Hola! poringa se ve medio rara xD, en fin, aqui les dejo la continuacion, esperando que la disfruten y mil gracias por todas sus alabanzas jajaja, un besoteee
Capítulo 9
MARA
Acabé exhausta después de jugar tanto a la pelota. Decidirnos darnos un baño en la laguna más cercana, una que estaba algo oculta bajo tierra, con una hermosa entrada de sol que iluminaba el agua con el color de las esmeraldas. Los niños jugaban sin cesar y se tiraban clavados desde el alto borde mientras sus madres miraban desde la orilla y les regañaban a algunos por sus valientes y poco saludables hazañas.
Yo me escabullí para bucear, para admirar la hermosa belleza de la naturaleza subacuática. Centenares de pequeños peces me hacían cosquillas en los pies y en las piernas. Nadé durante un largo rato y les enseñé a otros pequeños a flotar y a perder su miedo a ahogarse. Esto logró que fuera rápidamente aceptada por las mujeres del grupo, que en un extraño español acentuado, me preguntaban mi edad, de dónde venía y si me pensaba quedar más tiempo. Querían que me convirtiera en una especie de niñera para sus hijos, ya que ellas estaban más ocupadas con sus labores domésticas, como atender sus molinos de granos, limpiar sus casas y sus patios de la maleza y alimentar a sus animales. Dijeron que me pagarían con pequeñas joyas y comida si aceptaba, así que cuando pusieron la primera piedra brillante en mis manos, no tuve más opción que decirles que sí. Cuando regresara, si es que lo hacía, lo haría con bonitos recuerdos.
Después de pasarnos la mayor parte del tiempo en las lagunas, llevé a los niños a sus respectivas casas y me fui a la mía. Pasearme desnuda ya era tan natural para mí que olvidaba que no llevaba nada encima. Veía a los hombres con sus bonitas pollas decoradas con pintura y adornos, a las mujeres con los senos igualmente maquillados, algunas con ubres verdaderamente hermosas y nalgas firmes. No todos practicaban el nudismo, pero los que lo hacían, tenían tatuajes qué mostrar y algunas joyas, como aretes en los pezones y argollas en el escroto. Yo lo más que llegué a ponerme fue una pintura muy bonita de una flor en la pierna derecha y una mariposa en la parte baja de la espalda, todo temporal, por supuesto.
Al entrar a la casita que me habían asignado, vi que Tamir estaba sobre la cama. Tenía un pequeño jarrón en las manos.
—Mara.
—¿Tamir? ¿Qué pasa?
—Yo te quiero —dijo con evidente timidez —. Te traje regalo.
—¿Sí? A ver.
Del interior del jarrón sacó un bonito collar de piedras preciosas. Yo sonreí, encantada por su muestra de afecto y me puse la prenda enseguida. Después de eso, al verle desnudo, la polla flácida y gruesa, me entraron ganas de agradecerle de una manera diferente, por lo que me apresuré a empujarlo a la cama y a montarme sobre él para cubrirlo con mis labios. Le besé con mucha ternura jugando con su lengua. Sus manos se pusieron rápidamente sobre mis pompas y siendo él un macho completo, entendió lo que yo le pedía, y rápidamente me puso bocabajo. Se deslizó hasta mi culo y lo separó con sus dedos. Yo gruñí, un poco molesta por su violenta interrupción, aunque cuando pegó la lengua a mi anito, empecé a sentirme de maravilla.
Sonreí y recargué la cabeza en la almohada. La lengua de ese muchacho hacía maravillas en mi culo. Apretaba mis pompas y me daba un gran placer. Mi coño empezó a mojarse de inmediato.
—Tamir… qué bueno eres.
—¿Te gusta?
—Méteme la verga, por favor.
—Claro.
Me coloqué de perrita, con el culo expuesto a él. Tamir rápidamente se acomodó y vi, por encima de mi hombro, como su polla se adentraba en mi ser. Era gruesa, deliciosamente gruesa y extendía las paredes de mi conchita. Los nervios se encendían de electricidad y cuando empezó a bombear sobre mí, jadeé y gemí como una putita.
Muchos hombres me decían que yo era una ternura de persona, pero en el sexo, me convertía en una gran mujer guarra y tenían razón.
—Ay… sí, si, Tamir, si… mmm. Mas amor, más. Quiero que toda esa carne se hunda en mí. Abre mis nalgas para que puedas verme ¿está bien? Exacto. Así. Mira ¿de acuerdo? Ves ese pequeño agujero encima ¿verdad? Allí también me lo puedes meter, pero al final ¿vale?
