EPISODIO 5: MI VERANO MÁS CALIENTE
Con el paso del tiempo fui viendo que efectivamente, todo aquello de tocarnos el uno frente al otro debía de volver a Sandra igual de loca que a mí porque durante los cuatro o cinco días siguientes, cada vez que mis padres aprovechaban para viajar a algún pueblo cercano o irse a la playa, siempre me ofrecía (y si no, lo hacía yo) ir a su cuarto a “jugar”.
Nuestras actividades habían cambiado completamente. De hecho, la atracción por el morbo de nuestras pajas juntos era tanta que habíamos dejado de ir a la playa. A pesar de estar ya en agosto, nuestro cuerpos, aunque morenos todavía, empezaban a palidecer de nuevo al haber ido dejando de salir de casa. ¿Qué puedo decir? Está claro que no sería el más moreno a la vuelta a mi ciudad, pero tendría los huevos más vacíos de toda la provincia.
La erótica rutina de aquellos días era apasionante. El intercambio de miradas cachondas que nos dirigíamos en las comidas o cada vez que nos cruzábamos por la casa cuando nuestros padres estaban a lo suyo era muy estimulante, la verdad. Después, en cuanto veíamos que nos dejaban un hueco libre, íbamos el uno hacia el otro y nos hacíamos la pregunta en clave: “¿No tienes calor?”. Y siempre lo teníamos.
Me agarraba y me llevaba con ella a su cama. Una vez allí, hay que reconocer que sabía invertir en preliminares. Me hacía quedarme mirando a la pared durante un par de minutos, mientras se maquillaba un poco, se peinaba, se echaba perfume y elegía un conjuntito con el que ponerme cachondo. A veces me preguntaba por el tipo de prendas o colores de lencería que prefería. Otras veces me hacía hasta sugerencias “Con este sujetador tan cuco que te tengo preparado te vas a correr en menos que canta un gallo, ya lo verás”.
Le encantaba ser una show girl. Y por fortuna lo era, mi show girl privada. Y por alguna extraña razón que trasciende a todo morbo, todo eso le encantaba. Le encantaba crear esa expectación en mi. Ser mi putita. Hacer que me corriese en su honor. Supongo que es algo que gusta a todas las mujeres, pero en el caso concreto de mi prima, aquello había alcanzado la categoría de deporte.
Una vez terminaba de prepararse a todo correr, era cuando me decía aquello de “¡Ya puedes mirar!”. Yo abría los ojos y la veía con las más potentes e inesperadas piezas de lencería erótica. El repertorio incluía todas las prendas y colores posibles, el armario de mi prima era como el de una modelo de revista erótica. Cada día el modelito que se ponía para mí era distinto, pero siempre conseguía volverme loco, siempre daba en el clavo conmigo. Aunque con ese cuerpazo de vicio y la cantidad de hormonas que había en el ambiente, lo difícil era no acertar.
La gama era inacabable. Sujetadores sencillos, de pedrería, apretados, con lacitos y adornos o con push up. Después, cuando le miraba la parte de abajo, me encontraba con rompedoras braguitas, tangas o culottes, de todos los colores y texturas. Algunos transparentaban su chochito a través de la tela jugando con las transparencias, otros dejaban más lugar a la imaginación. Era delicioso pajearse frente a una chica así y ver lo halagada que podía llegar a sentirse con mis cuantiosas corridas.
Lo más morboso de todo es que seguramente toda esa ropa interior subida de tono la habría traído en la maleta con la idea de mostrárselas al gilipollas de Carlos, pensando que mi madre les iba a dejar dormir juntos. Pero no, era nada menos que yo quien estaba disfrutando de lo lindo con su enorme facultad para ponerse sexy y hacerme erectar con el más sencillo de los gestos. Al final, al menos, había terminado amortizando todos aquellos conjuntos picantes, aunque no con quien había imaginado en un principio. Paradojas.
Poco a poco, las pajas normales fueron dando paso a sesiones más pedagógicas. Ella se acariciaba suavemente sus jugosos y juveniles pechos, haciendo una especial presión en las puntas de sus pezones con sus dedos pulgar e índice y me decía “¿Ves Alex? A una mujer hay que tocarla así, con suavidad pero apretando hacia el final, preparándola para algo más duro”, decía con segundas mientras miraba mi polla de reojo, con una sonrisa encantadora.
Después, en cuanto se apartaba un poquito las bragas, me explicaba como tocar el clítoris de una chica. “Primero lo tocas suavemente de arriba abajo. ¿Ves este extremo pequeñito de aquí? Cuando veas que ya estamos mojaditas, tienes que hacer presión en esta punta y girar el dedo en círculos. Vete palpando el coño de vez en cuando y, cuando veas que te cabe un dedo, mételo lentamente. Seguro que triunfas.”. Ella acompañaba sus explicaciones con ejercicios a tiempo real.
Yo seguía apasionado todos y cada uno de sus movimientos. Escuchaba los cambios irregulares y profundos en su respiración, observaba como el furor sexual iba encendiendo sus mejillas y como el ascenso hacia el orgasmo iba haciéndola sudar sensualmente por cada uno de los poros de su piel, haciendo su fantástico cuerpo de Afrodita brillar a su vez con los reflejos del sol. A lo tonto, lección tras lección, estaba aprendiendo mejor que nadie cómo darle placer a mi primita, y eso me sería de una enorme utilidad para lo que vendría poco después.
Llegaba un momento en el que ya no podía aguantar más. Ella se daba cuenta rápidamente y me preguntaba servicial “¿Se te han hinchado ya los huevos primito? ¿Quieres descargar encima de mí?”. Normalmente me brindaba su espalda para que acabase, algo que ella había bautizado con el coqueto nombre de “echarle la crema para el sol”. Sin embargo, un buen día me atreví a decirle:
-Sandra, tus tetas me vuelven loco, ¿Puedo correrme en ellas?
Ella se puso un adorable dedo en la barbilla, como reflexionando, inclinando divertidamente la cabeza hacia uno de los lados.
-Vale, pero ya sabes las normas, no te voy a hacer ninguna cubana –y tras puntualizar eso último, se incorporó hacia mi polla poniendo recta su espalda, juntando sus pechos con sus manos y mirándome a los ojos, diciéndome mimosa- Intenta no ponerme del todo perdida de leche como haces siempre primito, que a este paso no me va a hacer falta protección solar para lo que me queda de vida.
-Vale… -le dije cachondísimo y preparado para el manguerazo- Vamos, anímame…
Entonces ella puso una voz grave y sensual, mientras hacía frotar sus tetas la una contra la otra, como si quisiese hacer un fuego:
-Venga primito –me suplicó- córrete en mis tetas, vamos, lo estás deseando. Date prisa que llegarán tus padres, venga, dámela toda…
-AAAAARRRGGGHHHH –mi polla estaba tan dura en aquel momento que las primeras ráfagas de mi semen impactaron más arriba de lo debido, primero en su cuello y después en su barbilla. Entonces agarré mi polla más fuerte y la domé tirando hacia abajo, rociando la zona de su escote y calando más tarde sus jugosos pezones. Mi lefa se quedó primero pegada a su piel, blanca y espesa, pero a los pocos segundos empezó a bajar hacia abajo, embadurnando todas sus tetazas y provocando en mi prima un adorable gesto de fastidio, acompañado de una de sus habituales quejas:
-Joder, Alex –decía mientras se limpiaba- Otra vez igual. ¡No sabes ni apuntar! ¡Y hay que ver cuanto te corres! ¡Nunca dejas de sorprenderme, chico!
Y yo me descojonaba, alegre.
Y así, entre una cosa y otra, llegó la fatídica y última semana que pasaría mi prima en nuestra compañía. Su estancia se me había hecho más que fugaz. Durante su breve presencia, a mí, un pajillero con palmas callosas de pelotari, se le habían desvelado todos los secretos de la masturbación femenina. De hecho, había aprendido más anatomía en ese breve periodo vacacional que en toda mi trayectoria escolar. Para mí estaba claro, lo que fallaba en este país no es el sistema educativo en si, sino la carencia de clases prácticas. Mi prima era una gran profesional de la enseñanza en ciernes.
Pero por otra parte, la verdad es que todo era bastante patético. Me sentía todo un experto pero, al fin y al cabo, ¿Qué había hecho? Mi prima ni siquiera me había tocado. Eran, de nuevo, sus malditas normas. Haber sido capaz de traspasar la gruesa barrera que había entre mi prima y yo hasta ese punto pero seguir sin ser todavía capaz de tocarla me parecía, después de pensarlo un rato, muy demigrante.
O sea, me había mostrado su pedazo de cuerpo, se había tocado frente a mí y hasta se había corrido a escasos centímetros de mí, pero no había habido contacto. ¿Contaba eso como perder la virginidad? Tendría que escribir a la Super Pop planteándoles la cuestión.
El caso es que estaba tremendamente preocupado. Mi tiempo se acababa. Dentro de poco tiempo mi prima volvería a su ciudad, y yo volvería a mi rutina onanista. Mi destino era tozudo y presagiaba miles de pajas con el canal plus codificado. Mis colegas de instituto volverían en septiembre chuleando de la de tías que se habían ligado aquel verano. A buen seguro que más de uno aportaría pruebas y relatos sobrados para hacerse con el preciado título de fucker de clase. Desde luego, a ese paso, yo no estaría ni entre los nominados de ese año. Bueno, lo cierto es que tampoco me hubiesen creído.
Había otra perspectiva a largo plazo que me afligía todavía más, si cabe. Había oído que las mujeres tenían un sexto sentido para oler la virginidad y que, cuando un tío ya había follado, desprendía un tipo de feromonas animales rarunas que les hacía saber que eras un macho alfa, volviéndose todas potencialmente percutibles. En aquel momento yo lo tenía claro, apestaría a virgen durante toda mi vida. Ocuparía el despreciable fondo de la pirámide sexual. Estaba obsesionado. No obstante, pronto ocurrió un milagro que proyectó un gran rayo de sol en mitad de todos esos nubarrones que cubrían mis expectativas.
Fue en una cena, mi madre estaba repitiendo lo mucho que iba a echar de menos a mi prima cuando se marchase. Decía que se había portado muy bien, que nos había hecho a todos muy felices (no sabía cuanto) y de repente añadió:
-… y pensar que no sabemos si estaremos aquí para despedirnos de ti…
Yo salté como un resorte.
-¿Perdona mamá? –pregunté sorprendido.
Mi padre carraspeó levemente y habló en su lugar:
-Si bueno… no queríamos decíroslo porque todavía no es completamente seguro, pero es más que probable que tengamos asistir al funeral de la tía Paca.
Mi tía Paca era la hermana de mi abuela paterna. Vivía en una ciudad a 500 kilómetros de donde estábamos. Yo apenas había pasado un par de ratos con ella cuando era niño. Aun así, guardaba un buen recuerdo de ella. Siempre me daba unos caramelos de menta de esos típicos de las abuelas, que al abrirlos están pegajosos y fundidos con el papel y tú piensas que van a ser una puta mierda caducada pero, a los segundos de tenerlos en la boca, te abrían hasta el bronquio más perezoso. Me preocupé bastante.
-¿Ha… ha muerto? –pregunté.
-Está en las últimas –contesto sombríamente mi padre- la pobre tiene ya 95 años.
-Lo más probable –añadió mi madre- es que si al final ocurre lo peor, Dios no lo quiera, lo más seguro sería que viajáramos hasta su ciudad para poder despedirnos de ella en condiciones, y quedarnos un par de días para consolar a Susana y Miguel (sus hijos, los primos de mi padre), que estaban muy unidos a ella.
“¡Oh si joder de puta madre!”, me salió decir para mis adentros. Poco después me avergoncé de mi mismo al darme cuenta de que, en el fondo, deseaba que eso ocurriese. Era miserable. Un puto egoísta y un monstruo. ¿En quien me estaba convirtiendo? Vale que no había tenido apenas relación con la tía Paca pero joder, me di cuenta de que lo estaba llevando todo demasiado lejos.
Aunque por otra parte… la tía Paca era ya mayor. Qué cojones mayor, era un dinosaurio, pariente lejana del trilobites. En definitiva, ¿Qué mejor forma de irse de este mundo que haciendo un último favor a tus seres queridos? Además la pobre estaría sufriendo y lo mejor para todos sería que aquel trance acabase cuanto antes para ella. ¿Qué arreglaría el que su vida se prolongase unos pocos días más? En cambio, lo mío era vital, unos días más podrían implicar fácilmente un año más de pesada y sufrida virginidad, era una situación límite.
Aquella noche, por inverosímil que pueda parecer, soñé con la tía Paca. Ha sido uno de los sueños más reales y a la vez absurdos que he tenido en mi puta vida. Fue casi cómico. Básicamente, en el sueño era de noche y ella se me aparecía en el cielo estrellado, rollo el padre de Simba en el rey León.
Entonces se dirigía a mí: “¡Hijo! ¡Cuéntale a tu tía! ¿¡De verdad deseas follarte a la guarra de tu prima!?”. Yo miraba al cielo emocionado (contado ahora sé que suena muy rotodosiano, pero en aquel momento las emociones estaban a flor de piel, os lo aseguro). Le contesté, “Tita, lo siento. Lo siento pero es mi última oportunidad para follar, necesito estrenarme tita, ¡Esto es muy importante para mí!”.
Ella me contestó, tras una breve pausa, “De acuerdo hijo mío… lo haré, lo haré por ti! ¡No sea que en el pueblo se piense la gente que eres marifloro! ¡Espero que el Altísimo me lo tenga en cuenta!”. La silueta blanca que formaba su figura comenzó a disolverse en el firmamento, “¡Gracias tia! ¡Siempre te recordare!” grité con lágrimas en los ojos.
Me desperté sobresaltado por lo jodidamente paranormal del sueño. Miré a mi alrededor. Ya era de día. Palpé mi cuerpo acalorado. Joder, estaba enfermo. Se acabó, mi obsesión había llegado demasiado lejos. Me prometí a mi mismo que cuando a mi tía Paca le llegase la hora, fuese cuando fuese, yo iría hasta su ciudad y asistiría a su funeral.
Bajé a corriendo a desayunar y allí me encontré a mis padres con cara de pena. Lo supe al instante.
-Se despidió de todos esta misma noche –me contó mi padre visiblemente impactado, mientras yo veía que mi madre estaba luchando por contener las lágrimas- estuvo consciente hasta casi el último minuto y dijo “No hace falta que molestéis a los chavales, que vengan solo mis hijos y mis sobrinos”.
A día de hoy, sigo convencido de que aquella noche fui capaz de establecer una conexión astral de la hostia con mi tita Paca, que en paz descanse. Podéis reíros si queréis, en el mundo pasan cosas muy extrañas y nadie sabe de todo.
Justo después de desayunar, mis padres se pusieron a hacer las maletas para irse a la ciudad de mi ya difunta tía. Se pasaron todo el día discutiendo entre ellos sobre donde metían tan o cual cosa o sobre si el coche estaba puesto a punto y ese tipo de chorradas.
Yo estaba algo de bajón y siempre que mis padres no andaban cerca, mi prima se me arrimaba y me acariciaba cariñosamente la parte de detrás del cuello. Tampoco es que estuviese hundido pero lo cierto es que encontré a mi prima más amorosa que nunca. ¿Sería posible que el erotismo hubiese evolucionado a esas alturas hacia un sentimiento más elevado? Rezaba porque no fuera así, eso si que traería problemas.
