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Compendio III
Luego de almorzar con Karina, decidimos pasar el resto del día en la piscina, para que nuestras hijas aprovecharan el agua por última vez, en vista que regresábamos al día siguiente.
Aunque Karina se había vestido de manera sobria, con un vestido veraniego que ocultaba perfectamente sus generosas redondeces, volvió a ser el centro de atención, cuando se lo quitó.
Llevaba un bikini negro muy menudo, que apenas parecía cubrir esos portentosos pechos, con sus gruesos pezones bien marcados, a pesar de ni siquiera estar excitada y una tanga tan delgada y apretada, que se escondía seductora entre sus nalgas y que por delante, parecía no ocultar su triangulo.
No obstante, mi esposa no se quedaba atrás. Si bien, llevaba un traje de baño blanco de una sola pieza (ya que le preocupaba apreciarse gordita, lo que no es verdad), le quedaba bastante atractivo, en especial a la altura de sus pechos, porque a pesar de no tener demasiado escote, sus hermosos flanes se apreciaban de una manera tentativa, pero recatada a la vez, acrecentado más por el aire innato, maternal y candoroso de mi esposa.
Y por fortuna, yo llevaba unos boxers holgados, dado que al tenderme entre semejantes beldades, las fuerzas de mi entrepierna se recuperaban de manera exponencial.
A pesar que no tuve tiempo para contarle los pormenores de lo ocurrido la noche anterior, Marisol se daba cuenta que algo ocurría entre nosotros, ya que Karina y yo apenas nos hablábamos, pero nos pegábamos miradas furtivas ocasionalmente, en especial, en aquellas áreas de mutuo interés para ambos.
Y en vista de aquello, decidió (nunca mejor dicho), “Echarme una mano…”
“¡Ay, amor, te ves tan tenso!” empezó mi coqueto ruiseñor, con una voz preocupada. “¡No puede ser que vuelvas así de estresado! ¡Deberías relajarte y darte un masaje!”
“¿Un masaje?” pregunté yo, confundido, puesto que lo que menos estaba era tenso.
“¡Sí, mi vida!” replicó radiante. “A mí, el otro día, me hizo maravillas y quedé bien, pero bien repuesta… y no se tardan mucho. Son como unas 2 o 3 horas, más o menos, pero después quedas bastante bien.”
Y luego, se dirigió a Karina, buscando su apoyo.
“¿Cierto, Karina, que esos masajes te relajan un montón?”
“¡No sé, Marisol!... Nunca he probado los que hacen acá… pero sí… son bastante buenos.”
“¿Lo ves, cariño? ¡Karina también los ha probado! ¿Por qué no van los 2 juntos y se relajan?” nos propuso mi esposa radiante.
Karina y yo no pudimos disimular bien nuestra sonrisa, porque a pesar de todo, queríamos seguir dándole…
“Pero… ¿Estás segura, ruiseñor? ¿Podrás encargarte tú de las pequeñas?”
“¡Descuida!” respondió muy tierna. “¡Lo haces tú todo el tiempo y como te conté, no son tan masajes tan largos!... a lo más, duraran 3 o 4 horas, cuando mucho…”
Increíblemente, mi esposa estaba alargándonos incluso más nuestro margen de tiempo.
Karina y yo tratamos de ponernos de pie con disimulo, pero tanto ella como yo íbamos “bastante tensos”, pensando en las cosas que podríamos hacer en ese tiempo.
“¡Bueno, ruiseñor!... entonces, nosotros nos vamos…” consulté una vez más, agarrando a Karina de la cintura, pero con mis dedos apuntando hacia sus muslos.
“¡Sí, mi amor! ¡Relájate y disfruta! Después, cuando vuelvas, me ayudas a empacar las cosas en nuestra habitación, ¿De acuerdo?” y para agregar mayor morbo a la situación, tomó por las manos a Karina. “¡Gracias, amiga por hacerme este favor! ¡Yo sé que te debe incomodar que te pida algo así!… pero él no sabe de estas cosas… y por eso quería que fuera contigo…”
Karina se avergonzó levemente…
“¡No, Marisol, descuida!” Le respondió, pegándome una mirada fugaz, para luego continuar sellando el trato. “Yo estoy muy comprometida con mis admiradoras y si tú quieres que acompañe a tu marido, no tienes que preocuparte, porque lo dejarás en buenas manos.”
