Estábamos algo borrachos y decidimos meternos en ese bar con música alta. Una vez adentro, nos dimos cuenta que el lugar estaba impregnado de energía sexual. Todos bailaban sueltos pero pegados, movidos por una ola uniforme, acompasada. El lugar estaba buenísimo. Nos miramos con mi marido y decidimos quedarnos. Fuimos a la barra y pedimos dos daikiris de frutilla.
Mientras esperábamos, Juan se quedó mirándome fijo, me agarró de la cintura, y apretándome contra su cuerpo me besó profundamente, con esos besos que terminan indefectiblemente en sexo. Enseguida sentí un cosquilleo hermoso, y que las tetas se me endurecían contra su pecho. El barman dejó los tragos frente a nosotros. Lo espié de reojo, y vi que se quedó mirando como Juan me apretaba los cachetes del culo contra su bragueta que empezaba a mostrar rigidez. Dejamos de darnos lengua y nos incorporamos a la barra. Nos miró y sonrió, le sonreímos y siguió atendiendo.
Mientras bebíamos apoyados de espaldas, comenzamos a mirar a nuestro alrededor.
El ambiente era relajado, pero de un voltaje tangible en el cuerpo. Estaba lleno de extranjeros, pero especialmente mujeres.
No paramos de besarnos. Estábamos contagiados de la calentura que flotaba en el lugar. Pedimos dos daikiris más. Me separé un poco de Juan y lo observé. Estaba completamente caliente, conozco a mi marido, sabía que moría por ponérmela en ese mismo momento. Me volví a acercar, y mirándolo a los ojos con cara de viciosa (que es la cara que según él pongo cuando estoy cachonda) se la toqué por arriba del pantalón. La tenía dura, pude sentir que me había humedecido. Le comí la boca y me dí vuelta, y haciéndome la putita le apoye el culo en el bulto.
Parecía que el jeans se le iba a romper. Quedé mirando hacia la pista mientras le bailaba frotándolo. No se aguantó, me levantó la minifalda y me corrió la bombacha, se acercó a mi oído desde atrás y con voz de hambriento caníbal escuché:
- Que mojada estás, me encanta que te pongas así -
Mientras me susurraba eso y mil cosas más, pasó sus manos por entre mis piernas y comenzó a acariciarme el clítoris como solo él sabe hacerlo.
Retrocedí un poco y apreté mas el culo sobre esa bruta erección que, de tan notoria, me chocaba separándome los cachetitos.
Acabé varias veces en esa frenética frotación.
No nos habíamos percatado que detrás nuestro esperaban hacia rato los tragos que habíamos pedido. Bebimos. El calor de frotarnos era terrible, estábamos algo borrachos, y muy pero muy calientes.
Quiero chupártela acá mismo, quiero tenerla en la boca bien dura, y que me des todo eso que tenes, acá- le dije, mientras me llevaba el índice derecho entre los labios.
Me abrazó muy fuerte.
Me volvió a besar como loco, metiéndome la lengua desaforadamente y recorriéndome la espalda con sus manos fuertes sin detenerse hasta el culo.
Me agarro la cara, y después de otro chupón mirándome a los ojos me dijo:
-¡Si, quiero que me la comas toda…! pero antes quiero ver como se la pones dura a algún otro.
Cuando escuché eso, un temblor me invadió el cuerpo.
Siempre habíamos hablado de fantasías y esas cosas, hasta somos un poco exhibicionistas, pero nunca habíamos llegado a plantearlo verdaderamente.
Mi marido me estaba pidiendo que se la ponga dura a otro, y a mi una calentura ingobernable me invadió, dejándome ebria de placer.
Lo miré. Lo besé, y le dije:
-¿Estás seguro, Juan? Mirá que a mí me gusta mucho ser tu putita, y si me lo pedís, mi amor, no puedo hacer otra cosa que obedecerte…
-¡Muy seguro, hermosa! Me calentás como nunca nadie, te amo, y sé que te va gustar insinuarte. Además, hoy es nuestro aniversario, ¿y qué mejor que regalarnos esto?
No podía contenerme. Estaba tan caliente que había olvidado que habíamos empezado la noche saliendo para festejar seis años de casados.
Sin proponérnoslo, estábamos en este lugar que no conocíamos, lleno de extranjeros, reafirmando nuestro amor de una manera que no habíamos planeado.
Me terminé el trago de un sorbo.
Le dí un beso en la boca tragándome su lengua.
Me separé un metro. Me acomodé la tanga, la mini y la musculosa.
-¿Estoy linda? –Le pregunté inocentemente.
-Siempre estás hermosa, pero vení- me contestó.
