Sintió la cabeza de la pija apoyándose en su culo. El le pasaba medio torpemente el glande por encima del agujero, como haciendo desear.
Se abrió los cachetes con ambas manos apoyando la cara contra las sábanas, húmedas, llenas de sus olores atolondrados de esa noche terriblemente calurosa y caliente. Un escupitajo cayó certero en el ano. El resto lo hizo con los dedos. Su culo estaba listo. Ya habían pasado horas de chupadas, lamidas, jadeos, acabadas. Era hora del orto y los pájaros cantaban en el amanecer que los encontraba calientes.
- Metémela de una vez.- le dijo abriéndose aún mas las nalgas. Tanto que sentía la tensión en su piel estirada. Quería la verga en el orto. Quería sentir desgarrarse en cada embate. Quería que lo destroce de una buena vez.
Y así fué. El primer empujón le hizo ver las estrellas. Sintió que se le rompía en mil pedazos. Pidió por favor un poco más de delicadeza. Un poco de clemencia para su ojete estrecho.
- Perdón, vamos más despacio.- le contestó.
Empezó a buscar la entrada nuevamente. Escupió otra vez y volvió a pasarse un poco de saliva por la cabeza de la verga. Esta vez solamente metió la punta del glande. Despacio, moviéndola en círculos pequeños, abriéndose paso. El culo se iba aflojando y dejando entrar la carne deseada. Todo era placer. Empujó el culo hacia él haciendo entrar un poco más.
Se agarraba el sexo caliente mientras sentía la pija entrando dentro suyo. Esa extraña sensación de sentir el trozo de carne dura y el canal del orto haciéndole el lugar que desea, que quiere con todas las ganas de su deseo.
Hasta que por fín entró toda. El roce de los huevos contra su cuerpo le avisaron que ya no había más para meter. Y así la dejó unos segundos enternos, dolorosos y exquisitos segundos donde se abandonó al placer. Se dejó caer sobre las sábanas húmedas quedando boca abajo. El se le montó encima, abriendole las piernas y acomodándose para penetrarle el orto.
Después de eso se le nubló la vista. Se abandonó a su pija, a lo que sea que él quisiese hacer. Y lo que quiso fue penetrar sin pausa y sin prisa su ojete. Primero despacio, después cada vez más rápido, con alguna pausa para descansar y aliviar un poco. Diciéndole las palabrotas que quería escuchar para calentarse cada vez más. Hasta que sintió venir el orgasmo. Un sentimiento que subía de su pubis a su cerebro en oleadas de placer desenfrenado cada vez más intensas. Lo sintió venir y no lo reprimió. Dejó que tome su cuerpo por asalto y estalló gritando sordamente contra el colchón, con la cara hundida entre las sábanas. Gritaba y sentía que era eso lo que había estado buscando toda la noche. Al mismo tiempo sintió la leche derramándose adentro suyo y los pesados jadeos de su orgasmo. Cayó casi inmediatamente sobre su espalda extenuado. Le dió un beso en la oreja. Le dijo eso que esperaba.
Se abrió los cachetes con ambas manos apoyando la cara contra las sábanas, húmedas, llenas de sus olores atolondrados de esa noche terriblemente calurosa y caliente. Un escupitajo cayó certero en el ano. El resto lo hizo con los dedos. Su culo estaba listo. Ya habían pasado horas de chupadas, lamidas, jadeos, acabadas. Era hora del orto y los pájaros cantaban en el amanecer que los encontraba calientes.
- Metémela de una vez.- le dijo abriéndose aún mas las nalgas. Tanto que sentía la tensión en su piel estirada. Quería la verga en el orto. Quería sentir desgarrarse en cada embate. Quería que lo destroce de una buena vez.
Y así fué. El primer empujón le hizo ver las estrellas. Sintió que se le rompía en mil pedazos. Pidió por favor un poco más de delicadeza. Un poco de clemencia para su ojete estrecho.
- Perdón, vamos más despacio.- le contestó.
Empezó a buscar la entrada nuevamente. Escupió otra vez y volvió a pasarse un poco de saliva por la cabeza de la verga. Esta vez solamente metió la punta del glande. Despacio, moviéndola en círculos pequeños, abriéndose paso. El culo se iba aflojando y dejando entrar la carne deseada. Todo era placer. Empujó el culo hacia él haciendo entrar un poco más.
Se agarraba el sexo caliente mientras sentía la pija entrando dentro suyo. Esa extraña sensación de sentir el trozo de carne dura y el canal del orto haciéndole el lugar que desea, que quiere con todas las ganas de su deseo.
Hasta que por fín entró toda. El roce de los huevos contra su cuerpo le avisaron que ya no había más para meter. Y así la dejó unos segundos enternos, dolorosos y exquisitos segundos donde se abandonó al placer. Se dejó caer sobre las sábanas húmedas quedando boca abajo. El se le montó encima, abriendole las piernas y acomodándose para penetrarle el orto.
Después de eso se le nubló la vista. Se abandonó a su pija, a lo que sea que él quisiese hacer. Y lo que quiso fue penetrar sin pausa y sin prisa su ojete. Primero despacio, después cada vez más rápido, con alguna pausa para descansar y aliviar un poco. Diciéndole las palabrotas que quería escuchar para calentarse cada vez más. Hasta que sintió venir el orgasmo. Un sentimiento que subía de su pubis a su cerebro en oleadas de placer desenfrenado cada vez más intensas. Lo sintió venir y no lo reprimió. Dejó que tome su cuerpo por asalto y estalló gritando sordamente contra el colchón, con la cara hundida entre las sábanas. Gritaba y sentía que era eso lo que había estado buscando toda la noche. Al mismo tiempo sintió la leche derramándose adentro suyo y los pesados jadeos de su orgasmo. Cayó casi inmediatamente sobre su espalda extenuado. Le dió un beso en la oreja. Le dijo eso que esperaba.
8 comentarios - Juntos
Pero como siempre y sin dudas, exquisitamente relatado, de forma de ver, cada imagen...