Soy el menor de tres hermanos, la mayor se llama Beatriz, le sigue Ana y luego
voy yo, Mateo. Me sacan seis y cuatro años respectivamente. Bea ya no vive con
el resto de la familia, se casó. Pero Ana y yo seguimos en casita de los papis.
Por aquel entonces yo apenas salía de fiesta, mis padres me controlaban mucho.
Pero mis hermanas al ser mayores que yo si disfrutaban del fin de semana. No
tenía novio ninguna de las dos y compartían grupo de amigas. Las dos se ponían
aun más guapas de lo que eran para salir de fiesta. Se parecen bastante, morenas
de piel y pelo rizado largo. Bea, la mayor, es también algo más alta y más
delgadita aún que Ana, que tiene los pechos más grandes. La verdad es que mis
hermanas están muy buenas, y ellas decían lo mismo de mí, que qué guapo era, que
dentro de unos años me las ligaría a todas,... lo que le suelen decir a un
hermano menor.
Un fin de semana se fueron mis padres al campo, a casa de unos amigos, y nos
dejaron solos a los tres. El sábado llamamos a un telepizza para comer y después
estuvimos viendo una peli de video que había alquilado Ana. No la recuerdo
exactamente, pero cuando la estábamos viendo me fijé en Bea, que estaba en un
sofá casi frente al mío. Estaba vestida con una simple camiseta y un
pantaloncito corto de deporte mío que muchas veces me quitaba. Algo que me
molestaba mucho, por cierto. Ella estaba sentada con los pies sobre el sofá, y
al fijarme en los shorts me di cuenta que se le veía el coñito. Rápidamente
volví la mirada al televisor, pero una fuerza desconocida me hacía volver a
mirarla a ella y a su “cosita”. Me empecé a excitar un montón, era algo tan
prohibido y sólo se lo había visto cuando éramos pequeños. Podía observar que lo
llevaba rasurado la muy guarrilla de mi hermana. De repente Ana que me estaba
viendo desde el otro lado del sofá me dijo:
- ¿Tu qué miras, mocoso?
- Nada, nada.- me había pillado, y me puse un poco nervioso.
- ¿Cómo que nada? ¿Qué estabas mirando?
- Pues, joder, que Bea me ha vuelto a quitar mis pantalones.
- Ya, por eso te has empalmado. Mira Bea, Mira como se la has puesto a Mateo.
Jajaja, ponte unas braguitas por que si no....jajaja
Y empezaron a reírse de mí las dos, en mi vida lo he pasado tan mal. Intentaba
esconder mi erección, pero con el chándal que llevaba puesto era imposible. Me
giré para insultar a Bea (típico entre hermanos cuando no tienes ningún
argumento), pero noté una mirada suya que desconocía. Era como una especie de
consentimiento y picardía. El resto de la tarde lo pasé callado viendo la tele.
Más tarde ellas se arreglaron para salir, yo me quedaría en casa porque aunque
estaba sólo no tenía plan. Aprovecharía para ver una peli porno que tenía ya muy
vista pero que salían unas tías estupendas. A las diez se fueron y como
cualquier chaval de dieciséis años me hice el rey de la casa. Comí lo que sobró
de las pizzas, me tomé un par de cervezas, me hice una paja con la peli y a las
dos me fui a la cama.
Serían las cuatro y pico cuando regresaron. Las oí por el portazo que dieron al
entrar. Desde mi habitación se oye todo lo que sucede en casa, por lo que las
estuve escuchando hasta que se acostaron y aquí viene lo “gordo” de la historia.
Casi una hora después todavía no había conseguido dormir cuando se abrió con
sigilo la puerta de mi cuarto, no se sabía si era Bea o Ana, pero no encendió la
luz. Supuse que querrían asegurarse de que estaba en casa, pero no era así,
porque “ella” se metió en mi cama. Yo no sabía cómo actuar por lo que me hice el
dormido. Pasaron unos segundos, para mí eternos, en los que no sucedió nada,
pero después “ella” empezó a acariciarme, seguí haciéndome el dormido mientras
“ella” me tocaba el torso, los brazos, el vientre, hasta meter la mano por de
bajo de mis slips y agarrarme la polla, que ya estaba muy crecida. Se escondió
bajo la colcha, y comenzó a chupármela, ¡Dios! ¡Era la primera mamada que me
hacían en la vida! Yo no sabía qué hacer, qué decir. ¡Una de mis hermanas estaba
comiéndome la polla! Era algo prohibido, pero, me estaba gustando tanto...
