Qué onda gente de la comunidad! me uní para leer los zukulentos relatos que hay acá y quiero hacer mi aporte, espero les guste algo de incesto y gracias por comentar si es qe gustan y mas que nada, por leer
La historia trata sobre una familia, Alondra es nuestra principal protagonista (lo tomé de una mujer super buena que conozco ajaja) y de cómo sucumbe ante los encantos de su hermano y del resto de sus familiares.
Capítulo 1.
Mi record perfecto de puntualidad a la clase de sociales se había visto interrumpido por las tontas ocurrencias de mi amiga Sonia, que era la reina de las heterosexuales. Era mi mejor amiga, cierto, pero le encantaban tanto las vergas que en ocasiones me preguntaba cómo es que no había terminado embarazada después de acostarse con tanto chico guapo que se le cruzara en frente.
Me había convencido de escaparme de la clase para ir a espiar a los muchachos a las duchas. En especial al equipo de básquetbol. Sonia alimentaba la idea de que todos ellos, por su altura en el juego, eran chicos con penes grandes y ricos. En realidad a mí no me interesaban mucho los hombres. Me consideraba más bien bisexual, tirando a lesbiana. Mi suerte con los varones no iba más allá de unos cuantos besos, y mi virginidad la había perdido con mi primera novia a los quince años, cuando me penetró con un consolador de arnés mientras hacíamos el amor, y desde eso, mi gusto por los coños se hizo un poco más presente en mi vida.
—Ven, es por aquí —dijo Sonia, escapando del prefecto de la escuela. Por fortuna pudimos infiltrarnos en uno de los baños antes de que los muchachos regresaran de la clase de educación física.
Los vestidores estaban llenos de casilleros, y olía a una mezcla de sudor a hombre que a Sonia, adicta a ellos, le estaba resultando embriagador.
—Sonia, nos vamos a meter en problemas —exclamé, y ella me miró con cierto encanto. Deslizó una mano en mi cintura y me atrajo hacia ella con gesto seductor.
—¿Qué pasa, amor? Pensé que querías estar conmigo un poco más.
Mis mejillas blancas se sonrojaron. Sonia apartó un mechón de mis rizos pelirrojos y me lo cruzó por detrás de la oreja. Era una maldita. Ella sabía que me atraía su sensual cuerpo, y sus pechos bastante grandes como para que yo babeara por ella, y tratarme así era una invitación para que me derritiera a sus pies.
—No… me hagas esto.
Se rió. Era una troll jugando conmigo, y la verdad es que yo caía fácilmente. Me moría de ganas por comerle el coño. Sólo una vez se lo había visto en las duchas, por accidente, y era precioso. Tenía el tatuaje de una mariposa cerca de su raja. Me contó que antes se había acostado con el tatuador, por lo que el tatuaje le salió regalado.
Me jaló al interior de los vestidores e investigamos el lugar. Ella estaba encantada con el sitio, seguramente pensando en todas las pollas que podría ver dentro de un rato. Yo más bien prefería estar en el cuarto de chicas. De repente oímos ruido, y Sonia me jaló y nos metimos dentro de un casillero para guardar objetos de limpieza. Estaba pequeño el lugar, por lo que ella quedó detrás de mí, y yo de cara a la puerta, mirando por la rendija cómo los chicos entraban para cambiarse después de salir de las duchas.
Eran hombres altos. Había un negro entre ellos. Venían con el torso desnudo y con sus toallas cubriéndoles la entrepierna.
—Ay, qué paraíso —exclamó Sonia. Su aliento en mi oído me hizo temblar. Ella se dio cuenta de esto, así que deslizó sus manos a mi cintura y las metió por debajo de la blusa.
—Basta… —le susurré.
—¿Te estás excitando?
—Cállate.
Dos de los muchachos platicaban. Los otros estaban cambiándose. El de piel oscura se quitó la toalla y ¡madre de Dios! Su pija era enorme. Se balanceaba como la trompa de un elefante, con grandes huevos colgando y una pelusa de vello púbico encima de su verga. Las manos de mi amiga se tornaron más fuertes alrededor de mi cintura y noté sus labios en mis hombros. También sus tetas grandes que hacían presión en mi espalda.
—Se ve delicioso… me gustaría metérmerlo en la boca ¿Tú no, Alondra?
—Cierra la boca.
La verdad es que sentí un cosquilleo en el estómago al ver la polla de ese hombre. Después otro más se quitó la toalla, desinteresados. Éste tenía el pito considerablemente más pequeño, bueno, comparado al del negro. Se trataba del Beny, un chico guapo que había querido hacerme su novia.
Sonia se rió en silencio y me mordió el hombro. Sus manos bajaron hasta poco más abajo de mi cadera, y se metieron debajo de la cinta de mi falda. Yo tragué saliva. Notaba un calor en mi conchita. Un calor peligroso.
