Hola! gracias de verdad, me encantan sus comentarios!.
les dejo la continuación.
Volví sintiéndome sumamente excitada por todo lo visto. Era como si la imagen de esa mujer siendo follada por los hombres hubiera disparado en mí unas alborotadas hormonas que me hacían desear una verga de inmediato, algo de verdad grande que se hundiera en mi mojada concha. ¡Dios! Me molestaba pensar así. ¿Qué me estaba ocurriendo? ¿Por qué este viaje estaba cambiándome tanto? No lo podía comprender del todo.
Llegué rápidamente al barco y fui al camarote de mi papá, desesperada por contarle de una vez sobre esa mujer. Entré y vi que estaba durmiendo sobre su cama, feliz y sobre todo, desnudo y con la polla flácida descansando tranquilamente sobre su muslo. Tragué saliva y de inmediato me recorrió un delicioso escalofrío que me hizo sentir las impropias ganas de cometer travesuras. Mi conchita todavía estaba mojada, y ansiaba un pene. De verdad lo ansiaba.
Así pues, intentando contenerme e ignorando el delicioso trozo de carne que estaba allí, me senté al lado de papá y le desperté.
—Papito.
—¿Qué pasa? ¡ah! Perdón, hija. —Se cubrió la pija con una almohada —¿qué pasa?
—Bu-bueno…
—¿Estás bien? Estás toda sudada.
—Sí… yo sólo… quería decirte que vi a alguien más en la isla.
—¿Lo dices de verdad? Ven, cuéntamelo.
Apreté las piernas. Mi clítoris palpitaba. Tragué saliva.
—Puedo… ¿acostarme?
—¿Ah…? Sí, claro. Pero estoy desnudo.
—No… no importa.
Nerviosa, me acosté. Papá se quitó la almohada y su pene ya había ganado un poco de tamaño. Decidí ignorarlo y me recosté contra él y jugando con los vellitos de su pecho. Le conté entonces sobre la mujer y de cómo a esta se la habían estado cogiendo esos hombres, de las cosas que hicieron con ella y de cómo yo lo había visto todo. Le dije que la aldea no estaba muy lejos y que podríamos ir a hacerles una visita si queríamos.
—Mmm. Entonces… creo que lo más prudente será ir a ver a esa mujer. Por como la describes, parece que es alguna clase de reportera.
—Sí, exacto.
—Está bien. Gracias por contarlo. Es importante —me dio un besito en la frente —. Bueno trabajo, hija.
Al sentir sus labios sobre mi piel, me invadió una ternura increíble. Una ternura propia de una hija que adora a su padre, y yo le respondí con un besito en la comisura de su boca. A él también pareció gustarle el gesto, porque de inmediato me regresó el beso, pero esta vez en la nariz. Yo me reí y me estiré para ponerme más cómoda. El pene de papá ganó tamaño y se puso semierecto.
—Uy… perdón hija.
—No… no importa. Está bien. Soy una mujer y tú un hombre. Es normal que se te pare.
—sí, pero eres mi hija y no debería ser así.
—Ah… bueno, pero que sea tu hija no quita el hecho de que sea una chica joven y bonita ¿verdad?
—Pues sí que eres muy bonita.
—Está bien entonces ¿vale? —en ese momento estaba a mil, y al parecer a mi papá le gustó que yo me pusiera en ese plan coqueto, y a su pene también porque respondió de buena manera y ganó un poco más de tamaño. Papá se lo tocó con las manos y comenzó a masturbarse lentamente —¿Se siente rico hacer eso, papi?
—Sí… ¿tú te masturbas?
Sería hipócrita, llegados a este punto, tener secretos.
—Pues sí… pero no seguido.
—Seguro ese coñito ha mejorado su sensibilidad.
Me reí y me quedé mirando cómo mi propio padre se la jalaba frente a mí. Al principio lo hizo lento, luego más rápido. El glande enrojeció. La piel cubría la punta y se deslizaba hacia atrás con suma facilidad. Tanto presenciar ese espectáculo hizo que se me hiciera agua la vagina. ¡Dios! Qué delicia.
Y entonces, como una pequeña curiosa, deslicé la mano del pecho de mi papá y la bajé hasta, tímidamente, tomar su miembro con mi mano. El pene palpitaba y estaba caliente. Padre dejó de jalársela y disfrutó con la sensación de mi mano rodeándole su virilidad.
