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El poder de la sonrisa

Hacía frío. Mucho. Comenzaba el otoño en el este de Europa y, a falta de costumbre para un cordobés, hacía frío. Las pocas fotos del viaje eran en parte justificada por un buen disfrute con la mejor cámara que uno puede tener, los ojos, y otra era el entumecimiento de las manos al límite del dolor.

- ¡Qué liiiiindo el frío este, por Dios!
Ella me miraba. Algo que no teníamos en común era el idioma. Pero se lo repetí en inglés.
- Tenés una tonada extraña - me dijo - no es como la de los españoles, que por acá estamos más acostumbrados a escucharlos, o los mexicanos.
- Es "cordobés", en Argentina de hecho, cada región o provincia tiene un "cantito" particular. Quienes somos de allá podemos saber de dónde sos con sólo escucharte hablar dos minutos.
Sonreía, quizás por mi mal inglés, quizás por lo pintoresco que resultamos los latinos para cualquier europeo que no sea español, italiano o portugués; es decir, de donde casi no tenemos descendencia directa en cantidad por estos lados.

Habíamos ido a caminar a orillas del río, luego de cruzar por un pintoresco puente, y camino al Puerto Madero de su ciudad, entramos a un barco que estaba de pasada por la ciudad. En el, había una exposición con motivo de navidad. Las luces de arbol navideño decoraban todo, igual que los diferentes perfumes característicos de algunas tiendas, bocaditos extravagantes para mi paladar (pero sí muy deliciosos) y algunas muestras de arte.

El poder de la sonrisa

Teníamos en todo este recorrido una atmósfera mimosa, alegre y cómplice. Hoy, analizando las sensaciones que nos producían el frío y fragancia marina de invierno, de aromas a madera y tabaco dulce en el barco, y dulces embriagantes junto con las luces, determinaron que esa pequeña amistad que motivaba un city tour por la ciudad, terminara haciéndonos pasar el frío.

- ¿Tomamos un café?
- Pero ya es tarde, una doncella que mañana trabaja, tiene que dormir...
- Descando mejor con café, si te animás.
- Busquemos entonces en Google alguno bonito y cerca.
- Te iba a invitar a mi departamento, tengo café ahí.
- Pero...
Hizo algo que hasta hoy me sorprende y me excita... Aspiró el perfume de mi cuello, tiró suavemente con sus dientes del cuello de mi camisa, y me plantó un beso... después otro en el mentón, y me comió la boca. A esto yo ya la tenía sujeta de la cintura con una mano y la espalda con la otra. Era mágico.

Caminamos algunas pocas cuadras, y nos acercamos a la zona más moderna de la ciudad. Los edificios de rascacielo, abundantes en vidrio, adicionaban una pizca de 50 sombras sobre las calles. Y a esa hora donde el atardecer comienza a marcar de rojos y amarillos el cielo, era casi una invitación a adentrarse en la espesura del infierno, que se empezó a ver a medida que subíamos en el ascensor, y rodeados de nubes bajas estábamos en segundos volando sobre cientos de ejecutivos, en el Centro Mundial de Comercio. Personas de negocios, que pensaban en la jornada de mañana, en las pérdidas del día, en llegar rápido a algún lugar. Mientras, nosotros nos mirábamos, con las pelvis pegadas, agarrados de la cintura, pero alejándonos las caras entre risas, evitando la tentación de volver a besarnos.

Cuando el ascensor se detuvo, después que la voz robótica anunciara el piso, me giró con maestría para quedar frente a esa ciudad que se desnudaba en colores, algunas luces ya encendidas, fábricas en medio de edificios antiguos y sobresaliendo otros modernos. Sentí un beso en el lateral de mi cuello, y a continuación, quedé ciego. No, no me había envenenado la mafia rusa ni un agente secreto de espionaje. Era un pañuelo perfumado, y me había vendado los ojos.

