Nunca habíamos podido estar juntos de noche, nuestros encuentros con L siempre llegaban hasta el atardecer, cada uno pasaba las noches con su familia. Sin embargo tuvimos nuestra oportunidad.
Era diciembre, ese año con un colega amigo habíamos organizado un ciclo de recitales de bandas de blues el primer y tercer viernes de cada mes, no era mucho el dinero que nos quedaba luego de repartir entre las bandas, el sonido y el porcentaje para el bar pero eran noches divertidas y finalmente no significaban un costo para mí. Llegaban los últimos 2 shows del año y como cada diciembre las numerosas cenas de despedida, de compañeros de trabajo, de amigos del barrio, de grupos de estudio.
Ella tenía su cena de cierre de año con sus compañeros de la obra social y yo mi última fecha blusera, los dos estuvimos de acuerdo en que era la situación ideal para pasar parte de la noche juntos.
L es una mujer hermosa, su físico no es exuberante, es menuda, delgada de proporciones justas, horas de gimnasio le permitieron mantener un abdomen plano y una cola redonda y bien parada, hombros bien moldeados y muslos turgentes. Lleva el pelo siempre cuidadosamente desprolijo, sus bucles caen siguiendo el marco de su rostro y jamás toca sus hombros, tiene un cuello hermoso, fibroso y unas incipientes arrugas cerca de la comisura de sus labios que se acentúan cuando sonríe.
Aquella noche pasó a la hora convenida por la esquina del bar donde organizábamos los shows, estaba ya sonando la primera banda, le avisé a mi socio que debía ausentarme un rato y fui a su encuentro. Estaba esperando debajo de un balcón buscando algo de refugio en la oscuridad, nunca dejaba de lado su temor a ser vista. Estaba muy bella, un vestido negro de tela brillosa, breteles finos, ceñido a la cintura y luego la falda amplia desde sus caderas hasta las rodillas. La tomé por la cintura y nos dimos un beso más largo que en nuestros habituales saludos de bienvenida. Subimos a mi coche y conduje hasta un hotel no muy alejado, no teníamos toda la noche, ella debía volver a su cena de fin de año con sus compañeros y yo al bar a cerrar los números.
Cuando estuvimos en la habitación nos fundimos en un abrazo sentido, esperado, deseado, nuestros rostros se acariciaron antes de volver a besarnos con mucha intensidad pero sin desesperación, saboreábamos ese beso que ungía nuestros labios y deslizaba nuestras lenguas, las manos palpaban el cuerpo del otro con sabiduría, como queriendo retener con el tacto cada minuto, cada segundo de esas caricias que se iban encendiendo hacia una lujuria inevitable. El contacto de su cuerpo a través de la tela del vestido que llevaba era glorioso, nuestros cuerpos pegados y nuestros sexos que comenzaban a buscarse, nos tendimos en la cama, fui levantando de a poco su vestido recorriendo sus piernas, ella desprendía mi camisa y daba besos en mi pecho, jugaba con el elástico de su tanga enredándolo en mis dedos y con la otra mano acariciaba sus rulos, su nuca, su espalda, me deslicé hacia su costado para terminar de quitarme la ropa y ella con cuidado fue despojándose de su vestido, llevaba un conjunto de lencería blanco translúcido que dejaban percibir sus erectos pezones rosados y el prolijo vello púbico sobre su concha, la contemplé un momento acariciando su rostro, la boca entreabierta, los ojos clavados en los míos, vino un beso más, largo, profundo, ardiente, comencé a besar su cuello mientras mis manos bajaban por su dorso hasta llegar a su cadera y buscar su cola, seguí besando sus hombros, su pecho, mordí suavemente cada pezón por encima de la breve tela de su corpiño, seguí bajando con mi besos y mi lengua por su vientre y sin quitarle la tanga me detuve en su entrepierna, la besé, la sujeté con mis labios, lamí la cara interna de sus muslos y empecé a buscar con mis dedos la entrada al placer que su sexo ofrecía, ella se estremecía con cada caricia, los minutos se disolvían en un tiempo que solamente podía medirse con cada latigazo de placer, cuando comenzaba a bajarle la tanga, me detuvo suavemente y se incorporó, sin decir palabra apoyó sus manos en mi pecho y me empujó con dulzura para ponerme boca arriba, palpó mi miembro erecto, metió sus manos por debajo de mi calzoncillo y comenzó a acariciarlo con mucha delicadeza subiendo y bajando su mano, no me estaba pajeando me estaba dando caricias leves y mi excitación subía.
