Esta aventura me sorprendió sin buscarla. Creo que ambos estábamos en situación propicia para vivir lo sucedido y lo disfrutamos como “caída del cielo”.
Mayoritariamente, las relaciones amorosas son impares y no hay manera de juzgarlas ya que la intimidad de las parejas es, a mi juicio, privada, única e irrepetible.
Nuestro caso, el de mi esposa Romina y mío, es el de dos humanos que se atreven a exceder de los límites de lo moral y socialmente correcto y se entregan, sin engañar a la naturaleza, a pasiones fugaces, improvisadas o pensadas reflexivamente antes de perpetrarlas.
Juegos amorosos, sin compromiso y con poca o ninguna continuidad, ese ceder a las “calenturas”, sexuales que suceden, aún sin buscarlas, y cesan al amainar, el apetito vehemente, en uno o en unos pocos capítulos, ya que sólo abarca el cuerpo y sus procesos fisiológicos de recepción y reconocimiento de sensaciones y estímulos.
Romina contrajo una infección virósica que le demandó un período de recuperación – con reposo en cama- bastante prolongado. Obviamente cero sexo – ergo, yo estaba mal atendido -
Camila, casada, pero con matrimonio y sexo en impasse - ella también estaba mal atendida, desde semanas, según me había comentado Romina – venía a diario a casa para, la gravosa tarea de atender a su amiga, durante mi ausencia y, con frecuencia, prolongaba su visita después de mi regreso para comentarme lo que le parecía que debía enterarme.
Nuestros hijos quedaban al cuidado de los abuelos, salvo el fin de semana. Los de Camila también, el tiempo del día que no estaban en la escuela. Ella los recogía una vez que dejaba nuestra casa.
Un cuarto factor – más bien facilitador del prólogo – fue un, pocas veces visto en su línea, frasquito de perfume que, yo – un poco en broma y un poco por curiosidad – había comprado en un viaje a Alemania y yacía olvidado en el botiquín del segundo baño de la casa.
Antes de seguir debo aclarar que Camila es una bonita mujer, de buena estatura (1,72 mts), cuerpo con todo armonioso y en su justa proporción, agraciada, ojos azulados y cabello rubio lacio, edad en la franja de los 35 a 38 años, espontánea, desenvuelta y sin excesivas reservas.
Quizás por la inacción, estar con ella a solas en el living o en cualquier otra dependencia de la casa, comenzó a perturbarme, a trastornar el orden y concierto. La quietud y el sosiego de mi entrepiernas, también.
Valiéndome de halagos, frases y dichos elegidos para no significar explícita o claramente lo pretendido, y darlo, sin embargo, a entender, percibí que ella no manifestaba aversión ni rechazo, firme, al convite.
Para no molestar a la amiga, mientras conversaba conmigo, de necesitarlo, no usaba la toilette de la suite sino recurría al segundo baño. La tarde del cuarto día de convalecencia domiciliaria de Romina, al regresar del trabajo, dejé, “olvidado” sobre la mesadita del lavatorio, el frasquito de perfume. No estaba mal encaminado: Camila volvió de la toilette con, en la cara, una expresión mezcla de sorna y reprobación:
-¡Juliooo!!! ¿Qué es ese gotero que tenés ahí?? – señaló con el índice a la puerta del baño.
-¿Cuál gotero?-
-¡No te hagas el boludo, el con la etiqueta “Vulva”!!-
-¡Ahhh siiii!! Pero no es gotero tiene una esferita dosificadora. Querida, en épocas de vacas flacas, una aplicación en el reverso de la mano izquierda, enciende la imaginación y vigoriza la mano derecha. -
-¡No lo puedo creer!!!! ¿El marido de mi amiga, recurre a la manu …. ela y a un aroma sintético?-
-Vení, sentate aquí y te … digo. –
Amagó acercarse pero se detuvo:
-Esperá que voy a ver si Romina necesita algo. -
Fue a la suite y regresó enseguida:
-Está dormida, “al mango”-
Me pareció obvio que viendo venir “entrevero” quiso asegurarse que Romina no se entere.