Quería hacer sexo anal con el muchacho, aunque esa era una práctica que yo no hacía con frecuencia. Tamir no quiso esperar y dirigió su polla a ese estrecho espacio. Mientras trataba de meter su grueso falo, el dolor fue todo menos excitante, así que me senté.
—Lo siento… creo que no entra —me dijo. Me pareció tan tierno que le tuve que besar con más fuerza y tumbarme sobre él.
A continuación, abierta de piernas y exponiéndole mis mojados pliegues vaginales, me senté despacio y lento.
—Tamir, mira como me meto tu pene ¿es hermoso?
—Sí…
—Allí está. Entra fácil.
Con lo mojada que estaba y lo bien que mi conchita se la estaba pasando estos últimos días, literalmente me comí hasta la base la polla de Tamir. El joven empezó a gemir cuando apreté los músculos y luego lo cabalgué, aporreando el culo contra su cuerpo. Me puso las manos en las tetas donde controló su movimiento de vaivén. Yo estaba como una posesa, feliz de tener una polla dentro de mi conchita jugosa.
La descarga de leche de Tamir fue muy abundante y sentí cómo me llenaba el útero. Lo bueno que no estaba en días fértiles. Me liberé y me acosté a su lado para darle de besos mientras hacía presión para que mi cuerpo sacara el semen de mi interior.
—Ay… Tamir ¿de verdad me quieres?
—Mucho. Tú… coges muy bien.
— ¡Jiji! ¿sólo me quieres para coger?
—Sí. Quiero que seas mi esposa.
Me sonrojé.
—Tamir, Tamir, muchachito… pero si ya te dije que no, aunque si quieres cogerme todos los días, por mí está bien.
—Pero si fueras esposa mía… yo te cogería diarios y tendríamos hijos.
—No quiero tener hijos todavía —le di un beso en el pecho —. Suficiente tengo con cuidar a los de las otras mamás.
Un poco molesto, Tamir se levantó y se fue. Unos segundos más tarde entró mi hermanastra Daniela.
—Hola… ¿eso que te sale de la vagina es semen?
—Ah… sí. Tamir me eyaculó dentro. Descuida. Estoy bien.
—Vaya…
—Qué rico — dijo Bárbara, que venía tras ella —. ¿Te molesta si te limpio un poco?
Abrí las piernas.
—Adelante, mujer.
Quitada de la pena, Bárbara se metió entre mis muslos y comenzó una eficiente tarea de sorber todo el semen que me quedaba en el interior. Mientras tanto, Daniela, suspirando, se sentó en una hamaca y comenzó a mecer.
—Quiero volver a casa.
—Lo haremos pronto —le aseguré.
—Sí. Vendrán a buscarme en unos días —aseguró Bárbara, con los labios embarrados de lechita de Tamir y de mis jugos vaginales.
—Lo sé, lo sé. Sólo que extraño mucho. Las fotos, mi facebook, mis amigos… cosas así.
—Deberías de ser como nosotras —dijo Bárbara, todavía mamando mi clítoris. Yo cerré las piernas y le di un golpecito en la cabeza — . Auch, mujer que tienes una concha riquísima y me estaba dando gusto.
—Sí, pero ya está limpia y de repente no me siento con ganas. Tamir me pidió matrimonio.
—Ay, qué lindo él —soltó Bárbara —. ¿Qué le dijiste?
—Que no puedo. Él quiere que tenga sexo sólo con él, y yo estoy aquí para tener sexo con cualquiera que se me cruce enfrente. Siempre y cuando me guste.
— Pues dile. Él tendrá que aceptarlo.
—Se lo dije… estoy muy solicitada.
—Par de putas — fue lo que espetó Daniela, muy molesta, y se apresuró a salirse de la casa.
—¿Qué le pasa? —le pregunté a Bárbara.
—No lo sé. Bueno, déjala. ¿Quieres comerme las tetas un ratito?
—No, tampoco tengo muchas ganas…
—Ay… bueno. Entonces iré allá afuera a ver con quien cojo.
DANIELA
Tanto desenfreno sexual por parte de mi hermanita comenzaba a molestarme. En los pocos días que llevábamos entre la tribu, se había metido más de veinte penes a la boca, y todos le habían eyaculado dentro. Era una suerte que no estuviera embarazada, y también suerte de que fuera lo suficientemente lista como para tragarse el semen en vez de que dejara que se le corriera por el útero. Ella decía que los nativos tenían una leche deliciosa por su dieta de proteínas y frutas, y era verdad. Aunque yo amaba las vergas de estos hombres, una gran parte de mí, la emocional si puede decirse, continuaba queriendo a la de papá. Necesitaba la suya cuanto antes. Era como cuando tienes una canción muy pegada en la cabeza y no te la puedes sacar, o como cuando viajas y no sabes si cerraste la puerta. Tal era mi ansiedad, y también mi enojo, porque todos parecían estar disfrutando de los placeres sexuales, menos yo.