Por una extraña razón, ese paisaje permanecía en mis ojos y mi cabeza, acompañado con el perfume dulce del agua de rosas que ella usaba, estaba tranquilo. Me hizo agarrarla de la cintura y me guió en lo que descifré con mis otros sentidos, como un pasillo y luego de cruzar la puerta de su departamento, había un aroma fuerte a frutos rojos, madera, y un dejo de mentol o alcanfor. Me sentó en una banqueta, me besó, y me pidió que la espere.

Regresó, y primero lo noté por un cambio en el ambiente. Aún bien cubierto los ojos, me pareció o imaginé que la luz era más tenue, que el aroma del comienzo era más amaderado, con adición de vainilla, almendras o canela, y su piel estaba suave entre lo que sólo me dejaba tomarla de los brazos, entrelazando las manos en besos muy suaves, de sólo labios, esquivos, como jugando a escaparnos o a seducirnos muy de a poco. Mi espera no era desesperante, por el contrario, disfrutaba el ritmo que ella había propuesto.

Me puso de condición que sólo la agarrara de la cintura, de nuevo, y sin sacar las manos de allí hasta que me lo permita. Me levante entonces de la banqueta alta, y al agarrarla por sobre la cola, casi como buscando una posición discreta, noté que ya ahí no había tanta ropa como hace un instante... caminamos hacia algún lugar, después de curva y contracurva, el movimiento de su cadera, y el paso que se aceleraba y luego reducía su ritmo al girar, me desprendió suavemente con sus manos de su cuerpo, y cambió las posturas.

Apoyó su cuerpo en mi espalda, mientras sentía su respiración pausada por detrás, tanto en sonido como en el movimiento de su pecho, sus tetas apoyadas sobre mis riñones, y un roce suave que nacía desde sus pies dando pequeños pasitos de baile, su cintura y las caricias de dud manos que habían empezado a desprenderme la camisa.

Sonaba una mezcla de voces, saxo, electrónica, y era todo un ambiente mágico. Mientras continuaba parado, con mis manos hacia abajo colgando a costados de mi cuerpo, intentaba rozar aunque sea sus muslos como por error y casualidad del propio movimiento que hacíamos. Pero eran inteligentemente evadidos con una esquiva gambeta muy femenina, mientras apoyaba una mano en mi esternón, con toda la palma en contacto, acariciando suavemente y un chistido sensual como de que mantuviera la calma...

- Shhh... vamos despacio
- No tengo ningun apuro, lo disfruto
- Y todavía falta disfrutar algo más... - hizo una pausa, en donde se giró y se puso de frente a mí, retomando los besos suaves, sólo de labios, donde los noté con un brillo de cerezas. Ella no sabía que es mi debilidad, e inevitablemente me provoca otro ritmo.
- Tranquilo Álex, que sino me desacomodas el plan.
- ¿Toda una estrategia armada? Quién pudiera pensarlo.
- La armé cuando subíamos en el ascensor, y mientras me esperabas con los ojos vendados, y la sigo armando con cada sensación. En especial por lo que veo, y vos no, y eso me excita.
- ¿Qué ves?
- Te veo, me veo, y estamos rodeados de... - me agarró la cara con una mano, pasó el otro brazo por mi espalda, subiendo, hasta rodearme la cabeza y en eso la tomé de la cintura, manteniendo mi débil equilibrio, y la subí a que me rodee el cuerpo con sus piernas.
- Hacé un paso más adelante, apoyate - anunció así una mesada, o eso parecía, y pude descansar su cuerpo a la misma altura, en lo que ya nos habíamos desatado con los besos, al rítmo de la música que se volvía un bucle hipnótico muy sensual.

Son la mano que me agarraba la cara, me acariciaba suavemente el rosro, me volvía a dejar esperando la boca, se alejaba, y me volvía a besar. Entre tanto, se escapaba a mi cuello, me daba dos picos exactamente sobre la yugular, y sabiendo lo que esto producía, rozaba la nariz en recorrido de regreso a mi boca.