Una vez ya lo habían preparado todo, mis padres nos llamaron a mi prima y a mí abajo. Mientras mi padre cargaba el equipaje en el maletero, mi madre se puso de pie frente a nosotros, dándonos una serie de instrucciones al estilo militar, estableciendo el nuevo orden de rangos en la casa.
-Sandra –dijo mirando a mi prima- ahora tú eres la más mayor y la responsable del lugar. Confío en ti.
-Gracias, tía –le respondió mi prima con una sonrisa- te garantizo que nos las sabremos arreglar muy bien.
Eso último lo dijo mirándome por el rabillo del ojo, la connotación de sus palabras me produjo ya por lo pronto una media erección.
-Lo dudo bastante –respondió escéptica mi madre- mi hijo no sabría valerse por si mismo ni de broma… ¡Recuerda! ¡Ahora tu eres su niñera!
-¡Mamá por favor! ¡Cállate! –le solté yo mientras mi prima reía dulcemente.
La legendaria facultad de las madres para ponernos en ridículo no conoce de límites, como sabéis. Tras despedirnos de mis padres y después de que mi madre terminase de darnos todos los números de la guía telefónica por si sucedía algún tipo de emergencia (algo que, descartando la embolia fálica, se hacía harto improbable), el coche marchó a su destino.
Nosotros permanecimos diciendo adiós con la mano frente al porche. Cuando este hubo desaparecido, bajamos la mano y nos miramos el uno al otro. Mi prima me lanzó una de sus mejores y más calientes sonrisas:
-¿Has oído lo que ha dicho tu madre, Alex? Ahora yo soy tu niñerita –me dijo en un tono picante.
-Jajajajaja joder Sandra –no podía hacer otra cosa que reírme ante el comentario.
-¿Te vas a portar bien o no? –me preguntó arqueando una ceja- ¿Me vas a hacer caso en todo lo que te pida?
-Por supuesto –le contesté yo, siguiéndole el rollo- Dalo por hecho.
Entonces me agarró fuertemente de la muñeca y me metió en casa, cerrando fuertemente la puerta. Se aproximó al sofá y, sin previo aviso, se aflojó los leggins oscuros que llevaba esa mañana para andar por ahí y se quedó con unas braguitas rosas frente a mí y una camiseta ajustada de color verde claro.
Apoyó cómodamente su espalda y cabeza en el respaldo, extendiendo sus finos cabellos, que llevaba ese día recogidos en una coqueta diadema a juego con su camiseta. Entonces me dirigió una mirada que quemaba más que el fuego.
-Ponte de cuclillas en la alfombra ahora mismo –me ordenó señalando un hueco justo frente a ella.
Yo obedecí, me puse de cuclillas frente a su coño, a un metro escaso. Ella apartó sus bragas a un lado y se toqueteó su ya lubricado clítoris. No sé como lo hacía, pero siempre se las apañaba para estar mojadita conmigo.
-¿Te acuerdas de nuestra última lección? –me pregunto mientras subía y bajaba uno de sus dedos a lo largo de su húmeda rajita- ¿Sabes lo que te dije que nos volvía locas? ¿Eh? ¿Te acuerdas?
Yo me puse de rodillas y me desabroché los pantalones, después me bajé los gayumbos. Acerqué mi cara a ese coñito tanto como pude para no perderme ni un movimiento.
-Si, eso es… acércate y toma nota, aprende como se hace. Algún día tendrás que hacer así de feliz a una mujer –me decía ella mientras introducía levemente la punta de su dedo corazón en su cada vez más ancho agujerito, haciendo sonar el chapoteo de sus jugos.
-Uffff- suspiró- ¿Sabes? Para serte sincera, cuando veíamos la tele con tus padres, fantasee varias veces con que jugábamos aquí… Y mira tú por donde… Joder…
Ella cerró los ojos y apoyó su cabeza completamente en el respaldo del sofá. Aproveché que no miraba para acercarme más y más. No podía aguantarlo, tenía que tocarla. Tenía que sentirla. A medida acercaba mi cabeza, ella seguía tocándose con frenesí. Mi nariz se encontraba ya a escasos 30 centímetros de su chocho y podía oler el aroma de ese rico flujo fresco viniendo hacia mí. Mientras captaba su aroma me la iba pelando con una mano, como un mandril.
Ella empezó a hacer unas sensuales olas con su vientre. Le miré a la cara y ella ya gemía alto, completamente ruborizada. Él momento se acercaba, era entonces o nunca. Alargué la mano que mantenía libre para la paja y toqué su coño. Ella de repente paró de mover su mano, pero en cambio, no inclinó su cabeza hacia mí ni me miró. De repente, sin decir media palabra. Saco el par de dedos que tenía en su chocho y me agarró de la mano, haciéndome extender mi dedo índice y tirando de mi mano hacia ella para que se lo metiese hasta el fondo. Dios. Sentí el calorcito de su interior pidiendo más de mí.
Empecé a mover ese dedo como tantas otras veces había visto hacerlo a mi prima. Primero hacia dentro y hacia fuera, después hacia arriba y hacia abajo. Iba notando como mi prima comenzaba a echar más y más flujo, empezando a gotearme todo por el dorso de la mano. Sin duda, estaba mucho mas cachonda ahora que cuando se tocaba ella sola.
Sus múltiples sonidos y muecas de placer la delataban, ahora emitía pequeños chillidos contenidos, como si estuviese llorando a escondidas. Estaba muy mojada y abierta. Entonces metí otro dedo más en su coño y levanté los dos hacia arriba, haciendo un gesto hacia mí como de llamar a alguien, palpando la pared superior de su vagina a la altura del clítoris. Al hacerlo, toqué una textura rugosa y muy hinchada que hizo que mi prima comenzase a chillar como una loca y a sufrir espasmos del gusto en las piernas.
-¡¡Jodeeeerrr primooo, que bien te he enseñado joderrr!! –me decía en una agudo grito, entre risas y gemidos intercalados- ¡Sigue así, sigue así joder…! ¡Ahhh!
Yo seguí hasta que noté que se me dormían los dedos. Me dolían ya las articulaciones de la mano, pero no podía parar, mi prima estaba gozando como nunca, y por primera vez, yo era el responsable directo de todo ese disfrute.
Su coño rojito y brillante se mostraba ante mí en todo su esplendor. Noté que me llamaba. Entonces lo hice. Llevado por mis instintos, metí la cabeza entre sus piernas y sin sacar los dedos de su coño atrapé su clítoris con la boca, reteniéndolo dentro de ella y haciendo presión con mi lengua a la vez. Noté el boté de sorpresa que pegó mi prima y que movió todo su bajo vientre, noté también una de sus manos en mi cabeza.
Al principio esta mano pareció querer apartarme pero, segundos después, hizo el movimiento inverso, pegándome la cabeza contra su cuerpo. Ahogándome en sus flujos. Noté los jugos de Sandra bañar mi paladar. Yo comía, bebía de ellos. Como un loco. Dios, sabía a ella. Todo en ella era tan dulce y femenino, quería beber para siempre de aquella jugosa fuente del cuerpo fértil y seductor que tenia frente a mí, haciéndome enloquecer. Yo me lo trabaja todo como un loco, tragaba todo lo que ella me daba entre golpes en mi espalda y gemidos de placentero lamento.
Entonces, acompasando los movimientos de mis dedos y mi lengua, sobrevino en mi prima el fuerte orgasmo. Este sacudió su cuerpo como nunca antes había visto. Noté primero el tremendo temblor de sus piernas, seguido por el intento desesperado de separar mi boca de su coño, empujando mi frente con una de sus manos.
Yo no cedí a la presión y seguí moviendo mis dedos y mi lengua lo más rápido que pude. Entonces noté como dejaba ya de hacer fuerza y elevaba su fina cintura varios centímetro por encima del cojín en el que había colocado su culito, proclamando un sonoro grito entre la gloria y el dolor que hubiese sido impensable de estar mis padres en casa, echando los brazos hacia atrás y mirando hacia arriba como si hubiese visto una aparición.
No pude verle la cara pero estoy seguro de que tendría los ojos en blanco y su boquita formaría una abierta “O”. Lo sabía todo sobre ella. Tardó varios segundos en terminar de morir y bajar su coño a la altura previa, aunque tardó un poco más en contener sus irrefrenables temblores de placer. Pudo ser fácilmente el orgasmo más prolongado que había tenido hasta la fecha. Pero entonces, me apartó de golpe la cabeza de su coño. Estaba enfadada.
-¿¡Qué cojones haces Alex!? ¿¡Te crees que puedes saltarte las normas cuando quieras hijo de puta!? –aquello era nuevo, ya sabía que mi aparentemente dulce e inocente prima no era quien fingía ser, pero nunca la había escuchado hablar así.
-Mira –me dijo- porque me lo has comido de puta madre y me he corrido como una perra, que si no esto se acababa.
Yo contesté compungido:
-Lo siento Sandra, es que me pones tanto…
Ella pareció apiadarse y poner un gesto de desdén.
-Joder, sabes como ganarme, ¿Verdad primito? Ven, siéntate ahora tú, que te vas a enterar. Ha llegado la hora de que te pague con la misma moneda.
Me forzó a sentarme en el sofá, abierto de piernas y con mi polla tiesa apuntando al techo. Entonces ella se puso frente a mí, caminando a gatas como una perrita salvaje. El ángulo de visión era exquisito. Podía ver el voluptuoso contorno de su culo, el perfil de su cintura estrechándose y esos grandes y brillantes ojos de loba mirándome mientras se mojaba lentamente los labios con su lengua. Nunca había visto nada igual.
Cogió mi polla con una de sus manos y, moviéndola delicadamente hacia arriba y hacia abajo, ejerciendo la presión precisa, llevó al mismo tiempo la otra de sus manos a mis cojones, donde empezó a jugar con ellos como si fuesen castañuelas, masajeándolos rápida pero eficazmente, multiplicando mi placer.
-¿Sabes primo? Muchas mujeres no saben la importancia de saber tocar bien los cojones de un hombre… -me dijo mientras apretaba levemente mis testículos- ¡Dios, eres adorable! ¡Los tienes siempre tan llenos para mí!
Joder, era una combinación brutal. Mi prima me pajeaba con una dulzura carnal y manipulaba mis cojones como una auténtica diosa. Yo compaginaba ese placer con la visión del rico escote que dejaba a la vista su apretada camiseta y la imagen lateral de su culito desnudo. No podía más.
-Ah… Aaahh… Sandra… -no podía casi ni hablar.
-Dime primito…
-Chúpamela por Dios… Quiero correrme en tu boca –lo dije sin pensar, llevado por mi sobrehumana excitación.
Y así, con los ojos cerrados y la incertidumbre de si accedería o no a mis calenturientos deseos, noté que de repente un inmenso calor invadía el tronco de mi falo.
Abrí los ojos con sorpresa y miré hacia mi polla. Allí estaba mi prima con mi venoso nardo introducido en sus carnosos labios, sin perder ni un solo detalle de mis muecas de placer, mirándome fijamente a los ojos mientras acompasaba los movimientos de su cuello a los de mi pelvis, que dirigían mi polla una y otra vez hacia el fondo de su garganta.
Sus carnosos labios eran los de una auténtica experta. Primero rodeaba mi glande con ellos, apretándolo y dándole vueltas con la lengua por la parte inferior. Más tarde, pasó a introducir buena parte de mi polla en sus adentros y se puso a hacer una especie de gárgaras, provocando en mi polla un delirante efecto de hidro-masaje.
De vez en cuanto, sacaba mi rabo de su boca para escupir con rabia en su punta y volvérselo a meter en la boca hasta casi rozar su campanilla, como una actriz porno. Era increíble que se pudiese comer tan bien un nabo. No le hizo falta estar así ni un minuto para que me viniese como nunca antes.
Debió de notar las convulsiones de mis huevos. Se sacó mi polla de su boca en el momento preciso y me dijo:
-Hazme caso primito, dale a tu niñera toda la leche que tengas –abrió la boca mientras dejaba mi capullo reposar en su caliente lengua.
Ella apretó con más saña que nunca mis cojones y mi polla, sin perder ese matiz de femenino delicadeza y yo exploté en su paladar.
Quería cerrar los ojos y disfrutar de esa sensación al máximo, pero el morbo me pudo y entreabrí los ojos para observar como encajaba mi dulce prima esa super eyaculación. Vi como ella me miraba a los ojos excitada y varios chorros de mi semen blanqueaban todo el interior de su boquita. Mientras lo hacía, ella seguía apretando mis cojones, como quien ordeña a una vaca hasta la última gota.
-¡¡ARRRRRGGGGG SANDRA JODER QUE ME DEJAS SECO!! –grité suplicando piedad.
Vi como sus carrillos se llenaban de mi zumo. Al acabar, el semen prácticamente desbordaba la boca abierta de mi prima, como si fuese un estanque. Entonces ella cerró la boca y, sin dejar de mirarme, engulló de un solo golpe toda la gran cantidad de mi esperma. Yo me quedé embobado.
-¡Joder Sandra, que asco! –se me escapó- ¡Te lo has tragado todo! Yo creía que eso solo lo hacían en las pelis.
Ella se puso a reír, liberada.
-Es más normal de lo que piensas, Alex. Cuando una mujer… bueno, valora a un hombre, no tiene ningún problema en tragarse su leche. Dicen que es muy sano –y poco después añadió- además la tuya sabe bastante bien, se nota que comes de todo.
Joder, no había palabras para describir lo cachondo que me ponía. Sandra era así, no había hecho más que terminar de descargarme y ya me estaba poniendo burro otra vez. Era demencial.
-Mierda Sandra –le dije, todavía jadeando- me has dejado agotado. ¿Cómo coño lo haces?
Ella se pasó los dedos por las comisuras de sus labios, barriendo con ellos los últimos restos brillantes de mi semen que le habían quedado a modo de gloss.
-Debe de ser innato –me contestó sonriente- no eres el primero que me lo dice.
Me sentí celoso y le cogí del cuello. Nos echamos sobre la alfombra y nos pusimos a jugar, nuestros cuerpos rodaban más allá, sobre la moqueta, y mi pecho desnudo sentía el contacto directo de sus bufas, que se apretaban contra mi ser. Calientes.
En uno de los giros, ella quedó debajo de mí y yo la agarré de los dos brazos, contra el suelo. Intentó moverse pero la inmovilicé. Era mía. Ella me miraba ensimismada. Veía algo que no había visto antes. Entonces me acerqué, apretando sus muñecas. La besé apasionadamente. Ella no opuso resistencia, nuestras lenguas se entrecruzaron y la pasión surgida se vio pronto desbordada. Empecé a lamerle el cuello y a darle pequeños mordiscos en la barbilla. “Me vuelves loca”, susurró excitada de nuevo. De repente dijo más alto, “Bueno, ¡Ya basta!”. La cordura hizo acto de presencia y la solté.
Nos pusimos los dos de pie y nos vestimos del todo. Ella miró la hora y se llevó la mano a la boca en señal de sorpresa mayúscula.
-¡Ya son las dos! ¡Pero bueno! ¡Cómo pasa el tiempo! –me miró y me dijo- Supongo que alguien tendrá que hacer la comida en esta casa.
Se dirigió a la cocina y abrió el frigorífico. Soltó un grito.
-¡No hay nada!
