HISTORIAS REALES - CAPÍTULO XXIX.
Se acercaba la Navidad 2016.
Mi actual pareja tiene familia en Córdoba y como es habitual me propone pasar las Navidades allá y de paso tomarnos unos días de descanso. A veces acepto, pero este año me era imposible por cuestiones laborales. Así que le propuse que no perdiera la oportunidad y vaya ella. Así fue que me dejó solo durante una semana.
El sábado muy temprano, con una lluvia infernal, la llevé al Aeroparque, nos despedimos y tras asegurarme que el vuelo había despegado comencé a planear mis minivacaciones en soltería.
Al volver a casa pensé en un plan a corto plazo. Recordé a Nora, una ex compañera de laburo con quien siempre hubo buena onda y más ganas pero nunca la cosa pasó a mayores, fundamentalmente porque ella quería un novio en serio y yo solamente quería cogerla, nada más. Siempre me pareció que estaba medio “tocada”, que no tenía todos los patitos en fila, pero estaba muy buena. Tenía unos diez años menos que yo, hacía cerca de una década que casi no teníamos contacto, pero por entonces estaba recogible... ¿ahora sería lo mismo?. Para sacarme la duda recurro a un sintético mensaje de whatsapp: “Hola, estás aún?”. Lo envié y volví a la cama a dormir otro rato.
Unas horas después, al despertarme veo que no hay respuesta. Insisto: “Bueno, veo que finalmente encontraste tu príncipe azul” le mandé. Me dí una ducha, me vestí y salí a hacer algunas compras. La libertad que me daba no tener cerca a la más estricta controladora de alcoholemia hogareña permitió que lo primero que hiciera fuera comprar una reserva de dos botellas de J&B, estimándolas suficientes para esa semana, además de algunas cosas para preparar comida y alguna otra huevada para tener la heladera nutrida durante esos días.
A las ocho había fútbol, así que me acomodé en el sillón frente a la tele junto a mi J&B a ver el partido. Final del primer tiempo: segundo whisky en el vaso y el celular mudo. Fui a mear, un caudaloso e interminable chorro ámbar agitaba las quietas aguas del inodoro cuando escucho el “ding-dong” del celular que me avisaba de la entrada de un whatsapp. Como estaba por la mitad de mi trámite no podía suspenderlo, entró otro y otro y otro aviso. Comenzaba a esperanzarme.
No recuerdo textualmente qué decían los mensajes, de Nora obviamente y que también obviamente luego borré, pero me contaba que no había novio ni por asomo, que no había respondido antes por un problema con la batería de su celular y me preguntaba si los mensajes eran para ella o me había equivocado... Los mensajes que se sucedieron fueron más o menos así:
Yo: “No me equivoqué, eran para vos”
Ella: “Ah, bueno, entonces sí, estoy”
Siguió ella con una sarta de mensajes donde hablaba (escribía) de sus ganas de mudarse pero que tuvo que posponer por un problema bastante grave de salud ya medianamente superado, recordaba la apuesta perdida y que me debía una cena con champagne (yo no me acuerdo del por qué), me preguntaba por mis hijos, y unas cuantas cosas más sin demasiada importancia. Cuando pude, ataqué:
Yo: “Te escribí porque aún te deseo y quiero hacerte el amor”
Pensé que no respondería nunca más o que me iba a mandar a la mierda; pero no, siguió adelante esta vez con mensajes de voz:
Ella: “Gracias Juan, es un halago, pero me estoy reponiendo de mi enfermedad...” etc.
Yo: “Disculpame, me fui al carajo...” (yo siempre en modo texto)
Ella: “No, no, claro que me gustaría pero temo que no la pases bien por mi culpa. Hace mucho que no tengo relaciones...” (ella siempre en modo voz)
Yo: “No quiero presionarte a hacer algo que no estás segura”
Ella: “No me presionás...”
Y así seguimos un rato largo en el que parecía que se habían cambiado los roles: ella quería encamarse a toda costa y yo la cuidaba. Me repitió que por culpa de su salud no intimaba con nadie desde hacía más de dos años, que su doctora le había dado el alta y que su psicólogo le recomendaba reiniciar su vida social y etc, etc, etc, hasta que me manda una foto. En ella se la ve en el baño frente al espejo mandándome un beso e insinuando, aunque no se veía nada, su cuerpo desnudo o semi, al menos. Nunca tuvo una cara muy bella y esta vez no era la excepción, pero su nuevo peinado la favorecía mucho.