De repente Sonia ya no pudo más, y quería ver tanto que se recargó demasiado en mí. La puerta del armario se abrió y las dos caímos de bruces dentro del vestidor, a los pies de los chicos que estaban desnudándose en ese momento.
—Caímos del Cielo —dijo Sonia, levantándose con una sonrisa de diversión. A mí me ardía la cara, por lo que apenas logré ponerme de pie, y sin apartar la vista del desfile de vergas que había allí. No es que me gustaran, pero las veía tan impresionada que fue difícil mirar para otro lado.
Al vernos a dos chicas allí, la verga de Beny comenzó a levantarse. Tragué saliva. Sus amigos se pusieron a burlarle y una ola de risas estalló en los vestidores. Eso fue poco antes de que el entrenador viniera a ver qué pasaba y nos sacara casi a patadas de allí. Decía que las mujeres éramos la perdición para sus jugadores y que si nos volvía a ver, nos íbamos a enterar de su furia.
Sonia se reía como una loca cuando llegamos al salón. La clase de sociales ya iba a acabar.
—Pueden entrar, pero la próxima se quedan afuera —gruñó la maestra.
Yo me senté en mi sitio y me corrí la falda, porque la traía muy corta y las piernas se me veían bastante, y además el minishort de licra que traía debajo no cubría mucho. Decidí apartar la mente de los muchachos que había visto, pero me fue difícil concentrarme.
—Bien, chicos, tienen tarea. Investigar sobre las raíces de su familia y hacer su árbol genealógico —la profesora Carmen, hermosa como siempre, de tan solo veinti tantos años, lucía hermosa con su falda corta. Era la maestra más sensual y en varias ocasiones me había imaginado la delicia que tendría entre las piernas. Me miró por detrás de sus gafas y me guiñó un ojo.
—¿Entendiste la tarea, Alondra?
—Sí, maestra.
—Bien. Entonces las veré la próxima semana. Felices vacaciones. Disfrútenlas. Es sólo una semana.
Era la última hora, por lo que cuando timbraron, ya todos nos fuimos. Sonia se ofreció a llevarme a casa. Se sentía un poco culpable por lo que había pasado al arruinar mi record. Le dije que no importaba.
—Creo que me tiraré al negro. Espero que me entre.
—Te va a desgarrar —le dije.
—Ah, vamos. Lo dice la que fornicó con un dildo de veinte centímetros. Seguro tu novia de cogió muy rico ¿verdad?
—Se me hace agua la vagina de sólo recordarlo —me reí, y ella me tocó la pierna y se la pasó acariciándome por debajo de la falda mientras me llevaba a casa. Sonia era heterosexual, pero de vez en cuando me daba cariños que yo recibía a gusto.
La tarea de la maestra era hacer un árbol genealógico, pero yo no conocía casi nada de mi familia. Vivía en una casa algo disfuncional, porque mi papá y mi mamá no se llevaban muy bien que digamos. A veces discutían y otras se andaban como si fueran uno para el otro. Tenía cuatro hermanos, lo que significaba que mis padres adoraban coger.
—Bien, te veré luego —se despidió de mí Sonia, y yo le di un besito cerca de los labios. Luego de eso entré a casa.
—Ya llegué —avisé, entrando por la puerta trasera para atacar el refrigerador. Allí sólo estaba Katy, de 12 años y la más querida de todos los demás.
—Hola, Alo.
—Hola, princesa —le di un beso en la frente —¿Qué comes?
—Plátano con yogurth y almendras. Estoy a dieta.
—¿Dieta? —me reí —, pero si apenas tienes 12 años.
—Ya, pero Cass dice que tengo que aprender a comer bien desde pequeña. Cuando entre a la adolescencia, subiré de peso y no quiero verme gorda.
—Ah, entiendo —Casandra, o Cass, era la hermana que seguía inmediatamente después de mí. No había muchos años de diferencia. Como les dije, mis papás follaban como conejos. Mientras que Katy era un amor de niña, Cass era el desastre juvenil de la casa. Mis padres la habían atrapado fumando y ella decía que no quería ir a la universidad, contrario a mí, que estaba estudiando Derecho Penal y necesitaba entrar a una firma de abogados que manejaba mi tío Nicolás.
—Bueno, iré a ver a mamá. Tengo algo que preguntarle de una tarea.
Subí las escaleras y pasé por el cuarto de Carlos, mi siguiente hermano. Él y Cass eran mellizos. Un premio doble cuando mamá se hizo el ultrasonido de su embarazo, y se parecían bastante en los ojos y en la nariz. Carlos casi siempre estaba encerrado en su cuarto oyendo música, igual que Cass, leyendo sus libros de muerte y magia. Se creía un poco darketa, pero quizá sólo era una fase.