L había tenido una sexualidad reprimida, como muchos de nosotros en ese tiempo, en todos nuestros encuentro jamás me había hecho sexo oral, esa noche sus labios tocaron mi glande por primera vez, comenzó dándome besitos breves desde la cabeza hacia abajo y volvía a subir, se notaba su poca experiencia pero para mí era un momento de placer incalculable, podía sentir todo mi torrente sanguíneo como un río salvaje que iba arrastrando todo a su paso, cambió los besitos por su lengua lamiéndome como si probara un helado, cruzamos nuestras miradas un momento, yo estaba extasiado, ella algo ruborizada, nunca hablábamos durante nuestros encuentros sexuales, esa vez me preguntó si me gustaba lo que hacía, le respondí con una sonrisa y una caricia en su mentón, tomé su cabeza y la fui llevando contra mi pija para que la comiera, la rodeo con sus labios y suavemente fui entrando en su boca, delicadamente, casi por etapas, primero saboreó mi glande, luego penetré un poco más, ella intuitivamente succionaba y mis gemidos se hicieron cada vez más notables, liberé su cabeza y mis manos fueron a sus senos, desprendí el corpiño y empecé a acariciar sus pezones con mucha pasión, el ritmo de ambos iba subiendo, la detuve no quería acabar en su boca, me tocaba darle placer, la volví a poner debajo de mí, terminé de desnudarla y me lancé sobre su concha para lamerla entera, siguiendo toda su raja, desde el inicio hasta la entrada de su ano, sabía que eso la volvía loca, comenzó a sacudirse y a gemir, a sujetarme de los pelos, a presionarme contra su pelvis tratando de hundirme en ella, el tiempo ya no existía, nada más percibíamos ese mar embravecido de placer que nos brindábamos, nos sumergíamos cada vez más en un océano sexual de aguas dulces y calientes, todo era éxtasis, pasión, una comunión de deseos nos rodeaba como una burbuja lujuriosa.
La escuché murmurar algo así como un por favor… cógeme…, dejé de besarla y busqué un preservativo, ella levantó un poco sus piernas y vi que tenía los ojos cerrados y jadeaba, con una mano la tomé por la cintura levantándola un poco mientras muy despacio entraba en ella, me deslicé lo la más lentamente que pude hasta estar completamente en su interior, me quedé quieto sintiendo como las paredes de su vulva se adherían a mi pija, comencé con leves movimientos intentando retener el momento interminablemente, ella comenzó a cambiar su ritmo, me estaba reclamando más, intuía su orgasmo, sus uñas se clavaban en mi espalda, lamí una vez más sus pezones y salí de ella, la di vuelta, me arrodillé la levanté por su vientre, su cabeza pegada a la cama, su cola redonda y hermosa empinada hacia mí, acaricié con mi miembro su sexo y arremetí otra vez sobre ella, pero esta vez con fiereza, haciendo sonar sus nalga contra mi vientre, golpeando con mis huevos en su culo, nos envolvía un concierto de gemidos y jadeos, acabamos juntos en un alarido enloquecido e inevitable de satisfacción.
Era diciembre, ese año con un colega amigo habíamos organizado un ciclo de recitales de bandas de blues el primer y tercer viernes de cada mes, no era mucho el dinero que nos quedaba luego de repartir entre las bandas, el sonido y el porcentaje para el bar pero eran noches divertidas y finalmente no significaban un costo para mí. Llegaban los últimos 2 shows del año y como cada diciembre las numerosas cenas de despedida, de compañeros de trabajo, de amigos del barrio, de grupos de estudio.
Ella tenía su cena de cierre de año con sus compañeros de la obra social y yo mi última fecha blusera, los dos estuvimos de acuerdo en que era la situación ideal para pasar parte de la noche juntos.
L es una mujer hermosa, su físico no es exuberante, es menuda, delgada de proporciones justas, horas de gimnasio le permitieron mantener un abdomen plano y una cola redonda y bien parada, hombros bien moldeados y muslos turgentes. Lleva el pelo siempre cuidadosamente desprolijo, sus bucles caen siguiendo el marco de su rostro y jamás toca sus hombros, tiene un cuello hermoso, fibroso y unas incipientes arrugas cerca de la comisura de sus labios que se acentúan cuando sonríe.
Aquella noche pasó a la hora convenida por la esquina del bar donde organizábamos los shows, estaba ya sonando la primera banda, le avisé a mi socio que debía ausentarme un rato y fui a su encuentro. Estaba esperando debajo de un balcón buscando algo de refugio en la oscuridad, nunca dejaba de lado su temor a ser vista. Estaba muy bella, un vestido negro de tela brillosa, breteles finos, ceñido a la cintura y luego la falda amplia desde sus caderas hasta las rodillas. La tomé por la cintura y nos dimos un beso más largo que en nuestros habituales saludos de bienvenida. Subimos a mi coche y conduje hasta un hotel no muy alejado, no teníamos toda la noche, ella debía volver a su cena de fin de año con sus compañeros y yo al bar a cerrar los números.