Supuse que “ella” sabría que yo estaba despierto, pero ahora entiendo que
jugábamos con el sobreentendido. No me atreví a tocarla, me dejé hacer. Cada vez
chupaba y me pajeaba con mayor intensidad y notaba sus tetas golpeando y rozando
mis piernas. Intenté averiguar por ello cual de mis hermanas era. Ana, ya lo
dije, tiene los pechos más grandes, pero en la oscuridad y sin poderla tocar me
era imposible descubrirla. Llegó un momento que mi excitación era tal que fui a
correr, obviamente no podía avisarla, así que descargué mi leche en su boca. Fue
la primera vez que emitió algún sonido: jadeaba mientras chupaba y lamía todo lo
que salía por mi polla. Nunca había sentido un placer semejante, creo que me
corrí como nunca en toda mi vida. Después, “ella” salió de debajo de la colcha,
me besó en la oreja con un lametón y abandonó mi cama y mi cuarto tan
sigilosamente como había entrado en él.
Como os podréis imaginar me costó dormirme aquella noche volviendo a disfrutar
una y otra vez en mi imaginación lo que había sucedido. También pensando quién
de mis hermanas se había atrevido a meterse en mi cama, mis deducciones llegaban
más hacia mi hermana mayor Bea después del suceso de la tarde, pero no lo podía
saber a ciencia cierta.
A la mañana me daba miedo levantarme, me acojonaba enfrentarme a mis hermanas
cara a cara desayunando. Al final me atreví aún sabiendo que ambas estaban
despiertas andando por la cocina. Cuando entré allí, os puedo asegurar que era
como otro día cualquiera, nada fuera de lo normal, así que desayuné igual que
como lo hice el día anterior o cualquier otro de mi vida, eso sí, un poco más
callado.
El resto del día y de la semana siguiente fue de lo más común, nada extraño
entre mis hermanas y yo. Claro que dentro de mí se acrecentaba la curiosidad y
algo nuevo que apareció aquel sábado por la noche: el deseo sexual hacia mis
hermanas.
El Jueves por la noche estábamos toda la familia viendo la tele, una película.
Era un poco raro, la verdad, que estuviéramos todos juntos, pero la peli era
buena. En un momento salió una escena de sexo un poco fuerte y larga que comenzó
a excitarme. Yo estaba flanqueado por mis dos hermanas, y de repente, como si
nada, Bea se levantó y dándome un golpecito en el pene me dijo: “¡Que te
emocionas!”. Hubo alguna sonrisa en casa, pero pasó muy desapercibido aquello,
menos para mí. Aquella era la prueba definitiva.
Me acosté esa noche dándole mil vueltas a la cabeza, y por otro lado muy
excitado por la proximidad de la tentación a la que le sumaba mi cobardía por
intentar nada con ella. Pensaba que quizás ella dio el primer paso y que
esperaba de mí dar el segundo. Y a las tres de la mañana lo hice. Salí en
silencio de mi habitación y a oscuras crucé todo el pasillo hasta situarme
frente a la puerta de la habitación de Bea. Tenía miedo de lo que pudiera pasar
porque a cada paso que daba mi certidumbre iba mermando. Pero por otro lado
pensaba en lo buena que estaba Bea, una chica cañón que me sacaba seis años.