Pasé por el otro cuarto, el de mi hermano Leo, y se me contrajo un poco el estómago. Leo era el mayor de todos nosotros, pero después de haber peleado con mi padre por no sé qué tontería, se había ido a vivir a un departamento al otro lado de la ciudad y no le veíamos desde hacía un año.
Llegué al cuarto de mis padres y me dispuse a tocar. La puerta estaba entreabierta, así que me asomé. La música de jazz era algo débil. Nada más abrir un poco, vi algo que me dejó perpleja. De espaldas a mí estaba mi padre, con su musculoso cuerpo desnudo. Estaba al pie de la cama, y le estaba dando por la concha a ¡mi madre! La cama rechinaba. Papá gemía y mamá también, como una de esas princesas de las películas porno.
Desde donde yo estaba no me podían ver. Vi cómo mi padre, Gerardo, le daba de nalgadas a mi madre, Diana. Sus manos se clavaban en las pompas de ella y dejaban marcas rojas.
— ¡Más! ¡Más! Pidió mi madre. Oía el chaqueteo de la polla de mi padre embistiendo, los cuerpos que chocaban.
—Así está bien, putita. ¡Di que eres mi puta!
—No, Gerardo… ay.
— ¡Dilo! — papá le pegó una fuerte nalgada. Hasta a mí me dolió.
— ¡Soy tu puta! —exclamó mamá.
Me alejé un poco de la puerta, pero la mantuve abierta. Vi cómo mi madre giraba sobre la cama y se abría de piernas. Papá colocaba los pies de ella sobre sus hombros, la tomaba de las caderas y le seguía dando duro por la concha. Las tetas de mamá, grandes y de puntas rosadas como todas nosotras, se sacudían fuertemente. Eran naturales y firmes. Vi cómo ella se llevaba sus propios pezones a la boca. Papá se inclinó y le dio una cachetada, y luego la besó.
Sentí más calor entre mis piernas. Se me pararon un poco los pezones y sentí que la cara entera me ardía.
—¿Qué pasa? —me preguntó la inocente de Katy, casi asomándose para ver. Me apresuré. Si ella veía a nuestros papás cogiendo, quedaría con un trauma de por vida.
—Nada —dije y cerré suavemente. La empujé de la espalda despacio y me la llevé a la sala, para ver televisión. Nos sentamos juntas. Ella acomodó la cabeza en mis piernas y le prestó atención a la película, pero yo estaba caliente todavía, demasiado excitada por lo que había visto en las duchas, la polla de ese hombre negro, los cariños de Sonia y la escena de las tetas de mi madre brincando mientras subía los pies a los hombros de mi padre y pedía que le dieran más y más fuerte.
—Ah, ya llegaste — dijo Cass, asomándose de las escaleras. Venía con sus boxercitos rosados y una blusa pegada a su cuerpo. Se le marcaban los pezones.
—Ponte algo de ropa.
—¿Para qué? Hace calor —se sentó a nuestro lado, haciendo a un lado los pies de Katy. Miré a mi hermana con aversión porque me encontraba algo chocante que fuera grosera y mala hija. Tenía el pelo negro y lacio cortado a la altura de los hombros, y un tatuaje en el brazo y otro en el muslo derecho. Un piercing muy bonito, que Katy empezó a jugar, le adornaba el vientre.
—¿Cuándo puedo hacerme uno? —le preguntó a Cass.
—Nunca —le respondí yo, antes de que mi hermana decidiera llevársela para encaminarla en malos pasos. Casandra se rió de nosotras y cruzó sus blancas piernas.
De acuerdo, lo admito. En más de una ocasión me había sentido atraída por el pequeño triangulito que se le marcaba, y me había querido imaginar cómo era la conchita de mi hermana. Ya no nos bañábamos juntas, como cuando éramos niñas, y ya desde entonces me daba curiosidad por tocársela y enterrar mis dedos en su raja. Ese pensamiento hizo que me sonrojara.
—Creo que papá le está dando duro a mamá —dijo Carlos, bajando de su cuarto. Él venía sin camisa, con los grandes pectorales de gimnasio luciéndolos. Desde que había entrado a los ejercicios, mi hermano era más guapo, más bronceado y fuerte, aunque su mentalidad seguía siendo la de un puberto. Se la pasaba por la casa con sus boxers y sin camisa, mostrando sus agraciados músculos a todos. Era como papá, fuertes y muy juntos los dos.
—¿Qué cosa? — preguntó Katy, y nadie le respondió. Mi hermanita todavía era unas santa, y así se quedaría. No éramos los mejores hermanos para ella, porque yo estudiaba mucho y casi no jugaba con ella. Casandra siempre le regañaba por tonterías y sólo Carlos pasaba algo de tiempo con ella, pero para que le ayudara en sus entrenamientos. Mi hermana le marcaba el tiempo cuando corría, o le ponía el cronómetro en sus circuitos de entrenamiento.
