Gracias, fieles lectores los amo
Capítulo 5
Adán salió apresurado de la mansión, todavía con la camisa desabotonada y el corazón palpitándole. Tenía que encontrar a Rebeca cuanto antes. Ansiaba conocerla fuera del mundo de las orgías y saber qué clase de persona era en realidad. Subió a su coche y condujo despacio por las calles circundantes de la casa, hasta que la vio allí, parada sobre la acera mientras esperaba a un taxi.
Se permitió mirarla con más detenimiento y le gustó lo que vio. Tenía una apariencia ingenua, casi tonta, como una señorita de culto religioso cansada del mundo moderno y de sus increíbles excesos, pero todavía así, en el fondo Rebeca ocultaba una sed sexual y una gran libido. Adán se sintió celoso al pensar en cuántos hombres habían estado dentro de ella. Cuantos litros de semen ya había comido antes de beberse los de él.
Aceleró despacio y se acercó. Bajó la ventanilla automática y se asomó por un lado.
—¿Te llevo?
— No, gracias — dijo Rebeca, y tardó un momento en reconocer a Adán —. ¡Ah! Eres tú. Pensé que era un desconocido tratando de ligarme.
—¿A dónde vas?
— Tengo que ir a recoger mi cheque del trabajo.
— Súbete.
Rebeca torció un poco el gesto y se preguntó si estaría bien confiar en Adán. Bueno, una cosa era permitirle penetrarla como él quisiera dentro de la orgía, y una muy diferente entablar contacto con él fuera de ese ambiente sexual. De hecho, los hombres que participaban en los intercambios no hablaban con ella fuera de la mansión, ni tampoco la mayoría de las mujeres. Solamente Carla y Mary se frecuentaban con ella en ocasiones para ir a tomar un café o sostener algún encuentro lésbico en casa de cualquiera de ellas.
— Está bien. Siento la molestia.
— No es ninguna.
Adán le abrió la puerta y ella entró despacio. El aroma de su perfume llenó la cabina del coche. Un aroma dulce y femenino. Los pequeños pendientes de sus orejas tenían la forma de hojas de cerezo y su pelo rubio estaba adornado con una horquilla en forma de tulipán. Sus manos, demasiado pequeñas para aferrar una polla grande, estaban adornadas con dos sortijas en cada dedo anular. A Adán no le gustó ni pensar en si Rebeca podría estar casada.
—¿En dónde trabajas, entonces?
— Mundo infantil.
— ¿Dónde? — preguntó Adán, volviendo a la carretera.
— Soy educadora. Trabajo en una escuela preescolar. Atiendo la guardería.
¿Una guardería? Ese sitio no era el lugar precisamente más acorde a alguien como ella, pensó Adán; aunque no lo comentó. Cualquiera que la mirara podría discernir que, efectivamente, era la clase de chica que trabajaría en un convento o en una escuela primaria, y si la conocían de verdad, pensarían que se dedicaba a prostituirse o a trabajar en algún buen centro nocturno, bailando en una pista y haciendo shows calientes mientras dejaba al descubierto sus hermosos senos. En conclusión, Rebeca mantenía una vida doble, una que no iba de acuerdo a su apariencia ni a su comportamiento. A Adán le pareció realmente interesante y pensó en ella mientras conducía por las calles que le indicaban.
La mujer se entretuvo leyendo una revista de lencería que Adán tenía junto al asiento. La sección de tangas y sostenes, perfectos para noches de placer, estaba marcada con un doblez en la hoja y tenía algunas anotaciones en bolígrafo azul. De modo que él tiene pareja, reflexionó Rebeca, pero se preguntó porqué no la llevaría a las fiestas. Eso significaba sólo una cosa: que Adán era un asqueroso infiel que le ocultaba a su mujer esa clase de festejos.
Todos los que asistían a las orgías, o eran solteros, o llevaban casados algunos años. No existía la infidelidad, porque todos sabían en qué se estaban metiendo; de modo que lo que el maldito estaba haciendo era vivir una mentira, una doble vida. La buena estima que Rebeca le tenía descendió un poco. Cruzó las piernas y dejó el catálogo donde estaba.
— ¿Asistes mucho a esas fiestas?
— Algo — contestó ella, fríamente y cruzada de brazos.
— Ah. Y ¿desde cuándo?
Se encogió de hombros.
— Un año, más o menos.
Un año, meditó, sorprendido. Un año comiendo pollas. Un año bebiendo y bebiendo esperma hasta la saciedad. ¿Cuán ninfómana podría ser esta puta? Es decir, éste hermoso ángel. De repente su polla empezó a reaccionar y se sintió demasiado excitado como para mantener la atención en el volante.
Decidió quedarse callado y pensar en cualquier otra cosa que no fuera la bella chica que tenía a su lado. Antes de darse cuenta, ya estaba frente al jardín de niños.
— Te espero.
— No te molestes — le regañó ella, con la indignación rayando el límite. Salió del coche y cerró con un portazo. Después dijo: —. Adán., deberías de ser honesto con tu pareja y decirle lo que estás haciendo conmigo. No me harás formar parte de tu estúpida aventura ¿entendiste? Si vuelves a la fiesta, ni siquiera intentes acercarte a mí. Adiós.
El joven escritor tardó unos momentos antes de reaccionar. Luego salió del coche y sigió a Rebeca, pero ésta ya había entrado a la escuela y él no se arriesgó a meterse más allá de donde estaba el guardia de seguridad. Con el corazón en la mano, se quedó allí afuera y resolvió que esperaría para explicarle, no sin antes preguntarle, qué demonios estaba ocurriendo con ella. La erección en sus pantalones ya había bajado.