—Ah… qué suave —dijo él.
Me reí y mirándole a los ojos, empecé a masturbarlo despacio, excitada y sorprendida de la dureza de esa verga, el grosor, el largo, la textura de las venas deliciosa que llevaban sangre caliente. Bajé un poco más, traviesa, a sus huevos metidos en ese saco lampiño, porque papá se rasuraba todo el paquete y era una delicia visual para todas las mujeres.
—Daniela… no debería… pedirte esto pero… ¿quieres mamar mi pija un poco?
Me sonrojé en extremo.
—Yo… sí.
—Entonces, adelante, cariño.
¡Al fin! Ya no iba a ser una simple niñita. Iba a convertirme en la mujer de papá. Quería hacerlo. De verdad necesitaba tener una tranca en mi boca, y sin perder tiempo, me acomodé entre sus piernas. Levanté su pene y saqué la lengua para deslizarla primero por sus testículos grandes y pesados. Nada más notar el calor en mis papilas gustativas, el cerebro me envió una explícita orden femenina de cumplir con mi labor, y sin prisas, sin atender a nada más, hundí el pene hasta el fondo de mi garganta.
Claramente con el tamaño fue difícil. No pude mamar, simplemente tenerla dentro de mí, en el primero de mis agujeros. Pero era una sensación rica tener algo que me llenara la boca por completo. No perdí más tiempo ni nada más, así que opté por deslizar la lengua lentamente a lo largo de ese falo carnoso.
Papá gimió. Era un gemido que yo le había sacado con mis propios medios, y me excité todavía más. ¡Le estaba chupando la verga a él! ¡Al hombre que me dio la vida! ¡Le brindaba un placer muy grande! ¿qué mejor para una hija? Así pues, llevada por esa mentalidad, me acosté mejor y durante un buen rato mantuve el pene en mis labios, dándole todas las atenciones posibles, lamiéndolo con rapidez, como una puta, pero luego con la ternura de una chica inocente que prueba por primera vez una pija de ese tamaño. La mantenía en mi boca, cerraba los ojos y dejaba que todo me cupiera. Mientras tanto, mi concha que estaba humedecida, tuve que tocármela para darle mejores atenciones.
En ese instante sentí la descarga de semen en mi boca.¡Era la lechita de papá! ¡Qué rica que estaba! Caliente, líquida, no muy espesa y me llenó toda la garganta en ese momento, resbalando como un néctar caliente, bebiendo del mismo líquido que años atrás me había dado la vida.
Me separé. La polla estaba perdiendo tamaño, pero continuaba gruesa, empapada con mi saliva. Mi padre sudaba y tenía la cara llena de rubor porque estaba sonrojado por lo ocurrido. Yo sentía todavía los rastros de esperma en mi boca, así que me los limpié con la lengua, y me empecé a reír. Eso le contagió a él, y de inmediato me tiré encima de su fuerte cuerpo y lo llené de besos en el pecho, las mejillas y finalmente, los labios. Su lengua me tocó con timidez y yo respondí con una fuerte dosis de pasión, saboreando la saliva, notando como su verga, al poco rato, comenzaba a ganar fuerza y amenazaba con entrar dentro de mi coño apretado.
—Creo que debemos parar, hija. No sé qué más pueda ocurrir.
—Pero yo quiero que me la metas…
—Pero…
—Anda, estoy muy caliente. No lo soporto. Quiero tenerla adentro, quiero unirme a ti de verdad…
—Está bien.
Me tomó de las caderas. Yo me moví de tal forma que atrapó mis tetitas con sus labios y mordió mis pezones con una delicadeza propia de un padre emocionado por el encuentro. El pene ya palpitaba y amenazaba con dirigirse a mi interior. Levanté el culo para prepararme para ser ensartada. El miembro se empezó a abrir paso por mis labios vaginales… y en ese momento llamaron a la puerta.
— ¡Hay gente! ¡Hay gente! ¡Vengan a ver!
—Maldición —murmuró Leandro, y rápidamente se vistió. Yo me había quedado con las ganas de verga… pero no pude hacer nada más. Si se trataba de esa fotógrafa, más me valía dejar a un lado la cachondez y concentrarme en buscar la manera de sobrevivir y salir de la isla.