Encontré a papá desnudo, con su buena pija flácida y gorda, platicando con una mujer que sostenía un tierno bebé en brazos. La mujer se mostraba muy cariñosa con él. Papá, tenía la vista puesta en las pronunciadas tetas de la señora, de las que goteaba leche materna.
—Papá…
—Ah, Daniela ¿cómo estás? Qué bien te ves desnuda.
—Gra… gracias. Todavía me estoy acostumbrando a que me vean la conchita —le dije, apenada.
Él se despidió de la señora y comenzamos a andar por la isla, sin rumbo aparente.
—¿Te encuentras bien, hija?
Le conté que extrañaba mi hogar, y que Mara parecía dispuesta a querer quedarse. Papá no respondió enseguida, pero se lo pensó. Dijo que la madre de Mara nunca aceptaría que su hija se mudara a una isla apartada de la civilización, y aunque a mí, la muchachita no me terminaba de caer bien, lo cierto es que compartía su opinión.
Sin darnos cuenta habíamos llegado hasta los bordes de la aldea, y más adelante se encontraba la selva. Papá sugirió que fuéramos a dar un paseo, a lo que yo contesté inmediatamente que sí. Era mi oportunidad para estar con él y para relajarme y charlar.
Nos adentramos en entre la maleza. Yo iba tras él, mirando su fuerte espalda fibrosa y bronceada. Mis tetas grandes se movían graciosas por librar los obstáculos y alguna que otra ramita me picaba en las piernas y las caderas. Finalmente alcanzamos un árbol de plátanos.
—Se ven apetitosos.
—Voy por un racimo —le dije y comencé a trepar sobre una piedra. Estaba consciente de que mis ágiles movimientos ofrecían una estupenda vista de mi coño, y vi que la polla de papá comenzaba a empalmarse. En el pasado, que su miembro reaccionara a mí me dejaba un poco trastornada, pero ahora me parecía de lo más halagador. Bajé con el racimo.
—Ten. Están muy carnosos.
—Sí… ya lo veo.
Nos sentamos sobre unas piedras a tomar el sol, que se filtraba por un claro. Yo no dejaba de ver discretamente el miembro semierecto, los huevos colgando y las venas hinchándose. Quería la pija de inmediato para mí.
—Papá… ¿puedo… chuparte la verga un poco? —le pregunté con la cara ardiendo de vergüenza.
Él me miró y sonrió paternalmente.
—Claro, amor.
Riendo de felicidad por haber obtenido lo que quería, me apresuré a acomodarme entre sus fuertes piernas. Ante mi propuesta, el pene había ganado un significativo tamaño y lucía grande, venoso y con el glande rojo. Me pasé la lengua por los labios, apoyé las manos en sus muslos y él me ayudó haciendo a un lado mi pelo. Luego comenzó a golpear mi cara con su pija. Yo me reí y en una de esas atrapé el miembro con mi boca. La sensación de tener que estirar mi mandíbula para que su virilidad me cupiera fue fantástica y excitante. Era cierto que los hombres de la aldea tenían trancas más largas y grandes, de piel tostada. Pero ninguno le superaba a papá en el grosor.
Mamé despacio, tratando de llevarme todo a la garganta, y apenas lo logré. Él me movía la cabeza rápidamente.
—Así es… Ah… Daniela. Tienes una boquita hermosa.
—Y es sólo para chuparte la pija, papito adorado.
Empecé a mamar con más rapidez. Con las manos exprimía sus huevos como para que saliera su semen disparada a mi cara.
—Échame tu leche, papito. Quiero beberla. Tengo sed y hambre. Aliméntame ¿sí? Soy tu niña, dame de comer.
Esa forma de hablar a cualquier hombre le excitaría.
No tardó mucho en que papá se pusiera de pie. Su rostro enrojecido sólo delataba que quería una cosa. Nos quedamos mirándonos durante un rato en una silenciosa comunicón, y entonces sucedió. Me tumbé sobre el piso y abrí las piernas ofreciéndole una hermosa vista de mi concha. Él, dudando al principio, se encaramó sobre mí. Yo cerré los ojos y le dirigí si pene a la entrada de mi coño. Noté el ardor cuando me penetraba, la lentitud mientras mi cuerpo se unía al de él y su verga abría espacio.