Yo también le mandé mi foto, una selfie donde salía muy borrosa y mal encuadrada mi cara con un jugado comentario que prometía que si ella se sacaba otra igual pero apuntando la cámara más abajo recibiría una sorpresa...
Un par de segundos después llegó: se veía su cuerpo desnudo desde el ombligo hasta los hombros, con unas hermosísimas tetas apenas tapadas por su brazo y grandes pezones marrones que se asomaban. Eran mucho más lindas de lo que me las imaginaba.
Comencé a ponerme al palo y no dudé: arrodillado, apoyé mi miembro semierecto sobre la mesa ratona y lo fotografié. Se la mandé.
“Mirá lo que tengo para tu amigo” me respondió en un texto y al terminar de cargar la foto que me envió la veo sentada sobre el borde de la bañera con las piernas abiertas separando con sus dedos los labios de su muy peluda concha descubriendo una jugosa y rosada vagina.
Ella: “¿Me invitás a cenar?
Yo: “Te invito a casa”
Ella: “Mmmm... Acepto (carita feliz)”
Yo: “Traete ropa para un par de días”
Ella: “ESTÁS LOCO??? Y tu pareja??? No cuentes conmigo para una fiesta...”
Yo: “Tranquila... Ella no estará por unos días. Ya te voy a contar”
Ella: “(muchos corazones)”
Le pasé la dirección, cambié las sábanas, ordené un poco el departamento, y cerca de las 11 me estaba tocando el timbre. Subió, le abrí la puerta, y casi me caigo de culo al verla: estaba infinitamente mejor que hace diez años, la edad, las dietas y el gimnasio –seguramente- habían hecho de ella una mujer para el infarto. Los colores de su vestido salmón escotado de amplias faldas, los claritos rubios y la piel bronceada combinaban a la perfección.
-- ¡Hermosa! –fue lo primero que me salió-
Ella, como tímida y temerosa, no se animaba a entrar, parada en el vano de la puerta estiraba el cuello para espiar por sobre mi cabeza tratando de encontrar algo que no había.
-- Pasá tranquila, mi mujer está de viaje. No vuelve hasta la semana que viene. Vamos, entrá...
Cerré la puerta y al girar sobre mí se me abalanzó propinándome un largo y ardiente beso en la boca.
-- Estoy acá por todo lo que puedas imaginarte, que no estás equivocado y hasta sospecho que te quedás corto, pero por sobre todo porque hablar con vos me dio mucha paz, me sentí muy contenida y al mismo tiempo desinhibida.
-- Jaja! –me reí-. Si, algo de tu “desinhibición” se notó en la foto que me mandaste.
-- Pero bastante más recatada y prudente que la tuya, bestia bruta!... jaja!!!
-- Bueno, bienvenida! Vení, acompañame –la invito a la cocina-. ¿Qué tenés ganas de comer? No pidas nada sofisticado: tengo para preparar algo de pollo, fiambres, verduras... –enumero revisando la heladera-
-- Nada, dejá... Creo que unos quesitos y ese vinito blanco van a estar bien.
-- Okey. Contame ese tema de la operación –le propongo para entrar en confianza mientras me dispongo a cortar unos quesos-.
Lo siguiente fue un monólogo: entre cirugía, trabajos, amantes, búsqueda de nuevo departamento, y otras cosas dediqué casi una hora a escucharla. Apenas pude, llevé la conversación hacia donde me (nos) realmente interesaba, y fui muy directo:
-- Nora, sabés por qué te invité...
-- Lo tengo clarísimo y estoy de acuerdo. Por eso estoy aquí. Sé que no voy a tener en vos un novio y ni siquiera algo duradero. También sabemos que desde hace mucho que esperamos esta situación y no sé por qué la evitamos, que se dé este momento, y no soy boluda, no lo voy a desaprovechar. Sólo que como te dije, hace tiempo que no estoy con nadie y te pido que respetes mis tiempos, solamente para que la pasemos lo mejor posible.