Me vestí y salí del camarote de mi padre. Mara nos vio y frunció las cejas. No tuvo que ser una genio para darse cuenta de lo que había sucedido, y sonrió después con complicidad.
Luego fuimos a la playa. Todavía era de noche y la luna brillaba hermosa en un cielo sin nubes. Allí habían al menos una doce personas, con antorchas encendidas flameando a la brisa marina. En frente de ellos, con los brazos en jarras y vestida con un bonito traje de telas, hojas y una corona de flores, estaba la mujer.
—Me llamo Bárbara ¿qué hacen ustedes aquí? —preguntó de mal humor.
Papá se adelantó a presentarnos.
—Nos perdimos. Estas son mis hijas: Mara y Daniela. Yo soy Leandro. Encallamos y hemos estado aquí durante muchos días.
—Mmm… ciertamente su bote se fue a la mierda.
La mujer tendió una mano a mi padre. Mientras se saludaban e intercambiaban palabras, vi que los hombres que la rodeaban eran los mismos que la habían cogido, entre otros, e incluso la misma muchachita que había mamado a gusto estaba allí, vistiendo unas cortas faldas tribales y con una minúscula prenda cubriéndole los pechos.
—Nos encantaría —exclamó papá.
—¿Qué cosa? —le pregunté.
—Bárbara dice que podemos ir con ella a la aldea de estas personas para estar más cómodos.
—Ah, pues qué bien —soltó Mara, que iba sin sujetador. Sus bonitas tetitas se movieron felices cuando brincó.
—Vamos, es por aquí. Es peligroso cruzar la selva de noche, pero estarán más seguros y calientitos que aquí en la playa. Por la mañana vendremos a ver su bote.
Total que recogimos unas cuantas cosas en nuestras mochilas.. Mara se puso una blusita sin mangas para el frío, aunque de mala gana porque la nudista se negaba a vestirse y a romper con el aire natural de la isla. Con Bárbara encabezando la fila y las otras personas protegiéndonos, caminamos selva adentro y después de una media hora llegamos al fin a la pequeña aldea.
La fogata todavía estaba encendida pero la fiesta se había acabado. Algunos hombres, ancianos y niños salieron a recibirnos con caras de confusión y sonrisas apenadas. Las mujeres iban sin nada que les cubriera los senos, al menos la mayoría.
—¿Qué lugar es este? —preguntó Mara, quitándose la blusita y exponiendo sus ricos pechos.
—Soy fotógrafa. Me enviaron en una misión para investigar a estas personas. Llevo aquí como un mes —contestó la mujer, guiándonos a una casa. La más grande de la aldea, hecha de piedras, palos y hojas. Era elegante en cierto sentido.
Allí estaba un hombre barbudo, de unos cincuenta años quizá. La fotógrafa que hablaba su idioma nos presentó como sus invitados. Intercambiaron más palabras y entonces el jefe de la aldea sonrió y nos saludó con un casi perfecto español.
—Ser bienvenidos. Divertirse y comer.
—Gracias —dijo papá.
El hombre miró a Mara sin descaro. Mi hermanastra se sonrojó.
—¿Qué me mira?
—Le gustan tus pechos —dijo Bárbara con una sonrisa socarrona.
—Ah… gracias.
—Aquí se valora mucho el cuerpo femenino. No deberían de sentirse avergonzadas por mostrarse.
—Mi hijastra es nudista de corazón.
Feliz por eso, Mara se quitó sus shorts y quedó desnuda ante el jefe de la aldea. Encogió las piernitas para tapar su conchita.
—Nosotros les cuidaremos. Ir a dormir.
—Vamos. Es por aquí —dijo Bárbara, llevándonos a todos hasta una casa lo suficientemente grande para todos.
Dentro habían algunas camas con suaves sábanas, aunque viejas. Mara explicó que los aldeanos intercambiaban esta clase de “lujos” con los exploradores que venían aquí, a cambio de un poco de comida o piedras preciosas. Como la isla estaba protegida por el Gobierno, nadie les tocaba un pelo a estas personas y vivían felices.
—Entonces ¿podremos salir cuanto antes? —pregunté feliz.
—El barco que viene a recogerme estará en el muelle dentro de un mes. Lo siento. Estamos incomunicados.
—Pero ¿no tienes radio o algo así?
