Si todavía no lo hiciste, te invito a leer la primera parte del relato, desde este enlace. Al final del post vas a encontrar más detalles sobre la historia, pero básicamente es un estilo erótico, muy íntimo y sensitivo, por lo que recomiendo que te dejes llevar y me permitas que te haga el bocho... esa es la clave para disfrutar este tipo de relato.
El poder de la sonrisa, segunda parte...
Despertamos enredados de piernas, abrazándonos de frente, con nuestros sexos cercanos. Cada rato, sentía que se movía, acomodándose mejor, y observaba que tímidamente abría sus ojos entre dormida, sonreía y volvía a descansar. Después de habernos duchado mutuamente, enjabonándonos como en un masaje mezclado con danza de seducción.
Seguramente nos hubiéramos visto como un cortejo de dos cisnes, sobre el Danubio Azul, que sobre un rincón de la naturaleza hacían de las suyas entre el aroma de rosas silvestres, en vez del perfumado jabón, y esta vez reemplazado el plumaje elegante sobre la suavidad de su piel jabonosa, pero a la vez humectada cuidadosamente a diario...
Ella sonreía, entre sueños. No podía dejar de abrazarla. Era como un imán y un metal, como un abrojo, pero mil más delicado. Era como mezclar frutillas cuidadosamente picadas con un afilado cuchillo y envueltas en crema chantilly batida en punto justo, y en esos movimientos lograr la integración perfecta del ácido y dulce, en un rosado cremoso, homogéneo, mimoso con el gusto, suave con el paladar, embriagador en el posterior beso.
Estaba teniendo antojos de eso. ¿Cómo pedirlo con un idioma tan diferente? ¿Quizás tendría en el refrigerador? Preguntas que en lo oscuro de la noche, con sólo las luces a lo lejos de algún avión pasando, algún barco navegando o cartel que parpadeaba roto o por llamar la atención; era paz, en sus brazos, en el posterior coito, en las sábanas de sabrá ella o quien fuera de cuantos hilos.
¿Qué más se necesita? ¿Qué necesidad había de pensar todo esto, en tan bello silencio? Qué más iba a necesitar, si entrecerrando los ojos, acercándome a su pelo, y rozando suavemente su hombro profundizando el abraz, ella me buscó la boca y volvió a tomar posición buscando con sus piernas y la cintura elevarse sobre mí, recostarse sobre mi cuerpo. ¿Acaso no es esa la fantasía que imponen las canciones románticas y la rutina agotadora destruye con el ruido del despertador?
Murmuró un Dobraía Utra, lo que significaba que su día estaba por comenzar, como lo empezaba a marcar casi sincronizadamente el atardecer tardío del otoño junto. Al mismo tiempo, con una tenue alarma que salía desde su ropa de abrigo, sonando el celular. Me ofrecí de ir a apagarlo, pero me cayó con un bes. Su dedo índice se cruzó en mis labios y enredada en un camisón de fina gasa transparente, que sacó hábilmente en un saltito de la cama hacia el placard, me pidió que la espere.
Se escuchó un breve diálogo, no pude chusmear nada, y creo tampoco era necesario. Oí unos ruidos en la cocina, y reaccioné de levantarme, pero de inmediato apareció asomada sobre el marco de la puerta, y me insistió que la espere. Cuando te lo dicen de cierta forma, y con semejante sonrisa, no queda mucho para revelarse contra el pedido de una mujer sensual, casi desnuda. Esa piel... si no fuera por esa bruma tenue que la cubre de no mostrarse tan expuesta ante la mirada que busca develar su sensualidad, y aún así la consideraría desnuda.
Llegó a la cama, y me dijo que había soñado con un hombre lindo. Un caballero que la entendía, pero sobre todo, que con sus brazos alrededor de su cuerpo la contenía. Y en miradas juguetonas, ella sentada sobre el borde de la cama, y yo desnudo entre las sábanas todavía, nos reímos cómplices como tortolitos. Le dije que yo no había dormido, casi. Puso cara de preocupación. Pero con un beso directo y fuerte, a la vez cuidando el contacto, le aclaré: pasé de a ratos, descubriendo imperfecciones perfectas de su cuerpo, recordando cómo me sentí y pensando cómo había conseguido un pase vip a ese paraíso. Me besó ahora ella, y riéndose se me escapó, cuando quería darle un abrazo.
Llegué, ahora sí, habiéndome puesto el boxer a las apuradas, hasta el tibio suelo de la cocina. Podíamos estar desnudos, todo calefaccionado, aún cuando por la ventana veíamos el centro de la ciudad nevado. Toda la noche, no había parado, y lucía helado con algunos copos y cristales de hielo helados sobre los bordes de vidrio en esos ventanales de techo a suelo. Ella me preguntó si prefería café o té, y cuando le dije café con leche me devolvió una sonrisa de doble sentido, aunque se contuvo. Por reflejo se lo había dicho en español, y lo repetí en inglés... Quizás le había sonado pícaro.