Me asomé y lo vi. Efectivamente, con todas las prisas, a nuestros padres se les había olvidado que solían aprovechar justo ese día de la semana para hacer la compra y nos habían dejado prácticamente sin comida que preparar. Más tarde mi madre se acordaría de esto y llamaría a casa, lamentándose y pidiéndonos perdón. En ese momento se nos ocurrió lo más práctico, pedimos una pizza a domicilio.
Mientras la comíamos, yo disfrutaba con el espectáculo de ver la mozzarela deformarse elásticamente en los labios de Sandra. Ella devoraba con ganas la porción, recordándome a la escena que momentos antes había vivido en el sofá. En una de estas, se le cayó un trozo de pepperoni al escote. Ella fue a cogerlo pero yo me adelanté, comiéndomelo directamente de uno de sus pechos. Ella casi se atraganta entre la risa y me miró excitada:
-¿Sabes? Me da mucha pena que no hayas podido admirar mis dotes culinarias –siguió comiendo- Creo que te hubiese gustado.
Entonces se me ocurrió una gran idea.
-Oye, todavía queda la cena, ¿Porqué no aprovechas esta tarde para ir a hacer las compras al supermercado y me preparas una cena especial para la noche? A ver si eso que dices de tus dotes es cierto.
En un principio mientras lo decía me pareció bastante arriesgado, pero una vez lo hube dicho a mi prima se le encendió la mirada.
-¡Qué buena idea Alex! ¡Puedo hacerte alguna de mi especialidades! ¡Me parece genial!
Ya puestos, le eché todavía más huevos al asunto y seguí proponiendo:
-Y podrías… ya sabes, ponerte especialmente guapa para la ocasión –le sugerí.
-Alex, por Dios…
Vale, demasiado bueno para ser cierto.
-¡Esa es una idea buenísima!
¡Si! Era el puto amo. El puto, puto amo. Me lo había montado yo solo. Aquella noche sería épica. Estaba a solo un paso de follármela. A un solo paso de mandar mi virginidad al garete y empezar una nueva vida. A un solo paso de estrenarme en una extensa serie de experiencias sexuales que me forjarían como un marcho para toda la vida.
Cuando acabamos de comer me dijo:
-A ver, creo que lo mejor será que empecemos a cenar a las 9. Creo que a los dos nos gustará tener… -se calló un momento y me sonrió afinando deliciosamente su dulce voz- tiempo de sobra, ya sabes.
-Claro que si –corroboré.
-Entonces tengo solo 5 horas para comprar las cosas, hacer la cena y prepararme. Eso es muy poco tiempo. Sube arriba a echar la siesta si quieres, que yo limpió –y después puntualizó- y esta tarde tendrás que hacer tus propios planes, porque yo voy a estar muy ocupada preparando las cosas.
Dicho y hecho. Subí las escaleras hasta mi cuarto y allí, al poco de tumbarme, me quedé dormido como un tronco. Hacía muchísimo tiempo que no estaba tan relajado, supongo que se debía en parte al sueño acumulado que llevaba arrastrando por las noches anteriores de frenesí sexual e insomnio. Por no hablar de la pesadilla con la tía Paca, que me había obligado a madrugar aquella misma mañana.
El caso es que me quedé profundamente dormido y, al final, mi plan de la tarde consistió en dormir como una marmota. Me desperté con la boca pastosa, señal de que me había pasado con el tiempo de descanso. Estuve un buen rato girándome hacia un lado y hacia otro, somnoliento. Finalmente me decidí a agarrar el despertador y ver la hora que era. Dios mío, eran más de las 8. Abrí las persianas y dejé que los últimos rayos de sol del día iluminasen el interior de mi cuarto.
No había parado de pensar en cómo iría Sandra a nuestra cena pero, ¿Cómo coño iba a ir yo? Eso todavía no lo había pensado. O sea, se supone que cuando uno queda con una tía, es muy raro plantearse eso de primeras, ¿No?
En fin, que abrí mi armario y me puse a echar un ojo. Lo cierto es que el panorama era bastante desolador. Por aquel entonces mi vestuario era muy informal y descuidado, en ocasiones rozaba incluso lo cani, por mucho que me hubiese reído del anormal del Carlos. Lo mío tenía delito también.
Al final, tras mucho escarbar, di con una camisa de color blanco bastante elegante que me dibujaba una figura notablemente estilizada y masculina. La combiné con unos vaqueros negros estrechos que tenía por allí y las zapatillas más formales que pude encontrar. Hombre, no era el súmmum de la belleza pero me apañaba. ¡Tenía quince años joder! Bueno, y lo que ya se obviaba pero no dejaba de ser todavía más llamativo, ¡La primera cita seria con una mujer en mi vida iba a ser con mi prima!
Era de locos, nadie en mi instituto me iba a creer. ¿Pero sabéis qué? Me la sudaba. “Que me quiten lo bailao”, pensé. Esos ratos y momentos de máximo placer quedarían grabados a fuego en mi mente hasta el próximo verano, aunque a saber si para entonces… ¡No, no! ¡No quería pensar en ello!
Una vez me hube vestido, estuve haciendo tiempo hasta que fueran las nueve. Quería ser puntual. Ni llegar antes de la cuenta y pillar a mi prima con todas las cosas a medias y que se pegase un rebote, ni llegar después de la cuenta y que la comida estuviese fría y mi prima se cogiese un rebote igualmente.
Miré al reloj y vi como daban las nueve en punto. Bajé intentando controlar mis ansias, aunque no sé si lo conseguí, el sonido de los escalones a mi bajada sonó considerablemente apresurado.
Aparecí en el salón, donde las luces estaban apagadas, las cortinas estaban corridas y solo un par de velas en una mesa iluminaban todo el habitáculo. De fondo, podía escucharse la suave balada emitida por una mini-cadena colocada en una de las esquinas de la sala. Me acerqué más a la mesa y pude ver lo bien que había preparado todo Sandra. Había pequeñas tostadas de caviar y paté. Algunas raciones de jamón. Servido todo sobre la cubertería más cara que había en la casa. Si mi madre lo hubiese sabido, le habría dado un infarto seguro.
De la cocina provenía un sabroso olor a carne. “Uffff”, pensé. No contenta con ponerme cachondo con su cuerpo, estaba visto que Sandra era también capaz de excitar sobradamente a un hombre con la cocina. Era sin lugar a dudas la mujer perfecta. Inocente, educada y servicial cuando debía, una caliente y cachonda zorra cuando tocaba. Me acerqué despacio a la cocina, dando pasos lentos y muy poco ruidosos en su dirección. Quería darle una sorpresa, o algún susto a modo de broma mientras ella daba las últimas pinceladas a su obra de cocina. De repente, la escuché llorar.
Tardé un pequeño lapso de tiempo en asimilar que estaba llorando. Primero me pareció escuchar una pequeña serie de sollozos. “Por Dios”, pensé, “Que este cortando cebolla, por Dios…”. Pero no. Asomé finalmente mi cabeza y vi a Sandra.
Estaba sencillamente preciosa, con el pelo recogido y un vestido de verano negro y ajustado como siempre a su espectacular cuerpo, luciendo un escote de infarto. No obstante, se hallaba sentada y acurrucada contra una de las esquinas de la cocina y con el teléfono pegado a la oreja, derramando sus lágrimas con una mano en la cabeza.
-Yo también te quiero, Carlos. De verdad.
Entré en estado de shock. Mi pulso dejó de latir, o al menos eso me pareció. El pecho me dolía, me dolía de verdad. Me sentí atravesado por un algo, empalado, herido quizás fuese la palabra. Aunque suene tremendista y hasta maricón, si, admito que mi corazón se deshacía entre las cuatro paredes de esa cocina de pálidas baldosas que estrangulaban mi esperanza.
Sandra levantó la cabeza y me vio. Pareció asustarse y aceleró la conversación. “Bueno cari, te tengo que dejar, un beso”, acabo diciendo. Se levantó, colgó el teléfono y se dirigió hacia mi. Empezó a hablarme entre llantos, susurrando:
-Alex, tienes que entenderlo… esto que estamos haciendo es una locura… -empezó a decirme.
Levanté mi mano con la palma extendida y la puse frente a su cara, le respondí tajante:
-Es suficiente, Sandra –luché por sacar el aliento del vacío y la nada que llenaba mi tórax y poder decir esas palabras- Voy a mi cuarto, no quiero que me vuelvas a dirigir la puta palabra en tu vida.
Me marché de allí. Entré en mi cuarto y cerré la puerta antes de lanzarme con rabia a la cama. ¿Eso era todo? Una simple llamada del subnormal de su novio había bastado para mandarlo todo a la mierda. Todas las miradas, caricias, besos y contactos sexuales no habían valido para frenar esa desmedida sensación de arrepentimiento que Sandra no había sido capaz de ocultarme.
La odiaba. No quería volver a tener que cruzarme con ella. Hacerlo implicaba revivir, y alguien que no quiere ya vivir no puede sino detestar el revivir. Así que decidí que me quedaría allí clavado, que el colchón sería mi confidente, y que aquella noche cenaría con todas las lágrimas que llamasen a mis párpados. Solo y a oscuras, con el único abrazo de la almohada, comenzó la noche de mi breve presidio.
Hasta esa fecha, nunca había atravesado ninguna depresión. De hecho, creo que esa fue mi primera depresión verdadera como tal. Perdí la noción del tiempo. Había cerrado tanto las persianas que no sabía si ya era de día o de noche. Yo simplemente vegetaba sobre el colchón. Cuando dormía, dormía. Y cuando no dormía, simplemente, no quería levantarme. Estaba totalmente contemplativo, como quien cree que su vida no es suya y la va viendo como en una pantalla del cine, sin molestarse o plantearse siquiera en sobreponerse.
Llegó un momento en el que el hambre fue demasiado y salí afuera. Fui a la cocina y vi que el frigorífico seguía lleno de cosas que Sandra había comprado para nuestra noche. Hubiese sido mejor no abrirlo. Bueno, ya que estaba cogería algo. Me hice un bocadillo con el jamón sobrante de anoche y me puse a comerlo sentado en la mesa, en silencio.
Escuché unos pasos que se aproximaban hasta mí. Apareció mi prima. Iba con su pijama de siempre, pero su rostro denotaba que tampoco había salido mucho del cuarto en las últimas horas. Tenía unas ojeras marcadas y los labios irritados. Lo peor de todo era sobrellevar esa situación sin mis padres, eso lo hacía más áspero todavía. Iban a volver al día siguiente mismo y como nos viesen así, sospecharían seguro.
Sandra hizo un par de discretos intentos para intercambiar alguna palabra conmigo, aprovechando algún tipo de detalle sin importancia. No tuvo éxito, yo masticaba absorto en mis pensamientos. No era precisamente odio lo que sentía, solo indiferencia. Cuando matan de esa manera un sentimiento, sencillamente ya no queda nada. Creo que cuando vio que no le hacía ni caso empezó a subir más el volumen de su voz, y volvió a llorar, subiendo a toda prisa a su cuarto. Yo seguía a lo mío.
Todo ese día lo pasé también metido en la cama. No podía con mi cuerpo, la energía me abandonaba. Sabía que era algo fundamentalmente psicológico, pero no podía evitarlo. Aquella tarde, Marcos y algunos amigos míos fueron a mi casa preocupados, hacía ya tiempo que no me veían. Yo les mentí diciéndoles que estaba enfermo. Aunque bien visto, no se trataba de ninguna mentira. Ellos se despidieron dándome ánimos. Ánimos. Qué fácil es darlos.
Al día siguiente mis padres llegarían a casa y nos llevarían en coche hasta mi ciudad. Una vez allí, el plan era dejar a mi prima en la estación de buses y que allí le recogiesen sus padres. Y la función habría terminado. Ella se habría ido y yo, Alex, me pasaría otro año entero (o puede que muchos más años) pensando en lo cerca que estuve. En lo que pudo ser pero al final no fue. Una y otra vez. Esa sería mi condena.
Al día siguiente me levanté temprano. Había pasado tanto tiempo dormitando durante el día que ya no podía dormir más. Tras unos minutos de tranquilidad en la penumbra, me di cuenta de que había recuperado la consciencia sobre mí mismo. En otras palabras, que aunque seguía jodido por así decirlo, ya no sentía aquel shock paralizante inicial. Aunque, eso si, ahora el dolor y los recuerdos se manifestaban con más crudeza que antes. Suponía que esas sensaciones irían en aumento a medida pasara el tiempo.
Bajé a la cocina a desayunar. Estaba todo desierto. Me zampé varios cruasanes con algo de leche. Miré al jardín. Lo tranquilo y fresco que estaba en aquel momento del día me relajaba. Siempre me gustó observar el jardín a las mañanas. Parecía otro.
Entonces, una vez hube acabado, decidí que más me valía aprovechar el tiempo e ir preparando la maleta con antelación. Subí hacia arriba y empecé a sacar las cosas del armario y a recoger las ropas tiradas por el suelo y a doblarlas y colocarlas, ordenándolas en pequeñas pilas. Siempre que me iba de aquella casa me embargaba una sensación de tristeza, hasta el punto de sentir una nostalgia que me asaltaba antes incluso de haberme ido de aquel lugar. Ese año, esa tristeza se transformó en un hondo pesar por todo lo vivido.
Entre una cosa y otra (me puse también a barrer también algunos rincones que me había mandado mi madre porque a ella no le daría tiempo todo), se fue acercando el mediodía. Mis padres habían dicho que llegarían a la tarde, sin especificar la hora de llegada exacta.
Bajé a la cocina a prepararme algo. Entonces volví a escuchar a mi prima llorar. Me asomé y la vi de nuevo, esta vez de pie, llorando al teléfono. Esto alcanzaba ya tintes verdaderamente melodramáticos.
-¡No puede ser! –decía- ¡Esto no me está pasando! ¡Es imposible!
A mí, con tantos nervios, me entraron ganas de cagar. Ese carrusel emocional en el que se había montado mi prima te hacía imposible mantener una estabilidad intestinal.
-¡¡HIJO DE PUTA!! –gritó con todas sus fuerzas.
Y dicho esto, colgó al instante.
Se quedó sentada en la encimera llorando amargamente. Yo, que dudé un rato sobre qué hacer, terminé acercándome a ella y poniéndome a su lado. La curiosidad que me embargaba era demasiada y decidí romper mi silencio por primera vez en unas 48 horas.
-¿Qué pasa Sandra? –le pregunté con el tono más indiferente que pude.
Ella me miró como quien ve a un muerto caminar. Quizás no se esperaba que hablase a esas alturas. Ella me respondió en un tono descarnado:
-¡¡Carlos me ha puertos los cuernos!! – y se quedó abrazada a mí, llorando.
“Vaya, eso si que no me lo esperaba”, pensé. De repente la noté, una vaga pero esperanzadora expectativa de éxito. Quizás demasiado arriesgado. De perdidos al río. Tantee el terreno:
-Y tú… ¿Qué vas a hacer? –le pregunté entonces.
Ella se limpió las lágrimas y detuvo su lloro antes de contestarme:
-Pues… no lo sé, la verdad que no lo sé –me dijo.
¡Me cago en la puta! Aun con todo ese cabrón del Carlos se saldría con al suya. Mi prima tenía el cerebro completamente lavado. El hijo de puta ese se daba el lujo de follarse a pivas a diestro y siniestro mientras que un chaval como yo tenía que resignarse con follarse a su mano. Noté como la indignación daba paso a la ira en mi interior, como apretaba los puños y como grité en aquel momento:
-¿¡Pero tú eres tonta, Sandra!? ¿¡No ves que ese cabrón está jugando contigo!? ¡¡Estas ciega hostias!! –le chillé.
