You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

¡Recuérdame! (I)




Post siguiente
Compendio III


Todo transcurrió durante la visita de regreso a nuestra tierra. Tras compartir tanto con la familia de Marisol como con la mía, le hice la propuesta a mi esposa para salir a vacacionar dentro del país.
Tal vez, les parezca extraño que un joven matrimonio que radica en el extranjero decida pasar parte de las vacaciones en su tierra natal. Pero a diferencia de cuando nos fuimos, contábamos con más dinero y dado que estábamos viviendo en la actual casa de nuestra suegra (que durante un breve periodo, fue nuestro “primer hogar matrimonial”), volvíamos a retomar las aspiraciones que teníamos de solteros.
Fue así que decidimos tomar un avión hacia el norte (en vista que el sur y el centro estaba ardiendo en incendios forestales), a un balneario más cálido, que durante nuestro noviazgo parecía inalcanzable y por un simple capricho, decidimos hospedarnos en un resort elegante.
Debo añadir también que, a modo de juego, nos hicimos pasar por visitantes extranjeros que no hablaban el español, solamente para verificar que el trato fuese el mismo ya fuera para nacionales como para inmigrantes.
Si bien, alcé ciertas sospechas por mi nombre, argumenté de manera convincente que estaba radicado en Australia como hijo de exiliado político y que era la primera vez que visitaba el balneario (lo que sí era verdad), solidificando mi posición tanto la apariencia y el inglés británico de mi esposa (mujer de cabello castaño, ojos verdes, piel blanquecina y generosas curvas a nivel de tórax y muslos) y el incesante cuchicheo de mis gemelas en inglés.
Pero lo que terminó sellando la transacción fue el peso de mi tarjeta de crédito, que nos envolvió en un mar de sonrisas amigables y atenciones de cortesía.
Nos hospedamos en una habitación 5 estrellas, solamente por curiosidad, la cual resultó ser bastante amplia, con 2 ambientes, un balcón enfilando hacia el mar, 2 dormitorios y un baño completamente equipado.
El botones nos dejó incluso un bouquet con folletos de las principales atracciones de la ciudad, y de los servicios que prestaba el hotel, entre los cuales destacaban un buffet con tenedor libre, piscinas temperadas, gimnasio, masajes naturales, sauna y hasta una cancha de tenis, a los cuales teníamos acceso completo.
Durante los primeros 2 días, nos dedicamos a pasear por la ciudad, conociendo los balnearios principales, el mercado y algunas atracciones.
Y fue en la segunda tarde cuando, al llegar al hotel, conocimos a ella…
Salíamos del ascensor y caminábamos hacia nuestra habitación, cuando notamos a una mujer que luchaba con su cartera, buscando su tarjeta de acceso.
Cuando pasamos a su lado, la mujer esbozó una complicada sonrisa hacia nosotros, mirada que aprovechó mi esposa para ver su rostro.
Lo que más me llamó la atención era que su ropa no era precisamente acorde con la elegancia del hotel: unas calzas tipo leggins blancas, que destacaban un firme y atractivo trasero y una blusa con tiras, más apropiada para hacer aerobic, pero que denotaba un gran escote.
Pensé que tal vez era una de las entrenadoras físicas del gimnasio y en realidad, no le di mayor importancia. Pero mientras yo abría la puerta, Marisol reaccionó sorpresivamente.
“¡No puede ser, mi amor! ¡Es Karina!” exclamó mi mujer, muy entusiasmada.
Más rápido de lo que yo pude reaccionar, mi esposa se devolvió el par de habitaciones que nos separaban, para conversar con la todavía complicada mujer.
“¡Hola!... ¡Disculpa!... De casualidad, tú eres Karina, ¿Verdad?” preguntó mi ruiseñor con mucha timidez.
