Se acerca el calor y los recuerdos vienen a mí. Hace unos días tomé la decisión de compartir esta historia con vosotros. No pido que me creáis ni que me perdonéis por el tocho. Estoy seguro de que quien lo lea quedará satisfecho (y muy cachondo) y por mi parte no pretendo otra cosa.
Voy a ir posteando el relato por partes (si, ya sé que es algo que no había hecho nunca nadie), porque necesito tiempo para escribirlo y no siempre encuentro el suficiente. Además de esa forma los foreros anti-tochos tendrán más tiempo para ir leyéndolo. A quien no le apetezca leer, siempre puede pillar sitio y reservar esta confesión para lectura de verano, que es el periodo en el que todo esto sucedió.
Vamos a ello, agradecería que si os gusta, puntuaseis este post
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PARTE 1: MI PRIMA LLEGA A NUESTRA CASA
Tenía 15 años. Me gustaban mucho los veranos. Todos los años iba con mi familia a una urbanización costera que me encantaba. La casa estaba muy guapa, tenía dos pisos y jardín, con lo que ganaba por bastantes puntos al piso en el que solía vivir el resto del año con mis padres y mi hermano. Pero lo mejor era la forma de vida, allí podías hacer todo lo que te diese la gana. Los agobios de la ciudad quedaban atrás, los horarios desaparecían. Eras libre y tus cojones mandaban a la hora de hacer lo que quisieses. Era perfecto.
Además era una ocasión inmejorable para retomar la relación con los amigos de la zona que habías tenido durante toda la vida. Solo alguien que haya ido todos los veranos a un mismo lugar con otras familias puede conocer ese cosquilleo que se siente en el estómago al saber que pronto podrás volver a divertirte con los colegas de los que has estado separado durante todo el resto del año.
Pero los amigos no eran las únicas personas con las que volvería a mantener una relación personal aquel verano. Estaba mi prima Sandra, que por entonces tenía 17 años. Mi prima vivía en otra ciudad más cutre, grande y gris que la mía, así que desde que era una niña le encantó la idea de poder desconectar durante ese verano junto con mi familia en un sitio con mar.
Mis padres nunca se opusieron y la acogían con muchas ganas, especialmente mi madre (hermana de su padre), que siempre le insistía durante el resto del año con “¿Vendrás este año también a nuestra casa de verano, no?” o “¿No te lo irás a perder ahora con lo bien que te lo pasaste el año pasado?”, aunque últimamente era más bien algo así como “Sé que te has hecho ya bastante mayor y eres una toda una mujer, pero créeme cuando te digo que una persona adulta puede pasárselo por aquí igual de bien o mejor incluso que un niño”.
Seguramente fue por esto último, porque estaba haciéndose ya una mujer, que había pasado de ir con nosotros los últimos tres años. Pero ese año que estaba por venir fue la excepción, aunque hubo todavía más de una sorpresa que yo no podía a esas alturas imaginar.
El caso es que un buen día nos encontrábamos comiendo los tres miembros de la familia que habíamos ido ese año: mi padre, mi madre y yo.
Faltaba mi hermano mayor, que aquel verano había decidido irse con una familia británica a pasar las vacaciones para aprender inglés. Al principio, cuando supe que mi hermano no iba a venir, me deprimí bastante. El verano allí no sería lo mismo sin él porque, aunque nos llevábamos bastantes años entre medias, siempre solíamos pasarlo de lujo jugando al fútbol en el jardín o pillando algunas olas en la playa o haciendo el gilipollas sin más. Un hermano siempre es un hermano, tenga la edad que tenga.
Al terminar el verano, en cambio, llegué a agradecer la falta de mi hermano, cuya presencia hubiese significado casi seguro un importante obstáculo en el devenir de los acontecimientos que estaban por llegar.
Como de costumbre, la comida de ese día era fresca (ensaladas, frutas…), ideal para combatir el calor tan característico que azotaba ese sitio. Hacía ya una semana que nos habíamos instalado en la casa, era el mes de julio y el día anterior mi prima había llamado a mi madre para comunicarle que llegaría al día siguiente a la noche, así que todos estábamos impacientes. Bueno, unos más que otros.
La persona que más nerviosa estaba de la mesa era sin duda mi madre, repitiendo una y otra vez sus célebres preguntas retóricas en voz alta: “No creo que les vaya a pasar nada por el camino, ¿No?”, “¿La urbanización está muy bien señalada, ¿No?”.
Yo mientras tanto me limitaba a comer y callar, aunque mi cabeza estaba llena de pensamientos, no por mi prima, sino por el plan de después de comer. Marcos, un amigo mío que vivía a solo dos manzanas de distancia de mi casa, me había dicho que se había traído un par de revistas guarras que normalmente escondía en el cuarto de su casa en la ciudad y que esa tarde las veríamos en su cabaña.
Claramente yo todavía no era un adulto, aunque llevaba ya una temporada metido de lleno en la adolescencia, ya me entendéis: los primeros pelillos en la barba, los famosos gallos en la voz, un leve (por fortuna) acné y unos huevos bien cargados. En resumen, la edad del pajero. Y confiaba en que las revistas prometidas por mi amigo pudiesen saciar mi desbordada curiosidad carnal.
Esperaba que Marcos me dejase llevarme una a mi casa para tomarme mi tiempo en disfrutarla, de lo contrario es posible que tuviese que pajearme en la cabaña a su lado y aunque las masturbaciones en grupo (cada uno a su pepino, eso si) no eran algo nuevo para mí, yo ya estaba en una etapa en la que uno desea más intimidad, más calma. Supongo que ya estaba madurando.
Cuando terminé de comer me fui directo a la cama a echar la siesta para hacer tiempo hasta la tarde. Tuve que resistirme varias veces a hacerme una gayola porque solo el pensar en cómo serían aquellas imágenes tan calientes plasmadas en el papel me ponía muy cachondo. Al final conseguí conciliar el sueño a medias hasta que el despertador sonó para espabilarme. Yo di un bote y me cagué en todo, después recordé que había quedado con Marcos a las 5 de la tarde. Eran menos cuarto y ya iba tarde. Me volví a cagar en todo.
Me puse otra ropa a toda hostia porque con el calorazo que hacía en aquel sitio había dejado la otra camiseta empapada de sudor. Bajé las escaleras hacia la entrada y justo cuando me disponía a cabalgar triunfante y decidido a través de la puerta noté una mano que me agarraba del brazo. Era mi madre y no tenía mucha cara de querer hacer amigos.
-¿Dónde te crees que vas? ¡Que va a llegar tu prima ya!
Mierda.
-Joder mamá, ¿Pero no llegaba hacia la noche?
-No, al final se han adelantado a la hora. Me han dicho que quieren aprovechar los rayos de sol de las últimas horas de la tarde.
-¿Cómo que “quieren”? ¿Quiénes?
-¡Pero si lo hemos comentado hoy mismo en la comida! ¡Estás alelado, Alex! ¡Qué este año viene con su novio!
Aquello me pilló por sorpresa, aunque la verdad es que no me sorprendió del todo. Por aquel entonces yo siempre había visto a mi prima como una persona muy sociable y, por lo demás, nunca me había parecido fea. En ese momento mi idea sobre su persona era solo eso y no alcanzaba a ver otras facetas suyas que estaba a punto de descubrir.
El hecho de que hubiese decidido llevarse allí a su novio no me resultaba muy cómodo porque con una persona desconocida siempre me cortaba más a la hora de hacer mis bromas o comentarios, pero por lo demás me dio bastante igual.
-Bueno, bien, pues salúdales de mi parte.
-¿Qué dices? ¿Estás tonto? ¡Tú te quedas aquí! ¡Todos los años la recibíamos en familia y aunque este año no esté Dani, todos los que estemos lo vamos a hacer! ¡No voy a dejar que te escaquees para irte a hacer alguna tontería por allá con tus amigos que puede esperar perfectamente!
-Mamá, que no, que es urgente. Ya había quedado hacía tiempo y…
-¡Que no! Ya te he dicho que te vas a quedar aquí. Tus amigos lo entenderán, seguro.
Por dentro se me revolvieron las tripas de la rabia. Los huevos también me dolieron un poco, supongo que protestaban. Me imaginé a Marcos solo en la cabaña, con una revista abierta a cada lado y matándose a pajas hasta la extenuación. Claro que iba a comprender mi plantón el hijo de puta, gracias a mi ausencia el cabrón tendría todo el material para él.
-¡Maribel, ya vienen! –gritó mi padre a mi madre.
En efecto, se vio dar la curva a un Opel negro al fondo de nuestra calle y acercarse poco a poco a nuestro porche. Cualquiera que nos hubiese visto desde alguna ventana podría haber pensado que se trataba de algún tipo de visita diplomática.
Estábamos toda la familia de pie frente a la carretera, organizados en lo que venía siendo la alineación habitual (trazada todos los años por mi madre). Detrás se colocaban mi padre y mi madre, delante me ponía yo (a mi lado se solía colocar mi hermano, en un esquema “Familia Feliz” 2-2). El Opel paró a nuestro lado, me fijé en que tenía además las lunas tintadas, con lo que aquello daba todavía más impresión de ser un acontecimiento de alto standing.
Una vez el coche se paró, los pasajeros tardaron unos cuantos segundos en salir. El primero en hacerlo fue mi tío, que salió sonriéndonos y haciéndonos sus típicos chistes y chascarrillos.
-¡Un poco más y acabamos en Francia! ¿¡Cómo estáis, familia!? ¿¡Qué tal tú hermanita!?
Al llegar a mí me dio un par de manotazos en la espalda que casi me descoyunta el lomo. Es típico a esas edades. Cuando un hombre de la familia ve que ya tienes pelo en los huevos pero todavía le pareces demasiado crío para darte la mano, a veces opta por formas muy extrañas de saludo.
-¡Alex joder! ¡Cada año cambias más!
-¿Qué le vamos a hacer? Jajaj – le contesté muriéndome de dolor.
Detrás de mi tío venía su mujer, quien siempre había sido bastante más tranquila en carácter.
Mi tía era una buena potranca. Toda una MILF. Recuerdo que ese día llevaba un vestido de verano color verde esmeralda que le llegaba hasta un poco más arriba de la rodillas. Era una ropa muy juvenil, pero a ella de quedaba de muerte. El tejido parecía ser muy suave y se pegaba bastante a su cuerpo, destacando sus formas. Era una mujer con una buena genética y que trabajaba el físico (según contaba mi tío, era una adicta del spinning). Esto último saltaba a la vista.
A sus cuarentaypico años, tenía una melena rubia (teñida pero con gusto) y unos aires que daban a entender que ya era madre pero que se negaba a perder ese toque de sensualidad que estoy seguro que a mi tío le volvía loco. Se veía a leguas que le encantaba enseñar sus atributos.
Era delgadita pero esbelta. Los tirantes de su vestido dejaban a la vista unos hombros delgados y sensuales. Lucía una piel ligeramente bronceada, característica de los primeros días del verano intenso. Sus pechos eran más bien pequeños pero muy juguetones, sus pezones se intuían erectos bajo la tela, y a juego con toda su figura: un vientre extraordinariamente plano para su edad que ya hubiesen querido muchas veinteañeras.
Había momentos en los que se ponía realmente potente, sobre todo cuando la brisa golpeaba su vestido y este se pegaba al relieve de su cuerpo y podían intuirse una finas braguitas de verano bajo su ombligo, más propias de una adolescente que de una madre de familia. Al ver eso noté como se me empinó de golpe. Sus muslos parecían duros y no veía ni rastro de celulitis, mientras que sus torneadas pantorrillas curtidas en la bici estática quedaban también a la vista. Sabía como lucirse y sacarse partido.
Por mucho que se empeñase en mostrar una personalidad más sosegada que la de mi tío, para la mayoría de los hombres hubiese resultado obvio que su cara ocultaba la esencia de una viciosa integral. El suyo era de esos rostros que puedes imaginar perfectamente cambiar de la calma a la pasión, e imaginar como sus ojos azules te miran mientras descargas en su experimentada boquita era algo que te provocaba un inmenso escalofrío. Con su recuerdo de aquella tarde cayeron bastantes pajas. Tengo que reconocer que mi tío siempre ha tenido muy buen gusto (y mucha suerte).
Pasó un instante bastante difícil de estimar en el que me mantuve completamente aislado de las voces que me rodeaban hasta que fui realmente consciente de la dureza de mi entrepierna. Caí en la cuenta, bastante horrorizado, de que me estaba excitando con la mujer de mi tío. Era una sensación estimulante y desagradable al mismo tiempo. Una atracción novedosa que me animaba pero me asustaba a partes iguales. Producto de mis hormonas revolucionadas. Nunca me había pasado algo así.
Y sin embargo, cuando volví a la realidad, fue para meterme en una sensación mucho más perturbadora. De entre las figuras de mi tío y de mi tía, surgió mi prima. Yo me quedé embobado mirándola. Nunca había sentido algo así. Mi polla, que ya estaba a un 75% con la vista de mi tía, empezó a hacerme daño al verse repentina y fuertemente presionada por la dura tela de mis pantalones cortos.
Ella permanecía delante de mí, sonriente. A día de hoy todavía soy incapaz de determinar si era ella la que se había desarrollado una barbaridad en los últimos años o era yo el que lo había hecho y, por lo tanto, miraba a mi prima de una manera en la que nunca antes la había mirado.
Llevaba unas gafas de sol colocadas en la cabeza, con su pelo negro y liso recogido a su vez en una coleta, supongo que para intentar librarse del calorazo que hacía.
Llevaba una camiseta de tirantes negra y muy fina, de un tejido que se parecía a la licra, pegándose bien a su cuerpo y haciéndome fácil imaginar como tenía que ser ese cañón desnuda. La cara era lo único que pude reconocer más o menos como lo de siempre, una cara dulce bastante infantil con unos ojos grandes y marrones, una nariz chata y una sonrisa pícara envuelta en unos labios bastante carnosos.
Pero lo que más me chocó a primera vista fueron sus tetas. A pesar de tener una figura bastante más delgada que la de la madre (como suele ser habitual), la naturaleza le había regalado unos pechos bastante por encima de lo que le correspondía por su constitución corporal, recogidos en un sujetador naranja chillón cuyos tirantes rodeaban sus morenos hombros y por encima esa camiseta tan prieta que los mantenía presionados contra ella.
Se veía que había intentado no pasar calor pero para no ir tampoco demasiado exuberante había decidido recogerse bien las tetas, aunque el efecto logrado era todavía mucho más erótico para mí, mostrando unos poderosos y turgentes pechos bajo inquietante presión. Mantuve una breve pero desesperada lucha interna para apartar mi vista de ese canalillo cubierto de pequeñas gotitas de sudor.
La parte baja de su cuerpo no era menos despreciable. Una vez terminaba su vientre, más plano y tonificado a simple vista que el de su madre, aquel cuerpo delgado se iba haciendo más voluptuoso y correspondiente a sus pechos, dibujándose una sugerente curva en la zona de sus caderas.