Mi prima se asustó e intentó sobreponerse a mi bronca:
-Pero Alex… igual el me quiere y ha sido un error…
No daba crédito. No podía más.
-¿Ah, si? –le dije- entonces todos somos libres de cometer uno.
Mi polla se levantó vigorosa. Sentí que había llegado el momento. “¡Ya vale de mariconadas!”, pensé. La miré de arriba abajo. Iba bastante descuidada para como acostumbraba a ir habitualmente, con una chaqueta de chándal sobre una camiseta blanca con escote y unos pantalones de chándal de igual color y que marcaban bien su culito. Sin duda habría sido mejor follármela con el vestido de aquella noche. Puede que fuese algo inapropiada o choni, pero sin embargo, me seguía poniendo como un perro. Ella siempre estaba buena. A tomar por el culo.
Entonces lo hice. Le agarré de una de sus muñecas y le di rápidamente la vuelta. “¡Pon las manos en la puta encimera!”, le ordené. Ella pareció intentar replicarme:
-Pero Alex…
Yo la callé con un tremendo azote en su culo, haciéndole chillar, “¡Ah! ¡Joder!”. Entonces tiré de su apretado pantalón de chándal hacia abajo y dejé a la vista su hermoso culo, con uno de sus finos tangas de adorno rojo. La lujuria me asaltó. Me puse de rodillas a la alturas de su rajita vista desde detrás y se lo dije claro:
-Estoy hasta los cojones de tus putas tonterías.
Acto seguido metí mi cara en su raja y empecé a comérselo desde detrás. Se lo lamí todo, desde el ojete hasta el clítoris. Era todo un terreno suave y delicioso. Ella empezó a mover rítmicamente su culo sobre mi paladar, mientras yo lo agarraba con las manos por cada cachete y la trabajaba con mi lengua, oliendo sus preciados jugos vaginales. Sintiéndolos mojar mi rostro y goteándome por la zona de la barbilla. Cuando estuvo bien lubricada con sus fluidos de hembra y mi saliva, le di un otro azote y me vine arriba:
-¡Quítate la puta camiseta! ¡Vamos! –le mandé.
-Alex… -me dijo ella, no sé si intentando plantear una objeción o como mero comentario de una mujer excitada.
-¿Te gusta ir enseñando no? ¿Calentar al personal? ¡Pues me lo vas a enseñar todo pedazo de puta! –se lo dije mientras le arrancaba la chaqueta de chándal primera y la camiseta de debajo después.
Le pegué media vuelta para lamerle la parte de atrás del cuello mientras le desabrochaba el sujetador y volvía a ponerla en la postura original, palpando sus inmensas ubres desde detrás y frotando mi sólido pene con su culo de infarto.
-Ponte en pompa –le ordené mientras me desnudaba velozmente de cintura para abajo.
Ella pareció ponerse nerviosa.
-¡Alex! ¿Qué vas a hacer? –dijo intentando darse la vuelta.
Yo la agarré del cuello y la impedí girarse, obligándola a mirar hacia la pared. Me saqué la polla y la blandí amenazadoramente.
-¿Así que mi nabo te parecía grande, eh? Vamos a ver si decías la verdad.
Eché su tanga a un lado y le metí toda mi polla por su escurridizo coño, a pelo. Noté las paredes de su vagina ceder ante el brutal empuje de mi miembro, provocándole un grito de dolor y goce simultáneos, “¡¡Ahhhh, joderrrr!!”.
Moví mi pelvis hacia atrás y hacia delante, embistiendo tan fuerte a mi prima que mis cojones rebotaban contra los blandos y apetecible glúteos que tenía pegados a mi delantera.
Ese culo era una verdadera delicia, miraba apasionado como sus cachas rebotaban a cada uno de mis golpes de cadera. Agarré sus mollas mientras la penetraba con fulgor y los apreté, sus cachetes eran blanditos pero a la vez tersos, parecían de goma. Me puse a intercalar azotes en su culito entre metida y metida de polla. Se lo empecé a dejar bien rojito, se lo merecía por puta y calientapollas.
-¡¡AAAhhhh joder Alex por Dios!! –gritó.
Yo alargué mi mano, extendiéndola a lo largo de toda su espalda y le tapé fuertemente la boca tirando para atrás. Con la otra mano agarré su pelo, que llevaba suelto, y lo reuní en una coleta que hice girar por mi palma hasta tenerla bien agarrada. Yo gozaba como un perro en celo, embistiendo y agarrando a mi presa como si estuviese caminando sobre los lomos de un corcel.
-¡Calla zorra, que se enteran los vecinos! –hice más fuerza sobre su boca para aplacar sus continuos gritos y exasperantes gemidos.
Seguí bombeando como un loco hasta que me apeteció tumbarme. “¡Vamos al sofá!”, le dije. Se la saqué de golpe y, agarrándola del cuello, la fui llevando desorientada y tambaleándose hasta el salón, donde la tiré sobre el sofá y la abrí de patas, abalanzándome entre sus torneados y gruesos muslos de mujer.
-¡¡Aaahhhh!! –gritaba ella yaciendo con el cuerpo arqueado hacia detrás a lo largo de todo el respaldo y las tetas apuntando al techo mientras yo las devoraba, las lamía, las mordía y las azotaba sin piedad.
Bajaba mi mano hasta su delgada cintura y al apretaba contra mi, intentando enterrar mi polla más y más hondo hacia sus adentros. Queriendo atravesarla. Sus gemidos de placer se fueron convirtiendo en sollozos de desesperación orgásmica. Vi las lágrimas aflorar de sus ojos, yo le grité como a una perra:
-¿¡Te gusta esto eh primita!? ¿¡Te gusta!? –y aumenté la fuerza y cadencia de mis acometidas, impidiéndole hablar, pues su voz se entrecortaba con sus convulsiones de placer.
Empezó a poner los ojos en blanco y yo ya agarré del cuelo con una mano y, sin parar de taladrarla, fui dándole pequeños tortazos en una de sus mejillas con la otra, repartiéndole caña hasta morir:
-¿¡Te vas a correr eh puta!? ¡Dímelo! ¿¡Te vas a correr!? –le pregunté lascivamente.
-¡¡SIIIIIIIII AAAAAAAAARRRRGGGGG!! –su cuerpo se retorció como una anguila y mi polla, que permanecía dentro, se vio inmersa en una batidora de rápidos y cambiantes movimientos de caderas, azotadas por el efecto del fuerte orgasmo-
¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHH!!!!
Chilló como una auténtica cerda, al tiempo que un par de gruesas lágrimas bajaban desde sus ojos y se deslizaban a lo largo de sus mejillas. Creo que fue la corrida de su vida.
Cuando hubo terminado, la cogí de su culo y la levanté a pulso. Me la llevé contra la pared. Allí me la empecé a follar de pie, con sus pies amarrados a mis glúteos, rodeándome abierta con sus piernas y recibiendo mi carne en barra. Ella tenía todo el aspecto de estar destrozada. Tenía el pelo revuelto, el rímel corrido, los ojos llorosos y enrojecidos, el culo, las tetas y las mejillas sonrosadas del calor, mis acotes y mis mordiscos…
Yo seguía dándole como un animal, empotrándola salvajemente contra la pared a cada una de mis embestidas. Observando como sus generosos pechos embadurnados en mi saliva botaban hacia arriba y hacia abajo con cada una de mis bestiales penetraciones de fogoso principiante. Jamás había experimentado aquella sensación de fuerza y de atracción sexual, eso es algo que solo se tiene en el más morboso y esperado de los estrenos, como aquel.
Cuando noté que las piernas se me cargaban demasiado, la agarré y la tumbé sobre la alfombra del salón, dejándola debajo de mí. Una vez allí, levante sus piernas y las junté, empujándolas contra su cuerpo y metiéndosela a saco y con tremenda facilidad en su destruido coño, haciéndola sollozar y chillar como a una desgraciada. Suplicándome que terminase de una vez por todas con aquello.
-¡ALEX HIJO DE PUTA! ¡¡¡¡ME VAS A REVENTAAAAAAAARRRRRGGGGG!!!! –volvió a retorcerse y a poner los ojos en blanco.
Esta vez lo vi de lleno. Su cara bañada en sudor adquiría una mueca de espanto y desmedido placer al mismo tiempo, sufriendo espasmos en sus brazos y haciendo vibrar sus piernas, meneando a su vez mi polla clavada entre la pequeña abertura que estas me dejaban. La zorra de mi prima era, para colmo, multi-orgásmica.
-¡¡Ahhhhhhhhhhhh ayyyyyy!! –nuevas lágrimas salieron de sus ojos, esta vez estaba literalmente llorando- Alex joder… joder…
Yo le di un bofetón y la mandé callar. La hice ponerse de costado y yo me coloqué encima, montándola desde arriba con ella recostada de lado. Esa postura suya aumento la presión sobre mi polla, haciendo de su coño un calentito y jugoso paso angosto por el que mi cipone se habría paso una y otra vez.
Mientras la hacía mía, acercaba mi cabeza hacia la suya y la escuchaba sollozar de placer. Saqué mi lengua y lamí toda su cara, saboreando esas saladas lágrimas que tan cachondo me ponían, agarrando y apretando con una de mis manos una de sus suculentas tetas que no cabía en mi palma, mientras que con la otra apretaba su cuello contra el suelo, casi ahogándola.
Noté mis cojones vibrar y suplicar por una vía de escape urgente. Le hice echar sus brazos a su espalda y se los retuve allí con una mano, convirtiéndola en mi presa. ¡A la mierda sus normas! La miré a los ojos, esos ojos brillantes que me devolvían una mirada de placer, admiración y emoción. Fue demasiado. Solté un grito de deleite y victoria:
-¡¡¡¡AAAAAAAAAAARRRRGGGHHH SIIIIIIII JODEEEEERRR!!!!
Mi polla empezó a eyacular sin control ninguno dentro de su estrecho y cálido coño, rellenándola como a un pavo e inundándola de mi leche hasta los topes.
Ella chilló también, al principio pensé que de la emoción, pero después vi que empezó a sufrir convulsiones de nuevo, nos estábamos corriendo al mismo tiempo.
Os juro que casi pierdo el conocimiento. Caí rendido sobre el cuerpo desnudo y jadeante de ella, mientras los dos respirábamos agitados. Mi prima alcanzó a decir poco después:
-¡Joder primo, que te has corrido dentro de mí! –alarmada.
Me limité a responderle con un bufido, completamente agotado.
Fue todo al límite. Allí permanecimos un momento indeterminado. Tumbados sobre la alfombra, cuerpo con cuerpo, sudor con sudor. Hasta que me dio por levantar la vista y discernir la hora que marcaba el reloj de la sala. ¡Joder, mis padres llegarían de un momento a otro!
Desperté a Sandra, quien se fue corriendo al baño a ducharse mientras colocaba una mano en su chochito para no dejar que la enorme cantidad de mi semen que había en su interior se esparciese por toda la moqueta.
Yo me puse la ropa de antes, ordenándolo todo y subiendo a todo correr a mi cuarto, para seguir preparando la maleta.
Cuando mis padres llegaron, aproximadamente veinte minutos después, no parecieron ver nada raro. O al menos no lo dijeron.
Mi prima salió de la dicha con su voluptuoso cuerpo envuelto en una toalla y después entre yo. No era ni medio normal la cantidad de sudor y fluidos que había expulsado, ni la bochornosa sensación de calor que se había quedado pegada a mi cuerpo. Al cerrar la puerta del baño y desprenderme de toda mi pringada ropa, pude ver algo escrito en el vapor del espejo: “Te quiero”. Yo sonreí y lo borré. Después me di esa fresca ducha que tanto necesitaba.
No hay mucho más que contar, lo cierto es que no tuvimos otra ocasión de hablar juntos a solas. En la casa, mientras recogíamos y ordenábamos las últimas cosas, mi madre siempre estaba merodeando cerca de donde estábamos nosotros. Después en el coche, los dos estábamos en el asiento de atrás, cuidadosos de no intercambiar más miradas de las debidas.
-¿Os lo habéis pasado bien entonces? –nos preguntó mi padre en una de esas.
-¡Genial! –respondimos los dos a la vez, sorprendidos, antes de romper a reír juntos.
-¡Mira que bien! –exclamó mi padre- ¿Entonces el año que viene volverás a apuntarte con nosotros Sandra?
-Quien sabe –contestó enigmática mientras me dirigía una discreta mirada- Quien sabe…
Unas pocas horas después la dejamos en la estación de buses de mi ciudad. Allí estaban ya sus padres esperándola. No había mucho margen de maniobra, la verdad.
Ella nos dijo adiós a todos y, al mismo tiempo, deslizó sutilmente su mano sobre la mía. Esa caricia fue toda su despedida. Seguida de su amplia y blanca sonrisa, cerró la puerta de nuestro coche, desapareciendo de mi vista tras montar en el otro.
Yo suspiré y miré hacia arriba. Después miré hacia mi ventana y pude ver en su reflejo mi sonrisa.
NOTAS FINALES
Mi prima no volvió a venir a nuestra casa de verano nunca más, al menos en el plan que he relatado. Su aparición fue para mí como una estrella fugaz, surgiendo de repente en mi vida para enseñarme e instruirme en las artes amatorias y desapareciendo después. Tal y como vino, se fue.
El verano siguiente mi madre la llamó (yo no me atrevía a contactar directamente con ella) y Sandra le comentó que había conocido a un nuevo chico y que se iba con este y sus amigos a un viaje por Europa.
Pasarían varios años hasta que volviésemos a coincidir. Concretamente, el día de su boda. Ella se casó con el chico que había conocido el año siguiente a aquel mítico verano. Escuché rumores que aseguraban que mi prima se había quedado embarazada por accidente y aquella boda era de penalti. A mi me daba bastante igual.
Recuerdo que acudí nervioso a la ceremonia, y que cuando nos quedamos el uno frente al otro, tuve que hacer grandes esfuerzos para cerrar mi boca del asombro. Estaba perfecta. Era una diosa. Y el novio estaba henchido de orgullo. Cuando los vi en el altar, supe que un capítulo se cerraba y que un pedazo de mi vida se marcharía para siempre con ella.
Yo, por mi parte, conocí a más chicas. Mis experiencias con la mayoría fueron bastante satisfactorias. Sin embargo, hasta el momento ninguna de ellas ha llegado a alcanzar el nivel de erotismo o la ardiente pasión con la que mi prima me obsequió. Ninguna me ha llenado tanto. Tampoco ninguna ha sido tan bella.
Por eso, siempre que estoy un verano cualquiera tumbado en la toalla, o relajado en una hamaca, acompañado o ausente, tiendo a acordarme de ella. Atesoro con cariño esta historia que ahora he hecho también vuestra, y sonrío al recordar aquel verano, mi verano más caliente
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Ya que has llegado hasta aquí, me gustaría pedirte algo. No una rosa o dinero (aunque si de esto ultimo te sobra, un poquito no me vendría mal), tampoco un beso o tu número de teléfono. Lo unico que solicito de ti, querido lector, es un comentario. No hay mayor alegría para un escritor que descubrir si el relato que ha escrito le ha gustado a sus lectores, asi que escribe uno. Es gratis, no perjudica a la salud y le darás una alegría a este menda. Un saludo, un fuerte abrazo y mis mas sinceras gracias por llegar hasta aquí. Nos vemos en la siguiente historia.
