Quería que el regalo fuese inolvidable, fuera de todo convencionalismo, inesperado. Mi esposa lo merecía.
Desde que nos conocimos, hace diez años, dijimos que a los treinta de cada uno teníamos que sorprendernos gratamente.
A mis treinta ella lo hizo. Me acuerdo que cayó martes. Me llamó al trabajo y me dijo que no fuera con nadie a casa, que tenía una sorpresa para mí. Estuve intrigadísimo toda la tarde. Cuando llegué, tipo ocho de la noche, no había nadie ni nada que se parezca a una sorpresa. Fui a la habitación, en la cama había una nota: “Bañate y ponete lindo. Te Amo. Julieta”. Hice caso, al menos en lo de bañarme.
Mientras me vestía sonó el timbre. Atendí. Era Julieta. Le abrí por el portero eléctrico. Al cabo de unos minutos, sonó el timbre de arriba y fui a la puerta. Abrí. Ante mis ojos, una hermosa mujer de escote exquisito y figura infernal, dejó deslizar suavemente entre sus carnosos labios la frase: “Me manda Julieta bombón, soy tu regalito, disfrutame”.
¡Una sorpresa que jamás olvidare!
Como verán, yo no podía fallar en la elección, debía retribuirle el regalo con creces, y no sabía cómo. Pensé infinidad de cosas, hasta que por fin creí tener la solución, o mejor dicho recordarla. Mágicamente, me vino a la cabeza una charla que una vez tuvimos en la cama, contándonos historias y anécdotas sexuales. Me relató con lujo de detalle una experiencia que había tenido, al ir con unas amigas a un lugar de show de strippers, primero como parte del show, y luego, atrás del escenario, con uno que al parecer le había gustado mucho y al que le decían el Gitano.
Me contó todo, paso a paso. El show en primer lugar.
Al parecer es habitual, luego del baile de los strippers, que los mismos hagan subir a las chicas que quieran pasar a participar de las acciones. En el revoleo, el loco éste la agarró de la mano y la subió. Julieta es performática, las tablas es lo de ella. Aceptó el desafío, no como objeto, sino como participe primordial del show. Ya arriba del escenario, se dejó arrastrar por el piso en un juego coreográfico ardiente, que no solo dependía del tipo. Julieta es decididamente animal, visceral, llamativa, de una sensualidad nada formal, y con el mejor culo que jamás vi en mi vida.
Su relato era fuego, recuerdo calentarme de imaginarla. Cada palabra dejaba desnudo su disfrute en el suceso. Me contó, que luego de unos revolcones tipo contac, el tipo se acomodó como en una especie de almohadón, y la sentó de frente a él, sobre sus piernas, dejándola caer suavemente hacia atrás, corriéndole la blusa hacia arriba.
La bajó y quiso llevarle la cabeza hacia su miembro, debajo de esa especie de taparrabos que usan los strippers. Ella hizo toda la actuación de la negativa por la fuerza. Se separó gateando hacia atrás, pero no para escapar, sino para tomar carrera de jaguar y avanzar feroz hacia la degustación de su presa. Metió la cabeza bajo esa tela. El tipo no salía de su estupor. Julieta, sin dudar un instante, hizo desaparecer en su boca lo ofrecido, pateando el tablero del show. Todo ese público de mujeres observadoras, rugió con la osa-día a las que ellas no se animaron. Ni hablar de ellos, bailarines, animadores y demás, a quienes se les puso dura por el espectáculo. Me la había puesto dura a mí con solo contármelo…
También me habló de otro stripper, compañero de éste, que un par de veces se le acercó, con la intención inequívoca de sumarse al ardiente acto. Pero El Gitano la quería solo para él. Después de este show, y mientras le encajaba un beso profundo, el pibe le dijo que lo buscara atrás del escenario.
Julieta fue al encuentro de sus amigas, que entre risas y puteadas de algarabía, la esperaban con unos tragos. Les contó que el stripper la invitó a pasar a saludarlo antes de que se vaya. Las chicas la obligaron a ir en ese mismo momento.