-- Es muy cierto, prometo cuidarte al máximo y amarte como nunca...
Arrimé entonces mis labios a los suyos y nos besamos con pasión mientras acariciaba su vientre y acercándome a sus pechos que inmediatamente irguieron sus pezones.
-- Vamos al dormitorio –la invité ofreciéndole una mano-
Al llegar intentó comenzar a quitarse la ropa...
-- No, no, dejame a mi... –le pedí-
La ubiqué de frente a las puertas espejadas del placard y me paré detrás de ella con las manos en su cintura besándole el cuello, que estiraba volcando la cabeza hacia un lado. La acaricié todo cuanto pude arrimando su culo a mi vientre haciéndole sentir la dureza de mi miembro. Desabroché las tiras de su vestido que pasaban por debajo de su nuca dejando caer la pechera, le quité el corpiño y observé por el espejo sus pechos desnudos escandalosamente bellos. Sus aréolas grandes, oscuras, me deleitaban con su reflejo en el espejo, sus pezones erectos y duros invitaban a pellizcarlos. Luego desaté las cintas que ajustaban el vestido a la cintura, el vestido se deslizó hasta el suelo y mientras mi mano hurgaba su vagina entre la vellosidad de su pubis por debajo de su bombacha, ella llevaba la suya a acariciar mi pene por sobre el pantalón.
-- Me das mucha paz... –me dijo otra vez y se volteó hacia mí arrodillándose de cara a mi bragueta-.
Lentamente, desabrochó mi cinturón, abrió el cierre, bajó mi pantalón hasta las rodillas y metiendo una mano dentro del slip tomó fuertemente mi miembro y comenzó a lamerlo, lenta, muy lentamente. Lo besaba y lamía hasta finalmente introducirlo en la boca... Sentí como su lengua lo comprimía contra el paladar. Con sus labios hacía ventosa mientras movía la cabeza hacia atrás y adelante succionando con pasión. Mi nivel de excitación era tal que la tomé por la nuca y la empujé con fuerza hacia mí, al punto de provocarle una arcada. No se quejó, pero pensé “vamos más despacio...”.
Entonces la aparté, volví a ponerla de espaldas a mí y empujándole suavemente sus hombros hacia la mesa de luz apoyó allí sus manos. Le bajé la bombacha y arrimé mi glande a su húmeda vagina, separó apenas sus piernas para permitirme un mejor acceso al tiempo que se acariciaba el clítoris. Unos leves contorneos de su cintura denotaban un alto grado de excitación. Sin más, se acostó en la cama, abrió sus piernas, enmarcó ofreciéndome su concha con las manos y me pidió:
-- Penetrame...
Primero le lamí la concha, fundamentalmente la región clitoriana, mientras con dos dedos penetraba su vagina buscando el punto mayor excitación. Evidentemente lo encontré porque sus gemidos y pequeñas convulsiones lo demostraban. Intenté también incursionar en el ano, pero se negaba presionando los glúteos. Luego, de pie entre sus piernas, me coloqué un forro y sosteniéndole los muslos le introduje lentamente mi pene en la vagina, muy lentamente, hasta el final. Comencé a bombear...
-- Despacio, por favor... –suplicó-.
Comencé muy lentamente aunque aumentando el ritmo. Su concha empapada de jugos vaginales levantaba temperatura y lo sentía en mi pija. Ella con una mano acariciaba sus pechos y con la otra se masajeaba el clítoris. Sacudía la cabeza de un lado a otro al mismo tiempo que gemía con pasión. Luego los gemidos pasaron a gritos de profundo placer y un fuerte “Ahhhhh!!!” acompañó a su orgasmo. Seguí bombeando, esta vez más lentamente para demorar el mío. Le vino a ella una sucesión de mini-orgasmos hasta que sentí que era mi turno. Me quité el condón, se la saqué y apoyándole el glande en el pubis le pedí que me masturbara. Así lo hizo, con frenesí y gozo, hasta que una sucesión de calientes chorros de espeso semen se derramaron sobre su vientre.
-- Te amo –me dijo en un cansado susurro-.
-- ¡Qué bien cogés! –quise sacarla de tema-.
-- ¡Malvado! Vos también sabés hacerlo muy bien...