A ella parecía gustarle también esa parte de su cuerpo porque llevaba unos pantalones vaqueros cortos desgastados que alcanzaban justo a agarrarle la parte baja de sus firmes glúteos y que eran sujetados a su vez por un estrecho cinturón marrón. Toda esa voluptuosidad resaltada y su poder de atracción fue todo un shock para mí. A sus 17 años era toda una diosa de la fertilidad. La naturaleza femenina en todo su esplendor. Un cuerpo que todo hombre, adolescente o adulto, hubiese deseado follar hasta la muerte.
A todo lo descrito había que añadir un detalle que sin ser exactamente algo sexy, a mí en ese momento me puso muy cachondo: su sudor. Hacía una humedad increíble y su rostro sudaba. Sudaba mucho. Su fina camiseta permitía apreciar como su carne sudaba también bajo la misma y quedaba pegada a todos los recovecos de su piel. Además el calor le hacía respirar más intensamente. Me la imagine follando encima mío y… joder, era mi prima, ¿¡Pero qué coño me estaba pasando!?
-¡Hola Alex!
Su voz me despertó del coma erótico en el que me encontraba.
-¡Hola Sandra!
Entonces me miró de arriba abajo, abrió los ojos con sorpresa y sonrió todavía más:
-¡Pero bueno! ¡Si has cambiado un montón! ¿Y tú tienes 15 años? ¡Pareces un chico de mi edad!
Mentiría si os dijese que aquello no fue toda una inyección de moral. Intenté escapar a sus halagos de la forma más modesta que pude.
-¡No exageres anda! ¡A ti si que no te recordaba así de… así! –casi se me escapó en público una palabra no deseada pero por fortuna supe morderme la lengua a tiempo.
Aun así, creo que ella captó mi mensaje y pareció sentirse entre halagada y avergonzada porque cruzó las piernas y realizó un breve contoneo de hombros que, para mi deleite, hizo bambolear un poquito al mismo tiempo ese par de jugosas tetas sudadas mientras me decía mimosa:
-Que majo… Tú también estás muy guapo… -lo dijo realizando una brevísima pausa en el “guapo”, lo que me puso bastante incómodo porque se habían notado sus nervios en público y decir aquello delante de nuestros padres me (imagino que a ella también) resultaba muy vergonzoso.
-¡Hola chaval! –dijo una voz masculina por alguna parte.
Entonces lo vi. Se supone que había estado todo el rato al lado de mi prima pero con todo el momento de la revelación se me había pasado completamente por alto y ni lo había visto. Era el novio.
Su nombre era Carlos y era una especie de guaperas moreno con sonrisa Orbit, corpulento pero fibrado. Tenía 19 años. Lo cierto es que verle me deprimió bastante y me devolvió a la tierra, haciéndome recordar que yo, en mi plena adolescencia, estaba todavía a años luz de catar un pivón como mi prima. Carlos me dio la mano y pude sentir mis huesos crujir con la fuerza del apretón. A día de hoy todavía ignoro si fue algo natural o se trataba de una premeditada estrategia de macho alfa para marcar su territorio.
La conversación entre los presentes siguió, pero la mayoría de lo que hablaban eran chorradas para llenar un poco el tiempo y que los que habían viajado en coche amortizasen un poco la kilometrada.
Mi madre ofreció a todos los invitados unos granizados. Solo aceptaron mis tíos, aunque nos sentamos todos en una mesa alargada que mi padre había montado en el jardín bajo un toldo que nos protegía del sol abrasador. Pasaron dos horas sin nada destacable, bueno si, una interminable erección por mi parte quien, incapaz de dejar de mirar a mi prima y contemplar todos y cada uno de los movimientos que hacía en la mesa (como al reírse echaba sensualmente su cabeza hacia atrás y su enorme pecho se volcaba hacia delante o como de vez en cuando se llevaba coquetamente la mano a la coleta), empezaba a preocuparse.
Hubo un extraño pero glorioso momento en el que ella se ofreció para ir a la cocina un momento para rellenar una de las jarras de granizado que habían quedado vacías. Alargó el brazo, cogió la jarra y empezó a caminar hacia el interior de la casa. Entonces dirigí la vista hacia su marcha y casi escupo el trago que estaba tomando en ese momento.
Su culo firme y redondito se movía de lado a lado. Se movía como una gata en celo, cargando el peso en uno de los tobillos y después trasladándolo al otro, marcando un ritmo brutalmente sensual en sus cachetes.
Yo lo seguí con los ojos salidos de mis órbitas. Entonces, justo antes de perderla de vista, aprecié como torcía ligeramente su cabeza y me dirigía una mirada cachondísima. Fue tan solo una milésima parte de segundo. Yo no sabía si veía lo que veía o el bochorno me estaba pasando factura.
Mientras tanto el tal Carlos intentó confraternizar un poco conmigo. Imagino que durante el viaje mi prima le habría contado nuestras aventuras de pequeños y el chaval querría llevarse bien conmigo sabiendo lo importante que había sido para su novia. El caso es que no terminaba de caerme bien porque a pesar de dárselas de simpático conmigo, el tío era incapaz de ocultar un matiz chulesco en sus palabras. Yo para estas cosas siempre he sido muy perspicaz y os digo que se veía a leguas que era un flipado jugando a ser un quedabien.
Precisamente habría sido eso, lo chulo y flipado que era, lo que más había atraído a mi prima hacia el muy cabrón que a buen seguro se habría aprovechado para llevarse sus prodigiosas tetazas a la boca, desflorar su por entonces prieto coño y empotrar su culo carnoso y lleno de curvas hasta el frenesí.
Él me hablaba pero yo no escuchaba, no podía hacer otra cosa que imaginarme a ese cerdo follándose el caliente cuerpo de mi prima y por mucho que el tío se esforzaba, a mí me estaba entrando una mala hostia de campeonato. Era algo de locos, no hacía ni tres horas que había visto a mi prima por primera vez en un año y ya estaba sintiendo celos por su primer novio.
El tiempo pasó y a parte de los invitados que estaban con nosotros les llegó la hora de volver. Mis tíos se dirigieron al coche (donde pude disfrutar de una última ojeada a las braguitas de mi tía favorita que habían quedado transparentadas a través del vestido por el sudor de haber estado tanto rato sentada). Antes de montarse le dieron una buena tanda de besos a mi prima:
-No hagas tonterías mi niña, cuídate mucho –le dijo mi tía.
-Que no mamá… ya no soy una niña –contestó ella con tono cansado.
-Lo sé, lo sé…
Todos nos despedimos de todos, se dijeron las cuatro frases típicas del momento y el coche finalmente arrancó, desapareciendo por el mismo fondo de la calle desde donde lo habíamos visto aparecer unas horas antes, esta vez ya bastante más oscuro.
Seguidamente, mi madre guió a mi prima y su novio hacia la casa. Yo les acompañé. Era algo hipnótico, no podía perder a Sandra de vista. Los condujo a lo largo del piso inferior y señaló un cuarto que había permanecido vacío hasta el momento:
-Tú Sandra, dormirás en el cuarto de siempre. ¿No te trae un montón de recuerdos cada vez que vienes? –preguntó mi madre con una sonrisa.
Mi prima torció la boca y se mordió traviesamente una de las comisuras de los labios (no sé hasta que punto era consciente de lo loco que podía volver a un hombre con tan solo una tontería como aquella) antes de arrancar a decir lo que quería:
-Tía… Carlos y yo tenemos una edad ya y habíamos pensado en dormir en el mismo cuarto.
Mi madre arqueó las cejas levemente pero tampoco pareció muy sorprendida, se notaba que había estado pensando en la posibilidad de que su sobrina le dijese eso mismo.
-Mira Sandra, yo ya he hablado de esto con tu padre y sus instrucciones han sido claras. Yo siempre cumplo con tu padre, desde que éramos niños. Así que lo siento. Podréis estar todo el tiempo del mundo juntos pero a la hora de dormir, las siestas y demás, tendréis que estar en cuartos separados.
Yo por mi parte sentí como me embargaba la alegría. Ya sé que dicho así os puede parecer que era un cabrón, pero lo cierto es que me alegraba de que el imbécil de Carlos se jodiera. Además, así no tendría que comerme más la cabeza con paranoias y envidias raras mientras ellos estuviesen allí.
-Hombre… -terció entonces Carlos- yo solo me voy a quedar una semana, no un mes como Sandra, así que lo de estar en el mismo cuarto nos vendría muy bien para aprovechar el tiempo al máximo.
Así que el estorbo solo iba a estar una semana… Interesante. Aun así, estaba claro que el hijo de puta de Carlos no se resignaba y parecía oponerse radicalmente a permanecer toda una semana sin montarse a mi prima. No le culpo.
-Ya he dicho lo que tenía que decir Carlos –contestó mi madre sin dar su brazo a torcer- mientras estéis en esta casa respetaréis las normas impuestas por nosotros y por los padres de Sandra.
Entonces Carlos bajó la mirada. Estoy seguro de que había querido ir hasta allí porque se pensaba que aquello iba a ser como la mansión del Play Boy y que se iba a pasar follando con Sandra todo el día en todos los lugares de la casa a la mínima que esta se quedara vacía. Parece que los planes del tonto de Carlitos se iban al garete, y eso le ponía muy triste.
-Entonces… -acertó a preguntar Carlos con voz dubitativa- ¿Dónde duermo?
Mi madre sonrió:
-Mirad, al principio tuve dudas, pero en vista de que no hay mucho más donde elegir y estamos pintando una de las habitaciones de arriba… he pensado que tú y Alex podríais dormir juntos.
Sentí que me daba algo. No podía ser. No, no. Jamás.
-¿¡Mamá que coño dices!?
-¡Cállate Alex! No hay otro remedio, además así os iréis conociendo mejor, estoy seguro que entre chicos no va a ser nada incómodo. Os lo pasaréis bien.
Pensé en contestar. En gritar. En golpear las paredes. Pero me callé. Era inútil discutir. Si algo me había enseñado la vida, era que cuando mi madre tomaba una decisión, la tomaba hasta las últimas consecuencias y lo llevaba hasta el final. No merecía la pena.
-De acuerdo –mi prima acabó cediendo a todas las condiciones de mi madre- ¡Pero mañana a primera hora de la mañana nos vamos a la playa! ¡Tengo que estrenar todos los nuevos bikinis que me he comprado!
Al oírle decir eso y solo con imaginar el repertorio de modelitos que debía de tener para la playa, el cipote se me volvió a poner como un palo justo cuando parecía que ya comenzaba a languidecer.
-Como queráis, Carlos y tú podéis organizar vuestras salidas como os apetezca –respondió mi madre.
-¿Y Alex? Él también tiene que venir –añadió de repente mi prima.
Tragué saliva. Definitivamente eso no me lo esperaba.
-¿Yo? –pregunté atónito, casi con un hilillo de voz.
-Si, como en los viejos tiempos –me dijo, de nuevo mostrándome todos sus blancos dientes.
Era incapaz de enfrentarme a esa sonrisa tan sugerente y angelical a partes iguales, así que simplemente di la callada por respuesta, con lo que se entendió que aceptaba.
Carlos llevó su gran maleta hasta mi cuarto y empezó a deshacerla. Mi padre desplegó el mecanismo de mi cama convirtiéndola en una litera. Yo dormiría arriba y Carlos abajo.
Poco después mi madre nos preguntó a todos si queríamos algo para cenar. Nadie parecía tener mucho hambre así que no hubo éxito. Nos fuimos cada uno a nuestros cuartos. Mi prima, antes de separarse de Carlos y de mí cuando nos dirigíamos al nuestro, se llevo la mano a su boca besando cálidamente la punta de sus dedos para extenderla después y soplar cariñosamente hacia Carlos, despidiéndole el día con una sonrisa. Este le guiño el ojo con gesto triste. Yo a todo eso mantenía una postura de circunstancia.
Creo que una vez nos quedamos a solas en el cuarto apenas intercambiamos dos o tres palabras. Carlos estaba cansado y además ya no tenía la necesidad de fingir simpatía como cuando estaba en público. Consiguió dormir muy rápidamente, soltando unos ronquidos muy molestos que casi terminan con mi salud.
Entre esos ronquidos y mi comida de tarro, imaginando qué sería de mí el día de mañana, qué diría, cómo actuaría un pringado como yo con la compañía de un pivón y un subnormal como Carlos, tardé un montón en conciliar el sueño. Más o menos a las dos horas de tumbarme en la cama, hecho polvo y con la polla a medio asta, caí dormido.
PARTE 2: NOS VAMOS A LA PLAYA
Aquella noche dormí fatal, con un montón de pesadillas acosándome. La peor era una en la que Carlos y Sandra estaban en la playa y empezaban a follar. Los dos comenzaban a reírse y Carlos le quitaba el bikini y la tumbaba en el suelo. Yo mientras tanto estaba en el mar y me ponía a gritarles mientras la corriente me alejaba de la orilla. Ellos no me escuchaban y seguían a lo suyo. Desperté de un brinco bañado en mi sudor. Respiré hondo y recordé mi compromiso para ese día. Mierda.
Miré hacia abajo pero la cama de Carlos estaba vacía. Bajé por las escalerillas y salí del cuarto rumbo a la cocina. Caminé lenta y silenciosamente. Era muy pronto y mis padres todavía dormían. Según me acercaba a la cocina, empecé a escuchar unas voces que discutían entre susurros. Eran mi prima y Carlos, lo tuve seguro. No alcancé a escuchar la gran mayoría de la conversación pero cuando estaba ya muy cerca me pareció entender a Sandra decir “Viene y punto”. Estaba completamente seguro de que hablaban de mí. Aproveché un momento de silencio creado entre los dos para salir de mi escondite y darles los buenos días como si nada.
-¡Buenos días Alex! –contestó mi prima alegre. Carlos no dijo nada.
A pesar de ir algo más descuidada que ayer (lo normal en una mujer al levantarse), me pareció caliente desde primeras horas del día. Llevaba un pijama de verano con estampado de ositos que en otra chica podría haber resultado infantil, pero que sobre las curvas de su cuerpo se convertía en un modelito muy provocativo. El pijama tenía un escote con un par de botones y el de arriba del todo estaba desabrochado, mostrando la parte alta de unos senos enclaustrados que luchaban por salir. Sus pantalones para dormir eran elásticos y marcaban perfectamente la “V” invertida que formaba su coñito.
Bien mirado, aquello parecía el comienzo de una escena de trío en una película porno de clase B.
La felicidad de mi prima contrastaba con la de Carlos, quien para mi sorpresa no llevaba ya pijama, sino que estaba completamente listo para salir. Llevaba una demigrante camiseta de tirantes amarilla “chaleco reflectante” style y un bañador negro de los chinos hasta las rodillas. A modo de guinda, debajo de ese bañador se veían asomarse los típicos calzoncillos de marca hortera de turno. Todo un cani nuestro Carlos.