Se sentó a mi izquierda en el sofá y “clavó” su mirada desafiante en mis ojos:
-No tenés que explicarme nada, Julio. –
Le puse mi mano derecha en su rodilla derecha, ni protestó ni hizo gesto alguno para rechazar la mano invasora. Decidí subir la apuesta y tantear hasta donde estaba dispuesta a llegar. Deslicé los dedos entre sus muslos unos pocos centímetros hacia arriba:
-Estoy seguro que el perfume de la tuya es mucho más delicioso y subyugante que el del frasquito y, por añadidura, natural y original –
-¿Qué me estás diciendo, Julioooo? ¡Si se entera Romina se pudre todo!!-
-Ella está dormida y sedada, vos propensa ¿O me equivoco?-
Desvió la mirada hacia su muslo derecho, separó, un poco, las piernas y movió levemente el rostro asintiendo. Mi mano progresó raudamente hasta alcanzar su entrepiernas y palpar sus labios vaginales, bombacha de por medio. Gimió, abrió de par en par los muslos:
-Quiero meter la nariz ahí y aspirar fuerte. -
Aceptó un primer beso y no se opuso a que le reclinase la parte superior del cuerpo en el sofá.
A buen entendedor, las palabras huelgan.
Le enrollé la pollera, puse rodillas en tierra, manos en el elástico para sacarle el calzón y mi cabeza entre sus muslos, hasta alcanzar la concha. Lengua y dedos –índice y medio - comenzaron a explorar, entrando y saliendo suavemente, le lengüeteé el clítoris. No demoró en menearse y gemir:
-¡Ahhhhhh Juannnnnllll Síiiiiiiiiiiiiiiiii, seguíiiii mi Diossss ¡Aghhhhhh, Siiiiiiiiiiiiiiiiii!-
No tardó en manar fluido de la vulva.
Ahí cumpli con lo prometido, le introduje la punta de la nariz:
-¡Sublime! ¡Esta sí que es fragancia para reyes!! – le murmuré mientras comencé a subir sobre ella, le acaricié las tetas, cubiertas por corpiño y blusa, uní mis labios a los suyos y la penetré, sin miramientos, y la emprendí con un mete y ponga desmedido, violento. La cabalgué sin darle tregua – colaboró moviendo, acompasadamente, la pelvis, gimiendo y con sonidos inarticulados, agudos y de goce, de la voz -hasta que exploté dentro de ella.
Esa tarde, exceptuando algunos halagos, arrumacos y combinar como y donde encontrarnos el día siguiente (viernes, a media tarde mi suegra traía los chicos a casa y se quedaba al cuidado de la hija hasta mi regreso) no hubo lugar para más. Camila no disponía de más tiempo, debía ir a buscar a los hijos. Ese viernes, me tomé, libre, la media tarde y un turno de tres horas en un hotel transitorio.
Ahí si el combo erótico fue memorable:
Besos, caricias, despojo de toda prenda. Me hizo acostar boca arriba, apoyó una mano en la parte interior de mi pierna. La subió muy despacio. Deseaba que llegue a mi ingle para que acaricie mi miembro. Ella sabía que me enloquecen las caricias ahí. Me hizo sufrir, esquivó mi verga sin tocarla y progresó por mi abdomen. Añadió besos a sus dedos deslizantes. Besos y caricias. Bajó la boca a mis pezones y se entretuvo con mordiscos y chupaditas. Me derretía. Por fin metió mano para acariciar mi miembro.
-¿Que creías que no te iba a manoteártelo? - me susurró al oído mientras me acariciaba.
- Demoraste demasiado - Le digo suspirando.
A medida que sus besos fueron bajando por mi cuerpo, mi excitación fue en subiendo en intensidad. Ni bien su lengua rozó mi pene me estremecí. La pasó despacito, de abajo hacia arriba. De los testículos al tronco y deahí al glande. Jugó con mi verga, “como juega el gato maula con el mísero ratón” lamiendo, besando, chupando con parsimonia. Experimenté un placer exquisito.
Me sublevé. Se rindió y, en segundos, quedó de espaldas y empomada.
Esa primera y las restantes cogidas y “firuletes” de la tarde (sexo oral bidireccional, variantes de poses y festival de orgasmos) merecerían el Nobel del erotismo.
Fueron sólo dos capítulos de juegos amorosos. Romina está totalmente recuperada y con apetito sexual vehemente para conmigo.
Camila se reconcilió y, aparentemente, reanudó la relación y el trato amoroso con el esposo.
Ni yo le re-propuse ni ella se insinuó desde el viernes que motivó el relato.
A ambos, adúlteros, nos queda un recuerdo sensual muy vivo.