Nos sentamos distanciados por el espacio que nos daba entremedio el desayunador, pero nuestras piernas estaban encastradas, acercándonos entre rodillas y juego de pies subidos a la banqueta, y donde ella me miraba incontenible de querer besarme cada vez que apoyaba la taza caliente de esa mezcla que tenía un color parecido a sus ojos y el sabor de su piel.
- Necesito que la próxima vez me traigas eso que comen en Argentina y tanto habló nuestro presidente cuando estuvo de visitas por aquellos lados.
- ¿Dulce de leche?
- ¡Sí! eso, aquí tenemos algo parecido, pero no lo sé. Quizás no es lo mismo.
- Tengo, pero si me vas a visitar no podré ponerme mimoso.
- Podés volver... hoy entro más tarde al trabajo, pero el jueves estoy de día libre. Y me gustaría que me cocinaras algo típico, algo que sea creación tuya, no lo sé.
- Me gustaría que cocinemos desnudos.
- Mi ex tenía esa fantasía...
- Perdón, no quería...
- Él no la merecía.
Las tostadas con manteca y dulce de arándanos se iban acabando, y no quería demorarla de sus quehaceres, por más que entrara tarde al trabajo.
- Me voy a bañar. Y no lo haré sola - dijo como cantando en burla a sus amigas, que debería de haberlas imaginado ahí - y te esperaré desnuda en la bañera...
Se fue moviendo su cintura, juguetona, como una invitación a ir a mimosear.
Entré al baño y el vapor era espeso. Ella estaba cubierta hasta el cuello entre agua, espuma y pétalos de jabón rojo. La vista era espectacular, sobre la esquina del edificio, y volvían a repetirse los naranjas brillantes, pero en tonos similares y a la vez distintos de la noche. Ella jugaba con la espuma, con sus manos, y sacaba de las burbujas su pierna acariciándola mientras cantaba y desprendía miradas como chispazos apasionados invitando a volver a cometer algún pegado de todo un listado. Lo de cocinar desnudos me había dejado la duda si era oportuno, pero como descifrando con su sexto sentido, me aclaró luego del breve intervalo que me demoró introducirme al lado de su cuerpo.
Me empezó enjabonando el pecho, acomodándose de lado, para mirarme. Y con su rodilla hábil, buscó mi sexo, acariciando delicadamente, poniéndose más arriba ahora, y besando mi cuello.
- Ayer tenía planes, improvisados, pero bueno...
- ¿Fué malo el postergarlos, y dejarnos llevar por como salió?
- No. Lo disfruté mucho. Pero, es que mi novio no me deja hacerle nada.
- ¿Cómo es eso?
- Somos... éramos. No lo sé. Pero ya no importa. Hasta que te vayas, sos mío de a ratos, eso me vale más que cumplir un año más con él. Son muy distintos, y todavía creo que no entenderé por mucho que lo piense, cómo me gustaste. Pero sentirte como lo hicimos, creo que completa todos los detalles.
Procuré acabar su debate de ideas de forma saba, en un beso, y que al mismo tiempo no nos distrajera del juego, ¿previo?, donde entre el agua templada y sus caricias, yo ya estaba entonando.
- Con vos siento que hago el amor, aunque sea bruto y suave sexo.
- Sólo disfrutemos el juego, el momento, del cuerpo...
En eso, hundió su mano bajo la espuma y se le fueron creo que las dudas, o decidió postergarlas para otro momento. Tomó mi pija, rodeándola por completo, y en suaves movimientos fue corriendo su piel hasta el extremo de dejar descubriendo el glande, en la misma acción que acomodaba su cuerpo sobre el mio, separando sus piernas, y extendiendo ahora con su otra mano las mías hacia atrás como prisionero.
Me miró, como pidiendo una señal de permiso, y rozandose la punta de la pija en rededor de los labios suavemente humectados y extremadamente depilados, fué buscando un roce ya conocido la noche anterior. Esta vez sin telas que impidiera el contacto ni el penetrarnos, sino más cálido y húmedo, por el agua y por sus flujos, fué acomodándose entre una mirada fija, queriendo demostrar fortaleza, pero quebrando la expresión cuando la cabecita hinchada se hacía lugar más profundo que sus labios, y ella ajustada la iba recibiendo.
Su movimiento era suave, metiendo sólo hasta la media pija en su interior, así dos veces y la tercera hasta lo más profundo... y ahí movía su cintura sin sacarla, como acomodándose mejor, y volvía a repetir ese movimiento casi hipnótico. Un brazo lo apoyaba en mi pecho, el otro sobre el borde de la bañera, y el agua nos hacía los cuerpos más resbalosos, lo que daba menos estabilidad en la pose, pero más sensación en el roce.