La mujer hizo un alto en su búsqueda, se sacó los anteojos de sol y contempló a mi esposa.
“¡Así es!” asintió ella, cediendo una muy agradada sonrisa.
“¡Mira, mi amor! ¡Es Karina! ¡Es Karina!” repetía constantemente mi esposa muy excitada, causando risa en la mujer.
“¡Soy una gran admiradora! ¡Cuando era chica, te veía bailar todo el tiempo! ¿Te molesta si te pido un autógrafo? ¡Por favor, por favor, por favor!” solicitó mi esposa, con el entusiasmo de una jovencita.
Al apreciar más de cerca a Karina (nombre falso), noté que era una mujer de un bonito y atrayente físico, aunque por alguna razón, su mirada era más salvaje y cargada de sensualidad, lo que una vez más, me chocaba con la elegancia del hotel.
Debe medir un poco más de 1.65m (me pareció incluso un poco más baja que Hannah), entre unos 28 y 32 años, de cabello negro liso y bastante largo, hasta la altura de su cintura, ojos verdes, labios delgados, piel bronceada. Sus pechos eran generosos, pero parecían artificiales, aunque hacían juego con sus formas más atléticas.
Aun así, complació a mi esposa en su capricho, se tomaron unas fotos juntas y una vez que le vio satisfecha, se fijó en mí…
“¿No quieres que me tome una fotografía con él?” preguntó a mi esposa.
Marisol alucinaba…
“¡No, gracias!” repliqué con cortesía, alterando levemente su mirada. “¿Quién es ella?”
Mi esposa quedó sorprendida.
“¿No sabes quién es ella, mi amor? ¡Es Karina, la que bailaba en (nombre de programa televisivo)! ¡La que era polola de Zutanito (nombre falso también)! ¿No te acuerdas?”
Las 2 me miraban de manera inquisidora…
“¡No, lo siento!” respondí, estudiando el rostro de Karina e intentando recordarlo…
Por supuesto, para ella le pareció una gran ofensa, ademán que manifestó en su rostro.
“¿Pero cómo no te vas a acordar, mi amor? ¡Acuérdate! ¡Era la polola de Zutanito!”
Marisol no se dio cuenta, pero al escuchar el nombre de su antigua pareja, Karina cerró levemente los ojos, con molestia…
“¡Lo siento, Marisol!... pero yo no veía esos programas.” Traté de disculparme con mi esposa.
Marisol miró a Karina con bastante aflicción.
“¡Ay, discúlpalo!” le dijo, en tono de súplica. “Es un chico bueno y respetuoso, pero no se acuerda… Discúlpalo, ¿Sí?”
Karina trató de disimular su bochorno.
“¡Sí, no hay problemas!” le dijo, mirando a mi mujer. “… Además, era un programa de 10 años atrás…”
No obstante, tras dejar a nuestra “vecina” volver a lo suyo, podía sentir la furia en su mirada clavada en mí.
Por la noche, mientras reposábamos acostados bajo las sábanas, noté un poco de nerviosismo en mi esposa…
“No te molesta que yo viera esos programas, ¿Verdad?” preguntó Marisol, con un delicioso tono de timidez.
“¡Para nada!” respondí, besando su frente y respirando el aroma de sus cabellos. “Yo tenía mis propias preocupaciones en esos tiempos…”
Durante esos años, no seguía el programa de Karina puesto que bailaban música tropical (algo que nunca me ha interesado) y porque me encontraba estudiando las materias medulares de mi carrera. Para mi joven esposa, en cambio, era todo un panorama, puesto que no había nada mejor en el televisor y estaba en plena adolescencia.
Sé que pude usar la red y resolver fácilmente el problema, buscando su nombre. Pero consideraba que si no me había interesado en saber de ella antes de conocerla en persona, sería demasiado hipócrita de mi parte hacerlo después y toda conversación que pudiera tener, saldría forzada, basándome en lo que encontrase en la red.
Marisol, en cambio, aprovechó la oportunidad para instruirme un poco sobre ella e hice mis mejores esfuerzos por seguir sus explicaciones…
