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Mi encuentro con C

Era una noche cálida.
Con un amigo habíamos ido a uno de esos bares en la periferia a ver a una banda de culto de mi ciudad, el show fue intenso como siempre, no decepciono, nos sentamos en una de las mesas de la vereda a beber una cerveza más, la gente comenzaba a salir del bar, nuestra conversación iba y venía sobre cuestiones banales, estirando la velada. Una mujer alta y rubia salió entre otros tantos del bar y pasar por nuestra mesa se acercó y me dijo “yo sé más de vos que vos de mí”… me sorprendió, la estaba observando ya que nuestra mesa quedaba cerca de la puerta del local, no me dio tiempo a decirle nada más que un “ey, hola” y verla caminar con una amiga hacia alguna parte, mi mente se focalizó en ella, mi amigo hablaba pero yo pensaba en quien era esa mujer, trataba de retener sus facciones, recordar quien era, de dónde me conocía, mi profesión todo el tiempo me hace conocer gente todo el tiempo y cuando trabajo soy muy amable pero esta vez no podía relacionar ese rostro, esa figura con algún nombre. Terminamos la botella y me fui a mi casa pensando solamente en esa mujer, rubia, alta, delgada, ojos claros, sonrisa hermosa, repasaba durante el trayecto las últimas entrevistas, buscaba en mi memoria un repaso lo más detallado posible de mis últimas notas, fui descartando posibilidades, situaciones, charlas y me convencí que se trataba de C, una escritora de poesías con quien teníamos un amigo en común. Al día siguiente en la redacción esperé que llegara como cada tarde Mario para preguntarle por C, habían sido compañeros en la facultad y por suerte tenía su teléfono. Esperé hasta la hora de salida y marqué su número, aún sin saber exactamente si era ella la mujer que la noche anterior me había cautivado con esas pocas palabras a la salida de un bar.
Mil cosas pasaban por mi cabeza, ¿estaba llamando a la persona correcta? Si no lo era ¿por dónde buscarla? ¿Habían sido sus palabras una invitación a iniciar una relación de algún tipo o simplemente nació de ella un comentario al paso? Quería despejar mis dudas. Un “hola” me respondió por el auricular del teléfono, “Disculpame, ¿vos sos C, la escritora?” alcancé a decir, escuché una risa apagada y comenzamos a dialogar, quedamos en vernos un par de noches después, había dado con la mujer adecuada.
No era una cita cualquiera para mí, todas mis relaciones anteriores habían partido de mi iniciativa, había algo que me relacionaba con esas mujeres, esta vez el único eslabón era aquella entrevista sobre poesía que había tenido hace algún tiempo con C y era ella quien me había reconocido en una noche en un bar a la salida de un recital. Llegué a su casa, me contestó por el portero eléctrico y la esperé en la vereda, a los pocos minutos salió, estaba hermosa, un pantalón azul ajustado, una blusa blanca, su melena rubia que resaltaban sus ojos azules, me dijo que había dejado a su hija esperando un delivery, que prefería salir en su auto, manejar ella, nos subimos a su coche, “a dónde vamos” preguntó, la verdad no tenía un plan hecho así que ella tomo las decisiones y empezó a transitar las calles de la ciudad sin un rumbo fijo, la charla era fluida como si nos conociéramos de toda la vida, aparecieron lugares en común que habíamos frecuentado, anécdotas mientras yo miraba sus manos al volante, dedos finos y largos, el antebrazo apenas descubierto por la manga de su blusa, la sonrisa permanente en su boca al hablar, sus ojos azules firmes en el camino, la noche nos devoraba en un viaje sin destino alejándonos de la ciudad hacia el río. Se detuvo en un estacionamiento de la costanera y la charla se hizo más personal, más delicada, más profunda, hubo silencios y nuestras miradas encendieron nuevas estrellas en esa noche. Llegó el primer beso, no sé bien quien se