Y así lo hizo. Al encontrarlo, estaba con el otro bailarín, ese que había intentado sumar-se. Los saludó. El Gitano la tomó de la cintura, la rodeó con sus musculosos brazos, la elevó, despacio, hasta llevarla a un beso cargado de intensión sexual. Julieta se dejó llevar. Por un momento pensó en que estaba siendo arrastrada a un trío. La idea la incendió, se vió comiéndoselos a los dos, en u viaje de pieles y cuerpos amontonados. Él fue dando paso a las palabras. Ella esperaba la proposición, sin siquiera saber qué con-testar. Se dejaría transportar por las sensaciones, pensó, por la situación. Lo besaría y que sea lo que fuera ¿qué más podía hacer? ya estaba ahí, y mal no la iba a pasar. Pero la voz del Gitano paró en seco la cabeza erotómana de mi mujer. Las imágenes y las preguntas callaron, para sorprenderse al escuchar el interrogante:
-¿No tenés una amiga para presentarle a él? Así salimos, nos vamos los cuatro a tomar algo…-Se quedó un momento, más por lo que esperaba que por la pregunta en sí. Sabía que tomar algo significaba revolcarse, así que pensó en cuál de sus amigas aceptaría el reto; también en que no daba irse a ningún lado, si pasaba algo, que pasase ahí mismo.
-Sí. Pero nos quedamos acá, no creo que quieran salir-dijo- voy a ver cuál quiere venir-
-Y si no quiere ninguna vení vos, no te escapes…- Ella sabía que no huiría, si sus amigas no se enganchaban no le escaparía al bulto, mejor dicho, a los dos. Fue. Contó la proposición a las chicas, dejándoles en claro que era para coger, nada de vueltas. Sandra aceptó de inmediato, la única, las demás no podían creer lo que harían. Brindaron todas. Las dos fueron hacia atrás, ahí estaban ellos esperándolas. Presentación y besos. Sandra se colgó del otro stripper y lo besó, dejando en claro que sabía a que jugaba; en cambio él, bastante frio, narcisista, histérico, no tenía la misma intensidad. Pero Julieta tenía otro tema que atender… El Gitano, tomó nuevamente a Julieta con la convicción de terminar lo que habían empezado en el escenario. La invitó a que lo siga al camarín. Atrás, los otros dos se acomodaron cerca de un espejo sobre una camilla. El lugar era chico, muy chico, igual podían estar separados en parejas. Una silla y un perchero adornaban el rincón en que Julieta se dispuso a montar el show. Esta vez, dueña del espectáculo, ella tomó las riendas.
-Vos dejame, ahora me toca a mí-dijo, y lo sentó en la silla. Se fue sacando la ropa, al ritmo de la música que llegaba desde el salón, con un striptease que me describió minuciosamente, relatando casi gestual cada desprendimiento de ropa. Recordó que no llegó a sacarse todo, por lo menos en ese momento. El tipo pudo más, la tomó de los brazos, y la acercó a su pecho con firmeza, besándola en la lengua del deseo. La recorrió con ca-ricias fuertes, y la volvió a sentar como lo había hecho en el escenario, sobre su erección. Ella corrió su bombacha, abriendo la puerta, y deslizó, profunda, en ese infierno encantador. Julieta miró hacia el costado, vió a Sandra en cuatro, siendo cogida por este tipo, que no hacía otra cosa que mirarse al espejo. Se indignó, pero pensó que no era su problema, alegrándose por lo que le tocaba en suerte a ella, un tipo que le demostraba que no estaba cogiendo con el espejo, que la poseía, la cogía con manifiestas ganas. Julieta lo llevó al éxtasis girando y apoyándole el culo con fuerza, sentándose y sacudiéndose con ímpetu sobre su miembro. Sintió que estaba por acabar. Paró, volvió a ponerse frente a él, masturbándolo, apretándosela entre las manos, fuerte. Lo besó, y le dijo boca a boca:
-Yo te la chupo hasta que acabes, pero tenés que estar con mi amiga, le encantás y quiero te disfrute también…- El Gitano acabó escuchándola. La besó. Miró la situación de los otros dos, esas tetas grandes que colgaban ante las embestidas. Se sacó el forro y fue hacia Sandra. La besó largo hasta que se paró frente a ella, que estaba apoyada en la camilla. Le acercó el pedazo de carne recién exprimido a la altura de su boca. Sandra la comió entusiasmada, mientras el otro seguía dándole y se arreglaba el pelito. Sandra disfrutó por partida doble. Julieta estaba satisfecha con lo que había tenido, y viendo que su amiga la estaba pasando bomba. No intervino, solo se dedicó a acariciar desde atrás el cuerpo de su digerido Fauno en forma pasiva. Le agradaba ver a Sandra, nadar entre esos dos cuerpos deseables, ser testigo placentero del disfrute de su amiga.