Mirad, aprovecho para deciros una cosa, siempre me ha parecido de tío guarro llevar a la playa calzoncillos por debajo del bañador. Sé que este es además un tema muy recurrente en FC durante el periodo estival. La sensación húmeda que permanece en la Zona Cero es asquerosa. Humildemente lo digo, me parece un atentado contra la flora y fauna de nuestro cipote hacer algo así. La única vez que probé a llevar gayumbos por debajo del bañador el PH de mi polla se alteró tanto que mi escroto estuvo toda una semana más rojo que el culo de un mandril. Dicho queda.
Estaban los dos de pie frente a la encimera tomándose unos Cola-Caos. Intenté evitar el tenso momento llevando mi comida a la mesa y dejándolos a los dos en la cocina, pero mi prima se sentó a mi lado y el otro vino detrás. Parecía que no iba a tener un momento de calma.
-¿Quieres que meta el balón hinchable de Nivea en la mochila, Alex? ¡Podríamos echar un vóley! –me propuso radiante Sandra.
No hace falta decir nada más, el puto valor hinchable de Nivea marcó una época y lo sabéis.
-Me da igual –respondí indiferente devorando mis cereales.
-¿Vóley? ¡Eso es una mierda! ¡Yo quiero fútbol! –Carlos intervino en la conversación por primera vez con ese comentario prodigioso que marcará los anales de la historia.
Sandra lo miró con cara de hastío. Solo llevaban un día yaciendo en distinto lecho y ya había problemas en el paraíso.
-A Alex no le gusta el futbol –le contestó.
-Bueno, bueno –le corté- Pero que me da igual, ¿Eh? En su día ya metí mis buenos zumbes al balón también.
-Es verdad, cuando eras pequeño –sonrió Sandra- siempre tuviste unas piernas muy fuertes.
Al hacer el comentario de las piernas acercó su mano por debajo de la mesa y me acarició cariñosamente la pierna que tenía hacia su lado. Fue un movimiento tan inesperado que los putos Chocokrispis (los del mono de mierda este) se me fueron por la tráquea. Menos mal que eran pequeños. Me puse a echarlos como un loco sobre la mesa y por poco vomito.
-¿¡Estas bien, Alex!? ¿¡Estás bien!? –mi prima repetía una y otra vez histérica
Carlos mientras tanto se estuvo desahogando dándome de hostias en la espalda dejando a mi tío como un vulgar amateur. Al final me repuse.
-Tranquilos… tranquilos… -dije jadeando- ya estoy bien, estoy bien…
Me puse a limpiar y recoger las cosas a toda hostia.
-¿Ya esta? ¿No vas a desayunar más? –preguntó mi prima.
-No, no. Ya está, subo al cuarto.
-¡Pero si vamos a pasar el día fuera y no has comido casi nada!
-Que va, tranquila–contesté apresuradamente, queriendo acabar el mal trago de día que me esperaba cuando antes y, metiéndome en la boca el primer bollo suelto que vi a mi alcance, seguí hablando- zzolo zzerán 5 minutozz, ¡Foy a for el fañador! ¡Fete fizztiendote!
Subí corriendo las escaleras, entré en mi cuarto y abrí de par en par mi armario. Fui directo a la sección de playa. Había una amplia gama sobre la que elegir: uno de esos ajustados que tienes que controlar de vez en cuando por si se te ha fugado un huevo (descartado automáticamente, of course), otro blanco más largo que no debía de ponerme desde mi Primera Comunión y además desprendía un sospechoso olor a salitre descompuesto…
Revolviendo durante un minuto terminé dando con uno de color rojo, ni muy largo como el paleto de Carlos ni tan prieto como para molestar a mi Carlitos. Me lo puse a toda hostia. Después escogí una camiseta blanca y unas chanclas. Me miré en el espejo y contemple orgulloso que parecía un socorrista americano como los de la tele.
Me molaba la idea. Siempre había escuchado que los socorristas les daban morbo a las chavalas. Me puse a hacer posturitas frente al espejo. Mi cuerpo estaba cambiando y yo me recreaba en nuevos volúmenes musculares desconocidos hasta la fecha. Empecé a poner morritos y sacando mi cintura hacia adelante me puse a marcar paquete y a moverlos en círculos. Empecé a soltar alguna que otra frase calentorra espontánea: “Hola Sandra, ¿Quieres desayunarme el churro? Mmmm…. Si si si si…”.
Bueno, en esto que entró Carlos sin llamar a la puerta.
-¿Qué coño haces? –tenía los ojos abiertos.
-Ufffff tio… -la agilidad mental de ese momento me salvó de más de una posible burla de después, me quedé con la cadera hacia delante pero me llevé las manos a la espalda- No veas como me suele dejar esta cama la espalda… Ufff… Que horror…
-¿Te duele?
-Si, mucho.
-Que putada.
-Ya te digo.
Cogió sus gafas de sol de la mesilla y se fue.
Al poco rato se escuchó la melodiosa voz de mi prima resonando por toda la casa, estaba pletórica:
-¡¡Chicos!! ¡Ya estoy lista! ¿¡Vamos o qué!?
Me eché un poco de gomina (si, ya sé que es de subnormales echarse gomina para ir a la playa pero estaba en la edad del pavo y ya sabéis) y bajé abajo.
Sandra apareció ante mi con los brazos en jarra y cara de fingido enfado que su media sonrisa delataba. Era adorable.
-¿Dónde se ha visto que una mujer tarde menos en prepararse que un hombre? –preguntó.
Me quedé sin responder. Ya no recuerdo cuantas veces me había dejado sin palaras desde su llegada, pero es que estaba increíble. Se había soltado el pelo y ahora un liso flequillo caía sobre sus ojos. Llevaba puesto un estrecho vestido de verano de flores que poco a poco bajaba sujetándose a su cintura como anillo al dedo.
Mirando más hacia abajo, me fije en que era ya poca la tela que alcanzaba a taparle la parte alta de sus bronceados muslos. Coqueta ella, se había pintado las uñas de los dedos y pies del mismo tono de rosa. Volví a enterarme con segundos de retraso de que Carlos también estaba presente.
-Bueno, ¿Listos para empezar el día?
-Si.
-Si.
Carlos y yo contestamos amargamente pero ella o bien no se enteró o se hizo la sorda.
-¡Pues vamos a por las bicis!
Hostias, las bicis. Tendría que haberlo previsto. Normalmente solía haber un bus que nos recogía en una parada cercana y nos llevaba hasta la playa pero era fin de semana y el servicio se limitaba mucho, así que no nos quedaba otra que ir pedaleando.
Como solo hacía una semana que estaba allí todavía no me había preocupado por el mantenimiento de las bicis que, tras estar todo un año allí abandonadas, estarían lógicamente hechas una puta mierda. Entramos al garaje y tras inspeccionar un poco el percal me di cuenta de que el estado de nuestros vehículos era todavía más putapénico de lo que pensaba.
Había justamente tres bicis. Una era la mía, lógicamente la que mejor estaba, solo había que hincharle las ruedas y poco más. Después estaba la que utilizaba mi prima los años antes de que dejase de venir. Era de un color rosa apagado y tenía una cesta blanca. La típica bici cursi de chica. Presentaba algún defecto extra. La última era la de mi padre, quien se había aficionado en sus años mozos al ciclismo (mi abuelo materno todavía le tocaba a veces los cojones llamándole “Indurain Segundo”), allá por la época Suarez. Esta necesitaba todo un capítulo de “Pimp my Ride” de los de la MTV.
La situación era bastante desmoralizante y como vi que los otros dos permanecían parados, tuve que ser yo quien rompiese el silencio y se pusiese a dar instrucciones.
-Vale muy bien, que cada uno se encargue de su bici. Primero tenemos que limpiarlas de polvo. Después hinchamos ruedas. Después igual hay que engrasar algo. Después tenemos que probarlas. Venga, si nos centramos cada uno a lo nuestro seguro que no tardamos nada.
Al principio no caí en la cuenta pero más tarde reparé en que mi actitud decidida de Macho Alfa estaba provocando que mi prima me lanzase una serie de miradas de agrado furtivas. Esta forma de mirarme se hizo todavía más intensa cuando, durante el proceso de puesta a punto, tuve que explicarle a Carlos la sutil diferencia entre el plato de la bici y la cadena.
Se notaba que Sandra era la que más ganas tenía de salir de una vez. Pasaba el trapo con una velocidad y precisión alucinantes. El cuidado y efectividad de sus manos eran exquisitas. Aquello me permitió desatar mi imaginación una vez más, aunque había algo mejor que estaba a punto de llegar.
-Alex, ya he terminado de limpiar la mía, ¿Hincho ya las ruedas?
El hecho de que confiase en mi autoridad para seguir con el trabajo me llenó de orgullo y moral, lo que aumentó a su vez mi postura de liderazgo en aquel momento.
-Si, por supuesto –le señalé una esquina del garaje- allí tienes varios hinchadores, coge el que más te guste y dale caña.
Ella fue hasta allí, se agachó poniendo su delicioso culo en pompa y volvió a nuestro sitio colocándose en frente de mí.
Lo recuerdo como si fuese ayer. Yo en ese momento estaba sentado en el suelo poniendo a prueba la transición de las marchas de la bici y entonces ella se puso a hinchar las ruedas de cuclillas y con las piernas abiertas hacia mí. Imposible no mirar aquella maravilla.
La corta falda del fino vestido de Sandra se abría ante mis ojos, mostrándome aquel jardín de interminables flores veraniegas dibujadas en la seda y, lo mejor, el suave interior de sus carnosos muslos. Afiné la vista y hallé el tesoro. Al fondo de aquel túnel del placer pude ver la braguita de su recién estrenado bañador. Era color azul cielo. Esa mezcla entre infantilismo y sensualidad me puso cachondísimo. Entonces, indagando furtivamente, lo vi. En el centro de esas braguitas estaba dibujada una pequeña y oscura mancha. ¿Sería posible que esas miradas de mi prima significasen que mi pose dominante la había hecho lubricar, por poco que fuera? Dios, aquello era demasiado.
La rueda de mi prima estaba muy deshinchada y estuvo un buen rato bombeando con el brazo, ladeando su fina cintura y moviendo sus turgentes tetas de lado a lado. Comenzó a sudar y jadear de esa forma en la que tan cachondo me había puesto cuando llegó. A veces paraba varios segundos, ponía los ojos en blanco del cansancio, miraba al techo y se limpiaba las pequeñas gotitas de sudor de su frente con la mano mientras suspiraba dulcemente y volvía a seguir. Mientras lo hacía, ponía una cara de decisión de lo más excitante, estaba totalmente determinada a terminar con su labor y sonreía a cada paso que le acercaba al fin. Dio la impresión de ser así para todo. Era una potra muy cachonda.
Entonces, una pequeña herramienta metálica cayó de una mesilla al suelo. Esto me hizo mirar hacia abajo y ver horrorizado el enorme bulto que se dibujaba en mi bañador. Ese, lo reconozco, es uno de los contras de llevar un bañador sin nada debajo. Mi prima casi había terminado y ya me estaba hablando otra vez así que tenía que disimular rápidamente. Realicé una maniobra acrobática de emergencia. Antes de que ella girase su vista me puse rápidamente de rodillas y con una de mis piernas atrapé mi miembro y lo empujé contra la otra manteniéndolo detrás de mi entrepierna, dejándolo allí como cuando jugando de niños fingíamos tener un falso coño.
-¿Así está bien Alex? –me preguntó mi prima.
-¿Eh? Si. Si, si. Esta muy bien.
-Pero si no me la has tocado.
-¿¿Eh???
-La rueda, que no me la has tocado.
-¡Ah! Si, si si –alargué el brazo para tocarla pero poniendo toda mi atención en no perder el equilibrio, cualquier caída en esa posición hubiese causado un efecto catapulta devastador- Esta muy bien, si si.
-Oye –esto lo dijo más bajito que lo anterior para que Carlos, que estaba a lo suyo, no lo escuchase- Te noto un poco raro, ¿Te pasa algo?
Y tan raro, el dolor de mantener mi polla erecta en un segundo plano me estaba causando un desgarro bestial, a la par que notaba como me ponía cada vez más rojo.
-Es que… -empecé a decir con voz entrecortada de sufrimiento- me acuerdo un montón de nuestros viejos tiempos y me he emocionado un poco.
Mi prima abrió los ojos de par en par y me abrazó, obligándome a apretar todavía más mi salchicha en un último y heroico sacrificio.
-¡Ohhhhhh! –exclamó en mi oído- ¡Pero que rico eres, primito!
De mis ojos salieron un par de lágrimas.
-Gracias… -le contesté en un hilillo de voz.
Poco después nos pusimos en marcha.
La estampa de nuestra marcha recordaba a la célebre vieja serie. Los tres íbamos en fila india. El primero yo, que seguía con mi papel de líder. La segunda mi prima. En último lugar, completamente desganado iba Carlos. Lo cierto es que el día me estaba gustando más de lo que creía en un principio. Hombre, hubiese preferido tener a Sandra delante de mí y ver como meneaba sus cachas pero por lo demás no me quejaba. Mi posición en el grupo estaba ganando terreno. Era yo quien decía que se hacía, como se hacía, y ahora por qué camino se iba hasta la playa.
El camino de tierra que nos llevaba hasta la costa era abrupto y había que aguantar continuos golpeteos del asiento. Sin embargo, me gustaba el olor a la savia de los árboles que había en el ambiente, y como el sol bañaba nuestra piel al tiempo que la brisa marina nos daba cada vez más fuerte, señalándonos que ya quedaba menos. El sonido de las distantes olas iba haciéndose más y más fuerte.
Finalmente llegamos. Fuimos bordeando la playa por un camino asfaltado mucho más cómodo que el anterior y nos dirigimos hasta una de las esquinas de la bahía. A mi prima y a mi siempre nos había gustado estar en los lugares más recónditos de la playa. Aparcamos las bicis y cogimos las mochilas. Encontramos fácilmente un hueco, al lado de unas rocas que nos daban más intimidad pero muy cerca del mar. Abrimos las mochilas y pusimos nuestras toallas. Carlos se sacó una gran toalla del Atlético de Madrid y antes de extenderla la besó.
Mi incredulidad dio paso al placer. Mi prima se agarró la parte baja de su vestido y tiró hacia arriba. Progresivamente, fue mostrándome su cuerpo. De sus ricos muslos apareció esa braguita azul que había visto poco tiempo atrás, con un presumido lacito en uno de los lados. Dejó después su delicioso vientre desnudo al aire y al llegar a sus tetas se produjo el rebote de la alegría.
El tamaño de sus pechos le impedía zafarse del vestido fácilmente y estos primero fueron hacia arriba según tiraba del mismo pero al quitárselo botaron hacia abajo de nuevo, moviendo todas sus apetitosas mamellas envueltas en un bikini a juego con la parte inferior. Sacudió la cabeza hacia los lados dejando libre su cabello y se tumbó en la toalla boca arriba. Yo me tumbé boca abajo taladrando la arena. Carlos no se tumbó, prefirió preguntar:
-¡Joder, que puto bochorno! Necesito un helado, ¿Dónde está el chiringuito aquí?
-Espérate, ahora vas, échame la crema primero –le pidió mi prima.
