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¡Recuérdame! (VI)




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Compendio III


Esa noche, Marisol estaba muy excitada conmigo. No paraba de besarme ni de abrazarme, como si estuviese nerviosa en extremo.
“¡Por favor, mi amor! ¡Esta noche, de verdad, no vuelvas!” dijo mi mujer, las palabras que en otro contexto, a ningún esposo le gustaría escuchar. “¡Voy a estar bien, de verdad! ¡Pero por favor, hazle todas esas cositas que haces tú que me vuelven loca!”
No puedo decir que esa noche salí vestido como un bailarín tropical o sensual, por ningún motivo: vestía unos Jeans negros, una camisa manga larga blanca y cuello, por lo que me sentía bastante incómodo al esperar frente a la habitación de Karina.
Pero al salir esta, podía empalmar con facilidad hasta los más impotentes: Un vestido rojo bastante corto, con la espalda al aire y un escote que dejaba ver fácilmente todo lo que uno quisiera ver, sin gran esfuerzo (dado que ni siquiera llevaba un sostén), junto con zapatos de tacón.
Al verme alelado por su apariencia, me dio la más picara de las miradas y fue ella quien me tomó de la mano, para llevarme al ascensor.
También fue ella la que tomó el jeep, que al momento de subir, me permitió apreciar de manera fugaz la diminuta tanga roja que cubría su intimidad y que ella, con mucha satisfacción al verme contemplarla con interés, cubrió delicadamente con su falda, disfrutando cómo mis ojos apreciaban sus bellísimos muslos al hacerlo, comiéndomela con la mirada.
Me llevó a una enorme, monolítica y moderna discoteca en el borde costero. Por suerte, me sujetó cuando caminaba hacia la enorme fila que hacía espera y tomándome fuerte de la mano, me llevó directamente hasta la puerta, donde solo le bastó esbozar una sonrisa al enorme y corpulento portero, que en solo unos segundos nos concedió el acceso.
Pensando en retrospectiva, creo que Karina se sentía en su propio reino, donde ella era la máxima autoridad, puesto que no paraba de sonreír a cuanto desconocido la reconocía, pero aun así, sin perder su objetivo.
Me ofreció invitarme un trago, antes de empezar, pero no tenía ni sed ni podía parar de observarla muy impresionado, porque en ese lugar se apreciaba en una faceta más confiada y ganadora, a diferencia de los otros días, donde no se veía más diferente que otra mujer.
En vista que no tenía sentido permanecer sentados y sonriendo muy satisfecha a mi falta de acción, me llevó directamente a la pista de baile.
Agradezco que el lugar que escogió no tocaba reggetón o algo más moderno, porque me habría deprimido. Pero sí tocaban temas más movidos, de finales de los 90 y principios del nuevo milenio, que a pesar que nunca los bailé, reconocía la melodía.
Desde un comienzo, me notó extremadamente tenso.
“¡Relájate!” fue su primera lección, al ver que en vano trataba de seguir sus pasos o imitar a los otros hombres. “Si una mujer quiere bailar así contigo, es porque algo quiere… y tienes que aprovechar de disfrutar…”
Comprendí inmediatamente la doble intención en sus palabras y su sonrisa, pero aun así, me resultaba bastante incómodo tener a una mujer como Karina bailando conmigo de esa manera.
Sufrí con “El meneíto”, tratando de seguir su descenso de cintura sin rozar demasiado su trasero, cuando ella se reía al ver que intentaba imitarla. Con la nueva versión de “La Macarena” no fue tanto problema, hasta el momento que empezó a restregarse más en mí…
Incluso, llegó un momento mientras bailábamos salsa donde me preguntó si acaso no quería agarrarle del trasero, poniéndome más nervioso, lo que le hizo indagar si acaso alguna vez había agarrado a alguien por ese lugar mientras bailaba y tomando ella misma mi mano, me obligó a tocarla de esa manera, sonriendo ampliamente por ello.
Y así, pasaron varios temas, de “Proyecto uno”, “El General” y mucha salsa. Pero tras reconocerla y ver cómo se movía, más parejas se animaron a bailar con nosotros y no pasó mucho para que empezaran a empujarme discretamente.
Era evidente para todos que yo no podía seguirle el paso y había muchos más capaces y avezados que yo, que empezaron a “atravesarse ocasionalmente”, pero cada vez con más frecuencia. Karina, como si fuese su hermano menor o cualquier pariente patético que necesita defenderse, lograba apartarlos, hasta un momento donde alguno de ellos habló con el DJ y pusieron un tema de música Axe.
A partir de esos momentos, ella sonrió al público con entereza y sabiendo lo que demandarían de ella, empezó a bailar con una soltura sin igual, comparado con lo que había visto mientras trataba de seguirle el paso.