El único que se llevaba bien con Katy, y con todos nosotros, era nuestro mayor, Leo. Jugó con los tres desde siempre, y le echábamos de menos.
Durante la cena, mamá y papá al fin se asomaron. Eran casi las ocho de la noche y no habían bajado de su cuarto desde entonces. Papá venía sin camisa, mostrando unos cuadritos perfectos de su abdomen, al igual que mi hermano. Mamá, con su piel olivácea y sus preciosas tetas detrás de una bata transparente, que mostraba sus pezones si podías mirar con atención, nos sirvió un poco de ensalada y té.
—Por Dios, mamá, ponte brasiere — le comenté. Ella frunció las cejas.
—Ehh. Estoy en mi casa. Si quiero ando desnuda.
—Esa es la actitud, mamá —rió Cass e hizo como que se quitaba la blusa. Una mirada severa de papá, que odiaba las risas en la mesa, la hizo callar.
—Mamá, en la escuela me dejaron a investigar sobre mi familia para hacer un árbol genealógico.
—¿Ah, sí? Tengo unos álbumes de fotos que te pueden servir. Gerardo ¿sabes algo de tu familia?
—Pues… —papá le estaba cortando el filetito de carne a Katy con un cuchillo —, creo que sólo Leo sabe. Él se llevó mucho con su abuelo, mi papá, y se quedó con un libro que él escribió sobre su biografía cuando estuvo en la Segunda Guerra Mundial.
—Estudié eso en la escuela —añádió Katy —, puedo ayudarte con eso, hermana.
—Ah, no querida —dijo papá, dándole de comer en la boca —. Deja que tu hermana sea responsable y haga su tarea.
—Pero… Leo está lejos —les recordé.
Mamá bebió un poco de té.
—Entonces ve a verle. Estas de vacaciones ¿verdad?
—¡Sí! Aunque no sé si me quiera con él.
—Es conmigo con quien está molesto —masculló papá —. Ve. Te daré para el taxi. Está como a una hora de aquí.
—Gracias. Entonces iré a verle.
—Quédate con él unos días —sugirió mamá —, para ver si puedes hacerlo regresar ¿no, querido?
—Mmm… sería bueno que volviéramos a estar juntos —. Por el tono en el que lo había dicho, no creí que lo dijera en serio. La pelea había sido fuerte. Llegaron a los golpes.
— ¡Yo quiero ir! —chilló Katy, que era la que más echaba de menos a nuestro hermano.
—Tienes escuela. Sólo tu hermana está de vacaciones.
— ¡Buu! No es justo.
— Cállate y come —le riñó papá.
Estaba emocionada por ir a ver a mi hermano, por lo que esa noche apenas pude dormir pensando en cómo le convencería para volver a casa. Él ya trabajaba. Era independiente. No tendría muchos motivos para venir conmigo, pero pensaba convencerlo.
Salí a la cocina por algo de jugo, y cuando volvía, escuché los gemidos de mamá otra vez. Me asomé. La puerta, de nuevo, la habían dejado sin seguro. No me costó mucho ver cómo ahora mamá estaba de perrito sobre la cama, y papá, al pie de esta, con la polla extendida. Mamá le estaba mamando los huevos y lo hacía con una increíble pasión. Papá se masturbaba fuertemente y jadeaba de gozo. Mamá realmente quería la polla de ese hombre.
—Me corro. Abre la boca, putita.
—No me digas así —le dijo mamá, pero obedeció y sacó la lengua. Vi, anonada, como la descarga de leche le caía a mamá en la lengua, le pringaba en la cara y ella, jadeando y masajeándose la concha, se la bebía toda con gran placer. Su mirada de perrita decía que quería más.
Yo no lo soporté y me fui a mi cuarto. El corazón me latía y sólo tenía la imagen de mamá bebiendo semen. Me empecé a calentar sin dar marcha atrás, y me recosté en la cama. Vinieron a mí todas las escenas que había visto hoy, desde los chicos en las duchas, la vagina de mi hermana Cass, detrás de sus bóxer hasta la boca de mamá comiendo esperma como si fuera helado. Noté la vagina caliente… y no pude resistirlo. Encendí la lámpara de noche y me quité las pantys. Hurgué entre mis pliegues y encontré todo chorreando de jugos. Miré cómo me escurrían por los dedos, y tragando saliva, me los llevé a la boca.
Me gustaban las vaginas, y comer los jugos de la mía era algo que casi no hacía a menudo, porque era un manjar que me daba sólo de vez en cuando, pero esa noche no lo resistí, y me puse a masturbarme con tanta fuerza que terminé corriéndome varias veces, retorciéndome de placer y exprimiendo mi conchita para que saliera hasta la última gota de mis jugos.
Me dormí más caliente, y feliz.