Como fuese, abandonamos la piscina bastante rápido y ni siquiera le dejé titubear cuando intentó guiarme de verdad hacia el pasillo donde hacían los masajes.
Tomándola de un brazo y trotando con cierta discreción, nos encerramos en el ascensor y traté de darle un beso y empezar a desnudarla.
“¡No!” replicó ella, torciendo mi mentón con fuerza. “¡Cámaras!”
Y efectivamente, tras vivir una vida asediada por paparazis, sabía bastante bien la disposición de esos equipos y si bien, a mi esposa no le habría importado que saliera en las portadas de diarios sensacionalistas como el nuevo amante de Karina, para ella presentaba un riesgo, en vista que hay rumores que puede volver a la pantalla (motivo por el que he mantenido su identidad de incognito lo más que he podido).
Pero una vez que llegamos a su habitación, cerramos la puerta y nos besamos con ardiente pasión. Le volví a sacar aquel vestido con bastante prisa, dado que necesitaba contemplar ese lujurioso bikini y ella, un tanto sorprendida por mi titubeo, entrelazó sus manos a la altura de su vientre y aspiró un poco, para enaltecer más aquellos pechos que me tenían loco.
En esta oportunidad, la ataqué sin recato alguno, lamiéndolos, besándolos, succionándolos y mordiéndolos con suavidad, mientras ella, muy calmada y con los ojos cerrados, disfrutaba de la situación, gimiendo delicadamente y apoyando con dulzura sus manos sobre mi cuello, apresándome más hacia ella, para lamerla con mayor detalle.
Tras unos 5 minutos de haberla probado, me retiré para besarla una vez más. Su rostro resplandecía en éxtasis y sus manos se encargaban de sobar aquel bastón que me tornaba de forma literal en una “carpa humana”.
La empecé a empujar entre efusivos besos y abrazos hacia su cama, pero de alguna manera se las arregló para sacarme la punta del falo y con una de las voces más dulces y seductoras, me pidió:
“¡Déjame probarla! ¡Por favor!”
No pude resistirme y la dejé hacer. Su suave y tibia boca envolvió mi pene con suavidad, succionando muy despacio. Su derecha, por otra parte, sobaba con desesperación el tronco, como si ya demandase semen saliendo de mi ser. Entonces, sus chupadas se hacían más profundas y candentes.
En mi mente, no podía creer que Marisol realmente hubiese alcanzado el nivel de una puta chupando, en vista que la mamada que me estaba dando Karina poco podía envidiar a las que mi esposa me daba.
Es más, en varias ocasiones, tuvo que quedar a mitad de camino, porque su quijada no alcanzaba a abrirse lo suficiente y su gula por tragarla entera la hacía atragantarse de cuando en cuando. Pero no cabía dudas que lo estaba disfrutando, relamiéndose con mucho agrado las babas que rodeaban sus labios y mirándome con bastante placer cuando lo hacía.
Eventualmente, le puso mayor entusiasmo y empezó a trabajar su cuello con mayor detalle, engullendo más de la mitad en el proceso. No tenía dudas que sus intenciones eran hacerme acabar y sin darme cuenta, le tomé sus cabellos, guiándola mientras me deshacía en sus labios.
A ratos, se atragantaba, pidiéndome con suaves palmadas en mi muslo, para que la dejara respirar, la soltaba y tras carraspear y tragar un poco su saliva, volvía a la acción con un ritmo renovado, obstinada para conseguir tragarla toda.
Y una vez que lo logró, por poco y no logro aguantarme, ya que con bastante frenesí empezó a mover su boca hacia los lados, dándome una urgencia loca por acabar descontroladamente en su interior. Pero aun así, pude contenerme, aunque cada 3 mamadas profundas, volvía a repetirlo por intervalos no mayores a 5 segundos, mamándome con decisión.
Llegué a un punto donde no pude contenerme más…
“¡Karina, me voy a correr!” le alcancé a decir y solté el primer chorro violentamente en su boca, haciéndole que se retirara atragantada.
El segundo, le impactó de lleno en la nariz, explotando y esparciéndose como una espesa crema sobre su cara.
El tercero, a la altura de su cuello, bañando esos exultantes pechos con generosidad y el cuarto y último, en el comienzo de su vientre, con mi miembro todavía pulsando y botando jugo cada vez más despacio.
“¿Qué es todo esto?” preguntó muy divertida, cuando volvió a respirar y limpiándose un poco la cara de lo que había salpicado en los ojos. “¿Tan caliente te tenía?”