Tras un breve descanso fuimos a higienizarnos y luego nos sentamos en el living, desnudos, con buena música, a tomar unos tragos y reponer energías.
-- ¿En serio te gustó tanto? –preguntó-
-- Si, en serio.
-- ¡Qué halago! Pero te gustaría algo más, ¿no? –obviamente se refería a un anal-.
-- Si, claro, pero prometí cuidarte y respetarte, así que...
-- Nada –interrumpió-. Esta noche lo hago debutar con vos.
Se me iluminaron los ojos.
-- ¿Estás segura? No quisiera que por eso se nos pudra la noche –fui clemente-.
-- Estoy segura, sé que con vos va a ser placentero y natural.
-- Fantástico. Tengo alguna crema que va a ayudar.
Me levanté para ir a buscar los Prime y el tubo de gel para mostrarle de qué se trataba.
-- Bárbaro, estoy dispuesta.
-- Antes terminemos las copas –y le dí un beso-.
Haciendo caso omiso a mi pedido, mientras yo me deleitaba avanzando con mi vaso de J&B, ella me deleitaba comenzando a masturbarme, aumentando la pasión a medida que el miembro iba creciendo. Continuó con una felatio y cuando ya la tenía erecta a pleno se acomodó en posición de perrito sobre el sillón, ofreciéndome un hermoso culo. Un ano púrpura apenas sembrado de pelitos y perfectamente cerrado. Inmediatamente me puse el “gorro” y la penetré vaginalmente al mismo tiempo que acariciaba su esfínter untándolo con gel. Me ofreció una hermosa sonrisa de placer abriéndome las puertas a calmar mis deseos.
Unté también mis dedos e introduje primero uno, muy suavemente en su estrechísimo agujero. Con mi otra mano le deba suaves palmadas en las nalgas a modo de relajar sus músculos. Cuando pude y la dilatación lo permitía, introduje un segundo y luego un tercer dedo. Un poco más de gel y repetí. Sus gemidos parecían los de un perrito agitado y me excitaban cada vez más, hasta que finalmente noté que podía introducir mi miembro sin mayores molestias para ella.
-- Dámela... –rogó-.
Apoyé el glande en la puerta de su ano y ella con sus manos abría sus cantos para facilitar la tarea. Lo difícil fue hacer entrar la cabeza, le dolió un poco y lo expresó con una leve queja, sin embargo me pidió que no me detenga...
Un poco más de fuerza y la cabeza ya estaba adentro...
-- Ahhhhhhhhh! –fue su respuesta, un largo grito que quiso disimular mordiendo un almohadón-.
Con la punta adentro el resto no tuvo mayores complicaciones, menos aún habiendo embadurnado todo el cuerpo cavernoso con gel. Una vez habiendo introducido todo comencé a bombear suavemente mientras ella, sin separar los dientes del almohadón, acariciaba su vulva. Estuvimos así algunos minutos, hasta que la saqué y coloqué a ella recostada boca arriba en el sillón, su cabeza apoyada en el respaldo, su espalda en el asiento y yo de rodillas frente a ella con sus tobillos en mis hombros. Un poco más, apenas, de gel, y volví a penetrarla por el ano. Le ofrecí el tubo de gel, cilíndrico, para que masturbe su concha y no dudó en hacerlo.
Al rato acabamos juntos, ella dejando un pequeño charco de jugos sobre el parquet y yo, dentro de su culo, con un montón de semen contenido en el látex.
-- ¡Me encantó! –reconoció con voz entrecortada y agitada-.
A esto le siguió una ducha juntos acompañada de muchas caricias erotizantes entre agua tibia y jabón, una buena copa para dar fin a la noche y nos fuimos desnudos a dormir abrazados.
Horas después me despertó acariciándome y besándome los huevos. Un poco más de sexo liviano y más tarde nos despedimos:
-- Me encantaría repetir –finalizó-. Pero no te voy a llamar ni a mensajear, lo último que quiero es que tengas algún despelote con tu pareja, así que te pido que cuando puedas me lo pidas, yo voy a estar disponible.
-- Okey, gracias, sos de fierro.
-- No hablemos de fierro que me dan gana de empezar de nuevo... jaja!