—Sí… tenía todo eso, pero se lo comió un caimán y me quedé sólo con mi cámara y unas cuantas cosas nada más.
—Al menos ya no estaremos solos —dijo papá, optimista.
—Es cierto, y debo decir que me complace tener a gente de afuera aquí. Comenzaba a extrañar la civilización. Llevo semanas acá. No se preocupen. Salvo algunas… raras costumbres, se adaptarán rápido.
—¿Qué costumbres?
—Nada peligroso. Tranquilos. Estas personas son muy alegres. Bueno, mañana les veré. Duerman bien… y Leandro, venga. Quiero hablar con usted a solas.
—Claro. Vuelvo, chicas.
Papá se fue con la mujerona, y nosotras nos quedamos acostaditas en la cama, mirando al techo. Sólo nos alumbraba una antorcha.
—Este sitio es raro —dijo Mara —, y por alguna razón, me siento cachonda.
—Sí. Estás en tu ambiente.
—Mañana me la pasaré desnuda. Es más, me mantendré sin ropa durante tooodo el mes que nos queda.
—Está bien… ahora duérmete. Mañana será un bonito día.
—Claro…
Sin poder decirle nada, Mara me abrazó cariñosamente. Me untó sus tetitas en el cuerpo, pero yo la dejé estar. La muy cabrona me había mamado la conchita, había hecho que me corriera en su boca, descubriendo que yo era una squirter, así que… le estaba tomando cariño.
¿Qué costumbres serán esas de las que habló Bárbara?
No muy lejos de la casa de las chicas, mientras Mara y Daniela se dormían, el miembro erecto de papá Leandro se enterró suavemente en la apretujada vagina de Bárbara. La mujer, que mantenía los muslos separados y se acariciaba los voluptuosos senos, sonrió al sentir la verga raspándole el clítoris y adentrándose todo en su cuerpo. El hombre le había gustado desde que lo vio y ahora que él bombeaba feliz, ella supo que su suerte había mejorado mucho. Ya estaba cansada de penes gigantes. Quería algo a su medida, algo que le produjera más placer que dolor.
Se mordió las tetas, succionó de sus pezones rosados mientras Leandro seguía taladrando dentro de ella a un ritmo frenético.
—Ah… qué apretada estás, mujer.
—Así me gusta. Ah… sigue así. No de detengas, por favor…
Bárbara se relamía los labios y se tocaba el hinchado clítoris para aumentar las sensaciones de embestidas masculinas que le hacían gemir y sacudirse. Las carnes de su cuerpo vibraban de placer. El sudor le resbalaba delicioso por entre los senos.
Leandro apretaba la quijada, todavía incrédulo ante lo que estaba haciendo. Todo había sucedido rápido. Nada más entrar a la casa, la fotógrafa se había lanzado a sus labios, y con besos sugerentes había descendido por el cuerpo del papá de las chicas, le había sacado el miembro y sin rechistar, se lo había metido a la boca, completito hasta el tronco. Desde ese momento las cosas cambiaron.
Bárbara quería mamar verga, así que se apresuró a lanzarse encima de Leandro, que tuvo que sacar su pene. Ella se le enredó en su cuello y le besó con soltura, intercambiando lenguas, saliva y sudor. Después bajó hasta los pectorales, los abdominales y finalmente hacia la deliciosa tranca que momentos antes había estado en la boca de la preciosa y joven Daniela.
Sin saber esto, Bárbara abrió toda la quijada. La mujer tenía una boca santa, perfecta y entrenada luego de mamar penes grandes a los hombres de la isla. Así pues, meterse el miembro de Leandro le fue fácil, y chupó con fuerza, exprimiendo los huevos de él con sus dedos y finalmente, logrando que el chorro de semen le llenara toda la parte interna de las mejillas.
Ella lo escupió, mezclado con su saliva, y mientras le bajaba por la boca y la garganta, se apresuró a frotársela por los pechos. Arqueó la espalda hacia atrás y la mano del hombre que le pellizcaba el clítoris hizo que se corriera de inmediato…
Bueno, ahora diganme xD, qué creen que les espere a estas personitas aquí perdidas jaja
gracias por leer, no olviden darse una vuelta por mis otras historias.
http://www.poringa.net/posts/relatos/2920481/Mis-historias-incestuosas-recopilacion.html
les dejo la continuación.
