Continúa la historia que empezó aquí y siguió aquí.
Él entra a la habitación pero me ignora No es para menos: a sus ojos, yo soy parte del cómodo sillón que, cerca de la cama, se planta como un Olimpo desde el que se ve el cuerpo de Ella, ¡Ella! Era como si Venus, en vez de derramada en la arena, se hubiese manifestado entre mis sábanas en toda la impúdica potencia de su piel brillante, de sus carnes gloriosas, de su aroma depravado. Unos segundos antes, noté que Ella se había despertado en esas penumbras que horas antes habían envuelto toda nuestra noche de fuego como en una melodía, que habían contenido jadeos extremos, que habían ocultado a la vez que revelado el altísimo cielo y el profundo infierno de las lujurias conjugadas.
Pero ahora, me escondo en la parte sombría del cuarto. Si mi plan funciona, daremos una vuelta más a la espiral deliciosa de lo prohibido: adormilada en la irresponsable beatitud en que quedó tras tantas horas de entrega, espero que Ella piense que Él soy yo, que se le entregue descuidada a las novedosas lascivias que Él traerá, mientras yo miro tan en silencio como me sea posible, disfrutando de la función de voyeur, permitiendo que mi goce agregue una capa de desenfreno al sentir el placer a través de otras personas que compartirán sus sudores, sus salivas, sus alientos ardientes, sus elixires más íntimos.
Él irrumpe lentamente en el altar que era nuestro, lo profana asomándose sobre el cuerpo desnudo de Ella que no advierte la perversa jugarreta del reemplazo. ¡No debo subestimarla! Quizá sí la advierte pero, en vez de sorprenderse y alejarse, cierra los ojos y deja seguir la decidida acción de Él. ¡Con qué sabiduría recorre con su boca ese cuerpo, desde el cuello a la entrepierna pasado por las majestuosas cumbres de sus pechos! Aunque apenas lo vislumbro, no caben dudas de sus respectivas fruiciones: Él dando su húmedo y cálido mensaje de saliva, Ella viajando sin escalas desde el sueño al paroxismo.
Embriagada por la lengua y los labios de Él, Ella se da vuelta, mostrando los gloriosos volúmenes de su otro lado, arqueando su espalda y abriendo un poco las piernas, ofreciéndose dichosa a la eximia tarea que Él lleva a cabo con el más exquisito cuidado, con la pasión tan suprema como contenida. Como en un ritual satánico, Él la sigue transitando con su lengua, como escribiendo un texto sagrado que contenga encriptadas todas la verdades. Son una sola cosa los ávidos mordisqueos y los tenues ayes, son una continuidad voraz las manos y las acariciadas superficies, son la misma expresión del deseo más feroz los gemidos en tonos agudos y las socarronas risitas de la voz más grave.
Adivino que su ano estará pulsando y entonces advierto que la penetración se ha vuelto inexorable, Él la demora. Está claro que Ella anhela la carne bruta de Él progresando en su esfínter. Por eso, Él agrega brasa sobre brasa alejándose para dedicarle su atención a piernas y pies, como un sacerdote de algún culto en todo sentido perdido que unge con su untuosa sustancia a la víctima del sacrificio que se viene. Los hábiles dedos de Él vuelven a la zona prohibida, con un único y delatado afán de poseerla, de hacerla suya.