Flor ya estaba saliendo de la secundaria. Le pesaban los libros en la mochila y se quejó del dolor de espalda. Los putos profesores siempre le hacían llevar todos los libros y a veces ni siquiera los usaban. Maldijo al sistema educativo y resopló, cansada y limpiándose el sudor que le resbalaba por las mejillas.
Un coche Spark se detuvo junto a ella. Lo conducía una mujer que, sin saberlo, era producto del odio de la niña.
— ¿Te llevo, Flor?
—No, gracias, maestra Gabi — replicó de mala gana —, pero tengo otras cosas qué hacer.
— Anda, no seas así. De seguro tu casa está lejos y…
Eso era cierto. Hacía un sol de casi cuarenta grados y ninguna nube amenazaba con taparlo. Flor odiaba sudar, así que miró a su maestra. La flojera de caminar un metro más pudo con ella, y entró al coche. El aire acondicionado estaba encendido y ella sintió cómo se le bajaba la temperatura.
—Ábrete la blusa, si quieres. Deja que te de un poco más el aire.
Apenada, lo hizo. La curva de sus pechos en desarrollo no era nada comparada con la voluptuosidad de Gabriela. La profesora llevaba una blusa blanca, con delgados tirantes en sus hombros. Además de ser escotada, se le pegaba mucho al cuerpo. Sus senos sobresalían coquetamente por encima y se le veía partes del encaje rosado de su sujetador.
Le dijo dónde vivía y Gabriela, en silencio, condujo hasta su casa. Gabriela notaba que no le caía bien a la niña, y se preguntó por qué. No es que ella fuera una profesora realmente estricta, pero le gustaba que las cosas se hicieran a tiempo y de buena gana.
— Nos vemos en clases.
— Gracias por el aventón.
Sin embargo, nada más salir Flor del Spark, la puerta de la casa se abrió y asomó Julio, el papá de la niña. El hombre, sin pareja actual, sonrió abiertamente al ver a la sensual profesora de historia trayendo a su hija, y se apresuró a acercarse. Flor vio que su papá sólo traía sus vaqueros. El torso, con el pectoral bien formado y circundado por tatuajes, estaba cubierto de una delgada capa de sudor. Una línea de vello le recorría desde el ombligo y se le metía por debajo de los pantalones. Ella sabía que su padre era un hombre sumamente atractivo y le gustaba verlo cuando hacía ejercicio en casa. Había sido marine, pero ya estaba retirado del servicio.
No sólo para la niña fue evidente la sensualidad y virilidad de Julio, sino también para Gabriela, que no desperdicio el momento para salir del coche a saludarle. Le gustó, sobre todo, la V que se le marcaba en el abdomen y el bulto que sus ajustados vaqueros realzaban entre sus piernas. Sabía que el hombre no tenía pareja actual.
— ¿Qué tal, Julio? Te traje a Flor. No deberías dejarla venir sola.
— Lo siento — rió el papá, apenas mirando a su hija —. Gracias por la molestia. Ven, pasa a tomar una limonada.
— Creo que la maestra está ocupada — dijo Flor, sonriendo y abrazando cariñosamente a su papá. Le echó una mirada a Gabriela. Una mirada que, para su corta edad, significaba “lárgate, perra”. Gabi la comprendió y sonrió con malicia.
— Claro, será un placer beber algo.
— Perfecto. Anda, Flor. Ve a preparar limonada.
— ¡Pero…!
— Ve, no seas floja. Anda, luego te ayudaré con la tarea.
Refunfuñando, la chica entró a la casa y aporreó la puerta.
Adán esperó durante veinte minutos, y en todo ese tiempo, no dejó de preguntarse qué demonios habría dicho o pensado para desatar la furia de Rebeca, a parte de rellenarla con su semen, claro. No quería perderla nada más comenzar a hablar, y le resultó irónico lo difícil que era entablar una conversación fuera del ambiente de las orgías.
La reina salió finalmente y se quedó congelada al ver a Adán esperándole. Frunciendo los labios, caminó por la banqueta en dirección contraria. Vio que el hombre se bajaba para seguirla, y se detuvo. Pensaba terminar de una vez con todas con él. No estaba interesada en seguir platicando con alguien que ocultaba su verdadera naturaleza.
— ¿Qué quieres? — le preguntó de malos modos.
— Pues… solamente dime qué es lo que dije para enojarte tanto. Pensé que podríamos ser buenos amigos.
La mujer cruzó los brazos y sus senos se alzaron un poquito.
— Bueno, Adán, basta de mentiras. Sé muy bien que tienes pareja e intuyo que no le has dicho nada sobre lo que estás haciendo ¿verdad? Una cosa es ser alguien de mente abierta y una muy diferente ser un desgraciado que sólo le miente a la mujer que ama.
— ¿De qué diablos estás hablando?
Rebeca guardó silencio unos segundos. Vio cómo el enojo crecía en la cara de Adán.
— Hablo del catálogo de lencería que tienes en el coche. O tienes gustos muy raros, o quizá mantienes a una pareja en secreto y no le dices que participas con nosotros.
Se quedó estupefacto y de repente estalló en carcajadas. ¿Eso era todo? Se atragantó con su saliva y tosió. Rebeca se indignó y sus mejillas se colorearon de rojo.
— ¿Qué es gracioso?
— Ese catálogo… es de mi hermana, tonta — le respondió entre risas —. No tengo pareja. Soy soltero y me dedico a la escritura.
— ¿De verdad? ¿No me estás engañando?
— Es en serio. Mira — sacó su teléfono y le mostró el contacto de Gabriela, seguido de la palabra “hermana”. Para confirmarle a la chica que no mentía, marcó y puso el altavoz. La mujer contestó, aunque tenía la voz algo agitada.