Agarró el nudo de la venda, mientras jugaba con quitarmela o no, y me dijo:
- Se acaba un show, y comienza otro...
Mis ojos que se habían mantenido quizás ya media hora en oscuridad, rodeado de sensaciones corporales, de piel, aromas, música; ahora estaban frente al paisaje de los más bellos e impactantes que podía tener. Y si a eso le sumamos una mujer hermosa, con delicada lencería de Victoria Secrets, gym y mucha sensualidad, sobre todo vestida con su actitud y seguridad...
Podría describirlo como rozar con la yema de mis dedos, y las manos extendidas hacia atrás de ella, el fuego de una fogata, pero con la suavidad benévola del algodón de azúcar que recordás de tu infancia, y la luz fuerte que te deslumbra la mirada cuando salís del boliche después de bailar toda una noche la mejor música, y son ya las 9 de la mañana.

El poder de la sonrisa

El rojo profundo, que había visto ya en su compañía subiendo por el ascensor, era aún todavía más bello. Estábamos en el piso 42, con nubes abajo y en los costados, pero el cielo hacia arriba no tenía más que un rojizo, morado y azulado profundo con unas tímidas estrellas que ya aparecían de escolta a una luna que engaña en su tamaño subiendo por el horizonte.. Me abrazaba, como calmándome, dándome su afecto, y permitiéndome disfrutar esa vista que quizás ella tenía oportunidad de ver cada día con un té en la mano.

Pero, lejos de calmarnos, de enfriarnos, era como una pausa de conexión. Pasaron sólo los minutos suficientes, quizás segundos, y mutuamente guiados por la música nos separamos un instante para empezar a besarnos y desvestirnos, volando la camisa, donde me desabrochó el pantalón, y ella se terminó de sacar su camisa blanca larga, mientras me empujó hacia atrás y caí en un mullido sillón de cuero.

El paisaje dejaba de ser un invierno y, cómplice las estrellas y las luces de la ciudad, lo hacían más cómplice. Se fue, y me dió una sensación de vacío, pero sólo demoró lo que llevaba ir a apagar la totalidad de luces, por excepción de las que entraban por esa piel de vidrio. Habrán sido 5 metros de altura, todo vidrio, por el ancho del departamento. Y cuando hubo esa diferencia de luz, las pupilas se dilataron aún más de lo que ya estaban propia de la acción de mis hormonas y la excitación.

La esperaba sentado, son la pija dura bajo el boxer. Firme y empujando la tela en punta, como señalando un punto de encuentro. Atiné a levantarme, pero el mismo pañuelo que antes me había impedido ver, ahora se anudaba suavemente en mis muñecas. Era más un recordatorio de no usar mis manos, más que un impedimento, pero me resultaba seductor el cambio de roles que me había impuesto.

Ella lucía, a esta altura, un liguero, sutil, delicado, y un top con detalles de encorsetado detrás, todo en un encaje suave al que nuestro tacto en Argentina está poco acostumbrado. Pero eso no alcanza, sabemos, sino que estaba con un perfume natural y un sudor especial que se llama actitud, y eso me embriagaba lo que me quedaba de coherencia en la mirada, y me hacía aflojar la mandíbula en tratar de mantenerla en posición para que no se denotara aún más mi increíble estado de rendición frente a una dama, con todas las letras, puntos y señales.

Seguía con mis manos anudadas por detrás, y con mi pecho abierto, mi abdomen expuesto, mi debilidad demostrada en la mirada y totalmente duro de deseo más abajo de la cintura, poco podía hacer. Ella lo disfrutaba, era notable. Con una mirada ganadora, fija en mis ojos, se fue acercando y se detuvo frente al sillón sólo para levantar una rodilla y luego la otra, poniéndose a horcadas sobre mí.

Hacía calor, la calefacción en todos los lugares que había visitado era muy buena, hasta aveces fuerte, pero esto era otro calor. Ella procuraba mantener su pelvis con distancia medida de mi erección, y aún con la ropa interior puesta, algunos roces escapaban al juego seductor y movimientos que hacíamos, cuando ella se sobrepone a mi cuerpo, con sus codos a los lados de cabeza, en darme besos x todo el rostro, cuello y pecho, hasta terminar en la boca y repetir el itinerario.