Sólo pensaba en aquella imagen de Bea con mis shorts mostrándome el coñito. Así
que entré en su habitación intentando hacer el menor ruido posible, ya tenía
pensadas excusas por si se despertaba y me “pillaba”. Me acerqué a la cama no
sin dificultad por la oscuridad, ella seguía inmóvil, podía advertir el bulto
que hacía ella en la cama. Respiré profundamente y me metí bajo las mismas
mantas. Lo primero que percibí fue su olor y su calor. Me atreví a acercar la
mano hacia su cuerpo, me estaba dando la espalda, la toqué, estaba desnuda. Hizo
como una pequeña contracción que me asustó y retiré la mano, pero se quedó
inmóvil, así que volví a extender mis manos hacia ella. Ronroneaba como en
sueños, pero, ¿Podía creer que estaba dormida realmente?. Mis manos fueron
cercándola para llegar a sus pechos donde sus pezones me esperaban ya erectos
como lo estaba mi polla desde hacía rato. Pegué mi cuerpo al suyo, y estuve un
buen rato acariciándole los pechos y arrimándome a su culito. Después de eso me
sumergí entre las mantas, y ella simulándose la dormida se giró para quedarse
boca arriba y facilitar mi incursión. Nunca antes había estado tan cerca de un
coño, y su olor fue para mi toda una novedad. Allí abajo olía a una mujer
preciosa y deseada. Le aparté suavemente los muslos, ella me ayudaba, y metí mi
cabeza hasta el fondo para con mi lengua lamer aquella vulva que ya estaba
húmeda. Movía la lengua de arriba abajo, chupaba, mordía... hacía todo aquello
que había visto en las películas porno, pero esta vez era yo el protagonista del
placer. Ella increíblemente seguía haciéndose la dormida, y creo que aquel juego
me encantaba. Seguí chupándola y metiéndole mi lengua en el coño hasta que
entendí que se corría porque no disimuló ya los movimientos y con contracciones
de su cuerpo acabó por inundarme la cara de sus flujos. Estaba tan excitado que
no sabía que hacer, si masturbarme allí o intentar follármela. Entonces con
decisión me puse sobre ella, busqué con mis dedos la entrada y se la mostré a mi
polla para írsela metiendo poco a poco. Entró con suavidad porque ella estaba
completamente mojada y muy dilatada. Por aquel entonces no sabía moverme muy
bien pero me la estuve follando clavándosela hasta el fondo. En cuanto podía me
separaba un poco y bajaba la cabeza para poder chuparle las tetas. En un momento
ella, a pesar de mantener el papel de dormida, fue a correrse otra vez y me
agarró el culo contra sí de una manera muy fuerte que hizo que yo me corriera
dentro de ella. Tuve que darla como unas diez embestidas bien fuertes del placer
que me estaba proporcionando aquel orgasmo, y en la última me quedé tumbado
sobre ella notando el latir de nuestros corazones exhaustos y nuestra piel
sudada. Fue un polvo increíble, casi me quedé dormido sobre ella, por lo que me
levanté con sigilo y volví a mi cuarto rápidamente.
A la mañana siguiente estábamos desayunando los tres hermanos a la mesa solos,
porque mis padres trabajan en el centro y han de salir temprano por los atascos.
En vez de estar acobardado, esta vez me sentía mucho mejor, alegre y descansado.
Así que con toda la frialdad del mundo miré a mi hermana Bea y le dije:
- Bueno, ya te devolví la visita
Fue entonces cuando mis hermanas me miraron, se miraron entre ellas y empezaron
a reírse de mí, y me dijo Ana:
- Perdona, me la debías a mí. Para cuando lo hagas estaré dormida esperándote.
voy yo, Mateo. Me sacan seis y cuatro años respectivamente. Bea ya no vive con
el resto de la familia, se casó. Pero Ana y yo seguimos en casita de los papis.
Por aquel entonces yo apenas salía de fiesta, mis padres me controlaban mucho.
Pero mis hermanas al ser mayores que yo si disfrutaban del fin de semana. No
tenía novio ninguna de las dos y compartían grupo de amigas. Las dos se ponían
aun más guapas de lo que eran para salir de fiesta. Se parecen bastante, morenas
de piel y pelo rizado largo. Bea, la mayor, es también algo más alta y más
delgadita aún que Ana, que tiene los pechos más grandes. La verdad es que mis
hermanas están muy buenas, y ellas decían lo mismo de mí, que qué guapo era, que
dentro de unos años me las ligaría a todas,... lo que le suelen decir a un
hermano menor.
Un fin de semana se fueron mis padres al campo, a casa de unos amigos, y nos
dejaron solos a los tres. El sábado llamamos a un telepizza para comer y después
estuvimos viendo una peli de video que había alquilado Ana. No la recuerdo
exactamente, pero cuando la estábamos viendo me fijé en Bea, que estaba en un
sofá casi frente al mío. Estaba vestida con una simple camiseta y un
pantaloncito corto de deporte mío que muchas veces me quitaba. Algo que me
molestaba mucho, por cierto. Ella estaba sentada con los pies sobre el sofá, y
al fijarme en los shorts me di cuenta que se le veía el coñito. Rápidamente
volví la mirada al televisor, pero una fuerza desconocida me hacía volver a
mirarla a ella y a su “cosita”. Me empecé a excitar un montón, era algo tan
prohibido y sólo se lo había visto cuando éramos pequeños. Podía observar que lo
llevaba rasurado la muy guarrilla de mi hermana. De repente Ana que me estaba
viendo desde el otro lado del sofá me dijo:
- ¿Tu qué miras, mocoso?
- Nada, nada.- me había pillado, y me puse un poco nervioso.
- ¿Cómo que nada? ¿Qué estabas mirando?
- Pues, joder, que Bea me ha vuelto a quitar mis pantalones.
- Ya, por eso te has empalmado. Mira Bea, Mira como se la has puesto a Mateo.