— ¿Sí?
— Gabriela, hermana. Dejaste tu catálogo en el coche.
— ¿Y me hablas sólo para eso, idiota? Estoy ocupada. Nos vemos después.
Colgó antes de que Adán pudiera decirle un par de cosas más. Sin embargo, vio que Rebeca estaba roja como un semáforo. Incluso su bonito pecho se había teñido de ese color y se le perlaron gotitas de sudor en la frente.
— Yo… no lo sabía. Perdón, te grité sin querer.
— Está bien — rió Adán y le acarició cariñosamente la mejilla —. Fue un mal entendido. ¿Quieres ir a tomar un café o algo así?
— ¿Café? Bueno… te aceptaría un té, y yo invito — miró nerviosamente a su alrededor —. No debí gritarte en la calle.
Sin duda, Adán se sorprendió. Era la primera mujer que conocía que se disculpaba por sus errores. La acompañó de regreso al coche mientras se preguntaba qué demonios estaría haciendo su hermana.
Gabriela tenía la cara manchada de semen. La eyaculación de Julio había sido abundante y muy líquida. Le resbalaba por la piel como una mascarilla, y ella se apresuró a recogerla con sus dedos y a saborearlo.
— Me gusta tu lechita. Dame más — le dijo al papá de Flor. El hombre, debajo de ella y con la cara metida en el voluptuoso culo bronceado de Gabriela, sonrió y procedió a lamerle la entrada del ano. A Gabi se le produjeron risas y empezó a mamar de nuevo con más velocidad.
De un momento a otro, después de beber la limonada y de que Flor se fuera a sus clases extra, una cosa había llevado a la otra y profesora y padre habían estado cogiendo la última media hora. No era la primera vez que la maestra se enrollaba con un padre de familia. Lo hacía dos o tres veces con diferentes hombres, que estaban entusiasmados porque le subiera la calificación a sus hijas. Ya había perdido la cuenta del número de pollas que había comido desde que se graduó de la escuela de maestros.
Se llenó la boca con la polla de Julio, que volvía a ganar un gran tamaño, y le pasó la lengua por todo el glande, sorbiendo las últimas gotas de lechita que resbalaban de la cabeza caliente. Mamó con más fuerza. Detrás, el hombre le dedeeaba el coño con dos dedos y se enfrascaba en morderle los pliegues de su vagina, que estaban empapados de jugos. Gabi sonrió de placer. Se golpeó la cara con la polla y después metió su rostro en los huevos grandes de su pareja.
Julio le dio una fuerte nalgada y ella obedeció cambiando de posición. De inmediato se corrió al frente, dándole la espalda, y empezó a montar su gorda verga. El papá de Flor veía perfectamente la línea de la tanga que dejaba el bronceado en el culo de la maestra, y también el movimiento sensual de las carnes al cabalgar. El coño se dilataba automáticamente y se contraía para recibir la deliciosa descarga de sexo que florecía en esa cama.
Mientras gemía y se acariciaba las tetas, Gabriela vio que su pareja todavía conservaba un cuadro de su esposa, que colgaba de la pared. Era una señora muy bonita, de pelo negro y corto hasta los hombros. Pensó en todas las veces que esa mujer habría follado como loca, y en vez de sentir pena o vergüenza, se echó para atrás y movió las caderas en círculos. Necesitaba semen. Necesitaba llenarse el útero con lechita una vez más.
El orgasmo de Julio no tardó en llegar. Sintió su polla contraerse y luego, escupir los últimos restos de su esperma. Gabriela desmontó y se tiró a la cama, abriéndose las piernas.
— Cómeme el coño, papi — pidió como una perrita. El hombre obedeció y miró, antes de lamer, cómo los jugos y restos de su semen salían de esa hermosa carne. Los limpió con las manos y después le dio de probar a la maestra. Ella le mamó los dedos, sintiendo esa deliciosa sensación de jugos y semen.
Acto seguido, Julio pegó la boca y sorbió el clítoris. Presionó con la boca. Gabriela se acariciaba los pezones y los pellizcaba hasta estirarlos. Le producían un delicioso dolor y luego se los metió a la boca para succionarlos. Los ojos se le iban cuando notó tres de los cinco dedos de Julio hurgando en su vagina, metiéndose más y más. Otro dedo jugaba con su culito. Estremeció su cuerpo y movió deliciosamente sus caderas hasta que el orgasmo se le vino como una exhalación.
— ¡Ah! ¡Me encanta!…
Flor frunció el ceño cuando oyó la voz de su maestra hablar:
— ¡Tienes una de las vergas más grandes que he visto! — las mejillas se le colorearon, y no precisamente de la vergüenza al saber que su papá estaba cogiéndose a otra mujer, sino de furia. Ella era la mujer de la casa, luego de la partida de su papá y no iba a permitir que nadie más ocupara el lugar de su mamá.
— ¡¿Qué están haciendo?! — gritó, entrando de repente al cuarto. En ese momento Gabriela estaba montando a su papá, y se quedó quieta, con la verga todavía hundida en su recto y sus tetas, sudando. Julio palideció.
— Hija…
— ¡Son asquerosos! ¡Fuera de aquí!
Gabriela se sintió morir y se desenculó. Julio, desesperado, se levantó y caminó con la polla erecta hacia su hija. No se había dado cuenta de que estaba mostrándole toda su virilidad. Flor, asqueada por el rojo glande y los huevos que se balanceaban, retrocedió y fue a ocultarse en su cuarto, donde no volvió a salir durante toda la tarde. Vomitó dos veces y se aferró a la almohada para dejar de llorar.
