dio curiosidad. Una vez revisé el historial de su navegador y vi que ella visitaba páginas de ese tipo. Le di clic a una y pasó un vídeo muy… erótico, de dos chicas. Luego pasó otro donde había un trío y vi todas las cosas que se hacían y me dio algo de… curiosidad.
—¿Te tocaste? —le pregunté con mucho cuidado. Ella bajó la cabeza, azorada.
—Si.
Cuando lo dijo, mi mente se encendió con decenas de imágenes de ella metiéndose la mano por debajo de la ropa y masturbándose con tanta fuerza que sentí un cosquilleo en todo mi estómago.
—¡Ya! Deja de mirarme así. ¿Tú te tocas, Andrea?
—Casi a diario.
—¿Cómo lo haces?
Por el evidente sonrojo de su cara, pude ver que incluso a Mariana le estaba excitando nuestra conversación. Hicimos un corto silencio.
—¿Quieres ver?
—Sí.
—De acuerdo.
El corazón me latía tan de prisa que podría ser un zumbido. Tragué saliva y respiré hondo. Lentamente separé mis piernas y metí la mano por debajo del elástico de mis pantalones de pijama. Nada más tocarme, el escalofrío que me recorrió fue tan excitante que di un pequeño brinco. Cerré los ojos un momento y me froté con presión y fuerza. Oí que Mariana se reía.
—Vaya, sí que lo sabes hacer.
—¿Quieres verlo más de cerca? —le pregunté, pero era la lujuria que hablaba. No yo.
—¿Cómo de cerca?
Sin abrir los ojos, puse mis manos en las orillas de mi pantalón y lo deslicé hacia abajo. No traía ropa interior, así que quedé totalmente abierta ante ella. Abrí los ojos y vi que Mariana no me miraba a mí, sino que tenía la vista puesta justo a lo que había entre mis piernas.
—Wow… —susurró.
El calor comenzaba a caldear la habitación, y todo se estaba haciendo más rápido a la vista. Todo se estaba volviendo más relajado mientras le mostraba a Mariana cómo me masturbaba con una velocidad evidentemente placentera, y entonces el primer gemido de auténtico placer surgió de mí.
Ella se rió.
—¿Estas gimiendo de verdad?
—Se siente bien ¿quieres tocar?
—Ay, no.
—¿De verdad? —le pregunté con una coqueta sonrisa. Ella tapó su cara con las manos y luego sonrió y me miró con curiosidad.
—Sólo un poquito.
—Dame tu mano.
La tomé con cuidado y la puse justo por encima de mi vagina. A Mariana se le colorearon las mejillas y su sonrisa desapareció, remplaza por una mirada de concentración, como si en su cabeza estuviera considerando si lo que hacía era lo correcto.
Luego empezó a mover sus dedos y sus ojos iban de mi cara a mi entrepierna, como si quisiera saber qué emociones estaba teniendo. Sonreí y actué un poco mi gemidos.
—Te estás mojando.
—Lo haces bien.
—¿Sigo?
—Si.
De repente un dedo se le deslizó dentro y yo di un salto. Ella sacó la mano.
—¡Perdón!
—No, descuida. Vuelve a hacerlo.
—¿Segura? Pensé que seguía siendo virgen.
—No. Perdí la virginidad con mi ex novia.
—Ah…
Con más calma, agarré su mano y la dirigí de nuevo a mi entrada. La frente de Mariana se perló de sudor y permití que ella se diera gusto, que explorara mi interior con mucho cuidado.
—¿Por qué no te quitas algo de ropa? —le sugerí. En ese momento había decidido dar rienda suelta a mi perversión.
—¿La blusa?
—Sí.
Sin tapujos ni pena se deshizo de su blusa. Nada más mirarle los pechos, firmes y grandecitos, con sus puntitas rosadas, me mojé todavía más. Ella se los tocó con las manos y se pellizcó los pezones.
—¿Te gustan? ¿Sigues diciendo que has visto mejores?
—Son perfectos. Quisiera… probarlos, si se puede, claro.
—Mmm… está bien. Pero sólo un….
Todavía no acababa de hablar cuando yo me incliné al frente como si tuviera un resorte en la espalda. La tomé de las cintura y pegué mi rostro justo al espacio que había entre sus tetas, que olían a jabón y estaban cálidas y tersas. Mariana se rió cuando mi pelo le hizo cosquillas. Le di un beso justo en el canalillo y después, aventurada todavía más, le empecé a recorrer con la lengua, humedeciendo un camino que iba de un seno al otro.