Había compartido el manjar, el que todas las mujeres del lugar querían, porque así era, este chico era el objeto de deseo de todas las féminas presentes. Ella lo atrapó, comió de él, y lo entregó al apetito de su amiga. Se sentía Robín Hood del botín carnal. Los movimientos amatorios de esos tres cuerpos anunciaban la cercanía del goce máximo. Se separó un poco y observó. Sandra estaba exultante de felicidad sexual, plena. Los tipos se veían cansados, envistiendo con las últimas fuerzas. Todo se hizo gritos, gemidos, y ruido de cuerpos mojados chocando. Acabaron. Julieta ya estaba vestida. Esperó a que se repongan. Sandra se vistió, saludaron, prometiendo una futura reedición del episodio que nunca se dio, y se fueron. Tras ellas, quedaron los vestigios eléctricos del sexo desenfrenado y la soltura liviana de la satisfacción. Me contó que fue una de las mejores noches de su vida, que disfrutó de ese cuerpo, de esa situación, dejando en claro que si el otro stripper no le hubiese caído tan canchero y egocéntrico, también le hubiese en-cantado ser Sandra. Recuerdo que cuando el relato terminó, ya estábamos cogiéndonos salvajes, calientes con la descripción de la historia; su reconstrucción desde el recuerdo fue abrumadora, excitante, y a mí, imaginarla en esa situación de disfrute me calentó brutalmente.
Y, sí, hoy es el cumpleaños número treinta de Julieta y lo pude conseguir. Como dije, debía esmerarme en el regalo a mi esposa. Cuando recordé esta historia tuve la certeza de saber que el regalo de cumpleaños sería el stripper que la había hecho gozar tanto.
Averigüé, investigué, hasta que dí con él y lo contraté para esta noche. A las nueve viene. Por su amigo, el otro stripper que quería disfrutar de mi apetecible esposa, ni le pregunté.
Esta noche, el otro stripper soy yo.
Desde que nos conocimos, hace diez años, dijimos que a los treinta de cada uno teníamos que sorprendernos gratamente.
A mis treinta ella lo hizo. Me acuerdo que cayó martes. Me llamó al trabajo y me dijo que no fuera con nadie a casa, que tenía una sorpresa para mí. Estuve intrigadísimo toda la tarde. Cuando llegué, tipo ocho de la noche, no había nadie ni nada que se parezca a una sorpresa. Fui a la habitación, en la cama había una nota: “Bañate y ponete lindo. Te Amo. Julieta”. Hice caso, al menos en lo de bañarme.
Mientras me vestía sonó el timbre. Atendí. Era Julieta. Le abrí por el portero eléctrico. Al cabo de unos minutos, sonó el timbre de arriba y fui a la puerta. Abrí. Ante mis ojos, una hermosa mujer de escote exquisito y figura infernal, dejó deslizar suavemente entre sus carnosos labios la frase: “Me manda Julieta bombón, soy tu regalito, disfrutame”.
¡Una sorpresa que jamás olvidare!
Como verán, yo no podía fallar en la elección, debía retribuirle el regalo con creces, y no sabía cómo. Pensé infinidad de cosas, hasta que por fin creí tener la solución, o mejor dicho recordarla. Mágicamente, me vino a la cabeza una charla que una vez tuvimos en la cama, contándonos historias y anécdotas sexuales. Me relató con lujo de detalle una experiencia que había tenido, al ir con unas amigas a un lugar de show de strippers, primero como parte del show, y luego, atrás del escenario, con uno que al parecer le había gustado mucho y al que le decían el Gitano.
Me contó todo, paso a paso. El show en primer lugar.
Al parecer es habitual, luego del baile de los strippers, que los mismos hagan subir a las chicas que quieran pasar a participar de las acciones. En el revoleo, el loco éste la agarró de la mano y la subió. Julieta es performática, las tablas es lo de ella. Aceptó el desafío, no como objeto, sino como participe primordial del show. Ya arriba del escenario, se dejó arrastrar por el piso en un juego coreográfico ardiente, que no solo dependía del tipo. Julieta es decididamente animal, visceral, llamativa, de una sensualidad nada formal, y con el mejor culo que jamás vi en mi vida.