Luego de un instante, pensé más motivadora la situación si la ponía en cuatro, mirando hacia la calle, aunque desde el piso 42 no se observaban los autos. Pero lo estaba disfrutando así. Ella me había dicho que su novio no se dejaba hacer nada... y cuando lo dijo, fue como un pedido y un reclamo. Era una adrenalina diferente, era casi hasta vértigo, y el estar sobre la esquina del edificio rodeados de vidrio, era un cielo panorámico que no te da el HD de un televisor, pero sí el de tus ojos. Y ahí estaba levantando la cola, curvando la espalda, entreabriendo sus piernas, exponiendo sus rosados labios.
Me miraba fijo. Me miraba fuerte que dolía. Pero a la vez, tenía calidez y suavidad. Iba rozando el glande entre sus labios, mientras hacía muecas de placer, mordía los labios de deseo, se mantenía erguida en un extraño equilibrio, y me seguía observando. Era mirarnos tan delicada e intensamente, que los detalles contrastaban como haciendo foco y estando más cercas, como si el espacio que nos separaba fuera menor, como si la belleza de paisaje urbano que nos rodeara cambiara el contexto, resumiera el encuadre y habilitara más los sentidos.
Distinguía sus pestañas, su lunar característico sobre el pómulo, su labio mordido que empezaba a sonrojar, sus cabellos recogidos que dejaban algunos sueltos por debajo y detrás de la oreja, y su bello erizado por entre los pechos, aunque minúsculos, parecía tenerlos a milímetros, como cuando jugando procuras rozarlos con la barbilla sin tener contacto con la piel. Y eso hice, tomándola de la cintura, la saqué de esa pose de equilibrio y juego, aunque suavemente se quiso resistir se acomodó sobre mi cuerpo. Su abdomen plano y rígido por el ejercicio ejercía de apoyo a mi pito, y entre movimientos suaves rozaba mis labios entre sus tetas, duras, turgente, paradas, sensibles, erectas.
Empezó a respirar fuerte, esa sensación que provocan algunos roces sutiles suelen ser muy crueles en labios, besos y roces adecuados, de quien sabe darlos.
- No aguanto más. Sufro por tenerte. Te lo ruego.
- Acá estoy, no te dejaría de abrazar.
- No quiero caer... dijo, quizás refiriéndose a la cornisa que podía observar hacia detrás mío.
Me acomode para ponerme más sentado, con la espalda recta, y juntos nos amoldamos a una pose que iba a dar inicio a un rítmico, acompasado y persistente mete y saca. Una penetración de media pija, como cuidando de no romper nada, como procurando abarcar un todo mayor, y con el cuidado de ir haciéndolo de a tramos sensualmente calculados en base a sensaciones y no tamaños.
Queríamos mantener el ritmo, casi como si hiciéramos sexo tántrico, pero era más por un disfrute de ambos que por sentido filosófico. Ella en eso se giró, después de decirme al oído que me dejara llevar, y ahora de espaldas a mí, empezó otro roce diferente, pero igual de supremo. Su espalda enjabonada resbalaba en mi pecho, y la penetración desde atrás era más profunda, apretada y hasta había un gustito más obsceno.
Quizás por eso mismo, esa perversión que provocaba, cuando desprendía la espalda y se volcaba hacia adelante con su cuerpo, es que el roce de mis manos en sus gluteos la motivaba más. O también el roce interno de su punto G que era estimulado. Y la permanencia de la penetración acompañada de esas caricias, me animaron a ir acercando suavemente, como en círculos juguetones, mi dedo pulgar a su anillo de cuero...
- Mmmmmm... si...
- ¿Te gusta?
- Siempre fueron muy brutos, pero una por amor termina aceptando un poquito.
- Entonces lo dejemos...
- ¡No!, por favor, que cuando estoy sola y re caliente, juego así y... esta vez estoy relajada. Lo deseo.
Continue con ese juego, entre ella movía ya en círculos su cintura, como modificando las reglas y moviendo diferentes sus piezas en un imaginario tablero, donde sabía que me motivaba y podía ser una apuesta a sentirse por fin empalada y completa con un caballero.
Quien lo ha vivido, sabe que el agua jabonosa es como un engaño, por que si no hay buena lubricación natural, frena el juego. Hay cosas que engañan resbalar, pero sólo entre dedos. Entre esos roces de la yema de mi dedo, visualicé un aceite para el cuerpo, y me estiré para alcanzarlo. Ella me miró, se exaltó como asustada, no quería que me alejara. Pero ver que yo me volvía a acercar con el pomo en la mano, le produzco una mueca de relajación como un bálsamo facial en un día de cansancio.
- Despacito...
- Lo sé hacer, tranquila.
- Confío en vos, ciegamente, de hecho estoy de espaldas y con los ojos cerrados, expuesta, abierta, caliente...
Le dí un beso en el hombro, mientras apoyaba mi pecho en su espalda, como dándole mi apoyo y comprensión en ese momento, mientras con un dedo embadurnaba con abundancia su agujero.
- Agradezco que me des este placer, y quiero que sea mutuo - anuncié con voz calmada y buscando tonos graves, como seductores, y ella suspiró en un relajo completo de su cuerpo.