Con el paso del tiempo fui viendo que efectivamente, todo aquello de tocarnos el uno frente al otro debía de volver a Sandra igual de loca que a mí porque durante los cuatro o cinco días siguientes, cada vez que mis padres aprovechaban para viajar a algún pueblo cercano o irse a la playa, siempre me ofrecía (y si no, lo hacía yo) ir a su cuarto a “jugar”.
Nuestras actividades habían cambiado completamente. De hecho, la atracción por el morbo de nuestras pajas juntos era tanta que habíamos dejado de ir a la playa. A pesar de estar ya en agosto, nuestro cuerpos, aunque morenos todavía, empezaban a palidecer de nuevo al haber ido dejando de salir de casa. ¿Qué puedo decir? Está claro que no sería el más moreno a la vuelta a mi ciudad, pero tendría los huevos más vacíos de toda la provincia.
La erótica rutina de aquellos días era apasionante. El intercambio de miradas cachondas que nos dirigíamos en las comidas o cada vez que nos cruzábamos por la casa cuando nuestros padres estaban a lo suyo era muy estimulante, la verdad. Después, en cuanto veíamos que nos dejaban un hueco libre, íbamos el uno hacia el otro y nos hacíamos la pregunta en clave: “¿No tienes calor?”. Y siempre lo teníamos.
Me agarraba y me llevaba con ella a su cama. Una vez allí, hay que reconocer que sabía invertir en preliminares. Me hacía quedarme mirando a la pared durante un par de minutos, mientras se maquillaba un poco, se peinaba, se echaba perfume y elegía un conjuntito con el que ponerme cachondo. A veces me preguntaba por el tipo de prendas o colores de lencería que prefería. Otras veces me hacía hasta sugerencias “Con este sujetador tan cuco que te tengo preparado te vas a correr en menos que canta un gallo, ya lo verás”.
Le encantaba ser una show girl. Y por fortuna lo era, mi show girl privada. Y por alguna extraña razón que trasciende a todo morbo, todo eso le encantaba. Le encantaba crear esa expectación en mi. Ser mi putita. Hacer que me corriese en su honor. Supongo que es algo que gusta a todas las mujeres, pero en el caso concreto de mi prima, aquello había alcanzado la categoría de deporte.
Una vez terminaba de prepararse a todo correr, era cuando me decía aquello de “¡Ya puedes mirar!”. Yo abría los ojos y la veía con las más potentes e inesperadas piezas de lencería erótica. El repertorio incluía todas las prendas y colores posibles, el armario de mi prima era como el de una modelo de revista erótica. Cada día el modelito que se ponía para mí era distinto, pero siempre conseguía volverme loco, siempre daba en el clavo conmigo. Aunque con ese cuerpazo de vicio y la cantidad de hormonas que había en el ambiente, lo difícil era no acertar.
La gama era inacabable. Sujetadores sencillos, de pedrería, apretados, con lacitos y adornos o con push up. Después, cuando le miraba la parte de abajo, me encontraba con rompedoras braguitas, tangas o culottes, de todos los colores y texturas. Algunos transparentaban su chochito a través de la tela jugando con las transparencias, otros dejaban más lugar a la imaginación. Era delicioso pajearse frente a una chica así y ver lo halagada que podía llegar a sentirse con mis cuantiosas corridas.
Lo más morboso de todo es que seguramente toda esa ropa interior subida de tono la habría traído en la maleta con la idea de mostrárselas al gilipollas de Carlos, pensando que mi madre les iba a dejar dormir juntos. Pero no, era nada menos que yo quien estaba disfrutando de lo lindo con su enorme facultad para ponerse sexy y hacerme erectar con el más sencillo de los gestos. Al final, al menos, había terminado amortizando todos aquellos conjuntos picantes, aunque no con quien había imaginado en un principio. Paradojas.
Poco a poco, las pajas normales fueron dando paso a sesiones más pedagógicas. Ella se acariciaba suavemente sus jugosos y juveniles pechos, haciendo una especial presión en las puntas de sus pezones con sus dedos pulgar e índice y me decía “¿Ves Alex? A una mujer hay que tocarla así, con suavidad pero apretando hacia el final, preparándola para algo más duro”, decía con segundas mientras miraba mi polla de reojo, con una sonrisa encantadora.
Después, en cuanto se apartaba un poquito las bragas, me explicaba como tocar el clítoris de una chica. “Primero lo tocas suavemente de arriba abajo. ¿Ves este extremo pequeñito de aquí? Cuando veas que ya estamos mojaditas, tienes que hacer presión en esta punta y girar el dedo en círculos. Vete palpando el coño de vez en cuando y, cuando veas que te cabe un dedo, mételo lentamente. Seguro que triunfas.”. Ella acompañaba sus explicaciones con ejercicios a tiempo real.
Yo seguía apasionado todos y cada uno de sus movimientos. Escuchaba los cambios irregulares y profundos en su respiración, observaba como el furor sexual iba encendiendo sus mejillas y como el ascenso hacia el orgasmo iba haciéndola sudar sensualmente por cada uno de los poros de su piel, haciendo su fantástico cuerpo de Afrodita brillar a su vez con los reflejos del sol. A lo tonto, lección tras lección, estaba aprendiendo mejor que nadie cómo darle placer a mi primita, y eso me sería de una enorme utilidad para lo que vendría poco después.
Llegaba un momento en el que ya no podía aguantar más. Ella se daba cuenta rápidamente y me preguntaba servicial “¿Se te han hinchado ya los huevos primito? ¿Quieres descargar encima de mí?”. Normalmente me brindaba su espalda para que acabase, algo que ella había bautizado con el coqueto nombre de “echarle la crema para el sol”. Sin embargo, un buen día me atreví a decirle:
-Sandra, tus tetas me vuelven loco, ¿Puedo correrme en ellas?
Ella se puso un adorable dedo en la barbilla, como reflexionando, inclinando divertidamente la cabeza hacia uno de los lados.
-Vale, pero ya sabes las normas, no te voy a hacer ninguna cubana –y tras puntualizar eso último, se incorporó hacia mi polla poniendo recta su espalda, juntando sus pechos con sus manos y mirándome a los ojos, diciéndome mimosa- Intenta no ponerme del todo perdida de leche como haces siempre primito, que a este paso no me va a hacer falta protección solar para lo que me queda de vida.
-Vale… -le dije cachondísimo y preparado para el manguerazo- Vamos, anímame…
Entonces ella puso una voz grave y sensual, mientras hacía frotar sus tetas la una contra la otra, como si quisiese hacer un fuego:
-Venga primito –me suplicó- córrete en mis tetas, vamos, lo estás deseando. Date prisa que llegarán tus padres, venga, dámela toda…
-AAAAARRRGGGHHHH –mi polla estaba tan dura en aquel momento que las primeras ráfagas de mi semen impactaron más arriba de lo debido, primero en su cuello y después en su barbilla. Entonces agarré mi polla más fuerte y la domé tirando hacia abajo, rociando la zona de su escote y calando más tarde sus jugosos pezones. Mi lefa se quedó primero pegada a su piel, blanca y espesa, pero a los pocos segundos empezó a bajar hacia abajo, embadurnando todas sus tetazas y provocando en mi prima un adorable gesto de fastidio, acompañado de una de sus habituales quejas:
-Joder, Alex –decía mientras se limpiaba- Otra vez igual. ¡No sabes ni apuntar! ¡Y hay que ver cuanto te corres! ¡Nunca dejas de sorprenderme, chico!
Y yo me descojonaba, alegre.
Y así, entre una cosa y otra, llegó la fatídica y última semana que pasaría mi prima en nuestra compañía. Su estancia se me había hecho más que fugaz. Durante su breve presencia, a mí, un pajillero con palmas callosas de pelotari, se le habían desvelado todos los secretos de la masturbación femenina. De hecho, había aprendido más anatomía en ese breve periodo vacacional que en toda mi trayectoria escolar. Para mí estaba claro, lo que fallaba en este país no es el sistema educativo en si, sino la carencia de clases prácticas. Mi prima era una gran profesional de la enseñanza en ciernes.
Pero por otra parte, la verdad es que todo era bastante patético. Me sentía todo un experto pero, al fin y al cabo, ¿Qué había hecho? Mi prima ni siquiera me había tocado. Eran, de nuevo, sus malditas normas. Haber sido capaz de traspasar la gruesa barrera que había entre mi prima y yo hasta ese punto pero seguir sin ser todavía capaz de tocarla me parecía, después de pensarlo un rato, muy demigrante.
O sea, me había mostrado su pedazo de cuerpo, se había tocado frente a mí y hasta se había corrido a escasos centímetros de mí, pero no había habido contacto. ¿Contaba eso como perder la virginidad? Tendría que escribir a la Super Pop planteándoles la cuestión.
El caso es que estaba tremendamente preocupado. Mi tiempo se acababa. Dentro de poco tiempo mi prima volvería a su ciudad, y yo volvería a mi rutina onanista. Mi destino era tozudo y presagiaba miles de pajas con el canal plus codificado. Mis colegas de instituto volverían en septiembre chuleando de la de tías que se habían ligado aquel verano. A buen seguro que más de uno aportaría pruebas y relatos sobrados para hacerse con el preciado título de fucker de clase. Desde luego, a ese paso, yo no estaría ni entre los nominados de ese año. Bueno, lo cierto es que tampoco me hubiesen creído.
Había otra perspectiva a largo plazo que me afligía todavía más, si cabe. Había oído que las mujeres tenían un sexto sentido para oler la virginidad y que, cuando un tío ya había follado, desprendía un tipo de feromonas animales rarunas que les hacía saber que eras un macho alfa, volviéndose todas potencialmente percutibles. En aquel momento yo lo tenía claro, apestaría a virgen durante toda mi vida. Ocuparía el despreciable fondo de la pirámide sexual. Estaba obsesionado. No obstante, pronto ocurrió un milagro que proyectó un gran rayo de sol en mitad de todos esos nubarrones que cubrían mis expectativas.
Fue en una cena, mi madre estaba repitiendo lo mucho que iba a echar de menos a mi prima cuando se marchase. Decía que se había portado muy bien, que nos había hecho a todos muy felices (no sabía cuanto) y de repente añadió:
-… y pensar que no sabemos si estaremos aquí para despedirnos de ti…
Yo salté como un resorte.
-¿Perdona mamá? –pregunté sorprendido.
Mi padre carraspeó levemente y habló en su lugar:
-Si bueno… no queríamos decíroslo porque todavía no es completamente seguro, pero es más que probable que tengamos asistir al funeral de la tía Paca.
Mi tía Paca era la hermana de mi abuela paterna. Vivía en una ciudad a 500 kilómetros de donde estábamos. Yo apenas había pasado un par de ratos con ella cuando era niño. Aun así, guardaba un buen recuerdo de ella. Siempre me daba unos caramelos de menta de esos típicos de las abuelas, que al abrirlos están pegajosos y fundidos con el papel y tú piensas que van a ser una puta mierda caducada pero, a los segundos de tenerlos en la boca, te abrían hasta el bronquio más perezoso. Me preocupé bastante.
-¿Ha… ha muerto? –pregunté.
-Está en las últimas –contesto sombríamente mi padre- la pobre tiene ya 95 años.
-Lo más probable –añadió mi madre- es que si al final ocurre lo peor, Dios no lo quiera, lo más seguro sería que viajáramos hasta su ciudad para poder despedirnos de ella en condiciones, y quedarnos un par de días para consolar a Susana y Miguel (sus hijos, los primos de mi padre), que estaban muy unidos a ella.
“¡Oh si joder de puta madre!”, me salió decir para mis adentros. Poco después me avergoncé de mi mismo al darme cuenta de que, en el fondo, deseaba que eso ocurriese. Era miserable. Un puto egoísta y un monstruo. ¿En quien me estaba convirtiendo? Vale que no había tenido apenas relación con la tía Paca pero joder, me di cuenta de que lo estaba llevando todo demasiado lejos.
Aunque por otra parte… la tía Paca era ya mayor. Qué cojones mayor, era un dinosaurio, pariente lejana del trilobites. En definitiva, ¿Qué mejor forma de irse de este mundo que haciendo un último favor a tus seres queridos? Además la pobre estaría sufriendo y lo mejor para todos sería que aquel trance acabase cuanto antes para ella. ¿Qué arreglaría el que su vida se prolongase unos pocos días más? En cambio, lo mío era vital, unos días más podrían implicar fácilmente un año más de pesada y sufrida virginidad, era una situación límite.
Aquella noche, por inverosímil que pueda parecer, soñé con la tía Paca. Ha sido uno de los sueños más reales y a la vez absurdos que he tenido en mi puta vida. Fue casi cómico. Básicamente, en el sueño era de noche y ella se me aparecía en el cielo estrellado, rollo el padre de Simba en el rey León.
Entonces se dirigía a mí: “¡Hijo! ¡Cuéntale a tu tía! ¿¡De verdad deseas follarte a la guarra de tu prima!?”. Yo miraba al cielo emocionado (contado ahora sé que suena muy rotodosiano, pero en aquel momento las emociones estaban a flor de piel, os lo aseguro). Le contesté, “Tita, lo siento. Lo siento pero es mi última oportunidad para follar, necesito estrenarme tita, ¡Esto es muy importante para mí!”.
Ella me contestó, tras una breve pausa, “De acuerdo hijo mío… lo haré, lo haré por ti! ¡No sea que en el pueblo se piense la gente que eres marifloro! ¡Espero que el Altísimo me lo tenga en cuenta!”. La silueta blanca que formaba su figura comenzó a disolverse en el firmamento, “¡Gracias tia! ¡Siempre te recordare!” grité con lágrimas en los ojos.
Me desperté sobresaltado por lo jodidamente paranormal del sueño. Miré a mi alrededor. Ya era de día. Palpé mi cuerpo acalorado. Joder, estaba enfermo. Se acabó, mi obsesión había llegado demasiado lejos. Me prometí a mi mismo que cuando a mi tía Paca le llegase la hora, fuese cuando fuese, yo iría hasta su ciudad y asistiría a su funeral.
Bajé a corriendo a desayunar y allí me encontré a mis padres con cara de pena. Lo supe al instante.
-Se despidió de todos esta misma noche –me contó mi padre visiblemente impactado, mientras yo veía que mi madre estaba luchando por contener las lágrimas- estuvo consciente hasta casi el último minuto y dijo “No hace falta que molestéis a los chavales, que vengan solo mis hijos y mis sobrinos”.
A día de hoy, sigo convencido de que aquella noche fui capaz de establecer una conexión astral de la hostia con mi tita Paca, que en paz descanse. Podéis reíros si queréis, en el mundo pasan cosas muy extrañas y nadie sabe de todo.
Justo después de desayunar, mis padres se pusieron a hacer las maletas para irse a la ciudad de mi ya difunta tía. Se pasaron todo el día discutiendo entre ellos sobre donde metían tan o cual cosa o sobre si el coche estaba puesto a punto y ese tipo de chorradas.
Yo estaba algo de bajón y siempre que mis padres no andaban cerca, mi prima se me arrimaba y me acariciaba cariñosamente la parte de detrás del cuello. Tampoco es que estuviese hundido pero lo cierto es que encontré a mi prima más amorosa que nunca. ¿Sería posible que el erotismo hubiese evolucionado a esas alturas hacia un sentimiento más elevado? Rezaba porque no fuera así, eso si que traería problemas.
