Hola! aquí les dejo la continuación de esta historia! gracias a todos por leer 🙂 y por comentar, tengan dulces pajas jeje
AQUI TODAS MIS HISTORIAS
http://www.poringa.net/posts/relatos/2920481/Mis-historias-incestuosas-recopilacion.html
Para el día siguiente me desperté algo cansada. Papá ya no estaba conmigo, pero mi sujetador seguia sobre la cama. Lo tomé y me lo puse, y entonces recordé las cosas que hice con él, el como dejé que mis tetas le tocaran su cuerpo fuerte, la suavidad de mis piernas contra las suyas, ásperas y velludas, y sobre todo, el besito que le di al glande de su jugosa polla. Rayos… ¡rayos! Le había besado el pito a mi papá. Me estaba por dentro muriendo de la pena, pero también notaba una cálida sensación en la vagina, porque pese a todo, tenía que admitir que se había sentido rico, travieso. El tamaño de ese miembro era celestial, imaginé el agujero que me dejaría en la concha si me penetraba con él… y entonces me avergoncé todavía más al tener esa clase de ideas.
Me limpié la cara con un poco de agua y salí. Ya era casi medio día. El sol despuntaba en lo alto. Era un clima hermoso, y de no ser por el lugar en dónde nos encontrábamos, podrían ser unas buenas vacaciones.
Asomándome a la cubierta, vi que Mara estaba en la arena con papá. La chica, mi futura hermana, estaba desnuda, como siempre, mostrando una bonita piel bronceada, con sus tetitas revoloteando alrededor de mi papá que estaba ocupado mirando el bote y tratando de repararlo con sus herramientas.
Desde donde yo estaba ellos no me podían ver, pero yo sí, y noté las miradas lascivas que mi padre le enviaba a la chica, y cómo de repente ella se le embarraba por la espalda o se inclinaba a propósito para mostrarle el coñito, que ella llevaba lampiño.
Bien, tengo que admitir que la chica era muy guapa y erótica, de esas cuya belleza es tan inocente que no podrías asegurar que es una verdadera ramera que le encanta pasearse desnuda por todos lados. Yo, por otra parte, me daba pena mostrar las tetas a todo mundo, pero no quería perder. No quería que ella se quedara con toda la atención de mi padre.
Así pues, me quité el sostén. Vi mis pezones rosados y luego, sonriendo, bajé a la playa.
—Hola, papi. ¿cómo está el bote?
—Pues… —me miró las nenas y se sonrojó con una sonrisa —. Creo que mal… no está funcionando nada y al parecer no saldremos de aquí. El motor está muy dañado. Es imposible que lo repare con las herramientas que tenemos.
—Entonces… ¿por cuánto nos quedaremos? —preguntó Mara con las manos en sus desnudas caderas.
—No lo sé, hijas. Lo mejor será buscar algo de comer. Las provisiones se nos pueden terminar. Tenemos toda una isla. De seguro hay comida en abundancia.
—Creo que deberíamos ir a ver. Vamos, Daniela.
—Sí, ya voy. Adelántate.
La muchacha se puso unas sandalias y se fue feliz con su bronceado cuerpecito corriendo por la arena hacia la selva. Yo fruncí las cejas y me acerqué a papá para abrazarle y untarle mis pezones en el pecho.
—Papi… no quiero quedarme aquí…
—Lo sé, cariño —me abrazó de las caderas. Yo le apreté más fuerte. Noté la polla contra mi conchita por encima de la ropa y el sonrojo volvió. Recordé el besito inocente que le di, la forma que tenía el glande y lo rojo que estaba por la sangre —. Ve a ayudar a tu hermana.
—Sí… bien.
—Lindos pechitos —dijo él a modo de juego, y yo me reí apenada y fui a buscar a Mara.
Seguí a la chica al interior de la selva, cuyos apretujados árboles apenas dejaban espacio para caminar. Ella iba por delante, marcando el paso con su singular trasero y sus piernas torneadas
—¿De verdad te encanta el nudismo?
—Desde pequeña he sido nudista. Mi padre, mi verdadero padre, lo fue. Es más. Yo fui concebida cuando mis padres tuvieron sexo en una playa nudista a la vista de una docena de personas.
—¿De verdad? Tu mamá coge en público.
—Sip —dijo como quien no quiere la cosa, lo más natural del mundo. Me sorprendí de eso y me pregunté que tan liberal era esta muchacha. Seguramente tendría competencia.
De todos modos ignoré lo lindo de su trasero y seguí caminando. Llegamos hasta un poco dentro de la isla. Lo suficiente para ver que había un cenote de cristalinas aguas azules. Mara gritó de alegría y luego, sin decir nada, se tiró por el borde y cayó como una sirena al agua y se puso a nadar feliz.
