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Relatos chikan (I) - Madre e hija

Para los que no saben que significa, chikan es el arte del apoyo en medios de transporte. Y digo un arte, porque cuando se realiza entre dos personas que aceptan jugar el juego, es muy erótico, es un juego de complicidad sexual donde la gente, en el medio de transporte, sin que note nada de lo que sucede, juega uno de los papeles más importantes del morbo de sexo en público.
Tengo la suerte de contar con muchas experiencias de ese tipo, con mujeres que también han disfrutado de ese contacto, no solo me dejaron que las toque, sino que inclusive me han tocado.
Antes que nada, hago incapié en que el chican es SOLAMENTE atractivo cuando la mujer da señales de que lo disfruta, de cualquier otra manera es REPULSIVO.

Lo cierto es que, en mi experiencia, cinco de cada diez mujeres disfrutan del chikan.

Hoy les cuento algo que me pasó hace tiempo, en ésta primera entrega.

Colectivo 60, creo que eran las tres de la tarde. Extrañamente, ya que a esa hora en el sentido que yo viajaba no solía haber mucha gente, éste vino lleno. Subí y me paré en la mitad del coche, donde están los pasamanos para discapacitados. Allí había varias personas, entre ellas dos mujeres. Una de ellas tendría, estimo, unos cuarenta años. Era una morocha de pelo largo y lacio, de cola redonda y bien parada. La piel tostada me hizo pensar que se había tomado todo el sol de los últimos dos meses. Era verano, por eso las chicas andaban livianas de ropa y esa morocha, no era la excepción. Llevaba un vestido tipo solero, con breteles finitos y sin corpiño. Pienso que tendría puesta una tanga, pero si era así, debía ser colaless, porque no se le notaba. Al lado de ella, de costado, parada de frente a su perfil, una chica de, calculo, unos dieciocho años. Muy parecida, de pelo también largo y morocho, tenía gestos similares a los de la otra y se le parecía mucho en los labios, la nariz y los ojos. Las dos hablaban animádamente, por eso supe que eran madre e hija. La chica llevaba una pollera cortita, apenas cubriéndole la mitad del muslo, o menos, quizá. Como una digna hija de una madre espectacular, tenía una colita redonda y rígida muy hermosa. Ambas estaban sujetas de un pasamanos y llevaban la otra mano al costado del cuerpo. Me paré detrás de la mujer más adulta porque no quise provocar a la pendeja. La gente nos apretaba bastante, de modo que madre e hija ya de por sí estaban muy pegadas, sin espacio entre sus cuerpos. La madre, de espaldas a mí, se sostenía con el brazo del otro lado de su hija. La pendeja, con el brazo del lado de su madre, se sostenía del pasamanos que colgaba del techo.

El colectivo se movía bastante. Yo llevaba un pantalón de gimnasia, de esos baratos que se consiguen en la calle, por eso la tela era muy finita, además de que era verano y necesitaba ropa liviana. El cuerpo de la mujer más adulta pegado al mío, hizo que mi sexo se pusiera en contacto pleno con las bellas nalgas de aquella dama. El movimiento del colectivo hizo que mi bulto, rozándole el culo a aquella diosa morocha, comience a crecer. La mujer en ningún momento dejó de hablar con la hija, pero notó que mi sexo se hinchó. Lo supe porque, aprovechando el movimiento del colectivo, comenzó a menearse para refregarme el culo en la pija. Yo estaba parado exactamente detrás de la mujer adulta. Al principio mi bulto se apoyó sobre uno de los cachetes, ahí fue donde la mina se dio cuenta y se movió, para calzarse mi pija entre los dos cachetes, en medio de ambos. Se reclinó con una delicadeza tal que la hija jamás se dio cuenta. Solo yo lo noté, porque mientras hizo eso, empujó la cadera hacia atrás, apretándome la pija que, a esta altura, la tenía parada y bien dura. Al notar su movimiento, hice un empujón que tampoco nadie en el colectivo notó, pero que a ella le fue muy claro; le apoyé la pija bien en el medio de los cachetes, donde ella quiso que lo hiciera. El idilio del movimiento del colectivo y los empujones de la madre contra mi pija se mantuvo durante un rato.