- Hazlo, por Dios, rompeme si querés, pero... o cogeme por la concha, que hijo de puta, lo que estoy sintiendo - entre gemidos, y ese cambio en la voz que ponen las minas cuando les puertean la cola o ya les meten todo el trozo.
- De a poco, con paciencia, que acumulamos ganas para disfrutarlo en una explosión, como una lluvia de besos, como unos copos de nieve en el rostro, como un aroma de rosas... - acomodé en eso la punta de mi dedo, y ella consiguió empujar suavemente como acto reflejo sus glúteos, que me abrazaron la mano en el acto.
- Quiero que me cojás, hijo de puta - como transformada lo pidió, haciendo más marcada la diferencia en su tono, como más perra, como putita pidiéndolo, como necesitandolo ya.
Acerqué mi pija entre los glúteos, y la rocé mientras adicionaba lubricante a los cuerpos. El contacto de la cabeza y el tronco entre la cola firme, bajando desde la zona sensible de la espalda donde se veían sus hoyuelos, hasta rozarle dirigida por la mano, los labios y los muslos, hacía que se estremeciera y apretara los puños sobre el borde del jacuzzi.
Ella elevó la cabeza y la flexionó en un esfuerzo por respirar, como ahogada en el vapor del baño, el aroma a almendras del aceite y el calor del cuerpo, y como mirando el cielo en un ruego, relajó el ano mientras yo justo por coincidencia o energía, sentí la necesidad de empujar.
La presión constante, pero suave, sobre todo firme, siempre ha sido mi secreto y clave para que hacer un culo sea un momento de suavidad y profundidad sin retorno al placer que eso produce, cuando algo está bien hecho. Como comilón, deseoso y hambriento, fue entrando centímetro a centímetro, sin detenerse, hasta lo profundo de su recto. Ahí, cuando mis testículos rozaron sus labios vaginales, ella en un reflejo tocó su conchita y se sintió completa.
Elevo su torso, acomodó su cuerpo, y empezó sola a moverse, agarrada de la grifería en el otro extremo. Nos rozábamos manteniendo la posición, y trataba de oponer resistencia con la pelvis a sus empujados movimientos buscando obtener mayor contacto. El placer se acrecentaba, el calor íntimo de su vibrante cuerpo, ahí alejándome encerrado entre un caleidoscopio de paisajes, lunares, reflejos de la grifería, las burbujas rozándome los testículos en el vaivén, y su presión en aumento.
Estabamos callados, pero no en silencio. Suspiraba ella, gemía tímida cuando la sacaba un poco más y volvía a enterrarla profundo. Ahí hacía una pausa de dos suspiros o unos cuantos segundos, y aumentaba quizás imperceptiblemente el ritmo al retomar.
La magia del momento no iba a durar mucho. Ella apretaba estrujando mi miembro, y yo que trataba de mantenerme quieto, en su primera vez de sexo anal completo, donado al placer. En eso se detuvo y girando la cabeza a un lado, me pidió un beso. Me agarró una de las manos, y rodeándose la panza, la bajó por sus muslos pidiéndome que la toque.
- Me falta poco, ya casi llego - dijo quejándose, con un hilo de voz pre orgásmico.
Le besaba el cuello, y más caliente, sentía seguro mi aliento como un gemido acallado en el costado de su oído. El rodearla con el brazo, también me hacía estimular indirectamente el costado de uno de sus pechos, mientras el otro lo agarraba con la mano, suavemente en caricias, para completar el abrazo.
- Sólo relajate, disfrutalo...
- Esto era lo que mi novio no hacía, no hace, y nunca va hacer...
Suspiró más fuerte, e hizo una mueca de placer, cuando mi dedo fue buscando un contacto más directo por bajo la espuma, exponiendo su clítoris y abriendo los labios.
- Sólo vos y yo, nadie más hay en este cuarto.
Empezó a contorsionarse, a girar sus brazos, a encorvar la espalda, y culminó en un punto de no retorno cuando con un beso sentido en el lóbulo de la oreja, mi respiración agitada por como me apretaba su culo, y el abrazo más ajustado, nos dejamos llevar acabándonos al mismo tiempo en ya lo que era un canto intenso a algún Dios nórdico, del olimpo o su lo hubiera, un vecino chusma que nos envidiara de cómo transpiraban los poros, exudando hormonas, aromas y sentimientos extraños que confunden entre mezcla de contactos.
Continuará...
La última parte, un año demorada: http://www.poringa.net/posts/relatos/3336996/El-poder-de-la-sonrisa-3-3-final.html vale las ganas releer los tres relatos que la componen.
El poder de la sonrisa, segunda parte...
Despertamos enredados de piernas, abrazándonos de frente, con nuestros sexos cercanos. Cada rato, sentía que se movía, acomodándose mejor, y observaba que tímidamente abría sus ojos entre dormida, sonreía y volvía a descansar. Después de habernos duchado mutuamente, enjabonándonos como en un masaje mezclado con danza de seducción.