Gracias a todos por leer y si les ha gustado, no duden en dejarme un comentario y su opinión jaja, saludos y cualquier pregunta que tengan estoy en el mensaje privado, saludos amigos
La historia trata sobre una familia, Alondra es nuestra principal protagonista (lo tomé de una mujer super buena que conozco ajaja) y de cómo sucumbe ante los encantos de su hermano y del resto de sus familiares.
Capítulo 1.
Mi record perfecto de puntualidad a la clase de sociales se había visto interrumpido por las tontas ocurrencias de mi amiga Sonia, que era la reina de las heterosexuales. Era mi mejor amiga, cierto, pero le encantaban tanto las vergas que en ocasiones me preguntaba cómo es que no había terminado embarazada después de acostarse con tanto chico guapo que se le cruzara en frente.
Me había convencido de escaparme de la clase para ir a espiar a los muchachos a las duchas. En especial al equipo de básquetbol. Sonia alimentaba la idea de que todos ellos, por su altura en el juego, eran chicos con penes grandes y ricos. En realidad a mí no me interesaban mucho los hombres. Me consideraba más bien bisexual, tirando a lesbiana. Mi suerte con los varones no iba más allá de unos cuantos besos, y mi virginidad la había perdido con mi primera novia a los quince años, cuando me penetró con un consolador de arnés mientras hacíamos el amor, y desde eso, mi gusto por los coños se hizo un poco más presente en mi vida.
—Ven, es por aquí —dijo Sonia, escapando del prefecto de la escuela. Por fortuna pudimos infiltrarnos en uno de los baños antes de que los muchachos regresaran de la clase de educación física.
Los vestidores estaban llenos de casilleros, y olía a una mezcla de sudor a hombre que a Sonia, adicta a ellos, le estaba resultando embriagador.
—Sonia, nos vamos a meter en problemas —exclamé, y ella me miró con cierto encanto. Deslizó una mano en mi cintura y me atrajo hacia ella con gesto seductor.
—¿Qué pasa, amor? Pensé que querías estar conmigo un poco más.
Mis mejillas blancas se sonrojaron. Sonia apartó un mechón de mis rizos pelirrojos y me lo cruzó por detrás de la oreja. Era una maldita. Ella sabía que me atraía su sensual cuerpo, y sus pechos bastante grandes como para que yo babeara por ella, y tratarme así era una invitación para que me derritiera a sus pies.
—No… me hagas esto.
Se rió. Era una troll jugando conmigo, y la verdad es que yo caía fácilmente. Me moría de ganas por comerle el coño. Sólo una vez se lo había visto en las duchas, por accidente, y era precioso. Tenía el tatuaje de una mariposa cerca de su raja. Me contó que antes se había acostado con el tatuador, por lo que el tatuaje le salió regalado.
Me jaló al interior de los vestidores e investigamos el lugar. Ella estaba encantada con el sitio, seguramente pensando en todas las pollas que podría ver dentro de un rato. Yo más bien prefería estar en el cuarto de chicas. De repente oímos ruido, y Sonia me jaló y nos metimos dentro de un casillero para guardar objetos de limpieza. Estaba pequeño el lugar, por lo que ella quedó detrás de mí, y yo de cara a la puerta, mirando por la rendija cómo los chicos entraban para cambiarse después de salir de las duchas.
Eran hombres altos. Había un negro entre ellos. Venían con el torso desnudo y con sus toallas cubriéndoles la entrepierna.
—Ay, qué paraíso —exclamó Sonia. Su aliento en mi oído me hizo temblar. Ella se dio cuenta de esto, así que deslizó sus manos a mi cintura y las metió por debajo de la blusa.
—Basta… —le susurré.
—¿Te estás excitando?
—Cállate.
Dos de los muchachos platicaban. Los otros estaban cambiándose. El de piel oscura se quitó la toalla y ¡madre de Dios! Su pija era enorme. Se balanceaba como la trompa de un elefante, con grandes huevos colgando y una pelusa de vello púbico encima de su verga. Las manos de mi amiga se tornaron más fuertes alrededor de mi cintura y noté sus labios en mis hombros. También sus tetas grandes que hacían presión en mi espalda.
—Se ve delicioso… me gustaría metérmerlo en la boca ¿Tú no, Alondra?
—Cierra la boca.
La verdad es que sentí un cosquilleo en el estómago al ver la polla de ese hombre. Después otro más se quitó la toalla, desinteresados. Éste tenía el pito considerablemente más pequeño, bueno, comparado al del negro. Se trataba del Beny, un chico guapo que había querido hacerme su novia.
Sonia se rió en silencio y me mordió el hombro. Sus manos bajaron hasta poco más abajo de mi cadera, y se metieron debajo de la cinta de mi falda. Yo tragué saliva. Notaba un calor en mi conchita. Un calor peligroso.
De repente Sonia ya no pudo más, y quería ver tanto que se recargó demasiado en mí. La puerta del armario se abrió y las dos caímos de bruces dentro del vestidor, a los pies de los chicos que estaban desnudándose en ese momento.