Me volví a acercar. Me abrazó y jugueteó en mi espalda. Me desprendió el corpiño y lo sacó por debajo de la musculosa, mirándome penetrantemente, y tocándome los pezones por arriba de la remera duritos de excitación, me dijo:
-Así estas mucho mejor, que se te noten bien esas hermosas tetas que tenés.-
Dí una vueltita mostrándome.
Le guiñé un ojo, y me interné en la pista, en ese hervidero de cuerpos sudados, apretujados unos con otros.
Empecé a bailar olvidándome de todos, como si estuviese bailando sola para él.
Estaba ida. El alcohol, la excitación, la música, los cuerpos, todo estaba y nada estaba.
Levantaba los brazos, y sentía la necesidad de tocarme las tetas, de apretármelas.
Estaba muy caliente.
Dos chicos me miraban. Estaban bailando cerca de mí y se dieron cuenta. Me miraban pero no los miré, seguí moviéndome como si estuviese sola en el lugar.
Daba vueltas sobre mi eje, y la diminuta pollera parecía una flor que se abría ante el sol.
De repente sentí un calor intenso y me di cuenta que tenia los ojos cerrados.
Los abrí.
Esos chicos estaban mucho más cerca. Seguían mirándome, hablando y riéndose entre ellos. Eran de acá. Decidí que sería extranjera, y ellos mi cometido, llevaría mi personaje hasta las últimas consecuencias. Espié hacia la barra y busqué a mi marido.
Me miraba con una leve sonrisa pícara y perversa. Eso me calentó más.
Bailé, y como sin querer empujé a uno.
Lo miré con una sonrisa simpática y me disculpé simulando un acento inentendible.
Por dentro me reí mucho de mi idioma inventado pero al parecer fui convincente.
Se acercaron bailando, rodeándome, se movían y reían, sin sacarme los ojos de encima.
Yo les reía también. Uno intentó hablarme.
-Nou hablou eshpanol- le contesté tentadísima de mi actuación, y haciéndome la que bailaba sin control, le apoyé el culo al que tenía atrás, y se lo dejé unos instantes.
Seguimos bailando, y esta vez fue él el que por atrás me tomó de la cintura y como un tren me hizo sentir sin pudor que se le había endurecido. Me calenté al sentirlo.
Volví a mirar para la barra y a mí marido también lo vi calentito, mirándome.
Me hizo un guiño imperceptible que me mojó aun más. Éramos cómplices.
El chico que tenía adelante, pensando que yo no entendía, le decía al de atrás que se me escapaban las tetas por el escote. Me agarró las manos, y las llevó con las de él a mis pezones. Me dio un piquito, y me estiró la musculosa para abajo para vérmelas desnudas.
-Que lindas pompis, gringuita, me encantan rosaditas y duritas…- y me volvió a dar un beso, esta vez con la boca abierta.
Mi estado de excitación era tal, que fuera de mí bajé hasta la altura de la chota del pibe, y de subida le pase la cara por ese precioso bulto que quería cogerme.
Me paré y quedé entre los dos.
Me entregué un instante a esa doble apoyada que casi me levantaba del piso.
Se las sentí latir debajo de los pantalones, rozándome los agujeros con sus miembros vestidos. Las cuatro manos subiendo y bajando por todo mi cuerpo me manosearon dulcemente.
El chico de adelante dejó mi boca y bajó hasta mis tetas. Me las chupó con tanta dedicación y placer que no pude evitar tener un orgasmo bruto, que me hizo apretar los dientes. Me apoyé con más fuerza sobre sus cuerpos.
Esas porongas duras, en definitiva era lo que Juan me había pedido.
No me acuerdo de las caras, eran solo cuerpos…
La única cara que me venía a la mente era la de Juan, la que puso. Cuando dejé a estos chicos, fui hasta la barra, y sin que nadie lo note tomé lo que me prometió:
-Ya se la puse dura no a uno, a dos, y con ésta son tres- y sin esperar respuesta bajé hasta ese miembro a punto de reventar.
Le desabroché el cierre, como resorte salió mi premio, el que tanto me gusta.
Lamí suavemente la cabeza, y en cuanto me la puse profunda dos veces, se despachó con un caudaloso chorro de esperma que me pasó directo por la garganta.
Me incorporé y nos besamos profundamente.
Me miró a los ojos mordiéndose el labio inferior con fuerza y me dijo:
-Te amo, Silvia, sos la mujer de mi vida-
-Y vos sos mi hombre. Te amo como nunca amé a nadie ¡Feliz aniversario!
