Cogeme como a una putita

Este es mi primer relato! Es solo la primera parte, cuéntenme si les gusta y subo lo que falta.
Espero se diviertan tanto leyéndolo como yo escribiéndolo.

-Abrí la boca, putita.
Obedecí, porque cuando Martín me habla en ese tono me conviene obedecer, o mejor no, para disfrutar del castigo que me merezco por rebelde. Se agachó un poco, me abrió los labios desde las comisuras y escupió. La saliva me recorrió un poco, tibia y espesa, y yo sonreí sabiendo que eso recién empezaba.
Todavía teníamos la ropa puesta. A mi me gusta (y él lo sabe bien) que me acaricie toda despacio por encima de las medias, el vestido, el corpiño; retardando el placer que va a llegar eventualmente, excitándome despacio, jugando conmigo como el gato y el ratón. En esa ocasión, eligió sacarme todo lentamente, dejándome apenas la ropa interior, las medias de red y el portaligas. Mientras corría las prendas me besaba todo el cuerpo, ya lo anticipaba, sentía cosquillas y se me erizaba la piel.
Sentía también los pezones duros, y moría por mostrárselos, pero él llevaba la batuta. Cuando lo hacemos, no soy más su nena, su bebota, a la que le corre la silla para que se siente. Soy su putita, y como tal, dejo que haga lo que quiera conmigo. Ese día quería provocarme y vi sus intenciones en su sonrisa endiablada. Quería calentarme hasta que no pudiera más, quería que le pidiera de rodillas y por favor que me cogiera, quería que queme el deseo en todo mi sexo. Lo estaba logrando.
-Tráeme esa conchita para acá.
Me acosté al lado suyo y él con la punta de los dedos comenzó a tantear mi clitorís, con caricias suaves sobre la tela. Metió la mano y bajó hasta encontrar lo que buscaba, húmedo y caliente. Sacó un poco con el índice y el medio y me dió de probar.
-Mirá lo mojadita que estás, que puta que sos.- Él ya estaba listo.
Abrí la boca, sin que él me lo pidiera esta vez, para tragarme su pija entera y no paré hasta sentir la primera arcada.
-Muy bien. -me dijo acariciandome el pelo. Yo chupaba con entusiasmo, Martín me introdujo a una de mis actividades preferidas, tener su pija en la boca y mamarla entera. Pasó de acariciarme a tomarme de la cabeza y empujarla toda. Sentí como los ojos se me llenaban de lágrimas y cuando no aguanté más la saqué de mi boca. Un par de hilos de baba nos unían aún, y me gané una sonora cachetada por el atrevimiento.
-Bancatelá, putita.
Lo besé, no le molestaba su sabor en mi boca. Recorrí su cuello con la lengua, que me gusta explorar, aun cuando está un poco salado por la transpiración. Sus manos me recorrían, a mi cola, mis tetas, jugaba con mis pezones; y las cosquillas en mi conchita se volvían cada vez más intensas. No podía esperar a que estuviera adentro mío.
-Por favor, mi amor, cógeme. No doy más. Soy toda tuya mi amor, damelá. Por favor.
Le suplico, con mi voz de nena, de bebota que aprendió a jugar un juego en el que es muy buena, que aprendió a chupar, lamer, morder, tragar, y que se volvió viciosa.
Me desnudó entera, murmurando más guarradas que no pude descifrar. Solo llegué a escuchar “te gusta putita” y “te voy a romper todo” y me divertí imaginando el resto. Inmediatamente ya me estaba penetrando, y con cada embestida yo gemía más y más fuerte. Me retorcía de placer, e imaginaba lo mismo para él, ya que sentía su miembro latir entre mis labios.
Se separó brevemente de mí y me ubicó en cuatro patas en la cama. Comenzó a moverse y sabiendo perfectamente el efecto que generaba en mí, me tiró de los pelos. Yo estaba en éxtasis, la combinación del dolor, que Martín me cogiera tan bien y la calentura que me generaba su pija en mi sexo me tenían al borde la locura. Sabía que hacer para complacer a su putita, su putita golosa, viciosa, hambrienta de él y lo que tuviera para ofrecerle.
Me encantaba sentirme su perrita, que él se apoderara de mí como un animal, como una bestia, que me montara. Que dejara salir todos sus impulsos más salvajes conmigo.