Se acercaba la Navidad 2016.
Mi actual pareja tiene familia en Córdoba y como es habitual me propone pasar las Navidades allá y de paso tomarnos unos días de descanso. A veces acepto, pero este año me era imposible por cuestiones laborales. Así que le propuse que no perdiera la oportunidad y vaya ella. Así fue que me dejó solo durante una semana.
El sábado muy temprano, con una lluvia infernal, la llevé al Aeroparque, nos despedimos y tras asegurarme que el vuelo había despegado comencé a planear mis minivacaciones en soltería.
Al volver a casa pensé en un plan a corto plazo. Recordé a Nora, una ex compañera de laburo con quien siempre hubo buena onda y más ganas pero nunca la cosa pasó a mayores, fundamentalmente porque ella quería un novio en serio y yo solamente quería cogerla, nada más. Siempre me pareció que estaba medio “tocada”, que no tenía todos los patitos en fila, pero estaba muy buena. Tenía unos diez años menos que yo, hacía cerca de una década que casi no teníamos contacto, pero por entonces estaba recogible... ¿ahora sería lo mismo?. Para sacarme la duda recurro a un sintético mensaje de whatsapp: “Hola, estás aún?”. Lo envié y volví a la cama a dormir otro rato.
Unas horas después, al despertarme veo que no hay respuesta. Insisto: “Bueno, veo que finalmente encontraste tu príncipe azul” le mandé. Me dí una ducha, me vestí y salí a hacer algunas compras. La libertad que me daba no tener cerca a la más estricta controladora de alcoholemia hogareña permitió que lo primero que hiciera fuera comprar una reserva de dos botellas de J&B, estimándolas suficientes para esa semana, además de algunas cosas para preparar comida y alguna otra huevada para tener la heladera nutrida durante esos días.
A las ocho había fútbol, así que me acomodé en el sillón frente a la tele junto a mi J&B a ver el partido. Final del primer tiempo: segundo whisky en el vaso y el celular mudo. Fui a mear, un caudaloso e interminable chorro ámbar agitaba las quietas aguas del inodoro cuando escucho el “ding-dong” del celular que me avisaba de la entrada de un whatsapp. Como estaba por la mitad de mi trámite no podía suspenderlo, entró otro y otro y otro aviso. Comenzaba a esperanzarme.
No recuerdo textualmente qué decían los mensajes, de Nora obviamente y que también obviamente luego borré, pero me contaba que no había novio ni por asomo, que no había respondido antes por un problema con la batería de su celular y me preguntaba si los mensajes eran para ella o me había equivocado... Los mensajes que se sucedieron fueron más o menos así:
Yo: “No me equivoqué, eran para vos”
Ella: “Ah, bueno, entonces sí, estoy”
Siguió ella con una sarta de mensajes donde hablaba (escribía) de sus ganas de mudarse pero que tuvo que posponer por un problema bastante grave de salud ya medianamente superado, recordaba la apuesta perdida y que me debía una cena con champagne (yo no me acuerdo del por qué), me preguntaba por mis hijos, y unas cuantas cosas más sin demasiada importancia. Cuando pude, ataqué:
Yo: “Te escribí porque aún te deseo y quiero hacerte el amor”
Pensé que no respondería nunca más o que me iba a mandar a la mierda; pero no, siguió adelante esta vez con mensajes de voz:
Ella: “Gracias Juan, es un halago, pero me estoy reponiendo de mi enfermedad...” etc.
Yo: “Disculpame, me fui al carajo...” (yo siempre en modo texto)
Ella: “No, no, claro que me gustaría pero temo que no la pases bien por mi culpa. Hace mucho que no tengo relaciones...” (ella siempre en modo voz)
Yo: “No quiero presionarte a hacer algo que no estás segura”
Ella: “No me presionás...”
Y así seguimos un rato largo en el que parecía que se habían cambiado los roles: ella quería encamarse a toda costa y yo la cuidaba. Me repitió que por culpa de su salud no intimaba con nadie desde hacía más de dos años, que su doctora le había dado el alta y que su psicólogo le recomendaba reiniciar su vida social y etc, etc, etc, hasta que me manda una foto. En ella se la ve en el baño frente al espejo mandándome un beso e insinuando, aunque no se veía nada, su cuerpo desnudo o semi, al menos. Nunca tuvo una cara muy bella y esta vez no era la excepción, pero su nuevo peinado la favorecía mucho.