— ¡Ven! ¡Tírate!
—No, gracias —bordeé la orilla y luego, más tranquila y segura, me metí al agua que estaba muy fría, pero era muy pero muy agradable. Los pezones se me erizaron. Fui hasta donde estaba Mara, y comenzamos a echarnos agua, a embarrarnos las tetas en medio de nuestros juegos inocentes como si fuéramos niñas. Su sonrisa era muy dulce y me sentí algo en confianza. Quizá eso me faltaba: convivir un poco más con ella y conocerla.
Después de nadar nos fuimos a la orilla a acostar sobre la arena. Mara abrió sus piernitas y comenzó a tocarse el borde de la vagina.
—¿Qué haces?
—Voy a masturbarme. ¡Es riquísimo! Estoy desnuda, en la selva… me siento muy natural. ¡Hazlo! ¡Métete unos dedos!
—No, gracias.
—¡Quieres mirarme!
—No.
Cerré los ojos y traté de dormir un poco. Realmente me sentía relajada ante tanta belleza natural, ante la calidez del sol que contrastaba con la frescura del cenote en el que nos habíamos bañado. También reflexioné para mantener la calma porque lo que menos quería era desesperarme. Volveríamos a casa. Estaba segura de eso. Sólo tendría que disfrutar del tiempo con mi papá y con Mara,que no me caía del todo bien, pero tendría que aprender a convivir con ella.
De repente me desperté cuando la chica empezó a gemir. Vi que ahora la muy puta tenía un plátano en la concha.
—¡¿Qué haces?!
—¡Encontré el plátano por allá! Hay todo un racimo.
—Eres una puerca.
—Ay, sí. Mira quien lo dice. Tú también te has masturbado alguna vez.
—Sí… pero no como tu. Te vas a romper la vagina.
—Así me gusta. Rudo, rudo. Que me llegue hasta el útero.
Mara se metía todo el plátano en la conchita, que parecía demasiado pequeña como para tragarse semejante fruta madura, y sin embargo, lo hacía. Vi como sus jugos mojaban sus labios, cómo ella se sonrojaba y se masajeaba el clítoris con sumo placer. Era sorprendente ver la ferocidad con la que atacaba su propia concha.
Me apené demasiado.
—Me voy. Tú sigue si quieres.
Pero no me fui lejos. Me guardé tras una piedra y arranqué un plátano que también había visto colgando de un racimo. Sopesé el peso, el tamaño. Lo mamé un poco y luego, ya caliente por ver a Mara, me acosté con las piernas abiertas y me introduje la fruta. Nada más sentirla dentro de mí, una ola de éxtasis me recorrió de los pies a la cabeza y me arqueé la espalda. La curvatura de la fruta hacía estragos en mi apretada vagina, pero eran dolores de placer.
—Ay… sí.
Imaginé que era una polla real. Un pene cubierto de venas y que era capaz de llevarme a la cumbre del placer mientras más hondo me lo metiera. Torcí los dedos de los pies, abrí las piernas todo lo que pude y suspiré, pellizcándome los pezones, llevándome las tetitas a la boca y mordiéndome de irreverente gozo.
Entonces empujé más la fruta. La empujé tanto y tanto que mi coño se la comió entera. Y allí comenzaron los problemas.
—¿Eh? Oye… cabrón, sal. —pujé y pujé.
¡La pinche fruta se había quedado atorada!
—Mara… ¡Mara!
—¿Qué? —la chica se apareció rapido. Me vio y rió —¿qué haces, cochina?
—¡Mara…! ¡Cállate! Se me atoró el plátano.
—¿Qué plátano?
— ¡En el coño! ¡Me metí todo el plátano y ya no sale!
—¿Todo?
—¡Sí! ¡Ayúdame!
—Calma. Al menos lo lavaste.
—Pues… no.
— ¡¿No?! ¡Daniela! —la chica se arrodilló entre mis piernas —. ¡Carajo! Lo que te vayas a meter a la boca, la vagina o el culo tienes que limpiarlo! ¡Mujer, es que no sabes ni como darte placer tú sola!
—Duele…
—Sí, sí. Déjame ver. Quita la mano. Abre bien.
Lo hice. Mara, sin pena, puso las manos en mis labios y abrió la entrada de mi pobre vaginita.
—Está profundo. Te lo tragaste, he, pillina.
—¿Cómo lo saco? Empujo y empujo…
—No empujes. Te puedes lastimar. Yo te ayudo ¿Vale?
—Sí…
—Abre bien las piernas.