Mayoritariamente, las relaciones amorosas son impares y no hay manera de juzgarlas ya que la intimidad de las parejas es, a mi juicio, privada, única e irrepetible.
Nuestro caso, el de mi esposa Romina y mío, es el de dos humanos que se atreven a exceder de los límites de lo moral y socialmente correcto y se entregan, sin engañar a la naturaleza, a pasiones fugaces, improvisadas o pensadas reflexivamente antes de perpetrarlas.
Juegos amorosos, sin compromiso y con poca o ninguna continuidad, ese ceder a las “calenturas”, sexuales que suceden, aún sin buscarlas, y cesan al amainar, el apetito vehemente, en uno o en unos pocos capítulos, ya que sólo abarca el cuerpo y sus procesos fisiológicos de recepción y reconocimiento de sensaciones y estímulos.
Romina contrajo una infección virósica que le demandó un período de recuperación – con reposo en cama- bastante prolongado. Obviamente cero sexo – ergo, yo estaba mal atendido -
Camila, casada, pero con matrimonio y sexo en impasse - ella también estaba mal atendida, desde semanas, según me había comentado Romina – venía a diario a casa para, la gravosa tarea de atender a su amiga, durante mi ausencia y, con frecuencia, prolongaba su visita después de mi regreso para comentarme lo que le parecía que debía enterarme.
Nuestros hijos quedaban al cuidado de los abuelos, salvo el fin de semana. Los de Camila también, el tiempo del día que no estaban en la escuela. Ella los recogía una vez que dejaba nuestra casa.
Un cuarto factor – más bien facilitador del prólogo – fue un, pocas veces visto en su línea, frasquito de perfume que, yo – un poco en broma y un poco por curiosidad – había comprado en un viaje a Alemania y yacía olvidado en el botiquín del segundo baño de la casa.
Antes de seguir debo aclarar que Camila es una bonita mujer, de buena estatura (1,72 mts), cuerpo con todo armonioso y en su justa proporción, agraciada, ojos azulados y cabello rubio lacio, edad en la franja de los 35 a 38 años, espontánea, desenvuelta y sin excesivas reservas.
Quizás por la inacción, estar con ella a solas en el living o en cualquier otra dependencia de la casa, comenzó a perturbarme, a trastornar el orden y concierto. La quietud y el sosiego de mi entrepiernas, también.
Valiéndome de halagos, frases y dichos elegidos para no significar explícita o claramente lo pretendido, y darlo, sin embargo, a entender, percibí que ella no manifestaba aversión ni rechazo, firme, al convite.
Para no molestar a la amiga, mientras conversaba conmigo, de necesitarlo, no usaba la toilette de la suite sino recurría al segundo baño. La tarde del cuarto día de convalecencia domiciliaria de Romina, al regresar del trabajo, dejé, “olvidado” sobre la mesadita del lavatorio, el frasquito de perfume. No estaba mal encaminado: Camila volvió de la toilette con, en la cara, una expresión mezcla de sorna y reprobación:
-¡Juliooo!!! ¿Qué es ese gotero que tenés ahí?? – señaló con el índice a la puerta del baño.
-¿Cuál gotero?-
-¡No te hagas el boludo, el con la etiqueta “Vulva”!!-
-¡Ahhh siiii!! Pero no es gotero tiene una esferita dosificadora. Querida, en épocas de vacas flacas, una aplicación en el reverso de la mano izquierda, enciende la imaginación y vigoriza la mano derecha. -
-¡No lo puedo creer!!!! ¿El marido de mi amiga, recurre a la manu …. ela y a un aroma sintético?-
-Vení, sentate aquí y te … digo. –
Amagó acercarse pero se detuvo:
-Esperá que voy a ver si Romina necesita algo. -
Fue a la suite y regresó enseguida:
-Está dormida, “al mango”-
Me pareció obvio que viendo venir “entrevero” quiso asegurarse que Romina no se entere.