Volví sintiéndome sumamente excitada por todo lo visto. Era como si la imagen de esa mujer siendo follada por los hombres hubiera disparado en mí unas alborotadas hormonas que me hacían desear una verga de inmediato, algo de verdad grande que se hundiera en mi mojada concha. ¡Dios! Me molestaba pensar así. ¿Qué me estaba ocurriendo? ¿Por qué este viaje estaba cambiándome tanto? No lo podía comprender del todo.
Llegué rápidamente al barco y fui al camarote de mi papá, desesperada por contarle de una vez sobre esa mujer. Entré y vi que estaba durmiendo sobre su cama, feliz y sobre todo, desnudo y con la polla flácida descansando tranquilamente sobre su muslo. Tragué saliva y de inmediato me recorrió un delicioso escalofrío que me hizo sentir las impropias ganas de cometer travesuras. Mi conchita todavía estaba mojada, y ansiaba un pene. De verdad lo ansiaba.
Así pues, intentando contenerme e ignorando el delicioso trozo de carne que estaba allí, me senté al lado de papá y le desperté.
—Papito.
—¿Qué pasa? ¡ah! Perdón, hija. —Se cubrió la pija con una almohada —¿qué pasa?
—Bu-bueno…
—¿Estás bien? Estás toda sudada.
—Sí… yo sólo… quería decirte que vi a alguien más en la isla.
—¿Lo dices de verdad? Ven, cuéntamelo.
Apreté las piernas. Mi clítoris palpitaba. Tragué saliva.
—Puedo… ¿acostarme?
—¿Ah…? Sí, claro. Pero estoy desnudo.
—No… no importa.
Nerviosa, me acosté. Papá se quitó la almohada y su pene ya había ganado un poco de tamaño. Decidí ignorarlo y me recosté contra él y jugando con los vellitos de su pecho. Le conté entonces sobre la mujer y de cómo a esta se la habían estado cogiendo esos hombres, de las cosas que hicieron con ella y de cómo yo lo había visto todo. Le dije que la aldea no estaba muy lejos y que podríamos ir a hacerles una visita si queríamos.
—Mmm. Entonces… creo que lo más prudente será ir a ver a esa mujer. Por como la describes, parece que es alguna clase de reportera.
—Sí, exacto.
—Está bien. Gracias por contarlo. Es importante —me dio un besito en la frente —. Bueno trabajo, hija.
Al sentir sus labios sobre mi piel, me invadió una ternura increíble. Una ternura propia de una hija que adora a su padre, y yo le respondí con un besito en la comisura de su boca. A él también pareció gustarle el gesto, porque de inmediato me regresó el beso, pero esta vez en la nariz. Yo me reí y me estiré para ponerme más cómoda. El pene de papá ganó tamaño y se puso semierecto.
—Uy… perdón hija.
—No… no importa. Está bien. Soy una mujer y tú un hombre. Es normal que se te pare.
—sí, pero eres mi hija y no debería ser así.
—Ah… bueno, pero que sea tu hija no quita el hecho de que sea una chica joven y bonita ¿verdad?
—Pues sí que eres muy bonita.
—Está bien entonces ¿vale? —en ese momento estaba a mil, y al parecer a mi papá le gustó que yo me pusiera en ese plan coqueto, y a su pene también porque respondió de buena manera y ganó un poco más de tamaño. Papá se lo tocó con las manos y comenzó a masturbarse lentamente —¿Se siente rico hacer eso, papi?
—Sí… ¿tú te masturbas?
Sería hipócrita, llegados a este punto, tener secretos.
—Pues sí… pero no seguido.
—Seguro ese coñito ha mejorado su sensibilidad.
Me reí y me quedé mirando cómo mi propio padre se la jalaba frente a mí. Al principio lo hizo lento, luego más rápido. El glande enrojeció. La piel cubría la punta y se deslizaba hacia atrás con suma facilidad. Tanto presenciar ese espectáculo hizo que se me hiciera agua la vagina. ¡Dios! Qué delicia.
Y entonces, como una pequeña curiosa, deslicé la mano del pecho de mi papá y la bajé hasta, tímidamente, tomar su miembro con mi mano. El pene palpitaba y estaba caliente. Padre dejó de jalársela y disfrutó con la sensación de mi mano rodeándole su virilidad.
—Ah… qué suave —dijo él.
