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Masaje con final más que feliz

Capítulos anteriores:
Autoexperimentando
Fantasía: cambio de rol con mi novia
Recibí ayuda de mi amiga especial
Trío con pareja amiga

(los nombres, oficios, y demás posibles datos de carácter personal han sido modificados para proteger la identidad de los implicados, empezando por yo mismo)

Mi vida sexual estaba cada día mejor. Estaba disfrutando con el sexo como nunca. Y le tenía que dar las gracias a Sara, mi amiga trans. A ella le debía gran parte de las aventuras que estaba pasando. Como cuando fui a hacerme un masaje.

Por aquel entonces, yo seguía con mi vida habitual. Trabajo, tomar algo, casa, porno (si era fin de semana, en vez de porno, era polvo con la chica de turno). Cuando no me animaba a salir, me quedaba en casa viendo alguna serie o película. De vez en cuando, aprovechaba esos momentos para ponerme un pequeño butt plug, especialmente cuando me ponía alguna película porno, y me masturbaba mientras tanto.

Sé que puede parecer raro afirmar que sigo siendo hetero, pero una cosa no está reñida con la otra. Hombres heteros: os aseguro que el sexo anal es más delicioso de lo que podéis pensar. He de admitir que, incluso tras haber tenido algunas experiencias, el momento en que algo entra en el culo, es doloroso, pero donde realmente se disfruta es con el movimiento hacia dentro y afuera. Probadlo, no os vais a arrepentir. El "mito" del punto G no es mito. Está comprobado.

En cualquier caso, yo lo disfrutaba. Pero tuve un problema. Nada relacionado con eso. Un dolor de espalda y de cuello terribles. Y así se lo estaba contando a Sara.

"Pues yo conozco a una masajista genial", me dijo Sara. "Te puedo dar su número".

"Me vendría genial, gracias", le dije. Me dio el teléfono, y continuamos charlando.

Esa tarde, llamé al masajista, que resulto ser la masajista. Se llamaba Raquel. Me atendió estupendamente, y me dio cita para el día siguiente por la tarde, en su casa. Anoté la dirección, y deseé que me quitase bien aquellos dolores. Dormí incómodo esa noche.

Al día siguiente, yo estaba puntual en la puerta de la masajista. Debía ser una consulta privada, pues estaba en un domicilio particular. Llamé al timbre. Esperaba que me abriera una chica, pero apareció una diosa. Una chica de aspecto encantador, que a pesar de llevar una bata blanca se adivinaban sus buenos pechos, y unas deliciosas piernas descubiertas. Unas gafas de pasta negra protegían sus ojos azul cielo. Una piel con moreno natural, y un pelo rubio completaban aquella belleza.

"Hola", saludó con una voz muy juvenil. De hecho, ella no aparentaba más de 21 ó 22 años. "Te estaba esperando. Pasa".

"Buenas", dije, y entré al piso. Vi el salón, pero me condujo a otra sala, donde sólo había una mesita con un equipo de música encima, unas velas para dar ambiente, , un recipiente con agua, y la camilla de masajes. En una sillita había amontonadas un buen número de toallas. Hacía un poco de calor.

"Quítate la ropa", me indicó Raquel. "Y avísame cuando estés listo".

Salió de allí. Me quedé sólo, y me fui desnudando. Una vez estaba sin ropa, pillé una toalla. Era grande. La puse en la tabla, por la parte en la que iba a coincidir con mis genitales, y aún tuve tela para taparme el culo. Le avise de que ya estaba listo.

Ella entró en la sala, y bajó un poco la persiana. Ambos guardamos silencio. Yo metí la cabeza en el hueco que había. Raquel encendió las velas, y a continuación puso la música. Sonaba muy tenue y relajante. Se acercó a mí, oí cómo se frotaba las manos, y luego noté que empezaba el masaje. Por supuesto, se había echado un poco de aceite de masaje.

Mi cuello estaba siendo muy bien tratado. Sentía sus manos presionando y apretando en los sitios correctos. Dolía un poco, pero la sensación era genial. A continuación pasó a toda mi espalda, para lo cual se puso un poco más de aceite en las manos. Yo me limitaba a dejarme hacer, por supuesto. Por un lado me quería dormir. Por el otro, saber que aquella diosa estaba magreando todo el cuerpo me había hecho empalmarme. No me había dado cuenta hasta ese momento, pero la camilla estaba preparada para esos casos, y la parte que coincidía con mi entrepierna estaba un poco abierta, permitiendo tener un poco de comodidad ahí abajo.

Después de un rato, volvió a tratar mi cuello. Era una verdadera profesional, algo que me sorprendía con lo joven que era. El cuello no me dolía, aunque lo más seguro es que tuviera que ir al menos un par de veces más, pues pensaba que me dolería de nuevo al día siguiente. Raquel volvió a tratar mi espalda, y le dedicó especial atención a mi rabadilla. Lo agradecí, pues también me dolía un poco.

"No te alteres".