Jajaja, ponte unas braguitas por que si no....jajaja
Y empezaron a reírse de mí las dos, en mi vida lo he pasado tan mal. Intentaba
esconder mi erección, pero con el chándal que llevaba puesto era imposible. Me
giré para insultar a Bea (típico entre hermanos cuando no tienes ningún
argumento), pero noté una mirada suya que desconocía. Era como una especie de
consentimiento y picardía. El resto de la tarde lo pasé callado viendo la tele.
Más tarde ellas se arreglaron para salir, yo me quedaría en casa porque aunque
estaba sólo no tenía plan. Aprovecharía para ver una peli porno que tenía ya muy
vista pero que salían unas tías estupendas. A las diez se fueron y como
cualquier chaval de dieciséis años me hice el rey de la casa. Comí lo que sobró
de las pizzas, me tomé un par de cervezas, me hice una paja con la peli y a las
dos me fui a la cama.
Serían las cuatro y pico cuando regresaron. Las oí por el portazo que dieron al
entrar. Desde mi habitación se oye todo lo que sucede en casa, por lo que las
estuve escuchando hasta que se acostaron y aquí viene lo “gordo” de la historia.
Casi una hora después todavía no había conseguido dormir cuando se abrió con
sigilo la puerta de mi cuarto, no se sabía si era Bea o Ana, pero no encendió la
luz. Supuse que querrían asegurarse de que estaba en casa, pero no era así,
porque “ella” se metió en mi cama. Yo no sabía cómo actuar por lo que me hice el
dormido. Pasaron unos segundos, para mí eternos, en los que no sucedió nada,
pero después “ella” empezó a acariciarme, seguí haciéndome el dormido mientras
“ella” me tocaba el torso, los brazos, el vientre, hasta meter la mano por de
bajo de mis slips y agarrarme la polla, que ya estaba muy crecida. Se escondió
bajo la colcha, y comenzó a chupármela, ¡Dios! ¡Era la primera mamada que me
hacían en la vida! Yo no sabía qué hacer, qué decir. ¡Una de mis hermanas estaba
comiéndome la polla! Era algo prohibido, pero, me estaba gustando tanto...
Supuse que “ella” sabría que yo estaba despierto, pero ahora entiendo que
jugábamos con el sobreentendido. No me atreví a tocarla, me dejé hacer. Cada vez
chupaba y me pajeaba con mayor intensidad y notaba sus tetas golpeando y rozando
mis piernas. Intenté averiguar por ello cual de mis hermanas era. Ana, ya lo
dije, tiene los pechos más grandes, pero en la oscuridad y sin poderla tocar me
era imposible descubrirla. Llegó un momento que mi excitación era tal que fui a
correr, obviamente no podía avisarla, así que descargué mi leche en su boca. Fue
la primera vez que emitió algún sonido: jadeaba mientras chupaba y lamía todo lo
que salía por mi polla. Nunca había sentido un placer semejante, creo que me
corrí como nunca en toda mi vida. Después, “ella” salió de debajo de la colcha,
me besó en la oreja con un lametón y abandonó mi cama y mi cuarto tan
sigilosamente como había entrado en él.
Como os podréis imaginar me costó dormirme aquella noche volviendo a disfrutar
una y otra vez en mi imaginación lo que había sucedido. También pensando quién
de mis hermanas se había atrevido a meterse en mi cama, mis deducciones llegaban
más hacia mi hermana mayor Bea después del suceso de la tarde, pero no lo podía
saber a ciencia cierta.
A la mañana me daba miedo levantarme, me acojonaba enfrentarme a mis hermanas
cara a cara desayunando. Al final me atreví aún sabiendo que ambas estaban
despiertas andando por la cocina. Cuando entré allí, os puedo asegurar que era
como otro día cualquiera, nada fuera de lo normal, así que desayuné igual que
como lo hice el día anterior o cualquier otro de mi vida, eso sí, un poco más
callado.
El resto del día y de la semana siguiente fue de lo más común, nada extraño
entre mis hermanas y yo. Claro que dentro de mí se acrecentaba la curiosidad y
algo nuevo que apareció aquel sábado por la noche: el deseo sexual hacia mis
hermanas.
El Jueves por la noche estábamos toda la familia viendo la tele, una película.
Era un poco raro, la verdad, que estuviéramos todos juntos, pero la peli era
buena. En un momento salió una escena de sexo un poco fuerte y larga que comenzó
a excitarme. Yo estaba flanqueado por mis dos hermanas, y de repente, como si
nada, Bea se levantó y dándome un golpecito en el pene me dijo: “¡Que te
emocionas!”. Hubo alguna sonrisa en casa, pero pasó muy desapercibido aquello,
menos para mí. Aquella era la prueba definitiva.