Lo hice todo lo que pude y me sostuve de las rodillas. Tenía expuesta mi conchita y mi anito a Mara, pero ella tan acostumbrada a los cuerpos desnudos no hizo ademán de nada. Lo que sí, me tocó el clítoris. El botoncito de placer y yo me estremecí.
—Bien… tienes que mojarte más. ¿Quieres que te ayude?
—Sí.
—Voy a comerte la conchita un poco ¿vale? Tengo que estimularte para que lubriques más y así pueda salir fácilmente.
—Em… bueno. Pero sólo la puntita de la lengua. ¡Oh! Espera… yo lo hago. No me toques.
—Bueno, vale…
Avergonzada si se puede más, comencé a tocarme el clítoris como loca. Mara ayudó besándome las piernas y pasando su lengua por la parte interna de mis muslos. Eso me encendió mucho. Mucho de verdad.
—¿Quieres comerme las tetitas un poco? A lo mejor te calientas más.
—No.
—Bueno… aburrida.
Siguió con sus caricias a mis piernas y yo con mi masaje al clítoris.
—Bien. Ya se ven tus fluidos muy ricos. Voy a… meter los dedos en tu coño y a sacarte esta cosa ¿lista? Abre.
Me puse los dedos en los labios y los abrí. Mara, rápidamente, irrumpió en mi vagina. Noté cómo se metía los dedos dentro de mí y luego tiraba del plátano suavemente. Mientras tanto escupía en mi entrada. ¡Me metía la saliva en mi pobre coño! Lentamente el plátano salió y abandonó mi útero… yo suspiré de goce.
—Listo…
—Ay… gracias.
—Ahora… plis, déjame comerte un poquito.
—No, hermana. Digo, Mara.
—¡Anda! Soy casi tu hermana. Al menos déjame limpiarte. Por favor, por favor, me muero por probar tu rica vagina.
—Mmm… pero sólo esta vez. Y sólo un poco de lengua. ¡Entiendes!
—Sí…
—Va. Rápido.
Tragué saliva. Abrí las piernas. Mara se relamió los labios y se lanzó como una loca contra mi coño. Yo grité.
— ¡Ay! ¡Perra! ¡Me vas a arrancar el clítoris!
Pasó la lengua por toda el área vaginal limpiándola de su saliva y de juegos. Luego, sonriendo, se relamió los labios.
— ¡Riquísima!
—Bu-bueno, ya no pidas más.
—Sí, sí. Mojigata. Bueno, anda, vamos. Volvamos con papá y digámosle qué ha pasado.
Mientras volvíamos, Mara iba por delante de mí y yo no dejaba de verle las nalgas tan respingonas que ella tenía. Evoqué la imagen de sus dedos masturbándose, y también de cuando su mojada lengua recogió los jugos de mi vagina. Eso bastó para que todo mi ser se calentara y ansiara volver a masturbarme una vez más. Incluso sentía la vista un poco nublada. Rápidamente agarré a la chica de la mano para detenerla.
—¿Qué pasa, Daniela?
—Oye… yo… —me sonrojé —, me gustaría que… me chuparas la concha otra vez.
Su pequeña boquita sonrió.
—Túmbate y abre tus piernas.
Ya no había marcha atrás. La muy putita de mi hermana me había dejado caliente. Encontré un sitio donde echarme. Me quité los shorts y la tanga. Abrí las piernas y cerré los ojos porque no quería ver que era ella quien me iba a comer toda. Prefería pensar que se trataba de algún hombre guapo, algún macho cabrío con la polla tiesa quien me estaba lamiendo el coño.
Noté la cálida boca de Daniela y me estremecí. Cubría por completo mi entrada y su lengua se paseaba a sus anchas por mi humedecida piel. Pellizcaba con sus dientes el clítoris. Abrí los ojos sólo para ver su rostro lleno de serenidad, con ojitos cerrados de placer. Con dos dedos me abrió la conchita y lentamente deslizó sus pequeños dedos hasta el interior de mí.
Suspiré.
MARA
Mira qué caliente estaba la niña de papá. Y ella que decía ser la señorita moralidad, y vaya que ahora toda su conchita manaba agradables líquidos hacia mi lengua. Pero tenía que admitir que era riquísima, y no es que yo fuera una adicta a las vaginas. Me encantaba mas tener algo grande dentro de la garganta…
Sus labios eran rosaditos, mojados por los jugos calientes y dulces que levantaba con mi lengua. La muy perra quiso cerrar sus piernas, pero yo se las abrí.
—¡Mantenlas así! —le exclamé. Ella me miró sorprendida por mi grito, pero se sujetó las rodillas y me ofreció una hermosa imagen de su anito rosado. Rápidamente deslicé la punta de su lengua por ese pequeño orificio y ella se retorció.