Era la primera vez que hablaba desde que había entrado. Con aquella voz tan dulce. La chica apartó la toalla de mi culo, y me tapó la espalda. Empezó a trabajarme las nalgas. Entendí que me indicara que no me alterase, pues al sentir el contacto, se me habían quedado rígidas. Probé a relajarlas (algo bastante sencillo desde que practicaba conmigo mismo), y permití a aquella belleza que me masajeara el culo.

También se ocupó de mis piernas. Se sentía genial. Pensé en que debería pedir una cita semanal para hacerme un masaje. Me estaba quedando como nuevo. No sabía cuánto tiempo llevaba, pero seguramente deberíamos estar acabando.

Finalmente, me destapó entero, y empezó a acariciar toda mi espalda, brazos, piernas, etc. muy suavemente con las yemas de sus dedos. Una sensación maravillosa y relajante.

"Date la vuelta", me indicó.

A mi me dio un poco de corte. Sobre todo porque mi polla aún estaba endurecida. Me giré espacio y me limité a mirar hacia arriba, así que no se si ella hizo alguna cara al verme tan encendido. Se limitó a taparme de nuevo con la toalla, y con mucha más suavidad que en la espalda, me masajeó el torso.

Igualmente me trabajó las piernas nuevamente. Debo reconocer que la chica lo estaba haciendo a conciencia. Creí que íbamos a terminar ahí, pero me equivocaba. La toalla cayó al suelo, y las manos de Raquel empezaron a masajear mi pene. Empezaron por abajo, por la base, acompañando también con unos buenos cuidados de mis testículos. Notó que me quedaba rígido.

"Relájate", me dijo con un tono muy dulce. "Esto no te lo voy a cobrar".

Eso me cuadraba todavía menos. No lo entendía. Aunque eso podía ser porque gran parte de la sangre de mi cuerpo no estaba precisamente en la cabeza. Qué arte tenía aquella chica, incluso para masajearme ahí abajo. Recorría mi miembro con mucha delicadeza, casi con mimo. Yo procuré relajar mi cuerpo y disfrutarlo, aunque aquello era muy morboso.

Máxime cuando el masaje dejó de ser tal. Raquel ya tenía la mano cerrada, y me estaba masturbando. Me acariciaba la cabeza mientras tanto, y su mirada estaba fija en mi pene, aunque de vez en cuando me miraba a la cara y me sonreía. Yo estaba totalmente sometido a sus cuidados, y ni me atrevía a hablar.

Cuando me quedaba poco para culminar, llevó aquello un paso más allá, y sin esperarmelo, engulló mi pene. Joder. Tan bien se le daba usar las manos como la lengua y los labios. Era genial. Y aún menos me esperé que en ese momento hundiera su dedo medio dentro de mi ano.

Me tensé mucho. Joder, aquello era demasiado para mi. Aquella boca haciéndome maravillas... y aquel dedo, también haciéndome maravillas. No fui capaz ni de avisar, y me corrí de repente.

"Lo siento...", atiné a decir.

"No pasa nada", respondió ella. "Aunque parece que tu amiguito no se cansa", bromeó.

Y era cierto, yo seguía empalmado. Aunque podía tener algo que ver el hecho de que ella lo tuviera de nuevo sometida a caricias y presiones muy placenteras.

"Uy, hola. ¿Quién es este chico?", preguntó de pronto una voz desde la puerta.

Una segunda diosa estaba ahí, observando con tranquilidad. Podría haber pasado por la hermana un año mayor de Raquel. Tenía un poco más de culo (muy sexy), sus ojos iban desnudos y eran de color verde, pero tenía el mismo tono de fiel que la otra. Sus facciones eran un poco más infantiles, y llevaba el pelo de color rojo fuego.

"Hola, Lucía. Es el amigo de Sara, ¿te acuerdas?"

"Ah, sí, hola", dijo, y se acercó a la camilla. Me sorprendió ver que se daba un beso con Raquel, y en ese momento, se me puso aún más dura.

"¿Pero sois amigas de Sara?", pregunté.

"Claro. Ella me avisó de que me llamarías. Me dijo que te cuidase bien", me contó Raquel. "La conozco desde antes de que optara por cambiarse de género. Y me alegró saber que te habías portado así de bien con ella".

"Raquel siempre hace esto con los chicos que son buenos con Sara", añadió Lucía, que parecía más interesada en la paja que me estaba haciendo la otra. "¿Qué hacemos? ¿Le llevamos al dormitorio?".

"¿D-Dormitorio?"

"Aún no se lo había propuesto", dijo Raquel. "Verás, pensamos que, ya que eres tan bueno, te gustaría pasar un rato con nosotras en la cama".

"Y tranquilo, que te quedarías muy satisfecho".

Ambas me guiñaron un ojo, traviesas. Joder. Nadie en su sano juicio se podría negar a semejante oferta. Por supuesto acepté. Si aquello era un sueño, no me apetecía despertar.

En el dormitorio, Raquel se quitó la bata, confirmando que aquello estaba planeado: no llevaba nada de ropa debajo. Ayudó a Lucía a desvestirse, y yo me quedé hipnotizado por aquellas dos mujeres que de pronto tenía a mi disposición. Se echaron sobre mi sin previo aviso, tumbándome en aquel colchón que parecía una nube. Y debía serlo, con aquellos ángeles a mi alrededor.