Después de varios besos húmedos se me acercó al oído diciéndome:
-¡Que hijos de puta que somos! mira como los dejamos a los dos pibes, no paran de mirarnos… ¿No te quedaste con ganas de cogértelos?
Y nos reímos a carcajadas mientras encaramos hacia la puerta para irnos…
Mientras esperábamos, Juan se quedó mirándome fijo, me agarró de la cintura, y apretándome contra su cuerpo me besó profundamente, con esos besos que terminan indefectiblemente en sexo. Enseguida sentí un cosquilleo hermoso, y que las tetas se me endurecían contra su pecho. El barman dejó los tragos frente a nosotros. Lo espié de reojo, y vi que se quedó mirando como Juan me apretaba los cachetes del culo contra su bragueta que empezaba a mostrar rigidez. Dejamos de darnos lengua y nos incorporamos a la barra. Nos miró y sonrió, le sonreímos y siguió atendiendo.
Mientras bebíamos apoyados de espaldas, comenzamos a mirar a nuestro alrededor.
El ambiente era relajado, pero de un voltaje tangible en el cuerpo. Estaba lleno de extranjeros, pero especialmente mujeres.
No paramos de besarnos. Estábamos contagiados de la calentura que flotaba en el lugar. Pedimos dos daikiris más. Me separé un poco de Juan y lo observé. Estaba completamente caliente, conozco a mi marido, sabía que moría por ponérmela en ese mismo momento. Me volví a acercar, y mirándolo a los ojos con cara de viciosa (que es la cara que según él pongo cuando estoy cachonda) se la toqué por arriba del pantalón. La tenía dura, pude sentir que me había humedecido. Le comí la boca y me dí vuelta, y haciéndome la putita le apoye el culo en el bulto.
Parecía que el jeans se le iba a romper. Quedé mirando hacia la pista mientras le bailaba frotándolo. No se aguantó, me levantó la minifalda y me corrió la bombacha, se acercó a mi oído desde atrás y con voz de hambriento caníbal escuché:
- Que mojada estás, me encanta que te pongas así -
Mientras me susurraba eso y mil cosas más, pasó sus manos por entre mis piernas y comenzó a acariciarme el clítoris como solo él sabe hacerlo.
Retrocedí un poco y apreté mas el culo sobre esa bruta erección que, de tan notoria, me chocaba separándome los cachetitos.
Acabé varias veces en esa frenética frotación.
No nos habíamos percatado que detrás nuestro esperaban hacia rato los tragos que habíamos pedido. Bebimos. El calor de frotarnos era terrible, estábamos algo borrachos, y muy pero muy calientes.
Quiero chupártela acá mismo, quiero tenerla en la boca bien dura, y que me des todo eso que tenes, acá- le dije, mientras me llevaba el índice derecho entre los labios.
Me abrazó muy fuerte.
Me volvió a besar como loco, metiéndome la lengua desaforadamente y recorriéndome la espalda con sus manos fuertes sin detenerse hasta el culo.
Me agarro la cara, y después de otro chupón mirándome a los ojos me dijo:
-¡Si, quiero que me la comas toda…! pero antes quiero ver como se la pones dura a algún otro.
Cuando escuché eso, un temblor me invadió el cuerpo.
Siempre habíamos hablado de fantasías y esas cosas, hasta somos un poco exhibicionistas, pero nunca habíamos llegado a plantearlo verdaderamente.
Mi marido me estaba pidiendo que se la ponga dura a otro, y a mi una calentura ingobernable me invadió, dejándome ebria de placer.
Lo miré. Lo besé, y le dije:
-¿Estás seguro, Juan? Mirá que a mí me gusta mucho ser tu putita, y si me lo pedís, mi amor, no puedo hacer otra cosa que obedecerte…
-¡Muy seguro, hermosa! Me calentás como nunca nadie, te amo, y sé que te va gustar insinuarte. Además, hoy es nuestro aniversario, ¿y qué mejor que regalarnos esto?
No podía contenerme. Estaba tan caliente que había olvidado que habíamos empezado la noche saliendo para festejar seis años de casados.
Sin proponérnoslo, estábamos en este lugar que no conocíamos, lleno de extranjeros, reafirmando nuestro amor de una manera que no habíamos planeado.
Me terminé el trago de un sorbo.
Le dí un beso en la boca tragándome su lengua.
Me separé un metro. Me acomodé la tanga, la mini y la musculosa.
-¿Estoy linda? –Le pregunté inocentemente.
-Siempre estás hermosa, pero vení- me contestó.
Me volví a acercar. Me abrazó y jugueteó en mi espalda. Me desprendió el corpiño y lo sacó por debajo de la musculosa, mirándome penetrantemente, y tocándome los pezones por arriba de la remera duritos de excitación, me dijo:
-Así estas mucho mejor, que se te noten bien esas hermosas tetas que tenés.-
Dí una vueltita mostrándome.