— ¡Ay! ¡No! ¡Allí no!
—¡Cállate! —volví a gritarle, pero dejé ese sitio en paz. Obviamente el placer anal no lo conocía y no iba a molestarla. Me concentré más en ponerle empeño en el azucarado coño que me ofrecía. Yo estaba ida por primera vez, y no sólo por el sabor, sino por el desenfreno sexual que ella estaba mostrando. Daniela incluso tenía las manos dentro de sus tetas y se estaba pellizcando los pezones. Eso me encendió mas.
Metí tres dedos. Exploré el interior. Ella se retorció. Masajeé suavemente su vientre y realicé toda clase de movimientos en su apretada concha. El clítoris palpitaba, el mío también. Fui más profundo, más profundo hasta querer romperle todo por dentro, hasta llegar al útero.
Entonces Daniela gritó de una mezcla de éxtasis y entonces… ¡Se corrió!
Me retiré de inmediato. Su coño… ¡estaba lanzando chorritos de líquido! ¡La perra era una squierter! ¡Una squirter! Parte de esos chorritos me dieron en la cara, otros en los labios y yo, por la sorpresa, rápidamente cubrí su vagina con mi boca y bebí las últimas gotas de su corrida.
— ¡Ay! ¡Ay! ¿Qué…? ¿Qué fue eso?
—¡Eres una jodida squirt, niña! ¡Literalmente lanzas chorros de placer!
—¡Dios! ¡Dios…!
—Oh, sí, ya lo creo —me reí y me limpié la boca.
Durante un rato la pobre muchacha ni siquiera se pudo levantar. Cuando recuperó el control de sus piernas, se puso lentamente en pie y se vistió.
—Gracias… —fue todo lo que me dijo —. Por favor, no le digas a mi papá que me corrí en tu boca.
—No diré nada… pero ¡coño! ¡Qué vagina tienes entre las piernas, mujer! ¡Yo nunca me he corrido así!
—¿De verdad?
— ¡Nunca! Me he metido de todo en mi conchita… pero nunca me había brotado así. ¡Tienes tanta suerte!
Sonrió, apenada.
—Gracias… creo. Vamos. Mi papá nos estará esperando.
DANIELA
Cuando volvimos a la playa, Mara estaba guardada detrás de una piedra.
—¿Qué haces, Mara?
—Mira esa delicia…
—¿Qué?
No lo había visto hasta ese momento, pero en la playa estaba mi papá ¡desnudo! Se estaba bañando en la orilla y su pija flácida y gorda se balanceaba feliz y cubierta de arena.
—¿No se te hace agua la boca?
—Es mi papá… tonta. Usó ese pene para crearme.
—Sí… y apuesto a que tu mamá gritó de lo lindo.
—Cuando era niña, escuchaba a mi mamá gemir muy fuerte. Su cuarto estaba al lado del mío y todo se filtraba.
—Ay… quisiera tener eso en mi culo.
—¡Cállate! —exclamé apenada y le di un golpecito en la cabeza. Mara rió inocente y salimos de nuestro escondite para ver a papá.
—¡Papito! ¡Llegamos! —gritó la feliz de Mara corriendo y con sus tetitas brincando. Mi papá se cubrió la polla al ver que yo venía detrás.
—¿Encontraron agua?
—Sí —dije —. Hay un cenote por allá. Está muy rica el agua.
—Menos mal. Debería ponerme ropa.
—Eh… no —le respondí muerta de la pena —. Está… está bien.
—¿Segura?
—Dije que está bien.
Mara sonrió traviesa. Leandro, suspirando, se puso las manos en las caderas. Su hermosa polla estaba semierecta. Ay… Mara tenía razón. Se me hizo agua la boca.
—Bueno, vamos a ponernos algo mas de ropa y vayamos a explorar la isla. Llenaremos estas botellas de agua dulce para beber y veré si podemos recoger algunas frutas.
—Daniela y yo probamos unos plátanos que estaban muy ricos ¿verdad? —me guiñó el ojo.
—Oh… sí. Grandes y jugosos.
—Qué rico —dijo papá y luego, abrazándonos con un brazo a las dos, nos fuimos al interior de la isla. Claro que antes, por seguridad y protección, nos pusimos algo mas de ropa. Pero yo quería seguir viendo esa jugosa pija de mi papá agitarse, y al igual que Mara… la quería echando su leche dentro de mi culo.