Mientras ese drama ocurría, Adán estaba pasándosela en grande. Había descubierto que no sólo coger con Rebeca era la gloria, sino que le gustaba mucho la forma de ser de ella. Por lo que había averiguado, la reina de las corridas era una chica que vivía sin pareja, en una casa un poco apartada del centro urbanizado de la ciudad. Le gustaba la música jazz y amaba caminar por la playa en bikini, no sólo para que la vieran, sino para sentir la fresca naturaleza soplándole en todo el cuerpo. Acostumbraba ir, de vez en cuando, al spa, para que le dieran un masaje o para relajarse con una mascarilla de barro y exfoliarse la piel. Iba de compras con Mary y con Carla, sus dos amigas más cercanas.
— Eres el primer hombre con el que salgo — le dijo Rebeca, bebiendo té de su popote. La forma en la que sorbía el líquido le recordó a Adán lo experta que ella era comiendo pollas. Rebeca reunía de todo para destronar a la reina del porno.
— ¿Por qué no sales con los demás?
— Tiene pareja, o sólo quieren tenerme en su cama. Me gusta coger. Me gusta que me rellenen de semen… pero si dejó que me hagan de todo, todo el tiempo, perderé algo de mi identidad. Cuando estoy con las demás personas, cuando siento mis jugos correr, su… esperma bajar por mi garganta, las embestidas en mi recto y en mi coño… no lo sé. Me siento diferente y feliz.
Lo dijo con una naturalidad carente de lujuria, como quien cuenta las cosas que siente al ver una obra de teatro. Adán tenía una tremenda erección.
— El sexo grupal es muy importante para mí.
— ¿Grupal? ¿Quiere decir que nunca has estado con una sola pareja?
— Nunca. Una vez tuve una… pareja, si se puede decir así. Nunca he tenido sexo por amor. Siempre fue diversión o… bueno, no importa. En mis encuentros intento estar con más de una persona a la vez. Cuando conocí a Mary y me invitó a las fiestas, encontré el paraíso — rió tiernamente —. La primera vez me hicieron una triple penetración. Vagina, ano y boca. Durante casi media hora. No me pude mover en días. Me dolía todo el cuerpo. En otra ocasión, quince hombres descargaron semen contra mí en un bukake que las chicas organizamos. Tengo algunas historias realmente divertidas.
—Las dices con una naturalidad libre de lujuria.
—Es parte de la naturaleza humana.
Adán bajó una mano y le acarició la pierna. Rebeca puso los labios en línea.
— No me toques sin permiso, Adán.
— Lo siento. Me dejé llevar. Eres muy hermosa y perfecta.
— No te fijes tanto en mí — se le acercó con complicidad y rió —. Adán, cariño, le gustas mucho a Maya. He visto la forma en la que te mira.
— ¿Maya? Mmm… puede ser.
— La próxima fiesta, cógela con entusiasmo, hombre. A mí me quieres romper la columna con cada una de tus embestidas.
— ¡Ja! Es que… aprietas delicioso.
— Una vez estuve con Maya en una orgía lésbica. Me corrí en su cara. Es decir, hice un squirt en su cara. Desde eso ella no me habla. Cuando todos los hombres supieron que yo era la única chica que podía correrse así, buscaron coronarse. Todos los hombres que viste en la orgía han estado dentro de mí, pero sólo José, el negro, me ha sabido hacer eyacular de esa forma.
— Eso suena a un desafío.
— ¡Jiji! No es personal. Se necesita de una buena estimulación tanto física como psicológica, y comprenderás que una polla de veinticinco centímetros, en un negro de un metro noventa y siete, es algo muy estimulante.
Eso era cierto. Adán se sintió menos, como un niño al lado de semejante monstruo.
— Pero si te hace sentir mejor, Adán, tu pene es perfecto para mí. Algunos son pequeños. Los disfruto. Sin embargo, el tuyo se amolda perfectamente a mi vagina.
La reina le guiñó un ojo y Adán se ruborizó. Deseó, en esos momentos, tirarla sobre la mesa y follársela delante de todos los clientes del restaurante.
— Bueno, es hora de que me vaya. Gracias por aclarar lo de tu hermana.
— Descuida. Fue culpa de ella por andar dejando sus cosas en coche ajeno.
Se levantaron y salieron del restaurante. Mientras conducía hacia casa de Rebeca, miró que ella ojeaba el catálogo de ropa interior.
— ¿Quieres algo? Puedo comprártelo.
— ¿Qué? Ah… me gustó está tanga. Tiene un bonito diseño. Pídemela y yo la pagaré. No me gustaría recibir un regalo de ti, cuando apenas nos conocemos. Ah, no pongas esa cara. Solamente no me parece correcto.
— Entonces la pediré.
—Tu hermana debe tener mucha vida sexual para llevar estas cosas.
— Desde pequeña se ha vestido provocativa.
Rebeca sintió que su sonrisa se le iba. Ella también se había vestido con escasas ropas desde temprana edad. Apretó los puños. Una furia que estaba dormida, se tambaleó dentro de ella. Sólo el contacto de Adán, acariciándole la pierna, le sacó de sus ideas. Observó al hombre de soslayo.
— Eres rápido con las manos.
— Lo siento.
— Está bien. Me gusta que me toquen los muslos.
Siguió acariciándola hasta que llegaron a la casa de ella. Rebeca se inclinó y le dejó un cálido beso en la punta de los labios.
— Te veré el fin de semana — dijo Adán.
— Claro. Allí estaré. Gracias por todo.
Y se marchó. Adán suspiró y maldijo para sus adentros.
Se había enamorado.