Lo que sigue me hiela la sangre, lo que sigue me hace hervir la sangre. Mi garganta reseca, mi respiración entrecortada es la muestra de mi excitación más tremenda y lasciva. Me pregunto qué pensará Ella ahora. ¿Se habrá dado cuenta del retorcido camino por el que la llevo? ¿Estará preguntándose si no debía haberse ido? Si así fuese, no dudo que sus preguntas solamente tienen una respuesta. Y esto no hace más que empezar…
Él entra a la habitación pero me ignora No es para menos: a sus ojos, yo soy parte del cómodo sillón que, cerca de la cama, se planta como un Olimpo desde el que se ve el cuerpo de Ella, ¡Ella! Era como si Venus, en vez de derramada en la arena, se hubiese manifestado entre mis sábanas en toda la impúdica potencia de su piel brillante, de sus carnes gloriosas, de su aroma depravado. Unos segundos antes, noté que Ella se había despertado en esas penumbras que horas antes habían envuelto toda nuestra noche de fuego como en una melodía, que habían contenido jadeos extremos, que habían ocultado a la vez que revelado el altísimo cielo y el profundo infierno de las lujurias conjugadas.
Pero ahora, me escondo en la parte sombría del cuarto. Si mi plan funciona, daremos una vuelta más a la espiral deliciosa de lo prohibido: adormilada en la irresponsable beatitud en que quedó tras tantas horas de entrega, espero que Ella piense que Él soy yo, que se le entregue descuidada a las novedosas lascivias que Él traerá, mientras yo miro tan en silencio como me sea posible, disfrutando de la función de voyeur, permitiendo que mi goce agregue una capa de desenfreno al sentir el placer a través de otras personas que compartirán sus sudores, sus salivas, sus alientos ardientes, sus elixires más íntimos.
Él irrumpe lentamente en el altar que era nuestro, lo profana asomándose sobre el cuerpo desnudo de Ella que no advierte la perversa jugarreta del reemplazo. ¡No debo subestimarla! Quizá sí la advierte pero, en vez de sorprenderse y alejarse, cierra los ojos y deja seguir la decidida acción de Él. ¡Con qué sabiduría recorre con su boca ese cuerpo, desde el cuello a la entrepierna pasado por las majestuosas cumbres de sus pechos! Aunque apenas lo vislumbro, no caben dudas de sus respectivas fruiciones: Él dando su húmedo y cálido mensaje de saliva, Ella viajando sin escalas desde el sueño al paroxismo.
Embriagada por la lengua y los labios de Él, Ella se da vuelta, mostrando los gloriosos volúmenes de su otro lado, arqueando su espalda y abriendo un poco las piernas, ofreciéndose dichosa a la eximia tarea que Él lleva a cabo con el más exquisito cuidado, con la pasión tan suprema como contenida. Como en un ritual satánico, Él la sigue transitando con su lengua, como escribiendo un texto sagrado que contenga encriptadas todas la verdades. Son una sola cosa los ávidos mordisqueos y los tenues ayes, son una continuidad voraz las manos y las acariciadas superficies, son la misma expresión del deseo más feroz los gemidos en tonos agudos y las socarronas risitas de la voz más grave.
Adivino que su ano estará pulsando y entonces advierto que la penetración se ha vuelto inexorable, Él la demora. Está claro que Ella anhela la carne bruta de Él progresando en su esfínter. Por eso, Él agrega brasa sobre brasa alejándose para dedicarle su atención a piernas y pies, como un sacerdote de algún culto en todo sentido perdido que unge con su untuosa sustancia a la víctima del sacrificio que se viene. Los hábiles dedos de Él vuelven a la zona prohibida, con un único y delatado afán de poseerla, de hacerla suya.
Lo que sigue me hiela la sangre, lo que sigue me hace hervir la sangre. Mi garganta reseca, mi respiración entrecortada es la muestra de mi excitación más tremenda y lasciva. Me pregunto qué pensará Ella ahora. ¿Se habrá dado cuenta del retorcido camino por el que la llevo? ¿Estará preguntándose si no debía haberse ido? Si así fuese, no dudo que sus preguntas solamente tienen una respuesta. Y esto no hace más que empezar…
9 comentarios - Tengo ganas (otro)
Por favor!!! Esto se pone cada vez mejor!! Sin dudas, sus relatos se han entrelazado como las notas de la más hermosa canción... unos genios... me encanta... @Lady_Godivall @paspadohastalos