-¡Es que no aguanto joder!
-Está por allí –le dije señalándole la dirección.
Se fue corriendo dejando a mi prima con el bote de crema en la mano y cara de mosqueo. Definitivamente hoy no era su día en pareja. Giró el cuello y me miró. Agitó el bote de crema.
-¿Te importa…?
-¿Eh? ¡Oh! ¡No, no!
Ella se sentó en su toalla y me dio la espalda. Al sentarse la braguita se había contraído y se dejaba ver algo de su rajita. Las ganas de deslizar la lengua por allí se hacían irresistibles. Yo me puse en su toalla, de rodillas y tras ella. Dudé un breve instante sobre si echar la crema sobre zonas de su espalda o aplicármela directamente en mis manos para un tratamiento más directo. Opté por lo segundo.
Mojé mis palmas con un poquito de crema. No mucha, no quería que el frío disimulase el contacto de mis manos. Empecé a extendérsela desde el cuello, moviendo todos los dedos en suavemente en círculos, haciendo un poquito de presión. Ella dejó escapar un profundo suspiro, casi un gemido. Los pelos de la nuca se me pusieron como escarpias y continúe hacia más abajo. Palpé sus omoplatos e intenté acceder de forma prudente a sus axilas. Era increíble como en todo su cuerpo no había rastro alguno de vello.
-Espera –me dijo- Así lo harás más cómodo.
Llevó sus manos hacia atrás de manera felina y tirando del nudo del bikini, lo desató, sosteniendo las tiras elásticas del mismo apretando con sus axilas, dejando en toda su dorada espalda pista libre para mis manos. Tragué saliva y continúe tras decir un tímido “Mejor así, si”.
Repasé lentamente toda esa zona que antes ocupaba su bikini y terminé llegando a sus caderas, donde poco a poco comencé a masajear un poco más adelante, en la zona de su bajo ombligo. Era increíble lo tonificada que tenía está parte, sin duda había heredado la genética de su madre. Como vi que no me decía nada me tomé una última libertad para pasar mis manos por la parte inferior trasera de su bikini, tocando la blandita parte superior de sus cachetes respingones. Esa textura tan firme y blandita a partes iguales era una locura. Estaba hecha para embestir.
-Esta bien que te esmeres primo –comentó ella juguetona- eso es que me quieres.
Ni se lo imaginaba. Entonces escuché unos pasos acercase y paré en seco. “Ya está”, le dije. A los cinco segundos reapareció Carlos, con un pirulo tropical de Miko en la boca. Su capacidad succionadora me resultó impresionante.
Estuvimos hablando de gilipolleces un rato y entonces nos dio por bañarnos. Sandra quiso hinchar el balón de Nivea y llevarlo con nosotros. Introdujo el pitorro, que bien podría haber sido mío, en esos carnosos labios y lo hinchó rápidamente. Nos sumergimos al instante. El agua era fresca pero te acostumbrabas pronto a ella, te aliviaba como nada en el mundo.
-¡Venga, un vóley! –propuso mi prima.
-¡No! ¡Fútbol, fútbol! –respondió Alex.
Al final ni una cosa ni la otra. Jugamos un “A-E-I-O-U” (tendrá más nombres pero nosotros los llamábamos así). El “A-E-I-O-U” consiste en mantener en balón en el aire por turnos, dándole toques con las manos como en el vóley. Cada vez que uno de los jugadores lo eleva tiene que decir una letra, lógicamente se empieza por “A”. Pero al quinto toque, aquel que le vaya a dar tiene que decir “U” y en vez de mantenerlo en el aire tiene que golpearlo en dirección a otro de los jugadores. Si el balón golpea al jugador y este no lo coge a la primera, perderá un punto. Si perdías cinco puntos estabas eliminado. Si, era una puta mierda de juego pero es lo que había.
La cosa empezó bien. Los dos primeros puntos los perdió Carlos, un impacto por mi parte y otro por la de mi prima. La verdad es que a medida avanzaba el día se le veía con más cara de mala hostia. Podía sentirse la bilis cociéndose en su interior. Yo mantenía la concentración justa para seguir en el juego pero admirando al mismo tiempo las maravillas de la gravedad. Los saltitos de mi prima bamboleaban su culete y sus tetacas, que me echaban agua a la cara. A veces se escurría el pelo echando el pecho hacia delante y los ríos salados descendían de su apretado canalillo a lo largo de su ombligo para acabar perdiéndose de vista en su mojadita entrepierna.
En una de aquellos toques, dejé el balón tan alto que ella tuvo que saltar más que nunca. “¡Mío!” grito mientras alargaba su cuerpo. Entre el salto y lo prieto del bikini fue demasiado, una de sus tetas se movió hacia arriba, permitiéndome vez un delicioso pezón. Era pequeño como un guisante y de color rosadito. Parte del blandito, carnoso y apetitoso contorno de su gran teta quedó también al descubierto en toda su gloria.
Permanecí empanado mirándola desde que ascendió en el salto hasta que volvió a caer al agua. Estuve tan absorto que no me di cuenta de que el siguiente en golpear iba a ser Carlos, y le tocaba la “U”. No os imagináis lo mucho que es capaz de escocer un balón Nivea en la cara. Entre el golpe y la sorpresa caí al agua con los brazos en cruz. Un punto menos para mí. Al emerger de nuevo exageré mi risa para quitarle dramatismo al asunto, no sabía si se había notado mi atención y quería disipar las dudas.
Al final ganó mi prima, aunque claro, con esa ventaja es fácil. Nos aburrimos pronto y pasamos a coger olas. No eran grandes pero muchas de ellas formaban potentes remolinos al estallar. Carlos comenzó una especie de exhibición con la intención de impresionar a Sandra. Lo cierto es que se le daba bien. Sea como fuere, Sandra parecía sentirse ahora más orgullosa de su novio y yo notaba que mi posición de hegemonía comenzaba a decaer. Había que hacer algo, así que me puse a coger olas también lo mejor que pude.
Al principio me costó un poco manejar los tiempos y saber cuando subir la marcha de nado para que fuese la propia ola la que me desplazase hasta la orilla. A los 10 minutos más o menos ya le había cogido bastante el truco, al menos el suficiente como para atreverme con otra ola que comenzaba a divisarse en el horizonte. Craso error.
Aguardé en el sitio que me pareció más adecuado y comencé a nadar como un loco a medida fue surgiendo la cresta de la ola. Terminé bajo la misma justo en el momento anterior a que reventase y pasó lo que tenía que pasar.
La ola descargó sobre mi toda su furia, hostiándome primero contra la arena del fondo y haciéndome girar a varias vueltas por segundo. La fuerza centrífuga fue tal que mi bañador se perdió en las profundidades del mar azul y toda mi polla quedó al descubierto.
Lo peor de todo fue que del meneo que me había metido la hostia estaba muy aturdido y tardé en darme cuenta de lo que realmente había pasado. Al menos fue una buena idea ponerse en uno de los extremo de la playa, porque apenas nadie más pudo ver el desastre. Lo terrible es que tanto mi prima como Carlos lo vieron de lleno. No quiero ni imaginarme el momento desde el exterior. Yo caminando como un alma en pena y sin rumbo, tambaleándome mientras mi colgajo se movía al son de la brisa marinera. Tenía que haber sido demigrante de cojones.
Carlos se empezó a reír como un loco, mi prima en cambio puso una cara de sorpresa. Descubrí el pastel y me tapé lo que pude, pidiendo ayuda a la desesperada para recuperar mi preciado tapanabos. Cuando Carlos se recuperó de su ataque de risa se unió a la búsqueda con nosotros dos. “¡Esta allí!” dijo. El lugar que señaló estaba a tomar por el culo, ya casi apenas podía verse el reflejo rojizo de mi bañador. Creo que no me he metido semejante carrera a nado en mi vida. Me lo puse dentro del agua lo más velozmente que pude y volví a la orilla.
A partir de ese momento el día decayó un montón para mí. Había pasado de ser una figura prominente a ojos de mi prima para quedar como un pringado. Carlos ahora volvía a estar de buen humor y hacía sus bromas. Volvía a ser el guay. Estaba muy deprimido. Tras acabar el chapuzón e ir a la ducha, mi prima y yo volvimos a las toallas para irnos de una vez a casa. Carlos se fue un momento a los baños.
Iba a recoger ya mi toalla cuando mi prima me habló en un tono dulce y calmado:
-¿Puedes sentarte un momento conmigo en la toalla por favor?
Accedí. Nos sentamos frente a frente a lo indio. Sus piernas volvían a estar abiertas ante mi y la parte baja del bañador marcaba un montón su vulva, pero yo ya no tenía humor ni para mirar eso.
-Alex, ya sé que tienes vergüenza por lo de antes. Tranquilo, es algo muy típico.
-No, en serio Sandra, no es por eso –mentí.
-Venga primo, que nos conocemos.
Yo bajé la vista y me limité a seguir callado.
-Además –añadió de repente con un gesto pícaro en su cara de niña buena- lo de la vergüenza es comprensible, pero lo de que te deprimas no tiene ningún sentido, te lo aseguro.
Entonces me empecé a poner más nervioso.
-¿Qué quieres decir? –le pregunté intrigado.
-Bueno… digamos que… tienes una buena polla, primito.
Yo me quedé flipando. Aquello era nuevo para mí. Hasta ahora entre mi prima y yo había habido una especie de juego erótico de baja intensidad, un erotismo que se limitaba a los gestual. Pero por primera vez, ella estaba hablando abiertamente de mi polla. Y no solo eso, estaba halagando mi polla. La buenorra de mi prima estaba haciendo un comentario sexual atrevidamente positivo hacia mí.
-¿Lo dices en serio? –le pregunté con voz de tonto, todavía no me lo creía.
-Claro que si, bueno, a ver, yo no he visto muchas pollas, solo la de Carlos y otra –calló un momento y puso una media sonrisa muy cachonda- Bueno… y ahora la tuya claro.
-Ya…
-Y te prometo que la tuya es la más grande. De hecho me ha sorprendido lo mayor y maduro que te has hecho Alex. Eres todo un hombre.
Lo decía con una voz que no podía ocultar un matiz de excitación. Le estaba gustando hablar de eso, hablar de mi polla. Recrearse en cómo había cambiado mi cuerpo. Lo estaba disfrutando.
-Estoy segura… -añadió con una voz a medio susurro que me produjo la erección más intensa de todo el día- …de que algún día harás a una mujer muy feliz con esa polla tuya, primito mío.
Dios, casi muero del éxtasis. Cuando parecía que lo había perdido todo, ahora Sandra me hacía ese comentario. Casi terminé agradeciendo el haber pasado ese mal rato. Me parecía que su voz desprendía una sinceridad inmensa al decirme esas palabras.
-Ehh… Muchas gracias Sandra –le dije solamente.
-De nada –ella me sonrío y me guiño el ojo pícara, saco su lengua y se mojó con ella sus gruesos labios antes de cambiar bruscamente de tema- vamos a recogerle las cosas a Carlos anda, así ahorramos tiempo, que este siempre tarda un montón.
Volvimos prácticamente en silencio. Estábamos cansados y además yo andaba dándole vueltas a todo lo acontecido. Dentro de mí tenía una sensación agridulce y no sabía muy bien como calificar ese día, al margen de extraño. Cenamos con mis padres y, como estaba mandado, fuimos cada uno a los cuartos que nos correspondían por mandato imperativo de mi madre.
Una vez allí, con la luz apagada, noté que a Carlos le costaba bastante más pegar ojo que la noche anterior. De repente comenzó a hablarme. Me extrañó bastante porque no acostumbraba a hablarme apenas cuando estábamos en privado, no sé si por vergüenza o asco hacia mi persona. Sin embargo lo hizo, y en un tono bastante jocoso:
-¿Ha estado bien el día no? –me preguntó.
Decidí seguirle la corriente hasta que le diera por dormirse.
-Si, ha estado bien.
-¿Te has puesto morado eh?
-¿Cómo?
-¿Qué te crees, que no me doy cuenta?
Un escalofrío recorrió mi espalda. Al parecer Carlos no era tan tonto y egocéntrico como parecía y por lo visto se fijaba en más cosas de las que yo pensaba.
-¡Eh! Que yo lo entiendo –me dijo conciliador- es que tu prima está muy buena.
Yo permanecí callado y él siguió hablando.
-Viniendo de ti no me voy a enfadar, ¿Sabes? A otro le hubiese partido la cara –hizo una breve pausa- Pero coño, eres su primo así que ya sé lo que hay, tranquilo.
Seguí callado.
-¿Has follado alguna vez, Alex?
-Ehh… -no me apetecía mentir y además era algo que saltaba a la vista- No.
-¿Te importa que hablemos de cosas de hombres? ¿Te sientes incómodo?
-No, no me importa.
-Perfecto. Mira Alex, tampoco tengas prisa por mojar el pizarrín–suspiró y continúo con su discurso- ¿Sabes? Yo me he follado a bastantes tías, pero muchas veces no es lo que te esperas, muchas no tienen ni puta idea de chupar, otras te hacen ir más lento, otras tienes que andar tú detrás… Una mierda.
Permanecí impasible.
-Pero cuando conocí a tu prima chico… menudo pepino es –suspiró más fuerte que antes- en serio, esas tetas y ese culo no son de este mundo, te lo juro. Y viendo a la madre… ¡Joder! Tiene futuro, tiene futuro.
A pesar de que yo pensaba exactamente lo mismo, no dejaba de parecerme repugnante como ese hijo de perra hablaba de las mujeres de mi familia de esa forma. Yo no dije nada porque, aparte de no atreverme, mi lado oscuro quería conocer más de esa faceta de mi prima que Carlos me estaba desvelando.
-La primera vez le dolió un poco, pero ahora tendrías que verla. No se cansa de cabalgar. ¿Sabes lo que es eso? Lo habrás visto en alguna peli me imagino. Le encanta que le embistan como una perra y le tiren del pelo a la vez. Y al acabar… Dios, si supieras lo morbosa que puede llegar a ser…
Llegué a mi tope.
-Es suficiente, Carlos –le corté con voz seria.
Era una sensación extraña de cojones. Tenía la polla dura pero estaba indignado. Quería que se callase de una puta vez. Quería conocer ese lado sexual de mi prima pero no de la mano de ese capullo, ni mucho menos quería saber como este se la percutía. Esa confesión me había sentado como un mordisco en los huevos.
Al tío pareció sorprenderle mi cambio de actitud pero después me dijo “Perdón si te ha molestado algo, yo ya te considero un colega y a los colegas no me importa contarles estas cosas” y no volvió a hablar.
Yo volví a pasar una noche horrorosa. Tardé un montón en dormirme. Todas esas palabras me dejaron marcado de tal forma que todo el tiempo en el que estuvo Carlos en la casa intenté no coincidir más con ellos dos. Invertí mi tiempo en todo lo demás: amigos, deporte, pajas… pero de estar con ellos, ni un minuto.
Sin embargo, pronto pasaría la semana y llegaría la mañana en la que Carlos tendría que dejarnos. Y a partir de entonces, todo cambiaría.