Una vez ya lo habían preparado todo, mis padres nos llamaron a mi prima y a mí abajo. Mientras mi padre cargaba el equipaje en el maletero, mi madre se puso de pie frente a nosotros, dándonos una serie de instrucciones al estilo militar, estableciendo el nuevo orden de rangos en la casa.
-Sandra –dijo mirando a mi prima- ahora tú eres la más mayor y la responsable del lugar. Confío en ti.
-Gracias, tía –le respondió mi prima con una sonrisa- te garantizo que nos las sabremos arreglar muy bien.
Eso último lo dijo mirándome por el rabillo del ojo, la connotación de sus palabras me produjo ya por lo pronto una media erección.
-Lo dudo bastante –respondió escéptica mi madre- mi hijo no sabría valerse por si mismo ni de broma… ¡Recuerda! ¡Ahora tu eres su niñera!
-¡Mamá por favor! ¡Cállate! –le solté yo mientras mi prima reía dulcemente.
La legendaria facultad de las madres para ponernos en ridículo no conoce de límites, como sabéis. Tras despedirnos de mis padres y después de que mi madre terminase de darnos todos los números de la guía telefónica por si sucedía algún tipo de emergencia (algo que, descartando la embolia fálica, se hacía harto improbable), el coche marchó a su destino.
Nosotros permanecimos diciendo adiós con la mano frente al porche. Cuando este hubo desaparecido, bajamos la mano y nos miramos el uno al otro. Mi prima me lanzó una de sus mejores y más calientes sonrisas:
-¿Has oído lo que ha dicho tu madre, Alex? Ahora yo soy tu niñerita –me dijo en un tono picante.
-Jajajajaja joder Sandra –no podía hacer otra cosa que reírme ante el comentario.
-¿Te vas a portar bien o no? –me preguntó arqueando una ceja- ¿Me vas a hacer caso en todo lo que te pida?
-Por supuesto –le contesté yo, siguiéndole el rollo- Dalo por hecho.
Entonces me agarró fuertemente de la muñeca y me metió en casa, cerrando fuertemente la puerta. Se aproximó al sofá y, sin previo aviso, se aflojó los leggins oscuros que llevaba esa mañana para andar por ahí y se quedó con unas braguitas rosas frente a mí y una camiseta ajustada de color verde claro.
Apoyó cómodamente su espalda y cabeza en el respaldo, extendiendo sus finos cabellos, que llevaba ese día recogidos en una coqueta diadema a juego con su camiseta. Entonces me dirigió una mirada que quemaba más que el fuego.
-Ponte de cuclillas en la alfombra ahora mismo –me ordenó señalando un hueco justo frente a ella.
Yo obedecí, me puse de cuclillas frente a su coño, a un metro escaso. Ella apartó sus bragas a un lado y se toqueteó su ya lubricado clítoris. No sé como lo hacía, pero siempre se las apañaba para estar mojadita conmigo.
-¿Te acuerdas de nuestra última lección? –me pregunto mientras subía y bajaba uno de sus dedos a lo largo de su húmeda rajita- ¿Sabes lo que te dije que nos volvía locas? ¿Eh? ¿Te acuerdas?
Yo me puse de rodillas y me desabroché los pantalones, después me bajé los gayumbos. Acerqué mi cara a ese coñito tanto como pude para no perderme ni un movimiento.
-Si, eso es… acércate y toma nota, aprende como se hace. Algún día tendrás que hacer así de feliz a una mujer –me decía ella mientras introducía levemente la punta de su dedo corazón en su cada vez más ancho agujerito, haciendo sonar el chapoteo de sus jugos.
-Uffff- suspiró- ¿Sabes? Para serte sincera, cuando veíamos la tele con tus padres, fantasee varias veces con que jugábamos aquí… Y mira tú por donde… Joder…
Ella cerró los ojos y apoyó su cabeza completamente en el respaldo del sofá. Aproveché que no miraba para acercarme más y más. No podía aguantarlo, tenía que tocarla. Tenía que sentirla. A medida acercaba mi cabeza, ella seguía tocándose con frenesí. Mi nariz se encontraba ya a escasos 30 centímetros de su chocho y podía oler el aroma de ese rico flujo fresco viniendo hacia mí. Mientras captaba su aroma me la iba pelando con una mano, como un mandril.
Ella empezó a hacer unas sensuales olas con su vientre. Le miré a la cara y ella ya gemía alto, completamente ruborizada. Él momento se acercaba, era entonces o nunca. Alargué la mano que mantenía libre para la paja y toqué su coño. Ella de repente paró de mover su mano, pero en cambio, no inclinó su cabeza hacia mí ni me miró. De repente, sin decir media palabra. Saco el par de dedos que tenía en su chocho y me agarró de la mano, haciéndome extender mi dedo índice y tirando de mi mano hacia ella para que se lo metiese hasta el fondo. Dios. Sentí el calorcito de su interior pidiendo más de mí.
Empecé a mover ese dedo como tantas otras veces había visto hacerlo a mi prima. Primero hacia dentro y hacia fuera, después hacia arriba y hacia abajo. Iba notando como mi prima comenzaba a echar más y más flujo, empezando a gotearme todo por el dorso de la mano. Sin duda, estaba mucho mas cachonda ahora que cuando se tocaba ella sola.
Sus múltiples sonidos y muecas de placer la delataban, ahora emitía pequeños chillidos contenidos, como si estuviese llorando a escondidas. Estaba muy mojada y abierta. Entonces metí otro dedo más en su coño y levanté los dos hacia arriba, haciendo un gesto hacia mí como de llamar a alguien, palpando la pared superior de su vagina a la altura del clítoris. Al hacerlo, toqué una textura rugosa y muy hinchada que hizo que mi prima comenzase a chillar como una loca y a sufrir espasmos del gusto en las piernas.
-¡¡Jodeeeerrr primooo, que bien te he enseñado joderrr!! –me decía en una agudo grito, entre risas y gemidos intercalados- ¡Sigue así, sigue así joder…! ¡Ahhh!
Yo seguí hasta que noté que se me dormían los dedos. Me dolían ya las articulaciones de la mano, pero no podía parar, mi prima estaba gozando como nunca, y por primera vez, yo era el responsable directo de todo ese disfrute.
Su coño rojito y brillante se mostraba ante mí en todo su esplendor. Noté que me llamaba. Entonces lo hice. Llevado por mis instintos, metí la cabeza entre sus piernas y sin sacar los dedos de su coño atrapé su clítoris con la boca, reteniéndolo dentro de ella y haciendo presión con mi lengua a la vez. Noté el boté de sorpresa que pegó mi prima y que movió todo su bajo vientre, noté también una de sus manos en mi cabeza.
Al principio esta mano pareció querer apartarme pero, segundos después, hizo el movimiento inverso, pegándome la cabeza contra su cuerpo. Ahogándome en sus flujos. Noté los jugos de Sandra bañar mi paladar. Yo comía, bebía de ellos. Como un loco. Dios, sabía a ella. Todo en ella era tan dulce y femenino, quería beber para siempre de aquella jugosa fuente del cuerpo fértil y seductor que tenia frente a mí, haciéndome enloquecer. Yo me lo trabaja todo como un loco, tragaba todo lo que ella me daba entre golpes en mi espalda y gemidos de placentero lamento.
Entonces, acompasando los movimientos de mis dedos y mi lengua, sobrevino en mi prima el fuerte orgasmo. Este sacudió su cuerpo como nunca antes había visto. Noté primero el tremendo temblor de sus piernas, seguido por el intento desesperado de separar mi boca de su coño, empujando mi frente con una de sus manos.
Yo no cedí a la presión y seguí moviendo mis dedos y mi lengua lo más rápido que pude. Entonces noté como dejaba ya de hacer fuerza y elevaba su fina cintura varios centímetro por encima del cojín en el que había colocado su culito, proclamando un sonoro grito entre la gloria y el dolor que hubiese sido impensable de estar mis padres en casa, echando los brazos hacia atrás y mirando hacia arriba como si hubiese visto una aparición.
No pude verle la cara pero estoy seguro de que tendría los ojos en blanco y su boquita formaría una abierta “O”. Lo sabía todo sobre ella. Tardó varios segundos en terminar de morir y bajar su coño a la altura previa, aunque tardó un poco más en contener sus irrefrenables temblores de placer. Pudo ser fácilmente el orgasmo más prolongado que había tenido hasta la fecha. Pero entonces, me apartó de golpe la cabeza de su coño. Estaba enfadada.
-¿¡Qué cojones haces Alex!? ¿¡Te crees que puedes saltarte las normas cuando quieras hijo de puta!? –aquello era nuevo, ya sabía que mi aparentemente dulce e inocente prima no era quien fingía ser, pero nunca la había escuchado hablar así.
-Mira –me dijo- porque me lo has comido de puta madre y me he corrido como una perra, que si no esto se acababa.
Yo contesté compungido:
-Lo siento Sandra, es que me pones tanto…
Ella pareció apiadarse y poner un gesto de desdén.
-Joder, sabes como ganarme, ¿Verdad primito? Ven, siéntate ahora tú, que te vas a enterar. Ha llegado la hora de que te pague con la misma moneda.
Me forzó a sentarme en el sofá, abierto de piernas y con mi polla tiesa apuntando al techo. Entonces ella se puso frente a mí, caminando a gatas como una perrita salvaje. El ángulo de visión era exquisito. Podía ver el voluptuoso contorno de su culo, el perfil de su cintura estrechándose y esos grandes y brillantes ojos de loba mirándome mientras se mojaba lentamente los labios con su lengua. Nunca había visto nada igual.
Cogió mi polla con una de sus manos y, moviéndola delicadamente hacia arriba y hacia abajo, ejerciendo la presión precisa, llevó al mismo tiempo la otra de sus manos a mis cojones, donde empezó a jugar con ellos como si fuesen castañuelas, masajeándolos rápida pero eficazmente, multiplicando mi placer.
-¿Sabes primo? Muchas mujeres no saben la importancia de saber tocar bien los cojones de un hombre… -me dijo mientras apretaba levemente mis testículos- ¡Dios, eres adorable! ¡Los tienes siempre tan llenos para mí!
Joder, era una combinación brutal. Mi prima me pajeaba con una dulzura carnal y manipulaba mis cojones como una auténtica diosa. Yo compaginaba ese placer con la visión del rico escote que dejaba a la vista su apretada camiseta y la imagen lateral de su culito desnudo. No podía más.
-Ah… Aaahh… Sandra… -no podía casi ni hablar.
-Dime primito…
-Chúpamela por Dios… Quiero correrme en tu boca –lo dije sin pensar, llevado por mi sobrehumana excitación.
Y así, con los ojos cerrados y la incertidumbre de si accedería o no a mis calenturientos deseos, noté que de repente un inmenso calor invadía el tronco de mi falo.
Abrí los ojos con sorpresa y miré hacia mi polla. Allí estaba mi prima con mi venoso nardo introducido en sus carnosos labios, sin perder ni un solo detalle de mis muecas de placer, mirándome fijamente a los ojos mientras acompasaba los movimientos de su cuello a los de mi pelvis, que dirigían mi polla una y otra vez hacia el fondo de su garganta.
Sus carnosos labios eran los de una auténtica experta. Primero rodeaba mi glande con ellos, apretándolo y dándole vueltas con la lengua por la parte inferior. Más tarde, pasó a introducir buena parte de mi polla en sus adentros y se puso a hacer una especie de gárgaras, provocando en mi polla un delirante efecto de hidro-masaje.
De vez en cuanto, sacaba mi rabo de su boca para escupir con rabia en su punta y volvérselo a meter en la boca hasta casi rozar su campanilla, como una actriz porno. Era increíble que se pudiese comer tan bien un nabo. No le hizo falta estar así ni un minuto para que me viniese como nunca antes.
Debió de notar las convulsiones de mis huevos. Se sacó mi polla de su boca en el momento preciso y me dijo:
-Hazme caso primito, dale a tu niñera toda la leche que tengas –abrió la boca mientras dejaba mi capullo reposar en su caliente lengua.
Ella apretó con más saña que nunca mis cojones y mi polla, sin perder ese matiz de femenino delicadeza y yo exploté en su paladar.
Quería cerrar los ojos y disfrutar de esa sensación al máximo, pero el morbo me pudo y entreabrí los ojos para observar como encajaba mi dulce prima esa super eyaculación. Vi como ella me miraba a los ojos excitada y varios chorros de mi semen blanqueaban todo el interior de su boquita. Mientras lo hacía, ella seguía apretando mis cojones, como quien ordeña a una vaca hasta la última gota.
-¡¡ARRRRRGGGGG SANDRA JODER QUE ME DEJAS SECO!! –grité suplicando piedad.
Vi como sus carrillos se llenaban de mi zumo. Al acabar, el semen prácticamente desbordaba la boca abierta de mi prima, como si fuese un estanque. Entonces ella cerró la boca y, sin dejar de mirarme, engulló de un solo golpe toda la gran cantidad de mi esperma. Yo me quedé embobado.
-¡Joder Sandra, que asco! –se me escapó- ¡Te lo has tragado todo! Yo creía que eso solo lo hacían en las pelis.
Ella se puso a reír, liberada.
-Es más normal de lo que piensas, Alex. Cuando una mujer… bueno, valora a un hombre, no tiene ningún problema en tragarse su leche. Dicen que es muy sano –y poco después añadió- además la tuya sabe bastante bien, se nota que comes de todo.
Joder, no había palabras para describir lo cachondo que me ponía. Sandra era así, no había hecho más que terminar de descargarme y ya me estaba poniendo burro otra vez. Era demencial.
-Mierda Sandra –le dije, todavía jadeando- me has dejado agotado. ¿Cómo coño lo haces?
Ella se pasó los dedos por las comisuras de sus labios, barriendo con ellos los últimos restos brillantes de mi semen que le habían quedado a modo de gloss.
-Debe de ser innato –me contestó sonriente- no eres el primero que me lo dice.
Me sentí celoso y le cogí del cuello. Nos echamos sobre la alfombra y nos pusimos a jugar, nuestros cuerpos rodaban más allá, sobre la moqueta, y mi pecho desnudo sentía el contacto directo de sus bufas, que se apretaban contra mi ser. Calientes.
En uno de los giros, ella quedó debajo de mí y yo la agarré de los dos brazos, contra el suelo. Intentó moverse pero la inmovilicé. Era mía. Ella me miraba ensimismada. Veía algo que no había visto antes. Entonces me acerqué, apretando sus muñecas. La besé apasionadamente. Ella no opuso resistencia, nuestras lenguas se entrecruzaron y la pasión surgida se vio pronto desbordada. Empecé a lamerle el cuello y a darle pequeños mordiscos en la barbilla. “Me vuelves loca”, susurró excitada de nuevo. De repente dijo más alto, “Bueno, ¡Ya basta!”. La cordura hizo acto de presencia y la solté.
Nos pusimos los dos de pie y nos vestimos del todo. Ella miró la hora y se llevó la mano a la boca en señal de sorpresa mayúscula.
-¡Ya son las dos! ¡Pero bueno! ¡Cómo pasa el tiempo! –me miró y me dijo- Supongo que alguien tendrá que hacer la comida en esta casa.
Se dirigió a la cocina y abrió el frigorífico. Soltó un grito.
-¡No hay nada!
Me asomé y lo vi. Efectivamente, con todas las prisas, a nuestros padres se les había olvidado que solían aprovechar justo ese día de la semana para hacer la compra y nos habían dejado prácticamente sin comida que preparar. Más tarde mi madre se acordaría de esto y llamaría a casa, lamentándose y pidiéndonos perdón. En ese momento se nos ocurrió lo más práctico, pedimos una pizza a domicilio.