—Caímos del Cielo —dijo Sonia, levantándose con una sonrisa de diversión. A mí me ardía la cara, por lo que apenas logré ponerme de pie, y sin apartar la vista del desfile de vergas que había allí. No es que me gustaran, pero las veía tan impresionada que fue difícil mirar para otro lado.
Al vernos a dos chicas allí, la verga de Beny comenzó a levantarse. Tragué saliva. Sus amigos se pusieron a burlarle y una ola de risas estalló en los vestidores. Eso fue poco antes de que el entrenador viniera a ver qué pasaba y nos sacara casi a patadas de allí. Decía que las mujeres éramos la perdición para sus jugadores y que si nos volvía a ver, nos íbamos a enterar de su furia.
Sonia se reía como una loca cuando llegamos al salón. La clase de sociales ya iba a acabar.
—Pueden entrar, pero la próxima se quedan afuera —gruñó la maestra.
Yo me senté en mi sitio y me corrí la falda, porque la traía muy corta y las piernas se me veían bastante, y además el minishort de licra que traía debajo no cubría mucho. Decidí apartar la mente de los muchachos que había visto, pero me fue difícil concentrarme.
—Bien, chicos, tienen tarea. Investigar sobre las raíces de su familia y hacer su árbol genealógico —la profesora Carmen, hermosa como siempre, de tan solo veinti tantos años, lucía hermosa con su falda corta. Era la maestra más sensual y en varias ocasiones me había imaginado la delicia que tendría entre las piernas. Me miró por detrás de sus gafas y me guiñó un ojo.
—¿Entendiste la tarea, Alondra?
—Sí, maestra.
—Bien. Entonces las veré la próxima semana. Felices vacaciones. Disfrútenlas. Es sólo una semana.
Era la última hora, por lo que cuando timbraron, ya todos nos fuimos. Sonia se ofreció a llevarme a casa. Se sentía un poco culpable por lo que había pasado al arruinar mi record. Le dije que no importaba.
—Creo que me tiraré al negro. Espero que me entre.
—Te va a desgarrar —le dije.
—Ah, vamos. Lo dice la que fornicó con un dildo de veinte centímetros. Seguro tu novia de cogió muy rico ¿verdad?
—Se me hace agua la vagina de sólo recordarlo —me reí, y ella me tocó la pierna y se la pasó acariciándome por debajo de la falda mientras me llevaba a casa. Sonia era heterosexual, pero de vez en cuando me daba cariños que yo recibía a gusto.
La tarea de la maestra era hacer un árbol genealógico, pero yo no conocía casi nada de mi familia. Vivía en una casa algo disfuncional, porque mi papá y mi mamá no se llevaban muy bien que digamos. A veces discutían y otras se andaban como si fueran uno para el otro. Tenía cuatro hermanos, lo que significaba que mis padres adoraban coger.
—Bien, te veré luego —se despidió de mí Sonia, y yo le di un besito cerca de los labios. Luego de eso entré a casa.
—Ya llegué —avisé, entrando por la puerta trasera para atacar el refrigerador. Allí sólo estaba Katy, de 12 años y la más querida de todos los demás.
—Hola, Alo.
—Hola, princesa —le di un beso en la frente —¿Qué comes?
—Plátano con yogurth y almendras. Estoy a dieta.
—¿Dieta? —me reí —, pero si apenas tienes 12 años.
—Ya, pero Cass dice que tengo que aprender a comer bien desde pequeña. Cuando entre a la adolescencia, subiré de peso y no quiero verme gorda.
—Ah, entiendo —Casandra, o Cass, era la hermana que seguía inmediatamente después de mí. No había muchos años de diferencia. Como les dije, mis papás follaban como conejos. Mientras que Katy era un amor de niña, Cass era el desastre juvenil de la casa. Mis padres la habían atrapado fumando y ella decía que no quería ir a la universidad, contrario a mí, que estaba estudiando Derecho Penal y necesitaba entrar a una firma de abogados que manejaba mi tío Nicolás.
—Bueno, iré a ver a mamá. Tengo algo que preguntarle de una tarea.
Subí las escaleras y pasé por el cuarto de Carlos, mi siguiente hermano. Él y Cass eran mellizos. Un premio doble cuando mamá se hizo el ultrasonido de su embarazo, y se parecían bastante en los ojos y en la nariz. Carlos casi siempre estaba encerrado en su cuarto oyendo música, igual que Cass, leyendo sus libros de muerte y magia. Se creía un poco darketa, pero quizá sólo era una fase.
Pasé por el otro cuarto, el de mi hermano Leo, y se me contrajo un poco el estómago. Leo era el mayor de todos nosotros, pero después de haber peleado con mi padre por no sé qué tontería, se había ido a vivir a un departamento al otro lado de la ciudad y no le veíamos desde hacía un año.