********
Ah... esta mujer es todo un amor ajaj a
Capítulo 5
Adán salió apresurado de la mansión, todavía con la camisa desabotonada y el corazón palpitándole. Tenía que encontrar a Rebeca cuanto antes. Ansiaba conocerla fuera del mundo de las orgías y saber qué clase de persona era en realidad. Subió a su coche y condujo despacio por las calles circundantes de la casa, hasta que la vio allí, parada sobre la acera mientras esperaba a un taxi.
Se permitió mirarla con más detenimiento y le gustó lo que vio. Tenía una apariencia ingenua, casi tonta, como una señorita de culto religioso cansada del mundo moderno y de sus increíbles excesos, pero todavía así, en el fondo Rebeca ocultaba una sed sexual y una gran libido. Adán se sintió celoso al pensar en cuántos hombres habían estado dentro de ella. Cuantos litros de semen ya había comido antes de beberse los de él.
Aceleró despacio y se acercó. Bajó la ventanilla automática y se asomó por un lado.
—¿Te llevo?
— No, gracias — dijo Rebeca, y tardó un momento en reconocer a Adán —. ¡Ah! Eres tú. Pensé que era un desconocido tratando de ligarme.
—¿A dónde vas?
— Tengo que ir a recoger mi cheque del trabajo.
— Súbete.
Rebeca torció un poco el gesto y se preguntó si estaría bien confiar en Adán. Bueno, una cosa era permitirle penetrarla como él quisiera dentro de la orgía, y una muy diferente entablar contacto con él fuera de ese ambiente sexual. De hecho, los hombres que participaban en los intercambios no hablaban con ella fuera de la mansión, ni tampoco la mayoría de las mujeres. Solamente Carla y Mary se frecuentaban con ella en ocasiones para ir a tomar un café o sostener algún encuentro lésbico en casa de cualquiera de ellas.
— Está bien. Siento la molestia.
— No es ninguna.
Adán le abrió la puerta y ella entró despacio. El aroma de su perfume llenó la cabina del coche. Un aroma dulce y femenino. Los pequeños pendientes de sus orejas tenían la forma de hojas de cerezo y su pelo rubio estaba adornado con una horquilla en forma de tulipán. Sus manos, demasiado pequeñas para aferrar una polla grande, estaban adornadas con dos sortijas en cada dedo anular. A Adán no le gustó ni pensar en si Rebeca podría estar casada.
—¿En dónde trabajas, entonces?
— Mundo infantil.
— ¿Dónde? — preguntó Adán, volviendo a la carretera.
— Soy educadora. Trabajo en una escuela preescolar. Atiendo la guardería.
¿Una guardería? Ese sitio no era el lugar precisamente más acorde a alguien como ella, pensó Adán; aunque no lo comentó. Cualquiera que la mirara podría discernir que, efectivamente, era la clase de chica que trabajaría en un convento o en una escuela primaria, y si la conocían de verdad, pensarían que se dedicaba a prostituirse o a trabajar en algún buen centro nocturno, bailando en una pista y haciendo shows calientes mientras dejaba al descubierto sus hermosos senos. En conclusión, Rebeca mantenía una vida doble, una que no iba de acuerdo a su apariencia ni a su comportamiento. A Adán le pareció realmente interesante y pensó en ella mientras conducía por las calles que le indicaban.
La mujer se entretuvo leyendo una revista de lencería que Adán tenía junto al asiento. La sección de tangas y sostenes, perfectos para noches de placer, estaba marcada con un doblez en la hoja y tenía algunas anotaciones en bolígrafo azul. De modo que él tiene pareja, reflexionó Rebeca, pero se preguntó porqué no la llevaría a las fiestas. Eso significaba sólo una cosa: que Adán era un asqueroso infiel que le ocultaba a su mujer esa clase de festejos.
Todos los que asistían a las orgías, o eran solteros, o llevaban casados algunos años. No existía la infidelidad, porque todos sabían en qué se estaban metiendo; de modo que lo que el maldito estaba haciendo era vivir una mentira, una doble vida. La buena estima que Rebeca le tenía descendió un poco. Cruzó las piernas y dejó el catálogo donde estaba.
— ¿Asistes mucho a esas fiestas?
— Algo — contestó ella, fríamente y cruzada de brazos.
— Ah. Y ¿desde cuándo?
Se encogió de hombros.
— Un año, más o menos.
Un año, meditó, sorprendido. Un año comiendo pollas. Un año bebiendo y bebiendo esperma hasta la saciedad. ¿Cuán ninfómana podría ser esta puta? Es decir, éste hermoso ángel. De repente su polla empezó a reaccionar y se sintió demasiado excitado como para mantener la atención en el volante.
Decidió quedarse callado y pensar en cualquier otra cosa que no fuera la bella chica que tenía a su lado. Antes de darse cuenta, ya estaba frente al jardín de niños.
— Te espero.
— No te molestes — le regañó ella, con la indignación rayando el límite. Salió del coche y cerró con un portazo. Después dijo: —. Adán., deberías de ser honesto con tu pareja y decirle lo que estás haciendo conmigo. No me harás formar parte de tu estúpida aventura ¿entendiste? Si vuelves a la fiesta, ni siquiera intentes acercarte a mí. Adiós.
El joven escritor tardó unos momentos antes de reaccionar. Luego salió del coche y sigió a Rebeca, pero ésta ya había entrado a la escuela y él no se arriesgó a meterse más allá de donde estaba el guardia de seguridad. Con el corazón en la mano, se quedó allí afuera y resolvió que esperaría para explicarle, no sin antes preguntarle, qué demonios estaba ocurriendo con ella. La erección en sus pantalones ya había bajado.