Me reí y mirándole a los ojos, empecé a masturbarlo despacio, excitada y sorprendida de la dureza de esa verga, el grosor, el largo, la textura de las venas deliciosa que llevaban sangre caliente. Bajé un poco más, traviesa, a sus huevos metidos en ese saco lampiño, porque papá se rasuraba todo el paquete y era una delicia visual para todas las mujeres.
—Daniela… no debería… pedirte esto pero… ¿quieres mamar mi pija un poco?
Me sonrojé en extremo.
—Yo… sí.
—Entonces, adelante, cariño.
¡Al fin! Ya no iba a ser una simple niñita. Iba a convertirme en la mujer de papá. Quería hacerlo. De verdad necesitaba tener una tranca en mi boca, y sin perder tiempo, me acomodé entre sus piernas. Levanté su pene y saqué la lengua para deslizarla primero por sus testículos grandes y pesados. Nada más notar el calor en mis papilas gustativas, el cerebro me envió una explícita orden femenina de cumplir con mi labor, y sin prisas, sin atender a nada más, hundí el pene hasta el fondo de mi garganta.
Claramente con el tamaño fue difícil. No pude mamar, simplemente tenerla dentro de mí, en el primero de mis agujeros. Pero era una sensación rica tener algo que me llenara la boca por completo. No perdí más tiempo ni nada más, así que opté por deslizar la lengua lentamente a lo largo de ese falo carnoso.
Papá gimió. Era un gemido que yo le había sacado con mis propios medios, y me excité todavía más. ¡Le estaba chupando la verga a él! ¡Al hombre que me dio la vida! ¡Le brindaba un placer muy grande! ¿qué mejor para una hija? Así pues, llevada por esa mentalidad, me acosté mejor y durante un buen rato mantuve el pene en mis labios, dándole todas las atenciones posibles, lamiéndolo con rapidez, como una puta, pero luego con la ternura de una chica inocente que prueba por primera vez una pija de ese tamaño. La mantenía en mi boca, cerraba los ojos y dejaba que todo me cupiera. Mientras tanto, mi concha que estaba humedecida, tuve que tocármela para darle mejores atenciones.
En ese instante sentí la descarga de semen en mi boca.¡Era la lechita de papá! ¡Qué rica que estaba! Caliente, líquida, no muy espesa y me llenó toda la garganta en ese momento, resbalando como un néctar caliente, bebiendo del mismo líquido que años atrás me había dado la vida.
Me separé. La polla estaba perdiendo tamaño, pero continuaba gruesa, empapada con mi saliva. Mi padre sudaba y tenía la cara llena de rubor porque estaba sonrojado por lo ocurrido. Yo sentía todavía los rastros de esperma en mi boca, así que me los limpié con la lengua, y me empecé a reír. Eso le contagió a él, y de inmediato me tiré encima de su fuerte cuerpo y lo llené de besos en el pecho, las mejillas y finalmente, los labios. Su lengua me tocó con timidez y yo respondí con una fuerte dosis de pasión, saboreando la saliva, notando como su verga, al poco rato, comenzaba a ganar fuerza y amenazaba con entrar dentro de mi coño apretado.
—Creo que debemos parar, hija. No sé qué más pueda ocurrir.
—Pero yo quiero que me la metas…
—Pero…
—Anda, estoy muy caliente. No lo soporto. Quiero tenerla adentro, quiero unirme a ti de verdad…
—Está bien.
Me tomó de las caderas. Yo me moví de tal forma que atrapó mis tetitas con sus labios y mordió mis pezones con una delicadeza propia de un padre emocionado por el encuentro. El pene ya palpitaba y amenazaba con dirigirse a mi interior. Levanté el culo para prepararme para ser ensartada. El miembro se empezó a abrir paso por mis labios vaginales… y en ese momento llamaron a la puerta.
— ¡Hay gente! ¡Hay gente! ¡Vengan a ver!
—Maldición —murmuró Leandro, y rápidamente se vistió. Yo me había quedado con las ganas de verga… pero no pude hacer nada más. Si se trataba de esa fotógrafa, más me valía dejar a un lado la cachondez y concentrarme en buscar la manera de sobrevivir y salir de la isla.
Me vestí y salí del camarote de mi padre. Mara nos vio y frunció las cejas. No tuvo que ser una genio para darse cuenta de lo que había sucedido, y sonrió después con complicidad.