Me acosté esa noche dándole mil vueltas a la cabeza, y por otro lado muy
excitado por la proximidad de la tentación a la que le sumaba mi cobardía por
intentar nada con ella. Pensaba que quizás ella dio el primer paso y que
esperaba de mí dar el segundo. Y a las tres de la mañana lo hice. Salí en
silencio de mi habitación y a oscuras crucé todo el pasillo hasta situarme
frente a la puerta de la habitación de Bea. Tenía miedo de lo que pudiera pasar
porque a cada paso que daba mi certidumbre iba mermando. Pero por otro lado
pensaba en lo buena que estaba Bea, una chica cañón que me sacaba seis años.
Sólo pensaba en aquella imagen de Bea con mis shorts mostrándome el coñito. Así
que entré en su habitación intentando hacer el menor ruido posible, ya tenía
pensadas excusas por si se despertaba y me “pillaba”. Me acerqué a la cama no
sin dificultad por la oscuridad, ella seguía inmóvil, podía advertir el bulto
que hacía ella en la cama. Respiré profundamente y me metí bajo las mismas
mantas. Lo primero que percibí fue su olor y su calor. Me atreví a acercar la
mano hacia su cuerpo, me estaba dando la espalda, la toqué, estaba desnuda. Hizo
como una pequeña contracción que me asustó y retiré la mano, pero se quedó
inmóvil, así que volví a extender mis manos hacia ella. Ronroneaba como en
sueños, pero, ¿Podía creer que estaba dormida realmente?. Mis manos fueron
cercándola para llegar a sus pechos donde sus pezones me esperaban ya erectos
como lo estaba mi polla desde hacía rato. Pegué mi cuerpo al suyo, y estuve un
buen rato acariciándole los pechos y arrimándome a su culito. Después de eso me
sumergí entre las mantas, y ella simulándose la dormida se giró para quedarse
boca arriba y facilitar mi incursión. Nunca antes había estado tan cerca de un
coño, y su olor fue para mi toda una novedad. Allí abajo olía a una mujer
preciosa y deseada. Le aparté suavemente los muslos, ella me ayudaba, y metí mi
cabeza hasta el fondo para con mi lengua lamer aquella vulva que ya estaba
húmeda. Movía la lengua de arriba abajo, chupaba, mordía... hacía todo aquello
que había visto en las películas porno, pero esta vez era yo el protagonista del
placer. Ella increíblemente seguía haciéndose la dormida, y creo que aquel juego
me encantaba. Seguí chupándola y metiéndole mi lengua en el coño hasta que
entendí que se corría porque no disimuló ya los movimientos y con contracciones
de su cuerpo acabó por inundarme la cara de sus flujos. Estaba tan excitado que
no sabía que hacer, si masturbarme allí o intentar follármela. Entonces con
decisión me puse sobre ella, busqué con mis dedos la entrada y se la mostré a mi
polla para írsela metiendo poco a poco. Entró con suavidad porque ella estaba
completamente mojada y muy dilatada. Por aquel entonces no sabía moverme muy
bien pero me la estuve follando clavándosela hasta el fondo. En cuanto podía me
separaba un poco y bajaba la cabeza para poder chuparle las tetas. En un momento
ella, a pesar de mantener el papel de dormida, fue a correrse otra vez y me
agarró el culo contra sí de una manera muy fuerte que hizo que yo me corriera
dentro de ella. Tuve que darla como unas diez embestidas bien fuertes del placer
que me estaba proporcionando aquel orgasmo, y en la última me quedé tumbado
sobre ella notando el latir de nuestros corazones exhaustos y nuestra piel
sudada. Fue un polvo increíble, casi me quedé dormido sobre ella, por lo que me
levanté con sigilo y volví a mi cuarto rápidamente.
A la mañana siguiente estábamos desayunando los tres hermanos a la mesa solos,
porque mis padres trabajan en el centro y han de salir temprano por los atascos.
En vez de estar acobardado, esta vez me sentía mucho mejor, alegre y descansado.
Así que con toda la frialdad del mundo miré a mi hermana Bea y le dije:
- Bueno, ya te devolví la visita
Fue entonces cuando mis hermanas me miraron, se miraron entre ellas y empezaron
a reírse de mí, y me dijo Ana:
- Perdona, me la debías a mí. Para cuando lo hagas estaré dormida esperándote.
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