Flor ya estaba saliendo de la secundaria. Le pesaban los libros en la mochila y se quejó del dolor de espalda. Los putos profesores siempre le hacían llevar todos los libros y a veces ni siquiera los usaban. Maldijo al sistema educativo y resopló, cansada y limpiándose el sudor que le resbalaba por las mejillas.
Un coche Spark se detuvo junto a ella. Lo conducía una mujer que, sin saberlo, era producto del odio de la niña.
— ¿Te llevo, Flor?
—No, gracias, maestra Gabi — replicó de mala gana —, pero tengo otras cosas qué hacer.
— Anda, no seas así. De seguro tu casa está lejos y…
Eso era cierto. Hacía un sol de casi cuarenta grados y ninguna nube amenazaba con taparlo. Flor odiaba sudar, así que miró a su maestra. La flojera de caminar un metro más pudo con ella, y entró al coche. El aire acondicionado estaba encendido y ella sintió cómo se le bajaba la temperatura.
—Ábrete la blusa, si quieres. Deja que te de un poco más el aire.
Apenada, lo hizo. La curva de sus pechos en desarrollo no era nada comparada con la voluptuosidad de Gabriela. La profesora llevaba una blusa blanca, con delgados tirantes en sus hombros. Además de ser escotada, se le pegaba mucho al cuerpo. Sus senos sobresalían coquetamente por encima y se le veía partes del encaje rosado de su sujetador.
Le dijo dónde vivía y Gabriela, en silencio, condujo hasta su casa. Gabriela notaba que no le caía bien a la niña, y se preguntó por qué. No es que ella fuera una profesora realmente estricta, pero le gustaba que las cosas se hicieran a tiempo y de buena gana.
— Nos vemos en clases.
— Gracias por el aventón.
Sin embargo, nada más salir Flor del Spark, la puerta de la casa se abrió y asomó Julio, el papá de la niña. El hombre, sin pareja actual, sonrió abiertamente al ver a la sensual profesora de historia trayendo a su hija, y se apresuró a acercarse. Flor vio que su papá sólo traía sus vaqueros. El torso, con el pectoral bien formado y circundado por tatuajes, estaba cubierto de una delgada capa de sudor. Una línea de vello le recorría desde el ombligo y se le metía por debajo de los pantalones. Ella sabía que su padre era un hombre sumamente atractivo y le gustaba verlo cuando hacía ejercicio en casa. Había sido marine, pero ya estaba retirado del servicio.
No sólo para la niña fue evidente la sensualidad y virilidad de Julio, sino también para Gabriela, que no desperdicio el momento para salir del coche a saludarle. Le gustó, sobre todo, la V que se le marcaba en el abdomen y el bulto que sus ajustados vaqueros realzaban entre sus piernas. Sabía que el hombre no tenía pareja actual.
— ¿Qué tal, Julio? Te traje a Flor. No deberías dejarla venir sola.
— Lo siento — rió el papá, apenas mirando a su hija —. Gracias por la molestia. Ven, pasa a tomar una limonada.
— Creo que la maestra está ocupada — dijo Flor, sonriendo y abrazando cariñosamente a su papá. Le echó una mirada a Gabriela. Una mirada que, para su corta edad, significaba “lárgate, perra”. Gabi la comprendió y sonrió con malicia.
— Claro, será un placer beber algo.
— Perfecto. Anda, Flor. Ve a preparar limonada.
— ¡Pero…!
— Ve, no seas floja. Anda, luego te ayudaré con la tarea.
Refunfuñando, la chica entró a la casa y aporreó la puerta.
Adán esperó durante veinte minutos, y en todo ese tiempo, no dejó de preguntarse qué demonios habría dicho o pensado para desatar la furia de Rebeca, a parte de rellenarla con su semen, claro. No quería perderla nada más comenzar a hablar, y le resultó irónico lo difícil que era entablar una conversación fuera del ambiente de las orgías.
La reina salió finalmente y se quedó congelada al ver a Adán esperándole. Frunciendo los labios, caminó por la banqueta en dirección contraria. Vio que el hombre se bajaba para seguirla, y se detuvo. Pensaba terminar de una vez con todas con él. No estaba interesada en seguir platicando con alguien que ocultaba su verdadera naturaleza.
— ¿Qué quieres? — le preguntó de malos modos.
— Pues… solamente dime qué es lo que dije para enojarte tanto. Pensé que podríamos ser buenos amigos.
La mujer cruzó los brazos y sus senos se alzaron un poquito.
— Bueno, Adán, basta de mentiras. Sé muy bien que tienes pareja e intuyo que no le has dicho nada sobre lo que estás haciendo ¿verdad? Una cosa es ser alguien de mente abierta y una muy diferente ser un desgraciado que sólo le miente a la mujer que ama.
— ¿De qué diablos estás hablando?
Rebeca guardó silencio unos segundos. Vio cómo el enojo crecía en la cara de Adán.
— Hablo del catálogo de lencería que tienes en el coche. O tienes gustos muy raros, o quizá mantienes a una pareja en secreto y no le dices que participas con nosotros.
Se quedó estupefacto y de repente estalló en carcajadas. ¿Eso era todo? Se atragantó con su saliva y tosió. Rebeca se indignó y sus mejillas se colorearon de rojo.
— ¿Qué es gracioso?
— Ese catálogo… es de mi hermana, tonta — le respondió entre risas —. No tengo pareja. Soy soltero y me dedico a la escritura.
— ¿De verdad? ¿No me estás engañando?
— Es en serio. Mira — sacó su teléfono y le mostró el contacto de Gabriela, seguido de la palabra “hermana”. Para confirmarle a la chica que no mentía, marcó y puso el altavoz. La mujer contestó, aunque tenía la voz algo agitada.
— ¿Sí?