Luego fuimos a la playa. Todavía era de noche y la luna brillaba hermosa en un cielo sin nubes. Allí habían al menos una doce personas, con antorchas encendidas flameando a la brisa marina. En frente de ellos, con los brazos en jarras y vestida con un bonito traje de telas, hojas y una corona de flores, estaba la mujer.
—Me llamo Bárbara ¿qué hacen ustedes aquí? —preguntó de mal humor.
Papá se adelantó a presentarnos.
—Nos perdimos. Estas son mis hijas: Mara y Daniela. Yo soy Leandro. Encallamos y hemos estado aquí durante muchos días.
—Mmm… ciertamente su bote se fue a la mierda.
La mujer tendió una mano a mi padre. Mientras se saludaban e intercambiaban palabras, vi que los hombres que la rodeaban eran los mismos que la habían cogido, entre otros, e incluso la misma muchachita que había mamado a gusto estaba allí, vistiendo unas cortas faldas tribales y con una minúscula prenda cubriéndole los pechos.
—Nos encantaría —exclamó papá.
—¿Qué cosa? —le pregunté.
—Bárbara dice que podemos ir con ella a la aldea de estas personas para estar más cómodos.
—Ah, pues qué bien —soltó Mara, que iba sin sujetador. Sus bonitas tetitas se movieron felices cuando brincó.
—Vamos, es por aquí. Es peligroso cruzar la selva de noche, pero estarán más seguros y calientitos que aquí en la playa. Por la mañana vendremos a ver su bote.
Total que recogimos unas cuantas cosas en nuestras mochilas.. Mara se puso una blusita sin mangas para el frío, aunque de mala gana porque la nudista se negaba a vestirse y a romper con el aire natural de la isla. Con Bárbara encabezando la fila y las otras personas protegiéndonos, caminamos selva adentro y después de una media hora llegamos al fin a la pequeña aldea.
La fogata todavía estaba encendida pero la fiesta se había acabado. Algunos hombres, ancianos y niños salieron a recibirnos con caras de confusión y sonrisas apenadas. Las mujeres iban sin nada que les cubriera los senos, al menos la mayoría.
—¿Qué lugar es este? —preguntó Mara, quitándose la blusita y exponiendo sus ricos pechos.
—Soy fotógrafa. Me enviaron en una misión para investigar a estas personas. Llevo aquí como un mes —contestó la mujer, guiándonos a una casa. La más grande de la aldea, hecha de piedras, palos y hojas. Era elegante en cierto sentido.
Allí estaba un hombre barbudo, de unos cincuenta años quizá. La fotógrafa que hablaba su idioma nos presentó como sus invitados. Intercambiaron más palabras y entonces el jefe de la aldea sonrió y nos saludó con un casi perfecto español.
—Ser bienvenidos. Divertirse y comer.
—Gracias —dijo papá.
El hombre miró a Mara sin descaro. Mi hermanastra se sonrojó.
—¿Qué me mira?
—Le gustan tus pechos —dijo Bárbara con una sonrisa socarrona.
—Ah… gracias.
—Aquí se valora mucho el cuerpo femenino. No deberían de sentirse avergonzadas por mostrarse.
—Mi hijastra es nudista de corazón.
Feliz por eso, Mara se quitó sus shorts y quedó desnuda ante el jefe de la aldea. Encogió las piernitas para tapar su conchita.
—Nosotros les cuidaremos. Ir a dormir.
—Vamos. Es por aquí —dijo Bárbara, llevándonos a todos hasta una casa lo suficientemente grande para todos.
Dentro habían algunas camas con suaves sábanas, aunque viejas. Mara explicó que los aldeanos intercambiaban esta clase de “lujos” con los exploradores que venían aquí, a cambio de un poco de comida o piedras preciosas. Como la isla estaba protegida por el Gobierno, nadie les tocaba un pelo a estas personas y vivían felices.
—Entonces ¿podremos salir cuanto antes? —pregunté feliz.
—El barco que viene a recogerme estará en el muelle dentro de un mes. Lo siento. Estamos incomunicados.
—Pero ¿no tienes radio o algo así?
—Sí… tenía todo eso, pero se lo comió un caimán y me quedé sólo con mi cámara y unas cuantas cosas nada más.