Llegué al cuarto de mis padres y me dispuse a tocar. La puerta estaba entreabierta, así que me asomé. La música de jazz era algo débil. Nada más abrir un poco, vi algo que me dejó perpleja. De espaldas a mí estaba mi padre, con su musculoso cuerpo desnudo. Estaba al pie de la cama, y le estaba dando por la concha a ¡mi madre! La cama rechinaba. Papá gemía y mamá también, como una de esas princesas de las películas porno.
Desde donde yo estaba no me podían ver. Vi cómo mi padre, Gerardo, le daba de nalgadas a mi madre, Diana. Sus manos se clavaban en las pompas de ella y dejaban marcas rojas.
— ¡Más! ¡Más! Pidió mi madre. Oía el chaqueteo de la polla de mi padre embistiendo, los cuerpos que chocaban.
—Así está bien, putita. ¡Di que eres mi puta!
—No, Gerardo… ay.
— ¡Dilo! — papá le pegó una fuerte nalgada. Hasta a mí me dolió.
— ¡Soy tu puta! —exclamó mamá.
Me alejé un poco de la puerta, pero la mantuve abierta. Vi cómo mi madre giraba sobre la cama y se abría de piernas. Papá colocaba los pies de ella sobre sus hombros, la tomaba de las caderas y le seguía dando duro por la concha. Las tetas de mamá, grandes y de puntas rosadas como todas nosotras, se sacudían fuertemente. Eran naturales y firmes. Vi cómo ella se llevaba sus propios pezones a la boca. Papá se inclinó y le dio una cachetada, y luego la besó.
Sentí más calor entre mis piernas. Se me pararon un poco los pezones y sentí que la cara entera me ardía.
—¿Qué pasa? —me preguntó la inocente de Katy, casi asomándose para ver. Me apresuré. Si ella veía a nuestros papás cogiendo, quedaría con un trauma de por vida.
—Nada —dije y cerré suavemente. La empujé de la espalda despacio y me la llevé a la sala, para ver televisión. Nos sentamos juntas. Ella acomodó la cabeza en mis piernas y le prestó atención a la película, pero yo estaba caliente todavía, demasiado excitada por lo que había visto en las duchas, la polla de ese hombre negro, los cariños de Sonia y la escena de las tetas de mi madre brincando mientras subía los pies a los hombros de mi padre y pedía que le dieran más y más fuerte.
—Ah, ya llegaste — dijo Cass, asomándose de las escaleras. Venía con sus boxercitos rosados y una blusa pegada a su cuerpo. Se le marcaban los pezones.
—Ponte algo de ropa.
—¿Para qué? Hace calor —se sentó a nuestro lado, haciendo a un lado los pies de Katy. Miré a mi hermana con aversión porque me encontraba algo chocante que fuera grosera y mala hija. Tenía el pelo negro y lacio cortado a la altura de los hombros, y un tatuaje en el brazo y otro en el muslo derecho. Un piercing muy bonito, que Katy empezó a jugar, le adornaba el vientre.
—¿Cuándo puedo hacerme uno? —le preguntó a Cass.
—Nunca —le respondí yo, antes de que mi hermana decidiera llevársela para encaminarla en malos pasos. Casandra se rió de nosotras y cruzó sus blancas piernas.
De acuerdo, lo admito. En más de una ocasión me había sentido atraída por el pequeño triangulito que se le marcaba, y me había querido imaginar cómo era la conchita de mi hermana. Ya no nos bañábamos juntas, como cuando éramos niñas, y ya desde entonces me daba curiosidad por tocársela y enterrar mis dedos en su raja. Ese pensamiento hizo que me sonrojara.
—Creo que papá le está dando duro a mamá —dijo Carlos, bajando de su cuarto. Él venía sin camisa, con los grandes pectorales de gimnasio luciéndolos. Desde que había entrado a los ejercicios, mi hermano era más guapo, más bronceado y fuerte, aunque su mentalidad seguía siendo la de un puberto. Se la pasaba por la casa con sus boxers y sin camisa, mostrando sus agraciados músculos a todos. Era como papá, fuertes y muy juntos los dos.
—¿Qué cosa? — preguntó Katy, y nadie le respondió. Mi hermanita todavía era unas santa, y así se quedaría. No éramos los mejores hermanos para ella, porque yo estudiaba mucho y casi no jugaba con ella. Casandra siempre le regañaba por tonterías y sólo Carlos pasaba algo de tiempo con ella, pero para que le ayudara en sus entrenamientos. Mi hermana le marcaba el tiempo cuando corría, o le ponía el cronómetro en sus circuitos de entrenamiento.
El único que se llevaba bien con Katy, y con todos nosotros, era nuestro mayor, Leo. Jugó con los tres desde siempre, y le echábamos de menos.