Como iba pudiendo, ahora que estaba ella más caliente y distraída, iba preparando yo mi juego. El nudo de las muñecas era un decorado, y como iba consiguiendo moverme podía sentirlo poco a poco más desatado. Si bien mis manos continuaban debajo de mi cuerpo, mi cuello se estiraba para recorrer con mi boca su clavícula, que había notado ser una de sus zonas sensibles, y rozar suave el contorno del rostro, desde el mentón hasta el lóbulo de la oreja. Cuando escuchaba mi respiración y el aliento caliente en esa zona, se estremecía, apretaba sus codos alrededor de mi cabeza, y contenía su suspiro.

Su expresión cambió, cuando quizás rendida por el esfuerzo que le llevaba mantener el equilibrio y la cuidada distancia en esa pose, sintió mis manos sostener firme la cadera. Procuré guiarla suave, de forma certera, pero a la vez cariñosa, en un subir y bajar rítmico, que acompañé ahora yo con mi cintura. El glande rozaba perfectamente por la hendidura que ya se marcaba, en humedad y relieve, sobre su ropa íntima.

Lucía su expresión desencajada, ya perdiendo la compostura, con los labios entreabiertos, la mandíbula separada, los ojos perdidos y el sudor que comenzaba a dejar brillo en su frente y su pecho. Intentaba sostener la mirada, pero cuando respiraba profundo, inevitablemente se le llenaba la panza de aire y mariposas que la hacían estremecer y cerrar los ojos.

El poder de la sonrisa

Subí una de mis manos de la cadera a la cintura, y esa diferencia de 15 centímetros en su anatomía iba a imponer otro ritmo, imprimiendo ya presión sobre la espalda para que se arqueara y pegara su pecho al mío, cruzando los cuellos en un abrazo muy íntimo, había menos margen a los movimientos pélvicos y más obligación de rozarnos sin excusas entre las ropas que no sólo incomodaban, también impedían continuar...

Ya no nos besábamos, y ella se relajaba apoyando su cabeza en mi hombro, mientras su cuello rozaba el mío, y la clavícula, como una caricia suave que rozando creaba fuego, en un juego tranquilo pero pudorosamente apasionado, como conteniendo un resorte o el elástico de la ropa acumula esa energía para liberarla de forma repentina.

Mi mano abierta, totalmente apoyada en su media espalda, de movía acompañando su cuerpo y el mio, que ya habían encontrado un ritmo suave y acompasado, mi otra mano estaba en su glúteo, como conteniéndola de caerse en un abismo de sensaciones, como controlando que no se moviera más allá de lo estipulado, para que el roce del glande sobre la tela de su ropa fuera en el lugar indicado.

Pero, lo pausado no significaba detenerse, y ella llegó a no poder contenerse más, anunciando esto con la mordida del cuello, entre descargas de electricidad que sentía, cuando ya la cabecita de la pija no rozaba, sino que aún más dura y la tela de su tanga penetrada en la vulva, procuraba buscar la penetración impedida por las telas.

- Cogeme, metemela, no seas hijo de puta, mirá como me tenés
Mostrando un dejo de bronca mezclado con pasión y abandono, pero sin esfuerzo por separarse ni cambiar posiciones.
- Mírame - le dije - regalame una sonrisa... - y me respondió desencajada, abandonada a lo que ya podría expresar una noche de sexo fuerte, pero esto aún había empezado.
Con la mano que tenía en su nalga, recorrí un poco más de piel y sutilmente, mientras nos mirábamos a los ojos, descubriendo entre respiraciones aceleradas contenidas el color profundo de sus ojos, enredé el meñique sobre la tanga, haciéndola a un lado.
- Disfruto de este sufrimiento tan íntimo, pero... - suspiró fuerte al roce del boxer directo en el exterior de su sexo, quizás sobre los labios ya sensibilizados o el clítoris expuesto - ni mi novio me hace esto...

La agarré de la cola y la cintura, sosteniendo su peso, me levanté del sillón, y caminando abrazados, donde hasta quizás sentí un vestigio de amor y a la vez lástima, por que su novio no aprovechara tan hermosa mujer en hacerle el amor, y la puse sobre la mesa que estaba frente a ese paisaje. Nuevamente ante nuestros ojos.