Seguramente nos hubiéramos visto como un cortejo de dos cisnes, sobre el Danubio Azul, que sobre un rincón de la naturaleza hacían de las suyas entre el aroma de rosas silvestres, en vez del perfumado jabón, y esta vez reemplazado el plumaje elegante sobre la suavidad de su piel jabonosa, pero a la vez humectada cuidadosamente a diario...
Ella sonreía, entre sueños. No podía dejar de abrazarla. Era como un imán y un metal, como un abrojo, pero mil más delicado. Era como mezclar frutillas cuidadosamente picadas con un afilado cuchillo y envueltas en crema chantilly batida en punto justo, y en esos movimientos lograr la integración perfecta del ácido y dulce, en un rosado cremoso, homogéneo, mimoso con el gusto, suave con el paladar, embriagador en el posterior beso.
Estaba teniendo antojos de eso. ¿Cómo pedirlo con un idioma tan diferente? ¿Quizás tendría en el refrigerador? Preguntas que en lo oscuro de la noche, con sólo las luces a lo lejos de algún avión pasando, algún barco navegando o cartel que parpadeaba roto o por llamar la atención; era paz, en sus brazos, en el posterior coito, en las sábanas de sabrá ella o quien fuera de cuantos hilos.
¿Qué más se necesita? ¿Qué necesidad había de pensar todo esto, en tan bello silencio? Qué más iba a necesitar, si entrecerrando los ojos, acercándome a su pelo, y rozando suavemente su hombro profundizando el abraz, ella me buscó la boca y volvió a tomar posición buscando con sus piernas y la cintura elevarse sobre mí, recostarse sobre mi cuerpo. ¿Acaso no es esa la fantasía que imponen las canciones románticas y la rutina agotadora destruye con el ruido del despertador?
Murmuró un Dobraía Utra, lo que significaba que su día estaba por comenzar, como lo empezaba a marcar casi sincronizadamente el atardecer tardío del otoño junto. Al mismo tiempo, con una tenue alarma que salía desde su ropa de abrigo, sonando el celular. Me ofrecí de ir a apagarlo, pero me cayó con un bes. Su dedo índice se cruzó en mis labios y enredada en un camisón de fina gasa transparente, que sacó hábilmente en un saltito de la cama hacia el placard, me pidió que la espere.
Se escuchó un breve diálogo, no pude chusmear nada, y creo tampoco era necesario. Oí unos ruidos en la cocina, y reaccioné de levantarme, pero de inmediato apareció asomada sobre el marco de la puerta, y me insistió que la espere. Cuando te lo dicen de cierta forma, y con semejante sonrisa, no queda mucho para revelarse contra el pedido de una mujer sensual, casi desnuda. Esa piel... si no fuera por esa bruma tenue que la cubre de no mostrarse tan expuesta ante la mirada que busca develar su sensualidad, y aún así la consideraría desnuda.
Llegó a la cama, y me dijo que había soñado con un hombre lindo. Un caballero que la entendía, pero sobre todo, que con sus brazos alrededor de su cuerpo la contenía. Y en miradas juguetonas, ella sentada sobre el borde de la cama, y yo desnudo entre las sábanas todavía, nos reímos cómplices como tortolitos. Le dije que yo no había dormido, casi. Puso cara de preocupación. Pero con un beso directo y fuerte, a la vez cuidando el contacto, le aclaré: pasé de a ratos, descubriendo imperfecciones perfectas de su cuerpo, recordando cómo me sentí y pensando cómo había conseguido un pase vip a ese paraíso. Me besó ahora ella, y riéndose se me escapó, cuando quería darle un abrazo.
Llegué, ahora sí, habiéndome puesto el boxer a las apuradas, hasta el tibio suelo de la cocina. Podíamos estar desnudos, todo calefaccionado, aún cuando por la ventana veíamos el centro de la ciudad nevado. Toda la noche, no había parado, y lucía helado con algunos copos y cristales de hielo helados sobre los bordes de vidrio en esos ventanales de techo a suelo. Ella me preguntó si prefería café o té, y cuando le dije café con leche me devolvió una sonrisa de doble sentido, aunque se contuvo. Por reflejo se lo había dicho en español, y lo repetí en inglés... Quizás le había sonado pícaro.
Nos sentamos distanciados por el espacio que nos daba entremedio el desayunador, pero nuestras piernas estaban encastradas, acercándonos entre rodillas y juego de pies subidos a la banqueta, y donde ella me miraba incontenible de querer besarme cada vez que apoyaba la taza caliente de esa mezcla que tenía un color parecido a sus ojos y el sabor de su piel.
- Necesito que la próxima vez me traigas eso que comen en Argentina y tanto habló nuestro presidente cuando estuvo de visitas por aquellos lados.
- ¿Dulce de leche?
- ¡Sí! eso, aquí tenemos algo parecido, pero no lo sé. Quizás no es lo mismo.