Yo también le mandé mi foto, una selfie donde salía muy borrosa y mal encuadrada mi cara con un jugado comentario que prometía que si ella se sacaba otra igual pero apuntando la cámara más abajo recibiría una sorpresa...
Un par de segundos después llegó: se veía su cuerpo desnudo desde el ombligo hasta los hombros, con unas hermosísimas tetas apenas tapadas por su brazo y grandes pezones marrones que se asomaban. Eran mucho más lindas de lo que me las imaginaba.
Comencé a ponerme al palo y no dudé: arrodillado, apoyé mi miembro semierecto sobre la mesa ratona y lo fotografié. Se la mandé.
“Mirá lo que tengo para tu amigo” me respondió en un texto y al terminar de cargar la foto que me envió la veo sentada sobre el borde de la bañera con las piernas abiertas separando con sus dedos los labios de su muy peluda concha descubriendo una jugosa y rosada vagina.
Ella: “¿Me invitás a cenar?
Yo: “Te invito a casa”
Ella: “Mmmm... Acepto (carita feliz)”
Yo: “Traete ropa para un par de días”
Ella: “ESTÁS LOCO??? Y tu pareja??? No cuentes conmigo para una fiesta...”
Yo: “Tranquila... Ella no estará por unos días. Ya te voy a contar”
Ella: “(muchos corazones)”
Le pasé la dirección, cambié las sábanas, ordené un poco el departamento, y cerca de las 11 me estaba tocando el timbre. Subió, le abrí la puerta, y casi me caigo de culo al verla: estaba infinitamente mejor que hace diez años, la edad, las dietas y el gimnasio –seguramente- habían hecho de ella una mujer para el infarto. Los colores de su vestido salmón escotado de amplias faldas, los claritos rubios y la piel bronceada combinaban a la perfección.
-- ¡Hermosa! –fue lo primero que me salió-
Ella, como tímida y temerosa, no se animaba a entrar, parada en el vano de la puerta estiraba el cuello para espiar por sobre mi cabeza tratando de encontrar algo que no había.
-- Pasá tranquila, mi mujer está de viaje. No vuelve hasta la semana que viene. Vamos, entrá...
Cerré la puerta y al girar sobre mí se me abalanzó propinándome un largo y ardiente beso en la boca.
-- Estoy acá por todo lo que puedas imaginarte, que no estás equivocado y hasta sospecho que te quedás corto, pero por sobre todo porque hablar con vos me dio mucha paz, me sentí muy contenida y al mismo tiempo desinhibida.
-- Jaja! –me reí-. Si, algo de tu “desinhibición” se notó en la foto que me mandaste.
-- Pero bastante más recatada y prudente que la tuya, bestia bruta!... jaja!!!
-- Bueno, bienvenida! Vení, acompañame –la invito a la cocina-. ¿Qué tenés ganas de comer? No pidas nada sofisticado: tengo para preparar algo de pollo, fiambres, verduras... –enumero revisando la heladera-
-- Nada, dejá... Creo que unos quesitos y ese vinito blanco van a estar bien.
-- Okey. Contame ese tema de la operación –le propongo para entrar en confianza mientras me dispongo a cortar unos quesos-.
Lo siguiente fue un monólogo: entre cirugía, trabajos, amantes, búsqueda de nuevo departamento, y otras cosas dediqué casi una hora a escucharla. Apenas pude, llevé la conversación hacia donde me (nos) realmente interesaba, y fui muy directo:
-- Nora, sabés por qué te invité...
-- Lo tengo clarísimo y estoy de acuerdo. Por eso estoy aquí. Sé que no voy a tener en vos un novio y ni siquiera algo duradero. También sabemos que desde hace mucho que esperamos esta situación y no sé por qué la evitamos, que se dé este momento, y no soy boluda, no lo voy a desaprovechar. Sólo que como te dije, hace tiempo que no estoy con nadie y te pido que respetes mis tiempos, solamente para que la pasemos lo mejor posible.
-- Es muy cierto, prometo cuidarte al máximo y amarte como nunca...