— Gabriela, hermana. Dejaste tu catálogo en el coche.
— ¿Y me hablas sólo para eso, idiota? Estoy ocupada. Nos vemos después.
Colgó antes de que Adán pudiera decirle un par de cosas más. Sin embargo, vio que Rebeca estaba roja como un semáforo. Incluso su bonito pecho se había teñido de ese color y se le perlaron gotitas de sudor en la frente.
— Yo… no lo sabía. Perdón, te grité sin querer.
— Está bien — rió Adán y le acarició cariñosamente la mejilla —. Fue un mal entendido. ¿Quieres ir a tomar un café o algo así?
— ¿Café? Bueno… te aceptaría un té, y yo invito — miró nerviosamente a su alrededor —. No debí gritarte en la calle.
Sin duda, Adán se sorprendió. Era la primera mujer que conocía que se disculpaba por sus errores. La acompañó de regreso al coche mientras se preguntaba qué demonios estaría haciendo su hermana.
Gabriela tenía la cara manchada de semen. La eyaculación de Julio había sido abundante y muy líquida. Le resbalaba por la piel como una mascarilla, y ella se apresuró a recogerla con sus dedos y a saborearlo.
— Me gusta tu lechita. Dame más — le dijo al papá de Flor. El hombre, debajo de ella y con la cara metida en el voluptuoso culo bronceado de Gabriela, sonrió y procedió a lamerle la entrada del ano. A Gabi se le produjeron risas y empezó a mamar de nuevo con más velocidad.
De un momento a otro, después de beber la limonada y de que Flor se fuera a sus clases extra, una cosa había llevado a la otra y profesora y padre habían estado cogiendo la última media hora. No era la primera vez que la maestra se enrollaba con un padre de familia. Lo hacía dos o tres veces con diferentes hombres, que estaban entusiasmados porque le subiera la calificación a sus hijas. Ya había perdido la cuenta del número de pollas que había comido desde que se graduó de la escuela de maestros.
Se llenó la boca con la polla de Julio, que volvía a ganar un gran tamaño, y le pasó la lengua por todo el glande, sorbiendo las últimas gotas de lechita que resbalaban de la cabeza caliente. Mamó con más fuerza. Detrás, el hombre le dedeeaba el coño con dos dedos y se enfrascaba en morderle los pliegues de su vagina, que estaban empapados de jugos. Gabi sonrió de placer. Se golpeó la cara con la polla y después metió su rostro en los huevos grandes de su pareja.
Julio le dio una fuerte nalgada y ella obedeció cambiando de posición. De inmediato se corrió al frente, dándole la espalda, y empezó a montar su gorda verga. El papá de Flor veía perfectamente la línea de la tanga que dejaba el bronceado en el culo de la maestra, y también el movimiento sensual de las carnes al cabalgar. El coño se dilataba automáticamente y se contraía para recibir la deliciosa descarga de sexo que florecía en esa cama.
Mientras gemía y se acariciaba las tetas, Gabriela vio que su pareja todavía conservaba un cuadro de su esposa, que colgaba de la pared. Era una señora muy bonita, de pelo negro y corto hasta los hombros. Pensó en todas las veces que esa mujer habría follado como loca, y en vez de sentir pena o vergüenza, se echó para atrás y movió las caderas en círculos. Necesitaba semen. Necesitaba llenarse el útero con lechita una vez más.
El orgasmo de Julio no tardó en llegar. Sintió su polla contraerse y luego, escupir los últimos restos de su esperma. Gabriela desmontó y se tiró a la cama, abriéndose las piernas.
— Cómeme el coño, papi — pidió como una perrita. El hombre obedeció y miró, antes de lamer, cómo los jugos y restos de su semen salían de esa hermosa carne. Los limpió con las manos y después le dio de probar a la maestra. Ella le mamó los dedos, sintiendo esa deliciosa sensación de jugos y semen.
Acto seguido, Julio pegó la boca y sorbió el clítoris. Presionó con la boca. Gabriela se acariciaba los pezones y los pellizcaba hasta estirarlos. Le producían un delicioso dolor y luego se los metió a la boca para succionarlos. Los ojos se le iban cuando notó tres de los cinco dedos de Julio hurgando en su vagina, metiéndose más y más. Otro dedo jugaba con su culito. Estremeció su cuerpo y movió deliciosamente sus caderas hasta que el orgasmo se le vino como una exhalación.
— ¡Ah! ¡Me encanta!…
Flor frunció el ceño cuando oyó la voz de su maestra hablar:
— ¡Tienes una de las vergas más grandes que he visto! — las mejillas se le colorearon, y no precisamente de la vergüenza al saber que su papá estaba cogiéndose a otra mujer, sino de furia. Ella era la mujer de la casa, luego de la partida de su papá y no iba a permitir que nadie más ocupara el lugar de su mamá.
— ¡¿Qué están haciendo?! — gritó, entrando de repente al cuarto. En ese momento Gabriela estaba montando a su papá, y se quedó quieta, con la verga todavía hundida en su recto y sus tetas, sudando. Julio palideció.
— Hija…
— ¡Son asquerosos! ¡Fuera de aquí!
Gabriela se sintió morir y se desenculó. Julio, desesperado, se levantó y caminó con la polla erecta hacia su hija. No se había dado cuenta de que estaba mostrándole toda su virilidad. Flor, asqueada por el rojo glande y los huevos que se balanceaban, retrocedió y fue a ocultarse en su cuarto, donde no volvió a salir durante toda la tarde. Vomitó dos veces y se aferró a la almohada para dejar de llorar.