*******
ajaja pobre Daniela, sufriendo con sus tonterías y bien que se tragó la frutita
saludos! gracias por leer, dejen un comentario si quieren, nunca hace daño jaja y me gusta leerles
AQUI TODAS MIS HISTORIAS
http://www.poringa.net/posts/relatos/2920481/Mis-historias-incestuosas-recopilacion.html
Para el día siguiente me desperté algo cansada. Papá ya no estaba conmigo, pero mi sujetador seguia sobre la cama. Lo tomé y me lo puse, y entonces recordé las cosas que hice con él, el como dejé que mis tetas le tocaran su cuerpo fuerte, la suavidad de mis piernas contra las suyas, ásperas y velludas, y sobre todo, el besito que le di al glande de su jugosa polla. Rayos… ¡rayos! Le había besado el pito a mi papá. Me estaba por dentro muriendo de la pena, pero también notaba una cálida sensación en la vagina, porque pese a todo, tenía que admitir que se había sentido rico, travieso. El tamaño de ese miembro era celestial, imaginé el agujero que me dejaría en la concha si me penetraba con él… y entonces me avergoncé todavía más al tener esa clase de ideas.
Me limpié la cara con un poco de agua y salí. Ya era casi medio día. El sol despuntaba en lo alto. Era un clima hermoso, y de no ser por el lugar en dónde nos encontrábamos, podrían ser unas buenas vacaciones.
Asomándome a la cubierta, vi que Mara estaba en la arena con papá. La chica, mi futura hermana, estaba desnuda, como siempre, mostrando una bonita piel bronceada, con sus tetitas revoloteando alrededor de mi papá que estaba ocupado mirando el bote y tratando de repararlo con sus herramientas.
Desde donde yo estaba ellos no me podían ver, pero yo sí, y noté las miradas lascivas que mi padre le enviaba a la chica, y cómo de repente ella se le embarraba por la espalda o se inclinaba a propósito para mostrarle el coñito, que ella llevaba lampiño.
Bien, tengo que admitir que la chica era muy guapa y erótica, de esas cuya belleza es tan inocente que no podrías asegurar que es una verdadera ramera que le encanta pasearse desnuda por todos lados. Yo, por otra parte, me daba pena mostrar las tetas a todo mundo, pero no quería perder. No quería que ella se quedara con toda la atención de mi padre.
Así pues, me quité el sostén. Vi mis pezones rosados y luego, sonriendo, bajé a la playa.
—Hola, papi. ¿cómo está el bote?
—Pues… —me miró las nenas y se sonrojó con una sonrisa —. Creo que mal… no está funcionando nada y al parecer no saldremos de aquí. El motor está muy dañado. Es imposible que lo repare con las herramientas que tenemos.
—Entonces… ¿por cuánto nos quedaremos? —preguntó Mara con las manos en sus desnudas caderas.
—No lo sé, hijas. Lo mejor será buscar algo de comer. Las provisiones se nos pueden terminar. Tenemos toda una isla. De seguro hay comida en abundancia.
—Creo que deberíamos ir a ver. Vamos, Daniela.
—Sí, ya voy. Adelántate.
La muchacha se puso unas sandalias y se fue feliz con su bronceado cuerpecito corriendo por la arena hacia la selva. Yo fruncí las cejas y me acerqué a papá para abrazarle y untarle mis pezones en el pecho.
—Papi… no quiero quedarme aquí…
—Lo sé, cariño —me abrazó de las caderas. Yo le apreté más fuerte. Noté la polla contra mi conchita por encima de la ropa y el sonrojo volvió. Recordé el besito inocente que le di, la forma que tenía el glande y lo rojo que estaba por la sangre —. Ve a ayudar a tu hermana.
—Sí… bien.
—Lindos pechitos —dijo él a modo de juego, y yo me reí apenada y fui a buscar a Mara.
Seguí a la chica al interior de la selva, cuyos apretujados árboles apenas dejaban espacio para caminar. Ella iba por delante, marcando el paso con su singular trasero y sus piernas torneadas
—¿De verdad te encanta el nudismo?
—Desde pequeña he sido nudista. Mi padre, mi verdadero padre, lo fue. Es más. Yo fui concebida cuando mis padres tuvieron sexo en una playa nudista a la vista de una docena de personas.
—¿De verdad? Tu mamá coge en público.
—Sip —dijo como quien no quiere la cosa, lo más natural del mundo. Me sorprendí de eso y me pregunté que tan liberal era esta muchacha. Seguramente tendría competencia.
De todos modos ignoré lo lindo de su trasero y seguí caminando. Llegamos hasta un poco dentro de la isla. Lo suficiente para ver que había un cenote de cristalinas aguas azules. Mara gritó de alegría y luego, sin decir nada, se tiró por el borde y cayó como una sirena al agua y se puso a nadar feliz.
— ¡Ven! ¡Tírate!