CONTINÚA
http://www.poringa.net/posts/relatos/2968584/El-verano-que-me-folle-a-mi-prima-Parte-2.html
Voy a ir posteando el relato por partes (si, ya sé que es algo que no había hecho nunca nadie), porque necesito tiempo para escribirlo y no siempre encuentro el suficiente. Además de esa forma los foreros anti-tochos tendrán más tiempo para ir leyéndolo. A quien no le apetezca leer, siempre puede pillar sitio y reservar esta confesión para lectura de verano, que es el periodo en el que todo esto sucedió.
Vamos a ello, agradecería que si os gusta, puntuaseis este post
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PARTE 1: MI PRIMA LLEGA A NUESTRA CASA
Tenía 15 años. Me gustaban mucho los veranos. Todos los años iba con mi familia a una urbanización costera que me encantaba. La casa estaba muy guapa, tenía dos pisos y jardín, con lo que ganaba por bastantes puntos al piso en el que solía vivir el resto del año con mis padres y mi hermano. Pero lo mejor era la forma de vida, allí podías hacer todo lo que te diese la gana. Los agobios de la ciudad quedaban atrás, los horarios desaparecían. Eras libre y tus cojones mandaban a la hora de hacer lo que quisieses. Era perfecto.
Además era una ocasión inmejorable para retomar la relación con los amigos de la zona que habías tenido durante toda la vida. Solo alguien que haya ido todos los veranos a un mismo lugar con otras familias puede conocer ese cosquilleo que se siente en el estómago al saber que pronto podrás volver a divertirte con los colegas de los que has estado separado durante todo el resto del año.
Pero los amigos no eran las únicas personas con las que volvería a mantener una relación personal aquel verano. Estaba mi prima Sandra, que por entonces tenía 17 años. Mi prima vivía en otra ciudad más cutre, grande y gris que la mía, así que desde que era una niña le encantó la idea de poder desconectar durante ese verano junto con mi familia en un sitio con mar.
Mis padres nunca se opusieron y la acogían con muchas ganas, especialmente mi madre (hermana de su padre), que siempre le insistía durante el resto del año con “¿Vendrás este año también a nuestra casa de verano, no?” o “¿No te lo irás a perder ahora con lo bien que te lo pasaste el año pasado?”, aunque últimamente era más bien algo así como “Sé que te has hecho ya bastante mayor y eres una toda una mujer, pero créeme cuando te digo que una persona adulta puede pasárselo por aquí igual de bien o mejor incluso que un niño”.
Seguramente fue por esto último, porque estaba haciéndose ya una mujer, que había pasado de ir con nosotros los últimos tres años. Pero ese año que estaba por venir fue la excepción, aunque hubo todavía más de una sorpresa que yo no podía a esas alturas imaginar.
El caso es que un buen día nos encontrábamos comiendo los tres miembros de la familia que habíamos ido ese año: mi padre, mi madre y yo.
Faltaba mi hermano mayor, que aquel verano había decidido irse con una familia británica a pasar las vacaciones para aprender inglés. Al principio, cuando supe que mi hermano no iba a venir, me deprimí bastante. El verano allí no sería lo mismo sin él porque, aunque nos llevábamos bastantes años entre medias, siempre solíamos pasarlo de lujo jugando al fútbol en el jardín o pillando algunas olas en la playa o haciendo el gilipollas sin más. Un hermano siempre es un hermano, tenga la edad que tenga.
Al terminar el verano, en cambio, llegué a agradecer la falta de mi hermano, cuya presencia hubiese significado casi seguro un importante obstáculo en el devenir de los acontecimientos que estaban por llegar.
Como de costumbre, la comida de ese día era fresca (ensaladas, frutas…), ideal para combatir el calor tan característico que azotaba ese sitio. Hacía ya una semana que nos habíamos instalado en la casa, era el mes de julio y el día anterior mi prima había llamado a mi madre para comunicarle que llegaría al día siguiente a la noche, así que todos estábamos impacientes. Bueno, unos más que otros.
La persona que más nerviosa estaba de la mesa era sin duda mi madre, repitiendo una y otra vez sus célebres preguntas retóricas en voz alta: “No creo que les vaya a pasar nada por el camino, ¿No?”, “¿La urbanización está muy bien señalada, ¿No?”.
Yo mientras tanto me limitaba a comer y callar, aunque mi cabeza estaba llena de pensamientos, no por mi prima, sino por el plan de después de comer. Marcos, un amigo mío que vivía a solo dos manzanas de distancia de mi casa, me había dicho que se había traído un par de revistas guarras que normalmente escondía en el cuarto de su casa en la ciudad y que esa tarde las veríamos en su cabaña.
Claramente yo todavía no era un adulto, aunque llevaba ya una temporada metido de lleno en la adolescencia, ya me entendéis: los primeros pelillos en la barba, los famosos gallos en la voz, un leve (por fortuna) acné y unos huevos bien cargados. En resumen, la edad del pajero. Y confiaba en que las revistas prometidas por mi amigo pudiesen saciar mi desbordada curiosidad carnal.
Esperaba que Marcos me dejase llevarme una a mi casa para tomarme mi tiempo en disfrutarla, de lo contrario es posible que tuviese que pajearme en la cabaña a su lado y aunque las masturbaciones en grupo (cada uno a su pepino, eso si) no eran algo nuevo para mí, yo ya estaba en una etapa en la que uno desea más intimidad, más calma. Supongo que ya estaba madurando.
Cuando terminé de comer me fui directo a la cama a echar la siesta para hacer tiempo hasta la tarde. Tuve que resistirme varias veces a hacerme una gayola porque solo el pensar en cómo serían aquellas imágenes tan calientes plasmadas en el papel me ponía muy cachondo. Al final conseguí conciliar el sueño a medias hasta que el despertador sonó para espabilarme. Yo di un bote y me cagué en todo, después recordé que había quedado con Marcos a las 5 de la tarde. Eran menos cuarto y ya iba tarde. Me volví a cagar en todo.
Me puse otra ropa a toda hostia porque con el calorazo que hacía en aquel sitio había dejado la otra camiseta empapada de sudor. Bajé las escaleras hacia la entrada y justo cuando me disponía a cabalgar triunfante y decidido a través de la puerta noté una mano que me agarraba del brazo. Era mi madre y no tenía mucha cara de querer hacer amigos.
-¿Dónde te crees que vas? ¡Que va a llegar tu prima ya!
Mierda.
-Joder mamá, ¿Pero no llegaba hacia la noche?
-No, al final se han adelantado a la hora. Me han dicho que quieren aprovechar los rayos de sol de las últimas horas de la tarde.
-¿Cómo que “quieren”? ¿Quiénes?
-¡Pero si lo hemos comentado hoy mismo en la comida! ¡Estás alelado, Alex! ¡Qué este año viene con su novio!
Aquello me pilló por sorpresa, aunque la verdad es que no me sorprendió del todo. Por aquel entonces yo siempre había visto a mi prima como una persona muy sociable y, por lo demás, nunca me había parecido fea. En ese momento mi idea sobre su persona era solo eso y no alcanzaba a ver otras facetas suyas que estaba a punto de descubrir.
El hecho de que hubiese decidido llevarse allí a su novio no me resultaba muy cómodo porque con una persona desconocida siempre me cortaba más a la hora de hacer mis bromas o comentarios, pero por lo demás me dio bastante igual.
-Bueno, bien, pues salúdales de mi parte.
-¿Qué dices? ¿Estás tonto? ¡Tú te quedas aquí! ¡Todos los años la recibíamos en familia y aunque este año no esté Dani, todos los que estemos lo vamos a hacer! ¡No voy a dejar que te escaquees para irte a hacer alguna tontería por allá con tus amigos que puede esperar perfectamente!
-Mamá, que no, que es urgente. Ya había quedado hacía tiempo y…
-¡Que no! Ya te he dicho que te vas a quedar aquí. Tus amigos lo entenderán, seguro.
Por dentro se me revolvieron las tripas de la rabia. Los huevos también me dolieron un poco, supongo que protestaban. Me imaginé a Marcos solo en la cabaña, con una revista abierta a cada lado y matándose a pajas hasta la extenuación. Claro que iba a comprender mi plantón el hijo de puta, gracias a mi ausencia el cabrón tendría todo el material para él.
-¡Maribel, ya vienen! –gritó mi padre a mi madre.
En efecto, se vio dar la curva a un Opel negro al fondo de nuestra calle y acercarse poco a poco a nuestro porche. Cualquiera que nos hubiese visto desde alguna ventana podría haber pensado que se trataba de algún tipo de visita diplomática.
Estábamos toda la familia de pie frente a la carretera, organizados en lo que venía siendo la alineación habitual (trazada todos los años por mi madre). Detrás se colocaban mi padre y mi madre, delante me ponía yo (a mi lado se solía colocar mi hermano, en un esquema “Familia Feliz” 2-2). El Opel paró a nuestro lado, me fijé en que tenía además las lunas tintadas, con lo que aquello daba todavía más impresión de ser un acontecimiento de alto standing.
Una vez el coche se paró, los pasajeros tardaron unos cuantos segundos en salir. El primero en hacerlo fue mi tío, que salió sonriéndonos y haciéndonos sus típicos chistes y chascarrillos.
-¡Un poco más y acabamos en Francia! ¿¡Cómo estáis, familia!? ¿¡Qué tal tú hermanita!?
Al llegar a mí me dio un par de manotazos en la espalda que casi me descoyunta el lomo. Es típico a esas edades. Cuando un hombre de la familia ve que ya tienes pelo en los huevos pero todavía le pareces demasiado crío para darte la mano, a veces opta por formas muy extrañas de saludo.
-¡Alex joder! ¡Cada año cambias más!
-¿Qué le vamos a hacer? Jajaj – le contesté muriéndome de dolor.
Detrás de mi tío venía su mujer, quien siempre había sido bastante más tranquila en carácter.
Mi tía era una buena potranca. Toda una MILF. Recuerdo que ese día llevaba un vestido de verano color verde esmeralda que le llegaba hasta un poco más arriba de la rodillas. Era una ropa muy juvenil, pero a ella de quedaba de muerte. El tejido parecía ser muy suave y se pegaba bastante a su cuerpo, destacando sus formas. Era una mujer con una buena genética y que trabajaba el físico (según contaba mi tío, era una adicta del spinning). Esto último saltaba a la vista.
A sus cuarentaypico años, tenía una melena rubia (teñida pero con gusto) y unos aires que daban a entender que ya era madre pero que se negaba a perder ese toque de sensualidad que estoy seguro que a mi tío le volvía loco. Se veía a leguas que le encantaba enseñar sus atributos.
Era delgadita pero esbelta. Los tirantes de su vestido dejaban a la vista unos hombros delgados y sensuales. Lucía una piel ligeramente bronceada, característica de los primeros días del verano intenso. Sus pechos eran más bien pequeños pero muy juguetones, sus pezones se intuían erectos bajo la tela, y a juego con toda su figura: un vientre extraordinariamente plano para su edad que ya hubiesen querido muchas veinteañeras.
Había momentos en los que se ponía realmente potente, sobre todo cuando la brisa golpeaba su vestido y este se pegaba al relieve de su cuerpo y podían intuirse una finas braguitas de verano bajo su ombligo, más propias de una adolescente que de una madre de familia. Al ver eso noté como se me empinó de golpe. Sus muslos parecían duros y no veía ni rastro de celulitis, mientras que sus torneadas pantorrillas curtidas en la bici estática quedaban también a la vista. Sabía como lucirse y sacarse partido.
Por mucho que se empeñase en mostrar una personalidad más sosegada que la de mi tío, para la mayoría de los hombres hubiese resultado obvio que su cara ocultaba la esencia de una viciosa integral. El suyo era de esos rostros que puedes imaginar perfectamente cambiar de la calma a la pasión, e imaginar como sus ojos azules te miran mientras descargas en su experimentada boquita era algo que te provocaba un inmenso escalofrío. Con su recuerdo de aquella tarde cayeron bastantes pajas. Tengo que reconocer que mi tío siempre ha tenido muy buen gusto (y mucha suerte).
Pasó un instante bastante difícil de estimar en el que me mantuve completamente aislado de las voces que me rodeaban hasta que fui realmente consciente de la dureza de mi entrepierna. Caí en la cuenta, bastante horrorizado, de que me estaba excitando con la mujer de mi tío. Era una sensación estimulante y desagradable al mismo tiempo. Una atracción novedosa que me animaba pero me asustaba a partes iguales. Producto de mis hormonas revolucionadas. Nunca me había pasado algo así.
Y sin embargo, cuando volví a la realidad, fue para meterme en una sensación mucho más perturbadora. De entre las figuras de mi tío y de mi tía, surgió mi prima. Yo me quedé embobado mirándola. Nunca había sentido algo así. Mi polla, que ya estaba a un 75% con la vista de mi tía, empezó a hacerme daño al verse repentina y fuertemente presionada por la dura tela de mis pantalones cortos.
Ella permanecía delante de mí, sonriente. A día de hoy todavía soy incapaz de determinar si era ella la que se había desarrollado una barbaridad en los últimos años o era yo el que lo había hecho y, por lo tanto, miraba a mi prima de una manera en la que nunca antes la había mirado.
Llevaba unas gafas de sol colocadas en la cabeza, con su pelo negro y liso recogido a su vez en una coleta, supongo que para intentar librarse del calorazo que hacía.
Llevaba una camiseta de tirantes negra y muy fina, de un tejido que se parecía a la licra, pegándose bien a su cuerpo y haciéndome fácil imaginar como tenía que ser ese cañón desnuda. La cara era lo único que pude reconocer más o menos como lo de siempre, una cara dulce bastante infantil con unos ojos grandes y marrones, una nariz chata y una sonrisa pícara envuelta en unos labios bastante carnosos.
Pero lo que más me chocó a primera vista fueron sus tetas. A pesar de tener una figura bastante más delgada que la de la madre (como suele ser habitual), la naturaleza le había regalado unos pechos bastante por encima de lo que le correspondía por su constitución corporal, recogidos en un sujetador naranja chillón cuyos tirantes rodeaban sus morenos hombros y por encima esa camiseta tan prieta que los mantenía presionados contra ella.
Se veía que había intentado no pasar calor pero para no ir tampoco demasiado exuberante había decidido recogerse bien las tetas, aunque el efecto logrado era todavía mucho más erótico para mí, mostrando unos poderosos y turgentes pechos bajo inquietante presión. Mantuve una breve pero desesperada lucha interna para apartar mi vista de ese canalillo cubierto de pequeñas gotitas de sudor.
La parte baja de su cuerpo no era menos despreciable. Una vez terminaba su vientre, más plano y tonificado a simple vista que el de su madre, aquel cuerpo delgado se iba haciendo más voluptuoso y correspondiente a sus pechos, dibujándose una sugerente curva en la zona de sus caderas.