Cuando estuvimos en la habitación nos fundimos en un abrazo sentido, esperado, deseado, nuestros rostros se acariciaron antes de volver a besarnos con mucha intensidad pero sin desesperación, saboreábamos ese beso que ungía nuestros labios y deslizaba nuestras lenguas, las manos palpaban el cuerpo del otro con sabiduría, como queriendo retener con el tacto cada minuto, cada segundo de esas caricias que se iban encendiendo hacia una lujuria inevitable. El contacto de su cuerpo a través de la tela del vestido que llevaba era glorioso, nuestros cuerpos pegados y nuestros sexos que comenzaban a buscarse, nos tendimos en la cama, fui levantando de a poco su vestido recorriendo sus piernas, ella desprendía mi camisa y daba besos en mi pecho, jugaba con el elástico de su tanga enredándolo en mis dedos y con la otra mano acariciaba sus rulos, su nuca, su espalda, me deslicé hacia su costado para terminar de quitarme la ropa y ella con cuidado fue despojándose de su vestido, llevaba un conjunto de lencería blanco translúcido que dejaban percibir sus erectos pezones rosados y el prolijo vello púbico sobre su concha, la contemplé un momento acariciando su rostro, la boca entreabierta, los ojos clavados en los míos, vino un beso más, largo, profundo, ardiente, comencé a besar su cuello mientras mis manos bajaban por su dorso hasta llegar a su cadera y buscar su cola, seguí besando sus hombros, su pecho, mordí suavemente cada pezón por encima de la breve tela de su corpiño, seguí bajando con mi besos y mi lengua por su vientre y sin quitarle la tanga me detuve en su entrepierna, la besé, la sujeté con mis labios, lamí la cara interna de sus muslos y empecé a buscar con mis dedos la entrada al placer que su sexo ofrecía, ella se estremecía con cada caricia, los minutos se disolvían en un tiempo que solamente podía medirse con cada latigazo de placer, cuando comenzaba a bajarle la tanga, me detuvo suavemente y se incorporó, sin decir palabra apoyó sus manos en mi pecho y me empujó con dulzura para ponerme boca arriba, palpó mi miembro erecto, metió sus manos por debajo de mi calzoncillo y comenzó a acariciarlo con mucha delicadeza subiendo y bajando su mano, no me estaba pajeando me estaba dando caricias leves y mi excitación subía.
L había tenido una sexualidad reprimida, como muchos de nosotros en ese tiempo, en todos nuestros encuentro jamás me había hecho sexo oral, esa noche sus labios tocaron mi glande por primera vez, comenzó dándome besitos breves desde la cabeza hacia abajo y volvía a subir, se notaba su poca experiencia pero para mí era un momento de placer incalculable, podía sentir todo mi torrente sanguíneo como un río salvaje que iba arrastrando todo a su paso, cambió los besitos por su lengua lamiéndome como si probara un helado, cruzamos nuestras miradas un momento, yo estaba extasiado, ella algo ruborizada, nunca hablábamos durante nuestros encuentros sexuales, esa vez me preguntó si me gustaba lo que hacía, le respondí con una sonrisa y una caricia en su mentón, tomé su cabeza y la fui llevando contra mi pija para que la comiera, la rodeo con sus labios y suavemente fui entrando en su boca, delicadamente, casi por etapas, primero saboreó mi glande, luego penetré un poco más, ella intuitivamente succionaba y mis gemidos se hicieron cada vez más notables, liberé su cabeza y mis manos fueron a sus senos, desprendí el corpiño y empecé a acariciar sus pezones con mucha pasión, el ritmo de ambos iba subiendo, la detuve no quería acabar en su boca, me tocaba darle placer, la volví a poner debajo de mí, terminé de desnudarla y me lancé sobre su concha para lamerla entera, siguiendo toda su raja, desde el inicio hasta la entrada de su ano, sabía que eso la volvía loca, comenzó a sacudirse y a gemir, a sujetarme de los pelos, a presionarme contra su pelvis tratando de hundirme en ella, el tiempo ya no existía, nada más percibíamos ese mar embravecido de placer que nos brindábamos, nos sumergíamos cada vez más en un océano sexual de aguas dulces y calientes, todo era éxtasis, pasión, una comunión de deseos nos rodeaba como una burbuja lujuriosa.
La escuché murmurar algo así como un por favor… cógeme…, dejé de besarla y busqué un preservativo, ella levantó un poco sus piernas y vi que tenía los ojos cerrados y jadeaba, con una mano la tomé por la cintura levantándola un poco mientras muy despacio entraba en ella, me deslicé lo la más lentamente que pude hasta estar completamente en su interior, me quedé quieto sintiendo como las paredes de su vulva se adherían a mi pija, comencé con leves movimientos intentando retener el momento interminablemente, ella comenzó a cambiar su ritmo, me estaba reclamando más, intuía su orgasmo, sus uñas se clavaban en mi espalda, lamí una vez más sus pezones y salí de ella, la di vuelta, me arrodillé la levanté por su vientre, su cabeza pegada a la cama, su cola redonda y hermosa empinada hacia mí, acaricié con mi miembro su sexo y arremetí otra vez sobre ella, pero esta vez con fiereza, haciendo sonar sus nalga contra mi vientre, golpeando con mis huevos en su culo, nos envolvía un concierto de gemidos y jadeos, acabamos juntos en un alarido enloquecido e inevitable de satisfacción.
0 comentarios - Rememorando mi historia con L (Noche especial)