Mientras la comíamos, yo disfrutaba con el espectáculo de ver la mozzarela deformarse elásticamente en los labios de Sandra. Ella devoraba con ganas la porción, recordándome a la escena que momentos antes había vivido en el sofá. En una de estas, se le cayó un trozo de pepperoni al escote. Ella fue a cogerlo pero yo me adelanté, comiéndomelo directamente de uno de sus pechos. Ella casi se atraganta entre la risa y me miró excitada:
-¿Sabes? Me da mucha pena que no hayas podido admirar mis dotes culinarias –siguió comiendo- Creo que te hubiese gustado.
Entonces se me ocurrió una gran idea.
-Oye, todavía queda la cena, ¿Porqué no aprovechas esta tarde para ir a hacer las compras al supermercado y me preparas una cena especial para la noche? A ver si eso que dices de tus dotes es cierto.
En un principio mientras lo decía me pareció bastante arriesgado, pero una vez lo hube dicho a mi prima se le encendió la mirada.
-¡Qué buena idea Alex! ¡Puedo hacerte alguna de mi especialidades! ¡Me parece genial!
Ya puestos, le eché todavía más huevos al asunto y seguí proponiendo:
-Y podrías… ya sabes, ponerte especialmente guapa para la ocasión –le sugerí.
-Alex, por Dios…
Vale, demasiado bueno para ser cierto.
-¡Esa es una idea buenísima!
¡Si! Era el puto amo. El puto, puto amo. Me lo había montado yo solo. Aquella noche sería épica. Estaba a solo un paso de follármela. A un solo paso de mandar mi virginidad al garete y empezar una nueva vida. A un solo paso de estrenarme en una extensa serie de experiencias sexuales que me forjarían como un marcho para toda la vida.
Cuando acabamos de comer me dijo:
-A ver, creo que lo mejor será que empecemos a cenar a las 9. Creo que a los dos nos gustará tener… -se calló un momento y me sonrió afinando deliciosamente su dulce voz- tiempo de sobra, ya sabes.
-Claro que si –corroboré.
-Entonces tengo solo 5 horas para comprar las cosas, hacer la cena y prepararme. Eso es muy poco tiempo. Sube arriba a echar la siesta si quieres, que yo limpió –y después puntualizó- y esta tarde tendrás que hacer tus propios planes, porque yo voy a estar muy ocupada preparando las cosas.
Dicho y hecho. Subí las escaleras hasta mi cuarto y allí, al poco de tumbarme, me quedé dormido como un tronco. Hacía muchísimo tiempo que no estaba tan relajado, supongo que se debía en parte al sueño acumulado que llevaba arrastrando por las noches anteriores de frenesí sexual e insomnio. Por no hablar de la pesadilla con la tía Paca, que me había obligado a madrugar aquella misma mañana.
El caso es que me quedé profundamente dormido y, al final, mi plan de la tarde consistió en dormir como una marmota. Me desperté con la boca pastosa, señal de que me había pasado con el tiempo de descanso. Estuve un buen rato girándome hacia un lado y hacia otro, somnoliento. Finalmente me decidí a agarrar el despertador y ver la hora que era. Dios mío, eran más de las 8. Abrí las persianas y dejé que los últimos rayos de sol del día iluminasen el interior de mi cuarto.
No había parado de pensar en cómo iría Sandra a nuestra cena pero, ¿Cómo coño iba a ir yo? Eso todavía no lo había pensado. O sea, se supone que cuando uno queda con una tía, es muy raro plantearse eso de primeras, ¿No?
En fin, que abrí mi armario y me puse a echar un ojo. Lo cierto es que el panorama era bastante desolador. Por aquel entonces mi vestuario era muy informal y descuidado, en ocasiones rozaba incluso lo cani, por mucho que me hubiese reído del anormal del Carlos. Lo mío tenía delito también.
Al final, tras mucho escarbar, di con una camisa de color blanco bastante elegante que me dibujaba una figura notablemente estilizada y masculina. La combiné con unos vaqueros negros estrechos que tenía por allí y las zapatillas más formales que pude encontrar. Hombre, no era el súmmum de la belleza pero me apañaba. ¡Tenía quince años joder! Bueno, y lo que ya se obviaba pero no dejaba de ser todavía más llamativo, ¡La primera cita seria con una mujer en mi vida iba a ser con mi prima!
Era de locos, nadie en mi instituto me iba a creer. ¿Pero sabéis qué? Me la sudaba. “Que me quiten lo bailao”, pensé. Esos ratos y momentos de máximo placer quedarían grabados a fuego en mi mente hasta el próximo verano, aunque a saber si para entonces… ¡No, no! ¡No quería pensar en ello!
Una vez me hube vestido, estuve haciendo tiempo hasta que fueran las nueve. Quería ser puntual. Ni llegar antes de la cuenta y pillar a mi prima con todas las cosas a medias y que se pegase un rebote, ni llegar después de la cuenta y que la comida estuviese fría y mi prima se cogiese un rebote igualmente.
Miré al reloj y vi como daban las nueve en punto. Bajé intentando controlar mis ansias, aunque no sé si lo conseguí, el sonido de los escalones a mi bajada sonó considerablemente apresurado.
Aparecí en el salón, donde las luces estaban apagadas, las cortinas estaban corridas y solo un par de velas en una mesa iluminaban todo el habitáculo. De fondo, podía escucharse la suave balada emitida por una mini-cadena colocada en una de las esquinas de la sala. Me acerqué más a la mesa y pude ver lo bien que había preparado todo Sandra. Había pequeñas tostadas de caviar y paté. Algunas raciones de jamón. Servido todo sobre la cubertería más cara que había en la casa. Si mi madre lo hubiese sabido, le habría dado un infarto seguro.
De la cocina provenía un sabroso olor a carne. “Uffff”, pensé. No contenta con ponerme cachondo con su cuerpo, estaba visto que Sandra era también capaz de excitar sobradamente a un hombre con la cocina. Era sin lugar a dudas la mujer perfecta. Inocente, educada y servicial cuando debía, una caliente y cachonda zorra cuando tocaba. Me acerqué despacio a la cocina, dando pasos lentos y muy poco ruidosos en su dirección. Quería darle una sorpresa, o algún susto a modo de broma mientras ella daba las últimas pinceladas a su obra de cocina. De repente, la escuché llorar.
Tardé un pequeño lapso de tiempo en asimilar que estaba llorando. Primero me pareció escuchar una pequeña serie de sollozos. “Por Dios”, pensé, “Que este cortando cebolla, por Dios…”. Pero no. Asomé finalmente mi cabeza y vi a Sandra.
Estaba sencillamente preciosa, con el pelo recogido y un vestido de verano negro y ajustado como siempre a su espectacular cuerpo, luciendo un escote de infarto. No obstante, se hallaba sentada y acurrucada contra una de las esquinas de la cocina y con el teléfono pegado a la oreja, derramando sus lágrimas con una mano en la cabeza.
-Yo también te quiero, Carlos. De verdad.
Entré en estado de shock. Mi pulso dejó de latir, o al menos eso me pareció. El pecho me dolía, me dolía de verdad. Me sentí atravesado por un algo, empalado, herido quizás fuese la palabra. Aunque suene tremendista y hasta maricón, si, admito que mi corazón se deshacía entre las cuatro paredes de esa cocina de pálidas baldosas que estrangulaban mi esperanza.
Sandra levantó la cabeza y me vio. Pareció asustarse y aceleró la conversación. “Bueno cari, te tengo que dejar, un beso”, acabo diciendo. Se levantó, colgó el teléfono y se dirigió hacia mi. Empezó a hablarme entre llantos, susurrando:
-Alex, tienes que entenderlo… esto que estamos haciendo es una locura… -empezó a decirme.
Levanté mi mano con la palma extendida y la puse frente a su cara, le respondí tajante:
-Es suficiente, Sandra –luché por sacar el aliento del vacío y la nada que llenaba mi tórax y poder decir esas palabras- Voy a mi cuarto, no quiero que me vuelvas a dirigir la puta palabra en tu vida.
Me marché de allí. Entré en mi cuarto y cerré la puerta antes de lanzarme con rabia a la cama. ¿Eso era todo? Una simple llamada del subnormal de su novio había bastado para mandarlo todo a la mierda. Todas las miradas, caricias, besos y contactos sexuales no habían valido para frenar esa desmedida sensación de arrepentimiento que Sandra no había sido capaz de ocultarme.
La odiaba. No quería volver a tener que cruzarme con ella. Hacerlo implicaba revivir, y alguien que no quiere ya vivir no puede sino detestar el revivir. Así que decidí que me quedaría allí clavado, que el colchón sería mi confidente, y que aquella noche cenaría con todas las lágrimas que llamasen a mis párpados. Solo y a oscuras, con el único abrazo de la almohada, comenzó la noche de mi breve presidio.
Hasta esa fecha, nunca había atravesado ninguna depresión. De hecho, creo que esa fue mi primera depresión verdadera como tal. Perdí la noción del tiempo. Había cerrado tanto las persianas que no sabía si ya era de día o de noche. Yo simplemente vegetaba sobre el colchón. Cuando dormía, dormía. Y cuando no dormía, simplemente, no quería levantarme. Estaba totalmente contemplativo, como quien cree que su vida no es suya y la va viendo como en una pantalla del cine, sin molestarse o plantearse siquiera en sobreponerse.
Llegó un momento en el que el hambre fue demasiado y salí afuera. Fui a la cocina y vi que el frigorífico seguía lleno de cosas que Sandra había comprado para nuestra noche. Hubiese sido mejor no abrirlo. Bueno, ya que estaba cogería algo. Me hice un bocadillo con el jamón sobrante de anoche y me puse a comerlo sentado en la mesa, en silencio.
Escuché unos pasos que se aproximaban hasta mí. Apareció mi prima. Iba con su pijama de siempre, pero su rostro denotaba que tampoco había salido mucho del cuarto en las últimas horas. Tenía unas ojeras marcadas y los labios irritados. Lo peor de todo era sobrellevar esa situación sin mis padres, eso lo hacía más áspero todavía. Iban a volver al día siguiente mismo y como nos viesen así, sospecharían seguro.
Sandra hizo un par de discretos intentos para intercambiar alguna palabra conmigo, aprovechando algún tipo de detalle sin importancia. No tuvo éxito, yo masticaba absorto en mis pensamientos. No era precisamente odio lo que sentía, solo indiferencia. Cuando matan de esa manera un sentimiento, sencillamente ya no queda nada. Creo que cuando vio que no le hacía ni caso empezó a subir más el volumen de su voz, y volvió a llorar, subiendo a toda prisa a su cuarto. Yo seguía a lo mío.
Todo ese día lo pasé también metido en la cama. No podía con mi cuerpo, la energía me abandonaba. Sabía que era algo fundamentalmente psicológico, pero no podía evitarlo. Aquella tarde, Marcos y algunos amigos míos fueron a mi casa preocupados, hacía ya tiempo que no me veían. Yo les mentí diciéndoles que estaba enfermo. Aunque bien visto, no se trataba de ninguna mentira. Ellos se despidieron dándome ánimos. Ánimos. Qué fácil es darlos.
Al día siguiente mis padres llegarían a casa y nos llevarían en coche hasta mi ciudad. Una vez allí, el plan era dejar a mi prima en la estación de buses y que allí le recogiesen sus padres. Y la función habría terminado. Ella se habría ido y yo, Alex, me pasaría otro año entero (o puede que muchos más años) pensando en lo cerca que estuve. En lo que pudo ser pero al final no fue. Una y otra vez. Esa sería mi condena.
Al día siguiente me levanté temprano. Había pasado tanto tiempo dormitando durante el día que ya no podía dormir más. Tras unos minutos de tranquilidad en la penumbra, me di cuenta de que había recuperado la consciencia sobre mí mismo. En otras palabras, que aunque seguía jodido por así decirlo, ya no sentía aquel shock paralizante inicial. Aunque, eso si, ahora el dolor y los recuerdos se manifestaban con más crudeza que antes. Suponía que esas sensaciones irían en aumento a medida pasara el tiempo.
Bajé a la cocina a desayunar. Estaba todo desierto. Me zampé varios cruasanes con algo de leche. Miré al jardín. Lo tranquilo y fresco que estaba en aquel momento del día me relajaba. Siempre me gustó observar el jardín a las mañanas. Parecía otro.
Entonces, una vez hube acabado, decidí que más me valía aprovechar el tiempo e ir preparando la maleta con antelación. Subí hacia arriba y empecé a sacar las cosas del armario y a recoger las ropas tiradas por el suelo y a doblarlas y colocarlas, ordenándolas en pequeñas pilas. Siempre que me iba de aquella casa me embargaba una sensación de tristeza, hasta el punto de sentir una nostalgia que me asaltaba antes incluso de haberme ido de aquel lugar. Ese año, esa tristeza se transformó en un hondo pesar por todo lo vivido.
Entre una cosa y otra (me puse también a barrer también algunos rincones que me había mandado mi madre porque a ella no le daría tiempo todo), se fue acercando el mediodía. Mis padres habían dicho que llegarían a la tarde, sin especificar la hora de llegada exacta.
Bajé a la cocina a prepararme algo. Entonces volví a escuchar a mi prima llorar. Me asomé y la vi de nuevo, esta vez de pie, llorando al teléfono. Esto alcanzaba ya tintes verdaderamente melodramáticos.
-¡No puede ser! –decía- ¡Esto no me está pasando! ¡Es imposible!
A mí, con tantos nervios, me entraron ganas de cagar. Ese carrusel emocional en el que se había montado mi prima te hacía imposible mantener una estabilidad intestinal.
-¡¡HIJO DE PUTA!! –gritó con todas sus fuerzas.
Y dicho esto, colgó al instante.
Se quedó sentada en la encimera llorando amargamente. Yo, que dudé un rato sobre qué hacer, terminé acercándome a ella y poniéndome a su lado. La curiosidad que me embargaba era demasiada y decidí romper mi silencio por primera vez en unas 48 horas.
-¿Qué pasa Sandra? –le pregunté con el tono más indiferente que pude.
Ella me miró como quien ve a un muerto caminar. Quizás no se esperaba que hablase a esas alturas. Ella me respondió en un tono descarnado:
-¡¡Carlos me ha puertos los cuernos!! – y se quedó abrazada a mí, llorando.
“Vaya, eso si que no me lo esperaba”, pensé. De repente la noté, una vaga pero esperanzadora expectativa de éxito. Quizás demasiado arriesgado. De perdidos al río. Tantee el terreno:
-Y tú… ¿Qué vas a hacer? –le pregunté entonces.
Ella se limpió las lágrimas y detuvo su lloro antes de contestarme:
-Pues… no lo sé, la verdad que no lo sé –me dijo.
¡Me cago en la puta! Aun con todo ese cabrón del Carlos se saldría con al suya. Mi prima tenía el cerebro completamente lavado. El hijo de puta ese se daba el lujo de follarse a pivas a diestro y siniestro mientras que un chaval como yo tenía que resignarse con follarse a su mano. Noté como la indignación daba paso a la ira en mi interior, como apretaba los puños y como grité en aquel momento:
-¿¡Pero tú eres tonta, Sandra!? ¿¡No ves que ese cabrón está jugando contigo!? ¡¡Estas ciega hostias!! –le chillé.