Mientras ese drama ocurría, Adán estaba pasándosela en grande. Había descubierto que no sólo coger con Rebeca era la gloria, sino que le gustaba mucho la forma de ser de ella. Por lo que había averiguado, la reina de las corridas era una chica que vivía sin pareja, en una casa un poco apartada del centro urbanizado de la ciudad. Le gustaba la música jazz y amaba caminar por la playa en bikini, no sólo para que la vieran, sino para sentir la fresca naturaleza soplándole en todo el cuerpo. Acostumbraba ir, de vez en cuando, al spa, para que le dieran un masaje o para relajarse con una mascarilla de barro y exfoliarse la piel. Iba de compras con Mary y con Carla, sus dos amigas más cercanas.
— Eres el primer hombre con el que salgo — le dijo Rebeca, bebiendo té de su popote. La forma en la que sorbía el líquido le recordó a Adán lo experta que ella era comiendo pollas. Rebeca reunía de todo para destronar a la reina del porno.
— ¿Por qué no sales con los demás?
— Tiene pareja, o sólo quieren tenerme en su cama. Me gusta coger. Me gusta que me rellenen de semen… pero si dejó que me hagan de todo, todo el tiempo, perderé algo de mi identidad. Cuando estoy con las demás personas, cuando siento mis jugos correr, su… esperma bajar por mi garganta, las embestidas en mi recto y en mi coño… no lo sé. Me siento diferente y feliz.
Lo dijo con una naturalidad carente de lujuria, como quien cuenta las cosas que siente al ver una obra de teatro. Adán tenía una tremenda erección.
— El sexo grupal es muy importante para mí.
— ¿Grupal? ¿Quiere decir que nunca has estado con una sola pareja?
— Nunca. Una vez tuve una… pareja, si se puede decir así. Nunca he tenido sexo por amor. Siempre fue diversión o… bueno, no importa. En mis encuentros intento estar con más de una persona a la vez. Cuando conocí a Mary y me invitó a las fiestas, encontré el paraíso — rió tiernamente —. La primera vez me hicieron una triple penetración. Vagina, ano y boca. Durante casi media hora. No me pude mover en días. Me dolía todo el cuerpo. En otra ocasión, quince hombres descargaron semen contra mí en un bukake que las chicas organizamos. Tengo algunas historias realmente divertidas.
—Las dices con una naturalidad libre de lujuria.
—Es parte de la naturaleza humana.
Adán bajó una mano y le acarició la pierna. Rebeca puso los labios en línea.
— No me toques sin permiso, Adán.
— Lo siento. Me dejé llevar. Eres muy hermosa y perfecta.
— No te fijes tanto en mí — se le acercó con complicidad y rió —. Adán, cariño, le gustas mucho a Maya. He visto la forma en la que te mira.
— ¿Maya? Mmm… puede ser.
— La próxima fiesta, cógela con entusiasmo, hombre. A mí me quieres romper la columna con cada una de tus embestidas.
— ¡Ja! Es que… aprietas delicioso.
— Una vez estuve con Maya en una orgía lésbica. Me corrí en su cara. Es decir, hice un squirt en su cara. Desde eso ella no me habla. Cuando todos los hombres supieron que yo era la única chica que podía correrse así, buscaron coronarse. Todos los hombres que viste en la orgía han estado dentro de mí, pero sólo José, el negro, me ha sabido hacer eyacular de esa forma.
— Eso suena a un desafío.
— ¡Jiji! No es personal. Se necesita de una buena estimulación tanto física como psicológica, y comprenderás que una polla de veinticinco centímetros, en un negro de un metro noventa y siete, es algo muy estimulante.
Eso era cierto. Adán se sintió menos, como un niño al lado de semejante monstruo.
— Pero si te hace sentir mejor, Adán, tu pene es perfecto para mí. Algunos son pequeños. Los disfruto. Sin embargo, el tuyo se amolda perfectamente a mi vagina.
La reina le guiñó un ojo y Adán se ruborizó. Deseó, en esos momentos, tirarla sobre la mesa y follársela delante de todos los clientes del restaurante.
— Bueno, es hora de que me vaya. Gracias por aclarar lo de tu hermana.
— Descuida. Fue culpa de ella por andar dejando sus cosas en coche ajeno.
Se levantaron y salieron del restaurante. Mientras conducía hacia casa de Rebeca, miró que ella ojeaba el catálogo de ropa interior.
— ¿Quieres algo? Puedo comprártelo.
— ¿Qué? Ah… me gustó está tanga. Tiene un bonito diseño. Pídemela y yo la pagaré. No me gustaría recibir un regalo de ti, cuando apenas nos conocemos. Ah, no pongas esa cara. Solamente no me parece correcto.
— Entonces la pediré.
—Tu hermana debe tener mucha vida sexual para llevar estas cosas.
— Desde pequeña se ha vestido provocativa.
Rebeca sintió que su sonrisa se le iba. Ella también se había vestido con escasas ropas desde temprana edad. Apretó los puños. Una furia que estaba dormida, se tambaleó dentro de ella. Sólo el contacto de Adán, acariciándole la pierna, le sacó de sus ideas. Observó al hombre de soslayo.
— Eres rápido con las manos.
— Lo siento.
— Está bien. Me gusta que me toquen los muslos.
Siguió acariciándola hasta que llegaron a la casa de ella. Rebeca se inclinó y le dejó un cálido beso en la punta de los labios.
— Te veré el fin de semana — dijo Adán.
— Claro. Allí estaré. Gracias por todo.
Y se marchó. Adán suspiró y maldijo para sus adentros.
Se había enamorado.
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Ah... esta mujer es todo un amor ajaj a
6 comentarios - Tiernas delicias 5
gracias x compartir
Simplemente perfecta..
Sigo leyendo ☺️