—Toda… todita… la quiero toda adentro, hasta la base.
—La tengo muy gorda.
—Sí… sí, papá. Me está estirando mucho, pero métela más. Mira, nada más llevas la mitad. Toda, porfis.
—Eres como una niña.
—Soy una niña. Soy tu niñita, papi. Métemela ya. Cógeme como cogías a mamá y dame tu lechita.
Sin pensarlo dos veces, padre me tomó de las caderas y con un rápido movimiento, me encajó los centímetros que faltaban. Yo grité al sentir mis carnes separarse. Él la sacó de inmediato y volvió a hundirla con violencia. Sus estocadas eran rapidas.
—Chupa mis pechitos, papá. Chúpalos.
Haciendome caso, se metió mis pezones a la boca y los succionó con fuerza. Estos se pusieron erectos al final, bien paraditos y anciosos por más atenciones. Su bombeo dentro de mí, su hija, su adorada hija, se hizo más fuerte y más rápido hasta que yo sólo podía gritar de dolor y placer. La verga me daba dolores pero también felicidad. Reí para mis adentros.
—Mi papá me está haciendo suya. Soy suya de todos modos, soy su hija. Mi cuerpo de mujer es gracias a él y quiero que me coja más fuerte. Hágalo, papá.
Me puso bocabajo y se recostó encima de mi espalda. Abrió mis nalgas y buscó la entrada de mi concha. Una vez hallándola, me penetró nuevamente. Como los gallos le hacen a las gallinas, o los gatos a las gatas, me tiró del cabello y me jaló la cabeza hacia atrás. Era una sensación fuerte, violenta. Mi vagina ardía. Mi clítoris mojado empapaba mis piernas. Notaba la facilidad con la que mi cuerpo se adaptaba a su polla deliciosa que entraba y salía sin resistencia.
— Me dejaste bien abierta, papá.
—Sí, eso querías ¿verdad?
—Sí. Que me rompieras. Quiero que me rompas todos los agujeros de mi cuerpo.
Me coloqué de perrito y arqueé la espalda. Él, antes de metérmela, se dedicó a exprimirme las nalgas y a chuparme la concha. Mordió mi clítoris fuertemente. Me dolió más que me gustó, aunque le dejé estar. Después de eso me nalgueó con mucha fuerza.
— ¡Ay! ¡Ay! ¡más fuerte! —le imploré.
—Mira como mis manos se te quedan rojas en las nalgas.
—Sí… papi, pégame como cuando era niña y hacía travesuras.
Lo hizo, con fuerza y después de sacarme lágrimas de dolor, procedió a mamarme el coñito con una dulzura paternal. Me relajé. Yo misma me pellizcaba las tetas y me mordía los labios.
Papá siguió bombeando dentro de mí. Todas mis carnes vibraban y sentía sus huevos golpear contra la entrada de mi vagina, pues me tenía bien, bien ensartada. Me tiró del cabello, como si fueran riendas y así durante un buen rato yo me la pasé gritando, gimiendo, llorando mientras recibía cada estocada con brutalidad y más nalgadas y pellizcos.
Finalmente el semen me inundó. Aunque moría de ganas de tragarme la leche.
—No, no, papá. No la saques. Córrete dentro de mí. Deja toda tu lechita dentro de la conchita de tu hija.
Él así lo hizo. Yo me reí y sonreí al sentir la verga palpitar y el semen caliente llenándome de felicidad. Cuando se terminó, me giré y me le tiré encima.
—¡Papito! —le llené la cara de besos y los labios con toques de mi lengua mojada.
—Mi nena hermosa…
Habíamos dejado el salvajismo de lado, y en vez de cogernos fuertemente, nos abrazamos como si yo fuera todavía una cría de diez años y él un amoroso padre. Otros besitos, caricias suaves. Yo pujaba para que su esperma saliera de mi coño, y luego, en algún punto, sudados y emocionados, me quedé dormida sobre su pecho.
^^^^
Jaja, alce la mano el que quiera una Mara como esposa! xD, la verdad me encanta esta chica. Es muy divertida, muy natural, nudista y sexosa! espero le shaya gustado el capítulo y la monumental cogida de Daniela. ojalá dejen muchos comentarios cof cof, nos vemos la siguiente semana! mil gracias!!