Se sentó a mi izquierda en el sofá y “clavó” su mirada desafiante en mis ojos:
-No tenés que explicarme nada, Julio. –
Le puse mi mano derecha en su rodilla derecha, ni protestó ni hizo gesto alguno para rechazar la mano invasora. Decidí subir la apuesta y tantear hasta donde estaba dispuesta a llegar. Deslicé los dedos entre sus muslos unos pocos centímetros hacia arriba:
-Estoy seguro que el perfume de la tuya es mucho más delicioso y subyugante que el del frasquito y, por añadidura, natural y original –
-¿Qué me estás diciendo, Julioooo? ¡Si se entera Romina se pudre todo!!-
-Ella está dormida y sedada, vos propensa ¿O me equivoco?-
Desvió la mirada hacia su muslo derecho, separó, un poco, las piernas y movió levemente el rostro asintiendo. Mi mano progresó raudamente hasta alcanzar su entrepiernas y palpar sus labios vaginales, bombacha de por medio. Gimió, abrió de par en par los muslos:
-Quiero meter la nariz ahí y aspirar fuerte. -
Aceptó un primer beso y no se opuso a que le reclinase la parte superior del cuerpo en el sofá.
A buen entendedor, las palabras huelgan.
Le enrollé la pollera, puse rodillas en tierra, manos en el elástico para sacarle el calzón y mi cabeza entre sus muslos, hasta alcanzar la concha. Lengua y dedos –índice y medio - comenzaron a explorar, entrando y saliendo suavemente, le lengüeteé el clítoris. No demoró en menearse y gemir:
-¡Ahhhhhh Juannnnnllll Síiiiiiiiiiiiiiiiii, seguíiiii mi Diossss ¡Aghhhhhh, Siiiiiiiiiiiiiiiiii!-
No tardó en manar fluido de la vulva.
Ahí cumpli con lo prometido, le introduje la punta de la nariz:
-¡Sublime! ¡Esta sí que es fragancia para reyes!! – le murmuré mientras comencé a subir sobre ella, le acaricié las tetas, cubiertas por corpiño y blusa, uní mis labios a los suyos y la penetré, sin miramientos, y la emprendí con un mete y ponga desmedido, violento. La cabalgué sin darle tregua – colaboró moviendo, acompasadamente, la pelvis, gimiendo y con sonidos inarticulados, agudos y de goce, de la voz -hasta que exploté dentro de ella.
Esa tarde, exceptuando algunos halagos, arrumacos y combinar como y donde encontrarnos el día siguiente (viernes, a media tarde mi suegra traía los chicos a casa y se quedaba al cuidado de la hija hasta mi regreso) no hubo lugar para más. Camila no disponía de más tiempo, debía ir a buscar a los hijos. Ese viernes, me tomé, libre, la media tarde y un turno de tres horas en un hotel transitorio.
Ahí si el combo erótico fue memorable:
Besos, caricias, despojo de toda prenda. Me hizo acostar boca arriba, apoyó una mano en la parte interior de mi pierna. La subió muy despacio. Deseaba que llegue a mi ingle para que acaricie mi miembro. Ella sabía que me enloquecen las caricias ahí. Me hizo sufrir, esquivó mi verga sin tocarla y progresó por mi abdomen. Añadió besos a sus dedos deslizantes. Besos y caricias. Bajó la boca a mis pezones y se entretuvo con mordiscos y chupaditas. Me derretía. Por fin metió mano para acariciar mi miembro.
-¿Que creías que no te iba a manoteártelo? - me susurró al oído mientras me acariciaba.
- Demoraste demasiado - Le digo suspirando.
A medida que sus besos fueron bajando por mi cuerpo, mi excitación fue en subiendo en intensidad. Ni bien su lengua rozó mi pene me estremecí. La pasó despacito, de abajo hacia arriba. De los testículos al tronco y deahí al glande. Jugó con mi verga, “como juega el gato maula con el mísero ratón” lamiendo, besando, chupando con parsimonia. Experimenté un placer exquisito.
Me sublevé. Se rindió y, en segundos, quedó de espaldas y empomada.
Esa primera y las restantes cogidas y “firuletes” de la tarde (sexo oral bidireccional, variantes de poses y festival de orgasmos) merecerían el Nobel del erotismo.
Fueron sólo dos capítulos de juegos amorosos. Romina está totalmente recuperada y con apetito sexual vehemente para conmigo.
Camila se reconcilió y, aparentemente, reanudó la relación y el trato amoroso con el esposo.
Ni yo le re-propuse ni ella se insinuó desde el viernes que motivó el relato.
A ambos, adúlteros, nos queda un recuerdo sensual muy vivo.
3 comentarios - Perfume Singular.
Buen realtao van ocho puntos
Pd ¿no hubo sexo anal?