Pensé que el tema quedaría zanjado ahí, pero como pueden ver, la historia prosiguió…
Al día siguiente, le propuse a mi esposa que aprovechara el spa del hotel, para tomarse un masaje, darse una manicura y en el fondo, todos esos tratamientos que relajan o embellecen a las mujeres.
Mientras tanto, yo y mis pequeñitas estaríamos jugueteando en la piscina para niños…
Y como podrán suponer, apareció nuevamente ella. Al verme, no hizo ningún comentario, pero podía sentir su aguda mirada clavada en mí.
La piscina para niños estaba separada de la de adultos por una barrera que llegaba a la altura de la cintura, pero que permitía ver a los bañistas de ambas piscinas sin mucha dificultad.
Y aunque muchos hombres contemplaban su agraciada figura, Karina y yo nos mirábamos constantemente a los ojos.
Llevaba un traje de baño rojo, encendido, que demarcaba perfectamente sus suculentos pechos y permitía vislumbrar su sugerente triangulo y un trasero arrollador.
Debo reconocer que es una excelente nadadora (dio 4 vueltas completas a la piscina olímpica, sin detenerse), pero con la mirada encendida completamente hacia mí.
Llegó incluso a recordarme a Pamela, la prima de Marisol, cuando se enfadaba como “Amazona española”, puesto que el escarnio de no reconocerla le parecía intolerable.
Y mientras yo seguía estudiando su rostro, tratando de recordar si la habré visto en una parte, se detuvo abiertamente frente a mí, se apoyó sobre el borde de la piscina y se alzó desafiante, escurriendo agua en sus llamativas y cautivadoras formas, con una expresión que denotaba “Este cuerpo jamás será tuyo…”
A lo que yo musité de manera inaudible, “¡Lo siento! ¡No me acuerdo!”, aumentando más su enfado, haciendo un desaire e ignorándome completamente para volver a secarse.
Era cerca de mediodía y decidí llevarme a las pequeñas a buscar a su madre, para ir a almorzar. Como era de esperarse, Marisol insistía en refrescar mi memoria sobre quién era Karina, hasta que la casualidad nuevamente se impuso y coincidimos en el ascensor.
Marisol, mis pequeñas y yo entramos al interior del ascensor, mientras que Karina, silenciosa, se quedó al lado del tablero de los pisos. El ascensor era uno de esos pequeños habitáculos, capaces de llevar unas 8 personas, con muros de espejo reflectantes.
“Pero, mi amor… ¿Cómo no te acuerdas?” insistía Marisol en voz baja, pero suficientemente audible para que Karina le escuchara. “¡Ella siempre aparecía en los diarios y en la tele! ¡Era la polola de Zutanito! ¿De verdad que no te acuerdas?”
Otra vez, la mención de quien fuese un gran amor y probablemente, un hombre bien parecido, trajo molestia en aquel coqueto rostro y podía percibir que la situación era intolerable para Karina…
Así que en un arrebato impulsivo, que dejó a Marisol boquiabierta, deslicé mi mano rozando parte del brazo de la diva y apreté el freno del elevador.
“¡Mira, sé que te he ofendido y mi esposa verdaderamente te admira!” le dije enérgicamente, obligando a Karina que me viese a los ojos. “¡Al menos, déjame invitarte a almorzar con nosotros, para arreglar mi error!”
Mi atención le fue completamente inesperada y auxiliada por la mirada ansiosa de mi mujer, no tuvo más opción que aceptar.
Y ya más tranquilo, resumí la marcha del elevador…

Post siguiente

2 comentarios - ¡Recuérdame! (I)

Gran_OSO
Gracias por volver!!
metalchono
¡De nada! Fueron solamente un par de días de vacaciones. Gracias por comentar también.
pepeluchelopez +1
Esperando por más! Saludos
metalchono +1
Gracias. Ahí va la segunda parte. Saludos y ojalá que tus días estén mejores.