A ella parecía gustarle también esa parte de su cuerpo porque llevaba unos pantalones vaqueros cortos desgastados que alcanzaban justo a agarrarle la parte baja de sus firmes glúteos y que eran sujetados a su vez por un estrecho cinturón marrón. Toda esa voluptuosidad resaltada y su poder de atracción fue todo un shock para mí. A sus 17 años era toda una diosa de la fertilidad. La naturaleza femenina en todo su esplendor. Un cuerpo que todo hombre, adolescente o adulto, hubiese deseado follar hasta la muerte.
A todo lo descrito había que añadir un detalle que sin ser exactamente algo sexy, a mí en ese momento me puso muy cachondo: su sudor. Hacía una humedad increíble y su rostro sudaba. Sudaba mucho. Su fina camiseta permitía apreciar como su carne sudaba también bajo la misma y quedaba pegada a todos los recovecos de su piel. Además el calor le hacía respirar más intensamente. Me la imagine follando encima mío y… joder, era mi prima, ¿¡Pero qué coño me estaba pasando!?
-¡Hola Alex!
Su voz me despertó del coma erótico en el que me encontraba.
-¡Hola Sandra!
Entonces me miró de arriba abajo, abrió los ojos con sorpresa y sonrió todavía más:
-¡Pero bueno! ¡Si has cambiado un montón! ¿Y tú tienes 15 años? ¡Pareces un chico de mi edad!
Mentiría si os dijese que aquello no fue toda una inyección de moral. Intenté escapar a sus halagos de la forma más modesta que pude.
-¡No exageres anda! ¡A ti si que no te recordaba así de… así! –casi se me escapó en público una palabra no deseada pero por fortuna supe morderme la lengua a tiempo.
Aun así, creo que ella captó mi mensaje y pareció sentirse entre halagada y avergonzada porque cruzó las piernas y realizó un breve contoneo de hombros que, para mi deleite, hizo bambolear un poquito al mismo tiempo ese par de jugosas tetas sudadas mientras me decía mimosa:
-Que majo… Tú también estás muy guapo… -lo dijo realizando una brevísima pausa en el “guapo”, lo que me puso bastante incómodo porque se habían notado sus nervios en público y decir aquello delante de nuestros padres me (imagino que a ella también) resultaba muy vergonzoso.
-¡Hola chaval! –dijo una voz masculina por alguna parte.
Entonces lo vi. Se supone que había estado todo el rato al lado de mi prima pero con todo el momento de la revelación se me había pasado completamente por alto y ni lo había visto. Era el novio.
Su nombre era Carlos y era una especie de guaperas moreno con sonrisa Orbit, corpulento pero fibrado. Tenía 19 años. Lo cierto es que verle me deprimió bastante y me devolvió a la tierra, haciéndome recordar que yo, en mi plena adolescencia, estaba todavía a años luz de catar un pivón como mi prima. Carlos me dio la mano y pude sentir mis huesos crujir con la fuerza del apretón. A día de hoy todavía ignoro si fue algo natural o se trataba de una premeditada estrategia de macho alfa para marcar su territorio.
La conversación entre los presentes siguió, pero la mayoría de lo que hablaban eran chorradas para llenar un poco el tiempo y que los que habían viajado en coche amortizasen un poco la kilometrada.
Mi madre ofreció a todos los invitados unos granizados. Solo aceptaron mis tíos, aunque nos sentamos todos en una mesa alargada que mi padre había montado en el jardín bajo un toldo que nos protegía del sol abrasador. Pasaron dos horas sin nada destacable, bueno si, una interminable erección por mi parte quien, incapaz de dejar de mirar a mi prima y contemplar todos y cada uno de los movimientos que hacía en la mesa (como al reírse echaba sensualmente su cabeza hacia atrás y su enorme pecho se volcaba hacia delante o como de vez en cuando se llevaba coquetamente la mano a la coleta), empezaba a preocuparse.
Hubo un extraño pero glorioso momento en el que ella se ofreció para ir a la cocina un momento para rellenar una de las jarras de granizado que habían quedado vacías. Alargó el brazo, cogió la jarra y empezó a caminar hacia el interior de la casa. Entonces dirigí la vista hacia su marcha y casi escupo el trago que estaba tomando en ese momento.
Su culo firme y redondito se movía de lado a lado. Se movía como una gata en celo, cargando el peso en uno de los tobillos y después trasladándolo al otro, marcando un ritmo brutalmente sensual en sus cachetes.
Yo lo seguí con los ojos salidos de mis órbitas. Entonces, justo antes de perderla de vista, aprecié como torcía ligeramente su cabeza y me dirigía una mirada cachondísima. Fue tan solo una milésima parte de segundo. Yo no sabía si veía lo que veía o el bochorno me estaba pasando factura.
Mientras tanto el tal Carlos intentó confraternizar un poco conmigo. Imagino que durante el viaje mi prima le habría contado nuestras aventuras de pequeños y el chaval querría llevarse bien conmigo sabiendo lo importante que había sido para su novia. El caso es que no terminaba de caerme bien porque a pesar de dárselas de simpático conmigo, el tío era incapaz de ocultar un matiz chulesco en sus palabras. Yo para estas cosas siempre he sido muy perspicaz y os digo que se veía a leguas que era un flipado jugando a ser un quedabien.
Precisamente habría sido eso, lo chulo y flipado que era, lo que más había atraído a mi prima hacia el muy cabrón que a buen seguro se habría aprovechado para llevarse sus prodigiosas tetazas a la boca, desflorar su por entonces prieto coño y empotrar su culo carnoso y lleno de curvas hasta el frenesí.
Él me hablaba pero yo no escuchaba, no podía hacer otra cosa que imaginarme a ese cerdo follándose el caliente cuerpo de mi prima y por mucho que el tío se esforzaba, a mí me estaba entrando una mala hostia de campeonato. Era algo de locos, no hacía ni tres horas que había visto a mi prima por primera vez en un año y ya estaba sintiendo celos por su primer novio.
El tiempo pasó y a parte de los invitados que estaban con nosotros les llegó la hora de volver. Mis tíos se dirigieron al coche (donde pude disfrutar de una última ojeada a las braguitas de mi tía favorita que habían quedado transparentadas a través del vestido por el sudor de haber estado tanto rato sentada). Antes de montarse le dieron una buena tanda de besos a mi prima:
-No hagas tonterías mi niña, cuídate mucho –le dijo mi tía.
-Que no mamá… ya no soy una niña –contestó ella con tono cansado.
-Lo sé, lo sé…
Todos nos despedimos de todos, se dijeron las cuatro frases típicas del momento y el coche finalmente arrancó, desapareciendo por el mismo fondo de la calle desde donde lo habíamos visto aparecer unas horas antes, esta vez ya bastante más oscuro.
Seguidamente, mi madre guió a mi prima y su novio hacia la casa. Yo les acompañé. Era algo hipnótico, no podía perder a Sandra de vista. Los condujo a lo largo del piso inferior y señaló un cuarto que había permanecido vacío hasta el momento:
-Tú Sandra, dormirás en el cuarto de siempre. ¿No te trae un montón de recuerdos cada vez que vienes? –preguntó mi madre con una sonrisa.
Mi prima torció la boca y se mordió traviesamente una de las comisuras de los labios (no sé hasta que punto era consciente de lo loco que podía volver a un hombre con tan solo una tontería como aquella) antes de arrancar a decir lo que quería:
-Tía… Carlos y yo tenemos una edad ya y habíamos pensado en dormir en el mismo cuarto.
Mi madre arqueó las cejas levemente pero tampoco pareció muy sorprendida, se notaba que había estado pensando en la posibilidad de que su sobrina le dijese eso mismo.
-Mira Sandra, yo ya he hablado de esto con tu padre y sus instrucciones han sido claras. Yo siempre cumplo con tu padre, desde que éramos niños. Así que lo siento. Podréis estar todo el tiempo del mundo juntos pero a la hora de dormir, las siestas y demás, tendréis que estar en cuartos separados.
Yo por mi parte sentí como me embargaba la alegría. Ya sé que dicho así os puede parecer que era un cabrón, pero lo cierto es que me alegraba de que el imbécil de Carlos se jodiera. Además, así no tendría que comerme más la cabeza con paranoias y envidias raras mientras ellos estuviesen allí.
-Hombre… -terció entonces Carlos- yo solo me voy a quedar una semana, no un mes como Sandra, así que lo de estar en el mismo cuarto nos vendría muy bien para aprovechar el tiempo al máximo.
Así que el estorbo solo iba a estar una semana… Interesante. Aun así, estaba claro que el hijo de puta de Carlos no se resignaba y parecía oponerse radicalmente a permanecer toda una semana sin montarse a mi prima. No le culpo.
-Ya he dicho lo que tenía que decir Carlos –contestó mi madre sin dar su brazo a torcer- mientras estéis en esta casa respetaréis las normas impuestas por nosotros y por los padres de Sandra.
Entonces Carlos bajó la mirada. Estoy seguro de que había querido ir hasta allí porque se pensaba que aquello iba a ser como la mansión del Play Boy y que se iba a pasar follando con Sandra todo el día en todos los lugares de la casa a la mínima que esta se quedara vacía. Parece que los planes del tonto de Carlitos se iban al garete, y eso le ponía muy triste.
-Entonces… -acertó a preguntar Carlos con voz dubitativa- ¿Dónde duermo?
Mi madre sonrió:
-Mirad, al principio tuve dudas, pero en vista de que no hay mucho más donde elegir y estamos pintando una de las habitaciones de arriba… he pensado que tú y Alex podríais dormir juntos.
Sentí que me daba algo. No podía ser. No, no. Jamás.
-¿¡Mamá que coño dices!?
-¡Cállate Alex! No hay otro remedio, además así os iréis conociendo mejor, estoy seguro que entre chicos no va a ser nada incómodo. Os lo pasaréis bien.
Pensé en contestar. En gritar. En golpear las paredes. Pero me callé. Era inútil discutir. Si algo me había enseñado la vida, era que cuando mi madre tomaba una decisión, la tomaba hasta las últimas consecuencias y lo llevaba hasta el final. No merecía la pena.
-De acuerdo –mi prima acabó cediendo a todas las condiciones de mi madre- ¡Pero mañana a primera hora de la mañana nos vamos a la playa! ¡Tengo que estrenar todos los nuevos bikinis que me he comprado!
Al oírle decir eso y solo con imaginar el repertorio de modelitos que debía de tener para la playa, el cipote se me volvió a poner como un palo justo cuando parecía que ya comenzaba a languidecer.
-Como queráis, Carlos y tú podéis organizar vuestras salidas como os apetezca –respondió mi madre.
-¿Y Alex? Él también tiene que venir –añadió de repente mi prima.
Tragué saliva. Definitivamente eso no me lo esperaba.
-¿Yo? –pregunté atónito, casi con un hilillo de voz.
-Si, como en los viejos tiempos –me dijo, de nuevo mostrándome todos sus blancos dientes.
Era incapaz de enfrentarme a esa sonrisa tan sugerente y angelical a partes iguales, así que simplemente di la callada por respuesta, con lo que se entendió que aceptaba.
Carlos llevó su gran maleta hasta mi cuarto y empezó a deshacerla. Mi padre desplegó el mecanismo de mi cama convirtiéndola en una litera. Yo dormiría arriba y Carlos abajo.
Poco después mi madre nos preguntó a todos si queríamos algo para cenar. Nadie parecía tener mucho hambre así que no hubo éxito. Nos fuimos cada uno a nuestros cuartos. Mi prima, antes de separarse de Carlos y de mí cuando nos dirigíamos al nuestro, se llevo la mano a su boca besando cálidamente la punta de sus dedos para extenderla después y soplar cariñosamente hacia Carlos, despidiéndole el día con una sonrisa. Este le guiño el ojo con gesto triste. Yo a todo eso mantenía una postura de circunstancia.
Creo que una vez nos quedamos a solas en el cuarto apenas intercambiamos dos o tres palabras. Carlos estaba cansado y además ya no tenía la necesidad de fingir simpatía como cuando estaba en público. Consiguió dormir muy rápidamente, soltando unos ronquidos muy molestos que casi terminan con mi salud.
Entre esos ronquidos y mi comida de tarro, imaginando qué sería de mí el día de mañana, qué diría, cómo actuaría un pringado como yo con la compañía de un pivón y un subnormal como Carlos, tardé un montón en conciliar el sueño. Más o menos a las dos horas de tumbarme en la cama, hecho polvo y con la polla a medio asta, caí dormido.
PARTE 2: NOS VAMOS A LA PLAYA
Aquella noche dormí fatal, con un montón de pesadillas acosándome. La peor era una en la que Carlos y Sandra estaban en la playa y empezaban a follar. Los dos comenzaban a reírse y Carlos le quitaba el bikini y la tumbaba en el suelo. Yo mientras tanto estaba en el mar y me ponía a gritarles mientras la corriente me alejaba de la orilla. Ellos no me escuchaban y seguían a lo suyo. Desperté de un brinco bañado en mi sudor. Respiré hondo y recordé mi compromiso para ese día. Mierda.
Miré hacia abajo pero la cama de Carlos estaba vacía. Bajé por las escalerillas y salí del cuarto rumbo a la cocina. Caminé lenta y silenciosamente. Era muy pronto y mis padres todavía dormían. Según me acercaba a la cocina, empecé a escuchar unas voces que discutían entre susurros. Eran mi prima y Carlos, lo tuve seguro. No alcancé a escuchar la gran mayoría de la conversación pero cuando estaba ya muy cerca me pareció entender a Sandra decir “Viene y punto”. Estaba completamente seguro de que hablaban de mí. Aproveché un momento de silencio creado entre los dos para salir de mi escondite y darles los buenos días como si nada.
-¡Buenos días Alex! –contestó mi prima alegre. Carlos no dijo nada.
A pesar de ir algo más descuidada que ayer (lo normal en una mujer al levantarse), me pareció caliente desde primeras horas del día. Llevaba un pijama de verano con estampado de ositos que en otra chica podría haber resultado infantil, pero que sobre las curvas de su cuerpo se convertía en un modelito muy provocativo. El pijama tenía un escote con un par de botones y el de arriba del todo estaba desabrochado, mostrando la parte alta de unos senos enclaustrados que luchaban por salir. Sus pantalones para dormir eran elásticos y marcaban perfectamente la “V” invertida que formaba su coñito.
Bien mirado, aquello parecía el comienzo de una escena de trío en una película porno de clase B.
La felicidad de mi prima contrastaba con la de Carlos, quien para mi sorpresa no llevaba ya pijama, sino que estaba completamente listo para salir. Llevaba una demigrante camiseta de tirantes amarilla “chaleco reflectante” style y un bañador negro de los chinos hasta las rodillas. A modo de guinda, debajo de ese bañador se veían asomarse los típicos calzoncillos de marca hortera de turno. Todo un cani nuestro Carlos.