—Uhm…. Nunca… pensé que se sintiera tan bien —me confesó, y aquello me hizo querer hacerle algo más intenso, más excitante. Cuando envolví con mi boca uno de sus pezoncitos rosados y lo mordí, ella soltó el gritito más tierno del mundo. Hice presión con mis labios. Sentí sus manos posándose en mi espalda y tratando de arrancarme la blusa. La dejé hacerlo.
—Quiero… probar.
—¿Qué? —le pregunté con el pecho latiendo de prisa.
—Que… tengo curiosidad. Vamos a hacerlo bien ¿te parece, Andrea?
—¡Sí!
—¡Jé! Es como si lo estuvieras esperando. Pero… lo que hagamos no debe de salir de éste cuarto ¿de acuerdo? Será nuestro secreto.
Quizá, todavía en alguna parte de mi ser, no me acababa de creer lo que estaba sucediendo. Me sentía algo confusa, con ganas de decir que no porque me temía que Mariana sólo me estuviera tomando el pelo.
Yo ya estaba desnuda, y nerviosa. Me eché para atrás y le di espacio para que se quitara los shorts y al verla sin nada encima, supe que las cosas iban a ser reales y que esa tarde de lluvia me uniría a ella de un modo mucho más… profundo y erótico.
—¿Te gusta lo que ves? ¿Sí o no?
—Me parece fabuloso —le dije y me pasé la lengua por los labios.
Nerviosa y con vergüenza evidente, Mariana se inclinó hacia mí, colocó sus manos en mis hombros y con mucho cuidado se puso a horcajadas. Al sentir su vagina contra mi vientre, el calor y la humedad que ya derramaba, me recorrió un escalofrío y pensé que tendría un orgasmo sólo de la excitación por el momento. Pensé que si yo fuera un chico, de seguro sería un eyaculador precoz.
Durante unos segundos Mariana se la pasó mirando cómo sus manos jugaban con mis pechos, cómo los estrujaba, los juntaba y pellizcaba las puntitas con diversión. Tiraba de mis pezones y los soltaba.
—Tienes muchas energías, ¿verdad? —le pregunté.
—Estoy un poco cohibida.
La recorrí completa, desde su cabello suelto, sus pechos, su vientre y su entrepierna. Acaricié sus muslos y rasgué con mis uñas su piel. Ella se rió, azorada y después se inclinó hacia el frente. Recibí su primer beso con los labios abiertos, y para mi sorpresa no fue nada tímido, sino salvaje, propio de aquella que ha descubierto algo nuevo y quiere hacerlo bien. Su lengua y la mía se unieron en una batalla campal. La humedad de su boca, el rose de nuestros dientes y las caricias que le hacía a mis hombros me estaban encendiendo, si es que podía más.
Jadeé. Moví una mano lentamente buscando el espacio entre su vagina y mi vientre. Acto seguido, encontré ese pequeño espacio y hundí un dedo en su interior. Como Mariana era virgen, la intromisión le causó dolor y se separó de mi boca.
—¿Te lastimé?
—Sí… hazlo despacio —rogó con una vocecita tierna y volvió a mis labios.
La seguí besando con más delicadeza y opté por no desvirgarla con mis dedos, sino que con mi pulgar busqué su clítoris y desde ahí comencé a frotarlo con nueva intensidad. De los labios de Mariana salió un “uuuuy” muy sexy.
—Sigue…
—Claro.
La besé con pasión, olvidándome del cariño y las delicadezas. Ella bajó por mi cuello hasta mis tetas, que no dudó un instante en metérselas a mi boca, en succionar mis pezones como si fuera una bebé. Los recorría con la lengua y les daba mordiscos que, aunque me dolían, me gustaban y la dejé ser, que se diera gusto conmigo. Yo quería, en ese momento, convertirme en su objeto para que ella probara todas las delicias del sexo.
—Móntate en mí.
—¿Cómo? —me preguntó. Sus labios estaban húmedos con la saliva de nuestros besos y brillaban como si tuviera labial.
—Que te sientes en mi cara.
—Este… ¿eso se puede hacer?
—¡Jajaja! Hazlo, no seas penosa.
—Bueno… está bien —rió al final.
Con cuidado se movió. Casi se cae de la cama cuando se levantó. Se agarró de la cabecera de la cama.
—¿Segura?
—Hazlo, vamos. Que no te dé pena.
—Bueno.
Se sentó con mucho cuidado. Yo la sostuve de las nalgas para cuidar su caída. La detuve cuando su vagina estuvo al alcance de mi boca, y entonces, comencé a brindarle mi máximo esfuerzo, con el sexo oral más perfecto que jamás hubiese hecho. Ojalá yo le pusiera a la escuela tanto empeño como se lo ponía a lamerle los labios inferiores, que manaban una película tan dulce que se me abrió el apetito.