Capítulo 9
MARA
Acabé exhausta después de jugar tanto a la pelota. Decidirnos darnos un baño en la laguna más cercana, una que estaba algo oculta bajo tierra, con una hermosa entrada de sol que iluminaba el agua con el color de las esmeraldas. Los niños jugaban sin cesar y se tiraban clavados desde el alto borde mientras sus madres miraban desde la orilla y les regañaban a algunos por sus valientes y poco saludables hazañas.
Yo me escabullí para bucear, para admirar la hermosa belleza de la naturaleza subacuática. Centenares de pequeños peces me hacían cosquillas en los pies y en las piernas. Nadé durante un largo rato y les enseñé a otros pequeños a flotar y a perder su miedo a ahogarse. Esto logró que fuera rápidamente aceptada por las mujeres del grupo, que en un extraño español acentuado, me preguntaban mi edad, de dónde venía y si me pensaba quedar más tiempo. Querían que me convirtiera en una especie de niñera para sus hijos, ya que ellas estaban más ocupadas con sus labores domésticas, como atender sus molinos de granos, limpiar sus casas y sus patios de la maleza y alimentar a sus animales. Dijeron que me pagarían con pequeñas joyas y comida si aceptaba, así que cuando pusieron la primera piedra brillante en mis manos, no tuve más opción que decirles que sí. Cuando regresara, si es que lo hacía, lo haría con bonitos recuerdos.
Después de pasarnos la mayor parte del tiempo en las lagunas, llevé a los niños a sus respectivas casas y me fui a la mía. Pasearme desnuda ya era tan natural para mí que olvidaba que no llevaba nada encima. Veía a los hombres con sus bonitas pollas decoradas con pintura y adornos, a las mujeres con los senos igualmente maquillados, algunas con ubres verdaderamente hermosas y nalgas firmes. No todos practicaban el nudismo, pero los que lo hacían, tenían tatuajes qué mostrar y algunas joyas, como aretes en los pezones y argollas en el escroto. Yo lo más que llegué a ponerme fue una pintura muy bonita de una flor en la pierna derecha y una mariposa en la parte baja de la espalda, todo temporal, por supuesto.
Al entrar a la casita que me habían asignado, vi que Tamir estaba sobre la cama. Tenía un pequeño jarrón en las manos.
—Mara.
—¿Tamir? ¿Qué pasa?
—Yo te quiero —dijo con evidente timidez —. Te traje regalo.
—¿Sí? A ver.
Del interior del jarrón sacó un bonito collar de piedras preciosas. Yo sonreí, encantada por su muestra de afecto y me puse la prenda enseguida. Después de eso, al verle desnudo, la polla flácida y gruesa, me entraron ganas de agradecerle de una manera diferente, por lo que me apresuré a empujarlo a la cama y a montarme sobre él para cubrirlo con mis labios. Le besé con mucha ternura jugando con su lengua. Sus manos se pusieron rápidamente sobre mis pompas y siendo él un macho completo, entendió lo que yo le pedía, y rápidamente me puso bocabajo. Se deslizó hasta mi culo y lo separó con sus dedos. Yo gruñí, un poco molesta por su violenta interrupción, aunque cuando pegó la lengua a mi anito, empecé a sentirme de maravilla.
Sonreí y recargué la cabeza en la almohada. La lengua de ese muchacho hacía maravillas en mi culo. Apretaba mis pompas y me daba un gran placer. Mi coño empezó a mojarse de inmediato.
—Tamir… qué bueno eres.
—¿Te gusta?
—Méteme la verga, por favor.
—Claro.
Me coloqué de perrita, con el culo expuesto a él. Tamir rápidamente se acomodó y vi, por encima de mi hombro, como su polla se adentraba en mi ser. Era gruesa, deliciosamente gruesa y extendía las paredes de mi conchita. Los nervios se encendían de electricidad y cuando empezó a bombear sobre mí, jadeé y gemí como una putita.
Muchos hombres me decían que yo era una ternura de persona, pero en el sexo, me convertía en una gran mujer guarra y tenían razón.
—Ay… sí, si, Tamir, si… mmm. Mas amor, más. Quiero que toda esa carne se hunda en mí. Abre mis nalgas para que puedas verme ¿está bien? Exacto. Así. Mira ¿de acuerdo? Ves ese pequeño agujero encima ¿verdad? Allí también me lo puedes meter, pero al final ¿vale?
Quería hacer sexo anal con el muchacho, aunque esa era una práctica que yo no hacía con frecuencia. Tamir no quiso esperar y dirigió su polla a ese estrecho espacio. Mientras trataba de meter su grueso falo, el dolor fue todo menos excitante, así que me senté.