- Tengo, pero si me vas a visitar no podré ponerme mimoso.
- Podés volver... hoy entro más tarde al trabajo, pero el jueves estoy de día libre. Y me gustaría que me cocinaras algo típico, algo que sea creación tuya, no lo sé.
- Me gustaría que cocinemos desnudos.
- Mi ex tenía esa fantasía...
- Perdón, no quería...
- Él no la merecía.
Las tostadas con manteca y dulce de arándanos se iban acabando, y no quería demorarla de sus quehaceres, por más que entrara tarde al trabajo.
- Me voy a bañar. Y no lo haré sola - dijo como cantando en burla a sus amigas, que debería de haberlas imaginado ahí - y te esperaré desnuda en la bañera...
Se fue moviendo su cintura, juguetona, como una invitación a ir a mimosear.
Entré al baño y el vapor era espeso. Ella estaba cubierta hasta el cuello entre agua, espuma y pétalos de jabón rojo. La vista era espectacular, sobre la esquina del edificio, y volvían a repetirse los naranjas brillantes, pero en tonos similares y a la vez distintos de la noche. Ella jugaba con la espuma, con sus manos, y sacaba de las burbujas su pierna acariciándola mientras cantaba y desprendía miradas como chispazos apasionados invitando a volver a cometer algún pegado de todo un listado. Lo de cocinar desnudos me había dejado la duda si era oportuno, pero como descifrando con su sexto sentido, me aclaró luego del breve intervalo que me demoró introducirme al lado de su cuerpo.
Me empezó enjabonando el pecho, acomodándose de lado, para mirarme. Y con su rodilla hábil, buscó mi sexo, acariciando delicadamente, poniéndose más arriba ahora, y besando mi cuello.
- Ayer tenía planes, improvisados, pero bueno...
- ¿Fué malo el postergarlos, y dejarnos llevar por como salió?
- No. Lo disfruté mucho. Pero, es que mi novio no me deja hacerle nada.
- ¿Cómo es eso?
- Somos... éramos. No lo sé. Pero ya no importa. Hasta que te vayas, sos mío de a ratos, eso me vale más que cumplir un año más con él. Son muy distintos, y todavía creo que no entenderé por mucho que lo piense, cómo me gustaste. Pero sentirte como lo hicimos, creo que completa todos los detalles.
Procuré acabar su debate de ideas de forma saba, en un beso, y que al mismo tiempo no nos distrajera del juego, ¿previo?, donde entre el agua templada y sus caricias, yo ya estaba entonando.
- Con vos siento que hago el amor, aunque sea bruto y suave sexo.
- Sólo disfrutemos el juego, el momento, del cuerpo...
En eso, hundió su mano bajo la espuma y se le fueron creo que las dudas, o decidió postergarlas para otro momento. Tomó mi pija, rodeándola por completo, y en suaves movimientos fue corriendo su piel hasta el extremo de dejar descubriendo el glande, en la misma acción que acomodaba su cuerpo sobre el mio, separando sus piernas, y extendiendo ahora con su otra mano las mías hacia atrás como prisionero.
Me miró, como pidiendo una señal de permiso, y rozandose la punta de la pija en rededor de los labios suavemente humectados y extremadamente depilados, fué buscando un roce ya conocido la noche anterior. Esta vez sin telas que impidiera el contacto ni el penetrarnos, sino más cálido y húmedo, por el agua y por sus flujos, fué acomodándose entre una mirada fija, queriendo demostrar fortaleza, pero quebrando la expresión cuando la cabecita hinchada se hacía lugar más profundo que sus labios, y ella ajustada la iba recibiendo.
Su movimiento era suave, metiendo sólo hasta la media pija en su interior, así dos veces y la tercera hasta lo más profundo... y ahí movía su cintura sin sacarla, como acomodándose mejor, y volvía a repetir ese movimiento casi hipnótico. Un brazo lo apoyaba en mi pecho, el otro sobre el borde de la bañera, y el agua nos hacía los cuerpos más resbalosos, lo que daba menos estabilidad en la pose, pero más sensación en el roce.
Luego de un instante, pensé más motivadora la situación si la ponía en cuatro, mirando hacia la calle, aunque desde el piso 42 no se observaban los autos. Pero lo estaba disfrutando así. Ella me había dicho que su novio no se dejaba hacer nada... y cuando lo dijo, fue como un pedido y un reclamo. Era una adrenalina diferente, era casi hasta vértigo, y el estar sobre la esquina del edificio rodeados de vidrio, era un cielo panorámico que no te da el HD de un televisor, pero sí el de tus ojos. Y ahí estaba levantando la cola, curvando la espalda, entreabriendo sus piernas, exponiendo sus rosados labios.