“No… es que yo…” traté de explicar, pero quedé inconcluso cuando la vi de una manera tan infantil y excitante oliscando parte de mi corrida, como si fuese la primera vez que viese el semen, para luego lamerlo con mucho agrado y sonriéndome coqueta ante aquella gracia.
“¡Fuerte lo tuyo!” exclamó, abalanzándose una vez más sobre mi falo, que todavía seguía vertiendo parte de mi corrida, pero más despacio.
Una vez que me la dejaba limpia, untaba los restos de su cuerpo, esparciéndolos como si fuera bloqueador solar y sorbiendo el restante con mucho agrado, hasta que volvía a chuparme cuando se acumulaba lo suficiente, mirándome y sonriéndome de manera libidinosa e insaciable, que no tardó en recuperar mi vitalidad.
“¡Vamos!” le conminé, desesperado porque llegásemos a la cama y una vez ahí, le pedí que se colocara en 4 patas.
Ella, como la más perfecta Afrodita, que debió haber experimentado aquello incontables veces, empezó a gatear de manera cadenciosa, meneando su soberbia cola hacia los lados y volteando con una gran sonrisa, tras contemplar mi estupefacción al ver semejante y rotundo trasero que se ofrecía ante mí.
Entonces, con una voz deliciosa, que entremezclaba la lujuria, la experiencia y la fingida candidez, me preguntó:
“¿Quieres darme por detrás? ¿Quieres romperme la colita?”
Su tono era casi infantil y lo que tenía entre las piernas parecía hervir con verdadero fuego. Me abalancé sobre ella descontrolado y besé sus muslos con mucho agrado, deseando impregnarme de su aroma.
Aunque al principio, se reía de mi descontrol, sus suspiros se tornaron más profundos cuando la lamía extensivamente sus muslos, acercándome más y más a aquella oquedad que parecía ofrecer el más agradable de los placeres, hasta que llegué a un punto donde exclamó:
“¡Ya, para y métela, por favor!”
Y con el mismo recato que tengo con mi mujer, enfilé hacia su esfínter y empecé a bombear despacio.
Cuál fue mi sorpresa, al ver que dilataba su esfínter con relativa facilidad. De hecho, el glande ingresaba con tal posesión, que aquel roce que me vuelve loco de mi esposa, era prácticamente inexistente en Karina y me daba para pensar la cantidad y tipos de hombres que la habrán sodomizado.
Aun así, para ella era todo un agrado. Me contó mientras bombeaba dentro de ella, que muchos de los hombres con los que había estado habían visto la serie de desnudos donde trabajó y que en uno de esos episodios, su rol trataba de una muchacha “adolorida” en esa zona, puesto que su novio moreno no paraba de transitarla y para más de alguno, representó una fantasía frustrada.
Admito que fui irresponsable y no me protegí con un preservativo (lo cual sigue siendo un riesgo para ambos, en especial, teniendo sexo anal), porque estaba ilusionado con inundar sus intestinos con mi leche. Pero en vista que aquello perdía de a poco su entusiasmo, suspiré y le consulté a Karina:
“Oye, ¿Y tú te cuidas?”
“¡Claro! Cuando trabajo, uso un diafragma… ¿Qué haces? ¡Nooo!” exclamó, pero ya era tarde: ya había cambiado de agujero.
Lanzó un quejido profundo cuando sintió mi glande incrustarse con mayor facilidad entre sus piernas, que no fue de rechazo al hacerlo y que inclusive, le hizo menear sus caderas hacia atrás, buscando la completa penetración.
“¡Solo, no te corras adentro!... ¡No te corras adentro!... ¡Por favor!... ¡Cuando te vayas… a correr… solo sácala!... ¡Sácala!... ¡Sácala!” me ordenaba, aunque por el tono de su voz también estaba disfrutando del roce de nuestras carnes.
“¡Tú sabes que… si incluso me corro afuera… puedo embarazarte igual…!” espeté, bombeando con mayor entusiasmo.
“¡Noo!... ¡Tienes que sacarla!... ¡Yo ya cerré… la fábrica!... ¡No quiero… más guaguas!... ¡Menos… del esposo de una fan!” exclamó, aunque al agregar lo último, sintió un orgasmo.
Seguí bombeando y era una verdadera delicia. Fluía constantemente y por el tono meloso de su voz, se notaba lo mucho que lo disfrutaba.
“¡Máaas!... ¡Máaas!... ¡No la saques!... ¡No la saques!” suspiraba despacio, casi susurrando.