—Lo siento… creo que no entra —me dijo. Me pareció tan tierno que le tuve que besar con más fuerza y tumbarme sobre él.
A continuación, abierta de piernas y exponiéndole mis mojados pliegues vaginales, me senté despacio y lento.
—Tamir, mira como me meto tu pene ¿es hermoso?
—Sí…
—Allí está. Entra fácil.
Con lo mojada que estaba y lo bien que mi conchita se la estaba pasando estos últimos días, literalmente me comí hasta la base la polla de Tamir. El joven empezó a gemir cuando apreté los músculos y luego lo cabalgué, aporreando el culo contra su cuerpo. Me puso las manos en las tetas donde controló su movimiento de vaivén. Yo estaba como una posesa, feliz de tener una polla dentro de mi conchita jugosa.
La descarga de leche de Tamir fue muy abundante y sentí cómo me llenaba el útero. Lo bueno que no estaba en días fértiles. Me liberé y me acosté a su lado para darle de besos mientras hacía presión para que mi cuerpo sacara el semen de mi interior.
—Ay… Tamir ¿de verdad me quieres?
—Mucho. Tú… coges muy bien.
— ¡Jiji! ¿sólo me quieres para coger?
—Sí. Quiero que seas mi esposa.
Me sonrojé.
—Tamir, Tamir, muchachito… pero si ya te dije que no, aunque si quieres cogerme todos los días, por mí está bien.
—Pero si fueras esposa mía… yo te cogería diarios y tendríamos hijos.
—No quiero tener hijos todavía —le di un beso en el pecho —. Suficiente tengo con cuidar a los de las otras mamás.
Un poco molesto, Tamir se levantó y se fue. Unos segundos más tarde entró mi hermanastra Daniela.
—Hola… ¿eso que te sale de la vagina es semen?
—Ah… sí. Tamir me eyaculó dentro. Descuida. Estoy bien.
—Vaya…
—Qué rico — dijo Bárbara, que venía tras ella —. ¿Te molesta si te limpio un poco?
Abrí las piernas.
—Adelante, mujer.
Quitada de la pena, Bárbara se metió entre mis muslos y comenzó una eficiente tarea de sorber todo el semen que me quedaba en el interior. Mientras tanto, Daniela, suspirando, se sentó en una hamaca y comenzó a mecer.
—Quiero volver a casa.
—Lo haremos pronto —le aseguré.
—Sí. Vendrán a buscarme en unos días —aseguró Bárbara, con los labios embarrados de lechita de Tamir y de mis jugos vaginales.
—Lo sé, lo sé. Sólo que extraño mucho. Las fotos, mi facebook, mis amigos… cosas así.
—Deberías de ser como nosotras —dijo Bárbara, todavía mamando mi clítoris. Yo cerré las piernas y le di un golpecito en la cabeza — . Auch, mujer que tienes una concha riquísima y me estaba dando gusto.
—Sí, pero ya está limpia y de repente no me siento con ganas. Tamir me pidió matrimonio.
—Ay, qué lindo él —soltó Bárbara —. ¿Qué le dijiste?
—Que no puedo. Él quiere que tenga sexo sólo con él, y yo estoy aquí para tener sexo con cualquiera que se me cruce enfrente. Siempre y cuando me guste.
— Pues dile. Él tendrá que aceptarlo.
—Se lo dije… estoy muy solicitada.
—Par de putas — fue lo que espetó Daniela, muy molesta, y se apresuró a salirse de la casa.
—¿Qué le pasa? —le pregunté a Bárbara.
—No lo sé. Bueno, déjala. ¿Quieres comerme las tetas un ratito?
—No, tampoco tengo muchas ganas…
—Ay… bueno. Entonces iré allá afuera a ver con quien cojo.
DANIELA
Tanto desenfreno sexual por parte de mi hermanita comenzaba a molestarme. En los pocos días que llevábamos entre la tribu, se había metido más de veinte penes a la boca, y todos le habían eyaculado dentro. Era una suerte que no estuviera embarazada, y también suerte de que fuera lo suficientemente lista como para tragarse el semen en vez de que dejara que se le corriera por el útero. Ella decía que los nativos tenían una leche deliciosa por su dieta de proteínas y frutas, y era verdad. Aunque yo amaba las vergas de estos hombres, una gran parte de mí, la emocional si puede decirse, continuaba queriendo a la de papá. Necesitaba la suya cuanto antes. Era como cuando tienes una canción muy pegada en la cabeza y no te la puedes sacar, o como cuando viajas y no sabes si cerraste la puerta. Tal era mi ansiedad, y también mi enojo, porque todos parecían estar disfrutando de los placeres sexuales, menos yo.