Me miraba fijo. Me miraba fuerte que dolía. Pero a la vez, tenía calidez y suavidad. Iba rozando el glande entre sus labios, mientras hacía muecas de placer, mordía los labios de deseo, se mantenía erguida en un extraño equilibrio, y me seguía observando. Era mirarnos tan delicada e intensamente, que los detalles contrastaban como haciendo foco y estando más cercas, como si el espacio que nos separaba fuera menor, como si la belleza de paisaje urbano que nos rodeara cambiara el contexto, resumiera el encuadre y habilitara más los sentidos.
Distinguía sus pestañas, su lunar característico sobre el pómulo, su labio mordido que empezaba a sonrojar, sus cabellos recogidos que dejaban algunos sueltos por debajo y detrás de la oreja, y su bello erizado por entre los pechos, aunque minúsculos, parecía tenerlos a milímetros, como cuando jugando procuras rozarlos con la barbilla sin tener contacto con la piel. Y eso hice, tomándola de la cintura, la saqué de esa pose de equilibrio y juego, aunque suavemente se quiso resistir se acomodó sobre mi cuerpo. Su abdomen plano y rígido por el ejercicio ejercía de apoyo a mi pito, y entre movimientos suaves rozaba mis labios entre sus tetas, duras, turgente, paradas, sensibles, erectas.
Empezó a respirar fuerte, esa sensación que provocan algunos roces sutiles suelen ser muy crueles en labios, besos y roces adecuados, de quien sabe darlos.
- No aguanto más. Sufro por tenerte. Te lo ruego.
- Acá estoy, no te dejaría de abrazar.
- No quiero caer... dijo, quizás refiriéndose a la cornisa que podía observar hacia detrás mío.
Me acomode para ponerme más sentado, con la espalda recta, y juntos nos amoldamos a una pose que iba a dar inicio a un rítmico, acompasado y persistente mete y saca. Una penetración de media pija, como cuidando de no romper nada, como procurando abarcar un todo mayor, y con el cuidado de ir haciéndolo de a tramos sensualmente calculados en base a sensaciones y no tamaños.
Queríamos mantener el ritmo, casi como si hiciéramos sexo tántrico, pero era más por un disfrute de ambos que por sentido filosófico. Ella en eso se giró, después de decirme al oído que me dejara llevar, y ahora de espaldas a mí, empezó otro roce diferente, pero igual de supremo. Su espalda enjabonada resbalaba en mi pecho, y la penetración desde atrás era más profunda, apretada y hasta había un gustito más obsceno.
Quizás por eso mismo, esa perversión que provocaba, cuando desprendía la espalda y se volcaba hacia adelante con su cuerpo, es que el roce de mis manos en sus gluteos la motivaba más. O también el roce interno de su punto G que era estimulado. Y la permanencia de la penetración acompañada de esas caricias, me animaron a ir acercando suavemente, como en círculos juguetones, mi dedo pulgar a su anillo de cuero...
- Mmmmmm... si...
- ¿Te gusta?
- Siempre fueron muy brutos, pero una por amor termina aceptando un poquito.
- Entonces lo dejemos...
- ¡No!, por favor, que cuando estoy sola y re caliente, juego así y... esta vez estoy relajada. Lo deseo.
Continue con ese juego, entre ella movía ya en círculos su cintura, como modificando las reglas y moviendo diferentes sus piezas en un imaginario tablero, donde sabía que me motivaba y podía ser una apuesta a sentirse por fin empalada y completa con un caballero.
Quien lo ha vivido, sabe que el agua jabonosa es como un engaño, por que si no hay buena lubricación natural, frena el juego. Hay cosas que engañan resbalar, pero sólo entre dedos. Entre esos roces de la yema de mi dedo, visualicé un aceite para el cuerpo, y me estiré para alcanzarlo. Ella me miró, se exaltó como asustada, no quería que me alejara. Pero ver que yo me volvía a acercar con el pomo en la mano, le produzco una mueca de relajación como un bálsamo facial en un día de cansancio.
- Despacito...
- Lo sé hacer, tranquila.
- Confío en vos, ciegamente, de hecho estoy de espaldas y con los ojos cerrados, expuesta, abierta, caliente...
Le dí un beso en el hombro, mientras apoyaba mi pecho en su espalda, como dándole mi apoyo y comprensión en ese momento, mientras con un dedo embadurnaba con abundancia su agujero.
- Agradezco que me des este placer, y quiero que sea mutuo - anuncié con voz calmada y buscando tonos graves, como seductores, y ella suspiró en un relajo completo de su cuerpo.
- Hazlo, por Dios, rompeme si querés, pero... o cogeme por la concha, que hijo de puta, lo que estoy sintiendo - entre gemidos, y ese cambio en la voz que ponen las minas cuando les puertean la cola o ya les meten todo el trozo.
- De a poco, con paciencia, que acumulamos ganas para disfrutarlo en una explosión, como una lluvia de besos, como unos copos de nieve en el rostro, como un aroma de rosas... - acomodé en eso la punta de mi dedo, y ella consiguió empujar suavemente como acto reflejo sus glúteos, que me abrazaron la mano en el acto.