Descansando la mirada sobre las luces de la ciudad, ella con sus pupilas dilatadas, risueña, seguía abrazándome. Yo, mientras, cuando me fue posible hacer el movimiento lo más imperceptible que pude, con una mano liberé mi erección y con la otra la tomé del menton. Con un beso y una mirada fija en lo profundo de sus ojos, y la penetré de forma suave pero constante hasta que estuvimos completamente unidos.

Contuvo un suspiro, pero no fue suficiente y sobre el último de su inspiración profunda, dejó ir un gemido. Sonaba, nuevamente, otra canción, y el aroma del ambiente ya no sólo era de frutos y maderas, sino de condensamiento de flujos, sutiles pétalos y no necesariamente de rosa, el aliento fresco de su boca, hasta donde podía imaginar algunas notas de la miel que desprendían sus besos y el color de sus ojos.


link: Weight of love de Black Eyes Keys


Weight of love de Black Eyes Keys ilustraba en el aire, con sus notas estridentes de campanitas y una guitarra que sobresalía, la cadencia del movimiento que nos llevaba poco a poco a otros sonidos... la respiración fuerte, suspiros y gemidos, entre besos de labios, lamidas de rostro, agarradas de espalda, abrazadas de cintura, las yemas de los dedos en los cuellos, miradas en una pausa con centímetros de distancia, y volver a comernos...

Era un movimiento acompasado, ni lento ni rápido, sincronizado perfecto con la respiración, acompañando como una canción hermosa todo el decorado que hacían los cuerpos, brazos, y movimientos anatómicos que se reflejaban de uno y de otro, para complementarse y no entorpecer las caricias que se daban y recibían.

La humedad, el calor, la transpiración y las mordidas entre besos, hacían que fuera un momento único. No eran las luces de la ciudad, ni el edificio de ricos y famosos, eramos sólo esa chica y yo, y podría ser quizás en un balcón de Nueva Córdoba, a cinco cuadras del Obelisco, un Pent house en Nueva York o un edificio abandonado de Budapest, éramos dos hijos de puta cogiendo y no importaba otra cosa en ese momento en el mundo.

Caían bombas alrededor, podíamos estar con un avión yendo hacia nosotros, y seguiríamos haciéndolo. Mientras, el solo de guitarras de la canción que ya iba pidiendo terminar, nos ensordecía, nos compromete más a gemir fuerte, nos dejaba expresarnos sin temor a ser escuchados, aunque tampoco nos hubiera importado que alguien se enterara de lo que ahí pasaba.

Me agarró de la cara, unió sus codos como apretando entre medio sus pechos, y empezó a contorcionar sus rodillas por detrás mio... se estremecía en lo que anunciaba un orgasmo, no dejaba de mirarme en un esfuerzo de abrir los ojos más grandes, se mordía, me mordía, besaba y volvía a la distancia de seguirse conteniendo, o quizás imposibilitada de liberarse... yo, procuraba mantener el ritmo, disfrutaba como su concha me aprosionaba, me cobijaba, estaba muy húmeda, y me tentaba de más, pero así lo disfrutábamos. Como ella había mencionado, este sufrimiento íntimo, se disfrutaba.

- Por favor...
- Acabá
- Te amo
Le comí la boca, lo necesitábamos ambos.
Me abrazó fuerte, enredando casi con dolor para mí todo el torso, apretando también sus piernas por mi cintura, y a la vez exponiendo más su entrepierna a mis penetraciones.
Y se abandonó al deseo, estrujándome entre sus brazos, quizás pensando en nada, abandonada de consciencia, quizás enojada con su novio, quizás rogando a Dios no la abandone, quizás recordando que estaba ahí con un extraño.

Pasaron los minutos y aunque no había abandonado la penetración, el ritmo había mermado su frecuencia, y disfrutaba cómo su cuerpo no le respondía hasta que el orgasmo había pasado. Me miró de nuevo, me contuvo la cara apoyando su palma suave sobre la mejilla, y me pidió que la llene completa...