Su relato era fuego, recuerdo calentarme de imaginarla. Cada palabra dejaba desnudo su disfrute en el suceso. Me contó, que luego de unos revolcones tipo contac, el tipo se acomodó como en una especie de almohadón, y la sentó de frente a él, sobre sus piernas, dejándola caer suavemente hacia atrás, corriéndole la blusa hacia arriba.
La bajó y quiso llevarle la cabeza hacia su miembro, debajo de esa especie de taparrabos que usan los strippers. Ella hizo toda la actuación de la negativa por la fuerza. Se separó gateando hacia atrás, pero no para escapar, sino para tomar carrera de jaguar y avanzar feroz hacia la degustación de su presa. Metió la cabeza bajo esa tela. El tipo no salía de su estupor. Julieta, sin dudar un instante, hizo desaparecer en su boca lo ofrecido, pateando el tablero del show. Todo ese público de mujeres observadoras, rugió con la osa-día a las que ellas no se animaron. Ni hablar de ellos, bailarines, animadores y demás, a quienes se les puso dura por el espectáculo. Me la había puesto dura a mí con solo contármelo…
También me habló de otro stripper, compañero de éste, que un par de veces se le acercó, con la intención inequívoca de sumarse al ardiente acto. Pero El Gitano la quería solo para él. Después de este show, y mientras le encajaba un beso profundo, el pibe le dijo que lo buscara atrás del escenario.
Julieta fue al encuentro de sus amigas, que entre risas y puteadas de algarabía, la esperaban con unos tragos. Les contó que el stripper la invitó a pasar a saludarlo antes de que se vaya. Las chicas la obligaron a ir en ese mismo momento.
Y así lo hizo. Al encontrarlo, estaba con el otro bailarín, ese que había intentado sumar-se. Los saludó. El Gitano la tomó de la cintura, la rodeó con sus musculosos brazos, la elevó, despacio, hasta llevarla a un beso cargado de intensión sexual. Julieta se dejó llevar. Por un momento pensó en que estaba siendo arrastrada a un trío. La idea la incendió, se vió comiéndoselos a los dos, en u viaje de pieles y cuerpos amontonados. Él fue dando paso a las palabras. Ella esperaba la proposición, sin siquiera saber qué con-testar. Se dejaría transportar por las sensaciones, pensó, por la situación. Lo besaría y que sea lo que fuera ¿qué más podía hacer? ya estaba ahí, y mal no la iba a pasar. Pero la voz del Gitano paró en seco la cabeza erotómana de mi mujer. Las imágenes y las preguntas callaron, para sorprenderse al escuchar el interrogante:
-¿No tenés una amiga para presentarle a él? Así salimos, nos vamos los cuatro a tomar algo…-Se quedó un momento, más por lo que esperaba que por la pregunta en sí. Sabía que tomar algo significaba revolcarse, así que pensó en cuál de sus amigas aceptaría el reto; también en que no daba irse a ningún lado, si pasaba algo, que pasase ahí mismo.
-Sí. Pero nos quedamos acá, no creo que quieran salir-dijo- voy a ver cuál quiere venir-
-Y si no quiere ninguna vení vos, no te escapes…- Ella sabía que no huiría, si sus amigas no se enganchaban no le escaparía al bulto, mejor dicho, a los dos. Fue. Contó la proposición a las chicas, dejándoles en claro que era para coger, nada de vueltas. Sandra aceptó de inmediato, la única, las demás no podían creer lo que harían. Brindaron todas. Las dos fueron hacia atrás, ahí estaban ellos esperándolas. Presentación y besos. Sandra se colgó del otro stripper y lo besó, dejando en claro que sabía a que jugaba; en cambio él, bastante frio, narcisista, histérico, no tenía la misma intensidad. Pero Julieta tenía otro tema que atender… El Gitano, tomó nuevamente a Julieta con la convicción de terminar lo que habían empezado en el escenario. La invitó a que lo siga al camarín. Atrás, los otros dos se acomodaron cerca de un espejo sobre una camilla. El lugar era chico, muy chico, igual podían estar separados en parejas. Una silla y un perchero adornaban el rincón en que Julieta se dispuso a montar el show. Esta vez, dueña del espectáculo, ella tomó las riendas.