—No, gracias —bordeé la orilla y luego, más tranquila y segura, me metí al agua que estaba muy fría, pero era muy pero muy agradable. Los pezones se me erizaron. Fui hasta donde estaba Mara, y comenzamos a echarnos agua, a embarrarnos las tetas en medio de nuestros juegos inocentes como si fuéramos niñas. Su sonrisa era muy dulce y me sentí algo en confianza. Quizá eso me faltaba: convivir un poco más con ella y conocerla.
Después de nadar nos fuimos a la orilla a acostar sobre la arena. Mara abrió sus piernitas y comenzó a tocarse el borde de la vagina.
—¿Qué haces?
—Voy a masturbarme. ¡Es riquísimo! Estoy desnuda, en la selva… me siento muy natural. ¡Hazlo! ¡Métete unos dedos!
—No, gracias.
—¡Quieres mirarme!
—No.
Cerré los ojos y traté de dormir un poco. Realmente me sentía relajada ante tanta belleza natural, ante la calidez del sol que contrastaba con la frescura del cenote en el que nos habíamos bañado. También reflexioné para mantener la calma porque lo que menos quería era desesperarme. Volveríamos a casa. Estaba segura de eso. Sólo tendría que disfrutar del tiempo con mi papá y con Mara,que no me caía del todo bien, pero tendría que aprender a convivir con ella.
De repente me desperté cuando la chica empezó a gemir. Vi que ahora la muy puta tenía un plátano en la concha.
—¡¿Qué haces?!
—¡Encontré el plátano por allá! Hay todo un racimo.
—Eres una puerca.
—Ay, sí. Mira quien lo dice. Tú también te has masturbado alguna vez.
—Sí… pero no como tu. Te vas a romper la vagina.
—Así me gusta. Rudo, rudo. Que me llegue hasta el útero.
Mara se metía todo el plátano en la conchita, que parecía demasiado pequeña como para tragarse semejante fruta madura, y sin embargo, lo hacía. Vi como sus jugos mojaban sus labios, cómo ella se sonrojaba y se masajeaba el clítoris con sumo placer. Era sorprendente ver la ferocidad con la que atacaba su propia concha.
Me apené demasiado.
—Me voy. Tú sigue si quieres.
Pero no me fui lejos. Me guardé tras una piedra y arranqué un plátano que también había visto colgando de un racimo. Sopesé el peso, el tamaño. Lo mamé un poco y luego, ya caliente por ver a Mara, me acosté con las piernas abiertas y me introduje la fruta. Nada más sentirla dentro de mí, una ola de éxtasis me recorrió de los pies a la cabeza y me arqueé la espalda. La curvatura de la fruta hacía estragos en mi apretada vagina, pero eran dolores de placer.
—Ay… sí.
Imaginé que era una polla real. Un pene cubierto de venas y que era capaz de llevarme a la cumbre del placer mientras más hondo me lo metiera. Torcí los dedos de los pies, abrí las piernas todo lo que pude y suspiré, pellizcándome los pezones, llevándome las tetitas a la boca y mordiéndome de irreverente gozo.
Entonces empujé más la fruta. La empujé tanto y tanto que mi coño se la comió entera. Y allí comenzaron los problemas.
—¿Eh? Oye… cabrón, sal. —pujé y pujé.
¡La pinche fruta se había quedado atorada!
—Mara… ¡Mara!
—¿Qué? —la chica se apareció rapido. Me vio y rió —¿qué haces, cochina?
—¡Mara…! ¡Cállate! Se me atoró el plátano.
—¿Qué plátano?
— ¡En el coño! ¡Me metí todo el plátano y ya no sale!
—¿Todo?
—¡Sí! ¡Ayúdame!
—Calma. Al menos lo lavaste.
—Pues… no.
— ¡¿No?! ¡Daniela! —la chica se arrodilló entre mis piernas —. ¡Carajo! Lo que te vayas a meter a la boca, la vagina o el culo tienes que limpiarlo! ¡Mujer, es que no sabes ni como darte placer tú sola!
—Duele…
—Sí, sí. Déjame ver. Quita la mano. Abre bien.
Lo hice. Mara, sin pena, puso las manos en mis labios y abrió la entrada de mi pobre vaginita.
—Está profundo. Te lo tragaste, he, pillina.
—¿Cómo lo saco? Empujo y empujo…
—No empujes. Te puedes lastimar. Yo te ayudo ¿Vale?
—Sí…
—Abre bien las piernas.
Lo hice todo lo que pude y me sostuve de las rodillas. Tenía expuesta mi conchita y mi anito a Mara, pero ella tan acostumbrada a los cuerpos desnudos no hizo ademán de nada. Lo que sí, me tocó el clítoris. El botoncito de placer y yo me estremecí.