Durante la cena, mamá y papá al fin se asomaron. Eran casi las ocho de la noche y no habían bajado de su cuarto desde entonces. Papá venía sin camisa, mostrando unos cuadritos perfectos de su abdomen, al igual que mi hermano. Mamá, con su piel olivácea y sus preciosas tetas detrás de una bata transparente, que mostraba sus pezones si podías mirar con atención, nos sirvió un poco de ensalada y té.
—Por Dios, mamá, ponte brasiere — le comenté. Ella frunció las cejas.
—Ehh. Estoy en mi casa. Si quiero ando desnuda.
—Esa es la actitud, mamá —rió Cass e hizo como que se quitaba la blusa. Una mirada severa de papá, que odiaba las risas en la mesa, la hizo callar.
—Mamá, en la escuela me dejaron a investigar sobre mi familia para hacer un árbol genealógico.
—¿Ah, sí? Tengo unos álbumes de fotos que te pueden servir. Gerardo ¿sabes algo de tu familia?
—Pues… —papá le estaba cortando el filetito de carne a Katy con un cuchillo —, creo que sólo Leo sabe. Él se llevó mucho con su abuelo, mi papá, y se quedó con un libro que él escribió sobre su biografía cuando estuvo en la Segunda Guerra Mundial.
—Estudié eso en la escuela —añádió Katy —, puedo ayudarte con eso, hermana.
—Ah, no querida —dijo papá, dándole de comer en la boca —. Deja que tu hermana sea responsable y haga su tarea.
—Pero… Leo está lejos —les recordé.
Mamá bebió un poco de té.
—Entonces ve a verle. Estas de vacaciones ¿verdad?
—¡Sí! Aunque no sé si me quiera con él.
—Es conmigo con quien está molesto —masculló papá —. Ve. Te daré para el taxi. Está como a una hora de aquí.
—Gracias. Entonces iré a verle.
—Quédate con él unos días —sugirió mamá —, para ver si puedes hacerlo regresar ¿no, querido?
—Mmm… sería bueno que volviéramos a estar juntos —. Por el tono en el que lo había dicho, no creí que lo dijera en serio. La pelea había sido fuerte. Llegaron a los golpes.
— ¡Yo quiero ir! —chilló Katy, que era la que más echaba de menos a nuestro hermano.
—Tienes escuela. Sólo tu hermana está de vacaciones.
— ¡Buu! No es justo.
— Cállate y come —le riñó papá.
Estaba emocionada por ir a ver a mi hermano, por lo que esa noche apenas pude dormir pensando en cómo le convencería para volver a casa. Él ya trabajaba. Era independiente. No tendría muchos motivos para venir conmigo, pero pensaba convencerlo.
Salí a la cocina por algo de jugo, y cuando volvía, escuché los gemidos de mamá otra vez. Me asomé. La puerta, de nuevo, la habían dejado sin seguro. No me costó mucho ver cómo ahora mamá estaba de perrito sobre la cama, y papá, al pie de esta, con la polla extendida. Mamá le estaba mamando los huevos y lo hacía con una increíble pasión. Papá se masturbaba fuertemente y jadeaba de gozo. Mamá realmente quería la polla de ese hombre.
—Me corro. Abre la boca, putita.
—No me digas así —le dijo mamá, pero obedeció y sacó la lengua. Vi, anonada, como la descarga de leche le caía a mamá en la lengua, le pringaba en la cara y ella, jadeando y masajeándose la concha, se la bebía toda con gran placer. Su mirada de perrita decía que quería más.
Yo no lo soporté y me fui a mi cuarto. El corazón me latía y sólo tenía la imagen de mamá bebiendo semen. Me empecé a calentar sin dar marcha atrás, y me recosté en la cama. Vinieron a mí todas las escenas que había visto hoy, desde los chicos en las duchas, la vagina de mi hermana Cass, detrás de sus bóxer hasta la boca de mamá comiendo esperma como si fuera helado. Noté la vagina caliente… y no pude resistirlo. Encendí la lámpara de noche y me quité las pantys. Hurgué entre mis pliegues y encontré todo chorreando de jugos. Miré cómo me escurrían por los dedos, y tragando saliva, me los llevé a la boca.
Me gustaban las vaginas, y comer los jugos de la mía era algo que casi no hacía a menudo, porque era un manjar que me daba sólo de vez en cuando, pero esa noche no lo resistí, y me puse a masturbarme con tanta fuerza que terminé corriéndome varias veces, retorciéndome de placer y exprimiendo mi conchita para que saliera hasta la última gota de mis jugos.
Me dormí más caliente, y feliz.
Gracias a todos por leer y si les ha gustado, no duden en dejarme un comentario y su opinión jaja, saludos y cualquier pregunta que tengan estoy en el mensaje privado, saludos amigos
4 comentarios - Delicias en familia capítulo 1
Muy bueno, van puntines, gracias