acercó a quien, lo que sé es que no quedaba otro camino, nuestros labios se encontraron deseoso del sabor del otro, nuestras lenguas buscaron el calor apasionado de los amantes, nuestros cuerpos empezaron a conocerse en un abrazo que llevaba caricias allí dentro del coche bajo la luz de la luna y el rumor del río tan cercano. Las manos empezaron a recorrer el cuerpo del otro, recorriendo dulcemente cada curva, cada desvío de nuestras siluetas, besos, caricias, jadeos, su cuello, sus hombros, su cola bien firme… “vamos a otro lado” dijo y nuevamente puso en marcha el vehículo, había un hotel cerca no había tiempo que perder, casi sin palabras entramos a la habitación y nos fundimos en un abrazo interminable ambos de pie al borde de la cama, era casi tan alta como yo, acaricié su espalda, me pegué a ella, los besos eran jugosos y profundos, largos, perdíamos el aliento en cada uno de ellos, poco a poco la ropa fue desapareciendo de nuestros cuerpos sin desesperarnos, disfrutando de cada roce, de cada caricia, tomándonos el tiempo para volver a mirarnos a los ojos y recorrer la piel que iba quedando al descubierto, cada roce despertaba descargas eléctricas, el placer iba escalando niveles, caímos en la cama yo con mis pantalones en los tobillos y ella con su vientre desnudo, nos acomodamos como pudimos y bese cada centímetro de su piel que pude mientras sus manos recorrían mi cabeza, mi espalda, mis brazos, serpenteamos sobre la cama hasta poder estar cómodos conmigo encima de su cuerpo sin dejar de besarla, piel contra piel, labio sobre labio, girando en un torbellino de deseo único y paciente, girando sobre nosotros, deslizándonos en nuestros cuerpos ella quedó entre mis piernas y yo entre las suyas, comencé a besar su sexo con fascinación, lamiendo primero sus labios y llegando de a poco a su clítoris, los dos nos estremecíamos, ella rodeaba con su boca mi miembro erecto, resbalaba su lengua desde el tronco hasta la cabeza, volvía a tragarlo todo lo que podía y mi lengua se entrometía profundo en su concha inundada, fueron largos momentos de placer, sus jugos eran un licor exquisito que nunca antes había bebido, sentí que me mordía con suavidad y de dejaba de moverse, sentía que sus muslos se tensaban sobre mis sienes y sujetaban mi cabeza si poder dejar de lamer su sexo, sentí que su respiración se agitaba y el orgasmo no tardó en llegar… poco a poco se fue relajando, sus beso ahora eran en mis piernas, sus caricias en mis nalgas, su respiración comenzaba a normalizarse, seguí besándola ahora por su vientre, recorriendo el camino hacia sus senos, girando poco a poco tratando de no hacer movimientos bruscos, lamí sus pezones, acaricié otra vez su espalda, bajé mis manos hacia su cola, seguí subiendo por su pecho hasta su cuello sin dejar de besarla, otra vez nuestras bocas se encontraban ansiosas y la fui penetrando lentamente mientras abría sus piernas para facilitarme el paso, allí estábamos finalmente fundidos por nuestros sexos, sin arrebatos, me deslizaba en su interior con la suavidad de mis movimientos leves, recorriendo todo ese canal ardiente y delicado, cogíamos como dándonos caricias, percibiendo cada milímetro de nosotros mismos en cada embate, llegando a lo más profundo de cada uno, sus pierna rodeando mi cintura y abrazándome con ellas sujetándome bien contra su pelvis, el ritmo lo poníamos juntos de acuerdo a lo que sentíamos, ninguna palabra solamente los gemidos de ambos coronando ese momento de placer que nos llevaba muy alto, muy lejos.
Fueron dos horas más de sexo apasionado y las palabras justas para volver a vernos varias veces más.

1 comentarios - Mi encuentro con C

narutito87
muy buen relato y que lindo cuando te sorprende una mujer como C 😀
moneyco +1
Gracias @narutito87 si fue toda una sorpresa y por suerte la cosa no terminó en este relato solamente