Era algo en la sensualidad de sus movimientos y sus formas, complementada con esa mirada indómita y cautivadora, que nos dejaba a todos en el nivel de hormigas…
Y fue mientras el segundo gorila que se ponía delante de mí, cortándome la vista con bastante molestia, donde la música, Karina, las luces y todo lo demás se configuraba, para hacerme recordar por qué me desagradaba tanto ese tipo de música…
Debieron ser unos 7 años atrás. Era verano y me hallaba en ese oscuro periodo de mi vida, donde me veía en la desagradable decisión de sacrificar una de mis materias universitarias, para aprobar otra.
Había escuchado de las guapas chicas en el programa donde Karina bailaba de voz de mis compañeros de clases, pero no le prestaba atención, porque mis problemas eran gravísimos y me encontraba demasiado deprimido.
Fue entonces que haciendo zapping en los canales nacionales, encontré a una chica bonita llorando. No quiero asegurar que era Karina, pero sí era bonita y sus ojos me parecieron preciosos.
El molesto y morboso animador insistía constantemente en preguntarle qué sentía a la chica, cuando ella solamente podía llorar desconsolada, cubriéndose la nariz para no avergonzarse más ante las cámaras.
Luego, hicieron una toma de un sujeto fornido, alto, que se trataba de excusar, diciendo que la chica había exagerado y que si bien, él había estado con otra mujer, no había significado nada.
Lo que más me indignó fue la soberbia del sujeto, que no mostraba un ápice de arrepentimiento por sus acciones, ante una belleza inigualable, de la cual me habría sentido satisfecho de por vida.
Y fue en esos momentos donde como muchos, empecé a cuestionarme sobre mi vida. Porque mientras me rompía la cabeza, estudiando, repasando y “aprendiendo a hacer trampa” (en vista que estudiar honestamente no había sido tan beneficioso como me hubiese gustado), ese sujeto no solamente tenía una preciosura como novia, sino que más encima, se daba el lujo para mirar hacia el lado.
Lo que más me frustraba era que yo no podía competir en esos momentos: era solamente un estudiante mediocre de Ingeniería en Minas, donde nadie apostaba por que tuviese un buen futuro o encontrase un buen empleo y creía que necesitaría muchos años para sacar un físico como el suyo.
Creo que fue eso lo que me hizo “perder definitivamente las esperanzas” y me ayudó a enfocarme más en terminar mi carrera, para poder ofrecer algo, en caso que conociera a una chica preciosa, que aceptara a que la tratasen como una princesa…
Lo curioso fue que “mi princesa” llegaría en uno o 2 años más, a vivir en mi vecindario y que pasaría otro año más, donde consolidaríamos una relación, tras hacernos buenos amigos.
Sé que fue demasiado largo lo que acabo de escribir, pero no pasaron más de 2 minutos donde pensé eso una y otra vez. Eventualmente, volví a divisar a Karina y noté que se veía bastante alegre, bailando con otros 3 jóvenes…
Pero la alegría es subjetiva y seguramente, al ver que una de las manos que se posaban sobre su cuerpo no era la mía, se indignó y comenzó a buscarme.
Lo que ocurrió después, me pareció casi mágico, porque habiendo uruguayos rubios y bronceados, bastante altos y con ojos claros; argentinos confiados, elegantes, bien vestidos y con una gran labia de mundo y mayormente, astutos compatriotas, que poco y nada tenían que envidiar a los extranjeros, a Karina le interesaba solamente uno de ellos…
El enclenque torpe, que apenas podía seguirle el paso.
Cuando me vio, sus ojos se encendieron en furia y como quien abre un portón, fue abriéndose paso entre hombres que fácilmente, le sacaban medio metro de altura.
“¡Te cansaste!” exclamó, todavía enfadada al llegar a mi lado.
“¡Sí, pero quería verte bailar!” respondí, tratando de excusarme.
“¡Vamos a sentarnos!” ordenó, autoritaria.
El enojo no se le pasó al llegar a nuestra butaca.
“¿Te quieres ir?” preguntó, sin disminuir la furia.
Eran casi las 2 de la madrugada y habíamos ingresado a la discoteca alrededor de las 11 de la noche…
“¡No! Tú quieres bailar…” le mentí.
“¡Pero tú no!” respondió, recriminándome.
“Es que este no es mi estilo.”
“¡Ah, ya! ¿Y cuál es tu estilo?” preguntó, en un tono sobrecargado con amargo sarcasmo.
“Bailar lentos.”
Bufó, con desdén.
“¡No quieres nada!” dijo ella, tratando de disipar su enojo al mirar hacia otro lado.
“¡Es verdad!” repliqué, tratando de explicarle. “Esto es demasiado directo para mí… las chicas prácticamente, se ofrecen para tener sexo con ellas… y a mí, me gusta más ganarme el privilegio.”
“¿Y qué tiene de malo? ¿No te gusta el sexo?” reprochó, cada vez con mayor enfado.