- Quiero que me cojás, hijo de puta - como transformada lo pidió, haciendo más marcada la diferencia en su tono, como más perra, como putita pidiéndolo, como necesitandolo ya.
Acerqué mi pija entre los glúteos, y la rocé mientras adicionaba lubricante a los cuerpos. El contacto de la cabeza y el tronco entre la cola firme, bajando desde la zona sensible de la espalda donde se veían sus hoyuelos, hasta rozarle dirigida por la mano, los labios y los muslos, hacía que se estremeciera y apretara los puños sobre el borde del jacuzzi.
Ella elevó la cabeza y la flexionó en un esfuerzo por respirar, como ahogada en el vapor del baño, el aroma a almendras del aceite y el calor del cuerpo, y como mirando el cielo en un ruego, relajó el ano mientras yo justo por coincidencia o energía, sentí la necesidad de empujar.
La presión constante, pero suave, sobre todo firme, siempre ha sido mi secreto y clave para que hacer un culo sea un momento de suavidad y profundidad sin retorno al placer que eso produce, cuando algo está bien hecho. Como comilón, deseoso y hambriento, fue entrando centímetro a centímetro, sin detenerse, hasta lo profundo de su recto. Ahí, cuando mis testículos rozaron sus labios vaginales, ella en un reflejo tocó su conchita y se sintió completa.
Elevo su torso, acomodó su cuerpo, y empezó sola a moverse, agarrada de la grifería en el otro extremo. Nos rozábamos manteniendo la posición, y trataba de oponer resistencia con la pelvis a sus empujados movimientos buscando obtener mayor contacto. El placer se acrecentaba, el calor íntimo de su vibrante cuerpo, ahí alejándome encerrado entre un caleidoscopio de paisajes, lunares, reflejos de la grifería, las burbujas rozándome los testículos en el vaivén, y su presión en aumento.
Estabamos callados, pero no en silencio. Suspiraba ella, gemía tímida cuando la sacaba un poco más y volvía a enterrarla profundo. Ahí hacía una pausa de dos suspiros o unos cuantos segundos, y aumentaba quizás imperceptiblemente el ritmo al retomar.
La magia del momento no iba a durar mucho. Ella apretaba estrujando mi miembro, y yo que trataba de mantenerme quieto, en su primera vez de sexo anal completo, donado al placer. En eso se detuvo y girando la cabeza a un lado, me pidió un beso. Me agarró una de las manos, y rodeándose la panza, la bajó por sus muslos pidiéndome que la toque.
- Me falta poco, ya casi llego - dijo quejándose, con un hilo de voz pre orgásmico.
Le besaba el cuello, y más caliente, sentía seguro mi aliento como un gemido acallado en el costado de su oído. El rodearla con el brazo, también me hacía estimular indirectamente el costado de uno de sus pechos, mientras el otro lo agarraba con la mano, suavemente en caricias, para completar el abrazo.
- Sólo relajate, disfrutalo...
- Esto era lo que mi novio no hacía, no hace, y nunca va hacer...
Suspiró más fuerte, e hizo una mueca de placer, cuando mi dedo fue buscando un contacto más directo por bajo la espuma, exponiendo su clítoris y abriendo los labios.
- Sólo vos y yo, nadie más hay en este cuarto.
Empezó a contorsionarse, a girar sus brazos, a encorvar la espalda, y culminó en un punto de no retorno cuando con un beso sentido en el lóbulo de la oreja, mi respiración agitada por como me apretaba su culo, y el abrazo más ajustado, nos dejamos llevar acabándonos al mismo tiempo en ya lo que era un canto intenso a algún Dios nórdico, del olimpo o su lo hubiera, un vecino chusma que nos envidiara de cómo transpiraban los poros, exudando hormonas, aromas y sentimientos extraños que confunden entre mezcla de contactos.
Continuará...
Desde ya agradezco que hayas llegado a este punto. Si leíste la parte anterior (podés verla aquí), seguro notaste que publiqué sólo texto erótico; realmente me olvidé de pedirles críticas y comentarios, ya que muchas veces uno escribe y escribe y se deja llevar por sensaciones actuales, recuerdos y las vivencias, y le pifia al estilo. Sus críticas, comentarios, puntos, recomendaciones, retos, correcciones, todas son bienvenidas. Las agradeceré.
Como decía al comienzo, es un estilo erótico, muy íntimo y sensitivo, por lo que recomiendo que te dejes llevar y me permitas que te haga el bocho... Diferente a lo porno explícito, me permito sólo jugar con el límite en algunas escenas y términos, pero al mismo tiempo corro como autor el riesgo de no agradar a todos. Me gustaría conocer tu opinión al respecto, para poder analizar y mejorar la escritura en futuros tramos (¡queda uno, el último!)
La última parte, un año demorada: http://www.poringa.net/posts/relatos/3336996/El-poder-de-la-sonrisa-3-3-final.html vale las ganas releer los tres relatos que la componen.
3 comentarios - El poder de la sonrisa 2/3