“¡Aunque quisiese, no podría! ¡Se hincha demasiado!” le respondí, aferrándome de su vientre con fuerza.
Mis estocadas eran profundas y dado su menudo cuerpo, la sacudía completamente.
“¡Mhm! ¡Qué rico!... ¡Qué rico!... ¡Córrete adentro!... ¡Ahhh!... ¡Lléname!... ¡Lléname bien!... ¡Hacía tiempo… que no me la clavan así!... ¡Vamos, vamos!... ¡Sí, adentro!... ¡uhm!... ¡Bien adentro!... ¡Te siento!... ¡Síiiii!... ¡Te siento rico en mí!... ¡Ahh, qué rico!... ¡Qué rico!... ¡La siento tan caliente… y tan dura!... ¡Ahhh!... ¡Ahhh!... ¡Ahhh!”
Mis embestidas eran largas, profundas y agiles, sabiendo que su ritmo era más rápido que el de Marisol y cuando acabé, quedamos paralizados completamente. Podía sentir su cuerpo contraerse sobre mi falo, estrujando hasta la última gota de mi ser y verterla a través de su hendidura, de una manera asombrosa.
“¿Sabes?” preguntó ella, cuando pudo recuperar el aliento. “Por hacer eso, yo cobro más caro…”
Me puse nervioso al escucharla, imaginando una tarifa gigantesca…
“Pero yo creo… que para ti… te habría dado muestras gratis.”
Reposamos lado a lado, tendidos en la cama, guardando silencio, esperando poder salir de su interior. Me sentía bien y satisfecho y realmente, no tenía nada que decir.
Sé que en otras instancias, habría dicho que la amaba o algo por el estilo, pero me parecía que quedaba implícito que lo nuestro no era perdurable, sino que una calentura vacacional.
Pero eso sí me tomó tiempo confesárselo a mi esposa: que el sexo con Karina me pareció mejor.
Nunca me es fácil admitir que otra mujer tiene mejor aguante que mi esposa y les ruego que no piensen de mí como un bruto insensible y egoísta.
Pero desde el comienzo de nuestra amistad, he sido bastante honesto con Marisol.
De hecho, uno de los motivos por lo que me esmero en detallar estas experiencias se debe a que a mi esposa y mejor amiga le hace feliz: con cada relación que llevo a cabo, las voy seduciendo y enamorando, hasta eventualmente terminar en la cama, haciendo a su vez, que nosotros mismos nos volvamos a enamorar.
No obstante, imagino que este debe ser el riesgo de los hombres y mujeres que aceptan llevar cornamentas: que aquel objeto de su afecto encontrará a alguien mejor que ellos y eventualmente, los termine reemplazando, por un mero capricho que ellos mismos se buscaron.
De más está decir que cuando se lo conté a mi esposa, rompió en un poderoso llanto y me preguntó si acaso quería dejarla, si nos divorciaríamos o si acaso huiría con Karina, a las que todas respondí que no.
El sexo con mi esposa es bastante bueno e incluso, lo practicamos casi todos los días. Pero también hay aspectos emocionales que me impiden alejarme de mi esposa y no se debe a que ella aguante este tipo de situación (ya que como podrán intuir, nunca ha sido mi intención engañar a Marisol y he tratado de tomar con relativa seriedad los votos que acepté cuando la hice mi mujer), sino porque he alcanzado un gran número de ideales que me había forjado de soltero: tener una linda esposa, una familia, una cómoda casa y poder brindarles los recursos adecuados para mantenerlas.
Y fue ese el motivo por el que terminé contándoselo tras finalizar nuestras vacaciones y regresar a Melbourne.
En realidad, ni siquiera podría estar seguro que Karina fuese mejor que mi esposa en la cama. Tuve que explicarle que me atrajo mucho la diferencia en los ritmos y que era esto lo que me hacía cansarme con mayor facilidad, además del mayor aguante en comparación con mi esposa.
No era la primera vez que me ocurría. Con mi vecina Fio, por ejemplo, éramos capaces de darle por 5 horas seguidas, pero aun así, al final del día, quería estar con mi esposa y hacer el amor con ella de una manera decente, que la dejase satisfecha. Incluso, terminé aburriéndome de Fio, puesto que lo suyo era la sumisión y que la tratasen como puta (que incluso, se volvió una por un tiempo) y como no la amaba, volví al final con mi mujer.