Mirad, aprovecho para deciros una cosa, siempre me ha parecido de tío guarro llevar a la playa calzoncillos por debajo del bañador. Sé que este es además un tema muy recurrente en FC durante el periodo estival. La sensación húmeda que permanece en la Zona Cero es asquerosa. Humildemente lo digo, me parece un atentado contra la flora y fauna de nuestro cipote hacer algo así. La única vez que probé a llevar gayumbos por debajo del bañador el PH de mi polla se alteró tanto que mi escroto estuvo toda una semana más rojo que el culo de un mandril. Dicho queda.
Estaban los dos de pie frente a la encimera tomándose unos Cola-Caos. Intenté evitar el tenso momento llevando mi comida a la mesa y dejándolos a los dos en la cocina, pero mi prima se sentó a mi lado y el otro vino detrás. Parecía que no iba a tener un momento de calma.
-¿Quieres que meta el balón hinchable de Nivea en la mochila, Alex? ¡Podríamos echar un vóley! –me propuso radiante Sandra.
No hace falta decir nada más, el puto valor hinchable de Nivea marcó una época y lo sabéis.
-Me da igual –respondí indiferente devorando mis cereales.
-¿Vóley? ¡Eso es una mierda! ¡Yo quiero fútbol! –Carlos intervino en la conversación por primera vez con ese comentario prodigioso que marcará los anales de la historia.
Sandra lo miró con cara de hastío. Solo llevaban un día yaciendo en distinto lecho y ya había problemas en el paraíso.
-A Alex no le gusta el futbol –le contestó.
-Bueno, bueno –le corté- Pero que me da igual, ¿Eh? En su día ya metí mis buenos zumbes al balón también.
-Es verdad, cuando eras pequeño –sonrió Sandra- siempre tuviste unas piernas muy fuertes.
Al hacer el comentario de las piernas acercó su mano por debajo de la mesa y me acarició cariñosamente la pierna que tenía hacia su lado. Fue un movimiento tan inesperado que los putos Chocokrispis (los del mono de mierda este) se me fueron por la tráquea. Menos mal que eran pequeños. Me puse a echarlos como un loco sobre la mesa y por poco vomito.
-¿¡Estas bien, Alex!? ¿¡Estás bien!? –mi prima repetía una y otra vez histérica
Carlos mientras tanto se estuvo desahogando dándome de hostias en la espalda dejando a mi tío como un vulgar amateur. Al final me repuse.
-Tranquilos… tranquilos… -dije jadeando- ya estoy bien, estoy bien…
Me puse a limpiar y recoger las cosas a toda hostia.
-¿Ya esta? ¿No vas a desayunar más? –preguntó mi prima.
-No, no. Ya está, subo al cuarto.
-¡Pero si vamos a pasar el día fuera y no has comido casi nada!
-Que va, tranquila–contesté apresuradamente, queriendo acabar el mal trago de día que me esperaba cuando antes y, metiéndome en la boca el primer bollo suelto que vi a mi alcance, seguí hablando- zzolo zzerán 5 minutozz, ¡Foy a for el fañador! ¡Fete fizztiendote!
Subí corriendo las escaleras, entré en mi cuarto y abrí de par en par mi armario. Fui directo a la sección de playa. Había una amplia gama sobre la que elegir: uno de esos ajustados que tienes que controlar de vez en cuando por si se te ha fugado un huevo (descartado automáticamente, of course), otro blanco más largo que no debía de ponerme desde mi Primera Comunión y además desprendía un sospechoso olor a salitre descompuesto…
Revolviendo durante un minuto terminé dando con uno de color rojo, ni muy largo como el paleto de Carlos ni tan prieto como para molestar a mi Carlitos. Me lo puse a toda hostia. Después escogí una camiseta blanca y unas chanclas. Me miré en el espejo y contemple orgulloso que parecía un socorrista americano como los de la tele.
Me molaba la idea. Siempre había escuchado que los socorristas les daban morbo a las chavalas. Me puse a hacer posturitas frente al espejo. Mi cuerpo estaba cambiando y yo me recreaba en nuevos volúmenes musculares desconocidos hasta la fecha. Empecé a poner morritos y sacando mi cintura hacia adelante me puse a marcar paquete y a moverlos en círculos. Empecé a soltar alguna que otra frase calentorra espontánea: “Hola Sandra, ¿Quieres desayunarme el churro? Mmmm…. Si si si si…”.
Bueno, en esto que entró Carlos sin llamar a la puerta.
-¿Qué coño haces? –tenía los ojos abiertos.
-Ufffff tio… -la agilidad mental de ese momento me salvó de más de una posible burla de después, me quedé con la cadera hacia delante pero me llevé las manos a la espalda- No veas como me suele dejar esta cama la espalda… Ufff… Que horror…
-¿Te duele?
-Si, mucho.
-Que putada.
-Ya te digo.
Cogió sus gafas de sol de la mesilla y se fue.
Al poco rato se escuchó la melodiosa voz de mi prima resonando por toda la casa, estaba pletórica:
-¡¡Chicos!! ¡Ya estoy lista! ¿¡Vamos o qué!?
Me eché un poco de gomina (si, ya sé que es de subnormales echarse gomina para ir a la playa pero estaba en la edad del pavo y ya sabéis) y bajé abajo.
Sandra apareció ante mi con los brazos en jarra y cara de fingido enfado que su media sonrisa delataba. Era adorable.
-¿Dónde se ha visto que una mujer tarde menos en prepararse que un hombre? –preguntó.
Me quedé sin responder. Ya no recuerdo cuantas veces me había dejado sin palaras desde su llegada, pero es que estaba increíble. Se había soltado el pelo y ahora un liso flequillo caía sobre sus ojos. Llevaba puesto un estrecho vestido de verano de flores que poco a poco bajaba sujetándose a su cintura como anillo al dedo.
Mirando más hacia abajo, me fije en que era ya poca la tela que alcanzaba a taparle la parte alta de sus bronceados muslos. Coqueta ella, se había pintado las uñas de los dedos y pies del mismo tono de rosa. Volví a enterarme con segundos de retraso de que Carlos también estaba presente.
-Bueno, ¿Listos para empezar el día?
-Si.
-Si.
Carlos y yo contestamos amargamente pero ella o bien no se enteró o se hizo la sorda.
-¡Pues vamos a por las bicis!
Hostias, las bicis. Tendría que haberlo previsto. Normalmente solía haber un bus que nos recogía en una parada cercana y nos llevaba hasta la playa pero era fin de semana y el servicio se limitaba mucho, así que no nos quedaba otra que ir pedaleando.
Como solo hacía una semana que estaba allí todavía no me había preocupado por el mantenimiento de las bicis que, tras estar todo un año allí abandonadas, estarían lógicamente hechas una puta mierda. Entramos al garaje y tras inspeccionar un poco el percal me di cuenta de que el estado de nuestros vehículos era todavía más putapénico de lo que pensaba.
Había justamente tres bicis. Una era la mía, lógicamente la que mejor estaba, solo había que hincharle las ruedas y poco más. Después estaba la que utilizaba mi prima los años antes de que dejase de venir. Era de un color rosa apagado y tenía una cesta blanca. La típica bici cursi de chica. Presentaba algún defecto extra. La última era la de mi padre, quien se había aficionado en sus años mozos al ciclismo (mi abuelo materno todavía le tocaba a veces los cojones llamándole “Indurain Segundo”), allá por la época Suarez. Esta necesitaba todo un capítulo de “Pimp my Ride” de los de la MTV.
La situación era bastante desmoralizante y como vi que los otros dos permanecían parados, tuve que ser yo quien rompiese el silencio y se pusiese a dar instrucciones.
-Vale muy bien, que cada uno se encargue de su bici. Primero tenemos que limpiarlas de polvo. Después hinchamos ruedas. Después igual hay que engrasar algo. Después tenemos que probarlas. Venga, si nos centramos cada uno a lo nuestro seguro que no tardamos nada.
Al principio no caí en la cuenta pero más tarde reparé en que mi actitud decidida de Macho Alfa estaba provocando que mi prima me lanzase una serie de miradas de agrado furtivas. Esta forma de mirarme se hizo todavía más intensa cuando, durante el proceso de puesta a punto, tuve que explicarle a Carlos la sutil diferencia entre el plato de la bici y la cadena.
Se notaba que Sandra era la que más ganas tenía de salir de una vez. Pasaba el trapo con una velocidad y precisión alucinantes. El cuidado y efectividad de sus manos eran exquisitas. Aquello me permitió desatar mi imaginación una vez más, aunque había algo mejor que estaba a punto de llegar.
-Alex, ya he terminado de limpiar la mía, ¿Hincho ya las ruedas?
El hecho de que confiase en mi autoridad para seguir con el trabajo me llenó de orgullo y moral, lo que aumentó a su vez mi postura de liderazgo en aquel momento.
-Si, por supuesto –le señalé una esquina del garaje- allí tienes varios hinchadores, coge el que más te guste y dale caña.
Ella fue hasta allí, se agachó poniendo su delicioso culo en pompa y volvió a nuestro sitio colocándose en frente de mí.
Lo recuerdo como si fuese ayer. Yo en ese momento estaba sentado en el suelo poniendo a prueba la transición de las marchas de la bici y entonces ella se puso a hinchar las ruedas de cuclillas y con las piernas abiertas hacia mí. Imposible no mirar aquella maravilla.
La corta falda del fino vestido de Sandra se abría ante mis ojos, mostrándome aquel jardín de interminables flores veraniegas dibujadas en la seda y, lo mejor, el suave interior de sus carnosos muslos. Afiné la vista y hallé el tesoro. Al fondo de aquel túnel del placer pude ver la braguita de su recién estrenado bañador. Era color azul cielo. Esa mezcla entre infantilismo y sensualidad me puso cachondísimo. Entonces, indagando furtivamente, lo vi. En el centro de esas braguitas estaba dibujada una pequeña y oscura mancha. ¿Sería posible que esas miradas de mi prima significasen que mi pose dominante la había hecho lubricar, por poco que fuera? Dios, aquello era demasiado.
La rueda de mi prima estaba muy deshinchada y estuvo un buen rato bombeando con el brazo, ladeando su fina cintura y moviendo sus turgentes tetas de lado a lado. Comenzó a sudar y jadear de esa forma en la que tan cachondo me había puesto cuando llegó. A veces paraba varios segundos, ponía los ojos en blanco del cansancio, miraba al techo y se limpiaba las pequeñas gotitas de sudor de su frente con la mano mientras suspiraba dulcemente y volvía a seguir. Mientras lo hacía, ponía una cara de decisión de lo más excitante, estaba totalmente determinada a terminar con su labor y sonreía a cada paso que le acercaba al fin. Dio la impresión de ser así para todo. Era una potra muy cachonda.
Entonces, una pequeña herramienta metálica cayó de una mesilla al suelo. Esto me hizo mirar hacia abajo y ver horrorizado el enorme bulto que se dibujaba en mi bañador. Ese, lo reconozco, es uno de los contras de llevar un bañador sin nada debajo. Mi prima casi había terminado y ya me estaba hablando otra vez así que tenía que disimular rápidamente. Realicé una maniobra acrobática de emergencia. Antes de que ella girase su vista me puse rápidamente de rodillas y con una de mis piernas atrapé mi miembro y lo empujé contra la otra manteniéndolo detrás de mi entrepierna, dejándolo allí como cuando jugando de niños fingíamos tener un falso coño.
-¿Así está bien Alex? –me preguntó mi prima.
-¿Eh? Si. Si, si. Esta muy bien.
-Pero si no me la has tocado.
-¿¿Eh???
-La rueda, que no me la has tocado.
-¡Ah! Si, si si –alargué el brazo para tocarla pero poniendo toda mi atención en no perder el equilibrio, cualquier caída en esa posición hubiese causado un efecto catapulta devastador- Esta muy bien, si si.
-Oye –esto lo dijo más bajito que lo anterior para que Carlos, que estaba a lo suyo, no lo escuchase- Te noto un poco raro, ¿Te pasa algo?
Y tan raro, el dolor de mantener mi polla erecta en un segundo plano me estaba causando un desgarro bestial, a la par que notaba como me ponía cada vez más rojo.
-Es que… -empecé a decir con voz entrecortada de sufrimiento- me acuerdo un montón de nuestros viejos tiempos y me he emocionado un poco.
Mi prima abrió los ojos de par en par y me abrazó, obligándome a apretar todavía más mi salchicha en un último y heroico sacrificio.
-¡Ohhhhhh! –exclamó en mi oído- ¡Pero que rico eres, primito!
De mis ojos salieron un par de lágrimas.
-Gracias… -le contesté en un hilillo de voz.
Poco después nos pusimos en marcha.
La estampa de nuestra marcha recordaba a la célebre vieja serie. Los tres íbamos en fila india. El primero yo, que seguía con mi papel de líder. La segunda mi prima. En último lugar, completamente desganado iba Carlos. Lo cierto es que el día me estaba gustando más de lo que creía en un principio. Hombre, hubiese preferido tener a Sandra delante de mí y ver como meneaba sus cachas pero por lo demás no me quejaba. Mi posición en el grupo estaba ganando terreno. Era yo quien decía que se hacía, como se hacía, y ahora por qué camino se iba hasta la playa.
El camino de tierra que nos llevaba hasta la costa era abrupto y había que aguantar continuos golpeteos del asiento. Sin embargo, me gustaba el olor a la savia de los árboles que había en el ambiente, y como el sol bañaba nuestra piel al tiempo que la brisa marina nos daba cada vez más fuerte, señalándonos que ya quedaba menos. El sonido de las distantes olas iba haciéndose más y más fuerte.
Finalmente llegamos. Fuimos bordeando la playa por un camino asfaltado mucho más cómodo que el anterior y nos dirigimos hasta una de las esquinas de la bahía. A mi prima y a mi siempre nos había gustado estar en los lugares más recónditos de la playa. Aparcamos las bicis y cogimos las mochilas. Encontramos fácilmente un hueco, al lado de unas rocas que nos daban más intimidad pero muy cerca del mar. Abrimos las mochilas y pusimos nuestras toallas. Carlos se sacó una gran toalla del Atlético de Madrid y antes de extenderla la besó.
Mi incredulidad dio paso al placer. Mi prima se agarró la parte baja de su vestido y tiró hacia arriba. Progresivamente, fue mostrándome su cuerpo. De sus ricos muslos apareció esa braguita azul que había visto poco tiempo atrás, con un presumido lacito en uno de los lados. Dejó después su delicioso vientre desnudo al aire y al llegar a sus tetas se produjo el rebote de la alegría.
El tamaño de sus pechos le impedía zafarse del vestido fácilmente y estos primero fueron hacia arriba según tiraba del mismo pero al quitárselo botaron hacia abajo de nuevo, moviendo todas sus apetitosas mamellas envueltas en un bikini a juego con la parte inferior. Sacudió la cabeza hacia los lados dejando libre su cabello y se tumbó en la toalla boca arriba. Yo me tumbé boca abajo taladrando la arena. Carlos no se tumbó, prefirió preguntar:
-¡Joder, que puto bochorno! Necesito un helado, ¿Dónde está el chiringuito aquí?
-Espérate, ahora vas, échame la crema primero –le pidió mi prima.
-¡Es que no aguanto joder!
-Está por allí –le dije señalándole la dirección.
