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Al Otro lado del Cable

Al otro lado del cable ==

Montse es feliz con su pareja. Tiene un buen trabajo y en general las cosas le van bastante bien. Pero todos tenemos nuestras manías. Ella no es una excepción. De vez en cuando, por las noches en las que está sola cuando su compañero no anda por casa, siente la necesidad de alguna emoción diferente. No quiere simplemente un substituto del hombre que le falta, quiere también algo de misterio. La red le es muy útil en ese aspecto. Hace poco tiempo que comenzó a deambular por ella en busca de hombres que pudieran satisfacer este capricho, y ya tiene una buena legión de candidatos y de conocidos que le alivian esas horas de aburrimiento. Entre todos ellos, hay algunos que destacan especialmente.

Carlos, por ejemplo, cuyo verdadero nombre es Francisco, pero que siempre falsifica sus datos cuando se mueve por la red, porque está casado y no le haría gracia que su mujer se enterase de nada. Es un hombre bastante atractivo, de 35 años, en una situación muy parecida a la de Montse, y que de vez en cuando se conecta para pasar el rato en las noches de soledad, mientras su esposa no anda por casa.

Como su estilo es parecido al de Montse, no tardaron en compartir algunas tardes y noches de agradables conversaciones. Uno y otro se explicaban cómo iban vestidos, y a Montse le encantaba calentarle la cabeza, diciéndole que no llevaba bragas, o al revés, que sólo llevaba las bragas, dejando al aire sus 100 de pecho. Carlos, con una mano en el teclado y la otra agarrando y agitando su miembro, le contaba lo mucho que la deseaba, lo caliente que le ponía pensar en ella, y le contaba todo lo que le haría: cómo le chuparía esas enormes tetas como si le fuera la vida en ello, como le acariciaría la espalda, de qué maneras la besaría en mil lugares... Montse, al oír esto, iba tocándose lo que podía, mientras notaba cómo el flujo le resbalaba ya por la entrepierna, y se sentía muy caliente. Se lo había sacado ya, y estaba en pelotas, en medio de su cuarto, leyendo las frases de su compañero cibernético. Se imaginaba su polla dura, agitada por una mano a la que ella hubiera querido sustituir con su cuerpo. Hubiera querido tumbarle boca arriba y cabalgar sobre él, echarse encima de su cara para hundírsela entre su pechos... y todo esto se lo contaba para calentarlo más y más. Carlos alucinaba. Una mujer se estaba masturbando al otro lado del cable leyendo lo que él decía, y no sólo eso, sino que la muy calentorra le estaba contando cómo se la chuparía, con todo lujo de detalles. Y es que a Montse le encantaba mamar, sentir un buen pedazo de carne hundiéndose entre la humedad de su boca, hasta su garganta.

Le gustaba lamerles las pelotas a los hombres, pasear su lengua a lo largo de un miembro bien tieso, besarlo... Como a todas las mujeres, a fin de cuentas. Pero lo que más le gusta de Carlos son los preliminares con los que la lleva poco a poco hasta estas situaciones. No había lugar que no hubiera querido besar, no había caricia que no hubiera imaginado. Monste, al leer aquello, lo imaginaba como un hombre agradable y cariñoso. Esto la preparaba para la fase posterior, en la que él la hacía ponerse a cuatro patas y la follaba bien duro desde atrás. No importaba: ella ya estaba caliente y dispuesta a entregarse. Mientras con sus dedos simulaba a su amante y él intentaba calmar con su mano la tremenda erección que le provocaban todas aquellas ideas, las frases lujuriosas iban viajando por la red, a un ritmo lento, que era el que imponía la limitación de tener una sola mano para escribir. Finalmente, sin embargo, y tras dos o tres cambios de postura, el placer se consumaba, y los dos quedaban satisfechos, aunque con un cierto amargor en los labios, por no haber podido vivir aquello cuerpo a cuerpo.

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