—Al menos ya no estaremos solos —dijo papá, optimista.
—Es cierto, y debo decir que me complace tener a gente de afuera aquí. Comenzaba a extrañar la civilización. Llevo semanas acá. No se preocupen. Salvo algunas… raras costumbres, se adaptarán rápido.
—¿Qué costumbres?
—Nada peligroso. Tranquilos. Estas personas son muy alegres. Bueno, mañana les veré. Duerman bien… y Leandro, venga. Quiero hablar con usted a solas.
—Claro. Vuelvo, chicas.
Papá se fue con la mujerona, y nosotras nos quedamos acostaditas en la cama, mirando al techo. Sólo nos alumbraba una antorcha.
—Este sitio es raro —dijo Mara —, y por alguna razón, me siento cachonda.
—Sí. Estás en tu ambiente.
—Mañana me la pasaré desnuda. Es más, me mantendré sin ropa durante tooodo el mes que nos queda.
—Está bien… ahora duérmete. Mañana será un bonito día.
—Claro…
Sin poder decirle nada, Mara me abrazó cariñosamente. Me untó sus tetitas en el cuerpo, pero yo la dejé estar. La muy cabrona me había mamado la conchita, había hecho que me corriera en su boca, descubriendo que yo era una squirter, así que… le estaba tomando cariño.
¿Qué costumbres serán esas de las que habló Bárbara?
No muy lejos de la casa de las chicas, mientras Mara y Daniela se dormían, el miembro erecto de papá Leandro se enterró suavemente en la apretujada vagina de Bárbara. La mujer, que mantenía los muslos separados y se acariciaba los voluptuosos senos, sonrió al sentir la verga raspándole el clítoris y adentrándose todo en su cuerpo. El hombre le había gustado desde que lo vio y ahora que él bombeaba feliz, ella supo que su suerte había mejorado mucho. Ya estaba cansada de penes gigantes. Quería algo a su medida, algo que le produjera más placer que dolor.
Se mordió las tetas, succionó de sus pezones rosados mientras Leandro seguía taladrando dentro de ella a un ritmo frenético.
—Ah… qué apretada estás, mujer.
—Así me gusta. Ah… sigue así. No de detengas, por favor…
Bárbara se relamía los labios y se tocaba el hinchado clítoris para aumentar las sensaciones de embestidas masculinas que le hacían gemir y sacudirse. Las carnes de su cuerpo vibraban de placer. El sudor le resbalaba delicioso por entre los senos.
Leandro apretaba la quijada, todavía incrédulo ante lo que estaba haciendo. Todo había sucedido rápido. Nada más entrar a la casa, la fotógrafa se había lanzado a sus labios, y con besos sugerentes había descendido por el cuerpo del papá de las chicas, le había sacado el miembro y sin rechistar, se lo había metido a la boca, completito hasta el tronco. Desde ese momento las cosas cambiaron.
Bárbara quería mamar verga, así que se apresuró a lanzarse encima de Leandro, que tuvo que sacar su pene. Ella se le enredó en su cuello y le besó con soltura, intercambiando lenguas, saliva y sudor. Después bajó hasta los pectorales, los abdominales y finalmente hacia la deliciosa tranca que momentos antes había estado en la boca de la preciosa y joven Daniela.
Sin saber esto, Bárbara abrió toda la quijada. La mujer tenía una boca santa, perfecta y entrenada luego de mamar penes grandes a los hombres de la isla. Así pues, meterse el miembro de Leandro le fue fácil, y chupó con fuerza, exprimiendo los huevos de él con sus dedos y finalmente, logrando que el chorro de semen le llenara toda la parte interna de las mejillas.
Ella lo escupió, mezclado con su saliva, y mientras le bajaba por la boca y la garganta, se apresuró a frotársela por los pechos. Arqueó la espalda hacia atrás y la mano del hombre que le pellizcaba el clítoris hizo que se corriera de inmediato…
Bueno, ahora diganme xD, qué creen que les espere a estas personitas aquí perdidas jaja
gracias por leer, no olviden darse una vuelta por mis otras historias.
http://www.poringa.net/posts/relatos/2920481/Mis-historias-incestuosas-recopilacion.html
16 comentarios - Trio familiar en la isla. Cap 6
Me imagino varias orgías, y que alguna de esas grandes pijas termine en Dani...
gracias!