-Vos dejame, ahora me toca a mí-dijo, y lo sentó en la silla. Se fue sacando la ropa, al ritmo de la música que llegaba desde el salón, con un striptease que me describió minuciosamente, relatando casi gestual cada desprendimiento de ropa. Recordó que no llegó a sacarse todo, por lo menos en ese momento. El tipo pudo más, la tomó de los brazos, y la acercó a su pecho con firmeza, besándola en la lengua del deseo. La recorrió con ca-ricias fuertes, y la volvió a sentar como lo había hecho en el escenario, sobre su erección. Ella corrió su bombacha, abriendo la puerta, y deslizó, profunda, en ese infierno encantador. Julieta miró hacia el costado, vió a Sandra en cuatro, siendo cogida por este tipo, que no hacía otra cosa que mirarse al espejo. Se indignó, pero pensó que no era su problema, alegrándose por lo que le tocaba en suerte a ella, un tipo que le demostraba que no estaba cogiendo con el espejo, que la poseía, la cogía con manifiestas ganas. Julieta lo llevó al éxtasis girando y apoyándole el culo con fuerza, sentándose y sacudiéndose con ímpetu sobre su miembro. Sintió que estaba por acabar. Paró, volvió a ponerse frente a él, masturbándolo, apretándosela entre las manos, fuerte. Lo besó, y le dijo boca a boca:
-Yo te la chupo hasta que acabes, pero tenés que estar con mi amiga, le encantás y quiero te disfrute también…- El Gitano acabó escuchándola. La besó. Miró la situación de los otros dos, esas tetas grandes que colgaban ante las embestidas. Se sacó el forro y fue hacia Sandra. La besó largo hasta que se paró frente a ella, que estaba apoyada en la camilla. Le acercó el pedazo de carne recién exprimido a la altura de su boca. Sandra la comió entusiasmada, mientras el otro seguía dándole y se arreglaba el pelito. Sandra disfrutó por partida doble. Julieta estaba satisfecha con lo que había tenido, y viendo que su amiga la estaba pasando bomba. No intervino, solo se dedicó a acariciar desde atrás el cuerpo de su digerido Fauno en forma pasiva. Le agradaba ver a Sandra, nadar entre esos dos cuerpos deseables, ser testigo placentero del disfrute de su amiga.
Había compartido el manjar, el que todas las mujeres del lugar querían, porque así era, este chico era el objeto de deseo de todas las féminas presentes. Ella lo atrapó, comió de él, y lo entregó al apetito de su amiga. Se sentía Robín Hood del botín carnal. Los movimientos amatorios de esos tres cuerpos anunciaban la cercanía del goce máximo. Se separó un poco y observó. Sandra estaba exultante de felicidad sexual, plena. Los tipos se veían cansados, envistiendo con las últimas fuerzas. Todo se hizo gritos, gemidos, y ruido de cuerpos mojados chocando. Acabaron. Julieta ya estaba vestida. Esperó a que se repongan. Sandra se vistió, saludaron, prometiendo una futura reedición del episodio que nunca se dio, y se fueron. Tras ellas, quedaron los vestigios eléctricos del sexo desenfrenado y la soltura liviana de la satisfacción. Me contó que fue una de las mejores noches de su vida, que disfrutó de ese cuerpo, de esa situación, dejando en claro que si el otro stripper no le hubiese caído tan canchero y egocéntrico, también le hubiese en-cantado ser Sandra. Recuerdo que cuando el relato terminó, ya estábamos cogiéndonos salvajes, calientes con la descripción de la historia; su reconstrucción desde el recuerdo fue abrumadora, excitante, y a mí, imaginarla en esa situación de disfrute me calentó brutalmente.
Y, sí, hoy es el cumpleaños número treinta de Julieta y lo pude conseguir. Como dije, debía esmerarme en el regalo a mi esposa. Cuando recordé esta historia tuve la certeza de saber que el regalo de cumpleaños sería el stripper que la había hecho gozar tanto.
Averigüé, investigué, hasta que dí con él y lo contraté para esta noche. A las nueve viene. Por su amigo, el otro stripper que quería disfrutar de mi apetecible esposa, ni le pregunté.
Esta noche, el otro stripper soy yo.
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