Yo estaba enloquecido. Tenía la pija durísima y la mina se movía de manera casi cruel. Pensé que se había empeñado en hacerme acabar. Yo estaba sostenido del pasamanos con un brazo, que pasaba detrás de la mujer, lo que hacía que mi otro brazo colgara al costado del cuerpo, quedando a la altura del cuerpo de la hija. En pleno movimiento y franela con el culo de la madre, mi mano rozó sin querer la pierna de la hija. La pendeja no hizo gesto alguno ni dijo nada. Yo me di cuenta, entonces, el segundo roce fue buscado, sin dejar que pareciera casual. La pendeja siguió hablando con la madre como si nada. Mi mano volvió a rozarle la pierna, cerca de la otra, ya que estaba parada con ambas piernas juntas. La pendeja se quedó parada mientras mi mano se metía “casualmente” entre ambas piernas. Esta vez, no la quité, aunque el movimiento del colectivo podía haberme quitado de ese precioso lugar. Todo esto fue posible sin que la madre y la hija lo notaran una de la otra, por lo cerca y pegados que estábamos todos en el colectivo. La madre, ahora, levantó el culo para apoyarse mejor mi pija y la hija, que sentía mi mano entre sus piernas, hizo un giro casi imperceptible que dejó mi mano mejor colocada entre las piernas. Apoyando el tarso de mi mano sobre las dos piernas, giré con lentitud para que la pendeja se diera cuenta lo que estaba haciendo. Se dio cuenta y no dijo nada. Fui girando la mano de canto para meterme entre las dos piernas, que estaban pegadas. Cuando la pendeja se dio cuenta, no solo no dijo nada; separó un par de centímetros las piernas, para dejarme pasar. Lentamente, con la mano ya de canto, mientras la madre me refregaba el culo en mi pija, fui metiéndole la mano a la hija entre las piernas. Ya acomodada, comencé a subir un poco, despacio, siempre despacio, atento a que la pendeja sepa exactamente lo que estaba haciendo y pueda decidir si quería o no. La pendeja siguió charlando con la madre como si nada sucediera. Mi mano ascendió con lentitud, hasta que la parte superior de mi pulgar encontró un huequito, ese mágico y maravilloso huequito que se les forma a las mujeres entre las piernas, casi llegando a su sexo. Me detuve un segundo, porque pensé que si seguía, quizá la pendeja podía decir algo y se me iba a complicar. La pendeja se dio cuenta que me detuve e hizo un pequeño gesto con las piernas, apretándome la mano con ellas. La madre me estaba franeleando la pija que daba miedo, La tenía durísima y mi excitación estaba casi descontrolada. La pendeja me apretó la mano con las piernas y aflojó. Entendí el mensaje y seguí subiendo, despacio. Un centímetro más arriba, ya que mi mano se había metido debajo de la pollerita de la piba, sentí la tela de la bombacha. La piba hizo un gesto de exaltación cuando mi mano le tocó la conchita. La charla de ambas continuó, pero la piba ahora tumbó la cabeza hacia un lado, como si quisiera descansar la posición sobre un hombro, sin dejar de mirar a su madre. Al hacer eso, separó un poco más las piernas. Mi mano ahora se metió deliberadamente en la conchita de la pendeja y noté que tenía la bombacha mojada. Le acaricié la conchita con el canto de la mano y la piba, sin mirarme, hizo gestos de que la disfrutaba; cerró los ojos a la mitad en un par de veces y suspiró otro par. Mientras le apoyaba y empujaba la pija en el culo de la madre, que a su vez hacía fuerza para sentir mi pija dura entre sus cachetes, le estaba tocando la conchita a la hija. Yo estaba enloquecido. La pendeja estaba cada vez más mojada. Mi pija estaba cada vez más dura. No pude aguantar y la madre, en movimientos muy profundos, sintió mi pija latiendo, sabiendo que me estaba haciendo acabar. A la vez que pasó eso, se apoyó inclusive con su espalda sobre mi pecho. Toda la escena fue de infarto. Jamás imaginé que el cielo podía encontrarse arriba de un colectivo de la línea 60, u día de semana, una tarde de verano.

Ambas se bajaron algunas paradas después. Yo seguí, pero noté que una mina, que estaba sentada en un asiento de frente a mí, me miró la pija e hizo un gesto de asombro. Me puse la mochila delante del bulto y me lo toqué; claro, el polvo me había manchado el pantalón. Rojo de vergüenza, me bajé en la siguiente parada. Me tuve que tomar un remis de vuelta a casa para cambiarme. Sin embargo, la felicidad de ese viaje me duró toda la semana.

2 comentarios - Relatos chikan (I) - Madre e hija

CabronKachondo
riquisimo relato, me vi haciendo este manoseo.