Sonreí para mis adentros porque Mariana tenía pequeñas convulsiones y su cuerpo se estremecía, sobre todo cuando intentaba meter la punta de mi lengua hasta el último rincón de ella. Soltaba breves risas mezcladas con jadeos. Yo deslicé una mano hacia mis pechos y me dediqué a torturar mis puntas, aplastándolas, pellizcándolas tan deliciosamente que me producían un placer inimaginable.
—Cambiemos… por favor, Andrea.
—¿Qué quieres hacer?
Sólo se dio media vuelta. Yo calculé sus intenciones y me sentí incluso más excitada que antes. Separé las piernas un poco para darle espacio a su cabeza, que se estaba acomodando justo entre ellas y colocaba sus manos en mis muslos. De repente supe que el 69 iba a ser mi número favorito. Cerré los ojos y respiré despacio, porque cuando, avergonzada y temerosa, Mariana recogió con sus labios aquella fina capa de jugos que yo, en mi grata excitación, estaba manando desde mi interior.
Al inicio la noté muy poco segura de lo que estaba haciendo porque sus lamidas eran un tanto torpes, y más bien se dedicaba a tocar mi clítoris con la punta de su lengua. Decidí darle un pequeño empujo, terminar de encender la lujuria que le quedaba, y fue entonces que me tomé la libertad de separar sus labios con mis dedos y cubrir su coño con toda mi boca.
Mariana soltó un repentino gemido y no pudo continuar pegada a mí, sino que se dedicaba a jadear, a estremecer su cuerpo y a suplicar que no me detuviera. Yo no lo iba a hacer. Pensaba quedarme allí durante un buen rato, unida a ella y bebiendo de los jugos que fluían de ella, de mi adorada nadadora.
Hasta que al fin, llevada por el mórbido deseo del placer, Mariana se aventuró a hundir sus dedos dentro de mí. Al inicio los movió con miedo por temor a lastimarme, pero luego aceleró todos sus movimientos, y yo podía sentirlos entrando y saliendo. Tenía las falanjes en forma de gancho, y provocaba graves estragos en mí mientras su lengua presionaba mi clítoris y masticaba todo lo que tenía a su alrededor.
En aquél instante las cosas se volvieron turbias, demasiado rápidas y supe, por los latidos de mi pecho y por la forma en la que mi cuerpo se estremecía, que estaba siendo yo víctima de un orgasmo. Apreté las piernas y prensé la cabeza de Mariana entre mis muslos. Me corrí con su boca pegada a mi vagina, con sus dientes mordiendo mi punto G, y ella se quedó allí incluso después de que la oleada de placer llegó a su máximo esplendor.
—¿Te gustó? —me preguntó la muy tonta, mirándome y limpiándose la boca. Su pecho sudaba y me pareció tan sexy, que lo más que pude hacer fue tomarla de las manos y atraerla hacia mí.
—Me encantó.
—Lo vi en el vídeo.
—Te has estado educando bien —bromeé y le di un beso en los labios. Luego otro. Ella me acarició las mejillas con sumo cariño, juntando su lengua y la mía con un beso campal, y permanecimos así durante un rato.
Yo le estaba acariciando la espalda, cuya piel estaba cálida como la lana, y suave como la seda. Entre mis piernas sentía mucho calor y las ganas de querer continuar con ella, de querer seguir follándola con tanta fuerza hasta arrancarle suspiros de placer.
—¿Qué quieres que te haga ahora? —le pregunté, acariciándole la cabeza.
Ella negó con la cabeza.
—Sólo quiero quedarme a tu lado y repetir esto otras veces.
—¿Quieres ser mi novia, entonces?
Asintió.
—No tu novia. Bueno, quizá sí, pero no ahora. Sólo quiero… seguir experimentando. Me dio curiosidad.
No supe si ofenderme o no. Yo de verdad quería algo serio. Sin embargo, cuando ella se incorporó quedando montada sobre mí, se veía tan hermosa con su cabello húmedo de sudor pegándose a sus mejillas, su cara ruborizada y sus pechos con las marcas de mis dientes, supe que aunque no fuera mi novia, podría ser feliz disfrutando de apasionadas tardes follando con ella, mi pequeña curiosa que quería adentrarse en el mundo del sexo entre chicas.
Me apresuré entonces a ponerme de rodillas. Ella se colocó detrás de mí… y lo que pasó después… bueno, creo que ya no tengo que contarlo ¿oh sí?
FIN.
3 comentarios - La pequeña curiosa --lesbico--