- Haceme tuya, como quieras, no necesitas ser tan dulce, aunque amo esto, se que necesitas más, noto en tus ojos el deseo.
- Lo disfruto mucho, y no necesito tu permiso, aunque agradezco que me lo des.
Entrelazando las manos, volvíamos a recuperar el movimiento, y ella al oido me respiraba agitada, como resistiéndose al abandonarse de nuevo, como sufriendo la explosión de sensaciones que segía sintiendo bajo su ombligo, donde se rozaba suavemente con una de las manos, como conteniendo un desgarro de mariposas alborotadas dentro.
- Quiero que me violes - dijo - aunque, cogeme, no lo sé... necesito, no puedo contenerme, acabaré de nuevo... ¡perdón!

Mi respuesta debía ser más concreta, quizás,. Mientras, volvía a arremeter con una estocada fuerte, y otra, agarrándola suavemente de la cintura para amortiguar los golpes de mi movimiento contra su hueso pélvico y la posterior separación para repetirlo... en una operación firme y a la vez cuidada, la tomé de su pelo entrelazando mis dedos. Dirigía desde allí su mirada sufriente de placer a mi rostro, mientras me acercaba a rozar los labios, besarlos, y volver a separarnos. Y sobre todo, a tirar de forma elegante de su pelo, en una práctica que la excitaba, le producía una expresión diferente, y al mismo tiempo me sentía llegar al fondo.

Puso sus manos detrás, a poca distancia de sus glúteos, como separándose, y temblaba, lo estaba haciendo de nuevo, sensible... sin abandonar su pelo, que volvía a tirar con un pequeño acto reflejo de penetrarla hasta donde llegaba con mi movimiento, y besaba su cuello al no alcanzar su boca, y volvía a disfrutar de cómo contorsionaba su cuerpo.

El poder de la sonrisa

Podía observar con la luz tenue, como el sudor invadía de nuevo sus pechos, los pezones en punta que iban poniéndose más duros a cada momento, se le erizaban sus cabellos del lateral del cuello y entre los pechos y la clavícula se ponía roja como una alergia producto de algún veneno que desprendían mis besos, y se volvía a estremecer... tenía contracciones en sus abdominales, estrubaja sus músculos vaginales, y me contenía de mantener el ritmo penetrativo de su cuerpo, sintiendo la necesidad y el compromiso de llevarla de nuevo a un orgasmo profundo.

Respiraba ondo, ya de forma desordenada, miraba el cielo, las luces, intentaba coincidir con mis ojos, casi lloraba y algunalágrima se le escapaba entre los párpados al entrecerrarlos, y en su idioma, entre agitados gemidos, suspiraba alguna frase de riego o agradecimiento...

Esta vez, su convulsión fue mayor, y mi mano no pudo sostener el acto reflejo de curvar su espalda. A la vez, su pelvis se adelantó, y absorbió lo que quedaba de mi miembro, todo dentro, ahogándolo de flujos, lo húmedo que indicaba un nuevo orgasmo, el placer contenido liberado entre sentimientos, la explosión de hormonas, el aroma de su cuerpo, los pechos vibrando y los pezones que señalaban el culpable hacia el frente...

Su respiración caótica no esperaba normalizarse, ni hacía tampoco ella esfuerzo, por que estaba quizás en el piso 42 de un edificio rodeado de vidrios, viendo la ciudad; pero se sentía volando, siendo observada por un hombre, sentía las dagas que eran sus ojos clavadas en su cuello, y algún beso que no sabía si real o imaginario, entre lo que lograba identificar como sucediendo o un desmayo, y el calor que la envolvía entre luces, sonidos y estrellas...

Continuará...


Ya publicada la SEGUNDA parte de "El poder de la sonrisa", con más sensaciones y promiscuidad cuidadamente descuidada, a pedido del público: http://www.poringa.net/posts/relatos/2971216/El-poder-de-la-sonrisa-2-3.html

La última parte, un año demorada: http://www.poringa.net/posts/relatos/3336996/El-poder-de-la-sonrisa-3-3-final.html vale las ganas releer los tres relatos que la componen.

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