Encontré a papá desnudo, con su buena pija flácida y gorda, platicando con una mujer que sostenía un tierno bebé en brazos. La mujer se mostraba muy cariñosa con él. Papá, tenía la vista puesta en las pronunciadas tetas de la señora, de las que goteaba leche materna.
—Papá…
—Ah, Daniela ¿cómo estás? Qué bien te ves desnuda.
—Gra… gracias. Todavía me estoy acostumbrando a que me vean la conchita —le dije, apenada.
Él se despidió de la señora y comenzamos a andar por la isla, sin rumbo aparente.
—¿Te encuentras bien, hija?
Le conté que extrañaba mi hogar, y que Mara parecía dispuesta a querer quedarse. Papá no respondió enseguida, pero se lo pensó. Dijo que la madre de Mara nunca aceptaría que su hija se mudara a una isla apartada de la civilización, y aunque a mí, la muchachita no me terminaba de caer bien, lo cierto es que compartía su opinión.
Sin darnos cuenta habíamos llegado hasta los bordes de la aldea, y más adelante se encontraba la selva. Papá sugirió que fuéramos a dar un paseo, a lo que yo contesté inmediatamente que sí. Era mi oportunidad para estar con él y para relajarme y charlar.
Nos adentramos en entre la maleza. Yo iba tras él, mirando su fuerte espalda fibrosa y bronceada. Mis tetas grandes se movían graciosas por librar los obstáculos y alguna que otra ramita me picaba en las piernas y las caderas. Finalmente alcanzamos un árbol de plátanos.
—Se ven apetitosos.
—Voy por un racimo —le dije y comencé a trepar sobre una piedra. Estaba consciente de que mis ágiles movimientos ofrecían una estupenda vista de mi coño, y vi que la polla de papá comenzaba a empalmarse. En el pasado, que su miembro reaccionara a mí me dejaba un poco trastornada, pero ahora me parecía de lo más halagador. Bajé con el racimo.
—Ten. Están muy carnosos.
—Sí… ya lo veo.
Nos sentamos sobre unas piedras a tomar el sol, que se filtraba por un claro. Yo no dejaba de ver discretamente el miembro semierecto, los huevos colgando y las venas hinchándose. Quería la pija de inmediato para mí.
—Papá… ¿puedo… chuparte la verga un poco? —le pregunté con la cara ardiendo de vergüenza.
Él me miró y sonrió paternalmente.
—Claro, amor.
Riendo de felicidad por haber obtenido lo que quería, me apresuré a acomodarme entre sus fuertes piernas. Ante mi propuesta, el pene había ganado un significativo tamaño y lucía grande, venoso y con el glande rojo. Me pasé la lengua por los labios, apoyé las manos en sus muslos y él me ayudó haciendo a un lado mi pelo. Luego comenzó a golpear mi cara con su pija. Yo me reí y en una de esas atrapé el miembro con mi boca. La sensación de tener que estirar mi mandíbula para que su virilidad me cupiera fue fantástica y excitante. Era cierto que los hombres de la aldea tenían trancas más largas y grandes, de piel tostada. Pero ninguno le superaba a papá en el grosor.
Mamé despacio, tratando de llevarme todo a la garganta, y apenas lo logré. Él me movía la cabeza rápidamente.
—Así es… Ah… Daniela. Tienes una boquita hermosa.
—Y es sólo para chuparte la pija, papito adorado.
Empecé a mamar con más rapidez. Con las manos exprimía sus huevos como para que saliera su semen disparada a mi cara.
—Échame tu leche, papito. Quiero beberla. Tengo sed y hambre. Aliméntame ¿sí? Soy tu niña, dame de comer.
Esa forma de hablar a cualquier hombre le excitaría.
No tardó mucho en que papá se pusiera de pie. Su rostro enrojecido sólo delataba que quería una cosa. Nos quedamos mirándonos durante un rato en una silenciosa comunicón, y entonces sucedió. Me tumbé sobre el piso y abrí las piernas ofreciéndole una hermosa vista de mi concha. Él, dudando al principio, se encaramó sobre mí. Yo cerré los ojos y le dirigí si pene a la entrada de mi coño. Noté el ardor cuando me penetraba, la lentitud mientras mi cuerpo se unía al de él y su verga abría espacio.
—Toda… todita… la quiero toda adentro, hasta la base.