Se fueron intercambiando para besarme, y mi lengua jugó con las suyas. Las manos de las dos masajeaban nuevamente mi polla, que parecía arder de la sangre que tenía ahí abajo. Raquel se ausentó un momento, cosa que aprovechó Lucía para ponerse sobre mí y comerme los labios mientras su vagina se restregaba contra mi pene.

Raquel había ido a buscar un par de juguetes. En una mano tenía un arnés con consolador, y en la otra, un pequeño vibrador. Por supuesto, Sara les había contado sobre nuestra experiencia. Y lejos de enfadarme, saber que ambas estaban dispuestas a jugar con aquello me animó mucho.

Desde encima mía, Lucía me ofreció un espectáculo de su culo en directo, mientras se ocupaba de separarme las piernas. Raquel dilató mi ano como lo hacía todo: con mucha delicadeza y profesionalidad. Y lentamente, hundió el vibrador dentro. Nuevamente, tras el momento de dolor inicial, sentir aquello introduciéndose me supo a gloria. Y mi placer me multiplicó cuando lo encendió.

"¡JODER!", exclamé.

Muy despacio, Raquel continuó jugando con mi ano mientras Lucía aprovechaba para lamerme la polla. No me apetecía quedarme atrás, y aprovechando que lo tenía cerca, hundí mi lengua en el depilado sexo de Lucía. Estaba volviéndome loco de placer. Aquello era genial, estupendo, indescriptible con adjetivos normales.

El mejor momento vino cuando Lucía se movió, me miró de frente, y movió mi polla hacia su delicioso coño, ya dilatado por mi ejercicio bucal. Aquella diosa se movió arriba y abajo, y yo me estaba perdiendo de placer. Por su parte, Raquel se acercó, suplicándome un poco de sexo oral, que no podía negarle. Os aseguro que era realmente erótico ver aquel cuerpo perfecto desde abajo.

Yo no podía más. Gemí al momento de eyacular, inundando el interior de Lucía con mi esperma. Ella también debió acabar, y Raquel parecía igualmente satisfecha con aquella comida que le había hecho. La chica se apresuró en detener el juguete y sacarlo de mi ano.

"¿Te ha gustado?", me preguntó Raquel.

"Mucho", dije, en un suspiro.

"Me alegro, porque aún no hemos acabado", aseguró Lucía, que se había introducido un extremo del arnés, y se lo estaba atando.

Raquel aprovechó ese pequeño rato para masajear mi polla con sus tetas. Todo aquello era demasiado erótico, y yo no sabía si iba a conseguir aguantar mucho rato más. Pero debía hacerlo. Por supuesto que debía. Y más sabiendo que iba a terminar muy satisfecho. Porque todo lo indicaba.

La chica se tumbó bocarriba, y separó sus labios vaginales. Entendí la invitación. Y la tomé. Me situé entre sus piernas, y mi polla se hundió dentro de su húmedo coño. Ella suspiró, y me invitó a que me tumbase sobre ella. Supe para qué.

De esa forma, Lucía tuvo más fácil, al ponerse detrás de mi, localizar mi ano . Estaba lo bastante dilatado, de forma que no tuvo que insistir mucho en introducirme toda la longitud del consolador. Esa vez, el que gimió en modo porno fui yo. Pero qué diablos me importaba. Aquello era lo mejor. Lucía me acometió despacio.

Poco a poco, los tres conseguimos adaptarnos a un ritmo muy placentero y delicioso. Jadeábamos los tres. Yo estaba encantado de estar en medio del sándwich entre aquellas diosas tan buenas para el sexo. Probé los pechos de Lucía mientras hundía mi polla en ella, y también jugamos con nuestras lenguas, intentado dominar al otro.

Sentí que Lucía aceleraba el ritmo. Me imaginé que, en su extremo del juguete, aquello estaba dándo placer por todo su sexo, y ella necesitaba acabar. Igualmente, la excitación de penetrarla estaba provocando que mi polla también quisiera eyacular, pero no me apetecía que Raquel se quedara sin acabar. Aunque su mirada me decía que ella también estaba a punto.

La pelirroja de Lucía aceleró un poco más, y culminó. Se retiró de mi culo unos momentos después, lo que me dio más libertad de movimientos para terminar de follarme a Raquel velozmente, hasta que me corrí dentro de ella. Continué mis acometidas un poco más, y logré que ella también acabara.

"Te recomiendo volver dentro de dos días", me dijo Raquel, mientras nos reponíamos de aquello. "A ver qué tal sigues de la espalda, y seguimos tu tratamiento".

No me atreví a preguntar si la segunda sesión incluiría otro final de delicioso sexo.

2 comentarios - Masaje con final más que feliz

rgulra
Tremendoo.. muy bueno muy caliente.
dantraloco
Morboso pero increible jajajaja
En fin. ¿Cuanto te cobraron por el trío?