—Bien… tienes que mojarte más. ¿Quieres que te ayude?
—Sí.
—Voy a comerte la conchita un poco ¿vale? Tengo que estimularte para que lubriques más y así pueda salir fácilmente.
—Em… bueno. Pero sólo la puntita de la lengua. ¡Oh! Espera… yo lo hago. No me toques.
—Bueno, vale…
Avergonzada si se puede más, comencé a tocarme el clítoris como loca. Mara ayudó besándome las piernas y pasando su lengua por la parte interna de mis muslos. Eso me encendió mucho. Mucho de verdad.
—¿Quieres comerme las tetitas un poco? A lo mejor te calientas más.
—No.
—Bueno… aburrida.
Siguió con sus caricias a mis piernas y yo con mi masaje al clítoris.
—Bien. Ya se ven tus fluidos muy ricos. Voy a… meter los dedos en tu coño y a sacarte esta cosa ¿lista? Abre.
Me puse los dedos en los labios y los abrí. Mara, rápidamente, irrumpió en mi vagina. Noté cómo se metía los dedos dentro de mí y luego tiraba del plátano suavemente. Mientras tanto escupía en mi entrada. ¡Me metía la saliva en mi pobre coño! Lentamente el plátano salió y abandonó mi útero… yo suspiré de goce.
—Listo…
—Ay… gracias.
—Ahora… plis, déjame comerte un poquito.
—No, hermana. Digo, Mara.
—¡Anda! Soy casi tu hermana. Al menos déjame limpiarte. Por favor, por favor, me muero por probar tu rica vagina.
—Mmm… pero sólo esta vez. Y sólo un poco de lengua. ¡Entiendes!
—Sí…
—Va. Rápido.
Tragué saliva. Abrí las piernas. Mara se relamió los labios y se lanzó como una loca contra mi coño. Yo grité.
— ¡Ay! ¡Perra! ¡Me vas a arrancar el clítoris!
Pasó la lengua por toda el área vaginal limpiándola de su saliva y de juegos. Luego, sonriendo, se relamió los labios.
— ¡Riquísima!
—Bu-bueno, ya no pidas más.
—Sí, sí. Mojigata. Bueno, anda, vamos. Volvamos con papá y digámosle qué ha pasado.
Mientras volvíamos, Mara iba por delante de mí y yo no dejaba de verle las nalgas tan respingonas que ella tenía. Evoqué la imagen de sus dedos masturbándose, y también de cuando su mojada lengua recogió los jugos de mi vagina. Eso bastó para que todo mi ser se calentara y ansiara volver a masturbarme una vez más. Incluso sentía la vista un poco nublada. Rápidamente agarré a la chica de la mano para detenerla.
—¿Qué pasa, Daniela?
—Oye… yo… —me sonrojé —, me gustaría que… me chuparas la concha otra vez.
Su pequeña boquita sonrió.
—Túmbate y abre tus piernas.
Ya no había marcha atrás. La muy putita de mi hermana me había dejado caliente. Encontré un sitio donde echarme. Me quité los shorts y la tanga. Abrí las piernas y cerré los ojos porque no quería ver que era ella quien me iba a comer toda. Prefería pensar que se trataba de algún hombre guapo, algún macho cabrío con la polla tiesa quien me estaba lamiendo el coño.
Noté la cálida boca de Daniela y me estremecí. Cubría por completo mi entrada y su lengua se paseaba a sus anchas por mi humedecida piel. Pellizcaba con sus dientes el clítoris. Abrí los ojos sólo para ver su rostro lleno de serenidad, con ojitos cerrados de placer. Con dos dedos me abrió la conchita y lentamente deslizó sus pequeños dedos hasta el interior de mí.
Suspiré.
MARA
Mira qué caliente estaba la niña de papá. Y ella que decía ser la señorita moralidad, y vaya que ahora toda su conchita manaba agradables líquidos hacia mi lengua. Pero tenía que admitir que era riquísima, y no es que yo fuera una adicta a las vaginas. Me encantaba mas tener algo grande dentro de la garganta…
Sus labios eran rosaditos, mojados por los jugos calientes y dulces que levantaba con mi lengua. La muy perra quiso cerrar sus piernas, pero yo se las abrí.
—¡Mantenlas así! —le exclamé. Ella me miró sorprendida por mi grito, pero se sujetó las rodillas y me ofreció una hermosa imagen de su anito rosado. Rápidamente deslicé la punta de su lengua por ese pequeño orificio y ella se retorció.
— ¡Ay! ¡No! ¡Allí no!