—La tengo muy gorda.
—Sí… sí, papá. Me está estirando mucho, pero métela más. Mira, nada más llevas la mitad. Toda, porfis.
—Eres como una niña.
—Soy una niña. Soy tu niñita, papi. Métemela ya. Cógeme como cogías a mamá y dame tu lechita.
Sin pensarlo dos veces, padre me tomó de las caderas y con un rápido movimiento, me encajó los centímetros que faltaban. Yo grité al sentir mis carnes separarse. Él la sacó de inmediato y volvió a hundirla con violencia. Sus estocadas eran rapidas.
—Chupa mis pechitos, papá. Chúpalos.
Haciendome caso, se metió mis pezones a la boca y los succionó con fuerza. Estos se pusieron erectos al final, bien paraditos y anciosos por más atenciones. Su bombeo dentro de mí, su hija, su adorada hija, se hizo más fuerte y más rápido hasta que yo sólo podía gritar de dolor y placer. La verga me daba dolores pero también felicidad. Reí para mis adentros.
—Mi papá me está haciendo suya. Soy suya de todos modos, soy su hija. Mi cuerpo de mujer es gracias a él y quiero que me coja más fuerte. Hágalo, papá.
Me puso bocabajo y se recostó encima de mi espalda. Abrió mis nalgas y buscó la entrada de mi concha. Una vez hallándola, me penetró nuevamente. Como los gallos le hacen a las gallinas, o los gatos a las gatas, me tiró del cabello y me jaló la cabeza hacia atrás. Era una sensación fuerte, violenta. Mi vagina ardía. Mi clítoris mojado empapaba mis piernas. Notaba la facilidad con la que mi cuerpo se adaptaba a su polla deliciosa que entraba y salía sin resistencia.
— Me dejaste bien abierta, papá.
—Sí, eso querías ¿verdad?
—Sí. Que me rompieras. Quiero que me rompas todos los agujeros de mi cuerpo.
Me coloqué de perrito y arqueé la espalda. Él, antes de metérmela, se dedicó a exprimirme las nalgas y a chuparme la concha. Mordió mi clítoris fuertemente. Me dolió más que me gustó, aunque le dejé estar. Después de eso me nalgueó con mucha fuerza.
— ¡Ay! ¡Ay! ¡más fuerte! —le imploré.
—Mira como mis manos se te quedan rojas en las nalgas.
—Sí… papi, pégame como cuando era niña y hacía travesuras.
Lo hizo, con fuerza y después de sacarme lágrimas de dolor, procedió a mamarme el coñito con una dulzura paternal. Me relajé. Yo misma me pellizcaba las tetas y me mordía los labios.
Papá siguió bombeando dentro de mí. Todas mis carnes vibraban y sentía sus huevos golpear contra la entrada de mi vagina, pues me tenía bien, bien ensartada. Me tiró del cabello, como si fueran riendas y así durante un buen rato yo me la pasé gritando, gimiendo, llorando mientras recibía cada estocada con brutalidad y más nalgadas y pellizcos.
Finalmente el semen me inundó. Aunque moría de ganas de tragarme la leche.
—No, no, papá. No la saques. Córrete dentro de mí. Deja toda tu lechita dentro de la conchita de tu hija.
Él así lo hizo. Yo me reí y sonreí al sentir la verga palpitar y el semen caliente llenándome de felicidad. Cuando se terminó, me giré y me le tiré encima.
—¡Papito! —le llené la cara de besos y los labios con toques de mi lengua mojada.
—Mi nena hermosa…
Habíamos dejado el salvajismo de lado, y en vez de cogernos fuertemente, nos abrazamos como si yo fuera todavía una cría de diez años y él un amoroso padre. Otros besitos, caricias suaves. Yo pujaba para que su esperma saliera de mi coño, y luego, en algún punto, sudados y emocionados, me quedé dormida sobre su pecho.
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Jaja, alce la mano el que quiera una Mara como esposa! xD, la verdad me encanta esta chica. Es muy divertida, muy natural, nudista y sexosa! espero le shaya gustado el capítulo y la monumental cogida de Daniela. ojalá dejen muchos comentarios cof cof, nos vemos la siguiente semana! mil gracias!!
11 comentarios - Trio familiar en la isla cap 9
No tengo puntos, lluego vuelvo
La actitud de Mara... y sobre todo, la cogida de Daniela con su padre, finalmente!!!
Me dejaste muy caliente... gracias por compartir!!
sobre todo las hermosas hermanastras putitas y Mara una geniaaa...
Gracias x compartir