Intentamos cambiar los ritmos con mi esposa en la cama, pero fue frustrante para ambos, puesto que con Marisol me encanta ser más delicado y meticuloso y para ella, resultaba doloroso e incómodo tratar de llevar el nuevo ritmo que Karina establecía.
Aun así, cuando acabamos, quedamos rendidos uno encima del otro y tuvimos uno de esos momentos cercanos, donde nos dimos cuenta que nuestra felicidad permanecía haciendo las cosas que nos gustaban, al ritmo que nos agradaba y que en cierta forma, tornaba a Marisol en una persona especial y única.
Pero me he desviado del final de aquella deliciosa tarde con Karina. Al final, alrededor de las 6, decidimos ir a bañarnos.
Nos besamos con ansiedad y ella fue disfrutando cada caricia que hice sobre su cuerpo, embadurnándolo con jabón y sobando suave y cariñosamente sus pechos, su cintura y su trasero, como había hecho esa misma mañana.
Ella, por su parte, se encargó de enjabonar bastante bien mi pene, hasta dejarlo reluciente y alzado y me fue natural que empezara a rozarla por sus nalgas.
“¿Me quieres dar por atrás otra vez? ¿Qué va a decir Marisol, cuando te note seco?” replicó, con una voz encendida, pero desafiante, sin parar de meneármela un solo segundo.
La besé por el cuello y le di unas lamidas, que le hicieron estremecerse.
“No se va a dar cuenta, porque siempre tengo leche para ella…”
Se dio vuelta y me abrazó, besándome profundamente en los labios y rozándome con su vulva, de manera tentativa.
“Siempre, un manantial calentón de leche para ella, ¿No?” espetó, haciéndome un coqueto mohín.
Quería que la llenase una vez más, pero yo quería probar su ano y disfrutarlo, por lo que irrumpí con besos, adosando mi erguido glande entre nuestros cuerpos y volteándola suavemente, tomándola de su cintura.
El chorro de agua la hacía ver más deseosa todavía y fue más excitante para ambos, al ir lamiendo su húmeda espalda y besándola, dándole extensos chupetones y sumergiéndola en un éxtasis, ansiosa por ser penetrada una vez más.
Eventualmente, llegué a mi objetivo y empecé a tontear con ella, para que recibiera el pedazo de carne que ardía por entrar. Pero dado que ella es más bajita, tuvo que empinarse para poder recibirla y con eso, sus muslos se tensaron, haciendo que su ano se contrajera en demasía.
Ella también lo notó y soltó un profundo quejido, al sentir la obstinación, el ardor y la fuerza por la que mi pene se hacía pasar.
Y cuando la sintió adentro, su cuerpo volvió a relajarse, disipando toda aquella resistencia como por arte de magia y brindándome una de las sensaciones más sublimes y peculiares que había vivido hasta esos momentos.
Empecé a retirarla suavemente, pero cuando lo hice, ella una vez más se empinó y todos esos sentimientos revivieron, por lo que volví a pujar lentamente dentro de ella y repetimos el ciclo de manera paulatina, hasta que nos fuimos acoplando, acelerando el ritmo cada vez más rápido.
Si bien, el anillo de su esfínter me permitía entrar con bastante facilidad, cuando se empinaba y yo me retiraba, se apretaba de tal manera, que podía sentir cómo me iba estrujando de manera insaciable.
Mientras tanto, ella se apoyaba y se soltaba de la pared de nuestra ducha, tensando sus dedos al extremo y quejándose agradada de las sensaciones que evidentemente, a ambos nos envolvían.
Pero al final, su cuerpo terminó relajándose. Para entonces, mis embestidas eran furiosas y profundas, al punto que estrujaba mis testículos por encima de sus nalgas cuando la penetraba y lo único que yo buscaba era acabar.
El ardor sobre mi glande se sentía como una luminiscente brasa y cuando acabé, mis profundos espasmos explotaron una vez más, dentro de su maravilloso ser.
Ella suspiraba, sintiendo mi leche bañar sus intestinos y tratando de recuperar la compostura. Nuevamente, en mucho tiempo, le habían vuelto a dar por la cola de una manera diferente y poderosa y a pesar que la mía tal vez no era ni la más larga ni la más gorda, le había brindado el placer suficiente para al menos, hacerla recordable.
Fue este el motivo que, una vez que desenfundé con sorprendente facilidad y que la lavé un poco de aquellos contenidos extraños, ella se colocó una vez más de rodillas y lamió la punta con deseo y agradecimiento.