—¡Cállate! —volví a gritarle, pero dejé ese sitio en paz. Obviamente el placer anal no lo conocía y no iba a molestarla. Me concentré más en ponerle empeño en el azucarado coño que me ofrecía. Yo estaba ida por primera vez, y no sólo por el sabor, sino por el desenfreno sexual que ella estaba mostrando. Daniela incluso tenía las manos dentro de sus tetas y se estaba pellizcando los pezones. Eso me encendió mas.
Metí tres dedos. Exploré el interior. Ella se retorció. Masajeé suavemente su vientre y realicé toda clase de movimientos en su apretada concha. El clítoris palpitaba, el mío también. Fui más profundo, más profundo hasta querer romperle todo por dentro, hasta llegar al útero.
Entonces Daniela gritó de una mezcla de éxtasis y entonces… ¡Se corrió!
Me retiré de inmediato. Su coño… ¡estaba lanzando chorritos de líquido! ¡La perra era una squierter! ¡Una squirter! Parte de esos chorritos me dieron en la cara, otros en los labios y yo, por la sorpresa, rápidamente cubrí su vagina con mi boca y bebí las últimas gotas de su corrida.
— ¡Ay! ¡Ay! ¿Qué…? ¿Qué fue eso?
—¡Eres una jodida squirt, niña! ¡Literalmente lanzas chorros de placer!
—¡Dios! ¡Dios…!
—Oh, sí, ya lo creo —me reí y me limpié la boca.
Durante un rato la pobre muchacha ni siquiera se pudo levantar. Cuando recuperó el control de sus piernas, se puso lentamente en pie y se vistió.
—Gracias… —fue todo lo que me dijo —. Por favor, no le digas a mi papá que me corrí en tu boca.
—No diré nada… pero ¡coño! ¡Qué vagina tienes entre las piernas, mujer! ¡Yo nunca me he corrido así!
—¿De verdad?
— ¡Nunca! Me he metido de todo en mi conchita… pero nunca me había brotado así. ¡Tienes tanta suerte!
Sonrió, apenada.
—Gracias… creo. Vamos. Mi papá nos estará esperando.
DANIELA
Cuando volvimos a la playa, Mara estaba guardada detrás de una piedra.
—¿Qué haces, Mara?
—Mira esa delicia…
—¿Qué?
No lo había visto hasta ese momento, pero en la playa estaba mi papá ¡desnudo! Se estaba bañando en la orilla y su pija flácida y gorda se balanceaba feliz y cubierta de arena.
—¿No se te hace agua la boca?
—Es mi papá… tonta. Usó ese pene para crearme.
—Sí… y apuesto a que tu mamá gritó de lo lindo.
—Cuando era niña, escuchaba a mi mamá gemir muy fuerte. Su cuarto estaba al lado del mío y todo se filtraba.
—Ay… quisiera tener eso en mi culo.
—¡Cállate! —exclamé apenada y le di un golpecito en la cabeza. Mara rió inocente y salimos de nuestro escondite para ver a papá.
—¡Papito! ¡Llegamos! —gritó la feliz de Mara corriendo y con sus tetitas brincando. Mi papá se cubrió la polla al ver que yo venía detrás.
—¿Encontraron agua?
—Sí —dije —. Hay un cenote por allá. Está muy rica el agua.
—Menos mal. Debería ponerme ropa.
—Eh… no —le respondí muerta de la pena —. Está… está bien.
—¿Segura?
—Dije que está bien.
Mara sonrió traviesa. Leandro, suspirando, se puso las manos en las caderas. Su hermosa polla estaba semierecta. Ay… Mara tenía razón. Se me hizo agua la boca.
—Bueno, vamos a ponernos algo mas de ropa y vayamos a explorar la isla. Llenaremos estas botellas de agua dulce para beber y veré si podemos recoger algunas frutas.
—Daniela y yo probamos unos plátanos que estaban muy ricos ¿verdad? —me guiñó el ojo.
—Oh… sí. Grandes y jugosos.
—Qué rico —dijo papá y luego, abrazándonos con un brazo a las dos, nos fuimos al interior de la isla. Claro que antes, por seguridad y protección, nos pusimos algo mas de ropa. Pero yo quería seguir viendo esa jugosa pija de mi papá agitarse, y al igual que Mara… la quería echando su leche dentro de mi culo.
*******
ajaja pobre Daniela, sufriendo con sus tonterías y bien que se tragó la frutita
saludos! gracias por leer, dejen un comentario si quieren, nunca hace daño jaja y me gusta leerles
16 comentarios - Trio familiar en la isla. Cap 4
Me encanta que sea (o se haga) tanto la inocente... 😉
Sabes como me calientan tus relatos!
Sos una genia.
Podes pasarme los link de los anteriores porque no los encontre en tus post.
Gracias