Se fue corriendo dejando a mi prima con el bote de crema en la mano y cara de mosqueo. Definitivamente hoy no era su día en pareja. Giró el cuello y me miró. Agitó el bote de crema.
-¿Te importa…?
-¿Eh? ¡Oh! ¡No, no!
Ella se sentó en su toalla y me dio la espalda. Al sentarse la braguita se había contraído y se dejaba ver algo de su rajita. Las ganas de deslizar la lengua por allí se hacían irresistibles. Yo me puse en su toalla, de rodillas y tras ella. Dudé un breve instante sobre si echar la crema sobre zonas de su espalda o aplicármela directamente en mis manos para un tratamiento más directo. Opté por lo segundo.
Mojé mis palmas con un poquito de crema. No mucha, no quería que el frío disimulase el contacto de mis manos. Empecé a extendérsela desde el cuello, moviendo todos los dedos en suavemente en círculos, haciendo un poquito de presión. Ella dejó escapar un profundo suspiro, casi un gemido. Los pelos de la nuca se me pusieron como escarpias y continúe hacia más abajo. Palpé sus omoplatos e intenté acceder de forma prudente a sus axilas. Era increíble como en todo su cuerpo no había rastro alguno de vello.
-Espera –me dijo- Así lo harás más cómodo.
Llevó sus manos hacia atrás de manera felina y tirando del nudo del bikini, lo desató, sosteniendo las tiras elásticas del mismo apretando con sus axilas, dejando en toda su dorada espalda pista libre para mis manos. Tragué saliva y continúe tras decir un tímido “Mejor así, si”.
Repasé lentamente toda esa zona que antes ocupaba su bikini y terminé llegando a sus caderas, donde poco a poco comencé a masajear un poco más adelante, en la zona de su bajo ombligo. Era increíble lo tonificada que tenía está parte, sin duda había heredado la genética de su madre. Como vi que no me decía nada me tomé una última libertad para pasar mis manos por la parte inferior trasera de su bikini, tocando la blandita parte superior de sus cachetes respingones. Esa textura tan firme y blandita a partes iguales era una locura. Estaba hecha para embestir.
-Esta bien que te esmeres primo –comentó ella juguetona- eso es que me quieres.
Ni se lo imaginaba. Entonces escuché unos pasos acercase y paré en seco. “Ya está”, le dije. A los cinco segundos reapareció Carlos, con un pirulo tropical de Miko en la boca. Su capacidad succionadora me resultó impresionante.
Estuvimos hablando de gilipolleces un rato y entonces nos dio por bañarnos. Sandra quiso hinchar el balón de Nivea y llevarlo con nosotros. Introdujo el pitorro, que bien podría haber sido mío, en esos carnosos labios y lo hinchó rápidamente. Nos sumergimos al instante. El agua era fresca pero te acostumbrabas pronto a ella, te aliviaba como nada en el mundo.
-¡Venga, un vóley! –propuso mi prima.
-¡No! ¡Fútbol, fútbol! –respondió Alex.
Al final ni una cosa ni la otra. Jugamos un “A-E-I-O-U” (tendrá más nombres pero nosotros los llamábamos así). El “A-E-I-O-U” consiste en mantener en balón en el aire por turnos, dándole toques con las manos como en el vóley. Cada vez que uno de los jugadores lo eleva tiene que decir una letra, lógicamente se empieza por “A”. Pero al quinto toque, aquel que le vaya a dar tiene que decir “U” y en vez de mantenerlo en el aire tiene que golpearlo en dirección a otro de los jugadores. Si el balón golpea al jugador y este no lo coge a la primera, perderá un punto. Si perdías cinco puntos estabas eliminado. Si, era una puta mierda de juego pero es lo que había.
La cosa empezó bien. Los dos primeros puntos los perdió Carlos, un impacto por mi parte y otro por la de mi prima. La verdad es que a medida avanzaba el día se le veía con más cara de mala hostia. Podía sentirse la bilis cociéndose en su interior. Yo mantenía la concentración justa para seguir en el juego pero admirando al mismo tiempo las maravillas de la gravedad. Los saltitos de mi prima bamboleaban su culete y sus tetacas, que me echaban agua a la cara. A veces se escurría el pelo echando el pecho hacia delante y los ríos salados descendían de su apretado canalillo a lo largo de su ombligo para acabar perdiéndose de vista en su mojadita entrepierna.
En una de aquellos toques, dejé el balón tan alto que ella tuvo que saltar más que nunca. “¡Mío!” grito mientras alargaba su cuerpo. Entre el salto y lo prieto del bikini fue demasiado, una de sus tetas se movió hacia arriba, permitiéndome vez un delicioso pezón. Era pequeño como un guisante y de color rosadito. Parte del blandito, carnoso y apetitoso contorno de su gran teta quedó también al descubierto en toda su gloria.
Permanecí empanado mirándola desde que ascendió en el salto hasta que volvió a caer al agua. Estuve tan absorto que no me di cuenta de que el siguiente en golpear iba a ser Carlos, y le tocaba la “U”. No os imagináis lo mucho que es capaz de escocer un balón Nivea en la cara. Entre el golpe y la sorpresa caí al agua con los brazos en cruz. Un punto menos para mí. Al emerger de nuevo exageré mi risa para quitarle dramatismo al asunto, no sabía si se había notado mi atención y quería disipar las dudas.
Al final ganó mi prima, aunque claro, con esa ventaja es fácil. Nos aburrimos pronto y pasamos a coger olas. No eran grandes pero muchas de ellas formaban potentes remolinos al estallar. Carlos comenzó una especie de exhibición con la intención de impresionar a Sandra. Lo cierto es que se le daba bien. Sea como fuere, Sandra parecía sentirse ahora más orgullosa de su novio y yo notaba que mi posición de hegemonía comenzaba a decaer. Había que hacer algo, así que me puse a coger olas también lo mejor que pude.
Al principio me costó un poco manejar los tiempos y saber cuando subir la marcha de nado para que fuese la propia ola la que me desplazase hasta la orilla. A los 10 minutos más o menos ya le había cogido bastante el truco, al menos el suficiente como para atreverme con otra ola que comenzaba a divisarse en el horizonte. Craso error.
Aguardé en el sitio que me pareció más adecuado y comencé a nadar como un loco a medida fue surgiendo la cresta de la ola. Terminé bajo la misma justo en el momento anterior a que reventase y pasó lo que tenía que pasar.
La ola descargó sobre mi toda su furia, hostiándome primero contra la arena del fondo y haciéndome girar a varias vueltas por segundo. La fuerza centrífuga fue tal que mi bañador se perdió en las profundidades del mar azul y toda mi polla quedó al descubierto.
Lo peor de todo fue que del meneo que me había metido la hostia estaba muy aturdido y tardé en darme cuenta de lo que realmente había pasado. Al menos fue una buena idea ponerse en uno de los extremo de la playa, porque apenas nadie más pudo ver el desastre. Lo terrible es que tanto mi prima como Carlos lo vieron de lleno. No quiero ni imaginarme el momento desde el exterior. Yo caminando como un alma en pena y sin rumbo, tambaleándome mientras mi colgajo se movía al son de la brisa marinera. Tenía que haber sido demigrante de cojones.
Carlos se empezó a reír como un loco, mi prima en cambio puso una cara de sorpresa. Descubrí el pastel y me tapé lo que pude, pidiendo ayuda a la desesperada para recuperar mi preciado tapanabos. Cuando Carlos se recuperó de su ataque de risa se unió a la búsqueda con nosotros dos. “¡Esta allí!” dijo. El lugar que señaló estaba a tomar por el culo, ya casi apenas podía verse el reflejo rojizo de mi bañador. Creo que no me he metido semejante carrera a nado en mi vida. Me lo puse dentro del agua lo más velozmente que pude y volví a la orilla.
A partir de ese momento el día decayó un montón para mí. Había pasado de ser una figura prominente a ojos de mi prima para quedar como un pringado. Carlos ahora volvía a estar de buen humor y hacía sus bromas. Volvía a ser el guay. Estaba muy deprimido. Tras acabar el chapuzón e ir a la ducha, mi prima y yo volvimos a las toallas para irnos de una vez a casa. Carlos se fue un momento a los baños.
Iba a recoger ya mi toalla cuando mi prima me habló en un tono dulce y calmado:
-¿Puedes sentarte un momento conmigo en la toalla por favor?
Accedí. Nos sentamos frente a frente a lo indio. Sus piernas volvían a estar abiertas ante mi y la parte baja del bañador marcaba un montón su vulva, pero yo ya no tenía humor ni para mirar eso.
-Alex, ya sé que tienes vergüenza por lo de antes. Tranquilo, es algo muy típico.
-No, en serio Sandra, no es por eso –mentí.
-Venga primo, que nos conocemos.
Yo bajé la vista y me limité a seguir callado.
-Además –añadió de repente con un gesto pícaro en su cara de niña buena- lo de la vergüenza es comprensible, pero lo de que te deprimas no tiene ningún sentido, te lo aseguro.
Entonces me empecé a poner más nervioso.
-¿Qué quieres decir? –le pregunté intrigado.
-Bueno… digamos que… tienes una buena polla, primito.
Yo me quedé flipando. Aquello era nuevo para mí. Hasta ahora entre mi prima y yo había habido una especie de juego erótico de baja intensidad, un erotismo que se limitaba a los gestual. Pero por primera vez, ella estaba hablando abiertamente de mi polla. Y no solo eso, estaba halagando mi polla. La buenorra de mi prima estaba haciendo un comentario sexual atrevidamente positivo hacia mí.
-¿Lo dices en serio? –le pregunté con voz de tonto, todavía no me lo creía.
-Claro que si, bueno, a ver, yo no he visto muchas pollas, solo la de Carlos y otra –calló un momento y puso una media sonrisa muy cachonda- Bueno… y ahora la tuya claro.
-Ya…
-Y te prometo que la tuya es la más grande. De hecho me ha sorprendido lo mayor y maduro que te has hecho Alex. Eres todo un hombre.
Lo decía con una voz que no podía ocultar un matiz de excitación. Le estaba gustando hablar de eso, hablar de mi polla. Recrearse en cómo había cambiado mi cuerpo. Lo estaba disfrutando.
-Estoy segura… -añadió con una voz a medio susurro que me produjo la erección más intensa de todo el día- …de que algún día harás a una mujer muy feliz con esa polla tuya, primito mío.
Dios, casi muero del éxtasis. Cuando parecía que lo había perdido todo, ahora Sandra me hacía ese comentario. Casi terminé agradeciendo el haber pasado ese mal rato. Me parecía que su voz desprendía una sinceridad inmensa al decirme esas palabras.
-Ehh… Muchas gracias Sandra –le dije solamente.
-De nada –ella me sonrío y me guiño el ojo pícara, saco su lengua y se mojó con ella sus gruesos labios antes de cambiar bruscamente de tema- vamos a recogerle las cosas a Carlos anda, así ahorramos tiempo, que este siempre tarda un montón.
Volvimos prácticamente en silencio. Estábamos cansados y además yo andaba dándole vueltas a todo lo acontecido. Dentro de mí tenía una sensación agridulce y no sabía muy bien como calificar ese día, al margen de extraño. Cenamos con mis padres y, como estaba mandado, fuimos cada uno a los cuartos que nos correspondían por mandato imperativo de mi madre.
Una vez allí, con la luz apagada, noté que a Carlos le costaba bastante más pegar ojo que la noche anterior. De repente comenzó a hablarme. Me extrañó bastante porque no acostumbraba a hablarme apenas cuando estábamos en privado, no sé si por vergüenza o asco hacia mi persona. Sin embargo lo hizo, y en un tono bastante jocoso:
-¿Ha estado bien el día no? –me preguntó.
Decidí seguirle la corriente hasta que le diera por dormirse.
-Si, ha estado bien.
-¿Te has puesto morado eh?
-¿Cómo?
-¿Qué te crees, que no me doy cuenta?
Un escalofrío recorrió mi espalda. Al parecer Carlos no era tan tonto y egocéntrico como parecía y por lo visto se fijaba en más cosas de las que yo pensaba.
-¡Eh! Que yo lo entiendo –me dijo conciliador- es que tu prima está muy buena.
Yo permanecí callado y él siguió hablando.
-Viniendo de ti no me voy a enfadar, ¿Sabes? A otro le hubiese partido la cara –hizo una breve pausa- Pero coño, eres su primo así que ya sé lo que hay, tranquilo.
Seguí callado.
-¿Has follado alguna vez, Alex?
-Ehh… -no me apetecía mentir y además era algo que saltaba a la vista- No.
-¿Te importa que hablemos de cosas de hombres? ¿Te sientes incómodo?
-No, no me importa.
-Perfecto. Mira Alex, tampoco tengas prisa por mojar el pizarrín–suspiró y continúo con su discurso- ¿Sabes? Yo me he follado a bastantes tías, pero muchas veces no es lo que te esperas, muchas no tienen ni puta idea de chupar, otras te hacen ir más lento, otras tienes que andar tú detrás… Una mierda.
Permanecí impasible.
-Pero cuando conocí a tu prima chico… menudo pepino es –suspiró más fuerte que antes- en serio, esas tetas y ese culo no son de este mundo, te lo juro. Y viendo a la madre… ¡Joder! Tiene futuro, tiene futuro.
A pesar de que yo pensaba exactamente lo mismo, no dejaba de parecerme repugnante como ese hijo de perra hablaba de las mujeres de mi familia de esa forma. Yo no dije nada porque, aparte de no atreverme, mi lado oscuro quería conocer más de esa faceta de mi prima que Carlos me estaba desvelando.
-La primera vez le dolió un poco, pero ahora tendrías que verla. No se cansa de cabalgar. ¿Sabes lo que es eso? Lo habrás visto en alguna peli me imagino. Le encanta que le embistan como una perra y le tiren del pelo a la vez. Y al acabar… Dios, si supieras lo morbosa que puede llegar a ser…
Llegué a mi tope.
-Es suficiente, Carlos –le corté con voz seria.
Era una sensación extraña de cojones. Tenía la polla dura pero estaba indignado. Quería que se callase de una puta vez. Quería conocer ese lado sexual de mi prima pero no de la mano de ese capullo, ni mucho menos quería saber como este se la percutía. Esa confesión me había sentado como un mordisco en los huevos.
Al tío pareció sorprenderle mi cambio de actitud pero después me dijo “Perdón si te ha molestado algo, yo ya te considero un colega y a los colegas no me importa contarles estas cosas” y no volvió a hablar.
Yo volví a pasar una noche horrorosa. Tardé un montón en dormirme. Todas esas palabras me dejaron marcado de tal forma que todo el tiempo en el que estuvo Carlos en la casa intenté no coincidir más con ellos dos. Invertí mi tiempo en todo lo demás: amigos, deporte, pajas… pero de estar con ellos, ni un minuto.
Sin embargo, pronto pasaría la semana y llegaría la mañana en la que Carlos tendría que dejarnos. Y a partir de entonces, todo cambiaría.
CONTINÚA
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