“¡Claro que me gusta!”
“Entonces, ¿De qué te quejas? Si al final, ambas cosas buscan lo mismo…” replicó, sin entenderme.
“Es cierto…” admití, vencido pero no derrotado. “Pero esto… esto… (Señalé a nuestro alrededor), te garantiza un polvo. Uno solo. Pero con un lento, hay mucho más en juego: la chica te puede decir que no, que no le gustas, o bien, puede ser el principio de algo no tan pasajero y mucho más rico, que cambia tu completa manera de ser y de ver las cosas…”
Sin embargo, ella lo había tomado casi como un desafío personal.
“¡Ah, ya!... ¿Y cómo saltas tú de esto… (Señaló nuevamente a nuestro alrededor), a un lento, si ni siquiera te atreves a tocar a tu pareja?”
Era cierto. Pero para mí, nunca ha sido un verdadero problema.
Mi esposa puede corroborarlo, pero tras pasar un cierto punto de la amistad, aceptar a bailar un lento no parece tan descabellado. Va muy de la mano con la confianza que puedes dar en la otra persona y si uno lo aplica bien, permite dar un paso a un momento mucho más íntimo y valedero, que simples rozones pueden dar.
“Entonces, ven conmigo…” le dije, tomándole suavemente de la mano.
Resultó bastante curioso cuando nos marchamos de ese ambiente, dado que todos me miraban como si me estuviese robando el sol o la fuerza de gravedad, al ver que Karina marchaba casi a la rastra de mi mano.
Afortunadamente (y a diferencia de la cita que tuve con Nery hace casi un año), no fue difícil encontrar el ambiente de música romántica. Era el antro más oscuro, tras pasar el de música electrónica.
Inclusive, la disposición de los asientos era distinta y más refinadas: mesas circulares, coronadas con lámparas de vidrio, que no destellaban más que una vela y unos cuantos focos de luz blanca, que iluminaban la semi oscura pista, para dar mayor privacidad a los asistentes.
Y debo reconocer que esa noche, la suerte iba conmigo, porque tras ubicarnos en un espacio discreto, el primer tema que empezaron a tocar fue “Bailar pegados”, del grandísimo Sergio Dalma (la cual recomiendo que escuchen, si tienen a alguien especial con quien escucharlo, por supuesto).
Entre la penumbra, me sonrió coqueta, al escuchar la letra, que ilustraba lo que le acababa de mencionar.
“¡Relájate!” le dije, imitando la primera lección que ella me dio.
“¿Qué?”
“Baja tus brazos. No te voy a tocar, si tú no lo quieres…”
Sus brazos bajaron de la tensa posición del vals, hasta colgar lacios, momento que aproveché de tomarla por la cintura y apegarme hacia ella.
Recorrí mis manos con suavidad sobre sus hombros, acariciándola. No necesitábamos decirnos palabras. La lirica hacía eso por nosotros.
Se fue tranquilizando, apegando su rostro a mi pecho, y también, aproveché de acariciar y oler sus cabellos, mientras que sus manos empezaban lentamente a reciprocar mis cariños y empezamos a movernos al compás de la canción.
Sin embargo, al llegar a la segunda estrofa, tomé lentamente su ardiente mejilla y la obligué a mirarme, musitando la letra de esa magnífica canción:
“Verás la música después. Te va pidiendo un beso a gritos…” con una amplia sonrisa, haciendo que ella mirara hacia un lado y la dejé, mientras respiraba cada vez de manera más calma y aquel abrazo se tornó interminable, incluso cuando la canción acabó.
Tuvimos que bailar otras 2 piezas, de Eros Ramazzoti y otro cantante que no conocía, pero no hubo necesidad de palabras. Ella necesitaba que alguien la abrazara y así lo hice, hasta que volvió a mirarme al rostro.
No hubo protestas mientras volvíamos al hotel. En realidad, se fue callada el resto del viaje, mirando hacia afuera, mientras yo conducía… y tampoco quiero especular qué pensaba en esos momentos, pero disfrutaba mucho de verla así.
Y fue de esta manera, al llegar hasta nuestro piso y posar la tarjeta sobre el lector, donde alcanzó a musitar…
“Bueno… yo…”
Cuando le planté un suave beso en los labios y envueltos en un cariñoso abrazo, hicimos ingreso a su habitación…

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3 comentarios - ¡Recuérdame! (VI)

omi24 +1
Tremendo!
metalchono
¡Muchas gracias por comentar!
Gran_OSO +1
Ahh, bueno!!
metalchono +1
Me alegro que haya sido de tu agrado. Muchas gracias por comentar.
pepeluchelopez +1
Quede peor que cuando ves película de suspenso... Justo en lo mejor
metalchono
Discúlpame, amigo. Pero todavía quedaba noche y también, un poco de la tarde siguiente. Pero ya empiezo a cosechar. No te desanimes y piensa positivo.