Mi prima se asustó e intentó sobreponerse a mi bronca:
-Pero Alex… igual el me quiere y ha sido un error…
No daba crédito. No podía más.
-¿Ah, si? –le dije- entonces todos somos libres de cometer uno.
Mi polla se levantó vigorosa. Sentí que había llegado el momento. “¡Ya vale de mariconadas!”, pensé. La miré de arriba abajo. Iba bastante descuidada para como acostumbraba a ir habitualmente, con una chaqueta de chándal sobre una camiseta blanca con escote y unos pantalones de chándal de igual color y que marcaban bien su culito. Sin duda habría sido mejor follármela con el vestido de aquella noche. Puede que fuese algo inapropiada o choni, pero sin embargo, me seguía poniendo como un perro. Ella siempre estaba buena. A tomar por el culo.
Entonces lo hice. Le agarré de una de sus muñecas y le di rápidamente la vuelta. “¡Pon las manos en la puta encimera!”, le ordené. Ella pareció intentar replicarme:
-Pero Alex…
Yo la callé con un tremendo azote en su culo, haciéndole chillar, “¡Ah! ¡Joder!”. Entonces tiré de su apretado pantalón de chándal hacia abajo y dejé a la vista su hermoso culo, con uno de sus finos tangas de adorno rojo. La lujuria me asaltó. Me puse de rodillas a la alturas de su rajita vista desde detrás y se lo dije claro:
-Estoy hasta los cojones de tus putas tonterías.
Acto seguido metí mi cara en su raja y empecé a comérselo desde detrás. Se lo lamí todo, desde el ojete hasta el clítoris. Era todo un terreno suave y delicioso. Ella empezó a mover rítmicamente su culo sobre mi paladar, mientras yo lo agarraba con las manos por cada cachete y la trabajaba con mi lengua, oliendo sus preciados jugos vaginales. Sintiéndolos mojar mi rostro y goteándome por la zona de la barbilla. Cuando estuvo bien lubricada con sus fluidos de hembra y mi saliva, le di un otro azote y me vine arriba:
-¡Quítate la puta camiseta! ¡Vamos! –le mandé.
-Alex… -me dijo ella, no sé si intentando plantear una objeción o como mero comentario de una mujer excitada.
-¿Te gusta ir enseñando no? ¿Calentar al personal? ¡Pues me lo vas a enseñar todo pedazo de puta! –se lo dije mientras le arrancaba la chaqueta de chándal primera y la camiseta de debajo después.
Le pegué media vuelta para lamerle la parte de atrás del cuello mientras le desabrochaba el sujetador y volvía a ponerla en la postura original, palpando sus inmensas ubres desde detrás y frotando mi sólido pene con su culo de infarto.
-Ponte en pompa –le ordené mientras me desnudaba velozmente de cintura para abajo.
Ella pareció ponerse nerviosa.
-¡Alex! ¿Qué vas a hacer? –dijo intentando darse la vuelta.
Yo la agarré del cuello y la impedí girarse, obligándola a mirar hacia la pared. Me saqué la polla y la blandí amenazadoramente.
-¿Así que mi nabo te parecía grande, eh? Vamos a ver si decías la verdad.
Eché su tanga a un lado y le metí toda mi polla por su escurridizo coño, a pelo. Noté las paredes de su vagina ceder ante el brutal empuje de mi miembro, provocándole un grito de dolor y goce simultáneos, “¡¡Ahhhh, joderrrr!!”.
Moví mi pelvis hacia atrás y hacia delante, embistiendo tan fuerte a mi prima que mis cojones rebotaban contra los blandos y apetecible glúteos que tenía pegados a mi delantera.
Ese culo era una verdadera delicia, miraba apasionado como sus cachas rebotaban a cada uno de mis golpes de cadera. Agarré sus mollas mientras la penetraba con fulgor y los apreté, sus cachetes eran blanditos pero a la vez tersos, parecían de goma. Me puse a intercalar azotes en su culito entre metida y metida de polla. Se lo empecé a dejar bien rojito, se lo merecía por puta y calientapollas.
-¡¡AAAhhhh joder Alex por Dios!! –gritó.
Yo alargué mi mano, extendiéndola a lo largo de toda su espalda y le tapé fuertemente la boca tirando para atrás. Con la otra mano agarré su pelo, que llevaba suelto, y lo reuní en una coleta que hice girar por mi palma hasta tenerla bien agarrada. Yo gozaba como un perro en celo, embistiendo y agarrando a mi presa como si estuviese caminando sobre los lomos de un corcel.
-¡Calla zorra, que se enteran los vecinos! –hice más fuerza sobre su boca para aplacar sus continuos gritos y exasperantes gemidos.
Seguí bombeando como un loco hasta que me apeteció tumbarme. “¡Vamos al sofá!”, le dije. Se la saqué de golpe y, agarrándola del cuello, la fui llevando desorientada y tambaleándose hasta el salón, donde la tiré sobre el sofá y la abrí de patas, abalanzándome entre sus torneados y gruesos muslos de mujer.
-¡¡Aaahhhh!! –gritaba ella yaciendo con el cuerpo arqueado hacia detrás a lo largo de todo el respaldo y las tetas apuntando al techo mientras yo las devoraba, las lamía, las mordía y las azotaba sin piedad.
Bajaba mi mano hasta su delgada cintura y al apretaba contra mi, intentando enterrar mi polla más y más hondo hacia sus adentros. Queriendo atravesarla. Sus gemidos de placer se fueron convirtiendo en sollozos de desesperación orgásmica. Vi las lágrimas aflorar de sus ojos, yo le grité como a una perra:
-¿¡Te gusta esto eh primita!? ¿¡Te gusta!? –y aumenté la fuerza y cadencia de mis acometidas, impidiéndole hablar, pues su voz se entrecortaba con sus convulsiones de placer.
Empezó a poner los ojos en blanco y yo ya agarré del cuelo con una mano y, sin parar de taladrarla, fui dándole pequeños tortazos en una de sus mejillas con la otra, repartiéndole caña hasta morir:
-¿¡Te vas a correr eh puta!? ¡Dímelo! ¿¡Te vas a correr!? –le pregunté lascivamente.
-¡¡SIIIIIIIII AAAAAAAAARRRRGGGGG!! –su cuerpo se retorció como una anguila y mi polla, que permanecía dentro, se vio inmersa en una batidora de rápidos y cambiantes movimientos de caderas, azotadas por el efecto del fuerte orgasmo-
¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHH!!!!
Chilló como una auténtica cerda, al tiempo que un par de gruesas lágrimas bajaban desde sus ojos y se deslizaban a lo largo de sus mejillas. Creo que fue la corrida de su vida.
Cuando hubo terminado, la cogí de su culo y la levanté a pulso. Me la llevé contra la pared. Allí me la empecé a follar de pie, con sus pies amarrados a mis glúteos, rodeándome abierta con sus piernas y recibiendo mi carne en barra. Ella tenía todo el aspecto de estar destrozada. Tenía el pelo revuelto, el rímel corrido, los ojos llorosos y enrojecidos, el culo, las tetas y las mejillas sonrosadas del calor, mis acotes y mis mordiscos…
Yo seguía dándole como un animal, empotrándola salvajemente contra la pared a cada una de mis embestidas. Observando como sus generosos pechos embadurnados en mi saliva botaban hacia arriba y hacia abajo con cada una de mis bestiales penetraciones de fogoso principiante. Jamás había experimentado aquella sensación de fuerza y de atracción sexual, eso es algo que solo se tiene en el más morboso y esperado de los estrenos, como aquel.
Cuando noté que las piernas se me cargaban demasiado, la agarré y la tumbé sobre la alfombra del salón, dejándola debajo de mí. Una vez allí, levante sus piernas y las junté, empujándolas contra su cuerpo y metiéndosela a saco y con tremenda facilidad en su destruido coño, haciéndola sollozar y chillar como a una desgraciada. Suplicándome que terminase de una vez por todas con aquello.
-¡ALEX HIJO DE PUTA! ¡¡¡¡ME VAS A REVENTAAAAAAAARRRRRGGGGG!!!! –volvió a retorcerse y a poner los ojos en blanco.
Esta vez lo vi de lleno. Su cara bañada en sudor adquiría una mueca de espanto y desmedido placer al mismo tiempo, sufriendo espasmos en sus brazos y haciendo vibrar sus piernas, meneando a su vez mi polla clavada entre la pequeña abertura que estas me dejaban. La zorra de mi prima era, para colmo, multi-orgásmica.
-¡¡Ahhhhhhhhhhhh ayyyyyy!! –nuevas lágrimas salieron de sus ojos, esta vez estaba literalmente llorando- Alex joder… joder…
Yo le di un bofetón y la mandé callar. La hice ponerse de costado y yo me coloqué encima, montándola desde arriba con ella recostada de lado. Esa postura suya aumento la presión sobre mi polla, haciendo de su coño un calentito y jugoso paso angosto por el que mi cipone se habría paso una y otra vez.
Mientras la hacía mía, acercaba mi cabeza hacia la suya y la escuchaba sollozar de placer. Saqué mi lengua y lamí toda su cara, saboreando esas saladas lágrimas que tan cachondo me ponían, agarrando y apretando con una de mis manos una de sus suculentas tetas que no cabía en mi palma, mientras que con la otra apretaba su cuello contra el suelo, casi ahogándola.
Noté mis cojones vibrar y suplicar por una vía de escape urgente. Le hice echar sus brazos a su espalda y se los retuve allí con una mano, convirtiéndola en mi presa. ¡A la mierda sus normas! La miré a los ojos, esos ojos brillantes que me devolvían una mirada de placer, admiración y emoción. Fue demasiado. Solté un grito de deleite y victoria:
-¡¡¡¡AAAAAAAAAAARRRRGGGHHH SIIIIIIII JODEEEEERRR!!!!
Mi polla empezó a eyacular sin control ninguno dentro de su estrecho y cálido coño, rellenándola como a un pavo e inundándola de mi leche hasta los topes.
Ella chilló también, al principio pensé que de la emoción, pero después vi que empezó a sufrir convulsiones de nuevo, nos estábamos corriendo al mismo tiempo.
Os juro que casi pierdo el conocimiento. Caí rendido sobre el cuerpo desnudo y jadeante de ella, mientras los dos respirábamos agitados. Mi prima alcanzó a decir poco después:
-¡Joder primo, que te has corrido dentro de mí! –alarmada.
Me limité a responderle con un bufido, completamente agotado.
Fue todo al límite. Allí permanecimos un momento indeterminado. Tumbados sobre la alfombra, cuerpo con cuerpo, sudor con sudor. Hasta que me dio por levantar la vista y discernir la hora que marcaba el reloj de la sala. ¡Joder, mis padres llegarían de un momento a otro!
Desperté a Sandra, quien se fue corriendo al baño a ducharse mientras colocaba una mano en su chochito para no dejar que la enorme cantidad de mi semen que había en su interior se esparciese por toda la moqueta.
Yo me puse la ropa de antes, ordenándolo todo y subiendo a todo correr a mi cuarto, para seguir preparando la maleta.
Cuando mis padres llegaron, aproximadamente veinte minutos después, no parecieron ver nada raro. O al menos no lo dijeron.
Mi prima salió de la dicha con su voluptuoso cuerpo envuelto en una toalla y después entre yo. No era ni medio normal la cantidad de sudor y fluidos que había expulsado, ni la bochornosa sensación de calor que se había quedado pegada a mi cuerpo. Al cerrar la puerta del baño y desprenderme de toda mi pringada ropa, pude ver algo escrito en el vapor del espejo: “Te quiero”. Yo sonreí y lo borré. Después me di esa fresca ducha que tanto necesitaba.
No hay mucho más que contar, lo cierto es que no tuvimos otra ocasión de hablar juntos a solas. En la casa, mientras recogíamos y ordenábamos las últimas cosas, mi madre siempre estaba merodeando cerca de donde estábamos nosotros. Después en el coche, los dos estábamos en el asiento de atrás, cuidadosos de no intercambiar más miradas de las debidas.
-¿Os lo habéis pasado bien entonces? –nos preguntó mi padre en una de esas.
-¡Genial! –respondimos los dos a la vez, sorprendidos, antes de romper a reír juntos.
-¡Mira que bien! –exclamó mi padre- ¿Entonces el año que viene volverás a apuntarte con nosotros Sandra?
-Quien sabe –contestó enigmática mientras me dirigía una discreta mirada- Quien sabe…
Unas pocas horas después la dejamos en la estación de buses de mi ciudad. Allí estaban ya sus padres esperándola. No había mucho margen de maniobra, la verdad.
Ella nos dijo adiós a todos y, al mismo tiempo, deslizó sutilmente su mano sobre la mía. Esa caricia fue toda su despedida. Seguida de su amplia y blanca sonrisa, cerró la puerta de nuestro coche, desapareciendo de mi vista tras montar en el otro.
Yo suspiré y miré hacia arriba. Después miré hacia mi ventana y pude ver en su reflejo mi sonrisa.
NOTAS FINALES
Mi prima no volvió a venir a nuestra casa de verano nunca más, al menos en el plan que he relatado. Su aparición fue para mí como una estrella fugaz, surgiendo de repente en mi vida para enseñarme e instruirme en las artes amatorias y desapareciendo después. Tal y como vino, se fue.
El verano siguiente mi madre la llamó (yo no me atrevía a contactar directamente con ella) y Sandra le comentó que había conocido a un nuevo chico y que se iba con este y sus amigos a un viaje por Europa.
Pasarían varios años hasta que volviésemos a coincidir. Concretamente, el día de su boda. Ella se casó con el chico que había conocido el año siguiente a aquel mítico verano. Escuché rumores que aseguraban que mi prima se había quedado embarazada por accidente y aquella boda era de penalti. A mi me daba bastante igual.
Recuerdo que acudí nervioso a la ceremonia, y que cuando nos quedamos el uno frente al otro, tuve que hacer grandes esfuerzos para cerrar mi boca del asombro. Estaba perfecta. Era una diosa. Y el novio estaba henchido de orgullo. Cuando los vi en el altar, supe que un capítulo se cerraba y que un pedazo de mi vida se marcharía para siempre con ella.
Yo, por mi parte, conocí a más chicas. Mis experiencias con la mayoría fueron bastante satisfactorias. Sin embargo, hasta el momento ninguna de ellas ha llegado a alcanzar el nivel de erotismo o la ardiente pasión con la que mi prima me obsequió. Ninguna me ha llenado tanto. Tampoco ninguna ha sido tan bella.
Por eso, siempre que estoy un verano cualquiera tumbado en la toalla, o relajado en una hamaca, acompañado o ausente, tiendo a acordarme de ella. Atesoro con cariño esta historia que ahora he hecho también vuestra, y sonrío al recordar aquel verano, mi verano más caliente
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Ya que has llegado hasta aquí, me gustaría pedirte algo. No una rosa o dinero (aunque si de esto ultimo te sobra, un poquito no me vendría mal), tampoco un beso o tu número de teléfono. Lo unico que solicito de ti, querido lector, es un comentario. No hay mayor alegría para un escritor que descubrir si el relato que ha escrito le ha gustado a sus lectores, asi que escribe uno. Es gratis, no perjudica a la salud y le darás una alegría a este menda. Un saludo, un fuerte abrazo y mis mas sinceras gracias por llegar hasta aquí. Nos vemos en la siguiente historia.
23 comentarios - El verano que me follé a mi prima (Parte 4)