Al salir del baño, ya era noche. Recién entonces reaccioné, pensando qué habría hecho mi esposa al pasar por fuera de la habitación de Karina, en compañía de mis hijas.
¿Habrá asomado el oído para escucharnos? Improbable, porque ¿Cómo le explicaba a nuestras hijas, sin que la imitasen?
“¡Estoy muerta!” exclamó Karina, tendiéndose contenta en la cama, envuelta solamente en la blanca bata del hotel. “Tu esposa tenía razón: estos masajes bien que te relajan…”
“¡Me alegro que te haya gustado!” le respondí, dándole la más gentil de mis sonrisas. “Yo todavía sigo tenso… pero pienso que mi esposa me podrá tranquilizar un poco más…”
Y ella se tornó en la cama, en una pose seductora, como las de los catálogos de ropa interior femenina, demarcando bien su enorme cola, su cintura de avispa y esos pechos que medio se asomaban bronceados desde su bata, prometiendo placer para los afortunados que posasen sus manos en ellos, mientras que sus ojitos verdes resplandecían coquetos y brillosos y esa boquita parecía desear más besos y caricias, augurando mayores placeres carnales…
“Si te hubiera conocido cuando ibas en la universidad… estoy segura que me habría evitado un montón de dolores de cabeza y mi vida habría sido otra…” sentenció, casi como un reproche a sí misma.
La besé en la frente y salí, ya que como les mencioné, extrañaba ya a mi esposa y a mis hijas y quería volver a verlas.
Al entrar a nuestro departamento, me encontré con un par de maletas ya armadas y con mi esposa sentada en el sofá, viendo televisión mientras nuestras niñas dormitaban en pijama a su lado.
Al verme, su rostro se encendió y colocando mudo al televisor, susurró bien despacio:
“¡Ahí, pedí que te guardaran un poquito la cena! ¡Las niñas quisieron esperarte, pero se cansaron y se durmieron!”
Efectivamente, una elegante bandeja con ruedas, con una brillante cubierta auguraba el delicioso banquete de asado a la plancha con arvejas y papas, que mi cuerpo tanto necesitaba.
Decidí sentarme al lado de mi esposa y brindarle algunos ocasionales bocados de carne, que ella probaba juguetona, hasta que mis niñas volvieron a despertar.
Me abrazaron suavemente y me hicieron cariño, sin hacerme preguntas y al igual que lo estaba haciendo con su madre, les di algunos pedacitos de carne.
Luego, tomé a ambas de la cintura, como si fuesen troncos, mientras ellas pataleaban divertidas, haciendo ruidos como que volaban y las acosté en sus camitas.
Y con mi esposa, nos besamos cariñosamente y le fui haciendo el amor de manera pausada y tranquila, haciendo que se llevara un agradable placer al apreciar que la contienda anterior me había agotado casi por completo y que ella, tras una interminable experiencia de casi 2 horas, hallaba el mismo placer que con un tremendo esfuerzo pude brindarle yo, antes de colapsar rendido por el cansancio.
Y para finalizar, al día siguiente, una vez más, alrededor de las 10 de la mañana, apareció Karina para despedirse. Abrazó delicadamente a mi esposa, mientras miraba indecisa hacia mí.
“¿Y ahora, me vas a buscar por internet?” preguntó, en un tono coqueto y burlón.
“¡Para nada!” respondí, para sorpresa de ella y de mi esposa. “Si veo tus videos, veré a una muchachita calentona y coquetona, que en nada se parece a la mujer sensual y virtuosa que eres hoy en día… así que no… no voy a buscarte…”
El comentario claramente la conmovió, pero ella, estoica, se mantuvo con una leve sonrisa. El último beso en la mejilla que Karina me dio lo noté largo, interminable y profundo, aunque mi esposa me asegura que duró tan solo unos segundos.
Y cuando volvimos a Melbourne, mi esposa me anunció que la seguiría por instagram, Facebook y las otras redes sociales.
Le pedí que no lo hiciera, puesto que por la vida que ella y yo llevábamos, no habría tiempo para que volviésemos a congeniar y le convencí que era mejor dejar las cosas así…
Que mi esposa sería, probablemente la única fan, cuyo esposo había sido capaz de satisfacer a su Diva y que cuando le preguntaran a Karina sobre su intimidad, parte de esa sonrisa sería por la memoria de la escapada que habíamos vivido en esos días.
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