Arrimé entonces mis labios a los suyos y nos besamos con pasión mientras acariciaba su vientre y acercándome a sus pechos que inmediatamente irguieron sus pezones.
-- Vamos al dormitorio –la invité ofreciéndole una mano-
Al llegar intentó comenzar a quitarse la ropa...
-- No, no, dejame a mi... –le pedí-
La ubiqué de frente a las puertas espejadas del placard y me paré detrás de ella con las manos en su cintura besándole el cuello, que estiraba volcando la cabeza hacia un lado. La acaricié todo cuanto pude arrimando su culo a mi vientre haciéndole sentir la dureza de mi miembro. Desabroché las tiras de su vestido que pasaban por debajo de su nuca dejando caer la pechera, le quité el corpiño y observé por el espejo sus pechos desnudos escandalosamente bellos. Sus aréolas grandes, oscuras, me deleitaban con su reflejo en el espejo, sus pezones erectos y duros invitaban a pellizcarlos. Luego desaté las cintas que ajustaban el vestido a la cintura, el vestido se deslizó hasta el suelo y mientras mi mano hurgaba su vagina entre la vellosidad de su pubis por debajo de su bombacha, ella llevaba la suya a acariciar mi pene por sobre el pantalón.
-- Me das mucha paz... –me dijo otra vez y se volteó hacia mí arrodillándose de cara a mi bragueta-.
Lentamente, desabrochó mi cinturón, abrió el cierre, bajó mi pantalón hasta las rodillas y metiendo una mano dentro del slip tomó fuertemente mi miembro y comenzó a lamerlo, lenta, muy lentamente. Lo besaba y lamía hasta finalmente introducirlo en la boca... Sentí como su lengua lo comprimía contra el paladar. Con sus labios hacía ventosa mientras movía la cabeza hacia atrás y adelante succionando con pasión. Mi nivel de excitación era tal que la tomé por la nuca y la empujé con fuerza hacia mí, al punto de provocarle una arcada. No se quejó, pero pensé “vamos más despacio...”.
Entonces la aparté, volví a ponerla de espaldas a mí y empujándole suavemente sus hombros hacia la mesa de luz apoyó allí sus manos. Le bajé la bombacha y arrimé mi glande a su húmeda vagina, separó apenas sus piernas para permitirme un mejor acceso al tiempo que se acariciaba el clítoris. Unos leves contorneos de su cintura denotaban un alto grado de excitación. Sin más, se acostó en la cama, abrió sus piernas, enmarcó ofreciéndome su concha con las manos y me pidió:
-- Penetrame...
Primero le lamí la concha, fundamentalmente la región clitoriana, mientras con dos dedos penetraba su vagina buscando el punto mayor excitación. Evidentemente lo encontré porque sus gemidos y pequeñas convulsiones lo demostraban. Intenté también incursionar en el ano, pero se negaba presionando los glúteos. Luego, de pie entre sus piernas, me coloqué un forro y sosteniéndole los muslos le introduje lentamente mi pene en la vagina, muy lentamente, hasta el final. Comencé a bombear...
-- Despacio, por favor... –suplicó-.
Comencé muy lentamente aunque aumentando el ritmo. Su concha empapada de jugos vaginales levantaba temperatura y lo sentía en mi pija. Ella con una mano acariciaba sus pechos y con la otra se masajeaba el clítoris. Sacudía la cabeza de un lado a otro al mismo tiempo que gemía con pasión. Luego los gemidos pasaron a gritos de profundo placer y un fuerte “Ahhhhh!!!” acompañó a su orgasmo. Seguí bombeando, esta vez más lentamente para demorar el mío. Le vino a ella una sucesión de mini-orgasmos hasta que sentí que era mi turno. Me quité el condón, se la saqué y apoyándole el glande en el pubis le pedí que me masturbara. Así lo hizo, con frenesí y gozo, hasta que una sucesión de calientes chorros de espeso semen se derramaron sobre su vientre.
-- Te amo –me dijo en un cansado susurro-.
-- ¡Qué bien cogés! –quise sacarla de tema-.
-- ¡Malvado! Vos también sabés hacerlo muy bien...