Le guiñé un ojo, y me interné en la pista, en ese hervidero de cuerpos sudados, apretujados unos con otros.
Empecé a bailar olvidándome de todos, como si estuviese bailando sola para él.
Estaba ida. El alcohol, la excitación, la música, los cuerpos, todo estaba y nada estaba.
Levantaba los brazos, y sentía la necesidad de tocarme las tetas, de apretármelas.
Estaba muy caliente.
Dos chicos me miraban. Estaban bailando cerca de mí y se dieron cuenta. Me miraban pero no los miré, seguí moviéndome como si estuviese sola en el lugar.
Daba vueltas sobre mi eje, y la diminuta pollera parecía una flor que se abría ante el sol.
De repente sentí un calor intenso y me di cuenta que tenia los ojos cerrados.
Los abrí.
Esos chicos estaban mucho más cerca. Seguían mirándome, hablando y riéndose entre ellos. Eran de acá. Decidí que sería extranjera, y ellos mi cometido, llevaría mi personaje hasta las últimas consecuencias. Espié hacia la barra y busqué a mi marido.
Me miraba con una leve sonrisa pícara y perversa. Eso me calentó más.
Bailé, y como sin querer empujé a uno.
Lo miré con una sonrisa simpática y me disculpé simulando un acento inentendible.
Por dentro me reí mucho de mi idioma inventado pero al parecer fui convincente.
Se acercaron bailando, rodeándome, se movían y reían, sin sacarme los ojos de encima.
Yo les reía también. Uno intentó hablarme.
-Nou hablou eshpanol- le contesté tentadísima de mi actuación, y haciéndome la que bailaba sin control, le apoyé el culo al que tenía atrás, y se lo dejé unos instantes.
Seguimos bailando, y esta vez fue él el que por atrás me tomó de la cintura y como un tren me hizo sentir sin pudor que se le había endurecido. Me calenté al sentirlo.
Volví a mirar para la barra y a mí marido también lo vi calentito, mirándome.
Me hizo un guiño imperceptible que me mojó aun más. Éramos cómplices.
El chico que tenía adelante, pensando que yo no entendía, le decía al de atrás que se me escapaban las tetas por el escote. Me agarró las manos, y las llevó con las de él a mis pezones. Me dio un piquito, y me estiró la musculosa para abajo para vérmelas desnudas.
-Que lindas pompis, gringuita, me encantan rosaditas y duritas…- y me volvió a dar un beso, esta vez con la boca abierta.
Mi estado de excitación era tal, que fuera de mí bajé hasta la altura de la chota del pibe, y de subida le pase la cara por ese precioso bulto que quería cogerme.
Me paré y quedé entre los dos.
Me entregué un instante a esa doble apoyada que casi me levantaba del piso.
Se las sentí latir debajo de los pantalones, rozándome los agujeros con sus miembros vestidos. Las cuatro manos subiendo y bajando por todo mi cuerpo me manosearon dulcemente.
El chico de adelante dejó mi boca y bajó hasta mis tetas. Me las chupó con tanta dedicación y placer que no pude evitar tener un orgasmo bruto, que me hizo apretar los dientes. Me apoyé con más fuerza sobre sus cuerpos.
Esas porongas duras, en definitiva era lo que Juan me había pedido.
No me acuerdo de las caras, eran solo cuerpos…
La única cara que me venía a la mente era la de Juan, la que puso. Cuando dejé a estos chicos, fui hasta la barra, y sin que nadie lo note tomé lo que me prometió:
-Ya se la puse dura no a uno, a dos, y con ésta son tres- y sin esperar respuesta bajé hasta ese miembro a punto de reventar.
Le desabroché el cierre, como resorte salió mi premio, el que tanto me gusta.
Lamí suavemente la cabeza, y en cuanto me la puse profunda dos veces, se despachó con un caudaloso chorro de esperma que me pasó directo por la garganta.
Me incorporé y nos besamos profundamente.
Me miró a los ojos mordiéndose el labio inferior con fuerza y me dijo:
-Te amo, Silvia, sos la mujer de mi vida-
-Y vos sos mi hombre. Te amo como nunca amé a nadie ¡Feliz aniversario!
Después de varios besos húmedos se me acercó al oído diciéndome:
-¡Que hijos de puta que somos! mira como los dejamos a los dos pibes, no paran de mirarnos… ¿No te quedaste con ganas de cogértelos?
Y nos reímos a carcajadas mientras encaramos hacia la puerta para irnos…
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