Tras un breve descanso fuimos a higienizarnos y luego nos sentamos en el living, desnudos, con buena música, a tomar unos tragos y reponer energías.
-- ¿En serio te gustó tanto? –preguntó-
-- Si, en serio.
-- ¡Qué halago! Pero te gustaría algo más, ¿no? –obviamente se refería a un anal-.
-- Si, claro, pero prometí cuidarte y respetarte, así que...
-- Nada –interrumpió-. Esta noche lo hago debutar con vos.
Se me iluminaron los ojos.
-- ¿Estás segura? No quisiera que por eso se nos pudra la noche –fui clemente-.
-- Estoy segura, sé que con vos va a ser placentero y natural.
-- Fantástico. Tengo alguna crema que va a ayudar.
Me levanté para ir a buscar los Prime y el tubo de gel para mostrarle de qué se trataba.
-- Bárbaro, estoy dispuesta.
-- Antes terminemos las copas –y le dí un beso-.
Haciendo caso omiso a mi pedido, mientras yo me deleitaba avanzando con mi vaso de J&B, ella me deleitaba comenzando a masturbarme, aumentando la pasión a medida que el miembro iba creciendo. Continuó con una felatio y cuando ya la tenía erecta a pleno se acomodó en posición de perrito sobre el sillón, ofreciéndome un hermoso culo. Un ano púrpura apenas sembrado de pelitos y perfectamente cerrado. Inmediatamente me puse el “gorro” y la penetré vaginalmente al mismo tiempo que acariciaba su esfínter untándolo con gel. Me ofreció una hermosa sonrisa de placer abriéndome las puertas a calmar mis deseos.
Unté también mis dedos e introduje primero uno, muy suavemente en su estrechísimo agujero. Con mi otra mano le deba suaves palmadas en las nalgas a modo de relajar sus músculos. Cuando pude y la dilatación lo permitía, introduje un segundo y luego un tercer dedo. Un poco más de gel y repetí. Sus gemidos parecían los de un perrito agitado y me excitaban cada vez más, hasta que finalmente noté que podía introducir mi miembro sin mayores molestias para ella.
-- Dámela... –rogó-.
Apoyé el glande en la puerta de su ano y ella con sus manos abría sus cantos para facilitar la tarea. Lo difícil fue hacer entrar la cabeza, le dolió un poco y lo expresó con una leve queja, sin embargo me pidió que no me detenga...
Un poco más de fuerza y la cabeza ya estaba adentro...
-- Ahhhhhhhhh! –fue su respuesta, un largo grito que quiso disimular mordiendo un almohadón-.
Con la punta adentro el resto no tuvo mayores complicaciones, menos aún habiendo embadurnado todo el cuerpo cavernoso con gel. Una vez habiendo introducido todo comencé a bombear suavemente mientras ella, sin separar los dientes del almohadón, acariciaba su vulva. Estuvimos así algunos minutos, hasta que la saqué y coloqué a ella recostada boca arriba en el sillón, su cabeza apoyada en el respaldo, su espalda en el asiento y yo de rodillas frente a ella con sus tobillos en mis hombros. Un poco más, apenas, de gel, y volví a penetrarla por el ano. Le ofrecí el tubo de gel, cilíndrico, para que masturbe su concha y no dudó en hacerlo.
Al rato acabamos juntos, ella dejando un pequeño charco de jugos sobre el parquet y yo, dentro de su culo, con un montón de semen contenido en el látex.
-- ¡Me encantó! –reconoció con voz entrecortada y agitada-.
A esto le siguió una ducha juntos acompañada de muchas caricias erotizantes entre agua tibia y jabón, una buena copa para dar fin a la noche y nos fuimos desnudos a dormir abrazados.
Horas después me despertó acariciándome y besándome los huevos. Un poco más de sexo liviano y más tarde nos despedimos:
-- Me encantaría repetir –finalizó-. Pero no te voy a llamar ni a mensajear, lo último que quiero es que tengas algún despelote con tu pareja, así que te pido que cuando puedas me lo pidas, yo voy a estar disponible.
-- Okey, gracias, sos de fierro.
-- No hablemos de fierro que me dan gana de empezar de nuevo... jaja!
2 comentarios - Historias Reales - Cap. XXIX
muy buen comienzo del nuevo año .